lunes, 8 de agosto de 2011

El tiempo pasa

Tan caprichosas eran las horas en aquel parque valenciano que Leonard no las sentía pasar, sin embargo tenía la ferviente idea de que en cualquier instante todas caerían enjutas y algo decadentes, caerían sobre él y marcarían el momento de su partida. Se suspendían, se alargaban… al final las olvidaría, quedando el breve aroma de la nostalgia y la sensación de algo… de que algo ahí sucedió. Que los días se sustituyeron mutuamente cambiando sus nombres como quién intercambia una moneda por otras dos que juntas valen lo mismo que la anterior. Seis meses en la llamada “madre patria” y las experiencias habían sido sencillamente maravillosas. No es que lo maravilloso fuera sencillo, sino que no existía otra palabra para enunciar aquellas horas.

Su estancia en España había culminado. Los últimos dos meses corrieron cual caballos desbocados. El tiempo pasó tan rápido con el simple hecho de que las últimas horas ahí, sentado, transcurrieran más lento. –Lo vale- se dijo Leonard mientras suspiraba con aire de autosuficiencia. Le parecía curiosa la sucesión de los eventos, cual argumento succionado por la tinta de algún autor amateur a quien al final todo le salía bien o medianamente aceptable.

Recordó los viajes, las malas clases, las buenas clases, los artistas inexistentes, se recordó a sí mismo cuando pisó tierra europea, ¿era distinta a la otra tierra? No, ahora lo sabía, no sabía si realmente la gente era del todo distinta o si quizá los escritores más amargados (de aquellos que tanto le gustaban) tenían la razón sobre la naturaleza humana y su triste similitud en los bordes de la maldad y la bondad. Esos bordes dicotómicos –Pero eso no pertenecen a mis autoras, ni de esos escritores amargados, eso es mío- era suyo y lo atesoraba. Creía en la carencia de los bordes dicotómicos y se daba cuenta, que aunque humano el mismo, jamás entendería a su propia raza porque apenas reconocía su dedo pulgar de la mano derecha, ¿era ese el mismo dedo que le había acompañado durante toda su vida?, ¿había mutado? Había crecido.

Como los dedos pulgares (fueran de la mano o los pies) realmente no notaba cuando crecían. Como él… ¿era el mismo o había crecido? Tenía unas fervientes ganas de sacudir Víctor y preguntarle si notaba alguna diferencia en él, ¿pero cómo podría decírselo? Apenas se conocían un par de semanas atrás y el chico de tez clara y ojos azules poco podía saber sobre Leonard, cualquier Leonard (si es que todos los que había sido él eran uno y ese uno eran todos), no deseaba recapitular mentalmente todas las tonterías en las que había incurrido antes de llegar a Valencia y mucho menos las que cometió en los últimos meses.

No tenía otra concepción de la vida (y el mundo) que él extrañando a Víctor y el tiempo que pasaron juntos. Se sentía tan egoísta y al mismo tiempo ofendido por el mundo (y la vida) por haberlo creado de esa manera, que el contexto influyera tanto en su persona.

Tiempo atrás había dejado a Pedro, como dejó a Jean-Paul, como dejó al otro y al otro antes de ellos dos, ¿existía otro? Siempre podría haber otro, de eso estaba consciente. No podía dramatizar más las relaciones. Todos se iban pero él permanecía con una visión más clara de sí mismo frente a la actitud con la que debía afrontar las relaciones. Él existía y no precisamente porque se hubiera elegido, como tanto le habría encantado difamar, sino porque existía con todo lo demás como conjunto. Existía con la conciencia propia, ni dudarlo, pero de la misma manera permanecía dicha conciencia gracias a la vida yacente en el mundo. Contaba los sucesos que le habían llevado hasta ahí. Las huídas desesperadas, las rupturas, las ansias de tener un poco de éxito, estudiar más, saberlo todo y descubrir la nada dentro del conocimiento. Y al finalizar la estancia (que si no dramatizaba las relaciones al menos estaba dramatizando un poco ese momento, las horas longevas) sólo le quedaba Víctor, y no porque fuera la última opción, el relleno dentro del tiempo… Víctor era todo lo contrario, era la única razón por la cual se quedaría en Valencia.

Deseaba sacudirlo una vez más con total pasión, devorarlo en un beso y llevárselo en las entrañas o abrazarlo y fundirse en su piel, perdiéndose para siempre dentro de él y al final ¿dónde estaría Leonard?, ¿sería igual que todos los hombres dentro del suelo mexicano o español?, ¿sería él algo distinto como para merecer a un chico tan estupendo?

Leonard sería una persona dentro de otra, sin importar que él fuera mexicano y Víctor español, las almas se fundirían y sin dar a luz un hijo, dos hombres podrían ser uno sin rozar la obviedad de sus nacionalidades, no existiría territorio geográfico, ni un océano entre ellos; no tendría que preocuparse porque le llamaran una vez más snob sólo porque amaba a su chico de ojos azules, europeo, de tez clara e intelectual; no habría de preocuparse por las normas derridianas de si se ama a lo “qué es la persona… y por qué la persona es así” antes de amar a “la persona con entereza”; en la fusión de los cuerpos no le interesaría nada de eso porque entonces él sería parte de Víctor y no sólo lo amaría a él, sino también a sí mismo. Uno solo caminaría como el ser sin patria, de costumbres híbridas y algo extrañas. Ni una cosa ni otra nada más que el ser humano buscando los límites, exactos de la conjugación con otros seres para hablar, comer, mirar… sin nacionalidad, sólo usos y costumbres, todo era cultural pero carente de institución como tal.

¿Por qué si sabía su corazón se encontraría con Víctor… al final el resto de su cuerpo terminaría por extrañarlo?, ¿por qué en la teoría, con toda esa plenitud emocional e igualdad como ser humano sin más, era tan difícil la práctica?, ¿por qué el espacio afectaba tanto aún cuando el tiempo parecía determinado a favorecerlos?

Pero lo recordó. -¡Ah las horas!- pensó- estas horas caprichosas que me dejan estar a su lado y sentir que son días, semanas, quizá meses. Pero una vez concluidas estas horas, todo equivaldrá a una muerte paulatinamente dolorosa. Con el fin de las horas vendrá la separación, mi muerte. Me iré yo. Por primera vez el que se va soy yo. Y otra vida empezará y como un gato he de tener que aprovechar las vidas restantes, ¿serán mis otras vidas tan fuertes como para poder soportar que Víctor esté tan lejos… y aún más allá de eso, saber que pasará mucho tiempo antes de que lo vuelva a ver?- El tiempo, se percató, no siempre estaría de su lado. Cuando supo eso instantáneamente abrazó a Víctor, sentados en la banca del parque lo abrazó y cerró los ojos como un niño pequeño quién cree que con su pequeña rabieta podrá frenar lo inevitable. –Le diré, le diré que lo amo, le diré lo que pienso, le diré que preferiría abandonar todo y estar a su lado. Pero no puedo- se contuvo, se detuvo, no sólo porque sabía que a su chico de ojos azules no le gustaban las lágrimas o los pensamientos dramáticos, sino porque parte de él le decía que en su otra vida, después de las horas, él tendría que madurar más rápido y utilizar toda la prudencia con la que ahora cargaba, utilizar la prudencia de las otras vidas.

Ser maduro o prudente nunca había sido la especialidad de Leonard, pero entendía que lo más sano era disfrutar ese momento y… ¿y después?... su prudencia no se lo permitía decírselo, pero después, ya el tiempo lo diría.

miércoles, 1 de junio de 2011

Zero

Los estudiantes blandían sus mamparas de color rojo y negro, gritaban en la vía pública, se movían furtivamente entre las personas para pedirles su opinión. Los estudiantes estallaban en risas, gritos, algunos drogados, otros totalmente lúcidos. Los estudiantes existían sin existir. Estaban ahí el mismo día cuando se hacían las elecciones para el nuevo gobierno en España, mientras los ciudadanos decidían mediante el voto cuál podría ser el menor mal para su país, ¿apostarían nuevamente por la izquierda?, ¿estarían con la derecha?, ¿Qué acaso un país católico no tenía una doble derecha? Una doble mano derecha, lo diestro, ayudaba a escribir sus leyes parlamentarias. Los estudiantes estaban ahí para exigir una democracia mientras los reyes vivían de una pensión que los padres de aquellos chicos pagaban. España se decía estar en actividad. Era mayo… otra vez.

Leonard se sentía en una especie de vacua representación del filme “The dreamers” de Bertolucci. A él siempre le había parecido que la película era pobre en cuanto a la época social/revolucionaria donde se establecía la acción: El mayo del 68. Una representación de los hechos inocua. Estos mayos del 68, ¿qué pensar de ellos?, ¿qué podía saber de ellos? Sólo recientemente, de unos años a la fecha, se había dedicado a instruirse en los acontecimientos de aquel año en distintos países, sobre todo en México. La investigación no sólo le entristeció al enterarse de todas las atrocidades cometidas en su país frente al movimiento estudiantil, sino el fuerte oleaje de indiferencia que se desprendía frente a las nuevas generaciones. En su caso particular, al pertenecer a una familia que se consideraba “tranquila” y ajena a todas esas acciones contestatarias, había vivido en la total ignorancia. Ni sus padres, abuelos, escuelas, profesores de primaria, secundaria o bachillerato le habían enseñado nada sobre el tema, fue hasta la universidad, donde todos parecían saber del movimiento del 68, cuando Leonard se dispuso a investigar el asunto. ¿Cómo había podido vivir así? Sin lugar a dudas por ello, en ocasiones, el mundo le parecía aburrido o poco atrayente, pues ignoraba todo lo que sucedía en el exterior.

Ahora, bien informado gracias a sus amados libros, que si algo les agradecía a sus padres era esa falta de censura, admiraba como los estudiantes españoles, la mayoría de ellos blancos, hermosos y algo sucios (porque así debía ser su imagen contestataria) se manifestaban frente a las plazas principales de aquella ciudad. Era verdad, no se encontraba en la capital de España y los chicos no tenían la culpa de su gran herencia europea en los rostros, los cuerpos, los ojos, pero sí de una identidad caduca, una donde se interesaba más por la mistificación del evento sin realmente proponer algo nuevo y mirar a su entorno. Si hubieran visto a su alrededor se habría percatado de la joven latina que daba panfletos para el partido socialista, o de la chica con gafas y acné que entregaba la propaganda del partido de derecha, si se hubieran volteado a ver eso se darían cuenta de lo estereotipado que es el planeta, de lo prototípico que puede llegar a ser España. De lo “lindo” de una sociedad sujeta a acciones que ayudan a la sublimación de su indignación, porque así eran llamados, estos alumnos, grandes, mayores, burgueses que salían a la calle, no tan burgueses, gente bonita y no tan bonita, pero la mayoría sin ser realmente inmigrante (al menos en la ciudad donde estaba Leonard), porque los inmigrantes no tienen voto, muchos son ilegales y la mentalidad de algunos citadinos de ahí era que los inmigrantes sólo sirven para recoger la mierda de sus perros. Estos activistas eran llamados, “los indignados” -¿Honestamente de qué estaban indignados? Y dicha indignación ¿a qué se refería?, ¿en qué desembocaba?- se preguntaba Leonard -¿y su monarquía?...

