lunes, 16 de noviembre de 2009

Queridísima… ¿queridísimo?

A Leonard le encantaba ser el anfitrión perfecto, por ello tenía un gran vinculo con la Señora Dalloway, por ello amaba al personaje de Marcia Cross en “Desperate housewives”, cuando había empezado a ver la serie hacía cinco años atrás, le habían dicho “Leonard, eres Bree en hombre”, y eso no le molestaba. No porque fuera bueno haciendo muffins o alaciara su cabello hasta quedar perfecto. Al contrario, Leonard era mal cocinero y no podía peinarse con el menor decoro, pero ahí yacía toda la jugada social, porque en su afán de ocultar sus deficiencias se iba perfeccionado cada vez más, teniendo gustos aparentemente sofisticados, jugando a organizar todo lo que se pudiera organizar, entregando sus trabajos de manera impecable, dando exposiciones con una voz serena y el conjunto de un rutilante material informativo, cuidando niños con decoro, poniendo mesas, comprando flores, dando “grandes” opiniones sobre “grandes” autores, expresando su gran gusto por Proust y tachando de misógino Nietzsche, se había aburguesado de la forma más femenina posible, sólo le faltaba repetir aquella charla que había leído en la primera novela de Virginia Woolf (“Fin de viaje”) sobre la importancia de Jane Austen en la literatura inglesa.

De eso ya habían pasado cinco años, cuando por mero interés había abierto su ejemplar de “Cartas a mujeres de Virginia Woolf” y se descubrió enviando algunos correos a su tía en el extranjero con la mismo tono altanero que podía adquirir la Woolf según su pluma bajo el rango epistolar… “Queridísima… las cosas aquí no van muy bien, papá ha dicho que el trabajo no le deja más que pesares, y mamá se agota cada vez más, yo no puedo dejar de pensar en mí, ¡maldita sea mi vena de escritor!, no puedo crear una buena historia porque no conozco a le gente necesaria, me falta ver el mundo y poderlo descifrar para después volverlo a codificar y ponerlo en el papel… pero ya sabes querida tía, que yo no puedo salir de mi habitación, la sociedad me consterna, me encierro y escribo esa absurda novela que dejaré a medias tintas, no lo vale, no vale tanto desvelo, si después de todo ¿no se deduce que escribía para desfogar mi existencia y tener uno modo catártico de sobrevivir a la sociedad actual?, ¿por qué tiendo a dogmatizar cada forma de expresión?, ¿por qué quiero tomar tan enserio a las palabras si sólo son la proyección de un vano sentimiento?, espero tu respuesta, no espero que me des la verdad absoluta… sólo quiero ánimos. ¡Qué ególatra!, pero igual me quieres ¿verdad?, no veo la hora de irme a vivir contigo, quiero a todos aquí, pero mi vida por estos lares es sólo un grillete existencial: agradable, decoroso, pero sin la vibrante experiencia de la juventud”.

