lunes, 22 de noviembre de 2010

La vida es hermosa

No podía dormir. Estaba cual Elizabeth Bennet postmoderna con un libro en el regazo y al fondo escuchaba “Comforting Sounds” del grupo musical Mew. Debía escribir un par de ensayos, idear piezas, pensar en qué usaría la próxima vez que viera a Sid, ya había quedado con el chico punketo. Tenía tantas cosas en la cabeza pero nada parecía importarle. Leonard estaba en estado catatónico.
La escritura se le estaba complicando, el arte conceptual también. La verdad era muy distinta a lo que le había dicho a su amiga Samantha; el semestre, aunque monótono al inicio, ahora no le dejaba dormir por la preocupación y a momentos le regresaban las ganas de vomitar. El Señor D se había largado a quién sabe dónde. Lejos, muy lejos estaría follándose a un par de jóvenes extranjeros o nacionales, made in presta-pronto. Todos esos hombres gustosos de sexo anónimo, fácilmente vendibles por una línea de cocaína. Leonard se sentía como un tonto. Había sido traicionado varias veces en toda esa semana. Traicionado primeramente por él mismo, pues confió en personas que no debía; después fue traicionado por el Señor D que se fue sin avisarle. Cuando él lo buscó resultó que ya se había ido de viaje –Aún cuando quedó de esperarme hasta el fin de mes- se recriminó. Le traicionó Ludwig ahora que veía los carteles pegados en la facultad sobre la nueva ponencia acerca de “Diane Arbus”. Resultó que Leonard le ofreció no sólo su ensayo, sino también todas sus imágenes de archivo. De algún modo no eran muchas pero representaban un año de trabajo. Le había facilitado las imágenes para una revista digital y ahora hasta daba ponencias con ellas. De algún modo le traicionó Eliee la última vez que presentó un trabajo final dentro de una clase, ya que utilizó datos personajes de la vida de Leonard para criticarlo… de otro modo, Leonard se sentía un tonto por no estar molesto con nadie más que consigo mismo. Pero ya había aprendido a responsabilizarse de sus acciones así como sus emociones. Su amiga Karen le dijo alguna vez: “Se tiene que ser responsable de las propias emociones. Yo decido a quién amar, decido si me dejo llevar por los sentimientos o las emociones. Decido que las cosas pasen. Por todo eso tengo que responsabilizarme”.
-Responsable por lo que se escribe- pensó sentado en su cama y con las “Cartas de amor de la monja portuguesa” en sus manos –responsable por lo que se dice… por las palabras que se sueltan al aire, que a pesar de no quedar registradas adquieren un poder inimaginable. El lenguaje escrito tiene la ventaja de conservar cierta objetividad inmediata. Las palabras habladas no. El lenguaje oral se subjetivista, se pierde, se reinscribe en la memoria o se olvida momentáneamente. No sé qué es más peligroso- apartó su libro de la monja portuguesa. Iba justo al inicio cuando ella le pregunta a su ex amante mediante una carta “¿Cómo es posible que recuerdos de tan dulces instantes se hayan convertido en tan amargos y que contra toda naturaleza, sirvan solamente para desgarrarme el corazón?” –Seguramente muchos tacharían de intensa a la monja- sonrió al pararse y dirigirse a su computadora para apagarla y así intentar dormir un poco. Unas horas, no pedía mucho. Los ojos le ardían –La crítica ha acogido bien al libro… ¿pero qué sabe la crítica? No sabe nada. Le adoramos tanto como le odiamos. Y la monja ahí pone sus emociones por escrito pues era la única manera de hacerle llegar sus sentimientos, reproches y reclamos al hombre que era objeto de su amor y deseo. La monja no tenía más que escribir o callar, el gritonear con alevosía no le era permitido. ¡Aventar un florero!- tuvo que contener la risa estruendosa. Eran las cuatro de la madrugada y el resto de su familia ya se encontraba durmiendo- Karen también le dijo que esa ya no era la época de Ana Karenina, los trenes ya ni existían. ¡¿Dónde están los trenes justo ahora?!- rió por lo bajo - ¿dónde está el aparente espíritu suicida tan facilón que antes me rodeaba?, ¿por qué ahora que todo me sale mal igual deseo seguir viviendo cuando antes a la menor provocación deseaba tirarme por la ventana?- volvió a la cama para recostarse- ¡ah la vida y el deseo de vivir!