“No creas que nuestra monarquía es rica y vive tan bien como la inglesa”, le habían dicho algunos españoles nativos de aquella ciudad, “el rey, en su momento evitó un golpe de estado”, el franquismo pesaba, la historia y la desunificación de España también, “los reyes viven de pensión”… y el toro negro pesa más como imagen unificadora que la bandera roja y amarilla. Lo único que tenía en mente Leonard es que él no entendía nada de eso. Le preguntó a Pedro, su novio, pero este tampoco se interesaba demasiado en la política, todo lo que no fuera filosofía no valía mucho la pena para él, aunque lo irónico de la ecuación es que se especializaba en filósofos griegos y por ende, también en la democracia. Leonard sabía que Pedro le mentía porque no quería que tuvieran diferencias, ambos eran de carácter fuerte, el artista siendo volátil, el filósofo tajante, existía el diálogo, pero como se sabían cortos de tiempo, aunque se amaban tenían muy presente la partida de Leonard en un par de meses, preferían no complicar su relación más allá de la falta de tiempo, el fin del cuatrimestre les complicaba mucho sus agendas, sobre todo la de Pedro. Sin embargo, en la mente de Leonard, toda esta falta de tiempo le parecía sólo un pretexto para no hablar claro sobre el tema, sobre cualquier tema, su relación merecía ser analizada desde varias perspectivas.

Las elecciones pasaron y el partido conservador ganó un auge temible, España había perdido la confianza en los partidos socialistas y de izquierda. En las escuelas los alumnos había sido reabsorbidos por sus tareas, exámenes, trabajos. Los alumnos habían dejado de existir como entes pensantes y creativos para al final pertenecer al sistema opresor que les hacía leer cuatro libros en un mes, memorizarlos sin analizar, hacer un control de lectura sobre el activismo en la red y al final se podían encontrar dentro del examen con preguntas totalmente ajenas al activismo, apegadas a datos superfluos como fechas, nombres, cuestiones circunstanciales. Los estudiantes estaban ahí, indignados de pertenecer a un sistema que los exprimía en tiempo y espacio, pero no en intelecto o activismo, ahí en el país del aparente eterno confort ¿qué podía esperar Leonard? No tenía futuro, ¿en México lo tendría? Seguramente tampoco.

Mayo había terminado.

martes, 3 de mayo de 2011

No sueltes a los gatos

La vida es un sueño, el sueño se pierde dentro de su propia ontología, el sueño perdura, se pierde la vida, la vida se convierte en un sueño y entonces ya no existe la palabra sueño nunca más, no con la connotación onírica… ahora se le llama vida, así de simple.

-Psss, pssss- se escuchaba en el fondo de la habitación, lo escuchaba Leonard –psss, hey… ¡hey! Tú… tú… despierta- la voz resonaba nuevamente cada vez más cerca, pero él no despertaba, ¿realmente estaba durmiendo? Pero si analizaba justo antes que la vida era un sueño, entonces todo era vida, la única forma de despertar se vinculaba con la muerte y Leonard tenía tanto tiempo que no deseaba morir. Quería vivir –psss ya tío, por favor, ¿estás bien?- le insistía la voz. La habitación se hacía cada vez más grande, al menos así lo presentía de forma sonora, y los murmullos, existían los murmullos. Como si fuera el país de las hadas o un bello lago dentro del pantano, un lago a media noche… salió el cisne en su sueño, ¿o era la realidad?, bailaba como Natalie Portman en “Black Swan”, era Odile, era Odette, era Odile, era Odette, era su reproductor de música con el soundtrack de la película y Clint Mansell revoloteándole en la cabeza.

-¿Está bien?- se escuchó de manera más clara la voz de una mujer- ¿tío, estás bien?- dijo la muchacha al quitarle el auricular del oído. Leonard se levantó en un respingo y con sobresalto.
-Sí, sí, sí, ¡no sueltes a los gatos!- gritó muy angustiado.
-Bueno hombre, ¿de qué hablas?- dijo el chico.
Leonard se había quedado dormido en la biblioteca, sobre una pila de libros dedicados a Luis Buñuel. Su estudio sobre el director aragonés lo estaba matando.
-Era un sueño ¿he machote?- dijo la chica –exámenes finales, siempre son iguales, más para los extranjeros- dijo al dirigirse al otro chico- vale, te cuidas y no horrorices a los demás, que estamos estudiando.
-Sí, claro… emm, claro- pestañeó Leonard. “Los extranjeros”, pensó, “no nos quitamos la mala fama de ERASMUS”.

Apagó el reproductor de música. El ensayo ya casi estaba terminado después de casi comer, cagar, follar, mear y dormir con Buñuel, por más escatológica que se tornara la cuestión (en cualquier sentido, religioso o de mierda), ya nada tenía sentido en su cabeza, no bajo los lineamientos de la realidad, pero sí dentro de una extemporánea fantasía.

-¿Y que si fuera yo una fantasía?- pensó Leonard mientras recogía su ejemplar de la novela “Belle de Jour” escrita por Kessel- que se escribiera una historia sobre mí y que esa historia fuera mi vida, una especie de fascículos, capítulos bastante mórbidos de aventuras frívolas con hombres, sin hombres, sobre el arte y la teoría del arte. Sería muy interesante, ¿por qué no? Ser el alter ego de un escritor que desea exponer sus pensamientos por medio de la ficción, pues la realidad le pesa demasiado… ser… ser un remedo de la realidad con elipsis poco convenientes, una historia que sólo conozca mi pensamiento puesto que el mío es el del escritor, quién no conoce el de nadie más, apenas el suyo, y por ello lo pone en papel, externándolo todo como una fantasía, un sueño, lo onírico, y así no tendría que matarse o matar a nadie, no tendría que erradicar su vida o su sueño, pues podría hacerlo conmigo. Yo podría ser todo o nada en un segundo, yo podría ser la creación de un dios bajo su propio universo atemporal o el accidente del destino, la válvula de escape… podría no existir en realidad.

Su estudio le estaba atrofiando las ideas, aún cuando dormía más, mucho más que en México tenía regresiones a los antiguos amores, las antiguas amistades, lo que estaba dejando dentro de su identidad. La sociedad opresora que ahora le cambiaba… Leonard siempre se amoldaba a las nuevas circunstancias, era una puta de corazón, pero no una por placer, como Sévérine, la protagonista de “Belle de Jour”, sino una por necesitad, te adaptas o mueres.

Recogió sus pertenencias y salió de la biblioteca aún un poco adormilado. Eran casi las nueve de la noche y allí, en aquella ciudad de España todo lucía tan tranquilo y conveniente, parecía un sueño, pero uno de esos rosáceos muy absurdos que se venden en las películas hollydoodenses, no un sueño provocativo, onírico como película de vanguardia creada por Buñuel. Normalmente su vida parecía un cúmulo de sueños tormentosos. Se sumergía en su vena más surrealista sin siquiera saberlo o intentarlo. Al repasar sus últimos dos años de vida podía decir que efectivamente su vida era una fantasía no democrática que le convenía sólo a él. No involucraba en ningún sentido a nadie más, incluso los que se creían retratados en su piel, en su escrito personal al que llamaba existencia, los que se habían ofendido, los que le hubieron insultado, todo eso quedaba atrás y lo recordaba con una sonrisa. Eran malos entendidos y parte de él se arrepentía por carecer de una facilidad de entendimiento. Para darse a entender, para entender mejor las cosas. La interpretación de los otros sobre su vida.

Leonard era demasiado abierto, hablaba con mucha gente y decía mucho más con acciones que con palabras. La escritura de su propia vida era el máximo ejemplo, esa fantasía que corría por sus venas y discurría entre los pixeles. Incluso alguna profesora utilizó el conocimiento personal que tenía para criticar su obra, pero él se lo buscó, quién se expone peligra por la simple razón de existir de una manera u otra. Leonard existía como personaje de su propia historia, eso le hacía feliz, pues aunque parecía sufrir más de lo que gozaba; cuando lograba la estabilidad emocional, analizaba que toda esa experiencia valía en gran manera… aunque fuera un sueño.
¿Qué tenían los espectadores contra el sueño, contra su sueño como Leonard? ¿Por qué les parecía fácil juzgarlo? “Porque estaba ahí”, pensó Leonard, quien no lo desea, lo quita, se calla, deja de soñar y muere, muere con toda su creación frente a la crítica oportuna. Morir también podía ser un arte, y como todo dentro de la ficción, podía hacerlo bien o muy mal.

Se contoneó por las calles españolas, llegó a su departamento e instaló los cinco libros que llevaba en la mochila. Buñuel a reventar, estaba enbuñuelado, el buen buñuelo, dulce y grasoso. Dentro de esa dulzura se encontraba su vida, de la mano de la grasa se hallaba la satisfacción. ¿Por qué se encontraba repentinamente feliz? El teléfono móvil sonó… era él, no pudo dejar de sonreír. Un mes se había pasado en un suspiro, el mes al lado del nuevo amante y siempre le llamaba, todos los días pues se encontraban en el primer ardor.

