jueves, 31 de diciembre de 2009

Tell me where it hurts

¿Y cómo serían sus días sin él?, ¿qué le depararía el mañana? Si acaso Leonard tuviera un doble sentido perceptivo o una visión de rayos X podría saber qué era aquello que yacía dentro de Orlando y así desligarse de las apariencias, la suposición que crecía en el interior del amante despechado, sin embargo todo había sido su culpa, ¿cómo pedir que no jugaran con él cuando su vida era pleno divertimento?

Deseaban con todo su corazón (si acaso quedaba rastro de él) que Orlando le hablara y dijera en lo que estaba pensando, aquello que realmente era, aquello que realmente quería, ¿era sexo, sólo eso? Intercambio de fluidos, culminación del amor, el intento de coito o como fuera que quisiera llamarle, ¡pero si Edgard no lo quería!, eso bien se lo podía decir, era una decepcionante alucinación en cualquier esquina en plena noche, una puta sin sol, porque las putas no tienen encanto a plena luz del día y los cortesanos brillaban mejor bajo la luz del candil. Edgard era un maestro del engaño con propósitos meramente ornamentales, no deseaba a Orlando, lo había dejado porque no representaba ninguna satisfacción, ya había pasado su “buen rato” haciéndole pasar un “mal rato” a los demás, de eso siempre estuvo consiente Leonard cuando lo conoció en primer semestre y estrecharon sus manos, la elegancia de Edgard, sus movimientos furtivos de hábil depredador, alta elocuencia proveniente de la labia del labio, toda una pieza de destrucción masiva en cuerpo de alabastro, pero con todo eso a Leonard le agradó la compañía de aquel joven afeminado, sexualmente sobrecargado, exponente de sus ideas sin aparente prejuicio y calculador de cada movimiento en su entorno. Se había dicho que quizá aprendería algo de él, no obstante lo único que pudo apreciar era su falta de interés ante la malicia de Edgard, no creó afinidad sino inmunidad, pero no con alto talante y jovial soltura, no era inmune por la tajante realidad que lleva al repudio instantáneo, más bien era un acto de disociación donde la vida de su amigo tan gay y tan burgués le empalagaba, embriagando sus sentidos llevándolo a la aceptación inmediata, así era Edgard, se decía, así suele desenvolverse, y entre tanta farsa creyó poder retarlo en un territorio bien conocido por él: la homosexualidad.

Si con sus veinte años poco había aprendido en el campo de los heterosexuales ¿qué le había hecho pensar que podría contra Edgard en un espacio que no conocía? Como si los confines del corazón se dividieran entre: gay y no gay; normal, anormal; Leonard había creído que las relaciones con los hombres eran similares que con las mujeres, un craso error que la había llevado a estar tremendamente triste día tras día. No se había entregado a Orlando únicamente porque la tabla de equivalencias no era… “equivalente”. Hasta antes de Orlando no había dado su corazón con entereza, la confianza y el cariño que existía en él. Curiosamente su mundo se había convertido en una persona y esa persona fornicaba alegremente con su ex amigo mientras él recitaba en su cabeza los pensamientos más hermosos del momento.
La contraparte era que a Orlando (al parecer) eso no le interesaba, el amor, el cariño, el corazón y las miles de millones de neuronas haciendo sinapsis por la entrega total anímica, intelectual y cuasi corporal eran poca cosa, Orlando quería un falo sin más.

Entonces Leonard seguía preguntándose aquello que realmente buscaba Orlando. Él había mandado al demonio a los demás, a sus preocupaciones tortuosas, se había expuesto, se propuso ¿experimentar?, ¿jugar? No, nadie era un santo, nadie era la persona perfecta que lo entrega todo, porque Leonard antes que nada había hecho una apuesta, después se estaba arriesgando y no precisamente por su pareja sino por él mismo. Regresaba a su cabeza el concepto de madurez, de hacer las cosas por uno mismo y después afrontar las consecuencias, pero ¡cómo dolía!, esto no era la amputación de una mano o un pié, esto no era la decisión de tomar un mal camino o tirarte con cualquier sujeto, no era el atropello literal y descaderase quedándose en silla de ruedas para el resto de la vida, eso que sentía dentro de sí era inefable, como el aire y ¿cómo se amputa al aire? Indivisible e incontable, sólo se siente, es incontrolable, el corazón late no por decisión propia, él hace su trabajo, un músculo que bobea y oxigena la sangre, la única forma de controlarlo era apagándolo, matarse, pero la idea del suicidio le estaba cansando, ya fuera porque era un cobarde, porque no podía, le faltaban agallas o sentía tener aún varias cosas por la cuales vivir, pero la puerta estaba ahí, era una suculenta tentación que en cualquier instante podría suceder.

-Yo jamás creí tener algo que ver con los hombres ¿no?- se decía Leonard en un susurro ahí en una casita de campo donde pasaría el año nuevo con sus familiares, sólo tenía un par de libros, una libreta y mucha tinta, a pesar de todo la navidad había sido fabulosa, pero el fin de año le estaba cayendo de peso - lo mismo se puede decir del suicidio, si creía que me condenaba con una cosa, con la otra es igual de sencillo, se toma, se hace y no hay vuelta atrás.

Recordó las blancas pastillas que se desmoronaban en sus dedos, las había conseguido para un trabajo final, pastillas, todas ellas caducas y por montones; entonces cuando las estaba acomodando para el trabajo vio su vaso con agua, después las pastillas, y al final aquellas píldoras que tenía en las manos, ¿sería realmente sencillo?, ¿sería posible creer que con la muerte se acaba todo? Nadie creería que sus pensamientos siempre giraban en torno a la muerte –Es un cliché, todo mundo lo hace- se decía mientras alejaba la idea de su cabeza, píldoras, ¡qué tontería!, lo único que sacaría sería un lavado estomacal y llamar la atención, eso no era lo que buscaba, si lo hacía, lo haría bien, no más, no menos.
En el verano lo había planeado todo, un procedimiento irrefutable, sencillo y sin premura. Subiría al último piso de la torre universitaria más alta, como estaba en construcción no tendría problema en acceder, diría que iba a tomar un par de fotografías porque le gustaba la vista (y era cierto) convencería a los maestros de la obra con una sonrisa, su usual tono de voz al que casi nadie se le negaba. Lo apreciaba bien, los hombres le verían con un poco de desconfianza, pero bajo el velo del infante interior así como la salpicadura juvenil no pensarían en nada malo, sería ahí el momento justo donde se acercaría al borde con su cámara fotográfica y ya, se tiraría, no vería hacia abajo, no dejaría el instrumento en el piso, no voltearía para ver la cara de los hombres (si es que se daban cuenta) nada de ello importaría y lo sabía, porque cuando estaba tan deprimido nada le importaba más allá de lo que sentía, querer desprenderse del sentimiento, pero no salía, no se podía quitar lo que no se podía tocar.

Recordaba la tentación de tomar las pastillas, no lo creerían de él, por ello no le habían negado el acceso a tanto químico encapsulado. “Leonard no se mataría”, “Leonard siempre se ve bien”, “Leonard es feliz y radiante”. Y ahora Leonard no sabía si acaso había sido amado, no sabía cómo debía sentirse, ni amado, adorado, valorado, que la gente creyera en él. Eso sí, sabía lo que era amar, le había entregado a Orlando su autonomía, se había vuelto adicto a su pareja pero eso no le bastaba –Amar a una persona más que a uno mismo es una forma de suicidio emocional- palpó con interés el libro que estaba en sus manos, no le prestaba la menor atención porque su ex pareja le inundaba el pensamiento –el amor es un suicidio o la madre de todas las dependencias- cerró su libro y pensó que al igual que la protagonista de aquel relato, quizá terminaría muerto en las vías de un tren.

La muerte regresaba a su cabeza, y eso era lo que le dolía: considerarla como la única salida
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jueves, 17 de diciembre de 2009

Michael Nyman, ¡mátame!

Leonard entró a la casa y lo primero que pudo escuchar fue una partitura que Michael Nyman había compuesto para la película “The piano”, la reconoció, era “Big my secret”.
Un escalofrío le recorrió el cuerpo entero, tiempo atrás no se habría permitido sentir tal impotencia, pero Nyman era una cosa en la pantalla y otra muy distinta ahí en la vida real, a unos metros de él las emociones lo desafiaban a sentir cada vez más, ¿de quién eran los dedos que tocaban el piano? La música cesó cuando Camille anunció su entrada.

Ahí Leonard empezó a perder el control, conoció a muchas personas en tan poco tiempo con tan pocos elementos y cual balde de agua helada entró en la habitación y se encontró con quién se hacía llamar Mika (en honor al cantante) un melómano sin remedio que hablaba sobre la importancia de la musicalización dentro del video digital, “porque no somos generación MTV, tienen que tratarnos con más respeto” repetía una y otra vez frente a Leonard; después estaba Gil, un chico que hablaba de sexo por cada poro “Y si hago una película porno ¿es arte?, ¿qué dices Leo?, ¿te gustaría escribir algo sobre mi película? Tal vez no haga el guión porque escribir no se me da, pero puede que me ayudes, bueno, tampoco haría mucho de dirección de actores o postproducción, la verdad es que quiero actuar, ya sabes, cojer”, Leonard sólo asentía con poca cordura; Armando estaba ahí, delgado y con un iceberg bañado con unas gotas de Vodka le intentaba aconsejar: “Si vas a estar en eso de los hombres con hombres más vale que te acostumbres a que te sean infiel, los hombres son pura pasión y nada más que eso”; después habló con Trish, un chico de cabellera larga y muy lacia, sobre los hombres que se creen mujeres no sólo en la cabeza sino que lo llevan en el vestuario “Son jotas, jotas, jotonas” le decía Trish, “No entienden que nacieron hombres y que les gustan los hombres, que no son mujeres buscando a un hombre, no todos los hombres desean mujeres que antes eran hombres, es limitarse el mercado, ya no es que te gusten sólo hombres, sino también hombres que deseen a mujeres cuasi hombres”, Leonard no tenía palabra alguna, al parecer se había metido en el Bloomsbury equivocado, pues la situación empeoró un poco cuando Orlando lo dejó para ir conversar con su ex pareja: Dorian.

Dorian era un joven atractivo que se dejaba ver sin mayor premisa más allá de ser “hermoso”, no porque realmente lo fuera, sino porque su pose lo delineaba todo. Se sostenía en un solo pié, el otro lo cruzaba ligeramente y apenas rozaba el suelo pero aún así no se veía desequilibrado, sonreía de forma natural y su mano derecha giraba acompasada con su voz, después meneaba la cabeza al ritmo de un suspiro, ligera y sin exageración alguna, con la mano izquierda acomodaba su cabello y subía sus hombros para denotar sensualidad; era un balseo corporal
, todo bien medido, todo bien cimentado en el arte de la seducción, Leonard se sintió desposeído de todas aquellas artes que jamás le fueron dadas, aún frente a las mujeres y ahora entre los hombres él no poseía nada. Entonces conoció a Murat.

-¿Y cómo era Nick?- le dijo una voz detrás de él.
-Amable y dispuesto a llevarme a todos los eventos sociales que le complaciera… ¿o te referías a otra cosa?
-Tranquilo Leo, que todos hablen de sexo no quiere decir que me interese también a mí- el chico hizo una pausa y se presentó- soy Murat, mis padres deseaban ponerme Marat, como el revolucionario francés, pero la trabajadora social, enfermera o lo que sea, no escuchó bien, es lo malo de hacer el registro a las cuatro de la madrugada donde no se sabe si es muy temprano…
-… o muy tarde- terminó la frase Leonard.
-Exacto.
-Nick y yo no fuimos más que amigos, no es un rodeo, es la verdad.
-Te creo Leo, ¿pero cómo tuviste a Nick tan cerca y no hiciste nada?
-En verdad que Nick no me gustaba, de hecho hombres sólo Orlando.
-Eso es tan dulce, no se lo digas a Armando, te dirá que los hombres son hombres y que la fidelidad no existe entre nosotros.
-Creo que lo lastimaron mucho en su relación pasada ¿no?
-A todos nos han lastimado en nuestras relaciones pasadas.
Leonard hizo una mueca, la típica mueca de las relaciones fallidas.
-Ni que me lo digas. Creo que dañé a Nick. Por eso se vengó con lo de sus cuadros, salió en un par de artículos pero siento que todo mundo se enteró.
-Aquí te conocieron afondo por tu retrato, que no te hace justicia.
-Nunca antes me habían retratado. Podría haber sido agradable si no fuera por la trágica acusación de acoso tentativo sexual.
-Quería vender y vengarse, dos pájaros de un tiro con la misma “V”.
-Nick me agradaba pero era muy incisivo y algo acosador.
-¿Incisivo? Ten una cita con Trish y sabrás lo que es ser incisivo, siempre hablando de aquello que llama “Las jerarquías de la homosexualidad”, donde están las jotas, no tan jotas y las muy jotas, pero sí de acoso hablamos, puedes salir con Gil y no te dejará en paz durante un mes preguntándote porqué no saliste con él por segunda ocasión.
-Parece que ya saliste con todos, yo sólo con Orlando.
-No he salido con todos- fingió escandalizarse Murat- a Orlando no lo he tocado porque es muy reservado, no sale con cualquiera por miedo a que lo lastimen, es como un niño frágil y su aspecto de cadáver resucitado no le ayuda.
-¿Y sabes algo de un tal Petter?- preguntó Leonard con total descaro.
-¿El antrero que se corta en público? No te conviene, tampoco Orlando te conviene, de alguna forma estás sobre todos nosotros Leonard porque no tienes ningún vicio respecto a los hombres.
-¿Cómo sabes eso? Es una torpe insinuación.
-Mira a tu alrededor, todos hablan del hombre en esto y aquello, es peor que una mala serie estadounidense sobre mujeres alteradas.
Leonard rió un poco a pesar de no saber realmente sobre aquello que le incitaba a reír. Los hombres ahí eran un cúmulo de clichés, pero se exponían de tal forma pues no temían ser juzgados, y él se estaba entrometiendo en su intimidad ¿qué derecho tenía de criticarlos? Le intentaban acoger como si fuera… ¿parte de ellos?

