viernes, 7 de enero de 2011

Sebastián

La casa se encontraba finamente situada en un vecindario modesto pero de honrada reputación. Los habitantes de la región eran en su mayoría jubilados algo adinerados que cumplían la función de no dejarse morir. Con una aparente avenida principal repleta de árboles inusitadamente verdes así como pascuas sembradas de forma obligatoria en las parcelas, se podría decir que la localidad se definía a sí misma como región para gente anacrónicamente acomodada. La vida en aquel lugar era como una película antigua con el chico del periódico entregado el diario a primera hora, el lechero con embases de cristal, el cartero asistiendo dos veces a la semana entregando el correo.
El señor Leonard recibía mucha correspondencia de un sin número de amigos de distintos lugares del mundo, que curiosamente le escribían muy seguido, algo contradictorio a sus amistades y familiares cercanos, que ni le visitaban muy a menudo y mucho menos le escribían. La gente lo consideraba una persona inteligente pero de tajante opinión; no se podía intimidar con Don Leonard, porque entonces comenzaba la manipulación de ideas, las largas charlas de té y café en su casa, los métodos para crear nuevos sistemas de enseñanza, las pláticas por sus jardines y cuasi hortalizas, sobre la importancia de la agricultura, el repudio hacia lo transgénico, la creciente falta de agua, el eminente caos mundial frente a la guerra, el libre comercio, la presidencia nacional y extranjera, la decadente educación juvenil, que los nuevos chicos no leen ni escriben, las nuevas redes sociales que tanto le excitaban, sobre su sitio web donde se podía descargar y solicitar distintos tipos estrategias para la educación, sobre todo la redacción de textos críticos. También le preocupaba la triste realidad del gobierno nacional, los diputados, las escuelas… nadie le seguía el ritmo al anciano que, de anciano, apenas tenía la cabeza blanca.
Don Leonard, a sus setenta años, tenía una complexión ligeramente robusta, cabello blanco y unos dientes postizos, de ahí en fuera nada le distanciaba de un hombre de cuarenta años, pues tenía más fuerza y vitalidad que esos “hombres de oficina”, como solía decir él. Estaba a punto de dejar, para alivio de sus colegas, la presidencia dentro de uno de los tantos sectores dedicados a la educación nacional. Con más de cuarenta años de servicio, viudo y siete hijos “sacados adelante”, en sus propias palabras, estaba pensando en jubilarse y dedicarse al fin a una de sus grandes aficiones: la jardinería.
Sus vecinos le respetaban por su gran desempeño en el sector educativo, contrario a sus colegas que deseaban tenerlo lejos por su facilidad para complicar los trámites y querer cambiar “el sistema”. Como presidente de un importante sector, problematizar era su especialidad, y eso enfadaba a sus compañeros y subordinados de trabajo, aunque no por ello dejaban de respetarle, por un lado era prácticamente intocable. En su localidad de vivienda se le conocía por su pequeña escuela de jardinería, por la que prácticamente no cobraba pero sólo los más osados sobrevivían el nivel que imponía. Oportunamente los habitantes de aquella acomodada comunidad se preguntaron ¿Cuál es la necesidad de Don Leonard al poner una escuela de jardinería?, ¿cómo es que tiene tiempo después de su demandante trabajo?, ¿se requiere aprender jardinería?, ¿quiénes querrán hacerlo?
La verdad se remitía a que el Señor Leonard no quería quedarse sin actividades, por eso abrió la escuela; también la jardinería era de su gusto y el compartir siempre había sido un gusto aún mayor, por lo que abrió sus puertas a cualquiera que quisiera aprender todo lo que él ya sabía, cosas que constaban netamente a la jardinería de modo funcional, paisajismo ornamental o agricultura para tener un pequeño huerto en casa. Al inicio varios jóvenes obligados por sus madres (deseosas de deshacerse de sus hijos malcriados) asistían a las clases con Don Leonard, pero pocos sobrevivían a las arduas jornadas, sólo los más decididos persistían, Don Leonard no era complaciente y tenía un carácter práctico, lo que se define en: dar las indicaciones correctas y sin tacto, precisión en las instrucciones, la paciencia correcta sin más, si alguien cometía un error le instruía con mano firme y obligaba a sus estudiantes a ser resolutivos, igual fue con sus hijos, de la misma manera lo era con sus nietos.
