miércoles, 27 de octubre de 2010

Partir...

Algunas personas para desaparecer de un departamento ajeno dicen: "Hazme un té bastardo" y luego salen corriendo, otras, como lo es el caso de Leonard, sólo dicen "Tengo un desayuno". Acto seguido se recogía el cabello en una coleta y salía por la puerta.
Finalmente había pasado. Se acostó con Ludwig después de un tranquilo coqueteo, sin embargo eso no ponía en perspectiva nada dentro de la aparente relación, pues de cierto modo, la relación no existía. Es más, sólo se refería a un desliz, sobre todo por parte de Leonard quien no quería al editor, sin embargo como en el pasado, el sexo y el amor no tienen porque servirse dentro de un mismo plato. Sobre todo porque apenas se conocían y era demasiado prematuro hablar de amor.
Todo surgió porque Ludwig le llamó al teléfono celular para invitarlo a una cena. El problema se refería a que Leonard seguía encerrado y se negaba a salir de su autoexilio.
-Lo amarás- dijo Ludwig por teléfono.
-Estoy muy ocupado.
-Has tenido el celular apagado por unos días, no es la primera vez que te llamo- se hizo un silencio bastante incómodo- mira, irán los editores de una revista y quiero los conozcas, ya les hablé de tu trabajo.
-¿Cuál trabajo? Sólo tienes un ensayo mío.
-Es bueno, pero desgraciadamente no les hablé de ese trabajo, sino de las ficciones sobre tu vida.
-Esas no valen la pena.
-Me gustaría tenerte pasado mañana en la cena, es casual, no te preocupes, se tú mismo.
-No tengo dinero y llevo fácil una semana sin bañarme.
-Lo segundo se soluciona con un buen baño, lo primero no te preocupes, yo te pago el viaje y te puedes quedar en mi casa.
“¿Dónde he escuchado eso antes?” fue lo único que pudo pensar en su momento Leonard. De cualquier modo no tenía solución la pieza, ya estaba terminada.
-Bien, ¿en dónde te veo?

Estando en la cena, fiesta, un coctel, trago o lo que fuera (como alguna vez dijo Carrie Bradshaw) Leonard se sentía terriblemente incómodo. Ahuyentando su misantropía intentó hablar con un par de individuos bien vestidos bastante elegantes pero poco inteligentes. Uno de ellos era extremadamente atractivo, pero él ya no se hacía ilusiones, ciertamente desde hacía unas semanas atrás se creía sobradamente feo, quizá sus problemas de baja autoestima provenientes del colegio le estaban afectando. No pudo más que reír ante la fría tentativa. Él volviendo al colegio de la escuela secundaria, el pobre niño nerd regordete ofendido por cualquier comentario. Después la amarga experiencia de distintos rechazos amorosos, ahora, la ya nada novedosa experiencia de sentirse poco atractivo. Ahí de pie, ese momento donde no vestía nada hermoso o que le hiciera lucir interesante, con su cabello agarrado, portando un nuevo peinado que él mismo tituló “La matrona rusa”. Estaba algo cansado. No solía pasar tanto tiempo rememorando, eso sólo le traía malas reacciones, sólo que antes, en los primeros semestres, él era distinto por cada poro, pesaba un poco más, vestía muy mal, pensaba de forma distinta, era poco letrado y lo único bueno que tenía eran sus ganas de aprender… ahora, sus ganas de olvidar.
-¿Y qué piensas sobre eso Leonard?- preguntó uno de los hombres elegantes con los que se encontraba Leonard de pie a un costado del salón de eventos.
-¿Perdón?- no podía creer le estuviera pasando eso. Perderse en plena conversación sólo por estar prestando más atención a sus monólogos interiores.
-Sobre los documentales ¿qué opinas de los nuevos temas? Creo que son bastante cotidianos. Dentro de esa aparente monotonía lo único que logran es el desinterés y no la empatía. ¿Qué piensas tú?
-¿Honestamente?- Leonard guardó silencio por un momento- bueno, soy muy malo comentando documentales y cortometrajes. Me parece es muy fácil criticar un documental o una producción sin antes efectuar alguna en la técnica. Suele ser que la teoría es más fácil que la práctica.
-El chico cree que eres un criticón- dijo otro de los hombres ahí presentes.
-No, claro que no- Leonard llevó la mano derecha a su pecho y movió la cabeza en signo de negación- creo, sí… creo que la cotidianidad puede ser obsoleta si se lleva a un grado hiperrealista dentro del documental, a tal grado que sólo importa a los allegados al tema, sea la misma persona retratada en el documental, familiares, amigos o el mismo realizador, que muchas ocasiones es cualquiera de lo anterior. Por lo mismo pierden objetividad y creen que el tema de su documental es importante. Al final sólo las personas dentro de nuestra propia cotidianidad sabemos el grado de importancia que tienen las cosas, pero eso no significa que todas tengamos el talento para comunicar esa importancia e interés.
-Pero todo es cotidiano, todo es común de alguna forma. Sólo temas aparentemente exóticos son netamente desconocidos, y eso sólo bajo la visión de un esnob- dijo el hombre elegante.
-Claro… pero ¿y qué pasa con aquello que realmente nos es desconocido o puesto con una nueva visión? Todo documental es una visión subjetiva del acontecimiento vista desde la lente del documentalista y su equipo de producción. La vida es tan basta como el saber… y las vivencias, y todo. Es inagotable.
-Mucha fiereza para estar en la era postmoderna- concluyó el hombre elegante antes de echar una risotada.
Leonard prefirió separarse del grupo e ir a la mesa de los bocadillos. Odiaba rondar dicha mesa, le hacía parecer un necesitado o interesado, pero en ese momento estaba necesitado e interesado de la separación de cierto grupo social.
-Suis pathétique- susurró para sí mismo.
-Pour rien- contestó un hombre a sus espaldas. Siempre a sus espaldas los hombres que intentaba olvidar aparecían de la nada. Era el Señor D, aquel con el cual se había acostado infinidad de ocasiones. El Señor D era un doctor ligeramente acaudalado que había tomado a Leonard como prostituto predilecto, pero la relación terminó cuando Leonard se internó y el Señor D empezó a divorciarse, por lo tanto requería espacio.
-Hola…- Leonard se quedó callado, no esperaba ver a ese hombre dentro de la reunión.
-Casi no te reconocí cuando te vi desde el otro lado del salón, pero entonces parpadeaste y supe que eran tus ojos. Tus tristes pero hermosos ojos.
-Mientes con todas las palabras que salen de tu boca. No has perdido el toque adulador.
-No es del todo un halago, he dicho que son tristes más no por ello dejan de ser hermosos, es más, creo el que seas una persona tan triste te hace hermoso dentro de lo que cabe, porque debo decirte que no te ves muy bien.
-Gracias… creo o quiero creer.
-No me agradezcas nada, no fue muy cortés de mi parte lo que te acabo de decir. ¿Qué ha sido de ti? Cambiaste de número teléfono ¿verdad? No te pude contactar.
-Lo cambié, ya no me prostituyo. Estoy intentando terminar mi carrera…
-Me divorcie. Hace más de un mes que estoy libre. La mayoría de la gente aquí presente sabe que soy gay, después de todo eso ayudó en el juicio.
-Me alegro tanto por ti…
-Leonard. Está bien que te des a desear, supongo que tanta literatura francesa se te ha metido en la cabeza, pero quiero que entiendas soy un hombre libre con todas las palabras que salen de mi boca. Me gustaría volver a salir contigo sin escondernos, sin evadirnos, sin pagarte- El Señor D terminó de hablar con tono calmo. Siempre había sido esa su forma de proceder en persona, pero Leonard estaba seguro que si esa conversación se hubiera dado por teléfono, entonces, el hombre habría gritado con gran enfado.
-No estoy buscando una relación. No quiero problemas, no quiero compromisos.
-¿Te era mejor el dinero?- preguntó tranquilamente el Señor D
-Me caía mejor el dinero- dijo Leonard en tono desafiante.
-Leonard- dijo Ludwig metiéndose en la conversación- veo que ya conoces a uno de nuestros lectores más acérrimos de la editorial, él es el Señor…
-Ya nos conocemos- le interrumpió el Señor D.
-¿De dónde se conocen? Si se puede saber.
-¿Por qué no se lo dices tú Leonard?
Leonard entornó los ojos. No caería en el estúpido remordimiento de la escena del cliché. Nada de sospechas, nada de arrepentimientos, no sería poca cosa, estaría feo pero no inseguro, no con su peinado de matrona rusa.
-Trabajé para él por un tiempo, le ayudé con los documentos de su divorcio.
-¿Qué?- Ludwig no tuvo más que una cara de extrañeza ante tal respuesta.
-Sí, tenía un desastre en su estudio, le ayudé a clasificar sus documentos del divorcio, de pacientes, de contratos, cosas así, es que soy muy ordenado.
- Me ayudó a hacer limpieza, tanto que me encontré con lo que realmente necesitaba. Le debo mucho es este muchachillo.
-Me alegra. Acaban de decirme los documentalistas que los insultaste de una forma desmedida pero honesta. No sé realmente si les agradaste- dijo Ludwig- pero bueno, es momento de marcharnos. Tengo que regresarlo a casa a tiempo porque sino sus padres se molestarán.
-Claro- sonrió el Señor D.
-Adiós- Leonard estaba algo molesto con eso de “regresar a casa”. Ni siquiera había conocido a los editores por los cuales estaba ahí. Igual siguió a Ludwig quien le llevó a su departamento.