El aparato de sonido empezó a tocar “El concierto en Mi menor” de Van den Budenmayer, la pieza musical la había puesto Dorian. Leonard sintió que su esencia le era robada, al ex de su actual pareja también le gustaba el compositor Holandés y no sólo eso, al terminar la partitura fue el mismo Dorian quién se sentó en el piano y empezó a tocar “The Sacrifice” de Nyman. Había sido él quién tocaba con total soltura las piezas de uno de sus compositores favoritos, Leonard no podía competir contra ello y derramó una tonta lágrima, aquel mismo escalofrío recurrente le tocó la sien y discurrió por todo su cuerpo al unísono con la única lágrima que había proferido. Dorian era perfecto, desde el nombre, pasando por la pose y terminado por sus habilidades, ¿qué había visto Orlando en alguien como Leonard que no era ni atractivo o talentoso?
El chico en el piano cerraba los ojos mientras terminaba la partitura, se la sabía de memoria y no había cometido ni un error. Leonard quería salir de ahí, la realidad le pesaba así que decidió cambiar de habitación, corrió por un pequeño pasillo, la casa de Camille no era muy grande y por lo mismo era acogedora. Caminó lentamente mientras escuchaba como Dorian terminaba de tocar, y si aquel muchacho tenía las virtudes musicales de Ada, la protagonista de “The piano”, Leonard obtenía el sentencioso silencio de la misma mujer pero sin el don musical. Llegó al final del pasillo y se encontró con Edgard.

-¡Llegaste!, me preguntaba cuándo sería el día en que te vería por aquí.
-¿Tú también perteneces a la jaula de las locas?
-Prefieren llamarse el Bloomsbury ¿sabes? Tú, Marques de Merteuil. Perdiste.
-¿Perdón?, ¿perder?
-Sí, perdiste, yo sé que no sabes nada y que seguramente Orlando no te quería traer aquí, pero es aquí donde nos vemos.
-Pero qué sucio juegas Edgard, dijimos que él decidiría y me eligió a mí.
-Al inicio sí, pero ya tenemos más de tres semanas saliendo juntos.
-Mientes mi queridísimo Edgard, yo tengo más de un mes con él y…
-¿Ya hablaste con Armando?- Edgard empezó a reír- de eso me lo sé todo sobre la infidelidad, sé que sale contigo antes que conmigo, la diferencia es que contigo no puede hacer nada sucio. Él entiende que sea tu primera experiencia y te cueste trabajo entregarte a un hombre en todos los sentidos, lo que tú no entiendes es que él tiene sus necesidades y por lo mismo debe buscar solventarlas con alguien más. Te engaña desde la primer semana, ¿de dónde crees que sabe que te gusta Budenmayer? Él no es muy inteligente.
-Esto no cuadra- le dijo Leonard tranquilamente- yo sé que Orlando no me engañaría, él no es así y tú por otro lado eres un áspid.
-Leonard tú no eres tan bueno, eres tonto pero no bueno. Orlando te engaña y yo le ayudo a hacerlo. Yo gané- dijo Edgard con un encantador arrebato de alegría- dile algo Orlando.
Al escuchar eso Leonard se dio media vuelta y vio que su actual (o aparente novio) se encontraba a sus espaldas.
-El compromiso es una etiqueta moralista en la que intentas atrapar a tu pareja, es similar a un espiral sin sentido- comentaba Edgard con tono altivo- ¿para qué estar con alguien si sólo se encuentra a tu lado por simple compromiso?, ¿no sería mejor buscar a varias personas que llenen tus expectativas?
-Leo, te lo iba a decir- tartamudeó Orlando.
-¿Qué sales con Edgard?, ¿es cierto?
-No quería presionarte con cosas que después te podrías arrepentir.
-Pensé que te bastaba lo que teníamos, apenas vamos a tener… tiempo juntos, yo no me entrego así sin más- Leonard temía que su porte se desbaratara, era cierto, Orlando y Edgard tenían tanto tiempo juntos como ellos dos, Leonard sintió nauseas, pero entonces recordó a Ana Karenina, esa mujer que tanto admiraba, siempre pulcra, siempre sonriente, siempre intrigante.
-No lo tomes mal Leo, así suelen ser las cosas entre hombres.
-No lo creo Orlando, no creo que fuera esa tu intención principal, ni enamorarme ni después tener sexo conmigo, tú dijiste que me amabas.
-Nada de discursos baratos Leo- dijo Edgard con voz melosa- Orlando no lo sabe, pero lo sabrá ahora mismo. Tú y yo hicimos una apuesta donde el que tuviera a Orlando sería el ganador y yo gané.
-¿En verdad Leonard?- sorprendido y algo indignado le dirigía la mirada Orlando a Leonard.
-Ya nada queda, ni me mires así, tú estuviste acostándote con Edgard y confabulando para poder engañarme en conjunto.
-No cambies el tema Leo, ¿hicieron una apuesta?- se dirigió a Edgard- ¡¿hicieron una apuesta?!
-Sí querido- Edgard parecía estar disfrutando toda la escena- ¿qué crees que lo hacía por el sexo? Mejores hombres he tenido, primero te deseaba, después Leonard se interpuso y todo se volvió más interesante, ¡y qué bien! Porque fue tan fácil llevarte a la cama que no existía mucha retribución por el acto, pero esto es magnífico.
-Yo me retiro-dijo Leonard.
-¿Y qué ganaste con todo esto Edgard?- decía Orlando mientras sujetaba del brazo a Leonard.
-Un buen rato- Edgard sonrió- y venganza, Leo me debía una.

Entonces, cual tormentosa coincidencia empezó a tocar “Diary of hate” de Michael Nyman, la cosa se estaba pasando del drama y Leonard no quería perder las formas ni las poses, pero si no lo dejaban ir en ese instante era posible que golpeara a alguno de sus dos acompañantes.

-En verdad me voy- asintió Leonard con la cabeza, se soltó de las ataduras de Orlando y caminó rápido, más rápido por el pasillo. Llegó a la salida y se despidió apresuradamente de Camille y Murat. Volteó a sus espaladas pero Orlando no le seguía.

lunes, 14 de diciembre de 2009

El nuevo Bloomsbury con las nuevas perras anarquistas.

Después de comer y tener una tarde maravillosa, Leonard y Orlando pasearon por la plazuela de la ciudad, sin nada especial más allá de mirarse y reír de cualquier cosa. Leonard no sabía si era amor o sólo una terrible pasión. Él se había vendido la idea de que las relaciones eran necesidades físicas y anímicas, pero aún así pensaba en encontrar “el amor verdadero”, y aunque se catalogaba como un romántico (estúpido) empedernido, con Orlando no tenía ninguna certeza, entonces pensó –cuando no sé si lo amo, tengo presente que lo quiero mucho, en gran manera, tanto que intento dogmatizarlo, ponerlo en su lugar, como los medios de expresión, como la literatura y la escritura, porque me importa deseo conservarlo muy a mi estilo… creo que voy a matar mi relación, la estoy matando, ¡la estoy matando!- suspiró- En verdad lo amo.

-Sigues pensando de más- le sonreía Orlando de frente, siempre de frente.
-No puedo evitarlo, es innato, aunque eso no significa que piense en cosas profundas o trascendentes…
-¿Cómo la cura del VIH?
-Eso es un poco cruel, supongo que existen miles de personas interesadas en curar el SIDA.
-Y miles de personas más teniendo sexo sin importarle el asunto.
-¿De dónde salió todo eso? Te imaginaba un poco más recatado.
-Soy recatado, pero tengo mis anécdotas- Orlando seguía mirándolo de frente. Su piel mortecina adquiría un resplandor seductor con el sol, su delgada figura se evaporaba cual efímera seducción, sus manos era inexpresivas, pero cuando se movían cortaban el viento con sagacidad pues sus dedos eran largos y delgados, rectos como una vara pero delicados como el alabastro, la evanescencia que irradiaba terminaba por frustrar a Leonard, le parecía una visión, en cualquier pestañeo Orlando desaparecería y lo dejaría ahí, miserable y solo, como siempre había sido antes de conocerlo, como llevaba meses sin encontrar consuelo en nada ni nadie. Era un dependiente. Orlando suspiró- Pero a tu lado todo el mundo es poco recatado. Te ves tan…
-¿Virginal?-bromeó Leonard con total descaro.
-Susceptible- culminó Orlando con seriedad.
Cuán asertivo era Orlando. Si algo era Leonard frente a su amante era eso: una persona susceptible. Ahora lo sabía, estaba enterado de su debilidad, ¿qué haría con ese conocimiento?

-¿Orlando?- dijo una melódica voz.
-Camille, ¿qué haces por estos rumbos?
-Es una ciudad pequeñísima. ¿No?- dijo en un susurro- ¿Leo? Afortunado tú, afortunado él.
-Ah, disculpa Leonard, él es Camille, un amigo algo íntimo, le conté sobre ti antes de empezar a salir juntos, pero creo que no lo volveré a hacer, me exhibe sin temor alguno.
-Suspiraba por ti. Y cuando te llevó la nota, corrió como desesperado- Camille rió como el viento que sopla en una noche tempestuosa, fino y agudo al mismo tiempo- ¿recibiste la nota?
-No recibió la nota, no recuerda la nota.
-Es verdad no la recuerdo- Leonard deseaba hablar un poco. Le pareció interesante el tal Camille pues no conocía a ningún amigo de Orlando, y ese parecía ser todo un personaje.
-¡Hay no!, se me hace tarde- Camille miró su reloj- ¿vienen? Van a estar Dorian y Armando, pero no importa, si llevas a Leonard morirán de envidia.
-¿Dorian y Armando?
-Sí Leo, el ex de Orlando y su actual pareja.
Leonard no pudo dejar de sentirse como la joya a relucir, hecho con efectos halagadores y de tintes a favor de la consternación, ¿irían?, ¡irían!, quería conocer al Dorian, sonaba tan sofisticado.
-¿Podemos ir?- preguntó Leonard a Orlando.
-Pero si los roles ya están bien puestos. ¿Tú eres la mujer Leo?, le preguntas como si fueras la mujer abnegada. A la mierda con Orli, vamos- Camille lo tomó de la mano.
-Vamos- la cara de Orlando había pasado de un ángel mortecino a la de un alama en pena.
-¿Y a dónde vamos?- preguntó Leonard aún tomado de la mano de Camille, sonriendo como si estuviera haciendo una gran travesura.
-Pues a mi casa tontito, a la feria de la vanidades. Es un club muy selecto con gente muy selecta, todas unas perras que creen saber algo sobre el arte y la cultura. En conclusión, bebemos algo de vino, mucho vodka con mucho hielo y hablamos de todo un poco, aquí la cultura pop son las vivencias de todos, qué te pones, qué haces, con quién cojes, cómo te va en el trabajo y esas cosas, todo muy superficial, el alcohol nos ayuda a liberarnos- Camille externó su aireada risa- es como un Bloomsbury algo vulgar, pero total, todas son jotas, como en el Bloomsbury original.
-¡Oh, oh un Bloomsbury!- Leonard no podía dejar de emocionarse con la analogía- podré ser…
-No, Leonard representado a Leonard Woolf, qué aburrido, tendrás que ser…
-Virginia, obvio que Virginia Woolf.
-Sí Leonard, nadie podría ser más Virginia que tú.
Camille y Leonard reían, uno cual silbido, el otro de forma ruidosa. El tal Camille parecía una persona muy agradable y resuelta, pero la cosa le daba “mala espina” pues Orlando entornaba los ojos, se veía incómodo y nervioso ¿qué existía detrás del nuevo Bloomsbury?, ¿qué tan perras podían ser aquellas perras?

viernes, 11 de diciembre de 2009

Charla estilo Tarantino entre calzones para caballero

Tenía dos pantalones elegantes en una bolsa de aquellos altos comercios que se presumen “costosos”, pero a Leonard no le iba aquella faramalla elegante, pues aunque deseara emular algo apulento, la verdad era que no pasaba de los jeans, la mezclilla era lo suyo ¿para qué complicarse la existencia? Le había costado trabajo tener alguna clase de “gusto” o mejor dicho, de “estilo”, sin embargo al término de los trotes mundanos caía en la cuenta de que ni tenía el dinero y mucho menos una asertiva forma de vestir, era sólo él y lo majestuosos no se le daba por inercia; siempre que salía de compras con su primo Eduardo era una fascinante pelea de egos por comprar lo mejor y al mayor precio, pero ya no más, en esta ocasión había salido a comprar calzones en su tienda favorita con un precio accesible a sus cuentas de niño mantenido y sobre todo con la compañía adecuada: Samantha.

