viernes, 17 de diciembre de 2010

Sofismos

Cuando se vieron Edgard no hizo más que abrazar a Leonard, quién a modo de aceptación le devolvió el abrazo, se quedaron prendados el uno del otro por un par segundos.
-Nada viene a mi… cabeza- balbuceó Leonard aún cuando estaban abrazados.
-Gracias por venir- le dijo al oído Edgard, después se separaron. Otra cita sabatina, otro momento de café, caminata y más planes por efectuar.
-Me extrañó muchísimo el recibir tu llamada.
-Tengo que admitirlo… me tardé en hacerla- dijo Edgard no sin mostrar una cara algo apenada.
Leonard conocía a Edgard desde tres años atrás, habían sido amigos íntimos hasta que Orlando, el ex novio y hasta ahora única ex pareja de Leonard, se acostó con Edgard. Después rompieron con su amistad. Leonard continuó estudiando en la universidad mientras Edgard probaba suerte como asistente en una galería de la capital. Sin saber nada sobre Edgard, Leonard se preguntaba si su amigo había conseguido el ascenso deseado, pero la verdad es que sólo había pasado un año que no se hablaban bien, y siendo más precisos, sólo unos cuatro meses que Edgard estaba de asistente en la capital, una corta cantidad de tiempo pero a él le parecía toda una vida.
-No es tu culpa, yo tampoco te llamé- Leonard no quería admitirlo, pero pensó que jamás se volverían a relacionar de alguna manera- ¿Cómo te ha ido? ¿Lograste todo lo que querías? Te ves… igual, sólo que un poco más delgado.
-Y tú subiste de peso… también sigues con lo glamuroso.
-Bajé de peso y volví a subir. Tengo un aspecto rollizo pero rozagante ¿no te parece? Y el glamur lo aprendí de ti, recuerda que yo no tenía sentido del buen vestir.
-Mejoraste- Edgard sonrió tenuemente- no me ha ido muy bien, el mundo del arte es una tontería, una mierda, más desde el punto de visa burocrático, económico y de sentido netamente subjetivo. Se da lo vendible, los que tienen conexiones o los que se saben mover. Aquellos que convencen con sus discursos aparentemente honestos, humildes y hasta supuestamente espirituales, pero la verdad es que no hay sustancia en sus propuestas, nada más allá de una pose bien elaborada. ¡Ay Leo! Si supieras el número de obra que llega hecha por pseudoartistas que no mide el alcance de sus piezas. Muchas son aceptables, el galerista debe mistificarlas si acaso quiere venderlas.
-No suena muy justo el asunto.
-La universidad es una hermosa burbuja.
-¿No pretendes regresar para terminar la carrera?
-Sólo me falta un año, claro que quiero regresar. A ti te falta un semestre, si no me equivoco.
-El semestre que sigue- suspiró- y termino los estudios, pero no estoy muy entusiasmado con nada en particular. Ni en continuar ni en terminar. Supongo que el ambiente de la escuela de arte no se compara a las galerías, pero digamos que allá tampoco hay mucha justicia. Cualquiera entrega una basura como trabajo final y el profesor le da un significado garrafal. Todo puede tener trascendencia, se mistifica a la obra de una manera inaudita.
-No te creas Leo. Todo inicia en las estúpidas escuelas de arte y su pensamiento conductista.
-¿A qué te refieres?
-De algún modo se inclina al público y alumno al pensamiento social. Eh asistido a otras escuelas como asistente de galería para buscar a algunos artistas que también son profesores. En ocasiones los espero hasta que terminen sus clases y no dista mucho de nuestra facultad. Incitan a sus alumnos a seguir un cauce de ayuda más bien social, pública, cultura y nacional. Los que trabajan a la introspección son mal vistos por clavarse en sus gustos personales, los profesores gritan, rezan y susurran porque sus alumnos sigan sus pasos, provoquen, inciten, hagan rupturas, hagan acto de presencia. Después, si algo sale mal, el profesor no sabe dónde meter la cabeza, el alumno tomó un camino inducido que crea frustración en él… es… bueno, hasta diría que es lo políticamente correcto en el arte.
-Te entiendo. Políticamente correcto pensar en los temas sociales y la transgresión. Involucrarse con los temas que se consideran “serios” de alguna manera- Leonard parecía muy seguro de sí mismo. Le agradaba que Edgard y él se entendieran tan bien.
-Encontrar una voz propia no es difícil, el mantenerla, ahí se encuentra la verdadera dificultad.
-No tanto por la calificación en la escuela de arte, sino por la visión que se tiene de uno mismo- Leonard se quedó en silencio por un momento- Edgard, este semestre me cuestioné de alguna manera el ser egoísta. De un modo en que en mis trabajos y piezas no hablé de nada más que gustos personales, que curiosamente- apuntó con sarcasmo- no conllevan a un referente social de fácil accesibilidad…
-No te entiendo- Edgard se detuvo en seco y lo volteó a ver.
-Que mi obra no tiene fondo social o cultural, es sólo una fantasía superficial de mis ideas egocéntricas.
-¿Quién te dijo eso?- a Edgard parecía que la idea le daba mucha gracia. Acercó una de sus manos al rostro de Leonard, le acomodó uno de sus tantos rulos para poderle ver bien a los ojos y esperó una respuesta.
-La mitad de los docentes y la otra mitad de los alumnos, ellos creen que soy un posador- la voz de Leonard se asemejaba a la de un niño acusando a su hermano ante la madre que puede efectuar alguna clase de castigo. Ante eso Edgard empezó a reír.
-Pero Leo- siguió riendo y se sentó en uno de los pórticos perteneciente a la gran avenida que caminaban- todos en esa facultad son unos posadores, al menos la gran mayoría, aquellos que te dicen posador es porque ellos también lo son. Los que te ven con naturalidad, esos te puedo asegurar que no son así- Edgard le besó una mejilla. No se lo esperaba- Y los profesores, ¿sabes cuántos de ellos deben fingir ser rudos, prudentes o tan siquiera pensantes porque creen tener la misión de hacer pensar a sus alumnos? El problema es que tú ya piensas, tienes una opinión y aún así te gusta ser banal. No me lo tomes a mal, tu banalidad es algo que disfrutas pero también piensas. Los últimos meses que te vi dentro de toda esta aparente superficialidad, fue cuando me di cuenta que estabas cansado de tomarte todo tan en serio, incluso a ti mismo. Eres un depresivo Leonard- volvió a reír- y siendo banal es la única manera en que no te deprimes en tu aire existencialista. Dime la verdad ¿prefieres ser una especie de Virginia Woolf dispuesta a tirarse al río, o una María Antonieta en sus mejores años de derroche?- Edgard le sonreía con una pureza casi insana en él. Leonard no lo había visto, hasta ahora, con un auge tan limpio y rozagante, incluso algo añejo pero orgulloso de su experiencia.- No tienes que contestarme Leonard. Es más, no tienes que ser nadie más que tú. Tus gustos son tuyos y nada más. Lo que ha de consternar a algunos de tus profesores es que tengas tanto conocimiento y sensibilidad, pero que lo reduzcas a una labor meramente entrópica y fantasiosa. Pero así eres tú. Estudias lo que te gusta, repeles lo que se te impone.
-Parece que me conoces de hace años.
-Tres, para ser preciso- Edgard guardó silencio, agachó la cabeza y al levantarla prosiguió- quería disculparme por todo lo que te hice…
-Ed, no sólo tú hiciste cosas malas. Ya lo olvidé y no quiero hablar de ello. Me incomoda un poco.
-Entonces no lo has olvidado.
-¿Qué importa ahora? ¿En verdad crees que somos culpables de algo? El otro día hablé con Trish. Te alegrará saber que está bien. Gana dinero, no mucho, pero lo suficiente para regresar el próximo año a la facultad. Me dijo ‘¿Quién puede juzgar a la gente si es buena o mala? ¿Bajo qué régimen se dice lo que está bien o mal?’. Después recordé de todo esto del contexto, la educación, los códigos sociales, el inconsciente colectivo, lo contaminados que estamos, todo parece una trampa dialéctica. Es verdad, ¿quiénes somos para juzgar los gustos y acciones de los demás? Incluso cuando se mate, engañe y exista la venganza todo parece tener una justificación que se absuelve según el entorno. Nadie parece ser el culpable. Sólo se hacen las cosas y el mundo sigue girando. Pensar en todo, eso me frustra.
-Pero tú conoces muy bien todo eso. La manipulación, el engaño, la traición, el ascenso y el empoderamiento de alguien que parece saber qué es lo mejor para los demás. Por eso te entusiasman tanto las cortes. Piensa en Enrique VIII.
-Lo sé, lo sé… pero matar a tantos, incluso a las mujeres que amaba.
-Que amaba. En el pasado. Enrique VIII es el sueño de cualquier déspota. Mató a sus esposas porque lo traicionaron de algún modo dentro de su retorcida cabeza, ¿y quién, en algún momento, no desearía poder matar al que le decepciona o da problemas?
-Yo jamás podría hacerlo.
-Quizá nadie dentro de la posición de un súbdito, pero cuando se tiene poder, entonces te das cuenta que todo está a tu disposición, salvo la confianza de quienes te rodean. Todos querrán manipularte.
-De algún modo ellos también lo crearon, sus súbditos crearon a Enrique VIII. Siempre creamos a nuestros déspotas, les alimentamos y empoderamos. Son como los comentarios y las emociones que permites te lleguen o afecten.
-Ay Leo, pero si tienes el espíritu postmoderno por dentro, para decir con delicadeza que careces de algún déficit al momento de relacionar las cosas. Mira que pasar de lo despótico a las emociones…
-No bromeo Ed. Yo le di valía a los comentarios externos de profesores y compañeros, también permití que me afectaran emocionalmente. Tendría que hacerme cargo de mis emociones, yo les di acceso.
-Eso no les permite el ser descorteses.
-Pero sí a ser honestos consigo mismos respecto a lo que piensan y dicen.
-No te engañes Leonard, mucha de esa gente cree que su vida, la gran mentira que llaman vida, es una verdad. Se encuentran inconscientes de su propia falsedad, así que el ser “honestos consigo mismos” no es más que otra manera de prolongar su disociación.
-¿Y quiénes somos nosotros para juzgarlos si vemos todo desde afuera? Es otra interpretación. Es otra mentira sobre su realidad.
-Y tenemos problemas de percepción ¿no?- Edgard se puso de pie- ¿ves? Por eso es mejor ser banal.
-Sofismos- dijo Leonard con gran coquetería. Estaba feliz de reencontrarse con un buen amigo, alguien que, si no compartía su misma visión, al menos estaba de acuerdo con los problemas que tenían todos sobre la disociación, sobre todo ellos dos. Sus diferencias los acercaban un poco más.