-No quiero que te involucres con ese hombre- decía Ludwig mientras conducía.
-¿Por qué? Siempre ha sido muy amable conmigo.
-Por eso. Apenas se divorció y se rumorea contrataba chicos para acostarse con ellos.
-¿Chicos como yo?- preguntó Leonard irónicamente.
-Sí, chicos de tu edad pero dedicados a la prostitución. No sé qué es lo que pasa por la cabeza de esos tipos, mira que acostarse con alguien por dinero, con alguien tan despreciable como lo es ese hombre. Es un gran doctor, pero se divorció precisamente de su esposa porque era un gay de clóset.
-¿Qué esperabas? No creo la vida le fuera fácil en su época de juventud. Nuestro país es muy conservador en esos aspectos.
-Mira que yo tengo quince años menos que él y todo mundo sabe que soy gay- un silencio abrumador inundó al vehículo en movimiento.
-Yo no lo sabía- rompió el silencio Leonard después de un lapso prolongado- y mira que no tienes quince años menos… tendrás veinticinco.
-Como sea, no quiero que lo vuelvas a ver.
-No tienes potestad sobre mí. Sólo yo puedo decidir a quién veo.
-Te ayudo a editar tu libro, pero no lo vuelvas a ver.
-Coerción o soborno, eres igual que ese hombre.
Ludwig paró el coche de un golpe. Se quitó el cinturón de seguridad y volteó a ver fijamente a Leonard.
-Mira chico, no quiero que te involucres con él, hazme caso- regresó el enorme silencio al vehículo, pero ahora el editor tomaba la mano del bobo escritor- se ve que eres un buen chico, estudioso e inteligente.
-Está bien. Gracias por el consejo- al decir esto Leonard soltó suavemente la mano de su acompañante. En todo el camino al departamento estuvieron en silencio.

El departamento de Ludwig no era como él se lo imaginaba. Esperaba algo pequeño pero de buen gusto. Al contrario, era grande pero con una nulidad en cuanto “al gusto”. Estaba prácticamente vacío, de amplias paredes blancas, cortinas blancas, un sofá, una televisor, una cama grande igualmente blanca, una bonita vista a una fea ciudad. Era mejor de lo que había esperado.
-Deja tus cosas donde gustes.
-No pude hablar con los editores- justo en el departamento y con la charla del automóvil, Leonard se sentía un joven estúpido, quizá bastante ingenuo. Era evidente que Ludwig estaba intentando tirárselo desde el primer momento en el que le preguntó si podía tomarle una fotografía, y ahora sentado en el sofá de aquel hombre, no había duda de ello ¿editores? ¡Qué editores sino una farsa!
-No asistieron. La verdad es que era una fiesta menor.
-¿Eso era una fiesta?- dijo Leonard con mucho sarcasmo.
-No- Ludwig llegó a espaldas del sofá y se sentó sigilosamente al lado de Leonard- era un pretexto para traerte aquí.
-Lud, mira, sí que eres atractivo y todo un profesional, un gran partido, inteligente, algo adinerado, pero no quiero una relación justo ahora…
-No te traje para tener específicamente una relación.
Leonard se sintió como en una absurda novela romántica escrita por esas torpes mujeres que quieren simular a Jane Austen, pero que en urgencia de sus calenturas corporales, olvidaban la elegancia del relato. Sólo que eso no era un relato, sino que lo estaba viviendo. Un prometedor editor. Nadie, desde el insufrible doctor, se había interesando en él.
Se besó con el editor y al final tuvieron sexo en su departamento mínimal. A la mañana siguiente tomó un baño de forma presurosa y dijo “Lo siento, debo irme, tengo un desayuno”. El problema fue que el editor no le creyó ni por un instante y no lo dejó partir…

