lunes, 26 de julio de 2010

Medication

Si Edgard contara en público su historia sería un relato bastante adusto y serio, pues si era necesario ocultar la verdad así como las emociones entonces él era el hombre indicado –De cualquier modo, las emociones se esfuman, lo sentimientos son lo que verdaderamente cuentan- había escrito una vez cuando tenía quince años dentro de su perfil en una página de internet gay para buscar pareja dentro de cualquier cuestión que se pusiera frente a sus ojos: una pareja estable o sexo casual. Desde los doce años tenía muy en claro que las mujeres no le atraían sexualmente, eran una perfecta compañía para la cháchara, ¿por qué negarlo? Era un poco misógino, quizá porque sus primero flechazos amorosos fueron con hombres heterosexuales torpemente enamorados de torpes mujeres igualmente heterosexuales, no le quedó más que optar por las salidas con extraños y fue un año después cuando conoció al hombre que le cambió toda la existencia.

-No gracias, no fumo- dijo el jovencísimo de Edgard a su acompañante.
-Tienes cara de estar en esto desde hace mucho tiempo- el hombre con el que se veía aquella tarde cuando aún lustraba los inicios de sus dieciséis años, era maduro, posiblemente rozaba los cincuenta años de edad, un sujeto lo suficientemente persuasivo en Internet para lograr que un chico tan joven accediera a verlo.
-No tanto como tú. Viste mi perfil, decía que tenía quince años.
-Verdaderamente me extrañó que alguien tan joven se paseara por esa página.
-No creo que sea el más joven, el otro día charlé con alguien de doce años, quedamos en vernos y pues pasó lo que debía pasar.
-Con que le quitaste la virginidad a un chico de doce
-¡Oh!- fingió escandalizarse Edgard- seguro le he quitado la virginidad a alguien, pero a ese sujeto no, créeme, sabía lo que hacía.
-¿Y tú?
-¿Qué si sé lo que hago o si sólo estoy dispuesto?
-Pues verdaderamente no lo sé, jamás he estado con alguien tan joven.
En ese momento Edgard deseaba desconfiar de aquel hombre, huir por la puerta principal de aquella fuente de sodas pues podría ser un típico acosador de la web, ya tenía experiencia con un par y quitárselos de encima representaba una extenuante tarea, pero existía algo en la esencia de aquel sujeto que le inclinaba a confiar en él.
-Y yo honestamente tampoco he estado con alguien tan maduro- fue lo que dijo Edgard.
-Eres muy atractivo Edgard y me gustaría poder intentar algo serio contigo

Las palabras aún le retumbaban en la cabeza a Edgard en la actualidad. Estaba en su departamento rentado en la capital, se arreglaba para su primer día de trabajo en la galería. Ya le había presentado el mismo padre de Jenny y confiado una larga lista de labores para el día de hoy, pero por alguna razón John había regresado a su cabeza, tenía un presentimiento –Cuando me lo pidió tan seguro de sí mismo con toda esa pomposidad en la fuente de sodas, en esa absurda fuente de sodas porque yo no era ni mayor de edad- se cepillaba el cabello, después cepilló sus zapatos de gamuza, le querían presentable pero no ostentoso –y yo accedí a ir a su casa para después compenetrarme más y más con él. Ahora me pregunto si el primer amor es el que te define para el resto de las relaciones- a Edgard no le agradaba pensar que su vida se encontraba predeterminada por el hombre que le había dado una educación adecuada dentro de las artes, por hospedarlo cuando sus padres se enteraron de su homosexualidad y le corrieron de casa, por regalarle su primer cámara fotográfica a los diecisiete años pues habían cumplido un año juntos.