Recordó a Catalina Howard diciendo “La vida es hermosa”, pensó en Catalina Howard deseando estar con su amante y no con el rey, creyó ser Catalina Howard orinándose antes de morir decapitada. Pero Catalina Howard estaba muerta a los dieciocho años yaciendo en la cima del eurocentrismo como quinta reina de Inglaterra. Catalina Howard… torpe Catalina Howard que confió en Cromwell aún cuando fue ese hombre quién abandonó a su prima, Ana Bolena, ante la guillotina; tonta Catalina Howard que creyó Enrique VIII le amaba de verdad; estúpida Catalina Howard que tomó como confesora a Lady Rochford, esa dama que traicionó a su esposo porque era gay; amargada Catalina Howard con menos de veinte años y apenas conoció el amor con Thomas Culpeper, pero eso sí, cuán feliz debió estar al acostarse con tal mozo.
Pensó en Catalina Howard, pero no como reina desleal, sino cual chiquilla, moneda de cambio frente a lo social y lo político, una niña boba que carecía de educación en comparación con su prima la Bolena; esa Howard cuyo tío la puso en el palco para ser decapitada. Pensó y repensó que todos eso reyes y reinas eran gente simple, común y corriente. Siempre los había visto así, sólo que tenían roles mucho más subjetivos, el peso de una nación por aparente decreto divino, toda una concepción llena de expectativas prestas por las mayorías y las minorías dentro de un tiempo donde la sublimación no llegaba a niveles extremos –Claro, claro, pobres de ellos ¿no?, pobre Howard ¿quién le hizo tan puta como para tener una vida licenciosa?- pensó con ironía- si tan siquiera la vida de esas personas fuera realmente hermosa, pero seguramente sólo era vacía…
Pensó, antes de quedarse dormido, que ojalá no fuera siempre juzgado porque le gustaran esas historias de reyes y reinas, cortes y culebrones sociales, historias de gente en el poder, gente que le parecía interesante por inercia pero al analizarlo tenía un discurso racial. En el mundo del arte, al parecer, los gustos, las influencias y todos los pensamientos (aún los personales) debían ser políticamente correctos. Tanto que se asimilaban a una corte de los Tudor. Todos deben decir lo que se quiere escuchar. Lo demás está fuera de lugar y es banal.

jueves, 11 de noviembre de 2010

La importancia de un viernes por la noche

Para un viernes cualquiera de la vida anterior de Leonard (que se enmarca en el bachillerato y los primeros dos años de su carrera estudiantil) era normal quedarse en su casa o departamento rentado a leer o escribir sobre cualquier cosa, e incluso poco le interesaba. Una vez asistió a una mesa redonda donde alguien dijo: “Se sabe que ya maduraste cuando llega el viernes por la noche y no esperas a que suene el teléfono para concretar una salida social”. En efecto, Leonard, cuanto tuvo escasos dieciocho años (y no es que ahora tuviera muchos más) se sentía lo suficientemente maduro para saber hacia donde quería que su vida ascendiera. Todo dependía de los planes y la dedicación, sin realmente interesarle los sacrificios que dentro de su juventud tuviera que hacer.
Posteriormente su tercer año en la facultad fue un desastre descomunal. Sus objetivos de vida cambiaron como quién edita el texto final de un escritor amateur. Drogándose, alcoholizándose e incluso prostituyéndose, encontró una forma de sublimar sus tenciones sociales; asistiendo a varias fiestas, inauguraciones, bares, antros, cocteles y distintos tipos de centros nocturnos; parecía que la vida al fin de cuentas no tenía sentido si alguien no le llamaba el viernes por la noche para salir. Pero ahora en su cuarto año de universidad y posiblemente el último, las cosas habían cambiado de forma radical, y paradójicamente, usual.
Volvió al intento de madurez frustrada, ¿realmente quería convertirse en un gran escritor y quizá un buen crítico de arte?, antes estaba muy claro, podría decirse que la frase “Crítico de cine” era sinónimo de “Conquistar al mundo”, pero ahora con su gusto por el ocio, sumergiéndose a diario bajo la tutela de textos teóricos del arte, no tenía más que preguntarse: ¿realmente para qué sirve todo esto?

