lunes, 7 de marzo de 2011

Insuficiencia y saciedad

Insuficiencia y saciedad. Dos palabras que cruzaban la cabeza de Leonard. Una persona, dos, tres, cuatro extranjeros, gente distinta todos los días por el primer mes; después el vació, nada quedaba más allá de la repetición. Se repetía, una y otra vez, la repetición del vació, ¿cómo era eso posible?... No más drogas, se decía, no más alcohol, no más ¿qué?, ¿para qué estás aquí?, canturreaba una voz, ¿para qué, para qué?, ¿para reafirmar el cliché?, ¿rememorar qué?, ¿vivir qué?, no más, pensó Leonard, no más pensamientos por favor. Pero su cabeza ya no era suya, su mente estaba perdida, y entonces analizó los conceptos: cabeza, mente, alma, sentimientos… empezó a reírse porque recordó cuando salió de fiesta en México al lado de Alina y no dejaba de meterse hierba toda la noche. En ese momento le decía “Mira que tengo algo serio que decirte Alina… pero… es que vienes con todo tu atuendo navideño y me desenfocas por completo”. Ese día Alina tenía un sombrero rojo, ropa negra y pelusa blanca sobre su atuendo. Ambos se encontraban en el sofá de Latika fumando un par de porros después de haberse comido más de un pastel con hierba. Era la banalidad, era lo superfluo y aún así Leonard intentaba encontrar un pensamiento lo suficientemente coherente e interesante para charlar con Alina, pero ella, ¡la insensata de Alina! Usaba un gorro rojo y tenía pelusa blanca en su ropa negra… ¡le recordaba tanto a la navidad!

¿Pero por qué estaba en ello?, se volvía Leonard hacia el chico con rastas que se encontraba a su lado, ¿quién era?, era un italiano que conoció en una junta marxista y resultó que los dos eran un par de gays que no encajaban ahí. Cervezas y porros, le prometió el italiano. Pero nada de sexo, apuntaló Leonard. Ya todo le parecía barato, frugal; las clases, los alumnos españoles, los del intercambio, el alcohol a un euro, los hombres en su cama, el francés que golpeó y después le llamó sólo para decirle “Leonard, a ti te gusta la violencia gratuita. Yo no hice nada malo”. Nada malo. La maldad y la bondad estaban erradicadas en ese momento, pero ¿le gustaba la violencia gratuita?... recapacitó, que, la afección por el drama no era más que una muestra de ajetreo irracional, el abandono ante las emociones, sí, le gustaba la violencia, le encantaba violentarse a sí mismo y detestaba la felicidad, por eso estaba ahí, tirado en el sofá de un completo desconocido, quizá el italiano menos atractivo que haya visto en su vida, ¿o era la droga lo que le hacía verlo feo?, era su reflejo, la violencia, el tormento, otra vez… la infelicidad.

¿Pensó que al cambiar de continente cambiaría la situación?, l-a-s-i-t-u-a-c-i-ó-n, no me levanté para esto, estuvo a punto de gritarle al sustituto de su amada profesora de cine. ¡No me levanté para que me quiera explicar Hitchcock una vez más!, ¡no viaje para hacerme adicto al sexo sin escrúpulos con un francés que se encuentra totalmente negado!, ¡no me cultivé para esto, para desintegrar mis neuronas en honor a Italia y sus perfectos y masculinos habitantes!(porque sí, el italiano ahora le parecía muy atractivo), ¿le interesaría eso al profesor suplente?, ¿le interesaría la vida de Leonard a alguien que no fuera Leonard?, empezó a reír, era una pregunta demasiado autoindulgente. No había cambiado en nada, él no había cambiado en nada, seguía siendo igual de severo consigo mismo y al mismo tiempo patético. Estaba saciado, lo tenía todo, toda esa levedad, estaba cansado, ya había sido en su momento la misma perfección, ¿qué quedaba?, ¿vivir?, ahí se sentía insuficiente... el italiano empezó a tocarlo.

Basta, quería decirle, basta que no quiero que me toque un hombre como tú. Eres guapo, le diría, eres la promesa del buen sexo, el buen cuerpo, los porros y la cerveza, pero por más vulgar que se entienda… ¡YA NO ME ENTRA MÁS!, ni el sexo, ni los porros, ni la cerveza, ni los italianos, ahora me quedan tan justos que me evitan el respirar… ¿lo entiendes?

El italiano no parecía haberle escuchado y seguía tocándolo. Es más, empezó a creer que no lo escuchó porque él no había proferido palabra alguna. Era como una especie de Iris Murdoch afectado por su propio alzhéimer sintético. Las palabras lo abandonaban, sólo le quedaba la comunicación del cuerpo, ¿negarse?, ¿al placer?, ¡pero ni que fuera frígido! Sin embargo era como comer de un plato delicioso, llenarse la boca de dicho platillo aún cuando no queda espacio en el estómago. Eso era el sexo con el italiano.

De la vida no tenía ni la remota idea. La existencia se le había olvidado. Se sentía insuficiente, no encontraba artistas en aquel continente, no hacía ni una sola amistad con la que pudiera hablar sobre el arte, no había expuesto nada, ni publicado… tienes mucha sensibilidad, sientes demasiado, le había dicho su amiga de República Checa. Pero no era verdad. Leonard no sentía nada, estaba vacío dentro de su propia saciedad. Lleno de basura. Insensible como toda la sociedad “globalizada” y ya era momento de soltarse, dejarse llevar a nuevos estrados que no fuera la dicotomía. Ni la perfección, ni el caos (aunque el caos bien pertenece a la perfección). Ni insuficiencia, ni saciedad, sólo todo lo contrario.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Lalalea aquí