-Hola guapo- dijo Leonard al contestar.
-¿Cómo estás mi amor?- dijo una voz muy varonil al otro lado del auricular.
-He tenido un día de lo más extraño, pero también vivificante… claro, si a eso le atribuyo el hecho de que ahora creo que el sueño es la vida y el despertar la muerte.
-¿Quieres decir que estás soñando justo ahora? Porque, guapo, estamos hablando y yo estoy consciente de eso, o inconsciente, ¿sabes lo que significa? Que estamos soñando juntos- el hombre al otro lado empezó a reír.
-Siempre lo pillas ¿eh?, ¿cómo es que lograste seducirme tan pronto, tan rápido?
-Sólo es que congeniamos muy bien, eso es todo mi amor.
-Eso es todo. El congeniar…
-En el momento adecuado y en la instancia perfecta, nada más. Si sostienes que vives en un sueño… no, no, que la vida es un sueño, entonces cada instante es un episodio, un nuevo sueño, como las películas que tanto te gustan ver en el cine. Cada momento segmentado es una nueva escena que representa un nuevo sueño. Así que vivamos nuestro sueño dentro de la escena ¿vale? Siempre y cuando todo dure.
-Durará lo que tenga que durar, y después… quizá la muerte.
-Y después a seguir soñando mi amor. Bueno, te tengo que dejar, estaba en receso, debo regresar a dar clase.
-No tortures demasiado a tus alumnos, no todos mueren por ser filósofos.
-No- volvió a reír la voz- no mueren, porque viven en la filosofía y aquí nos la pasamos soñando, mi vida.
-Pues mientras no sueñes tanto con tus alumnos…
-No seas celoso. Soy muy estricto.
-Y yo sé que no debo envidiar a tus alumnos, tengo la mejor parte de ti.
-Tienes la mejor escena y el mejor sueño.
-Te quiero- dijo Leonard.
-Te amo- contestó la voz. Esa voz. Pero Leonard no podía contestarle que lo amaba, pues no era así- nos vemos esta noche, ¿te parece?
-Siempre estoy a tu disposición- cuando se escuchó decir aquella oración, Leonard se dio cuenta que nuevamente era una puta que se adapta, pero ahora sí, dentro de ese sueño era una puta por placer. Quería demasiado Pedro, su nuevo hombre.

domingo, 27 de marzo de 2011

Lo otro


Pensar ya en México como el país de la otredad le preocupaba un poco a Leonard. Esa noche antes de dormir llamó a sus padres y en la conversación no pudo dejar de describir a México como su país de origen pero al cual ya no pertenecía, la verdad se escondía bajo la irremediable verdad de que Leonard se había quedado sin patria.


Acusado constantemente de un esnobismo bastante recalcitrante, por colocar a Europa sobre América, y creer que el primer mundo era mejor (“primer mundo” en términos muy áridos, ya que toda nación tiene su primer y tercer mundo integrado), Leonard tuvo que cruzar un océano para darse cuenta que el nivel educativo no era mejor, que los chicos europeos tampoco lo eran, que los franceses no sabían lo que querían y que los españoles no bailaban en las discotecas para homosexuales; la fantasía se destruyó, el idilio, Europa no era mejor, sin embargo no moría por regresar a México, en todo momento repetía “No quiero volver a México”, pero otra parte de él se enfurruñaba al pensar que allí tampoco tenía muchas posibilidades. Estaba cansado de las ligeras discriminaciones a su persona, de tener siempre que anteponer su intelecto para ser respetado, ser ufano respecto a su nivel cultural, odiaba estar a la defensiva, aunque existían momentos donde se preguntaba la razón de hacerlo todo el tiempo.


Para la gente europea existían problemas que debían ser tratados con urgencia, como explotación al continente africano, el gobierno no democrático de algunos líderes en la Unión Europea y la creciente aglomeración turística, un arma de doble filo. Cuando estas preocupaciones surcaban los oídos de Leonard, no dejaba de pensar que en México las cosas estaban peor, mucho peor que en cualquier país de la Unión Europea, y que en efecto, la mayoría de los europeos que conocía no habían sufrido ni una piza de lo que la gente en México sufría, no para los jóvenes que se quedaban sin educación, o que si se educaban, no tenían muchas oportunidades laborales, no es que fuera muy distinto en España, donde sabía de jóvenes que tenían dos carreras y aún así no lograban colocarse en algún empleo, pero sencillamente ahí las cosas eran distintas, los pepenadores en ocasiones hasta vestían mejor que él.


Regresar a México se refería a que tendría que estudiar una especialidad que aún no tenía ni la más remota idea de cuál sería, pensaba que probablemente iría a esa máxima casa de estudios para probar suerte en Historia del Arte, pero ahora que estaba en España y paladeaba la visión de los historiadores respecto al arte la única reacción que podía tener era el llanto. Conocía chicos que desde su bachillerato estudiaban historia del arte, “Desde los quince años estoy estudiando arte” le dijo su compañera francesa, “Es mi tercer año en la carrera”, dijo su compañero español, y aún así ninguno de los dos conocía bien la obra de Duchamp, leído sobre Kosuth o escuchado sobre Beuys, sin embargo tenían un amplio conocimiento frente al renacimiento y el barroco.


No sabía si en México la educación respecto a la historia del arte sería igual que en Europa, era completamente improbable, pero al estar ahí en sus clases teóricas de escultura para dummies, le remitía a sus tiempos en el bachillerato cuando debía teñir las bacterias para verlas al microscopio… así de excitante, pero para eso estaban los gustos de las personas.


Eso le llevaba a buscar una especie de consuelo o excitación en los rincones más banales de España, el alcohol, un poco de drogas (porque ya no le sentaban bien ¿se hacía viejo?), los hombres, sobre todas las cosas los hombres y el sexo. El buen sexo, el mal sexo, el sexo con desconocidos, el sexo con conocidos, el no-sexo con los conocidos porque las cosas terminaron mal, como con Jean-Paul a quién seguía viendo pero sólo le dedicaba una fría mirada, siempre se decía “Los franceses no saben lo que quieren”, ¿pero la homosexualidad en aquella ciudad española sabía lo que querían? Todos en la discoteca vestían similar, con sus playeras de cuellos muy grandes y mostraban la palidez de sus pectorales, otros usaban bronceados irreales, casi todos tenían el mismo peinado donde el cabello de los lados y el de atrás estaba muy corto, mientras la melena superior se encontraba peinada hacia atrás con laca, crema para moldear o sólo mucho lubricante… eso Leonard no lo averiguó porque no se acostó, beso y sobre todo, tocó el cabello de alguno de ellos. Esos lugares le ponían nervioso, no encajaba, no era guapo, no era europeo (más que en el pensamiento, lo que ahora le avergonzaba ínfimamente y hasta no podía tomar un libro de Jane Austen sin sentir un poco de remordimiento intelectual), no era alto, delgado, su tez demasiado latina, su cabello sólo parecía gustar a las mujeres de ahí, aún así se divirtió demasiado, ¿la razón?, esa discoteca, salvo que nadie bailaba, era igual que en México, los chicos eran muy similares, en México las jotonas querían ser muy europeas, mientras en España las jotonas sencillamente eran muy europeas. Se dio cuenta que él era igual, al menos en el pensamiento. Que al igual que los europeos de ahí, sabía muy bien lo que quería, pero el deseo de la vanidad (ya fuera vanidad por verse bien o sencillamente frente a la cultura y el intelecto) lo llevaba a una frustración inherente. ¿A quién engañaba? Debía ser lo que era, un chico latino, un chico de México, y lo era, su naturaleza salía por inercia, pero jamás en su vida había deseado tanto hablar de forma coloquial y tener el sentido de sobrevivencia del buen mexicano. Justo en ese momento se sentía sin patria, no se creía un verdadero mexicano y cuando su compañera de piso francesa le dijo “Eres europeo de corazón”, no pudo más que estremecerse con un poco de terror, la chica francesa lo dijo de la mejor manera, pero Leonard lo tomó como una estocada, él no quería ser europeo, pero tampoco mexicano… ¿latinoamericano le quedaba mejor?, ¿le serviría mejor viajar a otro continente? De cualquier forma existían tres más.


La cuestión no era seguir huyendo, eso lo llevaba haciendo desde que tuvo su relación con Nick, el chico inglés, la gran muestra de su esnobismo, y huyó de él, ahí cuando quería huir de su homosexualidad, pero aún así no se podía escapar de lo que se llevaba en la sangre. Era igual con todo lo demás, aunque quisiera huir de los problemas en México siempre encontraría dificultades en otros países, aunque creyera que los homosexuales en aquella ciudad de España tenían una vida más liberal, lo único de lo que podía percatarse es que las cosas estaban peor ahí, pues sólo encontraba hombres que seguían el patrón imperialista de la homosexualidad, sin conciencia propia, sin identidad; aunque pensara que estaban mejor en la educación sobre el arte, la verdad es que los alumnos ahí eran unos autómatas sin opinión sobre el arte contemporáneo. Europa no era un mundo mejor, no era el primer mundo que sus arduas lecturas y sus grandes estudios le habían vendido, Europa era un cúmulo de gente orgullosa que le podía discriminar a la menor provocación, Europa era un viento irreversible de indiferencia que se levantaba frente a la homosexualidad y la mentalidad queer, Europa era un continente donde no podía conseguir un zumo (jugo) de frutas fresco o un poco de piña en su comida. Pero, Dios, ¡cuánto amaba Europa! No quería regresar a México, porque al final no quería volver a casa. Al estar ahí en su mini departamento compartido y de gran ventanal, lo mejor que sentía era la libertad solventada, dinero, departamento, libertad para salir cuando quisiera y acostarse con quien quisiera; muy similar cuando tenía su departamento en la ciudad donde estudiaba, la diferencia ahora es que tenía otra mentalidad, antes sólo le interesaban los círculos culturales e intelectuales, ahora que todo eso le había decepcionado prefería la feria de las vanidades, al menos esa se compraba y se vendía bajo la misma imagen, no como el mundo del arte que se decía muy intelectual y al final sólo era una reverenda mierda.


A la única conclusión que podía llegar era que al regresar a México tendría que independizarse al por mayor, tener su propio espacio, y que ese momento en España no se volvería a repetir, no a sus veintidós años, no con esa mentalidad, más le valía dejar de pensar que su viaje a Europa era una experiencia improductiva, al menos ahora no podía envidiar a nada ni a nadie, Europa no era envidiable, México tampoco, nada le era envidiable dentro de las culturas establecidas o el pensamiento contemporáneo de dichas culturas, era un extranjero en el mundo, Utopía no existía, al menos en los dos países donde había estado no eran su Utopía artístico homosexual. Debía buscar otra cosa, la otredad, “lo otro”, al menos en su mentalidad.


viernes, 25 de marzo de 2011

Sexo por el sexo

Una vela encendida en el buró para eliminar los malos olores, la escoba fuera de la habitación, el pensamiento de un nuevo peinado… Leonard se sentía fabuloso y no sabía la razón. Acababa de asear su habitación, tenía una fiesta en un par de horas y aún no estaba arreglado. Estaba ligeramente insoportable aún para sí mismo; todos sus cambios de humor y los picos emocionales, ¿por qué estaba feliz?, quizá fuera el té que acababa de tomar, la infusión de hierbas le hacía bien, quizá porque en ese día en particular no había llovido, y aunque no fue un gran día soleado, al menos no estaban inundándose las calles; posiblemente era su disco de Los Bunkers que sonaba de fondo, la canción “Miéntele”, la veladora, el dulce aroma y el séquito de hombres que pasaban por su ventana y la habitación.