Llegó el viernes por la mañana y se arregló el cabello en una coleta; asistió a su clase histórica y después terminó un libro sobre teoría visual de una escritora muy crítica y vehemente; entregó el plan de su proyecto preliminar de fin de semestre para una de sus materias con contenido escultórico; todo parecía perfecto… todo parecía tan aburrido. Fue cuando recibió un par de invitaciones para salir, todas y cada una de ellas en la ciudad de provincia donde estudiaba, el único problema: no tenía dinero.
Cuando un chico logra tener todo lo que desea gracias a la prostitución (ya sea la intelectual al vender sus proyectos, o la carnal al usar su cuerpo) es difícil que una vez dejada atrás esa etapa de vendimia social, no pueda tener nada, y mucho menos en esa semana. Era ligeramente miserable… pero sólo económicamente.
En todo lo demás las cosas iban muy bien, escalofriantemente bien, le asustaba la aparente estabilidad estudiantil que había obtenido, pero que sin embargo estaba a punto de comprometer muchos de sus proyectos por cuestiones monetarias. Sin empleo en revistas independientes, trabajo constante, becas por venir, o cualquier otro tipo de remuneración económica, Leonard estaba en un apuro económico, se había convertido en el niño enteramente dependiente de mamá y papá, y eso era algo que detestaba, así como temía.
Tuvo que decir no a todas las invitaciones para aquella noche de viernes –De cualquier forma no tendría manera de conocer a alguien distinto- se dijo para consolarse torpemente. Era cierto que estaban ahí los dos hombres “nuevos” dentro de sus avatares lascivos, Sid y Ludwig no eran más que una opción de sexo oportuno, nada emocional. Se preguntaba si acaso el chico punketo no era muy peligroso, mientras que el editor quizá era heterosexual, o un bisexual con ganas de jugar. Ya había vuelto a ver a los dos después de aquella exposición de fotografía. A Sid en uno de sus paseos por el centro de la ciudad, mientras a Ludwig lo saludaba en el pasillo de la facultad. Nada sustancial, hasta que ambos le invitaron a salir y tuvo que negarse, ¿era posible tanta belleza desplomada de lo sublime a lo grotesco? Al parecer sí, como decía aquella canción de Garbage: Si Dios es mi testigo, Dios debe estar ciego.
No tuvo más opción que revertir la ecuación, pues si nadie le llamaba entonces sería el quién tomaría el teléfono para hacer el llamado social. Le marcó a Samantha y quedó de verse en un pequeño café dentro de la ciudad donde vivían ambos. No era una salida nocturna, pero al menos no pasaría mal la tarde.

Samantha pertenecía a las dos amigas más íntimas y cercanas de Leonard. Entre Susana y Samantha, Leonard se sintió lo suficientemente a gusto para terminar el bachillerato, desde entonces se conocían y platicaban de todo en poco tiempo. Se veían en intervalos de dos a seis meses. Los tres, dentro de su lenguaje personal, se habían propuesto conquistar el mundo. Leonard como escritor; Susana como médico; Samantha como publirrelacionista. Tres jóvenes que se creían inteligentes y capaces de patear los traseros necesarios para triunfar. El único problema es que ahora uno de ellos había desertado.
-Estoy embarazada- le dijo Samantha mientras Leonard le tomaba su café con leche.
-No puedes decirme eso mientras tomo algo caliente, debes soltarlo con cuidado- Leonard dejó su taza de café en la mesa, se limpió los labios e intentó controlarse- ¿Y la escuela?, sabes de quién es ¿verdad?
-Claro que sé quién es el padre. Estamos viviendo juntos desde hace un mes y ahora abrimos un pequeño negocio muy modesto.
-Prácticamente me perdí de todo un capítulo de tu vida.
-Sí Leo, pero siempre estás ocupado con tus proyectos de la escuela.
-Es un semestre muy ligero… hasta económicamente- Leonard torció su boca y desvió la mirada de su amiga.
-¿Sigues con problemas económicos?, ¿No los tenías desde antes que iniciara el semestre?
-No tenía problemas económicos, pero después lo gasté todo en el internado, tú sabes, historia vieja.
-No tan vieja. No puedes quejarte, tú no me dijiste que te recluirías hasta que saliste del internado. No contestabas el teléfono, no estabas en casa, no tenías departamento, tus padres me dijeron que te fuiste a una especie de viaje o retiro, me sorprendió que con toda la vigilancia que te tenían no te preguntaran nada.
-Lo sé, fue cruel, pero también era algo que tenía que hacer yo sólo sin intervención de nadie, no te enfades más de lo necesario.