-¿Te gusta?- le preguntó John
-¿Pero qué pregunta?, es una tontería preguntarme, ¡es de las mejores!, mira el lente, es perfecta, tanto como tú- Edgard sentía en su momento que estaba dándole al hombre indicado su juventud, esa donde se llega a la mayoría de edad con tantas sonrisas y llantos regalados a una sola persona, cuando no tenía ya ni padres, hermanos, tíos, primos o abuelos, tenía pocos amigos que le vieran con buenos ojos por tener una relación con un hombre de cincuenta años. Se decía a sí mismo que todo eso tenía algo enfermizo, John era el perfecto amante y a la vez una especie de padre, con él efectuó un par de viajes, aprendió no sólo de fotografía sino también de pintura, redacción, literatura, historia del arte en general, pero sobre todo pensaba que le estaba enseñando a amar.

-Claro que siempre se tiene sus divergencias- Edgard bajaba por el elevador principal de su edificio. Con Jenny se franqueó al mecenas indicado, su padre le estaba pagando todo, ahora debía sobrevivir sin John, ya hacía más de un año que no lo veía –él me enseñó todo lo que debía aprender incluso antes de su debido tiempo, no necesito realmente que me enseñen, igual me llamaba codependiente y de algún modo ponía la culpa sobre mí, le molestaba que me irritara cuando él salía algunas noches para probar sexo libre con otros chicos quizá más vigorosos, jóvenes o mayores, de mejor cuerpo, pero jamás más inteligentes, siempre me decía que eso es lo que le gustaba de mí: mi inteligencia, audacia y facilidad para resolver o crear problemas, “eres todo un hallazgo”, me decía, “pero no soy tú hijo, ¡no estoy para que me trates como a un crío y sientas que cometes incesto!, ¡soy tu amante, me cojes y yo te amo!” yo le decía, él sólo contestaba que quizá había ido demasiado lejos conmigo… después le dio por darme un cuarto propio “como en la literatura inglesa donde los escritores necesitan su propia habitación, como Virginia Woolf” a mí ni me interesaba, yo pensé que cambiaba la cuestión a camas individuales porque no me deseaba más, me preguntaba si acaso mi cuerpo de diecinueve años le parecía obtuso o absurdo, teníamos ya tres años juntos y ahora me hacía esto de separar camas con fines intelectuales, para mi creación “me importa un pito la literatura inglesa y esa vieja escritora, además, yo soy fotógrafo, me la mama la literatura”, él siempre decía “no te pongas en ese plan” y ya, no había más. Sentía la necesidad de ser rescatado dentro del olvido de aquel hombre por el cual lo había dejado todo a los dieciséis años, creía estarme desgarrando a mí mismo. Tuve que medicarme para poder dormir, somníferos ligeros, nada serio, pero por las mañanas necesitaba estimulantes, lo pude sobrellevar, pero sabía que algo me estaba ocultando.

-Tenemos más de un mes y medio sin tener sexo- le planteó una mañana ya muy agotado Edgard de su aparente relación en declive.
-Tengo entendido que estamos en una relación libre.
-Tengo entendido lo mismo, y por mi edad me puedo ufanar que me he acostado con más hombres en una semana de los que tú te puedes granjear en un mes.
-Eso te hace más puta de lo que yo a tu edad era, eres un puto muy puta- le decía John aún en pijama preparándose su desayuno. Veía a Edgard arreglado y dispuesto a irse a la universidad, tenían todos esos años juntos, evidentemente escogió la facultad de artes de la localidad y él no tenía más que apoyarlo… más como benefactor que como pareja.
-No me salgas con sandeces. Sabes son cuestiones fisiológicas, pero al que amo es a ti y tú ya ni me ves o me tocas, me siento peor que una mujer olvidada del siglo pasado. ¡Carajo John! ¿Tan poco deseable te soy?, ¿es porque ya no me amas?- soltó el par de preguntas con gran irritación, ni una lágrima, había aprendido a controlar ciertas emociones o al menos a transfigurarlas en algo más.
-Entonces dices que me amas, ¿cuánto me amas?
-Lo suficiente podría decirte, como que he pasado desde los dieciséis a tu lado, dentro de poco cumpliré veinte.
-Eres muy joven para condenarte a una relación como ésta. Creo que te tengo más cariño que amor, y me parece que tú también, no sientes todo lo que profesas.
-No puedes saber lo que siento, ponme a prueba.
-No te he tocado a ti ni a nadie más porque es posible que tenga sida. Me hice unas pruebas hace tres semanas que resultaron negativas, después las volví a hacer pero fueron positivas, me dijeron que quizá estaba en periodo de ventana, temía decírtelo, pero quizá tú también tengas el virus. Ha sido irresponsable de mi parte porque si lo tienes ya has de haber infectado a todas tus aventuras semanales, lo siento.