-Ya sabes que la navidad no me gusta. Bueno no es que no me guste o desagrade, no soy el mono verde que va tirando árboles navideños por la ciudad- le decía Leonard a Samantha mientras caminaban entre los estantes de ropa interior para caballero- es sólo que la navidad se me hace tan monótona, siempre pasa lo mismo, como lo mismo, subo los mismos kilos, hasta suelen regalarme lo mismo. Los regalos son lo de menos, las personas son lo primordial, pero al paso de los años me han demostrado que lo único que cambia es eso, el año.
-Si tú lo dices- hacía meses que no se veían, siempre tenían aquellas premurosas charlas por teléfono- ¿qué te parecen estos?- dijo Samantha mientras alzaba una trusa muy pequeña.
-No, mis piernas son enormes ¿recuerdas?
-Oh, las mías también, soy una vaca, debo dejar el internado, todos esos viajes y malas noches de sueño.
-Eres una mujer cosmo, al menos te puedes escapar en la navidad, llamar a casa diciendo “papá, mamá resulta que debo irme de viaje por cuestiones institucionales, ya saben, guardias escolares” y al final ¡pum!- Leonard chasqueó los dedos- estás en otro estado con tus compañeras de escuela bebiendo algo interesante, en un lugar aún más interesante rodeada de gente que podría ser interesante.
-Mucha gente desearía poder pasar la navidad como tú la pasas con tu familia.
-Prácticamente debo dividirme en tres- Leonard suspiró- y ahora que lo pienso, también voy a comer por tres. La familia de mi padre, la de mi madre y los despechados.
-¿Los despechados?
-No preguntes. El punto es que estoy cansado de la misma cosa, y ya van como tres años que le espíritu navideño no me llega.
-¿El espíritu navideño? Sólo tú le pones nombres a esas cosas que pasan y ya, no esperas que alguien venga y te de la emoción de vivir la navidad.
-Oh no querida, a todo mundo le pasa, les llega el espíritu navideño, cantan y lalalean canciones navideñas, después ponen el árbol con villancicos de fondo y bebe ponche, mucho ponche, mascan la caña y todas esas cosas.
-Aunque no creo en lo del espíritu navideño, te creo, desde que te conozco la navidad no te ha entusiasmado.
-No digas eso, me conoces desde hace cinco años, ¿quiere decir que desde entonces no siento nada en navidad?
-¿Qué voy a saber lo que sientes? Pero este año es distinto, te ves con más vida, mucho más jovial. Además no puedes decir que la cosa sea mala en navidad, siempre quién adorna tu casa eres tú, pones las lucecitas, las esferitas, los renitos, al menos desde hace cinco años que te conozco.
-Y desde antes, pero lo hago con total dogmatismo, sin mayor emoción. ¿Qué te parecen éstos?- Leonard alzó unos bóxers a cuadros muy amplios.
-¿No me dijiste que los bóxers te daban poca seguridad?
-Sí, pero ahora estoy experimentando de todo.
-Súper intenso Leo, cuídate de no magullarte un testículo con tanta libertad, ¡yuju!- dijo ella con sarcasmo- estás rompiendo los cánones. Insisto estás muy contento, ¿es por Orlando verdad?
-Sí- Leonard sonrió mientras dejaba los bóxers en el aparador. La pareja de amigos seguía paseando por el lugar como si se tratara de una florería, alzaban calzones, los examinaban, decían “demasiado mórbido”, “moralino”, “para monja”, “excesivamente puta”, “muy ajustado, muy grande, odio el color”. Mientras seguían en la plática- Tengo el regalo perfecto para él, le voy a dar el libro de la Woolf, “Orlando”.
-“Orlando”- dijo Samantha al mismo tiempo que él.
-¿No es encantador?
-No lo sé… puede que no le agrade tanto la Woolf como a ti te agrada, pero bueno, eso es de cada cual ¿verdad?
- Él será Vita Sackville-West y yo Virginia Woolf, y le haré un hijo dedicándole un libro.
-Es la única forma de hacerle un hijo.
-Bueno, no lo hemos intentado.
-¿Hacer hijos? No te precipites- bromeó ella- podría ser que no resulte… lo de los hijos y la relación, podrías quedar traumado.
-Orlando es sumamente paciente, no me ha pedido tener nada más íntimo.
-Quizá se lo coje alguien más.
La expresión de Leonard cambió, si antes era ligera así como evanescente, ahora se presentaba como un gesto muy denso y complicado.
-Lo he pensado, pero Orlando lo dijo, el otro día lo dijo sin mayor problema.
-Que te amaba- el tono de Samantha era una mezcla de ironía fielmente imbuida por el cinismo y el sarcasmo.
-Y que me quería y deseaba estar a mi lado por siempre.
-Y va que te la crees Leo, los hombres mienten, siempre lo hacen, está a su disposición y naturaleza, tú podrías hacerlo más seguido si así lo quisieras. Ya viste lo que le hizo su novio a Susana, se besuqueó con quién no debía. Aún ebrio y como gustes, el alcohol no te da lagunas mentales a menos que tomes durante años y él lo hace cada lustro, cae rendido con la primera cerveza y después se mete con cualquiera- Samantha miró fijamente a Leonard- ¿y bien, no piensas desconfiar ni un poco? Ya sabes, puedes creerle pero siempre confirma.
-Iba a decir que Orlando no me sería infiel, ¿pero quién lo asegura? Además, tener todas esas suposiciones en la cabeza cansa, mejor confió en él, no puedo vigilarlo todo el tiempo- hizo una pausa, dejó los calzones que tenía en las manos y después continuó- ¡No!, es enfermizo pensar eso de tu pareja, además, yo no creo que dentro del sexo masculino exista la exclusiva inclinación por el engaño.
-Lo dices porque no vives en un internado con más de doscientas mujeres, donde la estadística nos dice que ocho de cada diez estudiantes de ahí han sido engañadas por sus novios.
-Es contextual. Yo no soy una chica de internado y por lo tanto no busco mi chico prototípico de “internado”…
-Antes que continúes debes tener en cuenta que tu escuela, tu tipo de vida queer de clóset así como todas tus ocupaciones te hacen tan inaccesible como una chica de internado.
-No puedes convencerme de que desconfíe de Orlando, a él le pertenece todo lo que yace en mí, incluida mi confianza.
-Sin incluir la entereza de tu cuerpo.
-No lo ha pedido.
-Porque alguien más se lo coje- canturreó Samantha mientras levantaba unos calzones negros.
-Esos son perfectos ¿habrá en azul?
-Y en rojo también.
-Uy, como un dulce- Leonard se acercó al aparador para poder escoger mejor.
-No sé para qué le pones tanto interés a la ropa interior si no pretendes mostrársela a tu queridísimo Orlando.
-Oh la ha visto, de eso no cabe duda.
-Lo que no ha visto es lo que hay abajo.
-Mujer, te estás poniendo algo sucia.
-Son los calzones para hombre, me da un poco la impresión de quererlos quitar… ¿pero a quién?, ¿al gancho?
Leonard sonrió.
-También estoy contento porque me aceptaron en el club de lectura para avanzados.
-¡Felicidades!, esa sí es una buena noticia, tú entre puros hombres y mujeres que te dobletean la edad. Ya en verdad Leo ¿a dónde te va a llevar tu misantropía?
-A una cabaña alejada de la mano de Dios, en un bosque junto a un río, tejiendo chambritas para el hijo que nunca tendré por mi aversión a la humanidad- Leonard seguía sonriendo.
-Bueno, al menos tienes sentido del humor. No te había visto tan feliz desde tu cumpleaños y de eso falta poco para que sea un año.
-Aún falta, los veintiuno pueden esperar.

Tomó sus calzones y se fueron.

martes, 8 de diciembre de 2009

Mi vida sin ti

Habían pasado la noche juntos, no de la forma carnal de pertenencia mutua, sino que habían dormido uno al lado del otro, o mejor dicho Leonard acurrucado en Orlando. Sin ser nada sexual Leonard disfrutaba de poner su cabeza en el pecho de Orlando, se apetecía demasiado cómodo y seguro, apacible como el sonido del oleaje matutino en pleno verano (aunque fuera invierno), temía tener vacaciones porque entonces pasaría más tiempo en casa y menos con Orlando, no tendría pretexto para escaparse a la ciudad contigua, dejaría el departamento y lo único que le quedaría sería la ventana vía Internet, un medio muy frío comparado con el cuerpo de Orlando.
Se negaba a dejar el éxtasis que le provocaba su presencia, pero no podía estar siempre a su lado, la compenetración “humana” sólo venía a demostrar sus dependencias. La adicción a las personas era difícil de erradicar, y aunque poco deseaba Leonard el deshacerse de Orlando o el sentimiento que tenía por él, se preguntaba cuánto pensaba su pareja en él, si acaso realmente le quería y la razón por la cual no le exigía otro tipo de compenetración más allá del tacto, el beso, la mirada, el sonido y el silencio.
Para alguien como Leonard eso era más que suficiente (por el momento) no necesitaba ni quería más, podía con la vorágine de sentimientos que le provocaba la cara de Orlando tan cerca y tan apetecible, el rutilante pestañeo y su figura delgada a contraluz. Todos los sentimientos que le habían sido negados eran ahora develados con apremiante sagacidad, si bebía mucho del cáliz de la verdad entonces quedaría ciego y a la par el sentido del gusto se colmaría negándose a paladear más, querer más, podría morir, de cualquier modo moriría.
-Me he enamorado a tal grado que espero el sentimiento no me mate- pesaba- ya sea por el deseo, el éxtasis, la ilusión o porque al final él me podría dejar- se estremeció aún con los brazos de Orlando rodeándole- mi vida sin él. Justo ahora no visualizo mi vida sin ti- lo volteó a ver; su amante aún dormía y le parecía tan natural, siempre tenía en mente que los escritores demasiado enamorados describían a sus parejas en la cama con un terrible idilio, quizá la onírica ilusión había traspasado el sueño afectándole los ojos, sin embargo ya lo veía bajo su propia pupila. Orlando era precioso, aún dormido, aún despeinado y sin arreglar bajo la luz matinal tenía un encanto indescriptible donde las palabras no le hacían justicia a la imagen, ninguna definición que evocara a más palabras ceñidas de vacuos conceptos cernían lo que Leonard tenía frente a sus ojos, “un ángel caído del cielo” parecía el pastiche más usado del milenio, pero ¡cómo le quedaba bien!, un ángel mortecino, demasiado tímido, “Eres muy voraz”, le dijo alguna vez a Leonard, “Puedes llegar a intimidar”. Leonard se rió cínicamente de los diálogos de Orlando, ¿él como alguien voraz que intimida?, ¿en qué vida? Jamás se vería a sí mismo de esa forma, era un poco competitivo pero lo normal para no quedar en el fondo de la botella intelectual.

Orlando se movió, suspiró y entonces Leonard salió de su sueño lúcido para ponerse en pié y preparar café. Que Orlando se viera bien en la cama todo desarreglado no quería decir que él no estuviera hecho una mierda, pues él no era un ángel caído del cielo, él era mortal, tenía demasiadas emociones, muchos sentimientos, más de mil pensamientos a la vez y un par de ojeras que esconder, así que más le valía dejar sus pensamientos made in Wim Wenders en el aparador, que ese día tenía una entrega final y un examen, después un largo fin de semana al lado de Orlando para después pasar la última semana de “presencia” en sus clases, el semestre había terminado y todo sereno. Un mes de relación.

viernes, 4 de diciembre de 2009

Veintidós horas, ochenta diapositivas y muchos libros después

Tenía quince minutos libres, se tiró en el verde pasto, por una vez estaba a favor de la matanza de perros sin dueño (o los perros dueños del mundo, como se les quiera decir) porque entonces no existía el estiércol y la orina en todas las áreas verdes… al menos no de manera tangible, seguro las moléculas de esto y aquello volaban por el aire, el polen, los hongos, gotas de agua, lo que fuera, esos eran sus quince minutos y por más que lo intentaba no podía dejar de pensar en Orlando.

Se estaba involucrando mucho con aquel chico y eso era peligroso, porque cuando sentía algo con total vehemencia dicho éxtasis se involucraba con la razón, segándole el intento de “buen juicio” con el cual deseaba dirigir su vida. Las relaciones entre personas del mismo sexo eran tremendamente complicadas, sin embargo hasta la fecha no conocía a nadie a quién se le facilitaran las relaciones ya fueran homosexuales o heterosexuales. Pero su juicio no era válido, las personas que conocían no representaban el mundo, su estudio estadístico era un pretexto empírico de las relaciones amorosas, porque la gente que solía frecuentar pensaba muy similar a él, sin embargo había sido Susana quién lo había cimbrado unas horas antes vía ventanilla de Messenger, la conversación fue así:

Zuzu dice: Hola Leo, sigues torturándote por tu relación con Orlando?????
Woolf dice: gracias Zu, gracias en verdad… una buena amiga vine a tener en ti…
Zuzu dice: pues no sé tú, pero eso de las cosas con tu mismo sexo es complicado, no sé como lo logras
Woolf dice: dímelo a mí que estoy en eso… bueno, en ESTO
Zuzu dice: es que son los roles Leo, mira en mi relación yo soy fuerte, la que manda y dice como se hacen las cosas, pero sin importar que tan poderosa finja ser, él siempre me tiende la mano, debe cuidarme porque yo soy la mujer.
Woolf dice: no creo en eso de los roles con hombres, mujeres, gatos, perros, ni en el kama Sutra o como se escriba
Zuzu dice: bueno, la posición en la cama importa, yo le digo que él arriba ¿por qué yo tengo que trabajar? Que se aplique él, ¿pero ves?, accede porque es todo un caballero
Woolf dice: mucha información para mi cabeza, no quiero saber nada de eso, lo único que ahora quiero es a Orlando y ese es un problema
Zuzu dice: problema porque ya te involucraste emocionalmente, pensé que lo estabas usando nada más para molestar a Edgard
Woolf dice: yo pensé lo mismo
Zuzu dice: y ahora ni sabes si eres el hombre o la mujer en la relación…
Woolf dice: él siempre paga mis cuentas, cuando vamos a comer, al cine, ¡me llevó al ballet!
Zuzu dice: eso sí que es romance, lo digo con total sarcasmo Leo, es obvio que eres la mujer y no me digas que no sostuvo tu mano cuando el gran bailarín dio un salto fenomenal
Woolf dice: lo hizo, sabe que me gusta mucho el ballet a pesar de ser un aficionado
Zuzu dice: ese es tu problema Leo, para que te guste algo no debes ser un experto en el tema, por eso tu relación es un caos, todos somos aficionados en las relaciones y nadie es un experto, ya deja de tortúrate y dile a Orlando que te lleve a escuchar la filarmónica nacional o algo así
Woolf dice: no sé de dónde saca tanto dinero…
Zuzu dice: un consejo de mujer a mujer, eso no se pregunta, ellos lo sacan y ya, nosotras lo gozamos
Woolf dice: Zu, no soy mujer, soy hombre
Zuzu dice: bueno, en tu relación eres la mujer, ya pues tengo que dejarte porque son las cinco de la madrugada y tengo clase en una hora, y tú????
Woolf dice: no he dormido en toda la noche, es fin de semestre
Zuzu dice: afortunado tú que todavía tienes tiempo para pensar en tu relación, yo casi termino con mi novio, le dije “tengo que estudiar y me estorbas”, él sigue a mi lado
Woolf dice: eso es romance
Zuzu dice: romance es lo que ellos no saben, nosotros hablando de sus cualidades y defectos a esta hora