-Cuando mantenía correspondencia con ella, hace cinco años- pensaba Leonard mientras acomodaba un gran mantel color beige sobre la mesa de su comedor, y acomodaba las rosas rojas que le habían regalado a su madre. Era el cumpleaños de ella, y su hijo (tan preocupado por sí mismo) no le había comprado nada- No me fui como mi tía porque no se podía, era eso y ya- igual acomodaba los platos, las servilletas, sacaba los cubiertos, colocaba las sillas para que todos pudieran tener un lugar adecuado, seleccionaba los vasos, veía las bebidas, prepara café… era una cena muy ligera con su familia y eso siempre le ponía de buen humor. Porque veía a sus primos, pero más allá, hablaba con sus tíos… sus tías (para ser más exacto), su abuela, su madre, siempre se metía en su círculo con una taza de café en la mano y reían de cualquier cosa que pasara por la lengua de los comensales: que si una anécdota laboral, una ocurrencia de algún hijo, que si las compras, los malos maridos, los buenos momentos con los maridos, la falta de comunicación dentro de una relación… ¿sabían ellas que tomaba mucho en cuenta sus opiniones?, sobre las nuevas tecnologías que apoyaban o detestaban, los tratos políticos, los trastos sobre el fregadero, a Leonard todo le importaba, porque de ahí sacaba sus ideas. Su primera novela era sobre las mujeres contemporáneas atrapadas en un mundo globalizado, bajo tres situaciones distintas (porque sus mujeres eran tres) las protagonistas tomaban una decisión más que necesaria para continuar o terminar con su matrimonio. La historia se llevaba a cabo en un solo día… “Y en ese día, la vida de una mujer” (diría la Woolf), también era herencia de su escritora favorita eso de retratar a la mujer. Si la Woolf lo había hecho en la época moderna, ahora él lo intentaría con el postmodernismo como mecenas temporal.
En parte de que no había podido huir con su tía, también se había replanteado la situación actual. No necesitaba conocer más gente, no por el momento, pues le bastaba con lo poco a lo que tenía acceso: personas joviales, enteramente dedicadas a su familia y trabajo, dentro de ciertos estatutos sociales, que no tenían la vida fácil pero siempre lograban sonreír e incluso provocar más de una risotada a su compañero de charla, hablando de todo y nada, viviendo el momento porque si se preocupaban del futuro (dentro de una fiesta como lo era aquella) entonces decaían un poco sus ánimos –Después de todo las cosas funcionan igual en todas las fiestas, con los amigos, la familia o los desconocidos, las fiestas son para concentrarse en el momento, “este momento” que nos puede hacer felices, no en el después, sino en el ahora y la compañía”
Se dirigió al estéreo de su casa, revisó la lista de reproducción que tenía programada en su iPod, nada alocado, nada fuera de tono, sólo música que le gustara a su madre y que los comensales pudieran soportar, algunas cosas de los años ochenta, otras canciones noventeras, algunas más clásicas y otras meramente instrumentales.
Revisó los sillones, hizo voluminosos los cojines, sacó a uno de los perros falderos porque siempre estaba encima de los invitados, mientras el otro perro se refugiaba en su habitación porque le abrumaban las visitas. Regresó al comedor y se sentó tranquilamente, tal vez todo eso no le traía tanto énfasis o interés como antes, ya nada le llenaba –Ni la gente, ni la literatura, ni el cine, ni la música, ni acomodar los objetos inanimados con el fin de recrear a los hombres animados- tenía una especie de laxante emocional, seguía vacío… y el dejar a Cecelia con Oliver le había dolido más de la cuenta. Fue por ella que se volvió más sofisticado –O fue por mí, la madurez se refiere precisamente a ello, aceptar que las cosas se hacen por uno mismo, que las decisiones las tomamos nosotros como personas y no inculpar a otros por nuestros actos, porque al final se debe tener potestad sobre las consecuencias de nuestros actos. Y si cambié no fue por Cecelia, sino por mí, por querer tenerla aún más cerca… debería superarlo- el timbre de su casa sonó, se levantó de la silla, quitó su cara triste cuasi inexpresiva y la cambió por una radiante sonrisa que con mayor inclinación a la alegría podría haberse presentido fingida, pero si algo sabía Leonard, era aparentar, y en ese momento que no era su noche, debía aparentar que estaba tranquilo, feliz, ser ligero y volátil, moverse con su taza de café en mano y reír cuando fuera necesario, callar y asentir con soltura. Sabía que podía lograrlo, siempre lo hacía y nadie notaba que al momento fingía.

Entonces abrió la puerta y recibió a los primeros invitados de la noche.

3 comentarios:

  1. Los anónimos son divertidos. La seguridad que causan seguro cubre al valiente que los escribe. Como sea mi querido , le comento NO anónimante que esta entrada es de mis favoritas, ojala yo escribiera cosas tan interesante como tu en mi blog, ( el cual parece más la veborreá de una postadolescente jajajaja).

    P.D, yo también soy una Marica.

    amèn.

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  2. Apenas veo el comentario Ana de mi vida. Pues tienes toda la razón con eso de los anonimos, son divertidos y seguros para aquellos que los escriben. MUCHAS GRACIAS POR PASAR!!!, soy un descuidado, mira que ver esto un mes después.

    pd: jajajaja sí, soy un marica.
    pd 2: no creo que tu blog tenga nada postadolescente, me gustaría ver más entradas en él. Saludos

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