domingo, 17 de octubre de 2010

Ese niño Gerber: cuestiones de nacimiento y crecimiento

-Claro- dijo Leonad- ¡claro que sí!, es obvio que preferiría mil veces ser una especie de Kristof Kieslowski antes que James Cameron, ¿por qué la pregunta Sue?- Leonard hablaba con su amiga Susana por su teléfono celular. La última semana se la había pasado encerrado en su habitación, producto de una pieza que se negaba a ser gestada.
-Quería invitarte al reestreno de “Avatar”- dijo su amiga del otro lado del auricular, y específicamente, al otro lado de la ciudad.
-Bromeas ¿verdad?- bufó Leonard por el teléfono. Lo único que tenía activo era ese celular. Ya había arrancado el teléfono de la línea de su casa cual Sartre pero sin el ingenio del teórico existencialista; también cerró su puerta con seguro por la parte de adentro; cerró sus cuentas tanto de chats sociales así como sexuales. No deseaba saber nada del mundo hasta que la pieza estuviera terminada.
-Claro que bromeo. Te conseguí la primera película de Kieslowski.
-¡¿BLIZNA?!
-Esa misma, “La cicatriz”, ¿Qué te parece una charla de café?
-No puedo… ¿es un chantaje verdad?...
-Bueno, en parte. Carlota me habló y me dijo que tienes una semana metido en tu habitación, como la canción de Mecano sólo que tú intentas producir algo aparentemente grandioso.
-Es mala, la obra va mal… llevo dos días sin bañarme. Antes de juzgarme considera que es poco tiempo.
-Tu habitación luce como en reconstrucción.
-Mi hermana no debería hablar contigo tan seguido. En fin. Sue, aunque amo a Kieslowski no puedo ir justo ahora, ¿te parece la próxima semana?
-Está duro si no quieres salir por una película de tu director favorito, eso y una de tus amigas más antiguas.
-Sue, no hagas eso, tú estás sobre todos esos chantajes emocionales.
-Como dirías tú: lo sé. Sale pues, nos vemos la semana entrante.

Leonard no sentía más que pena al dejar a su amiga y director de cine favorito para continuar una pieza destinada al fracaso, pero no podía parar, Shirley le entonaba por las bocinas de su computador la canción “Happy Home” y Garbage inundaba su habitación.
-La basura- pensó- la basura inunda mi habitación- tomó la brocha y volvió a lo suyo. Era la tercera capa que le daba al muro y ya alucinaba el color blanco, le pareció risible que el blanco significara la igualdad, cuando por falta de la misma estaba ahí sometido ante sus propios demonios- Berger tiene toda la culpa. Él y su inaudita forma de producción, para que después me venga a echar esa mirada de “tú eres trivial” y confirmarlo con el diálogo “pero si eres un citadino nada más”, ¡claro!, con esa mirada y ese diálogo lo único que concreto es que para él soy un citadino bastante trivial. Sólo faltó decirme “a ti que todo te fue dado”. ¡Desgraciado!
Evidentemente Leonard estaba teniendo una mala semana provocada por una histeria personal vinculada al chico que él creía extremadamente talentoso –Ese Berger… ese niño Gerber- mascullaba- pero ya le enseñaré a todos los que me toman por un citadino banal y esnob prepotente. Ya les mostraré que puedo producir obra tan buena como ellos y que no sólo soy un bobo escritor- la culpa no la tenía más que Leonard, quién teniendo el ego bastante hinchado fue desinflado por un par de frases por parte de alguien a quien admiraba. De la noche a la mañana Berger se había erguido como el estudiante perfecto: actor, teórico, fotógrafo, bailarín y posiblemente cantante. El problema fue cuando le dijo a Leonard: No podrás ver lo que yo porque tendrías que volver a nacer. No sé como lo veas tú desde tu mirada de chico citadino.
-¡Decirme que más me valiera volver a nacer!- medio gritoneó en su habitación el bobo escritor- ¡Pero ni en la cátedra eclesiástica me han insultado tanto! Me niego a creer que es necesario volver a nacer para tener conciencia sobre aquello que me ha sido vetado por el simple hecho de no nacer en un contexto específico- para Leonard era difícil comprender que por más estudio que tuviera jamás alcanzaría los niveles de comprensión de otros de sus compañeros cuyas experiencias en la infancia le habían brindado. Él que sólo se la había pasado en su habitación leyendo por tanto tiempo, ahora le decían que de nada le servía- ya lo verá, presenciará algo natural e innato, y no sintético como me dio a entender- aventó la brocha sobre su cama y manchó las sábanas- ¿pero será posible?, ¿jamás entenderé nada de lo que él ha vivido?, él tan pleno que es ¿será que logra todo lo que se propone por las oportunidades y restricciones que tuvo en los primeros quince años de su vida?, ¡quince años!, creo que a esa edad lo único que yo hacía era leer el cuarto tomo de Harry Potter y ver algunas películas de fantasía, ni llegué al grado de otros escritores prodigio para leer a Poe, Kafka o Lovecraft. Y él… ¡y él! no tuvo más que cultivar el físico y la habilidad física porque vivía alejado de la ciudad, y ahora que vive en ella la explota al máximo, mientras yo estoy, y estaré, en el intersticio. Aquí en mi ciudad de provincia no logro más que encerrarme a producir. No tengo acceso a programas o eventos culturales, a becas, talleres, al teatro, al cine, no existe nada más que lo netamente comercial, ¡ni un buen puesto de piratería sobre cine de arte tenemos!, pero claro que él aprovecha vivir en la ciudad donde se encuentra la universidad, ahí todo marcha sobre ruedas ¡no lo sabré yo que viví dos años ahí!- se quedó por un momento mirando al vacío para después explotar en cólera- ¡pero ni lo aproveché! Sólo me metí en un par de juntillas sociales a beber cocteles y probar canapés… Lo que daría por regresar a la ciudad, lo que daría por estar en el apabullante ritmo de la ciudad y su siseo imparable durante la noche. La vida nocturna y las escuelas vespertinas. La ciudad, la universidad, la gente corriendo por las aceras para ir por el desayuno o cultivarse en su curso matutino; mojándose las ganas de aprender más. Amaba esa ciudad y ahora me sofoco en la absurda monotonía de la extra provincia. No estoy teniendo ningún avance, voy en retroceso mientras los demás, el mundo mismo, siguen girando sobre su eje. Repite la vuelta una y otra vez, reiterando y rectificando el ritmo. No soy más que un trauma malinterpretado por la sociedad. Tendría que estar produciendo obra seria, textos serios, ser más serio. ¡Carajo!- volteó hacia donde se encontraba la brocha chorreante. Seguramente le costaría mucho trabajo sacar la mancha, es más, se resignaba a que nunca saldría- ¡carajo!
De fondo Shirley Manson cantaba “Androgyny” y eso a Leonard le parecía bastante irónico. Ella decía:

