martes, 3 de mayo de 2011

No sueltes a los gatos

La vida es un sueño, el sueño se pierde dentro de su propia ontología, el sueño perdura, se pierde la vida, la vida se convierte en un sueño y entonces ya no existe la palabra sueño nunca más, no con la connotación onírica… ahora se le llama vida, así de simple.

-Psss, pssss- se escuchaba en el fondo de la habitación, lo escuchaba Leonard –psss, hey… ¡hey! Tú… tú… despierta- la voz resonaba nuevamente cada vez más cerca, pero él no despertaba, ¿realmente estaba durmiendo? Pero si analizaba justo antes que la vida era un sueño, entonces todo era vida, la única forma de despertar se vinculaba con la muerte y Leonard tenía tanto tiempo que no deseaba morir. Quería vivir –psss ya tío, por favor, ¿estás bien?- le insistía la voz. La habitación se hacía cada vez más grande, al menos así lo presentía de forma sonora, y los murmullos, existían los murmullos. Como si fuera el país de las hadas o un bello lago dentro del pantano, un lago a media noche… salió el cisne en su sueño, ¿o era la realidad?, bailaba como Natalie Portman en “Black Swan”, era Odile, era Odette, era Odile, era Odette, era su reproductor de música con el soundtrack de la película y Clint Mansell revoloteándole en la cabeza.

-¿Está bien?- se escuchó de manera más clara la voz de una mujer- ¿tío, estás bien?- dijo la muchacha al quitarle el auricular del oído. Leonard se levantó en un respingo y con sobresalto.
-Sí, sí, sí, ¡no sueltes a los gatos!- gritó muy angustiado.
-Bueno hombre, ¿de qué hablas?- dijo el chico.
Leonard se había quedado dormido en la biblioteca, sobre una pila de libros dedicados a Luis Buñuel. Su estudio sobre el director aragonés lo estaba matando.
-Era un sueño ¿he machote?- dijo la chica –exámenes finales, siempre son iguales, más para los extranjeros- dijo al dirigirse al otro chico- vale, te cuidas y no horrorices a los demás, que estamos estudiando.
-Sí, claro… emm, claro- pestañeó Leonard. “Los extranjeros”, pensó, “no nos quitamos la mala fama de ERASMUS”.

Apagó el reproductor de música. El ensayo ya casi estaba terminado después de casi comer, cagar, follar, mear y dormir con Buñuel, por más escatológica que se tornara la cuestión (en cualquier sentido, religioso o de mierda), ya nada tenía sentido en su cabeza, no bajo los lineamientos de la realidad, pero sí dentro de una extemporánea fantasía.

-¿Y que si fuera yo una fantasía?- pensó Leonard mientras recogía su ejemplar de la novela “Belle de Jour” escrita por Kessel- que se escribiera una historia sobre mí y que esa historia fuera mi vida, una especie de fascículos, capítulos bastante mórbidos de aventuras frívolas con hombres, sin hombres, sobre el arte y la teoría del arte. Sería muy interesante, ¿por qué no? Ser el alter ego de un escritor que desea exponer sus pensamientos por medio de la ficción, pues la realidad le pesa demasiado… ser… ser un remedo de la realidad con elipsis poco convenientes, una historia que sólo conozca mi pensamiento puesto que el mío es el del escritor, quién no conoce el de nadie más, apenas el suyo, y por ello lo pone en papel, externándolo todo como una fantasía, un sueño, lo onírico, y así no tendría que matarse o matar a nadie, no tendría que erradicar su vida o su sueño, pues podría hacerlo conmigo. Yo podría ser todo o nada en un segundo, yo podría ser la creación de un dios bajo su propio universo atemporal o el accidente del destino, la válvula de escape… podría no existir en realidad.

Su estudio le estaba atrofiando las ideas, aún cuando dormía más, mucho más que en México tenía regresiones a los antiguos amores, las antiguas amistades, lo que estaba dejando dentro de su identidad. La sociedad opresora que ahora le cambiaba… Leonard siempre se amoldaba a las nuevas circunstancias, era una puta de corazón, pero no una por placer, como Sévérine, la protagonista de “Belle de Jour”, sino una por necesitad, te adaptas o mueres.

