jueves, 31 de diciembre de 2009

Tell me where it hurts

¿Y cómo serían sus días sin él?, ¿qué le depararía el mañana? Si acaso Leonard tuviera un doble sentido perceptivo o una visión de rayos X podría saber qué era aquello que yacía dentro de Orlando y así desligarse de las apariencias, la suposición que crecía en el interior del amante despechado, sin embargo todo había sido su culpa, ¿cómo pedir que no jugaran con él cuando su vida era pleno divertimento?

Deseaban con todo su corazón (si acaso quedaba rastro de él) que Orlando le hablara y dijera en lo que estaba pensando, aquello que realmente era, aquello que realmente quería, ¿era sexo, sólo eso? Intercambio de fluidos, culminación del amor, el intento de coito o como fuera que quisiera llamarle, ¡pero si Edgard no lo quería!, eso bien se lo podía decir, era una decepcionante alucinación en cualquier esquina en plena noche, una puta sin sol, porque las putas no tienen encanto a plena luz del día y los cortesanos brillaban mejor bajo la luz del candil. Edgard era un maestro del engaño con propósitos meramente ornamentales, no deseaba a Orlando, lo había dejado porque no representaba ninguna satisfacción, ya había pasado su “buen rato” haciéndole pasar un “mal rato” a los demás, de eso siempre estuvo consiente Leonard cuando lo conoció en primer semestre y estrecharon sus manos, la elegancia de Edgard, sus movimientos furtivos de hábil depredador, alta elocuencia proveniente de la labia del labio, toda una pieza de destrucción masiva en cuerpo de alabastro, pero con todo eso a Leonard le agradó la compañía de aquel joven afeminado, sexualmente sobrecargado, exponente de sus ideas sin aparente prejuicio y calculador de cada movimiento en su entorno. Se había dicho que quizá aprendería algo de él, no obstante lo único que pudo apreciar era su falta de interés ante la malicia de Edgard, no creó afinidad sino inmunidad, pero no con alto talante y jovial soltura, no era inmune por la tajante realidad que lleva al repudio instantáneo, más bien era un acto de disociación donde la vida de su amigo tan gay y tan burgués le empalagaba, embriagando sus sentidos llevándolo a la aceptación inmediata, así era Edgard, se decía, así suele desenvolverse, y entre tanta farsa creyó poder retarlo en un territorio bien conocido por él: la homosexualidad.

Si con sus veinte años poco había aprendido en el campo de los heterosexuales ¿qué le había hecho pensar que podría contra Edgard en un espacio que no conocía? Como si los confines del corazón se dividieran entre: gay y no gay; normal, anormal; Leonard había creído que las relaciones con los hombres eran similares que con las mujeres, un craso error que la había llevado a estar tremendamente triste día tras día. No se había entregado a Orlando únicamente porque la tabla de equivalencias no era… “equivalente”. Hasta antes de Orlando no había dado su corazón con entereza, la confianza y el cariño que existía en él. Curiosamente su mundo se había convertido en una persona y esa persona fornicaba alegremente con su ex amigo mientras él recitaba en su cabeza los pensamientos más hermosos del momento.
La contraparte era que a Orlando (al parecer) eso no le interesaba, el amor, el cariño, el corazón y las miles de millones de neuronas haciendo sinapsis por la entrega total anímica, intelectual y cuasi corporal eran poca cosa, Orlando quería un falo sin más.

Entonces Leonard seguía preguntándose aquello que realmente buscaba Orlando. Él había mandado al demonio a los demás, a sus preocupaciones tortuosas, se había expuesto, se propuso ¿experimentar?, ¿jugar? No, nadie era un santo, nadie era la persona perfecta que lo entrega todo, porque Leonard antes que nada había hecho una apuesta, después se estaba arriesgando y no precisamente por su pareja sino por él mismo. Regresaba a su cabeza el concepto de madurez, de hacer las cosas por uno mismo y después afrontar las consecuencias, pero ¡cómo dolía!, esto no era la amputación de una mano o un pié, esto no era la decisión de tomar un mal camino o tirarte con cualquier sujeto, no era el atropello literal y descaderase quedándose en silla de ruedas para el resto de la vida, eso que sentía dentro de sí era inefable, como el aire y ¿cómo se amputa al aire? Indivisible e incontable, sólo se siente, es incontrolable, el corazón late no por decisión propia, él hace su trabajo, un músculo que bobea y oxigena la sangre, la única forma de controlarlo era apagándolo, matarse, pero la idea del suicidio le estaba cansando, ya fuera porque era un cobarde, porque no podía, le faltaban agallas o sentía tener aún varias cosas por la cuales vivir, pero la puerta estaba ahí, era una suculenta tentación que en cualquier instante podría suceder.

-Yo jamás creí tener algo que ver con los hombres ¿no?- se decía Leonard en un susurro ahí en una casita de campo donde pasaría el año nuevo con sus familiares, sólo tenía un par de libros, una libreta y mucha tinta, a pesar de todo la navidad había sido fabulosa, pero el fin de año le estaba cayendo de peso - lo mismo se puede decir del suicidio, si creía que me condenaba con una cosa, con la otra es igual de sencillo, se toma, se hace y no hay vuelta atrás.