Ese día recibió la llamada de José, un hombre terriblemente atractivo de treinta años, no había estado con un hombre más sexy, más ardoroso y más… casado. Le tuvo que decir “No”, al teléfono le dijo “Hoy no puedo, tengo mucho trabajo”, mentira, la verdad es que deseaba no volver a verlo, temía involucrarse, había sido agradable la semana, pero que se quedara en LA semana, ¿cómo respondían sus principios ante ello?, él se decía feminista y gay salido del clóset, decía tantas cosas y hacía otras tantas. Esa mañana se levantó con una idea en la cabeza “La mujer que es engañada”, la esposa de José que seguro ya sabía las manías homosexuales de su esposo pero prefería no hacerlas evidentes, una mujer enclaustrada, olvidada ¿tenían hijos?
Esa mañana, cuando todos esos pensamientos llegaron a su cabeza, Leonard supo que era momento de terminar los encuentros. José era agradable, apasionado, pero con él no se podía más que entender el concepto de lo efímero, sí, como todas las relaciones, pero aquí no podía engañarse, por más que José le dijera “Chico guapo, chico rico”, eso sólo significaba que quería más sexo, más libertad y placer, y dentro de los estándares de un gay en el clóset, casado de treinta años, sólo significaba que los chicos latinos de veintidós años eran para pasar un buen rato, no más.


La sorprendió darse cuenta que ahora sí le importaban todas las mujeres engañadas por sus maridos homosexuales, que las había en todo el mundo, tanto México como España. Ahí, mujeres viendo el televisor en la noche o sentadas en la salita leyendo un mal libro romanticón, eso o quizá (siento muy optimistas) mujeres que también tenían un amante para pasarla bien… fuera el caso, ahora a Leonard le importaba, ¿por qué, si cuando se prostituía, las cosas eran muy similares? Hombres con los que quedaba para tener sexo, hombres que le pagaban, hombres de treinta, cuarenta, ocasionalmente de cincuenta años que seguramente eran casados, él no preguntaba pues necesitaba el dinero, distinto a la actualidad donde estaba con un hombre casado por gusto, tenía sexo sin dinero, sexo sin emociones, sexo sin compromisos, era sexo por el sexo.

-Qué vacío- pensó Leonard al prepararse para la fiesta, sin embargo se sentía muy optimista, ¿el negarse a un hombre así era la señal de estar avanzando, o el haber estado con él sólo significaba que estaba aún más en decadencia?

lunes, 7 de marzo de 2011

Insuficiencia y saciedad

Insuficiencia y saciedad. Dos palabras que cruzaban la cabeza de Leonard. Una persona, dos, tres, cuatro extranjeros, gente distinta todos los días por el primer mes; después el vació, nada quedaba más allá de la repetición. Se repetía, una y otra vez, la repetición del vació, ¿cómo era eso posible?... No más drogas, se decía, no más alcohol, no más ¿qué?, ¿para qué estás aquí?, canturreaba una voz, ¿para qué, para qué?, ¿para reafirmar el cliché?, ¿rememorar qué?, ¿vivir qué?, no más, pensó Leonard, no más pensamientos por favor. Pero su cabeza ya no era suya, su mente estaba perdida, y entonces analizó los conceptos: cabeza, mente, alma, sentimientos… empezó a reírse porque recordó cuando salió de fiesta en México al lado de Alina y no dejaba de meterse hierba toda la noche. En ese momento le decía “Mira que tengo algo serio que decirte Alina… pero… es que vienes con todo tu atuendo navideño y me desenfocas por completo”. Ese día Alina tenía un sombrero rojo, ropa negra y pelusa blanca sobre su atuendo. Ambos se encontraban en el sofá de Latika fumando un par de porros después de haberse comido más de un pastel con hierba. Era la banalidad, era lo superfluo y aún así Leonard intentaba encontrar un pensamiento lo suficientemente coherente e interesante para charlar con Alina, pero ella, ¡la insensata de Alina! Usaba un gorro rojo y tenía pelusa blanca en su ropa negra… ¡le recordaba tanto a la navidad!

¿Pero por qué estaba en ello?, se volvía Leonard hacia el chico con rastas que se encontraba a su lado, ¿quién era?, era un italiano que conoció en una junta marxista y resultó que los dos eran un par de gays que no encajaban ahí. Cervezas y porros, le prometió el italiano. Pero nada de sexo, apuntaló Leonard. Ya todo le parecía barato, frugal; las clases, los alumnos españoles, los del intercambio, el alcohol a un euro, los hombres en su cama, el francés que golpeó y después le llamó sólo para decirle “Leonard, a ti te gusta la violencia gratuita. Yo no hice nada malo”. Nada malo. La maldad y la bondad estaban erradicadas en ese momento, pero ¿le gustaba la violencia gratuita?... recapacitó, que, la afección por el drama no era más que una muestra de ajetreo irracional, el abandono ante las emociones, sí, le gustaba la violencia, le encantaba violentarse a sí mismo y detestaba la felicidad, por eso estaba ahí, tirado en el sofá de un completo desconocido, quizá el italiano menos atractivo que haya visto en su vida, ¿o era la droga lo que le hacía verlo feo?, era su reflejo, la violencia, el tormento, otra vez… la infelicidad.

¿Pensó que al cambiar de continente cambiaría la situación?, l-a-s-i-t-u-a-c-i-ó-n, no me levanté para esto, estuvo a punto de gritarle al sustituto de su amada profesora de cine. ¡No me levanté para que me quiera explicar Hitchcock una vez más!, ¡no viaje para hacerme adicto al sexo sin escrúpulos con un francés que se encuentra totalmente negado!, ¡no me cultivé para esto, para desintegrar mis neuronas en honor a Italia y sus perfectos y masculinos habitantes!(porque sí, el italiano ahora le parecía muy atractivo), ¿le interesaría eso al profesor suplente?, ¿le interesaría la vida de Leonard a alguien que no fuera Leonard?, empezó a reír, era una pregunta demasiado autoindulgente. No había cambiado en nada, él no había cambiado en nada, seguía siendo igual de severo consigo mismo y al mismo tiempo patético. Estaba saciado, lo tenía todo, toda esa levedad, estaba cansado, ya había sido en su momento la misma perfección, ¿qué quedaba?, ¿vivir?, ahí se sentía insuficiente... el italiano empezó a tocarlo.

Basta, quería decirle, basta que no quiero que me toque un hombre como tú. Eres guapo, le diría, eres la promesa del buen sexo, el buen cuerpo, los porros y la cerveza, pero por más vulgar que se entienda… ¡YA NO ME ENTRA MÁS!, ni el sexo, ni los porros, ni la cerveza, ni los italianos, ahora me quedan tan justos que me evitan el respirar… ¿lo entiendes?

El italiano no parecía haberle escuchado y seguía tocándolo. Es más, empezó a creer que no lo escuchó porque él no había proferido palabra alguna. Era como una especie de Iris Murdoch afectado por su propio alzhéimer sintético. Las palabras lo abandonaban, sólo le quedaba la comunicación del cuerpo, ¿negarse?, ¿al placer?, ¡pero ni que fuera frígido! Sin embargo era como comer de un plato delicioso, llenarse la boca de dicho platillo aún cuando no queda espacio en el estómago. Eso era el sexo con el italiano.

De la vida no tenía ni la remota idea. La existencia se le había olvidado. Se sentía insuficiente, no encontraba artistas en aquel continente, no hacía ni una sola amistad con la que pudiera hablar sobre el arte, no había expuesto nada, ni publicado… tienes mucha sensibilidad, sientes demasiado, le había dicho su amiga de República Checa. Pero no era verdad. Leonard no sentía nada, estaba vacío dentro de su propia saciedad. Lleno de basura. Insensible como toda la sociedad “globalizada” y ya era momento de soltarse, dejarse llevar a nuevos estrados que no fuera la dicotomía. Ni la perfección, ni el caos (aunque el caos bien pertenece a la perfección). Ni insuficiencia, ni saciedad, sólo todo lo contrario.

lunes, 28 de febrero de 2011

Bolena en las entrañas

-¿Me quieres?- preguntó entre las sombras tranquilamente.

-No sé- contestó el otro con mucha más calma.

-¿Me quieres o no? Tienes que decírmelo- insistió Leonard bastante ebrio en la oscuridad. En la oscuridad porque el francés no besaba en público, en la oscuridad porque aunque el francés tenía novio en su país natal, sus padres lo sabían y se decía protector de los derechos homosexuales… el francés, no besaba en público.

-Me tengo que ir- dijo Jean-Paul algo mareado y cansado de tanta palabrearía insensata por parte del estúpido mexicano.

-¡Necesito saberlo!, ¡sólo dime si me quieres!- gritoneó Leonard. Estaba ahí, el drama estaba nuevamente en su vida como catalizador de la existencia.

-No sé, ya te dije que no sé- el francés se veía bastante irritado.

-¡Sí o no!- vociferó Leonard. Estaban en su departamento. La fiesta sonaba en el exterior, ellos se encontraban en la habitación de Leonard, se habían escondido porque el francés lo evitaba en público.

El tiempo se presentía lento pero no tranquilo, asfixiante sería la palabra que le venía a la mente a Leonard, su pseudo relación de un mes con el francés era eso, asfixiante, una relación sustentada en el sexo y la infidelidad. Jean-Paul tenía novio, un novio que no lo quería (pues este amaba a su ex novio), aún así el francés amaba a su novio pero le era infiel (sospechaba Leonard) en un frenesí de venganza. Se follaba el mexicano como sinónimo de aparente libertad, era como decirle a su novio en Francia “Mira, tú amas a tu ex novio, yo me follo al mexicano”. Después Leonard se enteró que todo lo publicaba en su facebook, como él en algún momento lo hacía en los blogs. Todo eso le parecía una mala serie norteamericana, y se preguntó si acaso la vida dictaba lo que pasaba en la televisión, o era la televisión la que se incrustaba en el inconsciente colectivo.

-No- dijo Jean-Paul y rompió la lentitud del tiempo, el sopor, el ardor, la ambigüedad emocional. “NO” dijo Jean-Paul, no lo quería, ya ni hablemos de amar, sencillamente no lo quería. ¿No era eso lo que quería Leonard?, ¿una respuesta? Karen, su amiga en México, le había dicho que cualquiera que pregunta debe someterse a la respuesta. Entonces ahí estaba la contestación, un “NO”. Pero eso no fue todo, también hubo una plusvalía- Sólo quiero jugar contigo- remató el francés con una sonrisa burlona… al menos le pareció ver una sonrisa porque estaban en la oscuridad.