-No me enfado. Sólo digo que no te molestes porque no te dijera sobre mi embarazo.
-Y tu nuevo aparente esposo, así como tu nuevo negocio, ¿qué sigue?, ¡¿Qué dejaste la escuela o algo así?!
-Me di de baja temporal…- la frase de Samantha realmente no estaba terminada, de hecho, las vidas tanto de ella como de él jamás estaría concretadas a esa edad, era sólo un pequeño esbozo aquello que delimitaba su existencia. El punto era que ahora Samantha lo estaba cambiando todo por aquello que ellos mismos habían despechado en su juventud, espacio temporal donde eran lozanos e inteligentes que pretendían no tener relaciones amorosas. Ninguno de los tres se enamoró en el bachillerato, sólo tuvieron relaciones esporádicas, y aunque Leonard tuvo un amorío con Cecelia, no podía dejar de pensar que entre amar y amante había una gran diferencia. Por su lado Samantha salía con hombres adinerados que le pudieran ir a recoger a la escuela y llevar a cenar a costosos lugares, mientras Susana se consagraba a sus estudios.
-¿Entiendes lo que estás diciendo?- preguntó Leonard sin mayor interés que en una respuesta en específico. Quería que Samantha le dijera: “Sí, entiendo que estoy arruinando mi vida, porque al darme de baja temporal en una escuela como la mía, que es un internado, no podré separarme después de mi hijo y que me estoy atando a un hombre gracias a éste nuevo negocio que abrimos juntos”, pero sabía que eso jamás pasaría ¿era acaso que Leonard se prestaba como el único feminista sobreviviente de aquella triada?
-Es muy simple. Abrimos el negocio para tener fondos para cuando nazca el bebé, después de que el bebé pueda despegarse un poco de mí, terminaré mi carrera.
-¿Cuándo pueda despegarse un poco de ti?,¿ quieres decir que hasta que termine la universidad o cómo? Además, no pensé que éste chico con el que estás fuera el definitivo, tú que querías un tórrido romance y no una relación lineal.
-En ocasiones es mejor lo seguro- se remitió a contestarle Samantha.
-No es nada seguro- Leonard agitó la cabeza así como su coleta de cabello- no tienes la carrera terminada, ese negocio no sabes si fructificará más allá de lo requerido, y ese chico… es lindo pero…
-Entiendo tu renuencia Leo, pero no todos buscamos al hombre imposible.
-No estoy buscando al hombre imposible.
-Pues ya dejaste pasar a varios.
-Tengo veintiún años, ¡puedo dejar pasar a todos los hombres que me vengan en gana! Ninguno ha demostrado ser lo suficientemente especial, además, ya sabes que por el momento no creo en el amor.
-Dices “por el momento”, como si eso fuera a cambiar de inmediato o de un día para el otro de forma mágica. Entiendo que Orlando te lastimara tanto que ahora saltas de cama en cama, pero debes darte una estabilidad, al menos económica.
-Sam, sólo porque has estado muy ausente en mi vida tanto como yo en la tuya, pero ahora soy muy estable. Efectivamente no he salido con ningún hombre, ni con mis amigos porque no tengo dinero, y hasta cuando te llamo apenas puedes darme un par de horas porque tienes asuntos que atender.
-Leonard, ese eres tú. Nunca tienes tiempo para nadie que no seas tú. Por eso no sales con nadie, por eso te aseguro Orlando tuvo que ir a parar a los brazos de Edgard pues no le complacías ni en tiempo.
-En cuestión de relaciones, sólo las personas involucradas en ellas saben qué es lo que sucedió dentro de la relación.
-Mis prioridades han cambiado. Voy a tener un bebé, deberías alegrarte no ponerte celoso porque nuestra vida de solteros caza hombres terminó. Ya no quiero conquistar al mundo como al parecer tú sigues obstinado en hacerlo.
-Somos muy jóvenes- Leonard se entristeció ¿en verdad Samantha estaba arruinando su vida o sólo era mucho más madura que él?, ¿y si no había nada más que el juntarse con el aparente amor de su vida para tener proyectos en común? ¡Pero si él no creía en esa clase de amor! Se negaba a creer que la vida se definía en la década de los veinte años como muchos teóricos, pensadores e incluso profesores se dignaban en profesar.
-Soy mujer, mi tiempo es distinto al de un hombre gay.