Recordó las blancas pastillas que se desmoronaban en sus dedos, las había conseguido para un trabajo final, pastillas, todas ellas caducas y por montones; entonces cuando las estaba acomodando para el trabajo vio su vaso con agua, después las pastillas, y al final aquellas píldoras que tenía en las manos, ¿sería realmente sencillo?, ¿sería posible creer que con la muerte se acaba todo? Nadie creería que sus pensamientos siempre giraban en torno a la muerte –Es un cliché, todo mundo lo hace- se decía mientras alejaba la idea de su cabeza, píldoras, ¡qué tontería!, lo único que sacaría sería un lavado estomacal y llamar la atención, eso no era lo que buscaba, si lo hacía, lo haría bien, no más, no menos.
En el verano lo había planeado todo, un procedimiento irrefutable, sencillo y sin premura. Subiría al último piso de la torre universitaria más alta, como estaba en construcción no tendría problema en acceder, diría que iba a tomar un par de fotografías porque le gustaba la vista (y era cierto) convencería a los maestros de la obra con una sonrisa, su usual tono de voz al que casi nadie se le negaba. Lo apreciaba bien, los hombres le verían con un poco de desconfianza, pero bajo el velo del infante interior así como la salpicadura juvenil no pensarían en nada malo, sería ahí el momento justo donde se acercaría al borde con su cámara fotográfica y ya, se tiraría, no vería hacia abajo, no dejaría el instrumento en el piso, no voltearía para ver la cara de los hombres (si es que se daban cuenta) nada de ello importaría y lo sabía, porque cuando estaba tan deprimido nada le importaba más allá de lo que sentía, querer desprenderse del sentimiento, pero no salía, no se podía quitar lo que no se podía tocar.

Recordaba la tentación de tomar las pastillas, no lo creerían de él, por ello no le habían negado el acceso a tanto químico encapsulado. “Leonard no se mataría”, “Leonard siempre se ve bien”, “Leonard es feliz y radiante”. Y ahora Leonard no sabía si acaso había sido amado, no sabía cómo debía sentirse, ni amado, adorado, valorado, que la gente creyera en él. Eso sí, sabía lo que era amar, le había entregado a Orlando su autonomía, se había vuelto adicto a su pareja pero eso no le bastaba –Amar a una persona más que a uno mismo es una forma de suicidio emocional- palpó con interés el libro que estaba en sus manos, no le prestaba la menor atención porque su ex pareja le inundaba el pensamiento –el amor es un suicidio o la madre de todas las dependencias- cerró su libro y pensó que al igual que la protagonista de aquel relato, quizá terminaría muerto en las vías de un tren.

La muerte regresaba a su cabeza, y eso era lo que le dolía: considerarla como la única salida
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jueves, 17 de diciembre de 2009

Michael Nyman, ¡mátame!

Leonard entró a la casa y lo primero que pudo escuchar fue una partitura que Michael Nyman había compuesto para la película “The piano”, la reconoció, era “Big my secret”.
Un escalofrío le recorrió el cuerpo entero, tiempo atrás no se habría permitido sentir tal impotencia, pero Nyman era una cosa en la pantalla y otra muy distinta ahí en la vida real, a unos metros de él las emociones lo desafiaban a sentir cada vez más, ¿de quién eran los dedos que tocaban el piano? La música cesó cuando Camille anunció su entrada.

Ahí Leonard empezó a perder el control, conoció a muchas personas en tan poco tiempo con tan pocos elementos y cual balde de agua helada entró en la habitación y se encontró con quién se hacía llamar Mika (en honor al cantante) un melómano sin remedio que hablaba sobre la importancia de la musicalización dentro del video digital, “porque no somos generación MTV, tienen que tratarnos con más respeto” repetía una y otra vez frente a Leonard; después estaba Gil, un chico que hablaba de sexo por cada poro “Y si hago una película porno ¿es arte?, ¿qué dices Leo?, ¿te gustaría escribir algo sobre mi película? Tal vez no haga el guión porque escribir no se me da, pero puede que me ayudes, bueno, tampoco haría mucho de dirección de actores o postproducción, la verdad es que quiero actuar, ya sabes, cojer”, Leonard sólo asentía con poca cordura; Armando estaba ahí, delgado y con un iceberg bañado con unas gotas de Vodka le intentaba aconsejar: “Si vas a estar en eso de los hombres con hombres más vale que te acostumbres a que te sean infiel, los hombres son pura pasión y nada más que eso”; después habló con Trish, un chico de cabellera larga y muy lacia, sobre los hombres que se creen mujeres no sólo en la cabeza sino que lo llevan en el vestuario “Son jotas, jotas, jotonas” le decía Trish, “No entienden que nacieron hombres y que les gustan los hombres, que no son mujeres buscando a un hombre, no todos los hombres desean mujeres que antes eran hombres, es limitarse el mercado, ya no es que te gusten sólo hombres, sino también hombres que deseen a mujeres cuasi hombres”, Leonard no tenía palabra alguna, al parecer se había metido en el Bloomsbury equivocado, pues la situación empeoró un poco cuando Orlando lo dejó para ir conversar con su ex pareja: Dorian.

Dorian era un joven atractivo que se dejaba ver sin mayor premisa más allá de ser “hermoso”, no porque realmente lo fuera, sino porque su pose lo delineaba todo. Se sostenía en un solo pié, el otro lo cruzaba ligeramente y apenas rozaba el suelo pero aún así no se veía desequilibrado, sonreía de forma natural y su mano derecha giraba acompasada con su voz, después meneaba la cabeza al ritmo de un suspiro, ligera y sin exageración alguna, con la mano izquierda acomodaba su cabello y subía sus hombros para denotar sensualidad; era un balseo corporal
, todo bien medido, todo bien cimentado en el arte de la seducción, Leonard se sintió desposeído de todas aquellas artes que jamás le fueron dadas, aún frente a las mujeres y ahora entre los hombres él no poseía nada. Entonces conoció a Murat.