-Sentí que me moría en ese momento, ahí mismo estaba siendo desgarrado desde adentro. Mi hombre predilecto y perfecto se había metido con sabría cuál hombre que le contagió el sida, y posiblemente yo lo tenía, pero aún así no le mostré el terror que yacía en mi interior, sólo le dije “Bien, habrá que ir al laboratorio en la tarde, cuando termine mis clases”. Salí del departamento con la cabeza en alto cual Elizabeth I en la corte de María Tudor, pero al estar en el exterior y lo suficientemente lejos me puse a llorar, berré, golpeé los muros, pateé todos los objetos que estuvieron cerca de mí, no sabía si estaba realmente frustrado por la traición de John al no cuidarse, de que posiblemente lo perdería, que nuestra relación ya no sería lo que en ese momento era, él se deterioraría, eso estaba seguro, tenía sida… pero ¿yo? Ese día no fui a la escuela, pedí una prueba rápida de casete la cual salió negativa, pero igual solicité una prueba serológica para estar seguro, pedí fuera urgente, me la entregaron al día siguiente- Edgard tenía mucho frío mientras caminaba por la avenida que le llevaba al trabajo. No paraba de tener en aquella tarde lluviosa un mal presentimiento –algo va a pasar, algo pasará, lo tengo presente.

-¿Te hiciste la prueba?- preguntó John cuando Edgard llegó a casa ese día.
-Me tomaron la muestra, pedí una serológica urgente, mañana me dicen.
-¿No optaste por una prueba rápida, al menos por el momento?
-No deseo ilusionarme.
-Entiendo que estés molesto
-Verdaderamente John no sé a qué te refieres, no tengo derecho a estar molesto, desde hace tiempo debería haberme dicho que eras un promiscuo, no tanto como yo, pero al menos a tal grado como para alejarte de mí en el plano afectivo. Si alguien sale contagiado tendré que decir que ha sido por mí, no tienes la culpa de nada, además, esto es una relación abierta, ¿no es así?
-Precisamente.
-Entonces no tenemos porqué pelear, no es necesario, quizá sólo me empujaste a esto, pero ya estaba parado en el borde, es más, te debo toda mi educación.
-Lo has hecho muy bien. Honestamente yo te amaba mucho, pero llegó un momento en que me di cuenta que ya lo había dejado de hacer, nunca tuve una relación tan larga hasta estar contigo.
-Lo entiendo. Pero ahora tengo trabajo que hacer.
-¿Mañana a qué hora te dan los resultados?
-Desde las siete de la mañana puedo pasar por ellos.
-¿Quieres que te lleve?, ¿Qué te acompañe al menos?
-Está bien, puedo ir solo.

-Negativo fue el resultado, otro negativo. Ahora tenía que definirme, podía pasar el resto de la vida de John atendiéndolo, siendo el enfermero de un hombre que ya no me amaba, claro que me estimaba y me tenía “cariño”, jamás esa palabra me ha dolido tanto como cuando él la dijo. Pero fue ahí cuando ennegrecí mi conciencia. Decidí dejar de amarlo pero lo necesitaba, requería su dinero, ¿me seguiría manteniendo aún cuando le dijera que ya no deseaba vivir con él? No tenía ningún vínculo, no era mi padre, ni mi hermano, justo en ese momento pasó de ser mi amante al hombre con el cual tenía sexo, el que me dio el cuarto propio. Pasé seis meses con él, los peores meses de mi vida, él se deterioró mucho y al final lo dejé.