-Jamás te vi como una mujer de esposo, hijo, negocio, estabilidad…
-Estancamiento ¿no?
-¡No puedes hacerlo!, ¡no puedes dejar la escuela!
-Leonard, está decidido, ya hice mis planes y te estimo, pero no tenía que ir a consultarte mis elecciones. Tú ni siquiera te puedes mantener o tener una relación estable, eres un gran estudiante, eso nadie te lo quita, pero ya va siendo momento de proyectar todas esas grandes ideas en algo específico, ¡se realista!
-¡Ni siquiera he terminado la carrera!
-Y después no habrás terminado tu primer postgrado o el segundo, y estarás como esos investigadores que tanto criticas cuando lo que ahora te interesa es la creación.
-Creo que nuestros tipos de vida ya no son tan compatibles después de todo.
-No creerás que las cosas seguirían igual que en el bachillerato. Como siempre dices, éramos tan jóvenes.
-¿Pero por qué parece que ya no lo somos?
-Lo seguimos siendo, pero de alguna forma toda esta loca sociedad nos ha hecho madurar de una forma mucho más acelerada. Leo, es momento de dejar los libros, lo sabes y lo hiciste por un tiempo, sencillamente no pudiste con eso.
-¿Y lo sabe Susana?
-No, y no se lo digas. Quiero que lo sepa por mí. Si tú diste el grito en el cielo, con ella corro el riesgo de que me retire su amistad.
-No es para tanto.
-Lo mismo digo con respecto a tu reacción. Pero ya sabes que ella no cree en el matrimonio, mucho menos en los hijos o el estar con un hombre por mucho tiempo si esto trunca tu educación. Como tú, pero algo más exacerbado.
-Lo sé- Leonard terminó su café. ¿Cómo podía ser que dos personas que habían vivido tanto, experimentado infinidad de cosas, en especial Samantha con sus constantes viajes, ahora se veían bajo el régimen de establecerse?, ¿era el momento para que la fiesta se consumara, que el teléfono de los viernes por la noche dejara de sonar?, ¿era momento de madurar?

jueves, 4 de noviembre de 2010

Chéri, juventud sin dinero

Lo bueno de la juventud puede remitirse fríamente a las ventajas visuales de la misma. Cuando se es joven se puede tener un buen cuerpo (al menos uno delgado), cabello radiante, gran fuerza, mucha energía, una mente perspicaz, cutis limpio y sin arrugas, pestañas muy rizadas, estómago firme, cabida para el alcohol necesario, vomitar lo más que se pueda en una noche y al día siguiente despertar cansado pero firme como una roca. La vida parece que no alcanza, la fiesta puede nunca terminar.
El problema de la juventud, o los jóvenes en su mayoría, es que no se tiene el dinero requerido para explotar todas las capacidades que desbordan la lozanía de los veintiún años, salvo se tenga un empleo adecuado, unos padres muy solventes o te prostituyas por un tiempo, el dinero siempre escasea cuando se es joven. El conseguirse un amante rico e influyente también es una opción para ganar dinero, ya lo había dicho Ana Bolena “El amor no es nada sin poder y una posición”, pero cuando se inserta al amante inadecuado lo único que se puede obtener es la completa disposición hacia la persona, pues se condena a la juventud.
Normalmente los amantes son viejos o algo grandes, Leonard lo sabía muy bien cuando estuvo un tiempo con el Señor D, quién le pagana no sólo para estar a su lado sino también le llenaba de infinidad de regalos. El problema de ser el amante grande es que no se pueden hacer cosas de jóvenes y ahí entra la paradoja de la vida.
Cuando se es joven, se tiene toda la energía pero no el dinero; cuando se tiene el dinero, puede pasar que se sea demasiado grande para gastarlo en cosa de jóvenes, siempre existirán otras exquisiteces en las cuales dedicar la ganancia monetaria, pero la juventud nunca regresa y la pérdida se encuentra latente.
Leonard había accedido a una comida en un restaurante modesto en el centro de la ciudad con el Señor D. nada que le comprometiera, nada de sexo, nada de coqueteos… pero ¿entonces por qué estaba ahí?