De entre todos sus estudiantes resaltaba un joven bastante humilde, dedicado, respetuoso, quizá no muy docto pero solvente, sabía tomar las decisiones correctas y pensaba antes de hablar. Se llamaba Sebastián y asistía a una escuela de agronomía de poco calibre y él siempre decía que aprendía más con Don Leonard que en la escuela, la habría dejado de no ser porque el anciano le obligaba (y financiaba) los estudios, pues en el mundo actual “Un papel vale más que el conocimiento” decía el Señor Leonard con mucho sarcasmo. Era su pupilo y lo quería tanto como si fuera uno de sus nietos, quienes muy rara vez la visitaban salvo el nieto que llevaba su mismo nombre.

Lo primero que vio Leonard al llegar a casa de su abuelo fue a Sebastián en una escena que rozaba lo erótico, tanto que se sonrojó y luego avergonzó el sentir eso en la casa de su venerable abuelo. Al bajar del taxi su maleta y entrar por la reja principal vio a un muchacho de tez muy morena, cabello excesivamente negro y algo corto, complexión ligeramente delgada pero de marcada musculatura en los brazos, producto del trabajo excesivo. Sin camisa, el muchacho bañado en sudor paleaba la tierra para poder sembrar un pequeño árbol, y al descansar de su labor se secó el sudor de la frente y vio a Leonard que estaba embobado viéndole.
Leonard, como era normal en él, sintió una ráfaga de emociones: primero excitación, después vergüenza y al final gracia, pues la escena que había presenciado parecía extraída de una novela barata dedicada a mujeres urgidas. El muchacho se acercó.
-Hola. Tú debes ser Leonardo- el muchacho le tendió la mano a Leonard, quién le veía a la cara, tenía un poco de barba (descuido temporal), unos ojos negros bastante seductores y labios ni muy ligeros ni muy carnosos, sus facciones eran imponentes, nada de delicadezas ni barbillas afiladas, tenía una presencia bastante varonil.
-Sí, pero puedes decirme Leonard, igual que mi abuelo. ¿Y tú eres?- Leonard tomó la sudorosa mano de aquel joven.
-Sebastián. Estudio y trabajo con tu abuelo desde hace un par de años. Me ha contado mucho sobre ti.
-¿Sí?- se sorprendió Leonard, no pensaba que su abuelo, ese hombre siempre tan ocupado, pudiera dedicarle un poco de su tiempo aunque fuera en el pensamiento. Nadie le visitaba porque se sumergía demasiado en sus proyectos personales a tal grado que desplazaba a su familia y amigos más cercanos. Pero Leonard estaba ahí por razones personales.
-Me dijo que eres escritor y estudias arte, ¿Qué tal es eso?
-Bien, las dos cosas muy bien.
-Y que ahora te vas de viaje. Pero, perdón, no te entretengo más, tu abuelo muere por verte y le emociona mucho el que pases la navidad y el año nuevo con él.
-Seguro- musitó Leonard.
Y esa fue su primera impresión en casa de su abuelo. Nunca había visto a Sebastián antes, pero la verdad es que las visitas a su abuelo no eran muy constantes o largas, esta era su primera larga estancia después de la muerte de su abuela, y la razón era el dinero, eso sí le avergonzaba y no tenía remedio.

Todo empezó la última semana de clases en su facultad, cuando estaba dispuesto a salir de vacaciones, Roco, el respetadísimo crítico de arte, historiador de cine y profesor de su facultad, le citó en su oficina.
-Me parece ya nos conocemos joven- dijo Roco mientras encendía un cigarro e invitaba a Leonard a tomar asiento.
Leonard no sabía qué pensar, ¿por qué le había citado aquel hombre que nunca se involucraba con sus alumnos?
-Claro, fue en una ponencia y alguna vez me dio clase.
-Sí, sí, tu ensayo fue… ¿cómo decirlo? Intrincado, tienes una facilidad para encontrar referentes algo difíciles de conectar, Rulfo, Deleuze, Woolf, Freud, Beauvoir y algo de Brontë, me costó un poco de trabajo entender al primero y a la última, pero igual te fue bien ¿no?- Roco parecía poco interesado en ello.
-Bastante bien, saqué la mejor nota.
-Claro, claro- abaniqueo un poco con la mano para difuminar el humo – pues bien, soy Roberto Cortés, mejor conocido como Roco, me conocen con ese nombre porque así firmo mis textos.
-Leí varios, me agradó mucho el que escribió sobre el cine danés… aunque sobre sus escritos críticos no estoy de acuerdo con su texto acerca de la película “Las horas”.
-Lo supongo, adoras a Virginia Woolf y seguro comprarías lo que fuera que tuviera su nombre, lo entiendo, lo entiendo. Pero siendo directos Leonard, tú tampoco fuiste muy justo con algunas películas de Haneke.