-No puedo sacrificar mi juventud a tu lado, ya tengo veinte. Me gustan otros chicos, uno en especial.
-Leonard no te hará caso, no está declarado.
-No me interesa si me hace caso o no. Tú estás confinado a estar en cama o sentado la mayor parte del tiempo, se me va la vitalidad por la ventana y lo sabes. He decidido dejarte.
-Está bien- John ya no era muy atractivo. En su cara se figuraban surcos nunca antes imaginados por la vejez. El pecho se encontraba muy deteriorado, su piel era pálida y cetrina, sus piernas delgadas, la enfermedad le había carcomido en tan poco tiempo. Ya no comía y vomitaba lo poco que entraba a su organismo –no sé qué puedo hacer para impedirlo si ya tomaste tu decisión. Pero no creas que te dejaré de pagar los estudios, sabes que puedo solventar esos gastos con gran facilidad.
-No me interesa que me mantengas. Regreso con mis padres, ya hablé con ellos, ha sido muy extraño pero decidieron acogerme, al menos hasta que encuentre un empleo y un departamento.
John rió tranquilamente –Pero si tú no sabes hacer nada- era el primer insulto concreto que le dirigía con total malicia en todos esos años.
-Te engañas John, me ensañaste bien. Soy un maldito arribista como tú a mi edad, sé moverme en la sociedad de artistas y manipular a las personas. Lo aprendí de ti, de tus libros, tus viajes.
-También aprendiste a dejar a los amigos y los amantes… eso no te lo enseñé.
-No puedes sujetarme a ti, porque sino empezaré a desear que mueras y ese es un sentimiento que pretendo evitarme.
-Siempre has sido tan egocéntrico.
-Eso no es verdad. Te amaba tanto hace tan poco tiempo, fuiste tú el que dejó de amarme mucho antes, quién sabe cuándo fue eso.
-Un día cuando me di cuenta que eras tan joven y muy brillante para estar a mi lado sujetando mi mano por la vejez, no precisamente por la enfermedad. Después te espabilaste, te quise de otro modo, te quiero ahora de una forma distinta, pero en verdad no te amo, pero te pido que te quedes a mi lado al menos hasta mi deceso.
-Lo siento, me temo que eso no va a suceder, eso sólo me haría infeliz y después empezaría a hacer de tu vida una tortura, siempre incómodo, testarudo, sintiéndome un torpe mártir y no lo vale. No gastes dinero en mí, contrata un enfermero.
-Llámame cuando tengas el empleo.

Había pasado más de un año cuando habló por última vez con John, y ahora tenía el empleo de asistente de galerista en un lugar de gran renombre. Ameritaba una visita, mínimo una llamada pero ¿cómo reaccionaría?, ¿estaría siquiera consciente o quizá se encontraba internado? Su celular sonó antes de entrar a la galería.
-¿Diga?- contestó Edgard con seriedad al no reconocer el número.
-¿Tengo el gusto con el joven Edgard Strachey?
-El mismo, ¿qué necesita?
-Su amigo John Carrington acaba expirar. Quería que usted fuera uno de los primeros en saberlo, tendrá que asistir a la lectura del testamento, es el día…
¿Qué sucedía?, ¿qué testamento? Pero si apenas le conocía a John una hermana maldita y un padre que le odiaba, ¿en verdad había muerto?, ¿qué sentía?
-Muchas gracias.
-De nada. Mi más sentido pésame.
-Claro, claro- dijo Edgard al hombre del otro lado del auricular. No había tenido tantas ganas de caer en llanto como en aquel momento, pero como él era un hombre desconfiado prefería no creer que John estaba muerto, podía ser una mala pasada de alguien, incluso del mismo John que le quería ver después de un año. No podía estar muerto, no debía.
Se quedó petrificado en la entrada de la galería. No supo cuánto tiempo quedó perplejo pero después retomó todo lo que había aprendido, ocultó sus sentimientos y siguió adelante, si John estaba realmente muerto no le gustaría que se perdiera dentro de sus emociones en su primer día de trabajo, le diría cosas como “la presentación y la actitud lo es todo”, “no te dejes llevar por tus emociones superficiales”, “que nada te afecte”, “sonríe y seduce”.
-John, no necesito que me enseñen, aprendí todo cuanto necesito de ti, ellos me han de poner bajo observación y medicación, mi punto de equilibrio estaba torcido, ello evita que suba mi temperatura, mi sangre bombea por mis venas. Sigo vivo, pero eso querido mío no es por ti, sino por mí.