Sentado en una mesa y con poca audiencia en su entorno, Leonard tomaba de su segundo vaso con limonada. Se había arreglado para exaltar todas sus virtudes visuales dentro de la juventud. Estaba leyendo “Mephisto” de Klaus Mann, la película de István Szabó le había encantado, el director húngaro era uno de sus favoritos en la historia del cine. La semana pasada terminó por prestar la película al único chico de la facultad que le atraía, pero éste sin interés no la había visto. Leonard estaba renunciando a los amores jóvenes, renunciando a que chicos de su edad se interesaran en él pues podían tener algo mejor, pero con hombres como el Señor D. ahí parecía un campo distinto. –El amor no vale nada sin poder o posición- se quedó pensando en una de sus reinas predilectas de la historia –Ana Bolena y sin cabeza- últimamente no se podía concentrar en sus lecturas, tenía tantas cosas en la cabeza que si las analizaba detalladamente se remitían a nimiedades. Ese “todo” mental que surcaba sus neuronas, era un “todo” sustentado en la nada… ergo, sencillamente lo que le preocupaba era una nadería.
Se sentía cual tautología con patas. El chico escritor arribista, sentado leyendo una historia sobre un actor arribista. No había más. La juventud dentro del arte, sin dinero, no es nada. Los métodos que cada persona se asegura para la subsistencia son personales tanto como privados, aunque existan maravillosas asociaciones cuasi punkis para hacer proyectos colectivos, aún bajo todo ese altruismo de supuesta ruptura social, altanería juvenil y dislocación al sistema, al final todos ellos sobrevivían gracias al sistema absolutista del arte.
-Llegué tarde- dijo el Señor D, sacando a Leonard de sus pensamientos monetarios.
-Lo noto- cerró su libro y lo colocó al lado suyo, se puso de pié, estrechó la mano del hombre y le dio un beso en la mejilla. El Señor D. se quedó estupefacto. Leonard se volvió a sentar.
-¿Cambiaste tu frase de “lo sé” a “lo noto”?- preguntó el hombre mientras se sentaba tranquilamente- veo que ya ordenaste.
-Sólo un par de limonadas, nada importante.
-Está bien- mientras el Señor D. sonreía apaciblemente un mesero se acercó para tomarles la orden y después de un breve titubeo por parte de los dos, ordenaron algo sencillo –me alegra aceptaras mi invitación a comer. Por cierto, te ves muy bien.
-Gracias, primero por invitarme y después por el cumplido. Preferí vestir bien para que no tuvieras complicaciones en cuanto a tus comentarios sobre mis ojos, mi ropa, mi cabello y todas esas banalidades.
-No quería ofenderte el otro día en la cena de la editorial. Lo que me recuerda ¿estás con el editor ese?
-¿Ludwig?- Leonard se empeñó en mostrar cierta extrañeza frente al comentario, aún cuando sabía que sería de los primeros temas que saldrían a flote.
-Ese hombre. Te habrá contado cosas horribles sobre mí.
-Nada que no supiera de antemano.
-¿En tan mal concepto me tienes?
-No realmente- Leonard sonrió tranquilamente. Le estaba coqueteando con cada conducta. La facilidad dentro de él para seducir a un hombre dependía exclusivamente del interés. Si el hombre en cuestión no le gustaba o atraía, entonces la seducción era sencilla, fingir le era fácil; pero si el hombre le atraía en gran manera, entonces Leonard se quedaba callado y reía tontamente, con la verdad no podía confrontarse descaradamente –Ludwig me está ayudando con unos textos, nada importante.
-Tu escritura es importante, no te degrades.
-Jamás has leído algo mío así que no intentes pulirte con los comentarios.
-Es verdad, pero alguien como tú debe escribir bien.
-No quiero incurrir en los errores especulativos que conlleva esa oración D…- era la primera vez que tuteaba al Señor D.
-Nunca me habías hablado por mi nombre.
-No te emociones- Leonard volvió a sonreír.
-No me emociono ni me ilusiono. Leonard, no te entiendo. Ya no te prostituyes y lo entiendo, ya no estoy casado, mi ofrecimiento principal sigue siendo el mismo.
-Me sorprende que llegues con total descaro y me propongas ser tu amante por manutención…
-No- le interrumpió tajantemente el Señor D. viva y tajantemente, no había nada insultante en dicha irrupción, sólo parecía concreto a la aclaración- no quiero que seas mi amante, quiero que seas mi pareja.