El romance, no existía el romance, el amor en la época postmoderna parecía no existir con tintes románticos. Una cosa era el amor, otra muy distinta la forma en que se expresaba.
Era lo edulcorado aquello que no encajaba, al menos no en el arte donde las personas ni querían compromisos ni mucho menos tropiezos, donde los aparentes amigos ponían a una tercera persona como pieza de juego, era cierto, ya nadie desayunaba con diamantes ni se encontraba con su amor en medio de la lluvia besándose, las personas en el arte se estaban, cuando no muy enamoradas de sí mismas, al menos sí enamoradas de su propia libertad, pero Leonard se había negado a sí mismo. Pensaba todo el tiempo en Orlando, no podía sacarlo de su cabeza, la culpa era suya, sin embargo resumió en que confiaría en él, se dejaría llevar y terminaría con su tortuoso destino ¿qué importaba si lo descubrían en casa o si tenía que seguir ocultándolo? Existían matices en la vida personal de cualquiera que nadie debía saber.

lunes, 30 de noviembre de 2009

Relaciones familiares con opinión en las relaciones amorosas

La persona a la que más se parecía Leonard era a su madre, sin embargo evidentemente existían muchas diferencias, aunque había sido su madre la que le había enseñado a ser educado, certero, atento (sin ningún interés más allá de ayudar a la persona), sonreír en el momento oportuno y desplomarse cuando hubiera tiempo, así como no incomodar a las personas, saber escuchar y después comentar con mesura, al final Leonard había adaptado todo eso a su manera.
Pero la diferencia más certera en todo ello se refería a que su madre era auténtica. Sonreía cuando en verdad necesitaba hacerlo, se abstraía en sus pensamientos cuando el tiempo se lo permitía y dejaba fluir sus sentimientos como toda una dama. Leonard era ficción, las caretas y las fachadas no era ni en lo más mínimo tan sinceras o verdaderas como las de su madre. Podría decirse que era una mera imitación oportunamente atribuible a algún problema edipico, pero la explicación no era tan “sencilla”. Su madre amaba a Leonard, pero en ocasiones le decía que ni lo toleraba y mucho menos lo entendía, la razón se refería a la desigualdad del pensamiento, ya que su madre era perteneciente a la “generación pasada”, donde la modernidad punzaba, el compromiso y la estabilidad económica era lo principal. Para Leonard la cosa económica le pintaba de la misma forma, pero no podía negar que su existencia era irrevocablemente holgada.
-Yo pensaba en cómo ayudaría económicamente a mis padres- le decía su madre aquella tarde de asueto para ambos. Leonard estaba en casa porque una clase se había cancelado y tenía tiempo de sobra, mientras su madre acomodaba cosas por toda la casa, sacudía, quitaba, ponía, ordenaba, mientras su hijo hacía algo parecido, pero con menor interés.
-¿No pensabas precisamente en casarte y cosas así?- preguntaba Leonard mientras recogía los juguetes del perro faldero.
-No realmente. Yo sabía que faltaba dinero en casa de tu mamá (Leonard le decía mamá a su abuela, una costumbre infalible), así me dije que terminando de estudiar me pondría a trabajar para ayudarles. Y fue así, tu tío terminó su carrera porque tu tía y yo le ayudamos con sus estudios. No me arrepiento, estoy orgullosa de poder retribuir a la familia… -su madre le sonrió- no estoy diciendo que tú debas hacer lo mismo, te comento lo que fue conmigo.
-Es una visión algo estricta… ¿constrictiva quizá?
Su madre rió con una jovialidad insospechada
-Pues mira hijo, sonaré de otra generación, con pensamientos completamente distintos, pero en mi caso se necesitaba el dinero. La forma de pensar de las personas cambia según su condición- entonces le echó a Leonard esa mirada que decía “siéntete afortunado de hacer lo que quieres hacer”- es como todo, así soy yo, lo mismo me pasó con tu padre. No estaría con él si no le hubiera visto futuro.
-Es algo frío de tu parte- Leonard gestó una mueca- no se puede seleccionar a la persona por sus carencias o virtudes, es imposible, cuando te enamoras, pues te enamoras y ya- Leonard se tocó el cabello, hizo un rulo con su dedo índice. Su madre no sabía nada sobre Orlando, su familia entera desconocía esta “nueva incursión” ¿sexual?, lo prefería así, sólo Carlota lo tenía en cuenta, pero Carlota sabía guardar un secreto… o una afección tan grande como la que sentía por Orlando.
-Pero si tú eres igual de frío. No estás con tal o cual persona si carece de esto o aquello, siempre estás observando todo y diciendo lo que te gusta y no te gusta. Por eso no sales con nadie.
Leonard se sintió un poco culpable –Pero no lo entenderían- se decía, porque su familia era muy conservadora y quizá hubieran aceptado que tomara a casi cualquier tipo de mujer como pareja, pero a un hombre, eso era otra cosa.
-Sólo digo que no es posible, eso y desprenderse del sentimiento. Es como con mi primo Eduardo, terminó con su novia después de tres años de relación, le dijo: “Se acabó la magia” y ya, ahora está con otra, apenas se dio una semana de tranquilidad, no dejas tres años de emociones, sentimientos, recuerdos y todas esas cursilerías que se regalan para estar con otra mujer a la semana.
Su madre se incorporó, porque estaba levantando unas alfombras, para poder ver a la cara a su hijo y le hizo un gesto gracioso, no porque así lo fuera, sino porque denotaba gracia, algo le parecía gracioso a su madre.
-Antes de casarme con tu padre tuve un novio con el cual duré tres años, un poco más. Pero lo dejé, no me convenía.
-¿Lo dejaste sólo porque sentías que no te convenía?
-Eso dije, no me convenía.
-Eso sí que es frío.
-No. Después de tres años no sentía los mismo por él, ya no estaba enamorada, sobre todo porque él demostró ser muy débil, indeciso y severamente nervioso. Se fue a estudiar a la capital porque tenía una gran oportunidad. Era inteligente y dedicado, el epítome de la inteligencia, pero también del nerviosismo. No duró ni una semana, regresó temeroso de la capital, del aspecto asfixiante, del supuesto caos. Entonces me dije: “No te conviene, no es tan decidido como yo pensé, ¿de qué le sirven todas esas habilidades si no sabe usarlas?, ¿de qué sirve si no se va a comprometer?, pero ante todo, si me va a dejar a mí sola con toda la carga laboral y hogareña, porque había considerado el casarme con él. Así que lo dejé.
-Seguro le rompiste el corazón.
-Sí- su madre puso una mueca y alzó los hombros- después fingió demencia, como si nada hubiera pasado. Es triste, nadie olvida tres años de su vida así como si nada.
-Pues por eso, lo dañaste tanto que prefiere fingir que no pasó.
-Se casó con una doctora que gana muy buen dinero, él sigue sin hacer mucho, nunca salió de la ciudad, nunca intentó más que “controlar sus nervios”, porque no pretendía ponerse en peligro a sí mismo. Yo que sí viajé, que trabajé duro en zonas urbanas, que busqué un buen puesto… pero también lo hacía por mi familia y por mí misma, algo que él no estaba dispuesto a hacer.
-Yo no podría desentenderme de alguien tan rápido, aún cuando “la magia” se hubiera terminado.
-¿Y entonces sería mejor quedarte al lado de alguien que no toleras?
-No me refiero a eso. No creo que la supuesta magia se acabe cuando pasaste tres años con alguien, y que después sales con otra persona sin el menor problema. No se acaba la pasión así como así, no sucede.
Su madre volvió a manifestar aquella cara donde todo le parecía gracioso.
-Eso dices ahora- sonrió finalmente.

¿Sería posible que él (que se consideraba un romántico empedernido) pudiera olvidar a alguien sin mayor problema? Eso le daba un poco de miedo, pero lo que realmente le horrorizaba era que alguien lo olvidara sin menor complicación, que la relación terminara y que la otra persona siguiera su vida tal y como era antes de que él se cruzara en su camino.

-No siempre puedes dejar una marca, existen personas que dicen las cosas sin sentirlo- le había dicho Morgause cuando le comentó sobre su primo Eduardo.
-¡Pero eran tres años!
-Ay Leo, lo entiendo. Pero tal vez todos terminemos como mi amiga, ella dice: “Existen relaciones para pasar el rato, para el cachondeo y dejarlas atrás, la vida es muy corta para clavarte en algo dañino, hay que vivirla”.
-¿De acción y reacción?, ¿por inercia propia? Me niego, existen tantas emociones en el mundo como para dejarlas de lado.
-Pero te están matando, tú sólo disfruta tu relación con Orlando, gózala, no la condiciones.
-Creo que tengo miedo a que me olviden en cualquier momento, que se despojen de mí y ser uno más en el anaquel del olvido, “Sale bye, fue lindo, se acabó la magia”.
-Es como ser la ropa sucia sentimental de alguien más.
-No de cualquier persona, de alguien que dijo haberte amado en algún momento.
-Si pasa eso de que te olvidan a la menor provocación, entonces nunca te amaron de verdad y la relación fue una mentira o un juego…
-No sé que es peor- Leonard sacó su mueca característica perteneciente a la frustración en las relaciones.

Se quedó con el pensamiento (como era usual en él) que quizá las generaciones pasadas buscaban la estabilidad porque las necesidades primarias aún no estaban consumadas: el comer, dormir, tener una casa, salud, educación, ¿ser feliz como algo primordial? Si las antiguas generaciones buscaban tal seguridad, ¿qué es lo que buscaba su generación?, ¿tan solventadas estaban sus necesidades primordiales que ahora se podía salir con quién fuera, como fuera a la hora que fuera?, ¿aunque la pareja fuera inútil en todos los sentidos y completamente improductiva? Orlando no era así, era un chico culto, interesado por aprender más a cada instante, ansioso por conocer a su pareja… pero ¿a dónde le llevaría una relación con un hombre en un país donde no se podía ver aquello sin recelo?, o más cercano a su ambiente cotidiano ¿qué hacer si su familia terminaba por desdeñar su relación? Podría ser que en un futuro, cuando se valiera por sí mismo, nada importara, pero ahora que no era autosuficiente ¿qué hacer?, ¿seguir ocultando todo?...

“Sólo gózalo”, recordaba a Morgause, “Goooozalooooo Leooooo”

sábado, 28 de noviembre de 2009

Bienvenue

Dejó a Nicole no sin antes pasar al baño de aquel lugar donde habían comido y charlado con encantador desenfado. Leonard había tenido muchas emociones fuertes en aquel día, ¿existirían más? Se arreglaba el cabello porque estaba hecho un fiasco, siempre lo traía hecho un fiasco, no podía hacer nada con ello, era pura genética.
Caminó un par de cuadras, curiosamente había dejado de llover y había salido el sol a favor de quemar espaldas y calentar cabezas. Tomó el trasporte público, sudó lo que debía sudar y entró a otro café/restaurant del centro de aquella ciudad, Orlando lo estaba esperando.

-Perdón por llegar tarde, casi nunca llego tarde- dijo Leonard mientras se sentaba al lado de Orlando.
-No te preocupes, ¿pedimos algo?
-Pero muy ligero, estoy que hoy si voy a hacer mis tres comidas.
-¿No las haces?- Orlando lo miró algo sorprendido.
-No es que no las haga por querer adelgazar, es por falta de tiempo y dinero-Leonard rió un poco, de aquellas risas fingidas que no estaba muy dispuesto a maquillar.
-Tienes que comer bien, por eso siempre estás cansado.
Leonard bostezó por inercia, sí que estaba cansado.
-No es verdad, no siempre estoy cansado. Terminarás diciéndome como mi madre, que tengo que tomar vitaminas y todo eso, además, tú no eres el ejemplo de sanidad a seguir.
-Las personas creen que estoy delgado porque no como, pero la verdad es que me alimento muy bien, la cosa es genética- Orlando deslizó su mano por la mesa y tomó la de Leonard, quién sintió una especie de consuelo en aquel contacto. Se remitió a que todo en el mundo podía valer la pena si Orlando le tocaba la mano, la existencia misma con todo su constante sufrimiento y efímera felicidad eran soportables por un simple toque de Venus.

Tenían una semana saliendo juntos, siete simples días, pero Orlando no lo perdía de vista, siempre le llamaba, le mandaba aquellos ansiados mensajes por celular y al menos lo había llevado una vez al cine. Leonard no entendía si aquello lo hacía por salvar a Orlando de Edgard, o por derrotar a Edgard, quizá más que nada por salvarse él mismo de su eterna soledad.