Se introdujo en la galería.

viernes, 16 de julio de 2010

Temptation waits

Cuando Jenny tocaba el piano existía una impasibilidad sorprendente dentro de cada movimiento que efectuaba. Sus dedos recorrían al instrumento con singular sobriedad, cada tecla era un miembro selecto dentro de un plan bien elaborado, y cualquiera que supiera un poco de música podría notarlo con facilidad. Jenny era despiadada, no sólo el momento de la interpretación sino también dentro de la reinterpretación de las historias personales de sus amigos, amistades pasadas, peligrosas o amorosas, prefería mantener separados a casi todos aquellos que le habían escuchado en estado de ebriedad, drogada o en el peor de los casos: molesta.
Su filosofía recaía en no juntar a sus amigos de distinta índole; sus amigos de la escuela de música dentro de la capital no tenían por qué conocer a los que había hecho en su ciudad de provincia dentro de la educación media; de igual modo los que conocía en alguna fiesta no tendrían por qué saber de la existencia de sus amigos que estudiaban en su ciudad natal, pero con el poco tiempo que llevaba estudiando música, que eran cuatro años pero ella se sentía mal de haber ingresado “tan vieja” a dicha rama del arte, comprendió que los círculos sociales se remitían a pocas personas, sobre todo si esas personas eran cuanto menos muy talentosas.
Terminó con una nota aberrante –Decadente- bufó ella entre dientes, ¿cuál era la razón de tanto calor en aquella época del año?, ¿no acaso todas las delegaciones colindantes estaban inundadas?, ¿eran tan pocas las gotas que caían de cielo que sólo se evaporaban en lugar de refrescar el paraje? -¿O sólo es porque no pude completar bien la partitura?- alzó una ceja, la noción actual se refería a su molestia que iba acrecentándose, después alzó la otra ceja – ¡Pero qué insensata soy!, ¿a qué se refiere la palabra “bien”?, ¿de dónde se saca la idea de “completar bien la partitura”?, ¡maldito historicismo! Debería hacerle caso a Richard con su idea de predecir una música donde el virtuoso no exista como tal dentro de un rubro clásico sino más bien experimental y así no diría que la partitura no había sido “bien” completada, quizá si me aferro a las nuevas ideas experimentales postmodernas del siglo XXI podría crecer más como artista… -interrumpió sus pensamientos por un instante y después gruñó, bajó ambas cejas e intento serenarse pero no pudo, tuvo que gritar dentro de su “pequeña” casa de tres pisos bien situada en una de las zonas urbanas más cotizadas, en efecto Jenny era una burguesa.
Lilian, una mujer con vestimenta sencilla y un trapo en mano se introdujo en la habitación con cara de preocupación.
-¿Jenny, estás bien?
-No lo estoy Lilian, pero gracias por preguntar, y quita esa cara de aparente estupefacción.
-Lo siento, no es precisamente que me asusten tus alaridos, sino más bien toda tú.
-¡Ah!, pero si eres igual que esos cavernícolas rudimentarios que enseñan música, sacrifican el todo por las piezas, si tan sólo me permitiera el no sentirme culpable por fallar en la nota final, sólo así quizá lograría perfeccionarla, ¡pero no!, han de juzgar el conjunto para frustrar mi crecimiento paulatino.
-Jenny, cielo, si no fueran distintas notas ¿acaso no estaríamos hablando de otro tipo de música? Como- la mujer se quedó callada por un momento mientras sus ojos se dirigían hacia el techo en busca de la palabra indicada- oh, sí, música mínimal.
-¡Dios santo Lilian!, cuando mis padres se mueran y yo no tenga ni un mísero quinto para seguir contratándote te irás a otra casa de burgueses prepotentes ¿y sabes lo que dirán?
-Pues no cielo, no lo sé.
-Dirán, mira nada más, ésta mujer sirvió en casa de los Guest cuya hija estudió música y resulta que no sabe nada.
-Jenny, cielo, si un día tus padres mueren, que Dios no lo quiera pronto, y tú no puedes contratarme, créeme que conseguiré empleo por mi facilidad para limpiar superficies, no por mi conocimiento musical.
-Ni por tu labia del labio.
-Bueno cielo, como veo que ya estás mejor, entonces me retiro para seguir mis labores
-Si llega Edgard dile que pase, hablé con mi padre sobre la galería y todo se encuentra arreglado, que pase a mi habitación si es necesario y no me vengas con eso de la filosofía de una buena dama.
-Ni idea de lo que hablas. Igual el joven es gay ¿no? No creo que tenga malas intenciones.
-Ahora me saliste muy buga ¿no?
-Siempre te he apoyado a ti cielo.
-¡Siempre te ha salido lo muy buga! Además, ya te dije que existe una gran diferencia entre ser lesbiana y bisexual.
-Si cielo te entiendo, sino no callaría ante tus padres tantos improperios- Lilian se mantenía en un extremo bastante cálido dentro de la calma, era una paciencia portentosa que evitaba lo glacial. El timbre de la casa sonó –Ese ha de ser el joven Edgard.
-Bien, dile que suba a mi habitación en diez o quince minutos, me voy a dar una ducha rápida.