sábado, 11 de diciembre de 2010

El techo blanco

Una combinación extraña se daba cuando Leonard leía a Virginia Woolf en compañía de la musicalidad de la cantante Dido. Una melancolía particularmente insana, no obstante no existía pretexto alguno, así eran los fines de semestre: particularmente insanos.
Los altibajos educativos se discernían claramente entre: tener una ligera preocupación (al inicio de fin de semestre), una tensión por la planeación (según avanzaba en la recta final), estrés total al momento de entregar las piezas, ensayos, exposiciones y todos los trabajos en cuestión; casi al final Leonard se quedaba con un par de entregas pendientes, entregas que solían ser meramente superfluas y sin interés, por lo cual la tarea se hacía tediosa por no decir obtusa. Cuando todo estaba listo se acercaba al inicio del fin.
Ese día en particular se refería a uno de aquellos sin gran significado o sustancia intelectual. La escuela le llenaba de muchas maneras, y aunque recientemente no estaba satisfecho con la desenvoltura de sus docentes, ya empezaba a extrañar el semestre. Era jueves, la materia de ese día estaba saldada, no tenía razón alguna para asistir a la universidad. Tirado en la cama con su nuevo libro de Virginia Woolf (uno de cuentos que hasta la fecha había ido recopilando de manera particular, pero ahora, al fin había encontrado el ansiado volumen) veía a momentos el blanco techo de su cuarto propio. –Así será en adelante- sentenció no sin un aire masoquista- las mañanas, las noches, en especial las tardes, estaré aquí con un libro en mano, el techo en el mismo lugar, la mirada de forma ecuánime pasará las letras, los renglones, las páginas y al final los libros. Uno y otro, y otro- en cada periodo vacacional leía un aproximado de siete o diez libros, todo dependiendo del grosor e interés del texto. En esta ocasión pretendía dedicarle el tiempo a dos libros de la Woolf (incluyendo el que tenía en ese momento en las manos), alguno a las Brontë (el que se le antojara de cualquiera de las tres… aunque ya había leído todos los de Anne y Emily… lo que le daba a entender que obviamente sería Charlotte la seleccionada, pues no tenía mucho de la última vez que leyó los de las otras hermanas y era muy pronto para releerlos), quizá tomaría a Austen del librero porque ya la había dejado empolvarse prácticamente dos años desde su última fiebre Austeniana; seguro leería el libro de Luis Spota que le prestó su amigo Paris, ese chico inteligentísimo cuyas charlas en los café eran deliciosas. Estimaba mucho a Paris, tanto que cuando estaba con él no tenía ojos u oídos para nadie más, era esa especie de hermano que nunca había tenido. Siguió pensando, se levantó de su cama.
-Podría tomar a Ken Follet, me regalaron sus libros y son muy pesados para estarlos cargando por toda la universidad- revisó su librero, ahí estaban los relatos de Marion Zimmer Bradley. Se le estrujó el corazón. Cada libro tenía su historia, los de Zimmer Bradley se los había recomendado su amiga Virginia… tanto tiempo atrás cuando entraron a la facultad. Ella era inteligente de una forma en que intimidaba a cualquiera, incluido Leonard.
Le intrigaba cada libro con su relato personal, más allá del que contenía, de cómo se había hecho de ellos, la forma en que tuvo que emprender largas caminatas, numerosas visitas a librerías, infinidad de planes, de dinero (por supuesto) y tiempo invertido. Se sintió triste por no vislumbrar nada nuevo dentro de esas vacaciones. No era sólo porque en sí la navidad no le despertara el más mínimo interés, sino que el año anterior se deprimió muchísimo cuando terminó con Orlando meses antes de navidad. Él pensó que al fin tendría pareja para esos días, la publicidad le estaba afectando los sentidos. Desde mucho tiempo atrás los días festivos dedicados a las parejas le eran insignificantes, pero gracias a su primera pareja todo cobró sentido, uno que ahora estaba intentando erradicar.
La verdad es que no podía ni llorar. Estaba seco. Agradecía que sus trabajos finales, en general, fueran fríos y sin emociones. Comparados con el semestre anterior, donde se desnudaba emocionalmente dentro de cada pieza, ahora prefería la frigidez, agradecía haberse acostado con Ludwig desde una zona meramente ocasional, también se contentaba el no regresarle más las llamadas al punketo Sid, dejar ir al Señor D y dejar de lado las relaciones, aunque fuera fácil enunciarlo sin dejar de pensar en ello. Pero dentro de todo pensamiento existía tal racionalización, lo que provocaba en cada sentimiento una tremenda frialdad.
Se volvió a sentar en su cama mientras Dido cantaba “Let's Do the Things We Normally Do”. Siempre se decía que si estaba triste mejor le sería escuchar pop, pero ese día deseaba ser un masoquista. Volteó la mirada al techo blanco. No había igualdad en él, sólo una sincronía de amonestación emocional. Como si le dijera “Deja de mirarme y ponte a vivir”. Cerró su libro. Vivir no era lo mismo que leer. Su libro de Virginia Woolf tenía una inscripción en las primeras páginas. Perteneció, a juzgar por la letra manuscrita, a una mujer llamada Melisa quién compró el libro en el año de 1981… ocho años antes de que naciera Leonard. Le causó gracia el libro tuviera una vida más longeva e interesante que la suya. Abierto y cerrado en sincronía por quién sabe cuántas manos, perteneciente a un sinfín de casas, llevado a muchos lugares (porque lucía desgastado) o también podía ser que fuese un libro de biblioteca personal no tan preciado, leído una sola vez, olvidado en el estante, abandonándolo al inclemente entorno que terminaría por hacer amarillas sus hojas, derruyendo la portada y que al final en una crisis de espacio o económica, la dueña terminó por venderlo pues le era dispensable. También pudieron venderlo a la muerte de la dueña original, probablemente nunca tuvo un dueño original. Estaba subrayando y una de las frases delineadas que más le llamó la atención fue aquella que decía: La vida es lo que se ve en los ojos de la gente; la vida es lo que la gente aprende y, después de haberlo aprendido, jamás, pese a que procure ocultarlo, deja tener conciencia de… ¿qué? Que la vida es así, parece.
-Parece que la vida es así…- suspiró Leonard al decidir que era momento de dar punto final al semestre.

lunes, 6 de diciembre de 2010

Las parejas que nunca tuvo

Una vez que había culminado una de las peores presentaciones de ballet a las que hubiera asistido Leonard, se levantó de su asiento junto a su amiga Susana y su novio Alan, los dos estudiantes de medicina.
-¿No te pareció muy tosca la representación?- preguntó Susana.
-Creo que en su intento de modernizar las cosas sólo terminaron por hacer un intento tímido de su nueva versión- contestó Leonard.
-Pues a mí me gustó- comentó Alan con una afable sonrisa. El trío de amigos caminaba por la noche en una de las avenidas principales de la ciudad donde estudiaba Leonard.
El semestre estaba por terminar, la mayoría de los trabajos de Leonard estaban entregados y algunos calificados, dentro de dicha proporción numérica destinada al supuesto conocimiento de los estudiantes, Leonard estaba un poco dudoso sobre su desempeño semestral. Aunque no podía estar muy mal si le habían ofrecido una beca de estudio dentro del país.
-No me gustó, cuando fui a ver a la cámara nacional fue distinto ¿no Leo?, tú asististe el año pasado.
-Sí, la cámara del estado es enteramente distinta a la nacional, pero… no sé, no deberíamos juzgarlos así.
-¿Así?- conjeturó Susana- a eso se dedican, nada de conmiseración, todos dentro de la sociedad somos iguales, todos hacemos un papel importante. Tú mismo me dijiste que era lo mismo el artista que plomero, es más, hasta aseveraste que la sociedad está equivocada al pensar que el artista tiene más que aportar.
-Me refiero a que eran unos bailarines muy jóvenes, no sabemos si quiera cuánto tiempo llevan estudiando.
-Juventud es lo que todos tenemos justo ahora, y después de ver esto ¿no te parece que la juventud está algo sobrevalorada?- Susana caminaba tomada del brazo de Alan, quién sencillamente se dedicaba a dirigirle un par de miradas para tranquilizarla.
La última vez que había asistido Leonard al ballet fue con Elizabeth. En aquella época recién había terminado con Orlando, y el ballet fue el único momento en el que dejó de pensar en su ex pareja, lo único que le dio un poco de aliento.
-¿Sobrevalorada en qué aspecto?- Leonard no pretendía charlar sobre una de las ramas en las que poco estaba letrado, pero que sin embargo podía discernir entre una buena puesta en escena y otra algo decadente, como la que habían visto ese día.
-Todos ellos tenían nuestra edad o eran ligeramente más jóvenes. Ni uno de ellos puede con el peso de un solo, ¿te diste cuenta? Las partes más contundentes donde se requería la habilidad de un buen bailarín, todas ellas, todos esos solos, los hacían en conjunto con un sin número de cambios para cubrir sus deficiencias, ¿qué no se deduce deberían tener un mayor desempeño?
-No sabemos nada de ellos, no sabes si a eso realmente se dedican o sólo lo toman como cursos de verano, sabatinos, cosas así…
-Leo, nada de eso, como crítico siempre dices que se debe tomar en cuenta lo que se ve y se tiene a la mano, nada de meras consideraciones y conmiseraciones, que de cualquier modo casi nadie le pone atención a la crítica.
-Pero si te sabes todas mis viejas argumentaciones Sue, ¿hace cuánto que nos conocemos?
-Como siete años- contestó Alan.
La primera gran amistad de Leonard fue Susana, en algún momento intentaron tener algún tipo de relación más allá de lo amistoso, pero los dos eran demasiado complicados (en aquel entonces) el uno para el otro. Cuando Alan empezó a salir con Susana, hacía tres años de ello, pensó que en cualquier momento lo dejaría por Leonard. Todos los que le conocían opinaban que entre Susana y Leonard existía una sinergia crucial para cualquier relación. Ellos podrían casarse y tener una “magnifica” vida, en opinión de los demás.
Alan siempre se había sentido amenazado por Leonard, hasta que recientemente se había enterado de su homosexualidad, lo que al fin le dejó tranquilo. Por eso podía contar los años. Siete años que Susana y Leonard se conocían, y aunque no eran muchos, eran un poco menos de la mitad de años que tenían. Lo que era evidente es que esos siete años irían creciendo, y con ello se iría la aclamada juventud.
-Tienes razón Sue, la juventud se encuentra sobrevalorada. Mira nada más, somos los mismos quejosos de hace siete años.
-Cuando te conocí no leías nada de nada, yo estuve ahí cuando tomaste tu primer libro de Virginia Woolf y de ahí… bueno, hasta escribiste una novela. ¿Escribirás otra?
-Estoy en eso. En aquel entonces…
-¿Hace cuánto que escribiste tu novela?- le interrumpió Alan.
-Fue a los dieciséis, la terminé a los diecinueve. Aunque mi compilación de cuentos fue por la que me pagaron… no sé por qué, eran muy malos, como la novela.
-Siempre dices eso- Susana entornó los ojos y se detuvo- sentémonos en esa banca- cambió de dirección hacia la placita central de aquella ciudad de provincia- seguro irás a ver el ballet de la cámara nacional ¿verdad Leo?
-Lo haré si Elizabeth tiene tiempo.

-¿Sabes qué pensaba yo? Que podrías estar con Elizabeth, son el uno para el otro. Claro, lo mismo decían de nosotros.
-Dicen- corrigió Alan.
-Bueno, no tienes por qué temer Alan, sabes que Susana no me interesa de ese modo- Leonard rió ligeramente y se cubrió la boca con su mano.
-¿Elizabeth tiene novio? ¿Sabe que eres gay?
-Sí Sue, Elizabeth tiene novio pero no sabe que soy gay. Es más, supongo se siente muy amenazado, ya ves que estudia en otro estado, su relación es a distancia y presiente que yo la tengo muy cerca.
-¿Y por qué no le dice nada Lizzy?- Susana se sentó en la banca que había destinado metros atrás. El centro de la ciudad traía muchos recuerdos a Leonard, algunos buenos, otros severamente malos.
-El novio de Lizzy es muy conservador y digamos que yo le agrado demasiado, si supiera que soy gay, bueno, las cosas se complicarían y no podría estar con ella.
-No podrías ir al ballet con ellos como lo haces con nosotros- aseveró Susana. Para ella Leonard era su amigo “culto”, el que leía mucho, se instruía demasiado, pero que a la par también sabía divertirse. El problema es que Leonard no le había contado de su asunto con las drogas y la prostitución, lo veía mejor así, que se quedara en el pasado con los recuerdos severamente malos, ese tipo de cosas se las contaba a Samantha, quién era más liberal.
-Es extraño que se sienta amenazado pero que le agrades el mismo tiempo- Alan prefería estar de pie. Era uno de esos chicos extremadamente maduros de gran porte que sabía exactamente lo que quería en su vida. Desde el instante en que pudo acercarse a Susana, no dudo en tenerla como novia, y hasta el momento su relación se hacía cada vez más íntima y longeva.
Ese mismo día en la tarde, antes de ir al ballet, Susana le dijo a Leonard con tono grandilocuente: “Lo tengo todo”, y era verdad; tenía al novio de buen ver, adinerado, dedicado, quizá no tan culto pero sí inteligente, sin embargo lo más importante era que la amaba con locura, y ella, aunque no estaba loca por él, le amaba también. Era un punto a su favor, lo racional dentro de la relación se encontraba en ella. Su carrera como estudiante iba bien, estaba por terminar su semestre, la relación con su familia corría de forma amena, no tenía problemas económicos, estaba dentro de una gran estabilidad, ¿era la plenitud de la vida? Se preguntaba Leonard.
-Por cierto, Samantha ya me dijo lo de su embarazo, supongo tú ya lo sabías.
-Algo así.
-Siempre te cuenta las cosas a ti primero, en mi no tiene tanta confianza. Ahí tienes otra mujer que te seguía para ser más que un amigo y tú la despechaste.
-Prefería la amistad… eso y que desde ahí debí darme cuenta que las mujeres no eran lo mío.
-¿Samantha fue la última que se te propuso?- preguntó Alan
-Samantha nunca se me propuso, más bien se me insinuó de una forma muy seductora, como lo es todo en ella. Pero no, después de ella estuvo- y entonces pronunció el nombre de aquella mujer que no le agradaba a nadie dentro de bachillerato. A nadie de los ahí presentes y otros tantos compartían dicho sentimiento.
-¡¿Ella se te propuso?!- gritó Susana -¿cómo no me lo dijiste? ¿Hace cuánto?
-Fue hace siglos. Antes de salir del bachillerato, pero vez que igual le tenía gran aprecio.
-Lo bueno es que se largó a otro estado.
-Emigrar, todos deberíamos emigrar- suspiró Leonard.
-No me has dicho nada de la beca que te ofrecieron gracias a tu prominente promedio
-Nada especial, tuve que rechazarla, el siguiente semestre es mi último en la facultad y no podía tomar esa beca para estudiar en otro estado sin que se me truncara todo el plan de estudio.
-¿Por qué? ¿Qué te ofrecían?
-Estancia parcial por tres meses en otro estado con una suma considerable de dinero.
-¡Pero qué tonto eres! Debiste aceptar.
-Susana- sentenció Alan con moderación. Sabía que su novia podía explotar en cualquier momento, pues ella había estado ansiando una especie de intercambio, pero en su carrera esas cosas eran difíciles.
-Me trunca todo el semestre y tendría que pasar otro más, no era muy conveniente.
-Igual te ves triste por no aceptarla. Debiste hacerlo, un semestre más ¿qué más da?- dijo Alan.
-No estoy triste por ello, sino que me dijeron se la ofrecerían a otro alumno. Yo dije que a Steve que es un gran grabador, pero ellos me dijeron que estaban buscando a alguien de semestres inferiores, así que me comentaron en ofrecérsela a Orlando o Berger.
-¡No puede ser!, ¿Y tuviste que escoger entre tu ex o el ese multidisciplinario de la todología?
-Realmente yo no podía escoger, pero claro que debía inclinar la balanza a un lado u otro, la mujer que me ofreció la beca confía demasiado en mi supuesto buen juicio.
-¿Y qué dijiste?
-Pues que por mí podrían dársela a Orlando, que Berger ya había tenido muchas oportunidades.
-Eres un perra- le dijo sonriente Susana- sólo lo hiciste para evitar que Berger tuviera otro éxito y a la vez mandar lejos a tu ex.
-Supongo- sonrió Leonard- pero también creo se lo merece Orlando, ha estado trabajando muy duro con su cortometraje. Ya tenemos todo, grabaremos dentro de poco y eso lo hacemos en dos días. Tiene todo bien planeado, me sorprende.
-Y vas a dirigirle el numerito, ¿es de los que confía en ti, aún cuando le han llamado a tus piezas frías y sin emociones?
-Creo que ahora confía en que sea frío y sin emociones respecto al cortometraje, sobre todo porque es sobre nuestra relación. Pero sigue insinuándoseme. Sólo quiere coquetear, le gusta tener a un séquito de admiradores. Pero no pretendo caer.
-¿Sigue sin gustarte ningún chico?
-Por el momento no. Estoy cansado de todos esos sentimentalismos.
Se retiraron de ahí, lo que fue una alivio para Leonard, ya que notó los malos recuerdos supeditaban a los buenos. Estaba tan deseoso de hacer nuevos buenos recuerdos.