-¿Ha leído alguno de mis textos?- eso sí era una sorpresa.
-Tienes talento, pero la verdad la palabra no me gusta, es como decir que tienes un don o algo así; no, no, la verdad es que eres un chico trabajador y ya, tienes habilidad para escribir y te has cultivado. Tienes una irrevocable inclinación por los textos de la burguesía y la aristocracia, pero eso no es un crimen, por lo mismo te gustan tanto las películas de época, supongo… y Virginia Woolf también. En fin, estás aquí porque la doctora Gi y yo creemos vale la pena mandarte de viaje a estudiar- Roco guardó silencio y le dio la espalda a Leonard.
-¿Perdón?- Leonard no creía lo que le decían.
-Lo que escuchaste- Roco dio una gran bocanada de humo y volteó a ver a Leonard a la cara- la Doctora Gi te tiene un gran aprecio, la verdad no lo entendía hasta que identifiqué tu ensayo y leí otras cosas tuyas, te falta pulirte mucho en tantos aspectos que me sería imposible enunciarlos justo ahora, pero la verdad vale la pena que la universidad invierta en alguien como tú. Te queremos mandar de movilidad estudiantil al extranjero, son muchos trámites de los cuales no estoy muy consciente, eso tendrás que hablarlo con la secretaria académica, pero el nexo con la universidad ya está hecho gracias a la Doctora y a mí, sólo tendrás que ver varias cosas y la visa, claro está.
-Pero… es… que… -Leonard no sabía si estar agradecido o algo ofendido por ni siquiera consultarle. Él no tenía mucho dinero para irse de viaje, además ¿a dónde sería el viaje?
-Es la Universidad de V… en el país de E... bajo la especialidad de Historia del Arte, cruzarás el atlántico, ¿no es lo que un señorito snob como tú desea?
-Pero…- Leonard seguía sin palabras.
-Dime si aceptas o no. Ya me dijeron que rechazaste otra oferta y se la diste a un chico llamado Orlando, que si no me equivoco es tu amigo, sólo porque te pareció truncaba tu último semestre, pues te digo que te ofrecemos un último semestre en el extranjero, pero también te advierto que ésta oportunidad no la puedes traspasar con total indiferencia y mucho menos recibirás otra.
-Encantado la acepto.
-Así me gusta- Roco sonrió- tienes esta semana antes de salir de clases y dos antes de que sea navidad para hacer todos tus trámites. Previo a salir de vacaciones quiero que me presentes una lista con las materias que deseas tomar allá, esas las dejamos a tu disposición, y claro se te dará una ayuda económica, no es mucho, lo demás correrá por tu cuenta, los trámites, el boleto de avión, etc. Leonard, quiero ver que aprendes allá y quiero presenciar resultados.

No quedaba más remedio que buscar los medios económicos para asistir, y él, cual personaje de William Makepeace Thackeray extraído de “La feria de las vanidades”, acudió a su padre para ver qué podía hacer, no como escalador, sino cual montañista social frente a su precaria situación económica.
-Sabes que te podemos pagar el viaje, la estancia y varios gastos. Pero también sabes que no tendrías mucho dinero para moverte- el padre de Leonard, quién también se llamaba Leonard, terminaba su cigarro mientras cerraba uno de sus tantos libros sobre administración de empresas y comercio- ir a otro continente no es sólo… por estudio, también podrías ir a distintos países estando del otro lado, viajar algo, no mucho, ¿por qué no le pides dinero a tu abuelo? Te quiere mucho.
-De una forma muy extraña, sabes jamás aceptó que estudiara arte y que me dedicara a la escritura.
-Sólo porque él también es escritor y sabe que las cosas no están muy bien en el medio. Podrías pasar la navidad y el año nuevo con él. No tiene mucha compañía, aunque dudo eso le afecte demasiado, se mantiene todo el tiempo ocupado y supongo que ahora en vacaciones seguirá laborando en su escuela de jardinería. Pídele ayuda, él jamás te la negaría, sobre todo si es por cuestiones de estudio, a mí nunca me la negó.
-Papá, eso es distinto, tú eres su adoración, siempre has sido lo que un hombre debe ser según sus estatutos, yo no soy ni mínimamente eso.
-Ve, habla, eres bueno en eso, aprende varias cosas de su modo de vida, trabaja con él si es necesario y también tómate un descanso, estuviste muy tenso el último semestre. La zona donde vive es muy aburguesada pero cerca de ahí existe una gran parte de campos de cultivo, quizá puedas acompañarlo en sus viajes y paseos, además, si alguien puede seguirle el ritmo sobre sus temas de conversación, ese eres tú.