Una vez en la habitación de Jenny, Edgard pudo escuchar la sinfonía Alpina de Strauss, en la escena que se llamaba “Elegía”… ¿o era “Puesta del sol”? No se consideraba una persona muy docta en eso de la música y era algo que le encantaba a su amiga, quién se la pasaba fastidiándole al respecto de su ignorancia.
-Supongo que cuando escuchaste el timbre corriste escaleras arriba para poder darte un baño.
-Yo las llamo duchas, pero puedes decirles como gustes.
La habitación de Jenny era un lugar muy amplio donde el tiempo se encontraba suspendido. A pesar de ser una casa de estilo colonial dentro de esa habitación en específico se encontraba una perturbadora mezcla de estilos. La cama tenía decorados estilo rococó, mientas algunos muebles eran rústicos otros pertenecían al art decó y un escritorio que supuestamente pertenecía a la bauhaus, al lado una pequeña cajonera que albergaba su enorme equipo de sonido que en ese momento ponía en acción al glorioso Strauss.
-¿No lo sientes?, ¡ah!, es una delicia.
-Jen, eres un cliché, una melómana del cliché, siempre que vengo a tu casa tienes a un compositor diferente y preguntas “¿No lo sientes?”, es una expresión de lo más banal.
-Primero que nada debo decirte que la vida es un cliché infinito, no sé de dónde sacan eso de que una frase o palabra puede venir a clasificar los momentos de la creación como “bueno o “malo”- dentro de la conversación los amigos se veían separados por un biombo detrás del cuál Jenny se vestía tranquilamente- segundo, ¿cómo sabes que son compositores diferentes, acaso debo recordarte tu incesante ignorancia, y le llamo así porque por más que vienes a mi casa no aprendes nada, y tercero no existe nadie que sea melómano, o cinéfilo o zoofilico del cliché, porque todos somos unos excéntricos, quizá cumplimos con un prototipo dentro de nuestra propia sociedad que es vista desde afuera y por ello nos estereotipan como un cliché, pero claro, eso es de ignorantes. La música es el toque de Dios.
-Tú ni en Dios crees Jennifer, así que mejor te callas.
-Lo decía para poder enmarcar mi figura de melómana del cliché- se empezó a reír mientras a la par salía por atrás del biombo- pero estoy molesta, me jode que todo deba ser clasificado como bueno o malo.
-No creo que sea tan simple como eso- Edgard se encontraba tirado sobre su vientre en la cama King size de su amiga.
-En la música lo es. El otro día lo hablé con Richard, ese chico de tu facultad… o antigua facultad de arte ¿cómo es que tienen semejantes talentos ahí?
-¿De dónde lo conoces? Es insoportable hasta la médula.
-De tu escuela sólo conozco un par de personas, y específicamente de tu facultad son tres, que eres tú, Armand y Richard.