-¿Y cómo era Nick?- le dijo una voz detrás de él.
-Amable y dispuesto a llevarme a todos los eventos sociales que le complaciera… ¿o te referías a otra cosa?
-Tranquilo Leo, que todos hablen de sexo no quiere decir que me interese también a mí- el chico hizo una pausa y se presentó- soy Murat, mis padres deseaban ponerme Marat, como el revolucionario francés, pero la trabajadora social, enfermera o lo que sea, no escuchó bien, es lo malo de hacer el registro a las cuatro de la madrugada donde no se sabe si es muy temprano…
-… o muy tarde- terminó la frase Leonard.
-Exacto.
-Nick y yo no fuimos más que amigos, no es un rodeo, es la verdad.
-Te creo Leo, ¿pero cómo tuviste a Nick tan cerca y no hiciste nada?
-En verdad que Nick no me gustaba, de hecho hombres sólo Orlando.
-Eso es tan dulce, no se lo digas a Armando, te dirá que los hombres son hombres y que la fidelidad no existe entre nosotros.
-Creo que lo lastimaron mucho en su relación pasada ¿no?
-A todos nos han lastimado en nuestras relaciones pasadas.
Leonard hizo una mueca, la típica mueca de las relaciones fallidas.
-Ni que me lo digas. Creo que dañé a Nick. Por eso se vengó con lo de sus cuadros, salió en un par de artículos pero siento que todo mundo se enteró.
-Aquí te conocieron afondo por tu retrato, que no te hace justicia.
-Nunca antes me habían retratado. Podría haber sido agradable si no fuera por la trágica acusación de acoso tentativo sexual.
-Quería vender y vengarse, dos pájaros de un tiro con la misma “V”.
-Nick me agradaba pero era muy incisivo y algo acosador.
-¿Incisivo? Ten una cita con Trish y sabrás lo que es ser incisivo, siempre hablando de aquello que llama “Las jerarquías de la homosexualidad”, donde están las jotas, no tan jotas y las muy jotas, pero sí de acoso hablamos, puedes salir con Gil y no te dejará en paz durante un mes preguntándote porqué no saliste con él por segunda ocasión.
-Parece que ya saliste con todos, yo sólo con Orlando.
-No he salido con todos- fingió escandalizarse Murat- a Orlando no lo he tocado porque es muy reservado, no sale con cualquiera por miedo a que lo lastimen, es como un niño frágil y su aspecto de cadáver resucitado no le ayuda.
-¿Y sabes algo de un tal Petter?- preguntó Leonard con total descaro.
-¿El antrero que se corta en público? No te conviene, tampoco Orlando te conviene, de alguna forma estás sobre todos nosotros Leonard porque no tienes ningún vicio respecto a los hombres.
-¿Cómo sabes eso? Es una torpe insinuación.
-Mira a tu alrededor, todos hablan del hombre en esto y aquello, es peor que una mala serie estadounidense sobre mujeres alteradas.
Leonard rió un poco a pesar de no saber realmente sobre aquello que le incitaba a reír. Los hombres ahí eran un cúmulo de clichés, pero se exponían de tal forma pues no temían ser juzgados, y él se estaba entrometiendo en su intimidad ¿qué derecho tenía de criticarlos? Le intentaban acoger como si fuera… ¿parte de ellos?

El aparato de sonido empezó a tocar “El concierto en Mi menor” de Van den Budenmayer, la pieza musical la había puesto Dorian. Leonard sintió que su esencia le era robada, al ex de su actual pareja también le gustaba el compositor Holandés y no sólo eso, al terminar la partitura fue el mismo Dorian quién se sentó en el piano y empezó a tocar “The Sacrifice” de Nyman. Había sido él quién tocaba con total soltura las piezas de uno de sus compositores favoritos, Leonard no podía competir contra ello y derramó una tonta lágrima, aquel mismo escalofrío recurrente le tocó la sien y discurrió por todo su cuerpo al unísono con la única lágrima que había proferido. Dorian era perfecto, desde el nombre, pasando por la pose y terminado por sus habilidades, ¿qué había visto Orlando en alguien como Leonard que no era ni atractivo o talentoso?
El chico en el piano cerraba los ojos mientras terminaba la partitura, se la sabía de memoria y no había cometido ni un error. Leonard quería salir de ahí, la realidad le pesaba así que decidió cambiar de habitación, corrió por un pequeño pasillo, la casa de Camille no era muy grande y por lo mismo era acogedora. Caminó lentamente mientras escuchaba como Dorian terminaba de tocar, y si aquel muchacho tenía las virtudes musicales de Ada, la protagonista de “The piano”, Leonard obtenía el sentencioso silencio de la misma mujer pero sin el don musical. Llegó al final del pasillo y se encontró con Edgard.