lunes, 22 de noviembre de 2010

La vida es hermosa

No podía dormir. Estaba cual Elizabeth Bennet postmoderna con un libro en el regazo y al fondo escuchaba “Comforting Sounds” del grupo musical Mew. Debía escribir un par de ensayos, idear piezas, pensar en qué usaría la próxima vez que viera a Sid, ya había quedado con el chico punketo. Tenía tantas cosas en la cabeza pero nada parecía importarle. Leonard estaba en estado catatónico.
La escritura se le estaba complicando, el arte conceptual también. La verdad era muy distinta a lo que le había dicho a su amiga Samantha; el semestre, aunque monótono al inicio, ahora no le dejaba dormir por la preocupación y a momentos le regresaban las ganas de vomitar. El Señor D se había largado a quién sabe dónde. Lejos, muy lejos estaría follándose a un par de jóvenes extranjeros o nacionales, made in presta-pronto. Todos esos hombres gustosos de sexo anónimo, fácilmente vendibles por una línea de cocaína. Leonard se sentía como un tonto. Había sido traicionado varias veces en toda esa semana. Traicionado primeramente por él mismo, pues confió en personas que no debía; después fue traicionado por el Señor D que se fue sin avisarle. Cuando él lo buscó resultó que ya se había ido de viaje –Aún cuando quedó de esperarme hasta el fin de mes- se recriminó. Le traicionó Ludwig ahora que veía los carteles pegados en la facultad sobre la nueva ponencia acerca de “Diane Arbus”. Resultó que Leonard le ofreció no sólo su ensayo, sino también todas sus imágenes de archivo. De algún modo no eran muchas pero representaban un año de trabajo. Le había facilitado las imágenes para una revista digital y ahora hasta daba ponencias con ellas. De algún modo le traicionó Eliee la última vez que presentó un trabajo final dentro de una clase, ya que utilizó datos personajes de la vida de Leonard para criticarlo… de otro modo, Leonard se sentía un tonto por no estar molesto con nadie más que consigo mismo. Pero ya había aprendido a responsabilizarse de sus acciones así como sus emociones. Su amiga Karen le dijo alguna vez: “Se tiene que ser responsable de las propias emociones. Yo decido a quién amar, decido si me dejo llevar por los sentimientos o las emociones. Decido que las cosas pasen. Por todo eso tengo que responsabilizarme”.
-Responsable por lo que se escribe- pensó sentado en su cama y con las “Cartas de amor de la monja portuguesa” en sus manos –responsable por lo que se dice… por las palabras que se sueltan al aire, que a pesar de no quedar registradas adquieren un poder inimaginable. El lenguaje escrito tiene la ventaja de conservar cierta objetividad inmediata. Las palabras habladas no. El lenguaje oral se subjetivista, se pierde, se reinscribe en la memoria o se olvida momentáneamente. No sé qué es más peligroso- apartó su libro de la monja portuguesa. Iba justo al inicio cuando ella le pregunta a su ex amante mediante una carta “¿Cómo es posible que recuerdos de tan dulces instantes se hayan convertido en tan amargos y que contra toda naturaleza, sirvan solamente para desgarrarme el corazón?” –Seguramente muchos tacharían de intensa a la monja- sonrió al pararse y dirigirse a su computadora para apagarla y así intentar dormir un poco. Unas horas, no pedía mucho. Los ojos le ardían –La crítica ha acogido bien al libro… ¿pero qué sabe la crítica? No sabe nada. Le adoramos tanto como le odiamos. Y la monja ahí pone sus emociones por escrito pues era la única manera de hacerle llegar sus sentimientos, reproches y reclamos al hombre que era objeto de su amor y deseo. La monja no tenía más que escribir o callar, el gritonear con alevosía no le era permitido. ¡Aventar un florero!- tuvo que contener la risa estruendosa. Eran las cuatro de la madrugada y el resto de su familia ya se encontraba durmiendo- Karen también le dijo que esa ya no era la época de Ana Karenina, los trenes ya ni existían. ¡¿Dónde están los trenes justo ahora?!- rió por lo bajo - ¿dónde está el aparente espíritu suicida tan facilón que antes me rodeaba?, ¿por qué ahora que todo me sale mal igual deseo seguir viviendo cuando antes a la menor provocación deseaba tirarme por la ventana?- volvió a la cama para recostarse- ¡ah la vida y el deseo de vivir!
Recordó a Catalina Howard diciendo “La vida es hermosa”, pensó en Catalina Howard deseando estar con su amante y no con el rey, creyó ser Catalina Howard orinándose antes de morir decapitada. Pero Catalina Howard estaba muerta a los dieciocho años yaciendo en la cima del eurocentrismo como quinta reina de Inglaterra. Catalina Howard… torpe Catalina Howard que confió en Cromwell aún cuando fue ese hombre quién abandonó a su prima, Ana Bolena, ante la guillotina; tonta Catalina Howard que creyó Enrique VIII le amaba de verdad; estúpida Catalina Howard que tomó como confesora a Lady Rochford, esa dama que traicionó a su esposo porque era gay; amargada Catalina Howard con menos de veinte años y apenas conoció el amor con Thomas Culpeper, pero eso sí, cuán feliz debió estar al acostarse con tal mozo.
Pensó en Catalina Howard, pero no como reina desleal, sino cual chiquilla, moneda de cambio frente a lo social y lo político, una niña boba que carecía de educación en comparación con su prima la Bolena; esa Howard cuyo tío la puso en el palco para ser decapitada. Pensó y repensó que todos eso reyes y reinas eran gente simple, común y corriente. Siempre los había visto así, sólo que tenían roles mucho más subjetivos, el peso de una nación por aparente decreto divino, toda una concepción llena de expectativas prestas por las mayorías y las minorías dentro de un tiempo donde la sublimación no llegaba a niveles extremos –Claro, claro, pobres de ellos ¿no?, pobre Howard ¿quién le hizo tan puta como para tener una vida licenciosa?- pensó con ironía- si tan siquiera la vida de esas personas fuera realmente hermosa, pero seguramente sólo era vacía…
Pensó, antes de quedarse dormido, que ojalá no fuera siempre juzgado porque le gustaran esas historias de reyes y reinas, cortes y culebrones sociales, historias de gente en el poder, gente que le parecía interesante por inercia pero al analizarlo tenía un discurso racial. En el mundo del arte, al parecer, los gustos, las influencias y todos los pensamientos (aún los personales) debían ser políticamente correctos. Tanto que se asimilaban a una corte de los Tudor. Todos deben decir lo que se quiere escuchar. Lo demás está fuera de lugar y es banal.

jueves, 11 de noviembre de 2010

La importancia de un viernes por la noche

Para un viernes cualquiera de la vida anterior de Leonard (que se enmarca en el bachillerato y los primeros dos años de su carrera estudiantil) era normal quedarse en su casa o departamento rentado a leer o escribir sobre cualquier cosa, e incluso poco le interesaba. Una vez asistió a una mesa redonda donde alguien dijo: “Se sabe que ya maduraste cuando llega el viernes por la noche y no esperas a que suene el teléfono para concretar una salida social”. En efecto, Leonard, cuanto tuvo escasos dieciocho años (y no es que ahora tuviera muchos más) se sentía lo suficientemente maduro para saber hacia donde quería que su vida ascendiera. Todo dependía de los planes y la dedicación, sin realmente interesarle los sacrificios que dentro de su juventud tuviera que hacer.
Posteriormente su tercer año en la facultad fue un desastre descomunal. Sus objetivos de vida cambiaron como quién edita el texto final de un escritor amateur. Drogándose, alcoholizándose e incluso prostituyéndose, encontró una forma de sublimar sus tenciones sociales; asistiendo a varias fiestas, inauguraciones, bares, antros, cocteles y distintos tipos de centros nocturnos; parecía que la vida al fin de cuentas no tenía sentido si alguien no le llamaba el viernes por la noche para salir. Pero ahora en su cuarto año de universidad y posiblemente el último, las cosas habían cambiado de forma radical, y paradójicamente, usual.
Volvió al intento de madurez frustrada, ¿realmente quería convertirse en un gran escritor y quizá un buen crítico de arte?, antes estaba muy claro, podría decirse que la frase “Crítico de cine” era sinónimo de “Conquistar al mundo”, pero ahora con su gusto por el ocio, sumergiéndose a diario bajo la tutela de textos teóricos del arte, no tenía más que preguntarse: ¿realmente para qué sirve todo esto?

Llegó el viernes por la mañana y se arregló el cabello en una coleta; asistió a su clase histórica y después terminó un libro sobre teoría visual de una escritora muy crítica y vehemente; entregó el plan de su proyecto preliminar de fin de semestre para una de sus materias con contenido escultórico; todo parecía perfecto… todo parecía tan aburrido. Fue cuando recibió un par de invitaciones para salir, todas y cada una de ellas en la ciudad de provincia donde estudiaba, el único problema: no tenía dinero.
Cuando un chico logra tener todo lo que desea gracias a la prostitución (ya sea la intelectual al vender sus proyectos, o la carnal al usar su cuerpo) es difícil que una vez dejada atrás esa etapa de vendimia social, no pueda tener nada, y mucho menos en esa semana. Era ligeramente miserable… pero sólo económicamente.
En todo lo demás las cosas iban muy bien, escalofriantemente bien, le asustaba la aparente estabilidad estudiantil que había obtenido, pero que sin embargo estaba a punto de comprometer muchos de sus proyectos por cuestiones monetarias. Sin empleo en revistas independientes, trabajo constante, becas por venir, o cualquier otro tipo de remuneración económica, Leonard estaba en un apuro económico, se había convertido en el niño enteramente dependiente de mamá y papá, y eso era algo que detestaba, así como temía.
Tuvo que decir no a todas las invitaciones para aquella noche de viernes –De cualquier forma no tendría manera de conocer a alguien distinto- se dijo para consolarse torpemente. Era cierto que estaban ahí los dos hombres “nuevos” dentro de sus avatares lascivos, Sid y Ludwig no eran más que una opción de sexo oportuno, nada emocional. Se preguntaba si acaso el chico punketo no era muy peligroso, mientras que el editor quizá era heterosexual, o un bisexual con ganas de jugar. Ya había vuelto a ver a los dos después de aquella exposición de fotografía. A Sid en uno de sus paseos por el centro de la ciudad, mientras a Ludwig lo saludaba en el pasillo de la facultad. Nada sustancial, hasta que ambos le invitaron a salir y tuvo que negarse, ¿era posible tanta belleza desplomada de lo sublime a lo grotesco? Al parecer sí, como decía aquella canción de Garbage: Si Dios es mi testigo, Dios debe estar ciego.
No tuvo más opción que revertir la ecuación, pues si nadie le llamaba entonces sería el quién tomaría el teléfono para hacer el llamado social. Le marcó a Samantha y quedó de verse en un pequeño café dentro de la ciudad donde vivían ambos. No era una salida nocturna, pero al menos no pasaría mal la tarde.