-El violinista y el pianista.
-Y el fotógrafo.
-Ese soy yo. El otro día me encontré a pobre de Armand en un antro gay de la ciudad.
-¿Por qué pobre, le pasó algo malo? ¡Ay! Pero si es un dulce.
-Pobre porque no sabe el mundo en el que vive. Como apenas ingresó a la facultad no se ha dado cuenta que estudiamos en el mismo lugar. Nos conocimos hace tiempo en un antro de aquí, después en una de tus fiestas, estuvimos un tiempo acostándonos…
-Hasta que te dije lo de su novio del psiquiátrico.
-Me dijo, literalmente y lo cito de modo verbal: “Fue al psicólogo, y no creo fuera mi culpa”
-Al demonio, lo trató como mierda, por eso te dije que te separaras de él.
-Pues hace unas semanas me lo encontré, la pasamos bien, nos acostamos y después salí de su apartamento.
-¿Y qué pretexto pusiste ahora?, ¿tenías que alimentar a tu conejo?- Jenny se paseaba por la habitación seleccionando los accesorios adecuados para su conjunto.
-Le dije que tenía asuntos importantes por atender.
-Oh ese Armand es un encanto, tanto que ni va a notar que saliste de su departamento porque era de coje y corre.
-Seguro se da cuenta, lo que me sorprende es que no sepa que vamos en la misma escuela, pero supongo es por los horarios.
-También porque se droga mucho y se la vive en las fiestas. A mí el que me interesa es el pianista.
-¿Richard?
-Por supuesto, es muy… interesante
-Supongo es un adjetivo que le podemos acomodar al pobre de Richard.
-¡Para ti todos son pobres! Eres un desdichado, lo dices desde la perspectiva de la ignorancia, donde no sabes nada pues no eres músico.
-Digo que es pobre si tú te fijaste en él.
-Tiene ideas distintas en cuanto a la música.
-Jen, seguramente has hablado más con él de lo que yo podría pensar. Sólo sé que le agrada dar clases y es docto, en varios aspectos, un usurpador de vidas en otros varios aspectos, pero de esos en mi facultad existen muchos.
-No iras a hablarme una vez más de Leonard ¿verdad? Prefería el cuento posterior de Orlando.
-De eso hace meses.
-Meses sin que me digas nada nuevo, estoy cansada de escuchar lo mismos malos nombres de porquería, deberá existir algo nuevo en tu vida… ¿o es que sigues enamorado de Leonard?
-No… lo sé
-Siempre fue un lío de celos por lo del modelo ese Nick, después te acostaste con Orlando para joderle la existencia y ahora no sabes nada.
-Siempre ha sido una especie de jugueteo incluso para mí, porque aunque éramos amigos no me interesaba hasta que empecé a perderlo.
-Eso fue hace más de un año…
-¡Y después me sustituyó con Trish!
-Y la historia continúan damas, caballeros, escritores y fotógrafos frustrados. Me das pena y el pobre aquí eres tú, si le hubieras dicho que lo querías desde un inicio entonces todo sería distinto.