-¡Llegaste!, me preguntaba cuándo sería el día en que te vería por aquí.
-¿Tú también perteneces a la jaula de las locas?
-Prefieren llamarse el Bloomsbury ¿sabes? Tú, Marques de Merteuil. Perdiste.
-¿Perdón?, ¿perder?
-Sí, perdiste, yo sé que no sabes nada y que seguramente Orlando no te quería traer aquí, pero es aquí donde nos vemos.
-Pero qué sucio juegas Edgard, dijimos que él decidiría y me eligió a mí.
-Al inicio sí, pero ya tenemos más de tres semanas saliendo juntos.
-Mientes mi queridísimo Edgard, yo tengo más de un mes con él y…
-¿Ya hablaste con Armando?- Edgard empezó a reír- de eso me lo sé todo sobre la infidelidad, sé que sale contigo antes que conmigo, la diferencia es que contigo no puede hacer nada sucio. Él entiende que sea tu primera experiencia y te cueste trabajo entregarte a un hombre en todos los sentidos, lo que tú no entiendes es que él tiene sus necesidades y por lo mismo debe buscar solventarlas con alguien más. Te engaña desde la primer semana, ¿de dónde crees que sabe que te gusta Budenmayer? Él no es muy inteligente.
-Esto no cuadra- le dijo Leonard tranquilamente- yo sé que Orlando no me engañaría, él no es así y tú por otro lado eres un áspid.
-Leonard tú no eres tan bueno, eres tonto pero no bueno. Orlando te engaña y yo le ayudo a hacerlo. Yo gané- dijo Edgard con un encantador arrebato de alegría- dile algo Orlando.
Al escuchar eso Leonard se dio media vuelta y vio que su actual (o aparente novio) se encontraba a sus espaldas.
-El compromiso es una etiqueta moralista en la que intentas atrapar a tu pareja, es similar a un espiral sin sentido- comentaba Edgard con tono altivo- ¿para qué estar con alguien si sólo se encuentra a tu lado por simple compromiso?, ¿no sería mejor buscar a varias personas que llenen tus expectativas?
-Leo, te lo iba a decir- tartamudeó Orlando.
-¿Qué sales con Edgard?, ¿es cierto?
-No quería presionarte con cosas que después te podrías arrepentir.
-Pensé que te bastaba lo que teníamos, apenas vamos a tener… tiempo juntos, yo no me entrego así sin más- Leonard temía que su porte se desbaratara, era cierto, Orlando y Edgard tenían tanto tiempo juntos como ellos dos, Leonard sintió nauseas, pero entonces recordó a Ana Karenina, esa mujer que tanto admiraba, siempre pulcra, siempre sonriente, siempre intrigante.
-No lo tomes mal Leo, así suelen ser las cosas entre hombres.
-No lo creo Orlando, no creo que fuera esa tu intención principal, ni enamorarme ni después tener sexo conmigo, tú dijiste que me amabas.
-Nada de discursos baratos Leo- dijo Edgard con voz melosa- Orlando no lo sabe, pero lo sabrá ahora mismo. Tú y yo hicimos una apuesta donde el que tuviera a Orlando sería el ganador y yo gané.
-¿En verdad Leonard?- sorprendido y algo indignado le dirigía la mirada Orlando a Leonard.
-Ya nada queda, ni me mires así, tú estuviste acostándote con Edgard y confabulando para poder engañarme en conjunto.
-No cambies el tema Leo, ¿hicieron una apuesta?- se dirigió a Edgard- ¡¿hicieron una apuesta?!
-Sí querido- Edgard parecía estar disfrutando toda la escena- ¿qué crees que lo hacía por el sexo? Mejores hombres he tenido, primero te deseaba, después Leonard se interpuso y todo se volvió más interesante, ¡y qué bien! Porque fue tan fácil llevarte a la cama que no existía mucha retribución por el acto, pero esto es magnífico.
-Yo me retiro-dijo Leonard.
-¿Y qué ganaste con todo esto Edgard?- decía Orlando mientras sujetaba del brazo a Leonard.
-Un buen rato- Edgard sonrió- y venganza, Leo me debía una.

Entonces, cual tormentosa coincidencia empezó a tocar “Diary of hate” de Michael Nyman, la cosa se estaba pasando del drama y Leonard no quería perder las formas ni las poses, pero si no lo dejaban ir en ese instante era posible que golpeara a alguno de sus dos acompañantes.

-En verdad me voy- asintió Leonard con la cabeza, se soltó de las ataduras de Orlando y caminó rápido, más rápido por el pasillo. Llegó a la salida y se despidió apresuradamente de Camille y Murat. Volteó a sus espaladas pero Orlando no le seguía.

lunes, 14 de diciembre de 2009

El nuevo Bloomsbury con las nuevas perras anarquistas.

Después de comer y tener una tarde maravillosa, Leonard y Orlando pasearon por la plazuela de la ciudad, sin nada especial más allá de mirarse y reír de cualquier cosa. Leonard no sabía si era amor o sólo una terrible pasión. Él se había vendido la idea de que las relaciones eran necesidades físicas y anímicas, pero aún así pensaba en encontrar “el amor verdadero”, y aunque se catalogaba como un romántico (estúpido) empedernido, con Orlando no tenía ninguna certeza, entonces pensó –cuando no sé si lo amo, tengo presente que lo quiero mucho, en gran manera, tanto que intento dogmatizarlo, ponerlo en su lugar, como los medios de expresión, como la literatura y la escritura, porque me importa deseo conservarlo muy a mi estilo… creo que voy a matar mi relación, la estoy matando, ¡la estoy matando!- suspiró- En verdad lo amo.