Samantha pertenecía a las dos amigas más íntimas y cercanas de Leonard. Entre Susana y Samantha, Leonard se sintió lo suficientemente a gusto para terminar el bachillerato, desde entonces se conocían y platicaban de todo en poco tiempo. Se veían en intervalos de dos a seis meses. Los tres, dentro de su lenguaje personal, se habían propuesto conquistar el mundo. Leonard como escritor; Susana como médico; Samantha como publirrelacionista. Tres jóvenes que se creían inteligentes y capaces de patear los traseros necesarios para triunfar. El único problema es que ahora uno de ellos había desertado.
-Estoy embarazada- le dijo Samantha mientras Leonard le tomaba su café con leche.
-No puedes decirme eso mientras tomo algo caliente, debes soltarlo con cuidado- Leonard dejó su taza de café en la mesa, se limpió los labios e intentó controlarse- ¿Y la escuela?, sabes de quién es ¿verdad?
-Claro que sé quién es el padre. Estamos viviendo juntos desde hace un mes y ahora abrimos un pequeño negocio muy modesto.
-Prácticamente me perdí de todo un capítulo de tu vida.
-Sí Leo, pero siempre estás ocupado con tus proyectos de la escuela.
-Es un semestre muy ligero… hasta económicamente- Leonard torció su boca y desvió la mirada de su amiga.
-¿Sigues con problemas económicos?, ¿No los tenías desde antes que iniciara el semestre?
-No tenía problemas económicos, pero después lo gasté todo en el internado, tú sabes, historia vieja.
-No tan vieja. No puedes quejarte, tú no me dijiste que te recluirías hasta que saliste del internado. No contestabas el teléfono, no estabas en casa, no tenías departamento, tus padres me dijeron que te fuiste a una especie de viaje o retiro, me sorprendió que con toda la vigilancia que te tenían no te preguntaran nada.
-Lo sé, fue cruel, pero también era algo que tenía que hacer yo sólo sin intervención de nadie, no te enfades más de lo necesario.
-No me enfado. Sólo digo que no te molestes porque no te dijera sobre mi embarazo.
-Y tu nuevo aparente esposo, así como tu nuevo negocio, ¿qué sigue?, ¡¿Qué dejaste la escuela o algo así?!
-Me di de baja temporal…- la frase de Samantha realmente no estaba terminada, de hecho, las vidas tanto de ella como de él jamás estaría concretadas a esa edad, era sólo un pequeño esbozo aquello que delimitaba su existencia. El punto era que ahora Samantha lo estaba cambiando todo por aquello que ellos mismos habían despechado en su juventud, espacio temporal donde eran lozanos e inteligentes que pretendían no tener relaciones amorosas. Ninguno de los tres se enamoró en el bachillerato, sólo tuvieron relaciones esporádicas, y aunque Leonard tuvo un amorío con Cecelia, no podía dejar de pensar que entre amar y amante había una gran diferencia. Por su lado Samantha salía con hombres adinerados que le pudieran ir a recoger a la escuela y llevar a cenar a costosos lugares, mientras Susana se consagraba a sus estudios.
-¿Entiendes lo que estás diciendo?- preguntó Leonard sin mayor interés que en una respuesta en específico. Quería que Samantha le dijera: “Sí, entiendo que estoy arruinando mi vida, porque al darme de baja temporal en una escuela como la mía, que es un internado, no podré separarme después de mi hijo y que me estoy atando a un hombre gracias a éste nuevo negocio que abrimos juntos”, pero sabía que eso jamás pasaría ¿era acaso que Leonard se prestaba como el único feminista sobreviviente de aquella triada?
-Es muy simple. Abrimos el negocio para tener fondos para cuando nazca el bebé, después de que el bebé pueda despegarse un poco de mí, terminaré mi carrera.
-¿Cuándo pueda despegarse un poco de ti?,¿ quieres decir que hasta que termine la universidad o cómo? Además, no pensé que éste chico con el que estás fuera el definitivo, tú que querías un tórrido romance y no una relación lineal.
-En ocasiones es mejor lo seguro- se remitió a contestarle Samantha.
-No es nada seguro- Leonard agitó la cabeza así como su coleta de cabello- no tienes la carrera terminada, ese negocio no sabes si fructificará más allá de lo requerido, y ese chico… es lindo pero…
-Entiendo tu renuencia Leo, pero no todos buscamos al hombre imposible.
-No estoy buscando al hombre imposible.
-Pues ya dejaste pasar a varios.
-Tengo veintiún años, ¡puedo dejar pasar a todos los hombres que me vengan en gana! Ninguno ha demostrado ser lo suficientemente especial, además, ya sabes que por el momento no creo en el amor.
-Dices “por el momento”, como si eso fuera a cambiar de inmediato o de un día para el otro de forma mágica. Entiendo que Orlando te lastimara tanto que ahora saltas de cama en cama, pero debes darte una estabilidad, al menos económica.
-Sam, sólo porque has estado muy ausente en mi vida tanto como yo en la tuya, pero ahora soy muy estable. Efectivamente no he salido con ningún hombre, ni con mis amigos porque no tengo dinero, y hasta cuando te llamo apenas puedes darme un par de horas porque tienes asuntos que atender.
-Leonard, ese eres tú. Nunca tienes tiempo para nadie que no seas tú. Por eso no sales con nadie, por eso te aseguro Orlando tuvo que ir a parar a los brazos de Edgard pues no le complacías ni en tiempo.
-En cuestión de relaciones, sólo las personas involucradas en ellas saben qué es lo que sucedió dentro de la relación.
-Mis prioridades han cambiado. Voy a tener un bebé, deberías alegrarte no ponerte celoso porque nuestra vida de solteros caza hombres terminó. Ya no quiero conquistar al mundo como al parecer tú sigues obstinado en hacerlo.
-Somos muy jóvenes- Leonard se entristeció ¿en verdad Samantha estaba arruinando su vida o sólo era mucho más madura que él?, ¿y si no había nada más que el juntarse con el aparente amor de su vida para tener proyectos en común? ¡Pero si él no creía en esa clase de amor! Se negaba a creer que la vida se definía en la década de los veinte años como muchos teóricos, pensadores e incluso profesores se dignaban en profesar.
-Soy mujer, mi tiempo es distinto al de un hombre gay.
-Jamás te vi como una mujer de esposo, hijo, negocio, estabilidad…
-Estancamiento ¿no?
-¡No puedes hacerlo!, ¡no puedes dejar la escuela!
-Leonard, está decidido, ya hice mis planes y te estimo, pero no tenía que ir a consultarte mis elecciones. Tú ni siquiera te puedes mantener o tener una relación estable, eres un gran estudiante, eso nadie te lo quita, pero ya va siendo momento de proyectar todas esas grandes ideas en algo específico, ¡se realista!
-¡Ni siquiera he terminado la carrera!
-Y después no habrás terminado tu primer postgrado o el segundo, y estarás como esos investigadores que tanto criticas cuando lo que ahora te interesa es la creación.
-Creo que nuestros tipos de vida ya no son tan compatibles después de todo.
-No creerás que las cosas seguirían igual que en el bachillerato. Como siempre dices, éramos tan jóvenes.
-¿Pero por qué parece que ya no lo somos?
-Lo seguimos siendo, pero de alguna forma toda esta loca sociedad nos ha hecho madurar de una forma mucho más acelerada. Leo, es momento de dejar los libros, lo sabes y lo hiciste por un tiempo, sencillamente no pudiste con eso.
-¿Y lo sabe Susana?
-No, y no se lo digas. Quiero que lo sepa por mí. Si tú diste el grito en el cielo, con ella corro el riesgo de que me retire su amistad.
-No es para tanto.
-Lo mismo digo con respecto a tu reacción. Pero ya sabes que ella no cree en el matrimonio, mucho menos en los hijos o el estar con un hombre por mucho tiempo si esto trunca tu educación. Como tú, pero algo más exacerbado.
-Lo sé- Leonard terminó su café. ¿Cómo podía ser que dos personas que habían vivido tanto, experimentado infinidad de cosas, en especial Samantha con sus constantes viajes, ahora se veían bajo el régimen de establecerse?, ¿era el momento para que la fiesta se consumara, que el teléfono de los viernes por la noche dejara de sonar?, ¿era momento de madurar?