-Siempre tienes esa mirada triste- le dijo Orlando con tono tranquilo.
-No eres el primero que me lo dice- Leonard rió ligeramente, recordó ahí frente a su Orlando la escena de “Orlando”, la adaptación cinematográfica de la novela de Virginia Woolf, cuando Tilda Swinton dice: “Solterona, ¡SOLA!” y corre por un laberinto, pasan los días, años, décadas, Orlando no envejece, Orlando no encuentra el amor verdadero, Orlando escribe como desesperada (porque aquí ya es mujer) un poema muy largo, Orlando espera ser feliz, Orlando está siempre nostálgica, Orlando no deja de pensar en su amor pasado, Orlando no deja de sufrir en su interior, Orlando no deja de refugiarse en la literatura, la ropa, lo astuto, lo banal, lo social, las personas, Orlando no puede vivir siempre sola, Orlando vive trescientos años preguntándose ¿qué pasará?
-Leonard- le dice Orlando al mismo tiempo en que frota su mano - Te fuiste otra vez- Orlando sólo le sonríe.
-Ya lo estás empezando a notar ¿verdad? No puedo estar en un mismo lugar por mucho tiempo.
-Un poco, no exageres. ¿En qué pensabas? Te veías muy absorto.
-En nada, nada especial.
-Te tengo un regalo.
Orlando con total jovialidad saca de su mochila un objeto que tiene toda la pinta de ser un CD. El regalo se encuentra tan bien envuelto que Leonard siente un poco de pena el tener que destrozar el ornamento. “Su pastel es un fracaso, pero ella es amada igual. Ella es amada, piensa, en más o menos la manera que los regalos son apreciados: porque han sido dados con buenas intenciones, porque existen, porque son parte de un mundo en el que uno quiere lo que recibe". Leonard se sintió como Laura Brown de “Las horas”. Él era amado aún cuando fuera todo un desastre. No se merecía a Orlando.

-Yo no te tengo nada.
-No tienes por qué tener algo, vamos ábrelo.
Leonard rompió el ornamento, rompió con aquella dedicación que Orlando puso para encubrir el verdadero contenido. Y ahí bajo el papel se encontraba un disco de Van Den Budenmayer, el compositor holandés.
-¿Cómo supiste que me gustaba?, ¿cómo conseguiste un disco de Bundenmayer?
Orlando parecía muy satisfecho con la reacción de Leonard.
-Lo supe, espero te guste.
-Me encanta- Leonard movió la cabeza agitando su cabello.
-¿Pedimos algo?
-Claro- Leonard se acercó un poco más y tocó la mejilla de Orlando, lo hizo porque quería agradecerle con alguna especie de contacto y hasta el momento se había puesto en su papel del intocable. Pero si rozaba a Orlando no era por el regalo, sino porque realmente deseaba hacerlo desde hacía tiempo atrás.

miércoles, 25 de noviembre de 2009

“Hot and cold”, las nuevas generaciones del arte y el amor… por separado… o sea, no amor por el arte, ni el amor como un arte.

Las amistades peligrosas quedaban de lado cuando Leonard se reunía con amigos nuevos con mentalidad antigua y algo conservadora, de esas era Nicole. Una muchacha espabilada, algo robusta por su amor a la comida pero sin carecer del encanto juvenil tan propio de aquellos que se alimentan bien y no temen en decirlo o hacerlo en público, así había sido hasta que se enamoró.
Nicole pertenecía a una familia ligeramente acomodada, sin muchos beneficios y pocos prejuicios, ella era responsable hasta la médula y creía que las mujeres debían ser rescatadas; cual cenicienta nada moderna en una época postmoderna, creía en el amor verdadero de pareja, el matrimonio, los hijos así como los estándares sociales de educación, control pero sin la etiqueta social… ¿qué hacía una mujer así estudiando arte?

-No seas tan arquetípico Leonard. Soy una mujer tradicional que le gustan las cosas clásicas, sin mayor complicación… - a Nicole se le trozó la voz- eso creía- empezó a llorar.
-Tranquila chica, vamos por partes…
-¡Me dejó, sólo así me dejó!, ¡malditos artistas!, ¡malditos mil veces!
-Nicole, por partes, vamos por partes.
-Por partes –Nicole gimió- por partes.

Nicole había sido conquistada por un chico nada atractivo de supuesto gran corazón. Lo había conocido vía Internet gracias a un foro de discusión sobre el performance. Nicole no era contestataria y aquel chico podría quemar un autobús si así se lo proponía. Discutieron fervientemente, al menos por parte del tipo, porque ella sólo se dignaba a ser conservadora, no bajo la mirada moralina de la situación sino reclamando la falta de justificación sobre quemar o no un autobús en plena plaza central. Él la sedujo…

-Me sedujo, me dijo cosas bellas…
-¿Bellas?, ¿cómo bellas si su sentido de la estética es distinto?
-¡Bellas Leonard! ¡Bellas!, como que no quemaría el autobús si yo estuviera dentro de él.
-Bellísimo Nicole, eso es romance- profirió Leonard con total sarcasmo.
-Mira que en su lenguaje eso significa bello, ¿no acaso el romance depende de lo que es importante para uno y para el otro?
-Entonces estás hablando de una tabla de equivalencias. Lo que es importante para ti puede no ser importante para él…
-¡Pero lo importante para él es importante para mí!
-Bueno, cediste ¿no?... en una relación buscamos amoldarnos a tal grado…
-Por partes Leonard, vamos por partes.

Después de un año de constantes conversaciones vía web, donde la gente se reinventa a diario, el tipo se reinventó y ella también, ambos ¿atractivos? Al menos en lo intelectual, se habían enamorado de las características, los talentos y las ideas del compañero de charla, hasta que se conocieron.

-Una hora lo esperé en el bendito café, ¡una hora!
-Estás algo colérica, ¿no crees?
-¡Colérico mi trasero! –Nicole se contuvo por un momento. La palabra trasero no solía ser un vocablo aceptable en su léxico –si hubiera entendido en ese momento que su puntualidad sería horrible, que no podía ni siquiera en comprometerse con eso, pero ¡NO!, me engañé.
-Fue una hora, algo representativo a un año de charlas por Internet.
-Puede ser, por algo lo esperé y cuando llegó fue magnífico, era él tal cual lo había imaginado, bello e ilustre…
-Un ilustre que quema autobuses.
-En su cabeza, sólo en su cabeza quema autobuses- señaló con impaciencia Nicole.
-Y no quemaría aquel en que estuvieras tú…- canturreó Leonard con cinismo.
-El punto Leonard. Fue muy galante, como un príncipe.
-No Nicole, no puede ser, ahí es donde tú cometiste el error, ¿un príncipe?, las nuevas mujeres del nuevo siglo no necesitan ser salvadas.
-Pero sí las mujeres del nuevo siglo con mentalidad de mujer del antiguo siglo.
-¿Y entonces por qué tanta pinche mujer que se ha revelado en la historia?
-No metas a la Woolf en esto, ¡no la metas!, ¿qué sabía de amor por los hombres?- Nicole silenció el intento de reiteración por parte de Leonard - ¡Lo sé!, se casó, pero no tuvo el mismo amor por su esposo que por sus amantes lésbicas, de amor no me hables.
-De amor heterosexual ¿no?
-La cosa se complica Leo, la cosa se pone fea.
-Pero si apenas la cosa está “linda”.
-¡Por eso caray!, porque todo era bello, claro que sólo podía ir en picada ¡y cuán en picada cayó!
-Nicole- Leonard le dirigió una mirada acusadora- predeterminaste la relación, la predeterminaste pensando que algo malo pasaría.
-Eso es obvio, no inicias una relación sin tener en mente que va a terminar, aún en el matrimonio sabes que va a morir, ¡tu esposo va a morir!
-Pero si lo acababas de ver.
-Por partes Leo, ¡que esto va por partes!

Salieron muchas veces, ella descuidó su recatada forma de ser, se dejó de la escuela, de su labores de hija perfecta en una casa perfecta de formas modestas, hasta descubrir que ella estaba dispuesta a hacer todo por él, eso le asustó un poco, pero no le importó sacrificarse, sintió que era amor verdadero. Como él era delgado ella empezó a adelgazar por él...

-¿Te lo pidió?- inquirió Leonard.
-¿Pedirme qué?
-¡Adelgazar mujer!, adelgazar.
-No, pero me sentía mal a su lado, él tan flaco y yo tan gorda.
-Eran el diez perfecto- Leonard rió.
-Dejé de comer por él, dejé de comer para verme más delgada, hasta dejé de tomar agua.
-Estás enferma- él entornó los ojos.
-Estaba loca, como verás ya subí otra vez cinco kilos, las rupturas no son buenas.
-Al momento las relaciones no son fáciles para nadie, y las rupturas tampoco lo son.
-Ahora Leonard no sé si es mejor la relación o la ruptura.
-No lo creo Nicole, es obvio que la relación es mil veces mejor que la ruptura, porque al menos en la primera lo disfrutas.
-Yo no lo disfruté, sufrí mucho.
-¿En verdad?, ¿no te gustó ni un poquito?
-De que me gustó me gustó, pero disfrutar más que sufrir…
La relación se tornó tortuosa, él no le daba valía a las cosas de ella. Pues Nicole deseaba un romance certero, quería mensajes de texto en el celular para compartir con la almohada antes de dormir, deseaba una cita “organizada” por él, que le dijera que la amaba y después la llevara a comer, a pasear, al cine, lo “típico”, lo de antaño.
Nicole no era virgen, pero ya hacía mucho tiempo que había tenido una relación sexual con alguien.

-Yo era prácticamente virgen cuando lo conocí-bufó Nicole mientras tomaba un té de naranja y sollozaba tristemente.
-Medio virgen, como la Bolena.
-¡No metas a la Bolena en esto!, ¡no metas a ninguna mujer en esto!
Leonard la intentó tranquilizar.
-Bien, bien, ya entendí que la única mujer protagónica aquí eres tú, porque no te dejó por otra…¿ o sí?
-Ojalá hubiera sido otra.

El tipo sólo quería hablar de transgredir.

-¡DEL SEXO CONTESTATARIO!- gritó Nicole.

Le interesaba romper la reglas y no seguir lineamientos, ¿qué había visto Nicole en él?, ¿qué era peligroso? Se acostó con él y lo disfrutó mucho, pero después del acto se sintió como una puta; él era el primero en mucho tiempo (para ser certeros era el segundo en la vida sexual de Nicole) mientras ella se transformaba en otra mujer dentro de su arsenal de trofeos.

-Entonces le pregunté “¿qué me hace a mí diferente de todas esas otras mujeres?”.
-¿Le preguntaste eso aún en la cama?, espero que estando él fuera de ti.
-Sí Leonard, sí, en la cama y él afuera –entonces Nicole se sonrojó. Leonard no sabía si por pena o porque su nivel de irritación subía cada vez más - ¡¿Y sabes qué me contestó, SABES?!
-¿Qué te amaba?- preguntó Leonard con algo de miedo. Ni todo su sarcasmo era posible para sobrellevar la ira de aquella mujer, realmente estaba hecha una furia.
-Dijo con un tono monótono, de los que usan los hombres cuando pierden la pasión: “A ti te conocí por Internet”.
Leonard no sabía si reír o llorar. Estaba algo indignado, pero no podía culpar al tipo, él era como era y Nicole se estaba esperanzando con un cambio repentino por parte de su amante… o pareja sexual… o ente del ciberespacio.
-Nicole… pues… es…
-Un maldito ególatra. Él insistió en que nos conociéramos en carne y hueso, él me incitó a quererlo cada vez más.
-De eso no puedes culparlo.
-¡De eso y de más!
-Ese tipo es… -Leonard miró a los ojos a su compañera de mesa, ella podía ser eso, su amiga y ocasional compañera de estudios, pero él en ese instante representaba el acompañante de las penas. La noche anterior le había hablado Nicole ahogada en llanto pidiendo verlo para contarle todo sobre su ruptura con el “tipo ese de la web”, así lo había llamado ella. Entonces no pudo más que decir- … sí Nicole, el tipo es un asno.
-Esto es tan confuso, es tan “Hot N cold”.
-¿Lo dices por McLuhan?, entre más densa la masa informante el medio es más caliente, mientras que si pasa lo contrario el medio es frío. Él te daba mucha información para conquistarte y era “caliente” y después es tan “frío”.
-Leonard, deja de pensar como si todo importara, Roman Jakobson no tiene la razón AL DECIR ¡QUE TODO SIGNIFICA!
-Tranquila mujer, tranquila…
-“Hot N Cold” por la canción de Katy…
- ¿Katy Perry?- Leonard no podía poner otra cara que no fuera de desconcierto.
-Sí, ¡KATY! Katy Perry, ¡¿qué otra Katy?!
-¿Dices que es frío y caliente, está arriba y abajo, blanco y negro?- Leonard alzó la ceja e hizo una mueca. Si él complicaba las cosas, entonces Nicole tenía una forma algo rara de expresarlas –pero sigues sin decirme por qué cortó contigo –retomó la palabra Leonard. Si Samantha conociera a Nicole seguro la estrangulaba; Samantha hubiera dicho: “Al punto mujer, que todo eso es paja”.
-Porque descubrió que no era lo suyo, que él era un artista en busca de la consumación, que creía necesario cambiar de aires, sobre todo de sexualidad.
-¿Artista no consumado?, ¿quién es un artista consumado a los…?
-Tiene veinticuatro, terminó la carrera en arte hace tiempo, en su ciudad, lejos de aquí, a dos horas de aquí para ser exactos.
-¿Y necesitaba volverse homosexual para tener mejor producción?
-Dijo que era algo visceral, no es que fuera gay, únicamente requería de un cambio algo bisexual- Nicole empezó a llorar- ama más a su instinto creador que a mí.
-No Nicole, se ama más a sí mismo, sino tendría que haberse comprometido de alguna manera. Estabas pidiendo reciprocidad, tú te entregaste, él no se entregó, no tanto como tú hubieras querido, pero creo que lo que tú querías no era mucho, nada más lo básico.
-Y ahora soy una puta, ¡UNA MERETRIZ DEL SIGLO XXI!
-Cariño- Leonard tomó la mano de Nicole- no grites, estás asustando a los demás comensales.
-Así son las nuevas generaciones- gimoteó Nicole- eso me dijo “Las nuevas generaciones buscan acostarse con alguien, buscan un poco de sinceridad y apoyo en sus parejas, pero si no te quedan pues no te quedan. Los artistas estamos en constante cambio”.
-No todos los artistas querida, no todas las personas de esta generación- Leonard adoptó una conducta seria, la cosa con Nicole ahora se tornaba más seria.
-¡Son dos amores!, su amor por el arte, su amor por mí, y eligió el arte. Dijo que yo no compartía los ideales de la nueva generación, que vivía en el pasado, que tenía que actualizarme.
Leonard puso cara seria e indignada.
-Lo que pasa Nicole es que ahora los creadores ególatras tienden a justificar su amor propio en la época actual. La autosatisfacción está al mayoreo, no saben nada del amor como un arte y mucho menos tienen amor por el arte, sólo amor hacia su persona.
-Es la nueva generación –lloraba Nicole –la nueva generación, yo no pertenezco a ella.
-Sólo fue un mal amor.
-El amor no tendría que ser dañino a tal grado, no más que hermoso y bello, no más que lo sublime, no tendría que ser tan grotesco.
-Ya lo olvidarás, ya pasará- Leonard no estaba seguro si acaso olvidaría al tipo aquel o si lo superaría, pero debía darle ánimos a Nicole, demostrarle que no toda la nueva generación era tan desgraciada consigo misma, pero sobre todo, con los demás.