-Sigues pensando de más- le sonreía Orlando de frente, siempre de frente.
-No puedo evitarlo, es innato, aunque eso no significa que piense en cosas profundas o trascendentes…
-¿Cómo la cura del VIH?
-Eso es un poco cruel, supongo que existen miles de personas interesadas en curar el SIDA.
-Y miles de personas más teniendo sexo sin importarle el asunto.
-¿De dónde salió todo eso? Te imaginaba un poco más recatado.
-Soy recatado, pero tengo mis anécdotas- Orlando seguía mirándolo de frente. Su piel mortecina adquiría un resplandor seductor con el sol, su delgada figura se evaporaba cual efímera seducción, sus manos era inexpresivas, pero cuando se movían cortaban el viento con sagacidad pues sus dedos eran largos y delgados, rectos como una vara pero delicados como el alabastro, la evanescencia que irradiaba terminaba por frustrar a Leonard, le parecía una visión, en cualquier pestañeo Orlando desaparecería y lo dejaría ahí, miserable y solo, como siempre había sido antes de conocerlo, como llevaba meses sin encontrar consuelo en nada ni nadie. Era un dependiente. Orlando suspiró- Pero a tu lado todo el mundo es poco recatado. Te ves tan…
-¿Virginal?-bromeó Leonard con total descaro.
-Susceptible- culminó Orlando con seriedad.
Cuán asertivo era Orlando. Si algo era Leonard frente a su amante era eso: una persona susceptible. Ahora lo sabía, estaba enterado de su debilidad, ¿qué haría con ese conocimiento?

-¿Orlando?- dijo una melódica voz.
-Camille, ¿qué haces por estos rumbos?
-Es una ciudad pequeñísima. ¿No?- dijo en un susurro- ¿Leo? Afortunado tú, afortunado él.
-Ah, disculpa Leonard, él es Camille, un amigo algo íntimo, le conté sobre ti antes de empezar a salir juntos, pero creo que no lo volveré a hacer, me exhibe sin temor alguno.
-Suspiraba por ti. Y cuando te llevó la nota, corrió como desesperado- Camille rió como el viento que sopla en una noche tempestuosa, fino y agudo al mismo tiempo- ¿recibiste la nota?
-No recibió la nota, no recuerda la nota.
-Es verdad no la recuerdo- Leonard deseaba hablar un poco. Le pareció interesante el tal Camille pues no conocía a ningún amigo de Orlando, y ese parecía ser todo un personaje.
-¡Hay no!, se me hace tarde- Camille miró su reloj- ¿vienen? Van a estar Dorian y Armando, pero no importa, si llevas a Leonard morirán de envidia.
-¿Dorian y Armando?
-Sí Leo, el ex de Orlando y su actual pareja.
Leonard no pudo dejar de sentirse como la joya a relucir, hecho con efectos halagadores y de tintes a favor de la consternación, ¿irían?, ¡irían!, quería conocer al Dorian, sonaba tan sofisticado.
-¿Podemos ir?- preguntó Leonard a Orlando.
-Pero si los roles ya están bien puestos. ¿Tú eres la mujer Leo?, le preguntas como si fueras la mujer abnegada. A la mierda con Orli, vamos- Camille lo tomó de la mano.
-Vamos- la cara de Orlando había pasado de un ángel mortecino a la de un alama en pena.
-¿Y a dónde vamos?- preguntó Leonard aún tomado de la mano de Camille, sonriendo como si estuviera haciendo una gran travesura.
-Pues a mi casa tontito, a la feria de la vanidades. Es un club muy selecto con gente muy selecta, todas unas perras que creen saber algo sobre el arte y la cultura. En conclusión, bebemos algo de vino, mucho vodka con mucho hielo y hablamos de todo un poco, aquí la cultura pop son las vivencias de todos, qué te pones, qué haces, con quién cojes, cómo te va en el trabajo y esas cosas, todo muy superficial, el alcohol nos ayuda a liberarnos- Camille externó su aireada risa- es como un Bloomsbury algo vulgar, pero total, todas son jotas, como en el Bloomsbury original.
-¡Oh, oh un Bloomsbury!- Leonard no podía dejar de emocionarse con la analogía- podré ser…
-No, Leonard representado a Leonard Woolf, qué aburrido, tendrás que ser…
-Virginia, obvio que Virginia Woolf.
-Sí Leonard, nadie podría ser más Virginia que tú.
Camille y Leonard reían, uno cual silbido, el otro de forma ruidosa. El tal Camille parecía una persona muy agradable y resuelta, pero la cosa le daba “mala espina” pues Orlando entornaba los ojos, se veía incómodo y nervioso ¿qué existía detrás del nuevo Bloomsbury?, ¿qué tan perras podían ser aquellas perras?

viernes, 11 de diciembre de 2009

Charla estilo Tarantino entre calzones para caballero

Tenía dos pantalones elegantes en una bolsa de aquellos altos comercios que se presumen “costosos”, pero a Leonard no le iba aquella faramalla elegante, pues aunque deseara emular algo apulento, la verdad era que no pasaba de los jeans, la mezclilla era lo suyo ¿para qué complicarse la existencia? Le había costado trabajo tener alguna clase de “gusto” o mejor dicho, de “estilo”, sin embargo al término de los trotes mundanos caía en la cuenta de que ni tenía el dinero y mucho menos una asertiva forma de vestir, era sólo él y lo majestuosos no se le daba por inercia; siempre que salía de compras con su primo Eduardo era una fascinante pelea de egos por comprar lo mejor y al mayor precio, pero ya no más, en esta ocasión había salido a comprar calzones en su tienda favorita con un precio accesible a sus cuentas de niño mantenido y sobre todo con la compañía adecuada: Samantha.