jueves, 4 de noviembre de 2010

Chéri, juventud sin dinero

Lo bueno de la juventud puede remitirse fríamente a las ventajas visuales de la misma. Cuando se es joven se puede tener un buen cuerpo (al menos uno delgado), cabello radiante, gran fuerza, mucha energía, una mente perspicaz, cutis limpio y sin arrugas, pestañas muy rizadas, estómago firme, cabida para el alcohol necesario, vomitar lo más que se pueda en una noche y al día siguiente despertar cansado pero firme como una roca. La vida parece que no alcanza, la fiesta puede nunca terminar.
El problema de la juventud, o los jóvenes en su mayoría, es que no se tiene el dinero requerido para explotar todas las capacidades que desbordan la lozanía de los veintiún años, salvo se tenga un empleo adecuado, unos padres muy solventes o te prostituyas por un tiempo, el dinero siempre escasea cuando se es joven. El conseguirse un amante rico e influyente también es una opción para ganar dinero, ya lo había dicho Ana Bolena “El amor no es nada sin poder y una posición”, pero cuando se inserta al amante inadecuado lo único que se puede obtener es la completa disposición hacia la persona, pues se condena a la juventud.
Normalmente los amantes son viejos o algo grandes, Leonard lo sabía muy bien cuando estuvo un tiempo con el Señor D, quién le pagana no sólo para estar a su lado sino también le llenaba de infinidad de regalos. El problema de ser el amante grande es que no se pueden hacer cosas de jóvenes y ahí entra la paradoja de la vida.
Cuando se es joven, se tiene toda la energía pero no el dinero; cuando se tiene el dinero, puede pasar que se sea demasiado grande para gastarlo en cosa de jóvenes, siempre existirán otras exquisiteces en las cuales dedicar la ganancia monetaria, pero la juventud nunca regresa y la pérdida se encuentra latente.
Leonard había accedido a una comida en un restaurante modesto en el centro de la ciudad con el Señor D. nada que le comprometiera, nada de sexo, nada de coqueteos… pero ¿entonces por qué estaba ahí?
Sentado en una mesa y con poca audiencia en su entorno, Leonard tomaba de su segundo vaso con limonada. Se había arreglado para exaltar todas sus virtudes visuales dentro de la juventud. Estaba leyendo “Mephisto” de Klaus Mann, la película de István Szabó le había encantado, el director húngaro era uno de sus favoritos en la historia del cine. La semana pasada terminó por prestar la película al único chico de la facultad que le atraía, pero éste sin interés no la había visto. Leonard estaba renunciando a los amores jóvenes, renunciando a que chicos de su edad se interesaran en él pues podían tener algo mejor, pero con hombres como el Señor D. ahí parecía un campo distinto. –El amor no vale nada sin poder o posición- se quedó pensando en una de sus reinas predilectas de la historia –Ana Bolena y sin cabeza- últimamente no se podía concentrar en sus lecturas, tenía tantas cosas en la cabeza que si las analizaba detalladamente se remitían a nimiedades. Ese “todo” mental que surcaba sus neuronas, era un “todo” sustentado en la nada… ergo, sencillamente lo que le preocupaba era una nadería.
Se sentía cual tautología con patas. El chico escritor arribista, sentado leyendo una historia sobre un actor arribista. No había más. La juventud dentro del arte, sin dinero, no es nada. Los métodos que cada persona se asegura para la subsistencia son personales tanto como privados, aunque existan maravillosas asociaciones cuasi punkis para hacer proyectos colectivos, aún bajo todo ese altruismo de supuesta ruptura social, altanería juvenil y dislocación al sistema, al final todos ellos sobrevivían gracias al sistema absolutista del arte.
-Llegué tarde- dijo el Señor D, sacando a Leonard de sus pensamientos monetarios.
-Lo noto- cerró su libro y lo colocó al lado suyo, se puso de pié, estrechó la mano del hombre y le dio un beso en la mejilla. El Señor D. se quedó estupefacto. Leonard se volvió a sentar.
-¿Cambiaste tu frase de “lo sé” a “lo noto”?- preguntó el hombre mientras se sentaba tranquilamente- veo que ya ordenaste.
-Sólo un par de limonadas, nada importante.
-Está bien- mientras el Señor D. sonreía apaciblemente un mesero se acercó para tomarles la orden y después de un breve titubeo por parte de los dos, ordenaron algo sencillo –me alegra aceptaras mi invitación a comer. Por cierto, te ves muy bien.
-Gracias, primero por invitarme y después por el cumplido. Preferí vestir bien para que no tuvieras complicaciones en cuanto a tus comentarios sobre mis ojos, mi ropa, mi cabello y todas esas banalidades.
-No quería ofenderte el otro día en la cena de la editorial. Lo que me recuerda ¿estás con el editor ese?
-¿Ludwig?- Leonard se empeñó en mostrar cierta extrañeza frente al comentario, aún cuando sabía que sería de los primeros temas que saldrían a flote.
-Ese hombre. Te habrá contado cosas horribles sobre mí.
-Nada que no supiera de antemano.
-¿En tan mal concepto me tienes?
-No realmente- Leonard sonrió tranquilamente. Le estaba coqueteando con cada conducta. La facilidad dentro de él para seducir a un hombre dependía exclusivamente del interés. Si el hombre en cuestión no le gustaba o atraía, entonces la seducción era sencilla, fingir le era fácil; pero si el hombre le atraía en gran manera, entonces Leonard se quedaba callado y reía tontamente, con la verdad no podía confrontarse descaradamente –Ludwig me está ayudando con unos textos, nada importante.
-Tu escritura es importante, no te degrades.
-Jamás has leído algo mío así que no intentes pulirte con los comentarios.
-Es verdad, pero alguien como tú debe escribir bien.
-No quiero incurrir en los errores especulativos que conlleva esa oración D…- era la primera vez que tuteaba al Señor D.
-Nunca me habías hablado por mi nombre.
-No te emociones- Leonard volvió a sonreír.
-No me emociono ni me ilusiono. Leonard, no te entiendo. Ya no te prostituyes y lo entiendo, ya no estoy casado, mi ofrecimiento principal sigue siendo el mismo.
-Me sorprende que llegues con total descaro y me propongas ser tu amante por manutención…
-No- le interrumpió tajantemente el Señor D. viva y tajantemente, no había nada insultante en dicha irrupción, sólo parecía concreto a la aclaración- no quiero que seas mi amante, quiero que seas mi pareja.
En ese instante el mesero se acercó y le puso su comida a cada uno enfrente de ellos. Leonard estaba ligeramente impresionado. Ser el amante de alguien era una facilidad eminente. Se amante representaba un contacto físico y sexual, una relación no estable y sin compromisos, ser amante de un hombre mayor era ser joven y con dinero. Pero al referirse a él como su pareja, entonces ahí yacía el problema medular de la relación; la pareja es compromiso, y Leonard no quería tener ninguna clase de compromiso con un hombre mayor.
-No puedo ser tu pareja, soy demasiado joven- dijo Leonard una vez que se encontraba lejos el mesero.
-Se es joven para muchas cosas. Me gustas Leonard. Creo eres un chico muy inteligente. Te puedo dar muchas cosas y creo lo tienes presente, pero sobre todo te puedo querer y mucho.
-No lo sé D… apenas te conozco- Leonard atacó fría pero calculadoramente su ensalada- aceptaría salir contigo, pero eso no te da ninguna clase de seguridad. Quiero salir con otros hombres.
-¿Estás enamorado de alguien más?, ¿te gusta Ludwig?, ¿te gusta alguien más?
-No seas tonto D… no estoy enamorado de nadie, eso es para los de corazón débil- Leonard volvió a sonreír- yo, por el momento no creo en el amor.
-Parece que te lo repites mucho para poder creértelo.
-Puede ser, pero lo que es verdad, es que no me he enamorado de nadie en mucho tiempo.
-¿Y que alguien más te guste, bueno, te interese?
-¿Qué edad tienes, doce?- Leonard fue lo más mordaz que pudo con su pregunta.
-Soné a un muchacho de veinte preguntándole a otro si acaso puede tener esperanza alguna.
Leonard se sentía un poco incómodo. Estaba ahí para utilizar al Señor D. quizá económicamente, tal vez sexualmente. Como en la película de “Chéri”, el joven atractivo que se acuesta con la mujer atractiva pero un poco mayor. Ella es una prostituta retirada, él es el hijo de otra prostituta. Belleza e ingenio tiene Chéri, el hombre joven; ella aunque un poco mayor también es bella, pero sobre todo, tiene dinero. Su relación funciona hasta que se enamoran, parece que la tesis de la película es que a una relación entre dos personas de edad dispar, el sexo y el dinero les va bien, pero el amor, eso sólo es un problema.
-La verdad es que no quiero volverme a enamorar. No va conmigo, sólo me saca de mis casillas, me hace irracional, sólo pienso en la persona y mi trabajo decae. Mis piezas, mi escritura, mis lecturas, me vuelto un inútil, aunque un inútil muy feliz.
-Parece que prefieres ser infeliz con todas tus piezas, tu escritura y lecturas antes que ser feliz por un tiempo.
-Creo estoy más cómodo estando decepcionado con el amor.
-La comodidad no trae felicidad.
-Pero sí tranquilidad emocional.
-Entiendo que no quieras y no puedas amarme justo ahora, pero si me das la oportunidad de que salgamos por un tiempo, quizá pueda cambiar tu visión sobre el asunto.
-No soy una cortesana que puedes conquistar con tus promesas de amor inefable e indeleble.
-¿Entonces por qué estás aquí?, presiento que estás confundido.
La confusión siempre es fácil de percibir en un rostro joven, aún cuando la cara pertenezca a un farsante. Leonard se encontraba perdido. Sin gran talento sobre las artes, careciendo de virtud alguna para todo aquello a lo pretendía dedicarse, siendo poco atractivo (más allá de las migajas visuales que le prestaba la juventud), sintió hundirse en la simplicidad de sus pensamientos y la nulidad de sus emociones, ¿era ese hombre el único hombre posible dentro de su vida? Prefería no verlo así, el único hombre en su vida era él mismo.
-Tienes razón, estoy confundido, por lo mismo no sé qué hago aquí- deseó poder levantarse de la silla, dejar el tenedor y unos billetes para saldar su cuenta con el restaurante, pero eso pertenecía al estilo de un Leonard que dramatiza todo en cada instancia. Debía ser un poco más maduro, aunque dicha madurez viniera de la mano con la hipocresía, el cansancio y la diplomacia. Métodos alternativos de miles de artistas arribistas que se adjuntan al sistema para poder sobrevivir.
En ese momento encestó dentro de su propio entendimiento la manera en que triunfaban muchos artistas jóvenes y sin dinero; artistas que se conseguían como “amante viejo” a un tutor, profesor, contacto que les apadrinara, y el término “amante viejo” no incurría en la correspondencia sexual, sino dentro de la misma analogía que se puede practicar al caso de Cherí y mujer/amante/ricachona. Todos estaban destinados a la vendimia por placer o sin él, la cuestión indicaba que la juventud por sí sola no obtenía nada –Depende del talento natural- pensó – y yo no tengo ningún talento específico más allá de actuar todo el tiempo, y ni lo hago bien. Una lástima, qué pena, ¡qué frustración!- Leonard en su exterior seguía comiendo sin mayor alteración corporal que la mano subiendo y bajando, la cadencia de la alimentación, el tenedor a su boca, la lechuga en el tenedor, el plato que contenía la lechuga; frente a él, se encontraba el Señor D. y con él la afirmación de que podía engañar a un hombre, dos, tres o los que fueran necesarios, pero si el único hombre en su vida era él mismo, entonces, ¿podía engañar al único hombre que importaba?, ¿se podía engañar a sí mismo?
-En vacaciones podríamos salir de viaje-dijo el Señor D. e irrumpió en los pensamientos de Leonard –puedes arreglártelas con tus padres, por lo que veo siempre lo haces, ¿qué les dijiste para irte esa noche con Ludwig?
-No tiene la menor importancia lo que les diga o no a mis padres, ¿o será que intentarás chantajearme con decirles algo?
-Eso es para neonatos, además, si les dijera de lo tuyo con el mundo, porque seguro no saben que te prostituías y acostabas con infinidad de hombres… bueno, si les digo lo que sé de ti, entonces seguro te restringirán todo, no podríamos salir y no te tendría para mí.
-El amor en cuestión es una cosa meramente egocéntrica. Me quieres a mí para ti, no es que requieras de mi compañía o desees mi bienestar. No tienes ni una fibra de altruismo, sólo quieres vivir tu reciente aceptación frente a la homosexualidad.
-¿Y tu prostitución?, ¡¿qué me dices de eso?! No creo que seas diferente, seguro te acostaste con Ludwig.
-Eso es irrelevante. De todas formas, yo no voy pregonando por el mundo que amo a la gente. Soy realista.
-Tienes veinte años.
-Veintiún años- Leonard sonrió cínicamente.
-¿Qué me dices del viaje? Siempre decías que te gustaría escapar. Tengo bastante dinero después del divorcio. Fija un destino, ¿París, Barcelona, Venecia?
-Escuché que Venecia se está hundiendo- volvió a sonreír.
-Podría ser tu salvavidas.
¿Podría ser? La tentativa estaba ahí, huir en las odiosas e insoportables vacaciones invernales al lado de la familia, ir a otro continente por primera vez, cual protagonista de “An Education”, querer a un hombre mayor, facilitarle las cosas… facilitarse las cosas.
-No lo creo, puede ser que Venecia se esté hundiendo, pero yo no.
Terminaron de comer y al salir del restaurante el Señor D. ofreció llevarle a casa.
-No gracias, tengo que ver a un amigo.
-¿Quién es? Si se puede saber.
-Se puede. Es mi ex novio Orlando, le estoy ayudando con su cortometraje, hoy vamos a ver las tomar preliminares y afinar su guión técnico, nada especial, lo difícil para mí será escoger a los actores- Leonard no sabía la razón de la última oración. Quizá le molestaba un poco saber quién le interpretaría en la ficción. Seguro sería un tipo atractivo y bien parecido, o quizá alguien horrible y detestable. Con Orlando no se podía ser intermedio, más bien se remitía a ser dicotómico.
-¿Te puedo llamar?
-No durante éste mes. Tengo fin de semestre y me gustaría estar concentrado en mis trabajos.
-Me parece bien, no tienes que descuidar tus estudios.
Ansioso de que no fuera otro error, Leonard le dio su nuevo número telefónico. Se despidió del Señor D. y emprendió su camino hacia el departamento de Orlando que se encontraba muy cercano a la universidad pero muy lejano del centro de la ciudad. Por primera vez en esa ciudad caminó por casi tres
horas hasta llegar a su destino. Tenía tanto en qué pensar y el caminar era algo que le había ensañado su escritora favorita, Virginia Woolf, para aclarar las ideas. “¡Y tendrás que gritarlas!”, le habría dicho ella, “Perderte en tus murmullos y sólo fijarte en que un pie esté delante del otro”. Sin importarle que la gente le viera mal, Leonard caminó murmurando por todo ese tiempo hasta llegar con Orlando.

miércoles, 27 de octubre de 2010

Partir...

Algunas personas para desaparecer de un departamento ajeno dicen: "Hazme un té bastardo" y luego salen corriendo, otras, como lo es el caso de Leonard, sólo dicen "Tengo un desayuno". Acto seguido se recogía el cabello en una coleta y salía por la puerta.
Finalmente había pasado. Se acostó con Ludwig después de un tranquilo coqueteo, sin embargo eso no ponía en perspectiva nada dentro de la aparente relación, pues de cierto modo, la relación no existía. Es más, sólo se refería a un desliz, sobre todo por parte de Leonard quien no quería al editor, sin embargo como en el pasado, el sexo y el amor no tienen porque servirse dentro de un mismo plato. Sobre todo porque apenas se conocían y era demasiado prematuro hablar de amor.
Todo surgió porque Ludwig le llamó al teléfono celular para invitarlo a una cena. El problema se refería a que Leonard seguía encerrado y se negaba a salir de su autoexilio.
-Lo amarás- dijo Ludwig por teléfono.
-Estoy muy ocupado.
-Has tenido el celular apagado por unos días, no es la primera vez que te llamo- se hizo un silencio bastante incómodo- mira, irán los editores de una revista y quiero los conozcas, ya les hablé de tu trabajo.
-¿Cuál trabajo? Sólo tienes un ensayo mío.
-Es bueno, pero desgraciadamente no les hablé de ese trabajo, sino de las ficciones sobre tu vida.
-Esas no valen la pena.
-Me gustaría tenerte pasado mañana en la cena, es casual, no te preocupes, se tú mismo.
-No tengo dinero y llevo fácil una semana sin bañarme.
-Lo segundo se soluciona con un buen baño, lo primero no te preocupes, yo te pago el viaje y te puedes quedar en mi casa.
“¿Dónde he escuchado eso antes?” fue lo único que pudo pensar en su momento Leonard. De cualquier modo no tenía solución la pieza, ya estaba terminada.
-Bien, ¿en dónde te veo?