En ese instante el mesero se acercó y le puso su comida a cada uno enfrente de ellos. Leonard estaba ligeramente impresionado. Ser el amante de alguien era una facilidad eminente. Se amante representaba un contacto físico y sexual, una relación no estable y sin compromisos, ser amante de un hombre mayor era ser joven y con dinero. Pero al referirse a él como su pareja, entonces ahí yacía el problema medular de la relación; la pareja es compromiso, y Leonard no quería tener ninguna clase de compromiso con un hombre mayor.
-No puedo ser tu pareja, soy demasiado joven- dijo Leonard una vez que se encontraba lejos el mesero.
-Se es joven para muchas cosas. Me gustas Leonard. Creo eres un chico muy inteligente. Te puedo dar muchas cosas y creo lo tienes presente, pero sobre todo te puedo querer y mucho.
-No lo sé D… apenas te conozco- Leonard atacó fría pero calculadoramente su ensalada- aceptaría salir contigo, pero eso no te da ninguna clase de seguridad. Quiero salir con otros hombres.
-¿Estás enamorado de alguien más?, ¿te gusta Ludwig?, ¿te gusta alguien más?
-No seas tonto D… no estoy enamorado de nadie, eso es para los de corazón débil- Leonard volvió a sonreír- yo, por el momento no creo en el amor.
-Parece que te lo repites mucho para poder creértelo.
-Puede ser, pero lo que es verdad, es que no me he enamorado de nadie en mucho tiempo.
-¿Y que alguien más te guste, bueno, te interese?
-¿Qué edad tienes, doce?- Leonard fue lo más mordaz que pudo con su pregunta.
-Soné a un muchacho de veinte preguntándole a otro si acaso puede tener esperanza alguna.
Leonard se sentía un poco incómodo. Estaba ahí para utilizar al Señor D. quizá económicamente, tal vez sexualmente. Como en la película de “Chéri”, el joven atractivo que se acuesta con la mujer atractiva pero un poco mayor. Ella es una prostituta retirada, él es el hijo de otra prostituta. Belleza e ingenio tiene Chéri, el hombre joven; ella aunque un poco mayor también es bella, pero sobre todo, tiene dinero. Su relación funciona hasta que se enamoran, parece que la tesis de la película es que a una relación entre dos personas de edad dispar, el sexo y el dinero les va bien, pero el amor, eso sólo es un problema.
-La verdad es que no quiero volverme a enamorar. No va conmigo, sólo me saca de mis casillas, me hace irracional, sólo pienso en la persona y mi trabajo decae. Mis piezas, mi escritura, mis lecturas, me vuelto un inútil, aunque un inútil muy feliz.
-Parece que prefieres ser infeliz con todas tus piezas, tu escritura y lecturas antes que ser feliz por un tiempo.
-Creo estoy más cómodo estando decepcionado con el amor.
-La comodidad no trae felicidad.
-Pero sí tranquilidad emocional.
-Entiendo que no quieras y no puedas amarme justo ahora, pero si me das la oportunidad de que salgamos por un tiempo, quizá pueda cambiar tu visión sobre el asunto.
-No soy una cortesana que puedes conquistar con tus promesas de amor inefable e indeleble.
-¿Entonces por qué estás aquí?, presiento que estás confundido.
La confusión siempre es fácil de percibir en un rostro joven, aún cuando la cara pertenezca a un farsante. Leonard se encontraba perdido. Sin gran talento sobre las artes, careciendo de virtud alguna para todo aquello a lo pretendía dedicarse, siendo poco atractivo (más allá de las migajas visuales que le prestaba la juventud), sintió hundirse en la simplicidad de sus pensamientos y la nulidad de sus emociones, ¿era ese hombre el único hombre posible dentro de su vida? Prefería no verlo así, el único hombre en su vida era él mismo.
-Tienes razón, estoy confundido, por lo mismo no sé qué hago aquí- deseó poder levantarse de la silla, dejar el tenedor y unos billetes para saldar su cuenta con el restaurante, pero eso pertenecía al estilo de un Leonard que dramatiza todo en cada instancia. Debía ser un poco más maduro, aunque dicha madurez viniera de la mano con la hipocresía, el cansancio y la diplomacia. Métodos alternativos de miles de artistas arribistas que se adjuntan al sistema para poder sobrevivir.