-Ya sabes que la navidad no me gusta. Bueno no es que no me guste o desagrade, no soy el mono verde que va tirando árboles navideños por la ciudad- le decía Leonard a Samantha mientras caminaban entre los estantes de ropa interior para caballero- es sólo que la navidad se me hace tan monótona, siempre pasa lo mismo, como lo mismo, subo los mismos kilos, hasta suelen regalarme lo mismo. Los regalos son lo de menos, las personas son lo primordial, pero al paso de los años me han demostrado que lo único que cambia es eso, el año.
-Si tú lo dices- hacía meses que no se veían, siempre tenían aquellas premurosas charlas por teléfono- ¿qué te parecen estos?- dijo Samantha mientras alzaba una trusa muy pequeña.
-No, mis piernas son enormes ¿recuerdas?
-Oh, las mías también, soy una vaca, debo dejar el internado, todos esos viajes y malas noches de sueño.
-Eres una mujer cosmo, al menos te puedes escapar en la navidad, llamar a casa diciendo “papá, mamá resulta que debo irme de viaje por cuestiones institucionales, ya saben, guardias escolares” y al final ¡pum!- Leonard chasqueó los dedos- estás en otro estado con tus compañeras de escuela bebiendo algo interesante, en un lugar aún más interesante rodeada de gente que podría ser interesante.
-Mucha gente desearía poder pasar la navidad como tú la pasas con tu familia.
-Prácticamente debo dividirme en tres- Leonard suspiró- y ahora que lo pienso, también voy a comer por tres. La familia de mi padre, la de mi madre y los despechados.
-¿Los despechados?
-No preguntes. El punto es que estoy cansado de la misma cosa, y ya van como tres años que le espíritu navideño no me llega.
-¿El espíritu navideño? Sólo tú le pones nombres a esas cosas que pasan y ya, no esperas que alguien venga y te de la emoción de vivir la navidad.
-Oh no querida, a todo mundo le pasa, les llega el espíritu navideño, cantan y lalalean canciones navideñas, después ponen el árbol con villancicos de fondo y bebe ponche, mucho ponche, mascan la caña y todas esas cosas.
-Aunque no creo en lo del espíritu navideño, te creo, desde que te conozco la navidad no te ha entusiasmado.
-No digas eso, me conoces desde hace cinco años, ¿quiere decir que desde entonces no siento nada en navidad?
-¿Qué voy a saber lo que sientes? Pero este año es distinto, te ves con más vida, mucho más jovial. Además no puedes decir que la cosa sea mala en navidad, siempre quién adorna tu casa eres tú, pones las lucecitas, las esferitas, los renitos, al menos desde hace cinco años que te conozco.
-Y desde antes, pero lo hago con total dogmatismo, sin mayor emoción. ¿Qué te parecen éstos?- Leonard alzó unos bóxers a cuadros muy amplios.
-¿No me dijiste que los bóxers te daban poca seguridad?
-Sí, pero ahora estoy experimentando de todo.
-Súper intenso Leo, cuídate de no magullarte un testículo con tanta libertad, ¡yuju!- dijo ella con sarcasmo- estás rompiendo los cánones. Insisto estás muy contento, ¿es por Orlando verdad?
-Sí- Leonard sonrió mientras dejaba los bóxers en el aparador. La pareja de amigos seguía paseando por el lugar como si se tratara de una florería, alzaban calzones, los examinaban, decían “demasiado mórbido”, “moralino”, “para monja”, “excesivamente puta”, “muy ajustado, muy grande, odio el color”. Mientras seguían en la plática- Tengo el regalo perfecto para él, le voy a dar el libro de la Woolf, “Orlando”.
-“Orlando”- dijo Samantha al mismo tiempo que él.
-¿No es encantador?
-No lo sé… puede que no le agrade tanto la Woolf como a ti te agrada, pero bueno, eso es de cada cual ¿verdad?
- Él será Vita Sackville-West y yo Virginia Woolf, y le haré un hijo dedicándole un libro.
-Es la única forma de hacerle un hijo.
-Bueno, no lo hemos intentado.
-¿Hacer hijos? No te precipites- bromeó ella- podría ser que no resulte… lo de los hijos y la relación, podrías quedar traumado.
-Orlando es sumamente paciente, no me ha pedido tener nada más íntimo.
-Quizá se lo coje alguien más.
La expresión de Leonard cambió, si antes era ligera así como evanescente, ahora se presentaba como un gesto muy denso y complicado.
-Lo he pensado, pero Orlando lo dijo, el otro día lo dijo sin mayor problema.
-Que te amaba- el tono de Samantha era una mezcla de ironía fielmente imbuida por el cinismo y el sarcasmo.
-Y que me quería y deseaba estar a mi lado por siempre.
-Y va que te la crees Leo, los hombres mienten, siempre lo hacen, está a su disposición y naturaleza, tú podrías hacerlo más seguido si así lo quisieras. Ya viste lo que le hizo su novio a Susana, se besuqueó con quién no debía. Aún ebrio y como gustes, el alcohol no te da lagunas mentales a menos que tomes durante años y él lo hace cada lustro, cae rendido con la primera cerveza y después se mete con cualquiera- Samantha miró fijamente a Leonard- ¿y bien, no piensas desconfiar ni un poco? Ya sabes, puedes creerle pero siempre confirma.
-Iba a decir que Orlando no me sería infiel, ¿pero quién lo asegura? Además, tener todas esas suposiciones en la cabeza cansa, mejor confió en él, no puedo vigilarlo todo el tiempo- hizo una pausa, dejó los calzones que tenía en las manos y después continuó- ¡No!, es enfermizo pensar eso de tu pareja, además, yo no creo que dentro del sexo masculino exista la exclusiva inclinación por el engaño.
-Lo dices porque no vives en un internado con más de doscientas mujeres, donde la estadística nos dice que ocho de cada diez estudiantes de ahí han sido engañadas por sus novios.
-Es contextual. Yo no soy una chica de internado y por lo tanto no busco mi chico prototípico de “internado”…
-Antes que continúes debes tener en cuenta que tu escuela, tu tipo de vida queer de clóset así como todas tus ocupaciones te hacen tan inaccesible como una chica de internado.
-No puedes convencerme de que desconfíe de Orlando, a él le pertenece todo lo que yace en mí, incluida mi confianza.
-Sin incluir la entereza de tu cuerpo.
-No lo ha pedido.
-Porque alguien más se lo coje- canturreó Samantha mientras levantaba unos calzones negros.
-Esos son perfectos ¿habrá en azul?
-Y en rojo también.
-Uy, como un dulce- Leonard se acercó al aparador para poder escoger mejor.
-No sé para qué le pones tanto interés a la ropa interior si no pretendes mostrársela a tu queridísimo Orlando.
-Oh la ha visto, de eso no cabe duda.
-Lo que no ha visto es lo que hay abajo.
-Mujer, te estás poniendo algo sucia.
-Son los calzones para hombre, me da un poco la impresión de quererlos quitar… ¿pero a quién?, ¿al gancho?
Leonard sonrió.
-También estoy contento porque me aceptaron en el club de lectura para avanzados.
-¡Felicidades!, esa sí es una buena noticia, tú entre puros hombres y mujeres que te dobletean la edad. Ya en verdad Leo ¿a dónde te va a llevar tu misantropía?
-A una cabaña alejada de la mano de Dios, en un bosque junto a un río, tejiendo chambritas para el hijo que nunca tendré por mi aversión a la humanidad- Leonard seguía sonriendo.
-Bueno, al menos tienes sentido del humor. No te había visto tan feliz desde tu cumpleaños y de eso falta poco para que sea un año.
-Aún falta, los veintiuno pueden esperar.