Estando en la cena, fiesta, un coctel, trago o lo que fuera (como alguna vez dijo Carrie Bradshaw) Leonard se sentía terriblemente incómodo. Ahuyentando su misantropía intentó hablar con un par de individuos bien vestidos bastante elegantes pero poco inteligentes. Uno de ellos era extremadamente atractivo, pero él ya no se hacía ilusiones, ciertamente desde hacía unas semanas atrás se creía sobradamente feo, quizá sus problemas de baja autoestima provenientes del colegio le estaban afectando. No pudo más que reír ante la fría tentativa. Él volviendo al colegio de la escuela secundaria, el pobre niño nerd regordete ofendido por cualquier comentario. Después la amarga experiencia de distintos rechazos amorosos, ahora, la ya nada novedosa experiencia de sentirse poco atractivo. Ahí de pie, ese momento donde no vestía nada hermoso o que le hiciera lucir interesante, con su cabello agarrado, portando un nuevo peinado que él mismo tituló “La matrona rusa”. Estaba algo cansado. No solía pasar tanto tiempo rememorando, eso sólo le traía malas reacciones, sólo que antes, en los primeros semestres, él era distinto por cada poro, pesaba un poco más, vestía muy mal, pensaba de forma distinta, era poco letrado y lo único bueno que tenía eran sus ganas de aprender… ahora, sus ganas de olvidar.
-¿Y qué piensas sobre eso Leonard?- preguntó uno de los hombres elegantes con los que se encontraba Leonard de pie a un costado del salón de eventos.
-¿Perdón?- no podía creer le estuviera pasando eso. Perderse en plena conversación sólo por estar prestando más atención a sus monólogos interiores.
-Sobre los documentales ¿qué opinas de los nuevos temas? Creo que son bastante cotidianos. Dentro de esa aparente monotonía lo único que logran es el desinterés y no la empatía. ¿Qué piensas tú?
-¿Honestamente?- Leonard guardó silencio por un momento- bueno, soy muy malo comentando documentales y cortometrajes. Me parece es muy fácil criticar un documental o una producción sin antes efectuar alguna en la técnica. Suele ser que la teoría es más fácil que la práctica.
-El chico cree que eres un criticón- dijo otro de los hombres ahí presentes.
-No, claro que no- Leonard llevó la mano derecha a su pecho y movió la cabeza en signo de negación- creo, sí… creo que la cotidianidad puede ser obsoleta si se lleva a un grado hiperrealista dentro del documental, a tal grado que sólo importa a los allegados al tema, sea la misma persona retratada en el documental, familiares, amigos o el mismo realizador, que muchas ocasiones es cualquiera de lo anterior. Por lo mismo pierden objetividad y creen que el tema de su documental es importante. Al final sólo las personas dentro de nuestra propia cotidianidad sabemos el grado de importancia que tienen las cosas, pero eso no significa que todas tengamos el talento para comunicar esa importancia e interés.
-Pero todo es cotidiano, todo es común de alguna forma. Sólo temas aparentemente exóticos son netamente desconocidos, y eso sólo bajo la visión de un esnob- dijo el hombre elegante.
-Claro… pero ¿y qué pasa con aquello que realmente nos es desconocido o puesto con una nueva visión? Todo documental es una visión subjetiva del acontecimiento vista desde la lente del documentalista y su equipo de producción. La vida es tan basta como el saber… y las vivencias, y todo. Es inagotable.
-Mucha fiereza para estar en la era postmoderna- concluyó el hombre elegante antes de echar una risotada.
Leonard prefirió separarse del grupo e ir a la mesa de los bocadillos. Odiaba rondar dicha mesa, le hacía parecer un necesitado o interesado, pero en ese momento estaba necesitado e interesado de la separación de cierto grupo social.
-Suis pathétique- susurró para sí mismo.
-Pour rien- contestó un hombre a sus espaldas. Siempre a sus espaldas los hombres que intentaba olvidar aparecían de la nada. Era el Señor D, aquel con el cual se había acostado infinidad de ocasiones. El Señor D era un doctor ligeramente acaudalado que había tomado a Leonard como prostituto predilecto, pero la relación terminó cuando Leonard se internó y el Señor D empezó a divorciarse, por lo tanto requería espacio.
-Hola…- Leonard se quedó callado, no esperaba ver a ese hombre dentro de la reunión.
-Casi no te reconocí cuando te vi desde el otro lado del salón, pero entonces parpadeaste y supe que eran tus ojos. Tus tristes pero hermosos ojos.
-Mientes con todas las palabras que salen de tu boca. No has perdido el toque adulador.
-No es del todo un halago, he dicho que son tristes más no por ello dejan de ser hermosos, es más, creo el que seas una persona tan triste te hace hermoso dentro de lo que cabe, porque debo decirte que no te ves muy bien.
-Gracias… creo o quiero creer.
-No me agradezcas nada, no fue muy cortés de mi parte lo que te acabo de decir. ¿Qué ha sido de ti? Cambiaste de número teléfono ¿verdad? No te pude contactar.
-Lo cambié, ya no me prostituyo. Estoy intentando terminar mi carrera…
-Me divorcie. Hace más de un mes que estoy libre. La mayoría de la gente aquí presente sabe que soy gay, después de todo eso ayudó en el juicio.
-Me alegro tanto por ti…
-Leonard. Está bien que te des a desear, supongo que tanta literatura francesa se te ha metido en la cabeza, pero quiero que entiendas soy un hombre libre con todas las palabras que salen de mi boca. Me gustaría volver a salir contigo sin escondernos, sin evadirnos, sin pagarte- El Señor D terminó de hablar con tono calmo. Siempre había sido esa su forma de proceder en persona, pero Leonard estaba seguro que si esa conversación se hubiera dado por teléfono, entonces, el hombre habría gritado con gran enfado.
-No estoy buscando una relación. No quiero problemas, no quiero compromisos.
-¿Te era mejor el dinero?- preguntó tranquilamente el Señor D
-Me caía mejor el dinero- dijo Leonard en tono desafiante.
-Leonard- dijo Ludwig metiéndose en la conversación- veo que ya conoces a uno de nuestros lectores más acérrimos de la editorial, él es el Señor…
-Ya nos conocemos- le interrumpió el Señor D.
-¿De dónde se conocen? Si se puede saber.
-¿Por qué no se lo dices tú Leonard?
Leonard entornó los ojos. No caería en el estúpido remordimiento de la escena del cliché. Nada de sospechas, nada de arrepentimientos, no sería poca cosa, estaría feo pero no inseguro, no con su peinado de matrona rusa.
-Trabajé para él por un tiempo, le ayudé con los documentos de su divorcio.
-¿Qué?- Ludwig no tuvo más que una cara de extrañeza ante tal respuesta.
-Sí, tenía un desastre en su estudio, le ayudé a clasificar sus documentos del divorcio, de pacientes, de contratos, cosas así, es que soy muy ordenado.
- Me ayudó a hacer limpieza, tanto que me encontré con lo que realmente necesitaba. Le debo mucho es este muchachillo.
-Me alegra. Acaban de decirme los documentalistas que los insultaste de una forma desmedida pero honesta. No sé realmente si les agradaste- dijo Ludwig- pero bueno, es momento de marcharnos. Tengo que regresarlo a casa a tiempo porque sino sus padres se molestarán.
-Claro- sonrió el Señor D.
-Adiós- Leonard estaba algo molesto con eso de “regresar a casa”. Ni siquiera había conocido a los editores por los cuales estaba ahí. Igual siguió a Ludwig quien le llevó a su departamento.

-No quiero que te involucres con ese hombre- decía Ludwig mientras conducía.
-¿Por qué? Siempre ha sido muy amable conmigo.
-Por eso. Apenas se divorció y se rumorea contrataba chicos para acostarse con ellos.
-¿Chicos como yo?- preguntó Leonard irónicamente.
-Sí, chicos de tu edad pero dedicados a la prostitución. No sé qué es lo que pasa por la cabeza de esos tipos, mira que acostarse con alguien por dinero, con alguien tan despreciable como lo es ese hombre. Es un gran doctor, pero se divorció precisamente de su esposa porque era un gay de clóset.
-¿Qué esperabas? No creo la vida le fuera fácil en su época de juventud. Nuestro país es muy conservador en esos aspectos.
-Mira que yo tengo quince años menos que él y todo mundo sabe que soy gay- un silencio abrumador inundó al vehículo en movimiento.
-Yo no lo sabía- rompió el silencio Leonard después de un lapso prolongado- y mira que no tienes quince años menos… tendrás veinticinco.
-Como sea, no quiero que lo vuelvas a ver.
-No tienes potestad sobre mí. Sólo yo puedo decidir a quién veo.
-Te ayudo a editar tu libro, pero no lo vuelvas a ver.
-Coerción o soborno, eres igual que ese hombre.
Ludwig paró el coche de un golpe. Se quitó el cinturón de seguridad y volteó a ver fijamente a Leonard.
-Mira chico, no quiero que te involucres con él, hazme caso- regresó el enorme silencio al vehículo, pero ahora el editor tomaba la mano del bobo escritor- se ve que eres un buen chico, estudioso e inteligente.
-Está bien. Gracias por el consejo- al decir esto Leonard soltó suavemente la mano de su acompañante. En todo el camino al departamento estuvieron en silencio.

El departamento de Ludwig no era como él se lo imaginaba. Esperaba algo pequeño pero de buen gusto. Al contrario, era grande pero con una nulidad en cuanto “al gusto”. Estaba prácticamente vacío, de amplias paredes blancas, cortinas blancas, un sofá, una televisor, una cama grande igualmente blanca, una bonita vista a una fea ciudad. Era mejor de lo que había esperado.
-Deja tus cosas donde gustes.
-No pude hablar con los editores- justo en el departamento y con la charla del automóvil, Leonard se sentía un joven estúpido, quizá bastante ingenuo. Era evidente que Ludwig estaba intentando tirárselo desde el primer momento en el que le preguntó si podía tomarle una fotografía, y ahora sentado en el sofá de aquel hombre, no había duda de ello ¿editores? ¡Qué editores sino una farsa!
-No asistieron. La verdad es que era una fiesta menor.
-¿Eso era una fiesta?- dijo Leonard con mucho sarcasmo.
-No- Ludwig llegó a espaldas del sofá y se sentó sigilosamente al lado de Leonard- era un pretexto para traerte aquí.
-Lud, mira, sí que eres atractivo y todo un profesional, un gran partido, inteligente, algo adinerado, pero no quiero una relación justo ahora…
-No te traje para tener específicamente una relación.
Leonard se sintió como en una absurda novela romántica escrita por esas torpes mujeres que quieren simular a Jane Austen, pero que en urgencia de sus calenturas corporales, olvidaban la elegancia del relato. Sólo que eso no era un relato, sino que lo estaba viviendo. Un prometedor editor. Nadie, desde el insufrible doctor, se había interesando en él.
Se besó con el editor y al final tuvieron sexo en su departamento mínimal. A la mañana siguiente tomó un baño de forma presurosa y dijo “Lo siento, debo irme, tengo un desayuno”. El problema fue que el editor no le creyó ni por un instante y no lo dejó partir…

domingo, 17 de octubre de 2010

Ese niño Gerber: cuestiones de nacimiento y crecimiento

-Claro- dijo Leonad- ¡claro que sí!, es obvio que preferiría mil veces ser una especie de Kristof Kieslowski antes que James Cameron, ¿por qué la pregunta Sue?- Leonard hablaba con su amiga Susana por su teléfono celular. La última semana se la había pasado encerrado en su habitación, producto de una pieza que se negaba a ser gestada.
-Quería invitarte al reestreno de “Avatar”- dijo su amiga del otro lado del auricular, y específicamente, al otro lado de la ciudad.
-Bromeas ¿verdad?- bufó Leonard por el teléfono. Lo único que tenía activo era ese celular. Ya había arrancado el teléfono de la línea de su casa cual Sartre pero sin el ingenio del teórico existencialista; también cerró su puerta con seguro por la parte de adentro; cerró sus cuentas tanto de chats sociales así como sexuales. No deseaba saber nada del mundo hasta que la pieza estuviera terminada.
-Claro que bromeo. Te conseguí la primera película de Kieslowski.
-¡¿BLIZNA?!
-Esa misma, “La cicatriz”, ¿Qué te parece una charla de café?
-No puedo… ¿es un chantaje verdad?...
-Bueno, en parte. Carlota me habló y me dijo que tienes una semana metido en tu habitación, como la canción de Mecano sólo que tú intentas producir algo aparentemente grandioso.
-Es mala, la obra va mal… llevo dos días sin bañarme. Antes de juzgarme considera que es poco tiempo.
-Tu habitación luce como en reconstrucción.
-Mi hermana no debería hablar contigo tan seguido. En fin. Sue, aunque amo a Kieslowski no puedo ir justo ahora, ¿te parece la próxima semana?
-Está duro si no quieres salir por una película de tu director favorito, eso y una de tus amigas más antiguas.
-Sue, no hagas eso, tú estás sobre todos esos chantajes emocionales.
-Como dirías tú: lo sé. Sale pues, nos vemos la semana entrante.