En ese momento encestó dentro de su propio entendimiento la manera en que triunfaban muchos artistas jóvenes y sin dinero; artistas que se conseguían como “amante viejo” a un tutor, profesor, contacto que les apadrinara, y el término “amante viejo” no incurría en la correspondencia sexual, sino dentro de la misma analogía que se puede practicar al caso de Cherí y mujer/amante/ricachona. Todos estaban destinados a la vendimia por placer o sin él, la cuestión indicaba que la juventud por sí sola no obtenía nada –Depende del talento natural- pensó – y yo no tengo ningún talento específico más allá de actuar todo el tiempo, y ni lo hago bien. Una lástima, qué pena, ¡qué frustración!- Leonard en su exterior seguía comiendo sin mayor alteración corporal que la mano subiendo y bajando, la cadencia de la alimentación, el tenedor a su boca, la lechuga en el tenedor, el plato que contenía la lechuga; frente a él, se encontraba el Señor D. y con él la afirmación de que podía engañar a un hombre, dos, tres o los que fueran necesarios, pero si el único hombre en su vida era él mismo, entonces, ¿podía engañar al único hombre que importaba?, ¿se podía engañar a sí mismo?
-En vacaciones podríamos salir de viaje-dijo el Señor D. e irrumpió en los pensamientos de Leonard –puedes arreglártelas con tus padres, por lo que veo siempre lo haces, ¿qué les dijiste para irte esa noche con Ludwig?
-No tiene la menor importancia lo que les diga o no a mis padres, ¿o será que intentarás chantajearme con decirles algo?
-Eso es para neonatos, además, si les dijera de lo tuyo con el mundo, porque seguro no saben que te prostituías y acostabas con infinidad de hombres… bueno, si les digo lo que sé de ti, entonces seguro te restringirán todo, no podríamos salir y no te tendría para mí.
-El amor en cuestión es una cosa meramente egocéntrica. Me quieres a mí para ti, no es que requieras de mi compañía o desees mi bienestar. No tienes ni una fibra de altruismo, sólo quieres vivir tu reciente aceptación frente a la homosexualidad.
-¿Y tu prostitución?, ¡¿qué me dices de eso?! No creo que seas diferente, seguro te acostaste con Ludwig.
-Eso es irrelevante. De todas formas, yo no voy pregonando por el mundo que amo a la gente. Soy realista.
-Tienes veinte años.
-Veintiún años- Leonard sonrió cínicamente.
-¿Qué me dices del viaje? Siempre decías que te gustaría escapar. Tengo bastante dinero después del divorcio. Fija un destino, ¿París, Barcelona, Venecia?
-Escuché que Venecia se está hundiendo- volvió a sonreír.
-Podría ser tu salvavidas.
¿Podría ser? La tentativa estaba ahí, huir en las odiosas e insoportables vacaciones invernales al lado de la familia, ir a otro continente por primera vez, cual protagonista de “An Education”, querer a un hombre mayor, facilitarle las cosas… facilitarse las cosas.
-No lo creo, puede ser que Venecia se esté hundiendo, pero yo no.
Terminaron de comer y al salir del restaurante el Señor D. ofreció llevarle a casa.
-No gracias, tengo que ver a un amigo.
-¿Quién es? Si se puede saber.
-Se puede. Es mi ex novio Orlando, le estoy ayudando con su cortometraje, hoy vamos a ver las tomar preliminares y afinar su guión técnico, nada especial, lo difícil para mí será escoger a los actores- Leonard no sabía la razón de la última oración. Quizá le molestaba un poco saber quién le interpretaría en la ficción. Seguro sería un tipo atractivo y bien parecido, o quizá alguien horrible y detestable. Con Orlando no se podía ser intermedio, más bien se remitía a ser dicotómico.
-¿Te puedo llamar?
-No durante éste mes. Tengo fin de semestre y me gustaría estar concentrado en mis trabajos.
-Me parece bien, no tienes que descuidar tus estudios.
Ansioso de que no fuera otro error, Leonard le dio su nuevo número telefónico. Se despidió del Señor D. y emprendió su camino hacia el departamento de Orlando que se encontraba muy cercano a la universidad pero muy lejano del centro de la ciudad. Por primera vez en esa ciudad caminó por casi tres
horas hasta llegar a su destino. Tenía tanto en qué pensar y el caminar era algo que le había ensañado su escritora favorita, Virginia Woolf, para aclarar las ideas. “¡Y tendrás que gritarlas!”, le habría dicho ella, “Perderte en tus murmullos y sólo fijarte en que un pie esté delante del otro”. Sin importarle que la gente le viera mal, Leonard caminó murmurando por todo ese tiempo hasta llegar con Orlando.