domingo, 22 de noviembre de 2009

Desayuno con Capote en una entrada tautológica

Cual mal personaje de “Breakfast at Tiffany's”, se estaba cansando de ser, o la mujer arribista que va de fiesta en fiesta, o en su caso, el mal escritor con un amante influyente; pero en su caso no podía ser Holly ya que escapaba del prototipo de mujer arribista, y a la vez, tampoco podía ser Paul pues amantes e influencias le faltaban, lo único que le quedaba eran la familia y los amigos –Y el arte- pensó Leonard. Así que procedió a pensar qué podía pasar con aquella mezcla tan cotidiana como trillada, pasó de página y se imaginó como un Truman Capote, su cigarrito en mano y una voz chillona: “Sí, recuerdo el 98% de mis charlas, es algo que tengo muy presente”, decía él en una biografía. Por ello era un maldito, claro que nadie se atrevía a puntualizarlo en voz alta, pero por supuesto que era un maldito genio.

Volvió a cambiar la página, ahí estaba “In cold blood”, ¿quién era más sanguinario, los protagonistas del libro o el mismo Capote por extraer su historia de las vivencias ajenas? – ¿Pero acaso no son así todos los escritores?, por ello el querido Truman recordaba el 98% de sus conversaciones, y seguro no tenía en mente únicamente lo dicho, sino también lo expresado, el modo y el tono, los ademanes, todo aquello que se avecina como “signo secundario”, porque el hablar y el actuar se encuentran finamente hilados en una conversación- Leonard se detuvo, no estaba prestado mucha atención al libro. Lo había comprado hacía meses, pero apenas se dignaba a quitarle el plástico protector y no podía terminar de leerlo, sería mejor regresar a las tramas que sabía podía digerir con mayor ligereza, como aquella novela sobre Lydia Cassatt y su hermana la pintora, Mary Cassatt –Aunque no fue muy sencilla, no en cuanto a la estructura sino según el sentimiento, nadie se puede tragar a la muerte con total soltura, los pensamientos de Lydia se presumían ligeros pero al contrario, la mujer era una gran pensadora, como una alabanza a la levedad del ser.

Leonard suspiró, cerró el libro y prefirió observar por la ventana a las personas que pasaban, la gente -...el triunfo y el tintineo y el extraño cantar agudo de algún aeroplano sobrevolando, era lo que amaba; la vida; Londres; este momento de Junio- pensaba y repensaba, ¿por qué no podía dejar a Virginia Woolf de una vez por todas?, ¿y el monólogo interior?, pensar en cosas inespecíficas le sumergían en espirales específicos. Él no quería ser como la Woolf, no podría, su intelecto le fallaba, pero al menos ser como Michael Cunningham, fresco, orgulloso de sí mismo y con un par de novelas publicadas. Pero no, se encontraba en un café viendo llover, leyendo a Capote y culpándolo por ser un genio innato. La vida no tenía porque ser una competencia constante con el reflejo del día anterior, podía dejar su ser pensante en la cama, ponerse el saco del ignorante de su propia ignorancia y caminar, sin pensar en si la privatización de los bienes nacionales terminarán por joderle la existencia y si acaso eso le interesaba en lo más mínimo, o que no había efectuado nada edificante en el día, nada que pudiera clasificarse como “útil”, pues tomar oxígeno y convertirlo en dióxido de carbono era un actividad necesaria y obligada, eso no podía llamarse “algo productivo”. No se permitía llegar a la cama sin haber aprendido algo nuevo en el día, contando el conocimiento, la astucia o la inteligencia humana, así como los movimientos sociales, el desinterés vivencial, hasta la conducta de algún coetáneo –Para el escritor todo significa, aunque me sigo preguntando si serviré para la tarea- prendió un cigarro y dejó de lado las historias amargas, había decidido que después de esta novela que estaba escribiendo sobre la decepción en el matrimonio, escribiría algo juvenil y ligeramente alocado, se desbocaría en la vida pueril y dejaría de lado lo que amaba, la vida y el mentado Londres, porque no estaba en Londres, porque no podía seguir fingiendo que sus ideas eran un desastre, y su vida, y sus historias.

-Me parece un poco ofensivo- la había dicho Petter la semana anterior en el pasillo de la facultad.
-¿Qué?- preguntaba Leonard aún sabiendo que hablaba sobre sus textos en la web, porque tenía entendido que había conseguido el sitio por alguien de “confianza”.
-Que escribas sobre mí en la web, es ofensivo.
-Bueno, es que ese no eres tú, es sólo un personaje.
-No es cierto Leonard, soy yo, no me mientas.
-Cada personaje tiene algo de cada persona. Los escritores lo hacen todo el tiempo, toman a personas y la modifican, se ayudan del entorno.
-No creo que todos los escritores lo hagan, además, siempre me haces lucir drogado en tus escritos. Yo voy a escribir sobre ti en la web, te llamarás Leombardo.
-¿Como el pueblo germano?, pero qué imaginativo.
-Pues no se puede decir mucho de ti.
-¿Realmente se te hace ofensivo?
-Sí, bueno… sólo cuando lo leo.
-Pues entonces deja de leerlo.
-Seguro esto lo vas a poner también en la web.
-No Pette, no soy tan tautológico.

Leonard había sido poco cortés, pero era que el matiz se le estaba acabando, la realidad estaba superando a la ficción y la cosa presentaba cada vez más tautológica, él no era Candance Brusnell proyectándose en Carrie Bradshaw, él era Leonard en otro Leonard, hasta el mentado Luka de su tutora era más atractivo que su aparente “alter ego” de la web.

Antes no era así -¿O sí?- las mujeres de su novela eran distintas a él- ¿O no?- tendría que revisar la novela antes de darle punto final, los últimos capítulos estaban por gestarse y quizá les diera la oportunidad de tomar elecciones que antes no tenía planeadas para ellas. – ¡Cuán maravilloso sería que ellas mismas tomaran voz propia y escribieran finamente su historia!- Leonard echó una risotada- Entonces ellas serían las escritoras y no yo, o yo sería ellas al final, porque los dos escribimos la misma historia. Al final es lo mismo, toda novela tiene algo del escritor y todo escrito demanda algo de quién lo elabora, y no algo de técnica sino de sentimiento y esencia, es como dividir el alma en pequeños pedazos, uno aquí, otro allá, uno en cada palabra, después el alma rueda por los confines del universo, se mezcla y evapora, entra por los ojos ajenos perteneciéndole a quién lee el alama del escritor.
-¿Por eso le parece ofensivo a Petter?, ¿de cierto modo robé pedazos de su alama?, ¿por ello no quiere leerse, es un reflejo de su propia esencia?- agitó su cigarro al lado de su cara -¡Nadie!- masculló -¡Pero en verdad nadie puede captar el alma de otro ser humano mediante la literatura!, es mórbido, por no decir infantil, porque no son ellos, soy yo, es la reinterpretación que le doy a las cosas; si es bajo ese punto, entonces sé por qué le parece ofensivo, que mi visión de él no sea tan complaciente como la que tiene de sí mismo, ahí yace el insulto.

Succionó frenéticamente la nicotina que contenía su cigarro, intentaba asfixiarse a sí mismo, parecía que por ello fumaba. Tosió un poco. -¡Carajo!- vociferó –¡carajo!- se le hacía tarde para ver Nicole y después a Orlando. Apagó su cigarro y se dijo que dejaría de fragmentar su pobre alma, pero sobre todo la de los demás, al menos por un tiempo.

lunes, 16 de noviembre de 2009

Queridísima… ¿queridísimo?

A Leonard le encantaba ser el anfitrión perfecto, por ello tenía un gran vinculo con la Señora Dalloway, por ello amaba al personaje de Marcia Cross en “Desperate housewives”, cuando había empezado a ver la serie hacía cinco años atrás, le habían dicho “Leonard, eres Bree en hombre”, y eso no le molestaba. No porque fuera bueno haciendo muffins o alaciara su cabello hasta quedar perfecto. Al contrario, Leonard era mal cocinero y no podía peinarse con el menor decoro, pero ahí yacía toda la jugada social, porque en su afán de ocultar sus deficiencias se iba perfeccionado cada vez más, teniendo gustos aparentemente sofisticados, jugando a organizar todo lo que se pudiera organizar, entregando sus trabajos de manera impecable, dando exposiciones con una voz serena y el conjunto de un rutilante material informativo, cuidando niños con decoro, poniendo mesas, comprando flores, dando “grandes” opiniones sobre “grandes” autores, expresando su gran gusto por Proust y tachando de misógino Nietzsche, se había aburguesado de la forma más femenina posible, sólo le faltaba repetir aquella charla que había leído en la primera novela de Virginia Woolf (“Fin de viaje”) sobre la importancia de Jane Austen en la literatura inglesa.

De eso ya habían pasado cinco años, cuando por mero interés había abierto su ejemplar de “Cartas a mujeres de Virginia Woolf” y se descubrió enviando algunos correos a su tía en el extranjero con la mismo tono altanero que podía adquirir la Woolf según su pluma bajo el rango epistolar… “Queridísima… las cosas aquí no van muy bien, papá ha dicho que el trabajo no le deja más que pesares, y mamá se agota cada vez más, yo no puedo dejar de pensar en mí, ¡maldita sea mi vena de escritor!, no puedo crear una buena historia porque no conozco a le gente necesaria, me falta ver el mundo y poderlo descifrar para después volverlo a codificar y ponerlo en el papel… pero ya sabes querida tía, que yo no puedo salir de mi habitación, la sociedad me consterna, me encierro y escribo esa absurda novela que dejaré a medias tintas, no lo vale, no vale tanto desvelo, si después de todo ¿no se deduce que escribía para desfogar mi existencia y tener uno modo catártico de sobrevivir a la sociedad actual?, ¿por qué tiendo a dogmatizar cada forma de expresión?, ¿por qué quiero tomar tan enserio a las palabras si sólo son la proyección de un vano sentimiento?, espero tu respuesta, no espero que me des la verdad absoluta… sólo quiero ánimos. ¡Qué ególatra!, pero igual me quieres ¿verdad?, no veo la hora de irme a vivir contigo, quiero a todos aquí, pero mi vida por estos lares es sólo un grillete existencial: agradable, decoroso, pero sin la vibrante experiencia de la juventud”.

-Cuando mantenía correspondencia con ella, hace cinco años- pensaba Leonard mientras acomodaba un gran mantel color beige sobre la mesa de su comedor, y acomodaba las rosas rojas que le habían regalado a su madre. Era el cumpleaños de ella, y su hijo (tan preocupado por sí mismo) no le había comprado nada- No me fui como mi tía porque no se podía, era eso y ya- igual acomodaba los platos, las servilletas, sacaba los cubiertos, colocaba las sillas para que todos pudieran tener un lugar adecuado, seleccionaba los vasos, veía las bebidas, prepara café… era una cena muy ligera con su familia y eso siempre le ponía de buen humor. Porque veía a sus primos, pero más allá, hablaba con sus tíos… sus tías (para ser más exacto), su abuela, su madre, siempre se metía en su círculo con una taza de café en la mano y reían de cualquier cosa que pasara por la lengua de los comensales: que si una anécdota laboral, una ocurrencia de algún hijo, que si las compras, los malos maridos, los buenos momentos con los maridos, la falta de comunicación dentro de una relación… ¿sabían ellas que tomaba mucho en cuenta sus opiniones?, sobre las nuevas tecnologías que apoyaban o detestaban, los tratos políticos, los trastos sobre el fregadero, a Leonard todo le importaba, porque de ahí sacaba sus ideas. Su primera novela era sobre las mujeres contemporáneas atrapadas en un mundo globalizado, bajo tres situaciones distintas (porque sus mujeres eran tres) las protagonistas tomaban una decisión más que necesaria para continuar o terminar con su matrimonio. La historia se llevaba a cabo en un solo día… “Y en ese día, la vida de una mujer” (diría la Woolf), también era herencia de su escritora favorita eso de retratar a la mujer. Si la Woolf lo había hecho en la época moderna, ahora él lo intentaría con el postmodernismo como mecenas temporal.
En parte de que no había podido huir con su tía, también se había replanteado la situación actual. No necesitaba conocer más gente, no por el momento, pues le bastaba con lo poco a lo que tenía acceso: personas joviales, enteramente dedicadas a su familia y trabajo, dentro de ciertos estatutos sociales, que no tenían la vida fácil pero siempre lograban sonreír e incluso provocar más de una risotada a su compañero de charla, hablando de todo y nada, viviendo el momento porque si se preocupaban del futuro (dentro de una fiesta como lo era aquella) entonces decaían un poco sus ánimos –Después de todo las cosas funcionan igual en todas las fiestas, con los amigos, la familia o los desconocidos, las fiestas son para concentrarse en el momento, “este momento” que nos puede hacer felices, no en el después, sino en el ahora y la compañía”
Se dirigió al estéreo de su casa, revisó la lista de reproducción que tenía programada en su iPod, nada alocado, nada fuera de tono, sólo música que le gustara a su madre y que los comensales pudieran soportar, algunas cosas de los años ochenta, otras canciones noventeras, algunas más clásicas y otras meramente instrumentales.
Revisó los sillones, hizo voluminosos los cojines, sacó a uno de los perros falderos porque siempre estaba encima de los invitados, mientras el otro perro se refugiaba en su habitación porque le abrumaban las visitas. Regresó al comedor y se sentó tranquilamente, tal vez todo eso no le traía tanto énfasis o interés como antes, ya nada le llenaba –Ni la gente, ni la literatura, ni el cine, ni la música, ni acomodar los objetos inanimados con el fin de recrear a los hombres animados- tenía una especie de laxante emocional, seguía vacío… y el dejar a Cecelia con Oliver le había dolido más de la cuenta. Fue por ella que se volvió más sofisticado –O fue por mí, la madurez se refiere precisamente a ello, aceptar que las cosas se hacen por uno mismo, que las decisiones las tomamos nosotros como personas y no inculpar a otros por nuestros actos, porque al final se debe tener potestad sobre las consecuencias de nuestros actos. Y si cambié no fue por Cecelia, sino por mí, por querer tenerla aún más cerca… debería superarlo- el timbre de su casa sonó, se levantó de la silla, quitó su cara triste cuasi inexpresiva y la cambió por una radiante sonrisa que con mayor inclinación a la alegría podría haberse presentido fingida, pero si algo sabía Leonard, era aparentar, y en ese momento que no era su noche, debía aparentar que estaba tranquilo, feliz, ser ligero y volátil, moverse con su taza de café en mano y reír cuando fuera necesario, callar y asentir con soltura. Sabía que podía lograrlo, siempre lo hacía y nadie notaba que al momento fingía.