La reacción de Leonard fue como la de Ana Bolena al ser acusada de perder al primogénito de la nación. Ardió en llamas por el interior y lo cacheteó, golpeó fuertemente su rostro con la mano abierta. De un momento a otro Leonard había pensado en hacerlo, pero sin mayor preámbulo, cuando recuperó la conciencia, ya lo había hecho. Lo golpeó, con mano abierta, como una jotona de la más baja ralea, como una princesa estúpida, todo un gay indignado sin dignidad.

-¡LÁRGATE!- gritó como nunca en su vida- ¡LÁRGATE!- y vio como el francés se ofendía hasta la médula y salía al salón principal como todo un Enrique VIII herido en el orgullo, ¿o sería mejor decir un Luis XIV?, sí, un Luis XIV, porque Enrique VIII habría devuelto la cachetada, Enrique VIII habría besado en público, Enrique VIII hizo a Ana Bolena pagar, cualquier cosa o aspecto, pero no sería la orgullosa indiferencia.

Leonard se quedó cual Bolena, con la imposibilidad en las entrañas. Le era insuficiente, todo su conocimiento, toda su cultura, el que cruzara “el charco” (como llamaban los mexicanos al atlántico), que expusiera en lugares algo reputados, que terminara cuentos, novelas, críticas, que fuera un alumno perfecto o un buen amigo, un hijo modelo, que supiera ocultar toda su vanidad, que supiera engañar, nada le servía con un hombre como Jean-Paul al que el orgullo le era sinónimo de vida. Jean-Paul no le quería, como nadie le había querido cual pareja.

No debió golpear a Jean-Paul, debió golpearse a sí mismo, explotar. Pero como una Ana Bolena abortista, ella no podía hacer nada para no perder al hijo, ella no podía hacer nada para quedar embarazada si no la penetraban… Leonard no podía hacer nada ante el desinterés y la falta de afecto por parte de Jean-Paul, nada más que controlar sus emociones, y eso no lo logró.

A la mañana siguiente le envió un mensaje pidiéndole disculpas por haberle gritado y abofeteado, también le solicitaba el verlo en persona para aclarar la situación, pero Jean-Paul no contestó. Ese día no salió de su departamento, tomó un libro y lo devoró sin mayor interés que el vaivén de las páginas; escuchó “Koop Islands Blues” y no fumó ni un cigarrillo. Volvió a pasar, perdió otro hombre ¿y qué? La vida, su vida, en todos lados era igual, porque sin importar donde se encontrara los patrones psicológicos no se perderían. Cerró el libro, era media noche y salió a bailar. La vida seguía con o sin Francia a su lado.

viernes, 25 de febrero de 2011

Erasmus

Según la wikipedia, santa madre de toda la información falsa, ERASMUS es el acrónimo del nombre oficial en idioma inglés: European Region Action Scheme for the Mobility of University Students, "Plan de Acción de la Comunidad Europea para la Movilidad de Estudiantes Universitarios”. Lo que lleva a que un alumno Erasmus es un chico o chica, europeo que se encuentra de intercambio en un país de Europa que no es el suyo.

Los Erasmus eran muy comunes en la nueva escuela de Leonard (que ya ni tan nueva, un mes se había pasando volando), estos chicos se la pasaban haciendo fiestas, estudiando poco, saliendo cada noche, bebiendo vino barato, teniendo sexo con otros Erasmus y sobre todo, engañando a sus parejas. La mayoría de estos jóvenes tenían novios en sus países natales, pero, conociendo la mala fama de los alumnos Erasmus, muchos terminaban con sus novios o hacían una pausa durante su estancia. Jean-Paul era un Erasmus. Jean-Paul tenía novio en Francia.

Lo irónico de la ecuación es que ahora Leonard era una total Du Barry, amante de un chico francés, amante de un Erasmus que sólo deseaba ¿divertirse?... la verdad era que Leonard se estaba involucrando cada vez más con su chico francés, ya lo llamaba así “SU CHICO FRANCÉS”. El chico a veces delicado, en otras tantas arrogante, amoroso, tierno o vehemente, Leonard no podía dejar de pensar que si la distancia entre él y Jean-Paul no fuera tan grande, entonces quizá sería el hombre perfecto. Pero claro, la perfección no existía.

Sentado en el sillón de su departamento, con cigarro en mano (lo estaba intentando dejar) tomaba la obligada taza de café vespertina. Un hombre acababa de salir de su departamento, un hombre español no muy joven pero tampoco viejo, algo feo pero de cuerpo atlético… sin embargo a Leonard no le importó. Quedaron de verse para tener sexo pero después él se sintió desinteresado, veía al español como un paño húmedo y arrugado, viejo, triste, blasfemo… ¡era una blasfemia!, le gustaban las cosas vulgares de México, -Le gustan los grupos musicales para chicas y pensó me seduciría con sólo decir que era mitad español y mitad mexicano- Leonard estaba molesto, pero ¿por qué?, ¿qué le hacía hervir la sangre?- además- vociferó, en ese momento estaba sólo en su departamento, las chicas con las que compartía el sitio habían salido- dijo que era joven… ¡joven! Joven se es aún a los treinta años, dijo tener treinta años, pero él tenía casi cuarenta… ¡y cinco!, a la mierda con ese hombre…- se quedó callado. Jamás en su vida se había sentido tan inferior, superfluo, se había dejado tocar por ese vejestorio ignorante lleno de frustraciones homosexuales, lo quería de “amigo sexual”- pero si ya tengo un amigo sexual, ese es Jean-Paul… pero… pero… ¡carajo!- se había prometido no comprometerse con nadie, ni de manera social, ni mucho menos de forma emocional. Sin embargo ahí estaba Jean-Paul, él con toda su conducta francesa, su gusto por lo kitsch pero su gran nivel cultural ante las leyes, la historia de su país, un intelectual sin duda, algo prepotente pero inteligente… no del todo, en algunos puntos era cerrado y conservador. Se batía en duelo si era necesario por el simple hecho de proteger una idea, una idea errada, aunque supiera que estaba errada la defendía por mero orgullo. “Los opuestos se atraen”, pensó Leonard.

¿A quién pretendía engañar? Sí, el vejete español tenía un par de canas, pero no era feo, tenía muy buen cuerpo, un excelente color de piel, pero parecía faltarle personalidad y alma. No se podía interesar en él, aunque había estado en tiempo pasado con otros hombres viejos, calvos, gordos, hombres que le pagaban por sexo. Pero este que era por placer, pues sencillamente no le daba ninguna clase de bienestar. Estaba a tres centímetros de amar a Jean-Paul, porque sólo pensaba en él, por eso todos los demás le parecían o muy viejos, o muy feos, o muy ignorantes, muy torpes, obtusos, blancos, calvos, muy gordos, muy delgados, muy amanerados, muy masculinos, muy musculosos, muy altos, muy bajos, muy distantes de lo que no era Jean-Paul y sus hermosos ojos color marrón claro.

-Pero él tiene novio, un hermoso novio francés con el cual se la pasa teniendo sexo en lugar de entrar a sus clases- se decía Leonard a sí mismo al recordar que Jean-Paul había alardeado de su poder para pasar sus materias con mucha facilidad “Prefiero ir a tener sexo con mi novio y hacer fiestas”, le dijo Jean-Paul – ¡Y ya!, pues ama a su novio, ¡que vaya a Francia para follarlo! Yo no estoy aquí para ser su juguete sexual, maldito Erasmus de mierda.

No es que Leonard quisiera un novio definitivo en España (lugar donde estudiaba), sobre todo porque no podía tener una relación estable después de sus seis meses (ahora cinco… ¡cinco meses!, moría de miedo, el tiempo se acababa) pero lo que sí quería era alguien especial para pasar esos meses… y Jean-Paul lo era en muchos sentidos, pero no en otros tantos.

Sólo estaba seguro porque se odiaba. Primero por involucrarse con un francés; después por intentar hacerse el indiferente y llevar a un vejete español a su departamento; al final por dejar de ser objetivo sólo porque ya nadie le importaba más allá de su chico francés.

jueves, 17 de febrero de 2011

Desayuno francés

Leonard despertó a las siete de la noche en su cama. Estaba sólo y se sintió ligeramente triste porque él no estaba ahí. Hacía cinco horas que lo había dejado en su departamento después de haber pasado la noche juntos y casi toda la mañana abrazados. Jean-Paul era su nombre. Un chico francés de su edad que quizá no se asemejaba mucho a los estándares estéticos del eurocentrismo, sin embargo, el punto aquí se refería a que Jean-Paul era diferente.
Mitad francés y mitad español, más orgulloso de su parte francesa, el chico estudiaba derecho, era ávido en la manipulación de la ley, los libros y los hombres. No podía negarse, la primera vez que Leonard lo vio pensó que era un francés poco agraciado, sin embargo cuando empezó a hablar con él se dio cuenta que era muy culto y bastante inteligente. No le importó que estuviera ligeramente pasado de peso o que su estilo no fuera el más indicado para vestir, lo único que le intrigaba se refería a si Jean-Paul era gay.


Leonard compartía su departamento con un par de chicas, una de ellas era francesa de nombre Chloe, su amigo era Jean-Paul. Desde la primera noche en que fueron presentados Leonard se percató que a Jean-Paul no le agrada, sencillamente porque era latino, un chico de tercer mundo y seguramente una persona bastante ignorante. Al platicar juntos ambos chicos se quitaron un par de prejuicios, aunque eso no significaba mucho. Todo se relajó cuando Leonard asistió a una fiesta en el departamento de Jean-Paul, y después, algo ebrios los dos, se acostaron.
Fue una noche bastante activa, y de alguna manera, la mañana fue aún mejor.
-¿Te molesta si fumo?- dijo Jean-Paul con un español poco elaborado pero entendible.
-No hay problema- contestó Leonard. La verdad es que sí lo había, pero estaba demasiado encantado con la compañía del chico francés que poco le importó.
-¿Te gustaría desayunar? Quiero café… necesito café- el chico francés no sólo era algo adicto a la nicotina, sino también a la cafeína, igual que Leonard.
-Me conformo con desayunarte a ti- Leonard se sonrió y después no pararon de besarse. Disfrutaba mucho el estar entrelazado con Jean-Paul. Le daba una calma que no había experimentado en meses.
Esa mañana, abrazados los dos, hablaron de Simone de Beauvoir, Moliere, Napoleón, Luis XIV, madame de Pompadour, de que los franceses no querían mucho a María Antonieta porque igual no era francesa, de Voltaire, de Goethe, Enrique II de Francia, de la dinastía Tudor, de muchos temas de forma somera, de los poetas que conocían y les agradaban, de la música, de Mylene Farmer y que de alguna manera bastante bizarra Jean-Paul amaba a Madona y Lady Gaga. Empezaron a construir el día los dos juntos.
-He vivido mucho tiempo en París, no soy de ahí pero tengo muchos amigos en París… te gustaría ir, bueno, más porque estudias arte.
-¿Te gustaría ir conmigo?
-Sí, podemos ir los dos juntos a París, conozco la ciudad muy bien. Cuando conoces París ya nada es igual, todas las demás ciudades son malas. Esta ciudad es mala.
-A mí me gusta mucho esta ciudad- si supiera, pensó Leonard, cómo son las ciudades de donde yo vengo.
-Ya verás París- Jean-Paul lo rodeó y lo besó hasta la saciedad.
Desde hacía tanto tiempo que Leonard no se sentía tan tranquilo y feliz al lado de un hombre. No quería soltarlo, temía que si lo dejaba en ese momento, entonces el chico francés se iría y desaparecería como todas sus anteriores conquistas sexuales. Pero él lo sabía, Leonard lo sentía, esta no era una típica conquista sexual. Sí, el sexo había sido estupendo, quizá esperaba mayor experiencia en el chico, pero la culpa la tenía Leonard por haber compartido la cama con tantos hombres mayores.