Recogió sus pertenencias y salió de la biblioteca aún un poco adormilado. Eran casi las nueve de la noche y allí, en aquella ciudad de España todo lucía tan tranquilo y conveniente, parecía un sueño, pero uno de esos rosáceos muy absurdos que se venden en las películas hollydoodenses, no un sueño provocativo, onírico como película de vanguardia creada por Buñuel. Normalmente su vida parecía un cúmulo de sueños tormentosos. Se sumergía en su vena más surrealista sin siquiera saberlo o intentarlo. Al repasar sus últimos dos años de vida podía decir que efectivamente su vida era una fantasía no democrática que le convenía sólo a él. No involucraba en ningún sentido a nadie más, incluso los que se creían retratados en su piel, en su escrito personal al que llamaba existencia, los que se habían ofendido, los que le hubieron insultado, todo eso quedaba atrás y lo recordaba con una sonrisa. Eran malos entendidos y parte de él se arrepentía por carecer de una facilidad de entendimiento. Para darse a entender, para entender mejor las cosas. La interpretación de los otros sobre su vida.

Leonard era demasiado abierto, hablaba con mucha gente y decía mucho más con acciones que con palabras. La escritura de su propia vida era el máximo ejemplo, esa fantasía que corría por sus venas y discurría entre los pixeles. Incluso alguna profesora utilizó el conocimiento personal que tenía para criticar su obra, pero él se lo buscó, quién se expone peligra por la simple razón de existir de una manera u otra. Leonard existía como personaje de su propia historia, eso le hacía feliz, pues aunque parecía sufrir más de lo que gozaba; cuando lograba la estabilidad emocional, analizaba que toda esa experiencia valía en gran manera… aunque fuera un sueño.
¿Qué tenían los espectadores contra el sueño, contra su sueño como Leonard? ¿Por qué les parecía fácil juzgarlo? “Porque estaba ahí”, pensó Leonard, quien no lo desea, lo quita, se calla, deja de soñar y muere, muere con toda su creación frente a la crítica oportuna. Morir también podía ser un arte, y como todo dentro de la ficción, podía hacerlo bien o muy mal.

Se contoneó por las calles españolas, llegó a su departamento e instaló los cinco libros que llevaba en la mochila. Buñuel a reventar, estaba enbuñuelado, el buen buñuelo, dulce y grasoso. Dentro de esa dulzura se encontraba su vida, de la mano de la grasa se hallaba la satisfacción. ¿Por qué se encontraba repentinamente feliz? El teléfono móvil sonó… era él, no pudo dejar de sonreír. Un mes se había pasado en un suspiro, el mes al lado del nuevo amante y siempre le llamaba, todos los días pues se encontraban en el primer ardor.

-Hola guapo- dijo Leonard al contestar.
-¿Cómo estás mi amor?- dijo una voz muy varonil al otro lado del auricular.
-He tenido un día de lo más extraño, pero también vivificante… claro, si a eso le atribuyo el hecho de que ahora creo que el sueño es la vida y el despertar la muerte.
-¿Quieres decir que estás soñando justo ahora? Porque, guapo, estamos hablando y yo estoy consciente de eso, o inconsciente, ¿sabes lo que significa? Que estamos soñando juntos- el hombre al otro lado empezó a reír.
-Siempre lo pillas ¿eh?, ¿cómo es que lograste seducirme tan pronto, tan rápido?
-Sólo es que congeniamos muy bien, eso es todo mi amor.
-Eso es todo. El congeniar…
-En el momento adecuado y en la instancia perfecta, nada más. Si sostienes que vives en un sueño… no, no, que la vida es un sueño, entonces cada instante es un episodio, un nuevo sueño, como las películas que tanto te gustan ver en el cine. Cada momento segmentado es una nueva escena que representa un nuevo sueño. Así que vivamos nuestro sueño dentro de la escena ¿vale? Siempre y cuando todo dure.
-Durará lo que tenga que durar, y después… quizá la muerte.
-Y después a seguir soñando mi amor. Bueno, te tengo que dejar, estaba en receso, debo regresar a dar clase.
-No tortures demasiado a tus alumnos, no todos mueren por ser filósofos.
-No- volvió a reír la voz- no mueren, porque viven en la filosofía y aquí nos la pasamos soñando, mi vida.
-Pues mientras no sueñes tanto con tus alumnos…
-No seas celoso. Soy muy estricto.
-Y yo sé que no debo envidiar a tus alumnos, tengo la mejor parte de ti.
-Tienes la mejor escena y el mejor sueño.
-Te quiero- dijo Leonard.
-Te amo- contestó la voz. Esa voz. Pero Leonard no podía contestarle que lo amaba, pues no era así- nos vemos esta noche, ¿te parece?
-Siempre estoy a tu disposición- cuando se escuchó decir aquella oración, Leonard se dio cuenta que nuevamente era una puta que se adapta, pero ahora sí, dentro de ese sueño era una puta por placer. Quería demasiado Pedro, su nuevo hombre.