-Lo haré, aunque me habría gustado pasar la navidad con ustedes… y el año nuevo y todo eso.
-Siempre lo haces, tanto que el año pasado estabas tan desanimado y te quedaste en ese hotel ¿recuerdas?, no parecías muy apegado. Te dará un aire fresco y nuevo.

Y sí que había sido un aire fresco y nuevo. El primer día, al instalarse en la casa de su abuelo, quién curiosamente le recibió apresuradamente pues tenía que salir a realizar unas compras, conoció a Sebastián y charló un rato con él.
-Te dejo por unas horas hijito- dijo su abuelo. A Leonard siempre le desconcertaba que un hombre tan imponente le llamara hijito- me llevo a Clotilde- la ama de llaves- pero te quedas con Sebastián, él te puede ayudar a instalarte.
-Claro abuelo, yo veo.
-Nada de abuelo.
-Abuelito- Leonard sonrió ante la exigencia de su abuelo. No por vergüenza sino más bien por sorpresa, era su forma de decirle que los formalismos no tendrían que presentarse entre ellos.
-Bueno hijito, me voy, confía en Sebastián, es buen muchacho.
Una vez que su abuelo se había ido, Sebastián condujo a Leonard a la habitación que le habían asignado. La casa de su abuelo no era muy grande en comparación con su “aparente” ingreso económico, sin embargo era lo suficientemente amplia para una pequeña familia, y tomando en cuenta que sólo serían ellos dos, Leonard sintió que tendría la intimidad suficiente para leer o escribir, hasta cierto punto era todo un sueño burgués, muy usual en él.
-¿Te gusta la habitación?- le preguntó Sebastián, quién se había limpiado escuetamente el sudor, puesto una playera y cargado sus maletas.
-Me agrada- la habitación era espaciosa, sabía muy bien, porque conocía la casa de antemano, era una de las más grandes. Contaba con una cama matrimonial, un buró de un lado y del otro una mesita de noche, una pequeña vitrina bastante añeja, un amplio clóset, un escritorio de madera, un ropero rústico, una ventana más grande de lo usual y al lado de ella se encontraban dos sillones personales y una mesa de centro en medio de ambos sillones. La ventana daba al jardín trasero, de donde podía ver muy bien la habitación de su abuelo. Curiosamente el estudio y la habitación de su abuelo constaban de una construcción separada de la casa, estaba situada un poco más allá del jardín trasero –lo que siempre me sorprende de esta casa es que los jardines sean mucho más grandes y bonitos que la casa en sí.
-A Don Leonard le gustan las plantas.
-Lo sé. Me consterna que viva en un par de habitaciones en la parte trasera, deja la casa sola.
-Clotilde se la pasa todo el día por aquí, ya la conocías ¿verdad?
-Por supuesto, desde que era muy pequeño. Nos desconfío en lo más mínimo de ella, pero no me agrada que pase tanto tiempo solo.
-Bueno, tú familia podría venir más seguido.
-Quizá, gracias por la recomendación.
-No era para que te ofendieras.
-Lo sé, pero supongo tenemos que ser los malos de la historia frente a Clotilde y sus alumnos de jardinería ¿no?, la familia que nunca lo visita.
-Pues algunos lo entienden, saben que Don Leonard es muy exigente, pero por cómo te trató antes de irse, supongo te quiere mucho.
-Teme… teme de alguna manera quedarse solo. Aunque te tiene a ti, jamás había escuchado decir sobre uno de sus subordinados que es buena persona, en tu caso, buen muchacho.
-No soy su subordinado, soy su alumno.
-Aún peor, yo he visto como trata a sus compañeros de trabajo, es exigente si considera que no tienen el nivel; con sus alumnos no sólo es exigente, sino también cruel.
-Supe granjearme su respeto.
-Bravo- dijo Leonard no sin sarcasmo.
-Seguiré afuera trabajando- Sebastián se retiró con cara de incomprensión, de alguna manera no sabía qué pensar sobre la familia de su tutor, pero de cualquier manera, aquel nieto tenía un aire anacrónico bastante desubicado.
-Como gustes.
Cuando Sebastián se encontraba en el jardín delantero, Leonard buscó una ventana que pudiera darle una buena imagen del mozo trabajador, y pensó para sí que la navidad, el año nuevo y toda su estancia ahí, podía ser… increíble.