Cuando Leonard se levantó el encantó se rompió. Jean-Paul siguió fumando y le ignoró fríamente, después de terminar su cigarro le dijo:
-Tengo que ir a comprar más cigarros.
-Claro… quiero bañarme, después creo que me voy.
-Como quieras- dijo Jean-Paul sin mayor sentimiento, no con indiferencia o desagrado, tampoco con ganas de retener a Leonard, sencillamente era un amplio “como quieras” en todo el sentido de la expresión.

-Como quieras- bufó Leonard en su habitación algo cabizbajo porque se había dicho que no estaba dispuesto a querer o interesarse en nadie una vez que estuviera en Europa, pero ahí estaba Jean-Paul y no veía la hora de volver a estar con él.

domingo, 13 de febrero de 2011

El viejo pensamiento en el viejo mundo

No se podía competir… aunque el asunto en el viejo mundo no se tratara de competencia, sencillamente no se podía competir. Los americanos tenían una noción distinta del mundo, y los latinoamericanos aún más distinta que los americanos, por lo tanto, estando del otro lado del mundo, Leonard no lograba una completa adaptación con los europeos. Eso no significaba que su vida en aquella nueva ciudad fuera mala, es más, sentía cada emoción con una nueva autenticidad, recién nacido, recién sacado el ovillo intelectual, ahí, Leonard, el chico snob y cuasi citadino, el mismo que había tenido época de esplendor y después de derrota, ese Leonard no existía. Leonard era nada, un vacío, no contundente, más bien un vacío que evocaba levedad y pureza, un vacío decidido a llenarse con un nuevo contenido, de eso se había dado cuenta en las primeras semanas cuando intentó tontamente seguir su ritmo de vida anterior.

Parecía ser que los alumnos de intercambio escolar no estudiaban. La mayoría del tiempo permanecía al lado de otros jóvenes de intercambio dentro de Europa, el viejo mundo, todos encantadores aunque no siempre pensantes. Quizá el prejuicio de que todos los europeos eran pensantes debía ser el mayor lastre en la cabeza de Leonard (que eso le sirviera para respetar más a sus contemporáneos latinos), su panorama no se abría hacia el mundo, sino a la introspectiva, sobre sus raíces, estaba empezando a valorar más sus orígenes y eso, aunque irónico, le daba un toque de satisfacción a su vida.
Con un par de materias (no había tomado muchas asignaturas) se sentía un poco relajado para completar el curso sin mayor problema, estaba finalizando la carrera, el último suspiro, la cúspide de la montaña… ¿o sólo el principio de la escalada? Seguramente podría ponerse a divagar por horas sobre la importancia de terminar etapas en la vida y que sin mayor problema se inicia otra etapa, por la simple razón de que una cosa sucede a la otra, nada más, no existe estatismo sino es hasta la muerte, y Leonard no estaba ni remotamente muerto.

Intentando regresar al estilo de vida de cuando se encontraba solo y tenía su propio departamento (hacía un par de años en la ciudad que estudiaba), salió las primeras semanas de bar en bar, un par de discotecas y un par de hombres también, ahí la oportunidad de tener sexo internacional era bastante accesible, sin embargo eso no le satisfacía, ¿había un problema ahora con el concepto de eurocentrismo?, ¿Que los chicos, y no tan chicos, de tez blanca, ojo claro, pelo rubio y uno que otro con pectorales marcados, perforaciones corporales y acento para él extraño, ya no le satisfacían? Eso pertenecía al pasado, el pasado en el presente. Le escandalizó, primero, que el haber cambiado de ambiente sólo le trajera una adicción por el pasado, lo seguro en algunos aspectos y peligroso en otros tantos (el VIH siempre estaba ahí como una escalofriante amenaza); después le pareció chistoso que “el viejo mundo” le trajera viejas experiencias. No obstante era momento de cambiar, ¿de qué manera? No lo sabía, pero estaba seguro, que aunque no dejaría el sexo continuo, preferiría ser menos impulsivo cuando conociera a un chico; también se relajaría dentro de los estudios, su último semestre debía ser tranquilo, era el paso previo a la realidad laboral, después de su estancia en el extranjero regresaría a su país para buscar trabajo, intentar hacer una maestría y quizá al fin consagrarse como el homosexual que deseaba ser, una propuesta estable para una relación amorosa, madurar un poco más a sus próximos veintidós años, ingresar al mundo real y… se sentía como una nena de quince años haciendo esa lista mental.
Volvía a la no-existencia, sin embargo esta no le frustraba, parte de él estaba como recién ingresado al instituto, era absurdo, pero así se sentía, con quince años otra vez… sí, estaba como una pequeña nena de quince años, o peor aún, como un niño de doce años que acaba de descubrir la sexualidad, pues no podía dejar de ver a los extranjeros y desearlos.
-Aquí todos son atractivos- pensaba Leonard- estoy algo cansado de que hasta el hombre que entrega el periódico sea sexy –se quedó pensativo por un momento, tontamente pensativo- no… creo que no me cansa que todos sean guapos y de cuerpo ardiente. Todos son apetecibles, ¿cómo contenerme ante eso?

Se le estaba haciendo una costumbre sentarse en la terraza de su departamento a tomar café y fumar durante un par de minutos los fines de semana, cuando los chicos europeos entraban, unos, al gimnasio que se encontraba al lado derecho de su departamento, y otros, a la piscina que se encontraba al lado izquierdo. Era una pena que a lo único que fuera adicto (además de los hombres) fuera la cafeína y la nicotina (estaba dejando de lado la escritura y la lectura, se estaba relajando demasiado), aún así ahora conocía a franceses mucho más adictos y no sabía a ciencia cierta si eso le satisfacía o irritaba, pero algo era verdad, no le era indiferente. La inteligencia de Leonard, al igual que sus adicciones, se diluía entre sus presentes compañeros de aula. Todos ahí eran muy inteligentes y cultos, no rozaban la creación, pero de una u otra manera la alta cultura se encontraba en sus cerebros, eso no implicaba el total razonamiento de dicha cultura, solía ser que algunos de sus compañeros pensaban que el único fin del arte era la comercialización. Le sorprendía el alto conocimiento que tenían sobre el arte europeo de siglos anteriores, desde la prehistoria hasta el neoclásico; sin embargo les fallaban las vanguardias, pero su gran deficiencia se encontraba en el arte contemporáneo, la mayoría no conocía ni siquiera a Santiago Sierra.
-El problema es del sistema educativo- les dijo frente al grupo uno de sus profesores de arte vanguardista- claro, también es suyo, pero sobre todo a la educación que han recibido.
El profesor tenía más de los cincuenta años, quizá casi sesenta. Él mismo decía dar clase por mero pasatiempo, aunque era una “Verdadera pavada que ustedes no se interesen en el arte contemporáneo”, decía él.
Leonard lo amó desde el momento en que citó a la educación contextual, puesto que él pensaba igual que el profesor “Todo depende de la educación”. Se dijo a sí mismo, después de salir de su primera clase con aquel hombre, que estaba enamorado una vez más de un vejete.
Un chico francés que conoció con anterioridad (la primera semana de su estancia en Europa), llamado Jean-Paul, le había dicho “Por lo que veo te dejas sorprender por los hombres grandes y más cultos, supongo que debes tener cuidado con eso”. Jean-Paul tenía, al igual que Leonard, veintiún años, era mitad francés y mitad español, pero vivía en Francia, un chico muy altivo pero con un aire indescriptiblemente seductor. Para Leonard era una tautología, pues con ese comentario que había hecho Jean-Paul sobre los hombres “más cultos”, el chico francés demostraba cierta experiencia como intento de seducción. El seductor joven con adulta dentro de la subversión. Leonard se preguntaba si acaso era gay.

Estaba ligeramente frustrado, se preguntaba si todo este asunto de que sus compañeros no supieran de arte contemporáneo no era más que la muestra de una mala elección de universidad. Como siempre quizá Leonard se equivocaba de rumbo, ¿y por qué? Por mera cobardía. Había escuchado por boca de otros estudiantes de intercambio, que la escuela de Bellas Artes (muy cercana a su escuela de Historia de Arte) tenía un nivel práctico muy por encima de otras escuelas europeas. Leonard optó la teoría antes de la práctica porque no se sentía a un buen nivel creador… pero ¿cómo llegar a un mejor nivel si no se propone tener un nuevo reto, uno verdaderamente difícil? Era el viejo sentimiento: el de inferioridad, y eso no debía apocarlo. Se alzaría como Juana de Arco pidiendo por más, mostraría su obra con seguridad y después intentaría exponer, aunque fuera, en una galería cercana. Era el reto dentro de su viaje. Exponer. Un chico del nuevo mundo mostrando nuevo arte. Sí, ser pomposo con eso de “les daré una muestra de arte contemporáneo”, egocéntrico, pero por el bien común prefería pensar en Hal Foster con el artista como etnógrafo. No impondría nada, ni diría cuál era su verdad. Sólo daría muestra de lo que sabía hacer. Todo con humildad. Pedía a Dios, a la vida misma o quién rigiera al mundo más humildad... después se reprimió al pensar que Simone de Beauvoir diría que eso no era muy existencialista.
Pero ¡qué absurdo!- rió Leonard- igual, el pensar en Simone de Beauvoir como regidora de mi pensamiento existencialista tiene poca concordancia, es sólo el apego a una ideología... es seguir a otra cosa, un pensamiento ajeno y no independiente, es regresar a lo viejo- se sonrió. Ahí, donde se encontraba, esos tontos pensamientos no le afectaban, sólo le daban gracia. Debía llevar su vida sin dramas. Eso sí que sería una novedad.

miércoles, 2 de febrero de 2011

El cisne blanco

Sentado en la terraza de su nuevo departamento en el extranjero, Leonard tomaba su café en espera de su próxima clase. El departamento quedaba a veinte minutos caminando de la escuela. Sentía un ferviente terror en las venas. Eran aproximadamente las tres de la tarde y ese era su mejor día según el cambio climático, pues estaba la temperatura a 14 °C, era perfecto, tomando en cuenta que él, como joven latino estaba acostumbrado a los 24 °C. Ahora los 14 °C eran el apóstrofe de la magnificencia. -¡Qué sublime!- pensó –Mejor que cualquier clase, mejor que cualquier compañero del aula…- Leonard se encontraba algo deprimido. La universidad que había seleccionado dependía exclusivamente de la teoría del arte y no sobre la creación. Ahí la gente hablaba de textos, conocimiento, pero no de una construcción de juicio.