Tomó sus calzones y se fueron.

martes, 8 de diciembre de 2009

Mi vida sin ti

Habían pasado la noche juntos, no de la forma carnal de pertenencia mutua, sino que habían dormido uno al lado del otro, o mejor dicho Leonard acurrucado en Orlando. Sin ser nada sexual Leonard disfrutaba de poner su cabeza en el pecho de Orlando, se apetecía demasiado cómodo y seguro, apacible como el sonido del oleaje matutino en pleno verano (aunque fuera invierno), temía tener vacaciones porque entonces pasaría más tiempo en casa y menos con Orlando, no tendría pretexto para escaparse a la ciudad contigua, dejaría el departamento y lo único que le quedaría sería la ventana vía Internet, un medio muy frío comparado con el cuerpo de Orlando.
Se negaba a dejar el éxtasis que le provocaba su presencia, pero no podía estar siempre a su lado, la compenetración “humana” sólo venía a demostrar sus dependencias. La adicción a las personas era difícil de erradicar, y aunque poco deseaba Leonard el deshacerse de Orlando o el sentimiento que tenía por él, se preguntaba cuánto pensaba su pareja en él, si acaso realmente le quería y la razón por la cual no le exigía otro tipo de compenetración más allá del tacto, el beso, la mirada, el sonido y el silencio.
Para alguien como Leonard eso era más que suficiente (por el momento) no necesitaba ni quería más, podía con la vorágine de sentimientos que le provocaba la cara de Orlando tan cerca y tan apetecible, el rutilante pestañeo y su figura delgada a contraluz. Todos los sentimientos que le habían sido negados eran ahora develados con apremiante sagacidad, si bebía mucho del cáliz de la verdad entonces quedaría ciego y a la par el sentido del gusto se colmaría negándose a paladear más, querer más, podría morir, de cualquier modo moriría.
-Me he enamorado a tal grado que espero el sentimiento no me mate- pesaba- ya sea por el deseo, el éxtasis, la ilusión o porque al final él me podría dejar- se estremeció aún con los brazos de Orlando rodeándole- mi vida sin él. Justo ahora no visualizo mi vida sin ti- lo volteó a ver; su amante aún dormía y le parecía tan natural, siempre tenía en mente que los escritores demasiado enamorados describían a sus parejas en la cama con un terrible idilio, quizá la onírica ilusión había traspasado el sueño afectándole los ojos, sin embargo ya lo veía bajo su propia pupila. Orlando era precioso, aún dormido, aún despeinado y sin arreglar bajo la luz matinal tenía un encanto indescriptible donde las palabras no le hacían justicia a la imagen, ninguna definición que evocara a más palabras ceñidas de vacuos conceptos cernían lo que Leonard tenía frente a sus ojos, “un ángel caído del cielo” parecía el pastiche más usado del milenio, pero ¡cómo le quedaba bien!, un ángel mortecino, demasiado tímido, “Eres muy voraz”, le dijo alguna vez a Leonard, “Puedes llegar a intimidar”. Leonard se rió cínicamente de los diálogos de Orlando, ¿él como alguien voraz que intimida?, ¿en qué vida? Jamás se vería a sí mismo de esa forma, era un poco competitivo pero lo normal para no quedar en el fondo de la botella intelectual.