When everything is going wrong

And you can't see the point of going on
Nothing in life is set in stone
There's nothing that can't be turned around

-Sí claro- rió Leonard lo más alto posible- como digas mujer. Yo sin una buena pieza, sin experiencia, sin oportunidad de cultivarme y sin novio, no sólo quedaré solterón sino también seré un ignorante.
¿Por qué le frustraba tanto los avances de un chico como Berger?, ¿por qué él niño Gerber había logrado tanto en tan poco mientras él apenas podía mantenerse en dos piernas? Gatear, caminar, correr o volar, en el arte uno nunca sabe realmente en qué estado se encuentra, siempre existe una terrible subjetividad en la evaluación de las piezas y los proyectos, así como una devastadora autocrítica por parte de quién efectúa la obra. Leonard quería volar en muchos aspectos aún cuando las piernas no le reaccionaban.

Shirley empezó a cantar el coro:

Boys

Boys in the girl's room
Girls
Girls in the men's room
You free your mind in your androgyny
Boys
Boys in the parlor
Girls
They're getting harder
I'll free your mind in your androgyny

A la par Leonard retomaba su brocha y daba una cuarta capa de pintura a la pared –El blanco será blanco o no será- fue lo último que pronunció en voz alta ese día.

lunes, 11 de octubre de 2010

Lo añejo del suicidio

El suicidio, le dio a entender el filósofo Slavoj Zizek a Leonard, debe ser permitido sólo si es propiamente metafísico – Aunque al final creo el suicidio metafísico es imposible –pensó Leonard- Zizek es un utopista, por lo mismo muy idealista, creo que con eso sólo dice expresamente que no es permitido matarse por bobadas, nada de sentiste triste o tener un mal día, nada anímico, nada orgánico. Ser metafísico es razonar, y una persona así no se suicida con facilidad; ni el mismo Zizek lo haría, aún cuando encontrara la razón puntual y metafísica para hacerlo- sorbió un poco de su té de hierbabuena, ya no tenía permitido tomar tanto café; su doctor le dijo que dentro de poco tiempo desarrollaría una catastrófica gastritis, así que mejor se cuidara un poco más- el suicidio por el café –sonrió lúcidamente- Mishima se mató por cuestión de idealismo, la falla frente al debate es la muerte. Como bien nos dio a entender Teresa Margolles, el suicidio es la nota final de lo irreversible, después de ello ¿Qué se puede hacer? No hay nada, y para finalizar la acción el suicida deja una nota dedicada a un par de personas específicas- dejó la taza de té sobre la mesita del café. Se encontraba en un establecimiento sumamente caro para sus ingresos, pero aquel lugar le gustaba, daban el mejor té natural dentro de la ciudad y él tenía la tarde libre.

Acababa de ver a Orlando por asunto de su guión. Le hizo un par de correcciones nada sustanciales que muy bien podía tomar o ignorar. Orlando se había mostrado tranquilo pero algo distante, al parecer aún no le perdonaba el haberle dejado en la exposición para después irse con un extraño. Le reclamó en su momento.
-¿Y con quién te fuiste?
-Con un conocido, nadie especial.
-¿Quién es?, ¿cómo se llama?
-Se llama Sid, le conozco de una de las tantas exposiciones.
-No es tu tipo, no se nota que sea muy letrado- dijo Orlando alzando ligeramente una ceja.
-Jamás dije que fuera mi tipo… aunque sería prudente definieras el término “tu tipo”, y dentro de qué términos alguien puede ser “mí tipo”, ¿mi tipo de amistad, coqueteo, romance? - la voz de Leonard era cálida dentro de la cortesía mutua, pero por lo mismo se tornaba demasiado distante e impersonal. Como quién dice “salud” a la persona que estornuda, o “gracias” cuando le ceden el paso. Leonard era propio y encantador, cosa que Orlando sabía identificar muy bien, pocas personas se resistían al poder de su sonrisa así como a su tono de voz edulcorado pero certero al momento de querer conseguir lo que deseaba.
-Tu tipo de persona, cualquier tipo que frecuentes y ya.
-Por supuesto- en ese momento Leonard tenía el guión de Orlando entre manos y no pudo más que desviar la mirada al escrito para revisar una vez más las correcciones que había hecho.
-Es en serio Leo, no me ignores. No es tu tipo de persona, se le ve que es un chico reventado y muy liberal, tú eres… más recatado.
-¿Recatado como alguien snob o como una monja sin piedad?- sonrió Leonard al alzar la vista del guión –deja ya de una vez por todas de decir que no es mi tipo de persona, yo sé muy bien con quién me relaciono. Sid es sólo un chico que me acompañó a la terminal de autobuses.
-Pudiste habérmelo pedido a mí- Orlando no usaba un tono de reproche, más bien de desilusión, como aquel que se ha dado cuenta es prescindible en la vida de aquel a quién estima.
- Te vi muy ansioso en la exposición, creí querías escuchar a la banda- Leonard había regresado al escrito y hablaba sin despegar la mirada a las hojas.
-¿Qué tanto revisas?, ¡mírame por favor!- Orlando estaba ligeramente exasperado, y cuando Leonard le vio a la cara no pudo más que sentir un poco de gracia ante la aparente alteración de su compañero de mesa. Le recordó a Berger, aquel chico de la facultad que deseaba estudiar actuación; sólo lo había visto en un par de cortometrajes, pero era usual en él terminar llorando en alguna escena. El procedimiento siempre era el mismo: La toma era muy cercana a la cara de Berger, quién se ponía muy rojo y empezaba como a hincharse para que después le brotaran las lágrimas. Sin ese procedimiento meticuloso parecía que las gotas del aparente sufrimiento no surgían. En muchas ocasiones, después de ver su actuación, Leonard se preguntaba en qué pensaba Berger cuando lloraba frente a la cámara, ¿era que pensaba en algo o sólo por el efecto de enrojecerse e hincharse salían las lágrimas? Inclasificable, al menos Leonard sabía para sí mismo que no era bueno actuando, ya que para él la actuación dependía exclusivamente de la atracción del sentimiento primario. Si quería representar la felicidad, entonces debía pensar en cosas felices; si deseaba llorar, entonces se concretaba a recordar cosas tristes, depresivas e incluso terriblemente traumáticas. Por ello la actuación no se le daba, era una eterna rememoración de lo que había sido su vida hasta el momento. Pero en el caso de Berger, un chico tan alegre y encantador, ¿qué le incitaría al llanto? Pero sobre todo, frente a él, Orlando, ese chico con una facilidad para la actuación social, ¿en qué estaría pensando justo en ese momento para representar el papel del ex amante ofendido?, ¿estaba haciendo una representación dramática, o sólo una presentación innata y libre de sus sentimientos?
-Que llore si lo que quiere es llorar- pensó Leonard mientras volvía sus ojos hacia el guión y continuó hablando:
-Creo que no podemos decir que es una adaptación de “Las amistades peligrosas”, bien podríamos utilizar eso para atraer al público, pero sondee a nuestro público más letrado y puedo decirte que Laclos no es de sus autores más conocidos.
-Como si Virginia Woolf lo fuera- bufó Orlando.
-Claro que lo es. Yo la puse de moda en la facultad- sonrió Leonard aún leyendo el guión.
-Está bien. Mándame el guión con tus correcciones y nos vemos en la semana. Tengo clase dentro de una hora.
-Pensé que tenías la tarde libre- suspiró Leonard sin dirigirle la mirada- es una pena, creí la pasaríamos juntos- sólo lo estaba tentando. Justo en ese momento que no sentía ni la menor estima por su ex novio, únicamente un ligero agradecimiento por ayudarle a encontrarse consigo mismo. Leonard gustaba de ver las reacciones de aquel muchacho que no sabía ni siquiera qué sentir.
-Lo mismo creía yo, pero estás muy ocupado con el guión.
-Está bien. No pagues, yo lo haré por los dos. Nos vemos luego- seguía ignorando a Orlando, así lo prefería, así lo deseaba, y aunque no tenía dinero, sabía sonaría petulante decirle que la cuenta iba por su parte, que sólo era un gasto fácil de consumar y nada más.
-Adiós- se despidió de modo cortante Orlando.