Leonard no sentía más que pena al dejar a su amiga y director de cine favorito para continuar una pieza destinada al fracaso, pero no podía parar, Shirley le entonaba por las bocinas de su computador la canción “Happy Home” y Garbage inundaba su habitación.
-La basura- pensó- la basura inunda mi habitación- tomó la brocha y volvió a lo suyo. Era la tercera capa que le daba al muro y ya alucinaba el color blanco, le pareció risible que el blanco significara la igualdad, cuando por falta de la misma estaba ahí sometido ante sus propios demonios- Berger tiene toda la culpa. Él y su inaudita forma de producción, para que después me venga a echar esa mirada de “tú eres trivial” y confirmarlo con el diálogo “pero si eres un citadino nada más”, ¡claro!, con esa mirada y ese diálogo lo único que concreto es que para él soy un citadino bastante trivial. Sólo faltó decirme “a ti que todo te fue dado”. ¡Desgraciado!
Evidentemente Leonard estaba teniendo una mala semana provocada por una histeria personal vinculada al chico que él creía extremadamente talentoso –Ese Berger… ese niño Gerber- mascullaba- pero ya le enseñaré a todos los que me toman por un citadino banal y esnob prepotente. Ya les mostraré que puedo producir obra tan buena como ellos y que no sólo soy un bobo escritor- la culpa no la tenía más que Leonard, quién teniendo el ego bastante hinchado fue desinflado por un par de frases por parte de alguien a quien admiraba. De la noche a la mañana Berger se había erguido como el estudiante perfecto: actor, teórico, fotógrafo, bailarín y posiblemente cantante. El problema fue cuando le dijo a Leonard: No podrás ver lo que yo porque tendrías que volver a nacer. No sé como lo veas tú desde tu mirada de chico citadino.
-¡Decirme que más me valiera volver a nacer!- medio gritoneó en su habitación el bobo escritor- ¡Pero ni en la cátedra eclesiástica me han insultado tanto! Me niego a creer que es necesario volver a nacer para tener conciencia sobre aquello que me ha sido vetado por el simple hecho de no nacer en un contexto específico- para Leonard era difícil comprender que por más estudio que tuviera jamás alcanzaría los niveles de comprensión de otros de sus compañeros cuyas experiencias en la infancia le habían brindado. Él que sólo se la había pasado en su habitación leyendo por tanto tiempo, ahora le decían que de nada le servía- ya lo verá, presenciará algo natural e innato, y no sintético como me dio a entender- aventó la brocha sobre su cama y manchó las sábanas- ¿pero será posible?, ¿jamás entenderé nada de lo que él ha vivido?, él tan pleno que es ¿será que logra todo lo que se propone por las oportunidades y restricciones que tuvo en los primeros quince años de su vida?, ¡quince años!, creo que a esa edad lo único que yo hacía era leer el cuarto tomo de Harry Potter y ver algunas películas de fantasía, ni llegué al grado de otros escritores prodigio para leer a Poe, Kafka o Lovecraft. Y él… ¡y él! no tuvo más que cultivar el físico y la habilidad física porque vivía alejado de la ciudad, y ahora que vive en ella la explota al máximo, mientras yo estoy, y estaré, en el intersticio. Aquí en mi ciudad de provincia no logro más que encerrarme a producir. No tengo acceso a programas o eventos culturales, a becas, talleres, al teatro, al cine, no existe nada más que lo netamente comercial, ¡ni un buen puesto de piratería sobre cine de arte tenemos!, pero claro que él aprovecha vivir en la ciudad donde se encuentra la universidad, ahí todo marcha sobre ruedas ¡no lo sabré yo que viví dos años ahí!- se quedó por un momento mirando al vacío para después explotar en cólera- ¡pero ni lo aproveché! Sólo me metí en un par de juntillas sociales a beber cocteles y probar canapés… Lo que daría por regresar a la ciudad, lo que daría por estar en el apabullante ritmo de la ciudad y su siseo imparable durante la noche. La vida nocturna y las escuelas vespertinas. La ciudad, la universidad, la gente corriendo por las aceras para ir por el desayuno o cultivarse en su curso matutino; mojándose las ganas de aprender más. Amaba esa ciudad y ahora me sofoco en la absurda monotonía de la extra provincia. No estoy teniendo ningún avance, voy en retroceso mientras los demás, el mundo mismo, siguen girando sobre su eje. Repite la vuelta una y otra vez, reiterando y rectificando el ritmo. No soy más que un trauma malinterpretado por la sociedad. Tendría que estar produciendo obra seria, textos serios, ser más serio. ¡Carajo!- volteó hacia donde se encontraba la brocha chorreante. Seguramente le costaría mucho trabajo sacar la mancha, es más, se resignaba a que nunca saldría- ¡carajo!
De fondo Shirley Manson cantaba “Androgyny” y eso a Leonard le parecía bastante irónico. Ella decía:

When everything is going wrong

And you can't see the point of going on
Nothing in life is set in stone
There's nothing that can't be turned around

-Sí claro- rió Leonard lo más alto posible- como digas mujer. Yo sin una buena pieza, sin experiencia, sin oportunidad de cultivarme y sin novio, no sólo quedaré solterón sino también seré un ignorante.
¿Por qué le frustraba tanto los avances de un chico como Berger?, ¿por qué él niño Gerber había logrado tanto en tan poco mientras él apenas podía mantenerse en dos piernas? Gatear, caminar, correr o volar, en el arte uno nunca sabe realmente en qué estado se encuentra, siempre existe una terrible subjetividad en la evaluación de las piezas y los proyectos, así como una devastadora autocrítica por parte de quién efectúa la obra. Leonard quería volar en muchos aspectos aún cuando las piernas no le reaccionaban.

Shirley empezó a cantar el coro:

Boys

Boys in the girl's room
Girls
Girls in the men's room
You free your mind in your androgyny
Boys
Boys in the parlor
Girls
They're getting harder
I'll free your mind in your androgyny

A la par Leonard retomaba su brocha y daba una cuarta capa de pintura a la pared –El blanco será blanco o no será- fue lo último que pronunció en voz alta ese día.

lunes, 11 de octubre de 2010

Lo añejo del suicidio

El suicidio, le dio a entender el filósofo Slavoj Zizek a Leonard, debe ser permitido sólo si es propiamente metafísico – Aunque al final creo el suicidio metafísico es imposible –pensó Leonard- Zizek es un utopista, por lo mismo muy idealista, creo que con eso sólo dice expresamente que no es permitido matarse por bobadas, nada de sentiste triste o tener un mal día, nada anímico, nada orgánico. Ser metafísico es razonar, y una persona así no se suicida con facilidad; ni el mismo Zizek lo haría, aún cuando encontrara la razón puntual y metafísica para hacerlo- sorbió un poco de su té de hierbabuena, ya no tenía permitido tomar tanto café; su doctor le dijo que dentro de poco tiempo desarrollaría una catastrófica gastritis, así que mejor se cuidara un poco más- el suicidio por el café –sonrió lúcidamente- Mishima se mató por cuestión de idealismo, la falla frente al debate es la muerte. Como bien nos dio a entender Teresa Margolles, el suicidio es la nota final de lo irreversible, después de ello ¿Qué se puede hacer? No hay nada, y para finalizar la acción el suicida deja una nota dedicada a un par de personas específicas- dejó la taza de té sobre la mesita del café. Se encontraba en un establecimiento sumamente caro para sus ingresos, pero aquel lugar le gustaba, daban el mejor té natural dentro de la ciudad y él tenía la tarde libre.

Acababa de ver a Orlando por asunto de su guión. Le hizo un par de correcciones nada sustanciales que muy bien podía tomar o ignorar. Orlando se había mostrado tranquilo pero algo distante, al parecer aún no le perdonaba el haberle dejado en la exposición para después irse con un extraño. Le reclamó en su momento.
-¿Y con quién te fuiste?
-Con un conocido, nadie especial.
-¿Quién es?, ¿cómo se llama?
-Se llama Sid, le conozco de una de las tantas exposiciones.
-No es tu tipo, no se nota que sea muy letrado- dijo Orlando alzando ligeramente una ceja.
-Jamás dije que fuera mi tipo… aunque sería prudente definieras el término “tu tipo”, y dentro de qué términos alguien puede ser “mí tipo”, ¿mi tipo de amistad, coqueteo, romance? - la voz de Leonard era cálida dentro de la cortesía mutua, pero por lo mismo se tornaba demasiado distante e impersonal. Como quién dice “salud” a la persona que estornuda, o “gracias” cuando le ceden el paso. Leonard era propio y encantador, cosa que Orlando sabía identificar muy bien, pocas personas se resistían al poder de su sonrisa así como a su tono de voz edulcorado pero certero al momento de querer conseguir lo que deseaba.
-Tu tipo de persona, cualquier tipo que frecuentes y ya.
-Por supuesto- en ese momento Leonard tenía el guión de Orlando entre manos y no pudo más que desviar la mirada al escrito para revisar una vez más las correcciones que había hecho.
-Es en serio Leo, no me ignores. No es tu tipo de persona, se le ve que es un chico reventado y muy liberal, tú eres… más recatado.
-¿Recatado como alguien snob o como una monja sin piedad?- sonrió Leonard al alzar la vista del guión –deja ya de una vez por todas de decir que no es mi tipo de persona, yo sé muy bien con quién me relaciono. Sid es sólo un chico que me acompañó a la terminal de autobuses.
-Pudiste habérmelo pedido a mí- Orlando no usaba un tono de reproche, más bien de desilusión, como aquel que se ha dado cuenta es prescindible en la vida de aquel a quién estima.
- Te vi muy ansioso en la exposición, creí querías escuchar a la banda- Leonard había regresado al escrito y hablaba sin despegar la mirada a las hojas.
-¿Qué tanto revisas?, ¡mírame por favor!- Orlando estaba ligeramente exasperado, y cuando Leonard le vio a la cara no pudo más que sentir un poco de gracia ante la aparente alteración de su compañero de mesa. Le recordó a Berger, aquel chico de la facultad que deseaba estudiar actuación; sólo lo había visto en un par de cortometrajes, pero era usual en él terminar llorando en alguna escena. El procedimiento siempre era el mismo: La toma era muy cercana a la cara de Berger, quién se ponía muy rojo y empezaba como a hincharse para que después le brotaran las lágrimas. Sin ese procedimiento meticuloso parecía que las gotas del aparente sufrimiento no surgían. En muchas ocasiones, después de ver su actuación, Leonard se preguntaba en qué pensaba Berger cuando lloraba frente a la cámara, ¿era que pensaba en algo o sólo por el efecto de enrojecerse e hincharse salían las lágrimas? Inclasificable, al menos Leonard sabía para sí mismo que no era bueno actuando, ya que para él la actuación dependía exclusivamente de la atracción del sentimiento primario. Si quería representar la felicidad, entonces debía pensar en cosas felices; si deseaba llorar, entonces se concretaba a recordar cosas tristes, depresivas e incluso terriblemente traumáticas. Por ello la actuación no se le daba, era una eterna rememoración de lo que había sido su vida hasta el momento. Pero en el caso de Berger, un chico tan alegre y encantador, ¿qué le incitaría al llanto? Pero sobre todo, frente a él, Orlando, ese chico con una facilidad para la actuación social, ¿en qué estaría pensando justo en ese momento para representar el papel del ex amante ofendido?, ¿estaba haciendo una representación dramática, o sólo una presentación innata y libre de sus sentimientos?
-Que llore si lo que quiere es llorar- pensó Leonard mientras volvía sus ojos hacia el guión y continuó hablando:
-Creo que no podemos decir que es una adaptación de “Las amistades peligrosas”, bien podríamos utilizar eso para atraer al público, pero sondee a nuestro público más letrado y puedo decirte que Laclos no es de sus autores más conocidos.
-Como si Virginia Woolf lo fuera- bufó Orlando.
-Claro que lo es. Yo la puse de moda en la facultad- sonrió Leonard aún leyendo el guión.
-Está bien. Mándame el guión con tus correcciones y nos vemos en la semana. Tengo clase dentro de una hora.
-Pensé que tenías la tarde libre- suspiró Leonard sin dirigirle la mirada- es una pena, creí la pasaríamos juntos- sólo lo estaba tentando. Justo en ese momento que no sentía ni la menor estima por su ex novio, únicamente un ligero agradecimiento por ayudarle a encontrarse consigo mismo. Leonard gustaba de ver las reacciones de aquel muchacho que no sabía ni siquiera qué sentir.
-Lo mismo creía yo, pero estás muy ocupado con el guión.
-Está bien. No pagues, yo lo haré por los dos. Nos vemos luego- seguía ignorando a Orlando, así lo prefería, así lo deseaba, y aunque no tenía dinero, sabía sonaría petulante decirle que la cuenta iba por su parte, que sólo era un gasto fácil de consumar y nada más.
-Adiós- se despidió de modo cortante Orlando.