Orlando se movió, suspiró y entonces Leonard salió de su sueño lúcido para ponerse en pié y preparar café. Que Orlando se viera bien en la cama todo desarreglado no quería decir que él no estuviera hecho una mierda, pues él no era un ángel caído del cielo, él era mortal, tenía demasiadas emociones, muchos sentimientos, más de mil pensamientos a la vez y un par de ojeras que esconder, así que más le valía dejar sus pensamientos made in Wim Wenders en el aparador, que ese día tenía una entrega final y un examen, después un largo fin de semana al lado de Orlando para después pasar la última semana de “presencia” en sus clases, el semestre había terminado y todo sereno. Un mes de relación.

viernes, 4 de diciembre de 2009

Veintidós horas, ochenta diapositivas y muchos libros después

Tenía quince minutos libres, se tiró en el verde pasto, por una vez estaba a favor de la matanza de perros sin dueño (o los perros dueños del mundo, como se les quiera decir) porque entonces no existía el estiércol y la orina en todas las áreas verdes… al menos no de manera tangible, seguro las moléculas de esto y aquello volaban por el aire, el polen, los hongos, gotas de agua, lo que fuera, esos eran sus quince minutos y por más que lo intentaba no podía dejar de pensar en Orlando.

Se estaba involucrando mucho con aquel chico y eso era peligroso, porque cuando sentía algo con total vehemencia dicho éxtasis se involucraba con la razón, segándole el intento de “buen juicio” con el cual deseaba dirigir su vida. Las relaciones entre personas del mismo sexo eran tremendamente complicadas, sin embargo hasta la fecha no conocía a nadie a quién se le facilitaran las relaciones ya fueran homosexuales o heterosexuales. Pero su juicio no era válido, las personas que conocían no representaban el mundo, su estudio estadístico era un pretexto empírico de las relaciones amorosas, porque la gente que solía frecuentar pensaba muy similar a él, sin embargo había sido Susana quién lo había cimbrado unas horas antes vía ventanilla de Messenger, la conversación fue así:

Zuzu dice: Hola Leo, sigues torturándote por tu relación con Orlando?????
Woolf dice: gracias Zu, gracias en verdad… una buena amiga vine a tener en ti…
Zuzu dice: pues no sé tú, pero eso de las cosas con tu mismo sexo es complicado, no sé como lo logras
Woolf dice: dímelo a mí que estoy en eso… bueno, en ESTO
Zuzu dice: es que son los roles Leo, mira en mi relación yo soy fuerte, la que manda y dice como se hacen las cosas, pero sin importar que tan poderosa finja ser, él siempre me tiende la mano, debe cuidarme porque yo soy la mujer.
Woolf dice: no creo en eso de los roles con hombres, mujeres, gatos, perros, ni en el kama Sutra o como se escriba
Zuzu dice: bueno, la posición en la cama importa, yo le digo que él arriba ¿por qué yo tengo que trabajar? Que se aplique él, ¿pero ves?, accede porque es todo un caballero
Woolf dice: mucha información para mi cabeza, no quiero saber nada de eso, lo único que ahora quiero es a Orlando y ese es un problema
Zuzu dice: problema porque ya te involucraste emocionalmente, pensé que lo estabas usando nada más para molestar a Edgard
Woolf dice: yo pensé lo mismo
Zuzu dice: y ahora ni sabes si eres el hombre o la mujer en la relación…
Woolf dice: él siempre paga mis cuentas, cuando vamos a comer, al cine, ¡me llevó al ballet!
Zuzu dice: eso sí que es romance, lo digo con total sarcasmo Leo, es obvio que eres la mujer y no me digas que no sostuvo tu mano cuando el gran bailarín dio un salto fenomenal
Woolf dice: lo hizo, sabe que me gusta mucho el ballet a pesar de ser un aficionado
Zuzu dice: ese es tu problema Leo, para que te guste algo no debes ser un experto en el tema, por eso tu relación es un caos, todos somos aficionados en las relaciones y nadie es un experto, ya deja de tortúrate y dile a Orlando que te lleve a escuchar la filarmónica nacional o algo así
Woolf dice: no sé de dónde saca tanto dinero…
Zuzu dice: un consejo de mujer a mujer, eso no se pregunta, ellos lo sacan y ya, nosotras lo gozamos
Woolf dice: Zu, no soy mujer, soy hombre
Zuzu dice: bueno, en tu relación eres la mujer, ya pues tengo que dejarte porque son las cinco de la madrugada y tengo clase en una hora, y tú????
Woolf dice: no he dormido en toda la noche, es fin de semestre
Zuzu dice: afortunado tú que todavía tienes tiempo para pensar en tu relación, yo casi termino con mi novio, le dije “tengo que estudiar y me estorbas”, él sigue a mi lado
Woolf dice: eso es romance
Zuzu dice: romance es lo que ellos no saben, nosotros hablando de sus cualidades y defectos a esta hora

El romance, no existía el romance, el amor en la época postmoderna parecía no existir con tintes románticos. Una cosa era el amor, otra muy distinta la forma en que se expresaba.
Era lo edulcorado aquello que no encajaba, al menos no en el arte donde las personas ni querían compromisos ni mucho menos tropiezos, donde los aparentes amigos ponían a una tercera persona como pieza de juego, era cierto, ya nadie desayunaba con diamantes ni se encontraba con su amor en medio de la lluvia besándose, las personas en el arte se estaban, cuando no muy enamoradas de sí mismas, al menos sí enamoradas de su propia libertad, pero Leonard se había negado a sí mismo. Pensaba todo el tiempo en Orlando, no podía sacarlo de su cabeza, la culpa era suya, sin embargo resumió en que confiaría en él, se dejaría llevar y terminaría con su tortuoso destino ¿qué importaba si lo descubrían en casa o si tenía que seguir ocultándolo? Existían matices en la vida personal de cualquiera que nadie debía saber.