Desde entonces Leonard llevaba un tiempo sólo en aquel café con su libro de Wittgenstein sobre la mesa y su ensayo de Diane Arbus. Apenas la instructora le había regresado su escrito con un par de correcciones, nada garrafal, al parecer se estaba puliendo.
-Mi tocayo- apuntó un hombre algo alto y bastante elegante a su lado, casi detrás de él. Leonard no pudo más que voltear y alzar la cabeza. Era Ludwig.
-Ah…- divagó, los hombres intelectuales, o los de “su tipo”, como diría Orlando, le ponían algo nervioso –Lud… hola, ¿cómo estás? Ya no te pude ver ese día en la exposición- le sorprendió con cuánta impropiedad le hablaba a un extraño con el cual apenas había caminado un par de cuadras en la oscuridad, y al que además le había negado un par de fotografías.
-Bien- contestó Ludwig al rodear la pequeña mesa- ¿me puedo sentar?
-Adelante, claro…
-Gracias. Sólo vengo por un café expreso para llevar. Tuve una semana horrible y cansada en la editorial. Necesito un café para terminar la revisión de un escrito. Sólo te acompaño en lo que me lo dan, ya lo encargué.
-Debe ser devastador tu trabajo- fue lo único que pudo concretar Leonard cual colegiala absurda.
-Un poco- Ludwig desvió su mirada hacia el libro de Wittgenstein que se encontraba sobre la mesa- ¿te gusta?- acto seguido tomó el ejemplar en sus manos- a mí siempre me ha parecido un poco confuso.
-A mí me parecer muy lúcido… claro, no digo que lo entienda en su totalidad, tiene muchas cosas que se me escapan.
-Seguro- Ludwig revisó el libro, la contraportada y el índice, o eso parecía que hacía- me gustaría editar cosas así de poderosas. Suena absurdo, lo sé, pero últimamente los escritores de éste estado se preocupan demasiado por la poesía ¿no crees?
-Ya me gustaría poder escribir poesía.
-Pero Leo, tú escribes, algo así me dijiste.
-Escribía… bueno escribo…- entonces dirigió su mirada a su ensayo sobre Diane Arbus que se encontraba ahora descubierto por la ausencia del libro de Wittgenstein. Lo miró rápidamente como un niño que ve de reojo su travesura frente a la madre.
-¿Es tuyo?- entonces Ludwig dejó el libro y tomó su ensayo- ¡sí!, es tuyo.
-No es nada, sólo una tontería para una clase- se excusó algo apenado ante sí mismo por degradar su propio trabajo.
-¿Me lo prestas? Me gustaría leerlo. Bueno, por lo que recuerdo, me dijiste que tu única novela conclusa no las ha publicado y no tienes interés en hacerlo.
-Claro que tengo interés en hacerlo… sólo que es muy mala, le falta pulirse para que al menos sea medianamente mala.
-Entonces me prestas tu ensayo… oh… ya veo, es sobre Arbus. Nunca me ha gustado su obra, quizá cambies mi visión sobre ella. No me gustan las mujeres que se suicidan, son muy… pasionales.
-Eso suena algo misógino.
-No me malinterpretes, nada más creo que la mayoría de las mujeres suicidas parece que no se matan por ellas, por algo ontológico, sino por cosas circunstanciales.
-¿Pero qué es la vida sino un conjunto de circunstancias?
-Bueno, sí, circunstancias un poco ajenas a ellas. Como Arbus, aunque no me gusta, acepto que era buena fotógrafa y quizá tenía varias cosas resueltas en su vida…
-Creo evidentemente necesitas llevarte mi ensayo- bromeó Leonard con una sonrisa en la cara –pero ¿sabes? El suicidio siempre ha sido algo muy presente en mi cabeza. Antes que llegaras estaba pensando en Zizek y su visión del suicidio.
-Pero Zizek es un amargado. Un chico tan inteligente y atractivo no debería desperdiciar tanto tiempo pensando en esas cosas del suicidio y leyendo a gente vieja- fue en ese momento cuando llegó la mesera y le entregó su café- bueno, te dejo. Busca autores más frescos. Cuídate, ¡ah!, ya pagué tu cuenta- Ludwig desapareció por la salida principal dejando a Leonard con las mil y un palabras en la boca, algo que poca gente lograba.