Desde entonces Leonard llevaba un tiempo sólo en aquel café con su libro de Wittgenstein sobre la mesa y su ensayo de Diane Arbus. Apenas la instructora le había regresado su escrito con un par de correcciones, nada garrafal, al parecer se estaba puliendo.
-Mi tocayo- apuntó un hombre algo alto y bastante elegante a su lado, casi detrás de él. Leonard no pudo más que voltear y alzar la cabeza. Era Ludwig.
-Ah…- divagó, los hombres intelectuales, o los de “su tipo”, como diría Orlando, le ponían algo nervioso –Lud… hola, ¿cómo estás? Ya no te pude ver ese día en la exposición- le sorprendió con cuánta impropiedad le hablaba a un extraño con el cual apenas había caminado un par de cuadras en la oscuridad, y al que además le había negado un par de fotografías.
-Bien- contestó Ludwig al rodear la pequeña mesa- ¿me puedo sentar?
-Adelante, claro…
-Gracias. Sólo vengo por un café expreso para llevar. Tuve una semana horrible y cansada en la editorial. Necesito un café para terminar la revisión de un escrito. Sólo te acompaño en lo que me lo dan, ya lo encargué.
-Debe ser devastador tu trabajo- fue lo único que pudo concretar Leonard cual colegiala absurda.
-Un poco- Ludwig desvió su mirada hacia el libro de Wittgenstein que se encontraba sobre la mesa- ¿te gusta?- acto seguido tomó el ejemplar en sus manos- a mí siempre me ha parecido un poco confuso.
-A mí me parecer muy lúcido… claro, no digo que lo entienda en su totalidad, tiene muchas cosas que se me escapan.
-Seguro- Ludwig revisó el libro, la contraportada y el índice, o eso parecía que hacía- me gustaría editar cosas así de poderosas. Suena absurdo, lo sé, pero últimamente los escritores de éste estado se preocupan demasiado por la poesía ¿no crees?
-Ya me gustaría poder escribir poesía.
-Pero Leo, tú escribes, algo así me dijiste.
-Escribía… bueno escribo…- entonces dirigió su mirada a su ensayo sobre Diane Arbus que se encontraba ahora descubierto por la ausencia del libro de Wittgenstein. Lo miró rápidamente como un niño que ve de reojo su travesura frente a la madre.
-¿Es tuyo?- entonces Ludwig dejó el libro y tomó su ensayo- ¡sí!, es tuyo.
-No es nada, sólo una tontería para una clase- se excusó algo apenado ante sí mismo por degradar su propio trabajo.
-¿Me lo prestas? Me gustaría leerlo. Bueno, por lo que recuerdo, me dijiste que tu única novela conclusa no las ha publicado y no tienes interés en hacerlo.
-Claro que tengo interés en hacerlo… sólo que es muy mala, le falta pulirse para que al menos sea medianamente mala.
-Entonces me prestas tu ensayo… oh… ya veo, es sobre Arbus. Nunca me ha gustado su obra, quizá cambies mi visión sobre ella. No me gustan las mujeres que se suicidan, son muy… pasionales.
-Eso suena algo misógino.
-No me malinterpretes, nada más creo que la mayoría de las mujeres suicidas parece que no se matan por ellas, por algo ontológico, sino por cosas circunstanciales.
-¿Pero qué es la vida sino un conjunto de circunstancias?
-Bueno, sí, circunstancias un poco ajenas a ellas. Como Arbus, aunque no me gusta, acepto que era buena fotógrafa y quizá tenía varias cosas resueltas en su vida…
-Creo evidentemente necesitas llevarte mi ensayo- bromeó Leonard con una sonrisa en la cara –pero ¿sabes? El suicidio siempre ha sido algo muy presente en mi cabeza. Antes que llegaras estaba pensando en Zizek y su visión del suicidio.
-Pero Zizek es un amargado. Un chico tan inteligente y atractivo no debería desperdiciar tanto tiempo pensando en esas cosas del suicidio y leyendo a gente vieja- fue en ese momento cuando llegó la mesera y le entregó su café- bueno, te dejo. Busca autores más frescos. Cuídate, ¡ah!, ya pagué tu cuenta- Ludwig desapareció por la salida principal dejando a Leonard con las mil y un palabras en la boca, algo que poca gente lograba.

martes, 5 de octubre de 2010

Los problemas con una idea preconcebida

En el país donde había nacido Leonard y en el cual vivía actualmente, el matrimonio entre personas del mismo sexo sólo estaba permitido en un estado, que era a la vez, la capital. Apenas conocía un par de parejas gay casadas, y la mayoría lo habían hecho después de haber estado juntos casi una década; al parecer dentro de dichas asociaciones maricas, el matrimonio era sólo la confirmación social del amor y el compromiso, pues ahí el primer hervor no tenía nada que ver.
El matrimonio, para Leonard, era una cuestión dicotómica. Se casa uno por razón social (que envuelve la imagen social, los intereses económicos, los bienes mancomunados, la asociación entre dos personas como tal); o por amor, así de sencillo. No existían puntos medios, mixturas, matices o lo liminal, el intersticio se encontraba caduco, por primera vez la función fática del momento importaba más que el contexto, pues al final, ante la propuesta del matrimonio sólo existen dos respuestas: “sí” o “no”.
Leonard no pensaba en atarse a una persona por cuestiones sociales, arribismo o pura imagen gregaria, al igual que a Carrie Bradshaw, a él le faltaba el gen nupcial. No pudo dejar de preguntarse ¿para qué casarse? Era evidente que nadie desea quedarse sólo, la compañía en su actualidad se definían por ser amigos, hermana y padres, no obstante los amigos se disgregan y no se puede vivir a su costado; la vida junto a los hermanos y hermanas son dignas de una era gótica más no postmoderna; y los padres evidentemente no viven para siempre (y aunque suene cruel, Leonard estaba feliz con eso). Se estaba preparando para una vida dentro de la soledad, uno de los miedos más usuales dentro de la sociedad occidental.
El problema no era tanto el matrimonio, sino su reacción ante él. Cuando supo que una de sus primas iba a casarse no tuvo más que una reacción: horror. Después supo que una de sus compañeras de generación dentro de la facultad se iba a casar, a lo que se dijo: quizá sea para ella eso del matrimonio. Pero en suma todas esas reacciones podían bien ser una falacia.
No solía pensar mucho en la supuesta santa unión desde que se deslindó por completo de su heterosexualidad así como a los lineamientos moralistas de su familia. Tenía en claro que la gente podía o no casarse, era cuestión de elegir, algo curioso, pues cuando pequeño pensaba que todos, sin excepción alguna, debían casarse. Después al encontrarse frente a su homosexualidad no pudo más que concretar que el matrimonio ya no era una opción, no hasta que lo legalizaran en su país.
Así, cuando estaba viendo las noticias y apareció la nota periodística de que el estado donde él vivía y estudiaba podía convertirse en el segundo estado dentro de su país que permitiera el matrimonio entre dos personas del mismo sexo, sólo pudo pensar “Y yo sin novio”, después se sintió el hombre más ridículo del universo.
Él que no creía en el matrimonio, y actualmente tampoco en el amor, se descubrió pensando que si acaso legalizaban el matrimonio de homosexuales en su estado, él no tenía novio -¡¿Pero para qué carajos lo quiero?!- se recriminó al apagar el televisor- el matrimonio, sea entre personas del mismo sexo o de sexos opuestos, no es una asociación que se deba tomar a la ligera. No es que deba ser en la actualidad algo que dure toda la vida, pero se debe tomar en serio si es acaso que te vas a lanzar a profesarlo y vivirlo, de todas formas, el divorcio no es algo muy viable que digamos- Leonard refunfuñaba para sus adentros cuando subía las escaleras hacia su habitación. Se volvería a encerrar en ella. La gente a su alrededor le preguntaba porque ahora se inclinaba más por el exilio voluntario. La razón era simple: la falta de dinero, su economía no iba muy bien, y era algo usual en él que su humor estuviera acorde a su economía. La culpa la tenían todos esos libros y su imposibilidad para no comprarlos. Haciendo cuentas se pudo percatar que fácilmente una tercera parte de su presupuesto mensual lo gastaba en libros.
-Da igual, ¿de qué sirven tantos libros si no puedo concretar una idea fija sobre el matrimonio? Es una idea tan preestablecida, tanto que cuando era niño pensaba que los aún los padres te escogían la pareja para casarte. Después me di cuenta que la cosa era mucho más complicada pues uno era quién la escogía… ¿para qué casarnos? La homosexualidad ha roto tantos cánones que me es imposible pensar que ahora nos instalemos felizmente en uno de ellos. ¿Han existido tantas feministas en la historia para que al final, los feministas de ahora esperemos un “Y ahora los declaro marido y marido… mujer y mujer”? Parece ser que sólo estamos derruyendo los principios iconoclastas de nuestra ética marica.
Cuando tomó su clase de “Cine queer”, su instructora dijo “Ya vimos muchos documentales sobre la vida homosexual en distintas culturas, les pregunto si quieren que sigamos en esta línea o prefieren que veamos un poco de películas cursis que hablen sobre amor. Porque no hemos tocado el punto del amor y al final es por eso que hacemos todo esto… por amor”.
-¿En verdad se acepta uno gay por amor?- se preguntó Leonard en aquel instante y ahora lo volvía a hacer- amor no es lo que busco, incluso sólo quiero satisfacción física, lujuria, sexo y nada más, pero…- la gran interrogante se hacía evidente. Sí. La respuesta era un rotundo “SÍ”, la gente acepta su homosexualidad por amor. Él mismo la había aceptado frente a Orlando, porque en aquel entonces le amaba demasiado. Aunque anteriormente había sentido lujuria por otros hombres, no se atrevió a lanzarse ante el pozo de la aceptación y la existencia bajo la tutela de la homosexualidad; fue hasta que conoció a Orlando cuando se dijo a sí mismo que valía la pena toda la contrariedad, el abuso social, la lucha contra el miedo, que valía la pena dejarse amar y tocar por un hombre que a la vez pudiera ser amado y tocado. Efectivamente se había enamorado –entonces vengo a decirme a mí mismo que estoy frustrado por un amor frustrado, ¿no?- pensó de forma risible –Orlando ya no me importa, pero cuando me enamoré de él y rompimos fue como si el mundo careciera de interés. Actualmente es distinto, actualmente no creo en el amor.
Ni en el amor, ni en la paternidad. No quería ser esposo de nadie, ni padre de nadie. Como una especie de reina virgen, de Elizabeth I, requería erguirse para ser su propio dueño, ser independiente con el tiempo, “No existirá ningún señor aquí –dijo Elizabeth I- sólo habrá una señora”, el problema es que Leonard era hombre y quizá se estaba aferrando demasiado a los sistemas de las feministas retro. Sin matrimonio o maternidad, sin el falo dentro o fuera del organismo, ¿se podía ser una mujer completa? Al final, si Leonard no fuera ni por asomo inteligente (como muchos de los homosexuales letrados y algo viejos que conocía) como para dedicarle su vida al estudio, si no podría llegar al grado de los eruditos o quizá lo hacía pero terminaba como Paco Vidarte o Michael Foucault, ambos bien muertos por causa del sida (aunque siempre pensaba que era una blasfemia compararse con tales teóricos del arte) ¿qué le queda al homosexual que no se selecciona como esposo, amante, compañero, pareja de alguien? Y ahora, gracias al aparente avance dentro de su país, hasta podría ser padre. Cuestiones que muchos de los homosexuales del pasado no podían más que soñar –Ellos no se podían casar- pensó- ellos no podían adoptar o fijar cualquier otro procedimiento para tener hijos… ellos tenían menos opciones para elegir, yo al contrario tengo más para desdeñar. ¿Estoy despreciando los avances de mis antecesores? Al parecer el homosexual pasa por etapas tan definidas como escalofriantes, tanto que seguimos sin hacer conciencia. Sólo queremos tener sexo, ir de fiesta, drogarnos y alcoholizarnos… eso es perfecto, pero ¿después? Creo que mis escasos veintiún años me encuentro en el “después”, después de drogarme, alcoholizarme, prostituirme, pasarla bien, pasarla mal, flagelarme, ¿qué sigue? Nada, un hombre gay no es nada sin su apología de la homosexualidad que se traduce en el sexo: gozar el sexo, tener sexo, presumir del sexo, untar el sexo; después, si se antoja, comprometer al sexo, regalar el sexo, casarse con el sexo de alguien más y que ese sexo te pertenezca. La unión por amor ¿o por aburrimiento?... ¿resignación?
“El matrimonio depende enteramente de la suerte”, le había dicho Jane Austen. Pero al parecer Leonard era un tipo sin suerte. Ya hacía un año que no se enamoraba, y si el matrimonio depende, según Austen, tanto de la suerte como del amor, entonces según la escritora británica (una de las favoritas de Leonard) él estaba jodido con todas sus letras. Estaba en el más allá. Allá del alcohol, allá de las drogas, allá de la fiesta, allá de la suerte, del amor, más allá del compromiso con cualquiera porque no tenía con quién estar comprometido. Ya tenía más de un año que se aceptaba como gay, que gozaba como tal y que sin ningún afán, también tenía un año estando soltero.