El conocimiento, en aquella universidad a la que asistía, era obligado, sin embargo el uso de dicho conocimiento era más bien ignorado. A los estudiantes de su presente universidad les faltaba una conciencia de la creación tanto como la discusión y el debate del arte contemporáneo, ¿significaba que ahora Leonard sentía una abolición del arte clásico?, ¿Qué era bueno estudiarlo pero no tanto, que mejor sería crear, hacer, meterse de lleno y devorarse las materias desde una visión creativa?. Se volvía a sentir como pez fuera del agua. En algún momento, cuando entró a la universidad de su país, se sintió inadaptado, él venía de una escuela cuadrada sobre medicina; ahora en el extranjero su escuela era de teoría del arte, el problema era que él venía de una escuela de creación, aún cuando su especialidad fuera la teoría, no podía dejar de sentirse incómodo. ¿Por qué no había pensado en una escuela de Bellas Artes?, ¿cuál había sido la razón para huir?

Antes de partir de la casa de su abuelo, se había acostado con Sebastián un par de veces. El jardinero, aunque discreto, había resultado un gay bastante fogoso, incluso Leonard pensó que se enamoraría no de él, sino de su manera de tener sexo con él. Al final tuvieron que separarse, ninguno de los dos pretendía poner en peligro su situación frente al abuelo de Leonard; primero porque Sebastián era su alumno predilecto, así como su tutorado, por lo tanto dependía enteramente de Don Leonard; en segundo lugar, porque Leonard necesitaba el dinero para su viaje, dinero que consiguió. Así que la solución fue tener sexo un par de veces y después separarse el uno del otro sin mayor interés. Pero claramente eso no significaba que Sebastián estuviera de acuerdo. “Parece que siempre estás huyendo”, le había dicho a Leonard, “Siempre estás corriendo de un lugar a otro”, y era verdad. Estaba justo ahí, en la terraza, huyendo de todo. De su hipocresía frente a su familia, de Orlando y los proyectos que tenía con él, de su deficiencia de escritor… en pocas palabras: de lo mismo de siempre.

Estar en el extranjero debía ser una nueva experiencia, no un rencuentro con sus entidades anteriores. Se sentía débil, asustadizo, como el cisne blanco del “Lago de los cisnes”, un cisne que en varias ocasiones se ve derrotado por el cisne negro. Leonard deseaba ser el cisne negro, anhelaba con toda su alma poder convertirse en la deseada ave seductora, libre de todo pensamiento aparentemente intelectualoide, presto a las bajas pasiones y seguro de sí mismo, sin embargo parecía no obtener nada si no estaba en la zona segura, una llena de confort.

viernes, 7 de enero de 2011

Sebastián

La casa se encontraba finamente situada en un vecindario modesto pero de honrada reputación. Los habitantes de la región eran en su mayoría jubilados algo adinerados que cumplían la función de no dejarse morir. Con una aparente avenida principal repleta de árboles inusitadamente verdes así como pascuas sembradas de forma obligatoria en las parcelas, se podría decir que la localidad se definía a sí misma como región para gente anacrónicamente acomodada. La vida en aquel lugar era como una película antigua con el chico del periódico entregado el diario a primera hora, el lechero con embases de cristal, el cartero asistiendo dos veces a la semana entregando el correo.
El señor Leonard recibía mucha correspondencia de un sin número de amigos de distintos lugares del mundo, que curiosamente le escribían muy seguido, algo contradictorio a sus amistades y familiares cercanos, que ni le visitaban muy a menudo y mucho menos le escribían. La gente lo consideraba una persona inteligente pero de tajante opinión; no se podía intimidar con Don Leonard, porque entonces comenzaba la manipulación de ideas, las largas charlas de té y café en su casa, los métodos para crear nuevos sistemas de enseñanza, las pláticas por sus jardines y cuasi hortalizas, sobre la importancia de la agricultura, el repudio hacia lo transgénico, la creciente falta de agua, el eminente caos mundial frente a la guerra, el libre comercio, la presidencia nacional y extranjera, la decadente educación juvenil, que los nuevos chicos no leen ni escriben, las nuevas redes sociales que tanto le excitaban, sobre su sitio web donde se podía descargar y solicitar distintos tipos estrategias para la educación, sobre todo la redacción de textos críticos. También le preocupaba la triste realidad del gobierno nacional, los diputados, las escuelas… nadie le seguía el ritmo al anciano que, de anciano, apenas tenía la cabeza blanca.
Don Leonard, a sus setenta años, tenía una complexión ligeramente robusta, cabello blanco y unos dientes postizos, de ahí en fuera nada le distanciaba de un hombre de cuarenta años, pues tenía más fuerza y vitalidad que esos “hombres de oficina”, como solía decir él. Estaba a punto de dejar, para alivio de sus colegas, la presidencia dentro de uno de los tantos sectores dedicados a la educación nacional. Con más de cuarenta años de servicio, viudo y siete hijos “sacados adelante”, en sus propias palabras, estaba pensando en jubilarse y dedicarse al fin a una de sus grandes aficiones: la jardinería.
Sus vecinos le respetaban por su gran desempeño en el sector educativo, contrario a sus colegas que deseaban tenerlo lejos por su facilidad para complicar los trámites y querer cambiar “el sistema”. Como presidente de un importante sector, problematizar era su especialidad, y eso enfadaba a sus compañeros y subordinados de trabajo, aunque no por ello dejaban de respetarle, por un lado era prácticamente intocable. En su localidad de vivienda se le conocía por su pequeña escuela de jardinería, por la que prácticamente no cobraba pero sólo los más osados sobrevivían el nivel que imponía. Oportunamente los habitantes de aquella acomodada comunidad se preguntaron ¿Cuál es la necesidad de Don Leonard al poner una escuela de jardinería?, ¿cómo es que tiene tiempo después de su demandante trabajo?, ¿se requiere aprender jardinería?, ¿quiénes querrán hacerlo?
La verdad se remitía a que el Señor Leonard no quería quedarse sin actividades, por eso abrió la escuela; también la jardinería era de su gusto y el compartir siempre había sido un gusto aún mayor, por lo que abrió sus puertas a cualquiera que quisiera aprender todo lo que él ya sabía, cosas que constaban netamente a la jardinería de modo funcional, paisajismo ornamental o agricultura para tener un pequeño huerto en casa. Al inicio varios jóvenes obligados por sus madres (deseosas de deshacerse de sus hijos malcriados) asistían a las clases con Don Leonard, pero pocos sobrevivían a las arduas jornadas, sólo los más decididos persistían, Don Leonard no era complaciente y tenía un carácter práctico, lo que se define en: dar las indicaciones correctas y sin tacto, precisión en las instrucciones, la paciencia correcta sin más, si alguien cometía un error le instruía con mano firme y obligaba a sus estudiantes a ser resolutivos, igual fue con sus hijos, de la misma manera lo era con sus nietos.
De entre todos sus estudiantes resaltaba un joven bastante humilde, dedicado, respetuoso, quizá no muy docto pero solvente, sabía tomar las decisiones correctas y pensaba antes de hablar. Se llamaba Sebastián y asistía a una escuela de agronomía de poco calibre y él siempre decía que aprendía más con Don Leonard que en la escuela, la habría dejado de no ser porque el anciano le obligaba (y financiaba) los estudios, pues en el mundo actual “Un papel vale más que el conocimiento” decía el Señor Leonard con mucho sarcasmo. Era su pupilo y lo quería tanto como si fuera uno de sus nietos, quienes muy rara vez la visitaban salvo el nieto que llevaba su mismo nombre.

Lo primero que vio Leonard al llegar a casa de su abuelo fue a Sebastián en una escena que rozaba lo erótico, tanto que se sonrojó y luego avergonzó el sentir eso en la casa de su venerable abuelo. Al bajar del taxi su maleta y entrar por la reja principal vio a un muchacho de tez muy morena, cabello excesivamente negro y algo corto, complexión ligeramente delgada pero de marcada musculatura en los brazos, producto del trabajo excesivo. Sin camisa, el muchacho bañado en sudor paleaba la tierra para poder sembrar un pequeño árbol, y al descansar de su labor se secó el sudor de la frente y vio a Leonard que estaba embobado viéndole.
Leonard, como era normal en él, sintió una ráfaga de emociones: primero excitación, después vergüenza y al final gracia, pues la escena que había presenciado parecía extraída de una novela barata dedicada a mujeres urgidas. El muchacho se acercó.
-Hola. Tú debes ser Leonardo- el muchacho le tendió la mano a Leonard, quién le veía a la cara, tenía un poco de barba (descuido temporal), unos ojos negros bastante seductores y labios ni muy ligeros ni muy carnosos, sus facciones eran imponentes, nada de delicadezas ni barbillas afiladas, tenía una presencia bastante varonil.
-Sí, pero puedes decirme Leonard, igual que mi abuelo. ¿Y tú eres?- Leonard tomó la sudorosa mano de aquel joven.
-Sebastián. Estudio y trabajo con tu abuelo desde hace un par de años. Me ha contado mucho sobre ti.
-¿Sí?- se sorprendió Leonard, no pensaba que su abuelo, ese hombre siempre tan ocupado, pudiera dedicarle un poco de su tiempo aunque fuera en el pensamiento. Nadie le visitaba porque se sumergía demasiado en sus proyectos personales a tal grado que desplazaba a su familia y amigos más cercanos. Pero Leonard estaba ahí por razones personales.
-Me dijo que eres escritor y estudias arte, ¿Qué tal es eso?
-Bien, las dos cosas muy bien.
-Y que ahora te vas de viaje. Pero, perdón, no te entretengo más, tu abuelo muere por verte y le emociona mucho el que pases la navidad y el año nuevo con él.
-Seguro- musitó Leonard.
Y esa fue su primera impresión en casa de su abuelo. Nunca había visto a Sebastián antes, pero la verdad es que las visitas a su abuelo no eran muy constantes o largas, esta era su primera larga estancia después de la muerte de su abuela, y la razón era el dinero, eso sí le avergonzaba y no tenía remedio.