martes, 5 de octubre de 2010

Los problemas con una idea preconcebida

En el país donde había nacido Leonard y en el cual vivía actualmente, el matrimonio entre personas del mismo sexo sólo estaba permitido en un estado, que era a la vez, la capital. Apenas conocía un par de parejas gay casadas, y la mayoría lo habían hecho después de haber estado juntos casi una década; al parecer dentro de dichas asociaciones maricas, el matrimonio era sólo la confirmación social del amor y el compromiso, pues ahí el primer hervor no tenía nada que ver.
El matrimonio, para Leonard, era una cuestión dicotómica. Se casa uno por razón social (que envuelve la imagen social, los intereses económicos, los bienes mancomunados, la asociación entre dos personas como tal); o por amor, así de sencillo. No existían puntos medios, mixturas, matices o lo liminal, el intersticio se encontraba caduco, por primera vez la función fática del momento importaba más que el contexto, pues al final, ante la propuesta del matrimonio sólo existen dos respuestas: “sí” o “no”.
Leonard no pensaba en atarse a una persona por cuestiones sociales, arribismo o pura imagen gregaria, al igual que a Carrie Bradshaw, a él le faltaba el gen nupcial. No pudo dejar de preguntarse ¿para qué casarse? Era evidente que nadie desea quedarse sólo, la compañía en su actualidad se definían por ser amigos, hermana y padres, no obstante los amigos se disgregan y no se puede vivir a su costado; la vida junto a los hermanos y hermanas son dignas de una era gótica más no postmoderna; y los padres evidentemente no viven para siempre (y aunque suene cruel, Leonard estaba feliz con eso). Se estaba preparando para una vida dentro de la soledad, uno de los miedos más usuales dentro de la sociedad occidental.
El problema no era tanto el matrimonio, sino su reacción ante él. Cuando supo que una de sus primas iba a casarse no tuvo más que una reacción: horror. Después supo que una de sus compañeras de generación dentro de la facultad se iba a casar, a lo que se dijo: quizá sea para ella eso del matrimonio. Pero en suma todas esas reacciones podían bien ser una falacia.
No solía pensar mucho en la supuesta santa unión desde que se deslindó por completo de su heterosexualidad así como a los lineamientos moralistas de su familia. Tenía en claro que la gente podía o no casarse, era cuestión de elegir, algo curioso, pues cuando pequeño pensaba que todos, sin excepción alguna, debían casarse. Después al encontrarse frente a su homosexualidad no pudo más que concretar que el matrimonio ya no era una opción, no hasta que lo legalizaran en su país.
Así, cuando estaba viendo las noticias y apareció la nota periodística de que el estado donde él vivía y estudiaba podía convertirse en el segundo estado dentro de su país que permitiera el matrimonio entre dos personas del mismo sexo, sólo pudo pensar “Y yo sin novio”, después se sintió el hombre más ridículo del universo.
Él que no creía en el matrimonio, y actualmente tampoco en el amor, se descubrió pensando que si acaso legalizaban el matrimonio de homosexuales en su estado, él no tenía novio -¡¿Pero para qué carajos lo quiero?!- se recriminó al apagar el televisor- el matrimonio, sea entre personas del mismo sexo o de sexos opuestos, no es una asociación que se deba tomar a la ligera. No es que deba ser en la actualidad algo que dure toda la vida, pero se debe tomar en serio si es acaso que te vas a lanzar a profesarlo y vivirlo, de todas formas, el divorcio no es algo muy viable que digamos- Leonard refunfuñaba para sus adentros cuando subía las escaleras hacia su habitación. Se volvería a encerrar en ella. La gente a su alrededor le preguntaba porque ahora se inclinaba más por el exilio voluntario. La razón era simple: la falta de dinero, su economía no iba muy bien, y era algo usual en él que su humor estuviera acorde a su economía. La culpa la tenían todos esos libros y su imposibilidad para no comprarlos. Haciendo cuentas se pudo percatar que fácilmente una tercera parte de su presupuesto mensual lo gastaba en libros.
-Da igual, ¿de qué sirven tantos libros si no puedo concretar una idea fija sobre el matrimonio? Es una idea tan preestablecida, tanto que cuando era niño pensaba que los aún los padres te escogían la pareja para casarte. Después me di cuenta que la cosa era mucho más complicada pues uno era quién la escogía… ¿para qué casarnos? La homosexualidad ha roto tantos cánones que me es imposible pensar que ahora nos instalemos felizmente en uno de ellos. ¿Han existido tantas feministas en la historia para que al final, los feministas de ahora esperemos un “Y ahora los declaro marido y marido… mujer y mujer”? Parece ser que sólo estamos derruyendo los principios iconoclastas de nuestra ética marica.
Cuando tomó su clase de “Cine queer”, su instructora dijo “Ya vimos muchos documentales sobre la vida homosexual en distintas culturas, les pregunto si quieren que sigamos en esta línea o prefieren que veamos un poco de películas cursis que hablen sobre amor. Porque no hemos tocado el punto del amor y al final es por eso que hacemos todo esto… por amor”.
-¿En verdad se acepta uno gay por amor?- se preguntó Leonard en aquel instante y ahora lo volvía a hacer- amor no es lo que busco, incluso sólo quiero satisfacción física, lujuria, sexo y nada más, pero…- la gran interrogante se hacía evidente. Sí. La respuesta era un rotundo “SÍ”, la gente acepta su homosexualidad por amor. Él mismo la había aceptado frente a Orlando, porque en aquel entonces le amaba demasiado. Aunque anteriormente había sentido lujuria por otros hombres, no se atrevió a lanzarse ante el pozo de la aceptación y la existencia bajo la tutela de la homosexualidad; fue hasta que conoció a Orlando cuando se dijo a sí mismo que valía la pena toda la contrariedad, el abuso social, la lucha contra el miedo, que valía la pena dejarse amar y tocar por un hombre que a la vez pudiera ser amado y tocado. Efectivamente se había enamorado –entonces vengo a decirme a mí mismo que estoy frustrado por un amor frustrado, ¿no?- pensó de forma risible –Orlando ya no me importa, pero cuando me enamoré de él y rompimos fue como si el mundo careciera de interés. Actualmente es distinto, actualmente no creo en el amor.
Ni en el amor, ni en la paternidad. No quería ser esposo de nadie, ni padre de nadie. Como una especie de reina virgen, de Elizabeth I, requería erguirse para ser su propio dueño, ser independiente con el tiempo, “No existirá ningún señor aquí –dijo Elizabeth I- sólo habrá una señora”, el problema es que Leonard era hombre y quizá se estaba aferrando demasiado a los sistemas de las feministas retro. Sin matrimonio o maternidad, sin el falo dentro o fuera del organismo, ¿se podía ser una mujer completa? Al final, si Leonard no fuera ni por asomo inteligente (como muchos de los homosexuales letrados y algo viejos que conocía) como para dedicarle su vida al estudio, si no podría llegar al grado de los eruditos o quizá lo hacía pero terminaba como Paco Vidarte o Michael Foucault, ambos bien muertos por causa del sida (aunque siempre pensaba que era una blasfemia compararse con tales teóricos del arte) ¿qué le queda al homosexual que no se selecciona como esposo, amante, compañero, pareja de alguien? Y ahora, gracias al aparente avance dentro de su país, hasta podría ser padre. Cuestiones que muchos de los homosexuales del pasado no podían más que soñar –Ellos no se podían casar- pensó- ellos no podían adoptar o fijar cualquier otro procedimiento para tener hijos… ellos tenían menos opciones para elegir, yo al contrario tengo más para desdeñar. ¿Estoy despreciando los avances de mis antecesores? Al parecer el homosexual pasa por etapas tan definidas como escalofriantes, tanto que seguimos sin hacer conciencia. Sólo queremos tener sexo, ir de fiesta, drogarnos y alcoholizarnos… eso es perfecto, pero ¿después? Creo que mis escasos veintiún años me encuentro en el “después”, después de drogarme, alcoholizarme, prostituirme, pasarla bien, pasarla mal, flagelarme, ¿qué sigue? Nada, un hombre gay no es nada sin su apología de la homosexualidad que se traduce en el sexo: gozar el sexo, tener sexo, presumir del sexo, untar el sexo; después, si se antoja, comprometer al sexo, regalar el sexo, casarse con el sexo de alguien más y que ese sexo te pertenezca. La unión por amor ¿o por aburrimiento?... ¿resignación?
“El matrimonio depende enteramente de la suerte”, le había dicho Jane Austen. Pero al parecer Leonard era un tipo sin suerte. Ya hacía un año que no se enamoraba, y si el matrimonio depende, según Austen, tanto de la suerte como del amor, entonces según la escritora británica (una de las favoritas de Leonard) él estaba jodido con todas sus letras. Estaba en el más allá. Allá del alcohol, allá de las drogas, allá de la fiesta, allá de la suerte, del amor, más allá del compromiso con cualquiera porque no tenía con quién estar comprometido. Ya tenía más de un año que se aceptaba como gay, que gozaba como tal y que sin ningún afán, también tenía un año estando soltero.