Entonces abrió la puerta y recibió a los primeros invitados de la noche.

lunes, 9 de noviembre de 2009

Cee, you and tea

Vacío, Leonard estaba vacío, y tenía aún muchas cosas por hacer, siempre ocupado, siempre con actividades constantes para cubrir el silencio. No le preocupaba mucho sus malas notas en el semestre, ni su carente desempeño en él, el problema eran los hombres en su vida, ya tenía muchos y debía colocarlos, ¿codificarlos?, ¡qué desalmado!, se reprendía.
Era un reprendido, la contención se le daba muy bien, pero cuando se trataba de pulsión, -¡Válgame que las cosas salen mal!- Leonard se había despertado a la semana siguiente con un poco de pánico en su cabeza. Orlando ahora estaba en su vida y no podía negarlo, también se encontraba Edgard, tenía la obtusa intriga por Petter y él, como escritor mal parido, no sabía qué hacer con todos ellos –Es como querer darles su lugar en mi vida, el problema es que eso apenas me deja lugar para mí- tomaba una de sus mejores playeras, ya había postergado mucho el asunto, tenía que ir a ver a su ex pareja, de agonía exquisita, llamada Cecelia.
Una mujer en su vida que no pertenecía a la literatura, que podía palpar sin problema, que le había roto el corazón e insistía en verlo porque deseaba pedirle una disculpa. ¿Y ahora qué le diría?, le preguntaría: ¿bateas para todos lados Leonard?, ¿sales con otro chico, chica, chico o ya, no es chica? Y él sólo querría decir: Estoy tratando de derrotar a un amigo que ya no es amigo, de conquistar a un hombre al que no le intereso y proteger a otro que me quiere pero que yo no deseo, sólo no quiero que mi ex amigo no lo torture… más que yo, porque hicimos una declaración de guerra.
-Podría resultar, ¿por qué no?- Leonard empezó a reír frente al espejo. Algo tenía tanta faramalla de usar sus mejores ropas sin lucir muy interesado, era la connotación del interés si la plena demostración del mismo, todo se remitía al matiz, la apariencia –“La pose”, diría Edgard- se quedó callado con la mirada perdida en su reflejo. Percibió a un chico cansado, muy ojeroso y despeinado, somnoliento, con mucho acné y un cutis maltratado. Replanteó las cosas, regresó a sus casillas, la autocrítica se desplazaba del exterior al interior con los ojos cual interfaz- No importa la ropa, no importa el peinado, extraño mi amistad con Edgard, pero no regresará, quisiera que Petter se interesara en mí, pero no sucederá, y ojalá Orlando ni se hubiera fijado en mí, porque a la par no tengo nada de atractivo, ni visual… y justo ahora, no tengo nada de intelectual, sólo una melena desordenada y una respingona nariz llena de acné- rió ligeramente con el intento de enviarle alguna señal de alegría a su cerebro. No soportaría por mucho tiempo a Cecelia, seguro se destrozaría y lloraría frente a ella, estaba muy débil. Los fines de semestre lo dejaban tan cansado, y las vacaciones le deprimían tanto, la actividad era excesiva, la inactividad aún más horrorosa.

Llegó al café donde habían quedado de verse. Uno muy lindo, con un gran sillón en la esquina, que se presumía pertenecer a “Alicia en el país de las maravillas” –Y yo seré el sombrerero loco, le diré a Cecelia: “Y cuando termines, te callas”- seguía riendo con poco interés, seguía vacío. Recordó cuando estuvieron los dos todo un día entero en la casa de ella. Cecelia, como buena hija de un político, contaba con una gran casa que a la vez tenía una gran piscina, una gran sala con un gran televisor, y muchas cosas eran grandes en aquella casa la vez que estuvieron solos, la pasión de Leonard y la frialdad de Cecelia. Nadaron, juguetearon, tontearon, se rieron como un par de amigos absurdos, pero nada más, así se comportaba Cecelia, como una amiga, y una muy mala que prefiere ilusionar a su amigo, cuando a lo que se refería es que tenían un noviazgo, pero ella no mostraba mucho interés por él o la relación, ella lo disfrutaba y se la pasaba bien dentro de esa torcida relación de novios poco cimentada, nada concretada, mientras Leonard no le decía nada por temor a perderla –Igual la perdí- recordaba cómo después se habían recostado en los grandes sillones a ver una tonta película de suspenso (que a ella le encantaban) y él colocaba su cabeza sobre las piernas de ella. Mientras la mujer jugaba con el cabello y el rostro de él, ¿eso era amor? –Era una vil atracción, tan vil que me gustaba sentir sus dedos en mi cabello y no me importaba esperar a que ella diera el siguiente paso, porque si yo lo daba entonces ella retrocedía- ya sentado con el total decoro y diciéndole a la mesera que estaba esperando a alguien, siguió con sus pensamientos –las relaciones son una necesidad física y anímica, no hay nada de honesto en ellas, son sólo indicativos de nuestras penurias, si tan sólo lográramos amarnos más a nosotros mismos- volvió a reír, recordó a su amiga Natalia.

-Debemos amarnos más Leonard, tenemos que amarnos más para después poder amar a los demás, sino somos víctimas de nuestras inseguridades. Tenemos que acortar distancias, ser más concretos y pensar a futuro, pero ser más inmediatos- le había dicho Natalia en aquel mismo café justo cuando Cecelia lo había dejado a él y el novio de Natalia a ella. “Junta de corazones rotos”, la habían titulado. Lo recordaba porque a los dos los habían ilusionado tanto y después sus parejas les habían dejado.
-Yo sólo quiero alguien que me quiera- le decía Leonard mientras sollozaba un poco, nada de lágrimas, nada de dolor profundo, en aquel entonces no dejaba sus emociones tan al descubierto.
-Pero no tienes que esperar a que alguien te dé el amor que te falta Leo, no puede ser así, no puedes esperar ser el mundo para alguien.
-Ha de ser hermoso ¿no?, saber que tú eres el mundo para alguien, así como ese alguien es el mundo para ti.
-Es hermoso- dijo Natalie con tono serio y algo rudo- pero no podemos seguir amando a las personas más de lo que ellos nos aman a nosotros, es destructivo. Yo maté mi relación, siempre le estaba preguntando si me quería, si me extrañaba, lo cansé y corrió.
-Pero yo le di a Cecelia todo el espacio que ella quisiera, yo le di la oportunidad, no me molestó ser paciente…
-No, no, Leonard, es que en mi caso fue producto de mi inseguridad, en el tuyo también. Queríamos que nos quisieran como nosotros deseábamos.
-Eso no es cierto. Natalie, tú sólo querías una especie de recepción, era como mandar un mensaje y esperar a que fuera respondido. En mi caso la esperé todo el tiempo que ella deseara, y su deseo fue dejarme por Akenatón…
-Tu mejor amigo, lo sé.
-¡No domas a un caballo para que alguien más lo monte!
-¡Leonard!
-No me refiero a que tenga sexo con ella. Digo que ella era muy conservadora, hostil y callada. Fui yo quién le ayudó a soltarse, quién le dio confianza, y entonces llega Akenatón y se aprovecha de lo que yo logré con ella… que no fue mucho…
-Fue mucho Leonard, fue mucho. Pero también fue tu culpa, ya sabías que entre ellos existía una especie de pasión, pero la ignoraste y preferiste seguir con ella sin importar el daño.
-Y ahora tengo que ser fuerte ¿no?
-Yo lo corté, yo corté con él, debo ser fuerte también.
-Natalie, si tanto te duele ¿por qué no le pides regresar?
-Ya lo perdí para siempre, se va a ir de viaje, del país, no lo voy a volver a ver. Lo corté porque dejó de mostrar interés… pero si tan siquiera lo hubiera esperado…
-Entonces tu mejor amiga hubiera montado tu caballo.
Ambos sonrieron tímidamente. La única certidumbre en las relaciones era que siempre existiría la incertidumbre.

-¿Leo?, ¿Leo?- una voz sofisticada le llamaba, lo sacaron de su único escape: los recuerdos que pueden ser algo satisfactorios porque crees que ya lo superaste, pero entonces te cae la realidad encima. Era Cecelia quién venía acompañada de su ex novio del bachillerato: Oliver.
-Cee, ¡qué gusto que llegaste!- dijo muy fingidamente- Oliver, qué gusto también verte- dijo aún más fingido.
-Leonardo, tanto tiempo que no te veía, ¿dos años?
-Casi tres, pero ¿quién los cuenta?- Leonard los contaba, ya tenía casi tres años que Cecelia había dejado a Olvier, entonces ¿qué hacía con él ahí?
-Perdón que no te informara de la presencia de Oliver, pero quería que fuera una sorpresa.
-Estoy algo sorprendido, debo confesarlo.
-Bueno, lo logramos Cee- dijo Oliver con tono enteramente varonil y confianzudo.
-Seguro que sí- canturreó Leonard. Su voz no era como la de Oliver, no se asemejaba en lo más mínimo. Siempre le habían dicho que su voz era distinta pues tenía un tonito entre altanero y sarcástico, así como sofisticado y esnobista, pero después de todo algo aniñado.
-¿Ya pediste algo Leonard?, aquí viene la mesera. Yo quiero un té helado de limón con miel, algo sencillo- le dijo Cecelia a la mesera- ¿Sabes?- se dirigió a Leonard- estoy intentando mantener la línea.
-Bien, qué bien… en verdad- Leonard agitó la cabeza ligeramente, con gracilidad y encanto, pero no existía nada encantador en todo eso.
-Sigue preocupada por todo lo que comió cuando salimos del país- dijo Oliver con ese tonito que desquiciaba a Leonard: el tono de los amantes desenvueltos que no temen ventilar su vida frente a los demás.
-¿Fueron de viaje? Bien- Leonard volvió a agitar su cabeza y después se dirigió a la mesera- Yo quiero una malteada de fresa y un pastel de chocolate.
-Yo chocolate caliente, pero que sea bajo en grasa y con leche deslactosada, por favor-concluyó seductoramente Oliver.
-Y bien Cee, ¿cuál es la sorpresa?, ¿van a tener un hijo o algo así?
Cecelia rió –No. Pero quizá algún día. No te había dicho, pero Oliver y yo regresamos hace poco y él me llevó de viaje por un encargo que tenía su padre. Nada del otro mundo.
-Sólo nuestro reencuentro.
-Sí, sí, se nota- Leonard agitaba una y otra vez su cabeza con un recato desesperado.
-Bueno, es que Oliver escribió una antología de cuentos, muy buena, deberías leerla ya que sabes mucho de literatura Leonard, es apreciable con la reducción, la síntesis, los cuentos son muy difíciles de escribir, como tú lo dijiste, por la cohesión de un inicio, un nudo y un desenlace. No como la novela que se puede jugar más con la estructura…
-Sí, Cee, sé lo que digo, bueno, no siempre- rió una vez más Leonard, tenía que enviar mensajes de “tranquilidad” a su cerebro- pero no sabía que escribías Oliver.
-Siempre lo había querido hacer, pero no tenía las palabras. Cee fue quién me ayudó a encontrarlas.
-Pero que bello Cee, eres un magnífico diccionario.
-Oh calla Leonard, fui su musa, eso es todo.
-Sí, musas, los creadores necesita musas e inspiración, algunos otros escritores sólo necesitan vocación y dedicación- aseveró Leonard.
-Lo mismo creo yo Leo, por eso venimos a verte…- Cecelia le tocó la mano a Oliver y este se calló para dejarla hablar.
-Leonard…
-Oh mira, ya llegó la comida. ¡Yum!- fingió con entusiasmo Leonard- es como María Antonieta, un gran postre de fresa con intenso colorante, y un pastel enorme de chocolate, una rebanada enorme.
-¿María quién?- preguntó Oliver.
-Olvídalo- Leonard tomó su tenedor y lo clavó en el pastel para poder engullir un gran pedazo. Eso era una bomba de azúcar. El pastel estaba dulcísimo y la malteada aún más.
-Oliver está muy entusiasmado por tu trabajo, supo que obtuviste la beca para escribir esa antología de cuentos, y que tu tutora es una gran escritora, una cuentista.
-Sí, ahora escribió una novela ¿la han leído? Es interesantísima, quizá hasta te veas retratada en ella Cee.
-No la hemos leído. Pero Oliver y yo nos preguntábamos si podrías presentarnos a la autora, para un pequeño prólogo, porque es lo que pide la editorial, un prólogo de alguien conocido.
Leonard, cual niño chiquito, estaba engullendo su pastel y su malteada de forma frenética. Recordó a Julia Robets en “America´s Sweethearts”, donde le hace de asistente y es llamada Kiky. Siempre recurrían a ella cuando necesitaban algo, entonces Kiky se enfada tanto que se va a comer mucha, mucha mantequilla, y se queja con el manager de su hermana (caracterizada por Catherine Zeta-Jones) sobre lo mal que la tratan: “OHHHHH ella es tan malvada, siempre está mandando… ¡¡¡¡¡¡Kikyyyy Kikikikyyyyyyyy!!!!!, ¿alguien está fumando? Odio que la gente fume ¿alguien está fumando a cuatro kilómetros de mí? ¡Detenlos Kikyyy, detenlos!”.