Todo empezó la última semana de clases en su facultad, cuando estaba dispuesto a salir de vacaciones, Roco, el respetadísimo crítico de arte, historiador de cine y profesor de su facultad, le citó en su oficina.
-Me parece ya nos conocemos joven- dijo Roco mientras encendía un cigarro e invitaba a Leonard a tomar asiento.
Leonard no sabía qué pensar, ¿por qué le había citado aquel hombre que nunca se involucraba con sus alumnos?
-Claro, fue en una ponencia y alguna vez me dio clase.
-Sí, sí, tu ensayo fue… ¿cómo decirlo? Intrincado, tienes una facilidad para encontrar referentes algo difíciles de conectar, Rulfo, Deleuze, Woolf, Freud, Beauvoir y algo de Brontë, me costó un poco de trabajo entender al primero y a la última, pero igual te fue bien ¿no?- Roco parecía poco interesado en ello.
-Bastante bien, saqué la mejor nota.
-Claro, claro- abaniqueo un poco con la mano para difuminar el humo – pues bien, soy Roberto Cortés, mejor conocido como Roco, me conocen con ese nombre porque así firmo mis textos.
-Leí varios, me agradó mucho el que escribió sobre el cine danés… aunque sobre sus escritos críticos no estoy de acuerdo con su texto acerca de la película “Las horas”.
-Lo supongo, adoras a Virginia Woolf y seguro comprarías lo que fuera que tuviera su nombre, lo entiendo, lo entiendo. Pero siendo directos Leonard, tú tampoco fuiste muy justo con algunas películas de Haneke.
-¿Ha leído alguno de mis textos?- eso sí era una sorpresa.
-Tienes talento, pero la verdad la palabra no me gusta, es como decir que tienes un don o algo así; no, no, la verdad es que eres un chico trabajador y ya, tienes habilidad para escribir y te has cultivado. Tienes una irrevocable inclinación por los textos de la burguesía y la aristocracia, pero eso no es un crimen, por lo mismo te gustan tanto las películas de época, supongo… y Virginia Woolf también. En fin, estás aquí porque la doctora Gi y yo creemos vale la pena mandarte de viaje a estudiar- Roco guardó silencio y le dio la espalda a Leonard.
-¿Perdón?- Leonard no creía lo que le decían.
-Lo que escuchaste- Roco dio una gran bocanada de humo y volteó a ver a Leonard a la cara- la Doctora Gi te tiene un gran aprecio, la verdad no lo entendía hasta que identifiqué tu ensayo y leí otras cosas tuyas, te falta pulirte mucho en tantos aspectos que me sería imposible enunciarlos justo ahora, pero la verdad vale la pena que la universidad invierta en alguien como tú. Te queremos mandar de movilidad estudiantil al extranjero, son muchos trámites de los cuales no estoy muy consciente, eso tendrás que hablarlo con la secretaria académica, pero el nexo con la universidad ya está hecho gracias a la Doctora y a mí, sólo tendrás que ver varias cosas y la visa, claro está.
-Pero… es… que… -Leonard no sabía si estar agradecido o algo ofendido por ni siquiera consultarle. Él no tenía mucho dinero para irse de viaje, además ¿a dónde sería el viaje?
-Es la Universidad de V… en el país de E... bajo la especialidad de Historia del Arte, cruzarás el atlántico, ¿no es lo que un señorito snob como tú desea?
-Pero…- Leonard seguía sin palabras.
-Dime si aceptas o no. Ya me dijeron que rechazaste otra oferta y se la diste a un chico llamado Orlando, que si no me equivoco es tu amigo, sólo porque te pareció truncaba tu último semestre, pues te digo que te ofrecemos un último semestre en el extranjero, pero también te advierto que ésta oportunidad no la puedes traspasar con total indiferencia y mucho menos recibirás otra.
-Encantado la acepto.
-Así me gusta- Roco sonrió- tienes esta semana antes de salir de clases y dos antes de que sea navidad para hacer todos tus trámites. Previo a salir de vacaciones quiero que me presentes una lista con las materias que deseas tomar allá, esas las dejamos a tu disposición, y claro se te dará una ayuda económica, no es mucho, lo demás correrá por tu cuenta, los trámites, el boleto de avión, etc. Leonard, quiero ver que aprendes allá y quiero presenciar resultados.

No quedaba más remedio que buscar los medios económicos para asistir, y él, cual personaje de William Makepeace Thackeray extraído de “La feria de las vanidades”, acudió a su padre para ver qué podía hacer, no como escalador, sino cual montañista social frente a su precaria situación económica.
-Sabes que te podemos pagar el viaje, la estancia y varios gastos. Pero también sabes que no tendrías mucho dinero para moverte- el padre de Leonard, quién también se llamaba Leonard, terminaba su cigarro mientras cerraba uno de sus tantos libros sobre administración de empresas y comercio- ir a otro continente no es sólo… por estudio, también podrías ir a distintos países estando del otro lado, viajar algo, no mucho, ¿por qué no le pides dinero a tu abuelo? Te quiere mucho.
-De una forma muy extraña, sabes jamás aceptó que estudiara arte y que me dedicara a la escritura.
-Sólo porque él también es escritor y sabe que las cosas no están muy bien en el medio. Podrías pasar la navidad y el año nuevo con él. No tiene mucha compañía, aunque dudo eso le afecte demasiado, se mantiene todo el tiempo ocupado y supongo que ahora en vacaciones seguirá laborando en su escuela de jardinería. Pídele ayuda, él jamás te la negaría, sobre todo si es por cuestiones de estudio, a mí nunca me la negó.
-Papá, eso es distinto, tú eres su adoración, siempre has sido lo que un hombre debe ser según sus estatutos, yo no soy ni mínimamente eso.
-Ve, habla, eres bueno en eso, aprende varias cosas de su modo de vida, trabaja con él si es necesario y también tómate un descanso, estuviste muy tenso el último semestre. La zona donde vive es muy aburguesada pero cerca de ahí existe una gran parte de campos de cultivo, quizá puedas acompañarlo en sus viajes y paseos, además, si alguien puede seguirle el ritmo sobre sus temas de conversación, ese eres tú.
-Lo haré, aunque me habría gustado pasar la navidad con ustedes… y el año nuevo y todo eso.
-Siempre lo haces, tanto que el año pasado estabas tan desanimado y te quedaste en ese hotel ¿recuerdas?, no parecías muy apegado. Te dará un aire fresco y nuevo.

Y sí que había sido un aire fresco y nuevo. El primer día, al instalarse en la casa de su abuelo, quién curiosamente le recibió apresuradamente pues tenía que salir a realizar unas compras, conoció a Sebastián y charló un rato con él.
-Te dejo por unas horas hijito- dijo su abuelo. A Leonard siempre le desconcertaba que un hombre tan imponente le llamara hijito- me llevo a Clotilde- la ama de llaves- pero te quedas con Sebastián, él te puede ayudar a instalarte.
-Claro abuelo, yo veo.
-Nada de abuelo.
-Abuelito- Leonard sonrió ante la exigencia de su abuelo. No por vergüenza sino más bien por sorpresa, era su forma de decirle que los formalismos no tendrían que presentarse entre ellos.
-Bueno hijito, me voy, confía en Sebastián, es buen muchacho.
Una vez que su abuelo se había ido, Sebastián condujo a Leonard a la habitación que le habían asignado. La casa de su abuelo no era muy grande en comparación con su “aparente” ingreso económico, sin embargo era lo suficientemente amplia para una pequeña familia, y tomando en cuenta que sólo serían ellos dos, Leonard sintió que tendría la intimidad suficiente para leer o escribir, hasta cierto punto era todo un sueño burgués, muy usual en él.
-¿Te gusta la habitación?- le preguntó Sebastián, quién se había limpiado escuetamente el sudor, puesto una playera y cargado sus maletas.
-Me agrada- la habitación era espaciosa, sabía muy bien, porque conocía la casa de antemano, era una de las más grandes. Contaba con una cama matrimonial, un buró de un lado y del otro una mesita de noche, una pequeña vitrina bastante añeja, un amplio clóset, un escritorio de madera, un ropero rústico, una ventana más grande de lo usual y al lado de ella se encontraban dos sillones personales y una mesa de centro en medio de ambos sillones. La ventana daba al jardín trasero, de donde podía ver muy bien la habitación de su abuelo. Curiosamente el estudio y la habitación de su abuelo constaban de una construcción separada de la casa, estaba situada un poco más allá del jardín trasero –lo que siempre me sorprende de esta casa es que los jardines sean mucho más grandes y bonitos que la casa en sí.
-A Don Leonard le gustan las plantas.
-Lo sé. Me consterna que viva en un par de habitaciones en la parte trasera, deja la casa sola.
-Clotilde se la pasa todo el día por aquí, ya la conocías ¿verdad?
-Por supuesto, desde que era muy pequeño. Nos desconfío en lo más mínimo de ella, pero no me agrada que pase tanto tiempo solo.
-Bueno, tú familia podría venir más seguido.
-Quizá, gracias por la recomendación.
-No era para que te ofendieras.
-Lo sé, pero supongo tenemos que ser los malos de la historia frente a Clotilde y sus alumnos de jardinería ¿no?, la familia que nunca lo visita.
-Pues algunos lo entienden, saben que Don Leonard es muy exigente, pero por cómo te trató antes de irse, supongo te quiere mucho.
-Teme… teme de alguna manera quedarse solo. Aunque te tiene a ti, jamás había escuchado decir sobre uno de sus subordinados que es buena persona, en tu caso, buen muchacho.
-No soy su subordinado, soy su alumno.
-Aún peor, yo he visto como trata a sus compañeros de trabajo, es exigente si considera que no tienen el nivel; con sus alumnos no sólo es exigente, sino también cruel.
-Supe granjearme su respeto.
-Bravo- dijo Leonard no sin sarcasmo.
-Seguiré afuera trabajando- Sebastián se retiró con cara de incomprensión, de alguna manera no sabía qué pensar sobre la familia de su tutor, pero de cualquier manera, aquel nieto tenía un aire anacrónico bastante desubicado.
-Como gustes.
Cuando Sebastián se encontraba en el jardín delantero, Leonard buscó una ventana que pudiera darle una buena imagen del mozo trabajador, y pensó para sí que la navidad, el año nuevo y toda su estancia ahí, podía ser… increíble.