viernes, 1 de octubre de 2010

El editor, el guionista, su director y Sid el punketo (Parte II)

Terminando una pieza tridimensional a la cual no sabía si quería o no ponerle una base como tal, Leonard divagaba entre el basamento y el pedestal. Si le ponía una base subordinaría al objeto a un espacio determinado y entonces no importaría el lugar, aula, galería, su misma habitación, donde se le pusiera sería un objeto aparentemente independiente; no obstante, si optaba por colgarlo del techo, la historia sería distinta. El asunto se remitía a la colocación, aunque el discernir e identificar tal asunto en su cabeza de nada le servía al momento de actuar. Por lo regular la teoría le servía muy bien para inspirar la pieza, pero la cuestión técnico/manual siempre se le dificultaba, terminando por remarcar sus dificultades como intento de artista… así que se sentó a ver “Ciudadano Kane”, como alguna vez le dijo Virginia Woolf: es bueno recurrir a los clásicos, siempre tenerlos a la mano.
Por lo mismo era un clásico de Leonard intentar disociar las cosas cuando le pesaban demasiado, prueba de ello es la postergación de la pieza para dar paso a la película… así como sus renuentes patrones personales interrelacionales.

Lo curioso de los patrones personales, e incluso de la verdad misma del existir, es que sin importar el conocimiento que se tenga sobre ello, sencillamente no se puede hacer nada al respecto pues están muy adentro de nosotros.
El patrón relacional de Leonard era que le gustaban dos clases de hombres:
-Los letrados y sofisticados.
-Los inmaduros y alebrestados.