- ¿Entonces quieres que le diga a mi ex tutora que le prologue a tu ex novio, que ahora es tu actual amante, su antología de cuentos que ni he leído?, ¿qué recomiende el trabajo de alguien que ni conozco, admiro o estimo?
-Leonard, qué egoísta de tu parte, tú no eras así- se escandalizó un poco Cecelia.
-No, no era así, pero tú siempre has sido así. Así de mandona, malvada y oportunista. Y no puedo creer que viniera a este lugar creyendo que hablaríamos de algo que no fueras tú, tú, y sólo tú.
-Esto no es por mí, es por Oliver.
-¡Es jodidamente lo mismo!, es sobre algo que te incumbe a ti, que te interesa a ti. Todo es siempre sobre ti.
-Estás enfadado porque no te he pedido disculpas. Bien, perdóname por ser tan grosera la última vez que nos vimos. Hasta le di tu dirección al niño ese, pensé que te gustaría tenerlo cerca.
-¿Niño ese?, ¿cuál niño?- a Leonard le cruzó un escalofrío- ¡Orlando!, conoces a Orlando.
-¿Eres gay Leonard?- dijo Oliver algo sorprendido.
-¿Te incumbe?- lo retó Leonard
-Y yo todo este tiempo sintiendo algo de celos por ti y tu relación con Cee.
-No tienes porqué sentir nada, entre Cee y yo no hay nada, ni una ligera amistad. ¿Tú pagas verdad Cee? Un gusto que sigan juntos- Leonard había engullido su último pedazo de pastel, se levantó y se dirigió a Oliver- María Antonieta, la última reina de Francia ¡Idiota!- después volteó a ver Cecelia- seguro que él no ha leído a Shakespeare. Nos vemos. No me llames.
Leonard tomó su mochila y su chamarra para salir de aquel lugar. Tenía que amarse más, y darse el permiso de despreciar un poco a las personas que le hacían tanto daño.

viernes, 6 de noviembre de 2009

La Marquesa de Merteuil vs Vizconde de Valmont

Leonard iba camino a su departamento, el fin de semana había llegado y acababa de asistir a una fiesta que como siempre le traían malas rachas de pensamientos compungidos y aprisionados, ya era tarde.
En el taxi y con Morgause durmiendo a su lado, él tenía sus ojos puestos en el cielo, pero qué bello le parecía el cielo estrellado y la claridad del mismo, con la ventanilla abajo, el viento soplándole con total rigor, ¡qué relajante, qué zambullida!, ojalá no hubiera hecho esa ¿apuesta? Mejor dicho: ojalá no le hubiera declarado la guerra a Edgard, ojalá no fueran un par de niños pequeños por querer obtener el pleno poder de la situación y las cosas, que se dejaran ver con naturalidad, sin pereza, ¿dónde había quedado su amistad?

Después de hablar con Petter, Leonard se bamboleó por el lugar con total desinterés, la cosa ya estaba hecha, ¿qué más podría sacarle al chico y a la fiesta?, ¿qué Mozart era aburrido y el alcohol divertido?, ¿qué Lady Catherine de Bourgh estaría muy decepcionado de él?, al diablo con de Bourgh, necesitaba aire, sería mejor que saliera a tomar el clásico aire nocturno en el cual se sumergen las ideas frustradas, y no por ser incompletas, sino por caer en las vanas expectativas ¿qué creía que pasaría si realmente no encajaba ahí o en cualquier otra parte?
-Estaba mejor entre lo clínico- se decía- entre lo estratificado y sin salida, o mejor dicho, sin conciencia de aquella escapatoria que se presiente necesaria.
Se encontraba en una especie de balcón donde ninguna luz llegaba a iluminar más de lo necesario. En la misma plataforma había un jardincito que emanaba humedad por cada estoma de cada planta. Sacó un cigarro, lo encendió. Sintió que alguien lo observaba así que volteó como quién quiere seducir a una sombra inexistente por la falta de luz, porque nada podría proyectarse ahí en plena oscuridad.
-¿Te asusté?- dijo una voz delicada, proveniente de la salida del balcón.
-No, pero me empezará a dar miedo si no sales de la espesura.
La voz rió tenuemente, algo avergonzada, algo trunca, al parecer no esperaba tener aquella respuesta.
-¿De qué te ríes?- Leonard preguntó con un poco de ironía- Ahora sí estoy asustado.
-“La espesura”- dijo la voz con un tono que intentaba ser seductor- estamos en la oscuridad, nada más, mejor sal tú de la oscuridad, estás en la espesura.
Leonard dio un par de pasos hacia la nada, veía la iluminación proveniente de la puerta, pero carecía de cualquier otra información visual, y entonces se lo topó, un pedazo de carne con forma humana.
-Llegaste- dijo la voz sin más- ¿recibiste mi mensaje?- el tono, aquel tono lo conocía, sabía que sus oídos ya lo habían escuchado con anterioridad. Era una mezcla de nerviosismo y seducción, especie de falsa seguridad.
-Sí, llegué- comentó decidido Leonard.
-Bien, ¿y mi mensaje?
-¿Cuál mensaje?
-¿No lo recibiste?
-¿Cómo voy saber cuál mensaje, sobre qué persona?, ni siquiera sé quién eres- a Leonard se le estaban desbocando las neuronas, ¿por qué no podía disfrutar del rato?, ¿tan incómodo era que un extraño fingiera ser una voz seductora? Y por eso salía su histeria.
-La que decía que te quería.
Leonard empezó a reír de forma brutal. Cínica y cruelmente contestó:
-No sé de qué me hablas.
-Una nota- dijo la voz algo consternada- una nota.
-Mira niño neonato, ya entendí lo de la nota, que según tú me mandaste una nota, seguro me estás confundiendo, soy Leonard- y tendió la mano hacia la oscuridad.
-Sé quién eres. Yo soy Orlando- y el tipo lo tocó con la mano suavemente.
-Muy bien Orlando, vamos por partes ¿vale?- Leonard le quitó la mano- según tú ¿quién soy yo?
-Leonard, amigo de Edgar, Emily, Steve y Tina, ex novio de Nick…
-¡Wo, wo, wo, wo!- exclamó Leonard algo aturdido- yo no soy la definición selectiva de aquellos con quién me relaciono…
-Pensé que las cosas en el arte así son.
-No, no lo son, los artistas… que igual no soy uno, pero en fin- suspiró- los artistas son mucho más que un conjunto de relaciones compenetradas, no son conectes existenciales.
-¿Entonces porqué pregonas que es necesario ir a fiestas y hacer el socialité?
-Yo nunca dije eso… no que lo recuerde.
La voz se quedó callada.
-¿Lo he dicho?- tragó saliva Leonard.
-Lo haces, siempre lo dices, lo dijiste cuando nos conocimos.
Leonard estaba aturdido, conocía a la voz, pero no recordaba a ningún Orlando, evidentemente recordaría si acaso conocía a algún Orlando.
-¿De dónde nos conocemos?
-Una ponencia, diste una ponencia.
Leonard rió de nerviosismo, ¡¿una ponencia?! Pero si él no daba ponencias, ¿quién creía que era él?, evidentemente lo estaba confundiendo.
-Yo no doy ponencias.
-La de inicio de cursos, nos diste una introducción a los de primer semestre, hablaste de la importancia del artista como…
-… una tilde en la humanidad, aquel que nos dice hacia dónde mirar- terminó la frase Leonard- igual no conocí a nadie ahí, igual no fue una ponencia, igual fue algo sin importancia.
-Igual ahí te conocí.
-Ya está, me conociste, yo no te conocí.
-¿Siempre intentas ser tan correcto?
-¿Qué tiene la gente en esa fiesta? Si no está ebria, entones desborda retórica como si fuera el nuevo siglo de las luces.
-¿El siglo de las luces?
-Salgamos de aquí, vamos a la luz.
-No, no…
Leonard tomó de la mano a Orlando y lo llevó a la luz. Entonces pudo verlo, Orlando era una visión, una muy rara. Era delgadísimo ¿cómo no lo había notado al tocar su mano? Su piel era pálida, no era un blanco transparente, sino un gris mortandad, más allá de lo cetrino que podría asemejarse a lo mórbido, Orlando parecía muerto, un lindo cadáver de facciones delicadas y bien acomodadas, tenía atractivo… para un necrófilo. Como siempre, Leonard estaba denigrando a las personas.
-No te reconozco.
-Yo a ti sí.
-Pero qué galante- Leonard empezó a reír, siempre reía cuando no tenía algo interesante que decir, siempre, siempre esa risa tonta, de cualquier modo nunca tenía algo realmente interesante que decir.
-No te rías, por favor- dijo Orlando algo avergonzado.
-Perdona, no era mi intención hacerte sentir mal- Leonard recupero su tono normal de voz- no debes dejarte llevar por risas absurdas de gente absurda.
-La nota decía que te quería, no eres absurdo para mí. Yo te quiero.
-¿Y en qué sustentas ese sentimiento?
-Leonard, los sentimientos no se sustentan, sólo se viven.
-Pues eres muy valiente al venir a decírmelo, yo no podría.
-¿Entonces como saliste con Nick?
Leonard volvió a reír -¿Qué nadie lo va a olvidar?
-No las personas que te quieren.
-Chico, vas muy rápido, yo no estoy para relaciones, no ahora- Leonard notó que la cara de aquel infante empezaba a emanar tristeza, si antes era un cadáver encantador, ahora era uno que daba algo de lástima- pero podemos bailar.
El infante sonrió bobamente y salieron a bailar un extraño mix que combinaba las canciones de “Hong Kong Garden” y “Killer queen”. Después se separó de él para ir por algo para tomar.

-Leo, Leo, Leo- dijo otra voz, que era irónica y mucho más cruel de lo común.
-Edard, Edgard, Edgard
-¿Bailando con cadáveres?, lo haces adrede ¿verdad?
-En verdad Edgard, que me gustaría que estuvieras ebrio para así poder compadecerme de ti, sería más sencillo.
-Ya sabes que no pierdo la pose.
-Para ser tú quién lo dice, esa frase es pura pose.
-Y ya tuya también. Y tu bailecito con Orlando también.
-¿Lo conoces?
-Intento hacerlo mío.
-¿Cómo un objeto sexual que se posee y se desecha?
-Y como un reto. Es tan débil, tan frágil físicamente, pero muy obstinado según sus sentimientos, dime ¿cuándo te propusiste conquistarlo Leonard?, ¿cuándo quisiste quitármelo?, ¿cómo te enteraste que yo lo deseaba?
- No eres el centro del universo mi estimado Edgard, pero no voy a dejar que traumes a un pobre chico como lo es Orlando.
-¿Pobre? Ya es mayorcito de edad, déjalo elegir.
-Ya eligió, y no fue a ti- Leonard sonrió sagazmente.
-Pero qué soez de tu parte, ¿me estás retando?...
-Para ti todo es un reto, una competencia, entiende Edgard que no puedes competir con todos y no puedes logar todo tú solo.
-Pero aquí es entre dos. Déjalo Leonard, tú no lo quieres, no más que como un perrito que puedes consentir.
-Y tú como un perro que puedes coger, ¡maldito zoofílico!- gritó Leonard.
Edgard rió como el cliché de la maldad más manido y aburrido del mundo.
-Tú también lo tratas como un objeto. Déjalo ya o prepárate para estar en guerra.
-Bien- dijo Leonard con tranquilidad- guerra.
Las facciones faciales de Edgard se endurecieron hasta la completa seriedad.
-Muy bien marquesa de Merteuil, aquí está su vizconde de Valmont, y ambos lucharemos por madame de Tourvel.
-No digas eso Edgard, ¿quieres terminar tan mal como ellos?
Edgard le sonrió cínicamente y se retiró, lo vio desplazarse hacia la puerta principal… era lo mismo que con Petter, ¿creía que ya había obtenido todo de una situación, de una charla, de una persona?, ¿qué no había porqué quedarse a la fiesta?

-Es sólo una fiesta, y en las fiestas la gente se divierte, ahora tengo a Orlando para pasar el rato- pensó Leonard y se lanzó otra vez a vorágine existencial, con personas interconectadas esperando tener algo más que un único baile.


-Morgause- le dijo Leonard ya una vez en su departamento- sólo recuéstate.
-¿Leo, con quién bailabas?
-Con nadie.
-Ah, me duele la cabeza.
-Y a mí el corazón- susurró él- por eso no me gustan las fiestas.