Nada podía hacer con ello como verdad aparente. Sabía que en su mayoría los letrados eran ariscos y poco flexibles, incluso salió alguna vez con un hombre que bien le dejó por un documental sobre la vida de Rosario Castellanos… y no es que a Leonard no le gustara Castellanos, la amaba, el problema es que esta clase de hombres se apasionan más por la estratificación de su ego que la relación con las demás personas. Aquella ocasión conversando con el individuo, Leonard comentaba sobre sus gustos, a lo que el otro tomaba cada palabra como un reto particular. Si decía Woolf, el otro Castellanos; si decía “me gusta escribir”, el otro decía “yo leo y escribo en inglés”; si comentaba que le gustaba el cine, el otro contestaba que estaba especializado en cine mexicano; el colmo fue cuando su cita le preguntó “¿Y entonces por qué no tienes novio?”, a lo que torpemente Leonard contestó: Porque creo que idealizo un poco a las personas. Así el chico dijo que él también lo hacía, describiendo uno a uno sus exnovios y la razón por la cual terminaron, enmarcando los defectos de todos esos hombres con un tono gravemente altanero. En esa ocasión Leonard supo muy bien que era momento de retirarse.
Por eso cuando conoció a Ludwing intentó no ponerle mucha atención a toda su carrera de escribano, fotógrafo, editor, gran estudiante de postgrado; caminaron juntos dos cuadras del parque a la galería, tiempo suficiente para empezar a idealizar al editor; otro patrón en Leonard. Entrando a la galería se separó de él para no erguirle un pedestal.
-Gracias Lud- dijo Leonard aquella noche no tan lejana- tengo que ir a ver a unos amigos.
-Estaré por aquí dando un vistazo, pero dudo que mi opinión cambie sobre la obra.
-La mía tampoco lo hará, créeme- se despidió estrechando la mano de aquel glorioso editor, para ir en busca de Orlando y decirle que su tiempo ahí había caducado.
Tardó un poco en encontrarlo, pues a pesar de ser una pequeña galería, empezó a llegar más gente, una un poco más alebrestada.
-¿Qué es todo éste gentío?- preguntó al llegar al lado de Orlando.
-¡Qué bueno que regresas! Estaba por ir a hablar con los integrantes de la banda- dijo Orlando con un tono de voz aterciopelado.
-¿Va a tocar una banda?, ¿no es algo poco elegante considerando que esto es un intento de exposición extremadamente snob?
-Bueno, ya viste que el “artista” que hoy expone es muy convencional dentro de lo poco convencional. Su hijo toca en una banda de música y les pidió vinieran para ilustrar al joven público.
-Igual ya me voy, es algo tarde y tengo escuela mañana.
-Yo también Leo, pero quédate un rato más por favor, no hemos platicado sobre nada.
-¿De qué quieres platicar?
-De todo, de lo que sea y lo que piensas.
-Eso no va a pasar, al menos por hoy. Así que nos vemos después- al exclamar esto, Leonard se precipitó hacia la entrada y se topó con un chico desgarbado, muy delgado y de tez blanca. Tal fue el golpe que el chico cayó al piso.
-Lo siento tanto- Leonard le tendió la mano al chico que tenía no sólo la ropa algo desgastada, sino también el cabello bastante descuidado.
-¡¿Mucha prisa?! ¡Eh!- le amenazó el muchacho mientras se incorporaba- verás semejante hijo de puta que todos ustedes son una mierda.
-En verdad no quería tirarte- aunque Leonard sabía el accidente era su culpa, no se resignaba a ser insultado por un chico bastante insulso.
-Bueno, no hay tanto problema- dulcificó la voz aquel chico cuando se vieron a la cara fijamente- la gente es así y yo soy un bastardo bastante estúpido. ¡Ah!, Sid- el chico le tendió la mano de una forma burlesca, no en una tónica de burla hacia Leonard, sino al mismo hecho de presentarse.
-Leonard- dijo éste al estrecharle la mano.
-¿Y por qué te vas?, ni siquiera ha empezado la banda ¿eres de esos que vino a ver la mierda de la exposición?
-Sí, soy de esos.
-Oh, lo siento- fingió pena aquel muchacho- pues no entiendo ni mierda de arte, pero me gusta la música. Yo también tengo una banda, soy baterista, me jode que hagan sus toquines en lugares como éstos.
-Bueno, igual ya me iba.
-Te acompaño, ¿a dónde vas?
-A mi casa chico, y no necesito compañía.
-A ver Leo. Tú me tiraste así que me debes algo.
-Eres un total extraño, sólo sé tu nombre que ni siquiera creo sea el verdadero.
-En verdad me llamo así, mis padres estaban locamente obsesionados con Sid Vicious, hasta querían ponerme Simon John y mamadas como esas, pero mi madre le dijo a mi padre: te jodes y se llama Sid, nada de Simon.
-Muy diplomática tu madre.
-Lo era, ya murió hace como cinco años. Vivo solo con mi padre, bueno y tengo un medio hermano que mi padre se roló cuando mi madre se murió, creo que se fue a coger piadosamente y le salió mal, pero ese bastardo no cuenta. ¿Ves? Ya sabes varias cosas de mí.
-Ciertamente cosas aterradoras.
-Eres un puto anacrónico con el lenguaje.
-Y me sorprende que sepas utilizar la palabra anacrónico.
-Mira, que sea punk no quiere decir que sea estúpido- entonces Sid jaló a Leonard del brazo hacia la salida de la galería.
-No creo que seas punk. En mi poca experiencia con los de tu especie, los punks están bien muertos, lo que tienen ustedes es una mera necrofilia social.
-Pues los cadáveres no son especialmente lo mío, pero yo si te daba si estuvieras muerto.
-¿Qué?- Leonard no pudo dejar de alebrestarse con tal afirmación. Ese chico parecía sacado de una película de Hitchcock, requería huir de él, lo cual ya se sentía patético pues era el tercer hombre del que corría en una sola noche.
-Era broma. No estoy enfermo y no soy peligroso, déjame acompañarte a donde tengas que ir, al menos a tomar tu taxi o lo que sea que tomes a éstas horas. Me lo debes.
-No te debo nada. Estás enfermo.
-Tan enfermo estoy pero sigues hablando aquí conmigo.
Era cierto, existía algo en el tal Sid que intrigaba y atraía tanto a Leonard. Era otro patrón del cuál no podía despegarse, ese gusto por los chicos inmaduros y alebrestados.
-Iré a tomar mi autobús a unas cuadras de aquí y nada más.
-¿No eres de aquí? ¡Ves!, tú eres el que no me ha dicho nada. Corro peligro a tu lado, ¿y si eres un tipo de esos que van bien arreglados y resultan secuestradores? Me estoy exponiendo al acompañarte.
-Siempre puedes no hacerlo.
-Es broma, es broma ¿por dónde es?
Sid hablaba demasiado, incluso para Leonard, sin embargo era un chico bastante agradable y se notaba que era homosexual, al menos bisexual. Dentro del camino le hizo un par de propuestas algo indecorosas a Leonard, quién después de todas sus experiencias con los hombres, prefirió ignorar. Tenía una sensación de peligro al lado de aquel intento de punketo, sin embargo le atraía dicho vórtice. Intercambiaron números telefónicos y después Leonard tomó su autobús no sin antes recibir un abrazo bastante expresivo por parte de Sid.
-Si no me llamas o mandas mensaje en la semana, ¡entonces yo lo haré!
-Como gustes.
-Eres un puto anacrónico.
-Soy un clásico- dijo Leonard antes de partir.
-¿Y qué? Los clásicos se deben tener a la mano ¿Qué no?
-¿Quién te dijo eso?- se sorprendió bastante Leonard al escuchar eso de los labios de un extraño
-Pues nadie, sólo que los clásicos siempre serán clásicos, no se les puede desdeñar- después le guiñó el ojo y Leonard se fue con esa imagen en la cabeza.