-En ese tiempo estaba con Armand.
-Y yo abrí mi fiel boca para decirte que trataba a los hombres como mierda, en verdad Edgard que estaba muy drogada pero es la verdad, te lo digo ahora que sólo me encuentro enojada, Armand dejó a su antiguo amante con el psiquiatra tomando chochos.
-Nada me sorprende, sé mucho pero prefiero no decir nada.
-En eso te diferencias de la mosca muerta esa de Leonard, él es un lobo que le encantaría usar ropa de cordero y es una droga para ti, lo bueno es que te vas, adiós- Jenny empezó a degustar con mayor fervor a Strauss que seguía de fondo -¿en verdad que no lo sientes?
-No
-¡Ah!, papá te consiguió el trabajo como asistente en la galería, espero te agrade porque no puedes decir “no” sino mi papá no te volverá a hacer algún favor, y por cierto, no te olvides de mi fiesta de cumpleaños que es en una semana, te lo digo ahora por si al rato estoy muy ebria, drogada o en su defecto molesta.

miércoles, 14 de julio de 2010

When I grow up

Armand se encontraba tirado en su cama con los ojos abiertos de par en par, ya tenía dos días estando sobrio pero no podía entender cómo lo había logrado. Las horas de escuela terminaron y con ello el curioso recato de la mojigatería. Se desatrampó desde el primer día de vacaciones, ya dos semanas, los primeros días ebrio, vomitó al tercero, no recordaba el haberlo hecho con tanto ahínco y felicidad, cuando los restos representan el recuerdo de una vida pasajera, así fue y procuraba que se mantuviera la actividad caótica; la última vez se drogó con un chico de semestre “superior”, el muchacho no dejaba de decir “¿Y si somos las palabras Armand?, ¡¿Y si somos las palabras?!” le descubrió en una exposición besándose en el balcón con lo que él creía era su amigo, pero ahora suponía eran novios.
Armand le había llevado a su casa para fumar un poco de marihuana, pero el chico se notaba algo renuente, después demostró tener cierta facilidad en el acto de drogarse “¡Somos las palabras!” decía una y otra vez mientras colocaba su iPod con esa horrible música de “Garbage”, la vocalista decía que creía estar paranoica e iniciaban la charla.

-Eres un chico muy atractivo Armand.
-Gracias, pero trato a los hombres como mierda
-Lo sé, me lo dijo Alina
-Alina trata a las mujeres como mierda también
-Lo sé, eso siempre lo he notado- Leonard empezó a reír como estúpido mientras Armand le veía bajo una sonrisa encantadora. No pasaría nada, Armand lo tenía previsto, aún estando ambos muy drogados no dejaría que Leonard le tocara, tampoco le diría algo sustancial pues ya le habían comentado que Leonard escribía mierda de todos y sobre todos.
-Te vi besándote con tu novio- Armand tenía una cerveza en mano, no entendía como a pesar de toda la cebada que introducía a su organismo seguía siendo un joven delgadísimo. Mientras veía a Leonard tomar de su vodka una y otra vez, parecía tener todo bien controlado, se bamboleaba por la habitación con el vaso pero no derramaba ni una gota mientras se reía histéricamente de su afirmación.
-¿Trish?- preguntaba Leonard entre risitas- ¿Trish? Ese hombre es una fechoría, me gusta y mucho, pero no lo nota, procuro que no lo note. Dentro de mí odio a los hombres en los que me fijo, puedo decirte cordialmente que no existe ni uno con el que me haya besado o cojido que valga la pena, Trish es diferente, pero pues ya se va, no tiene dinero- el chico se quedó un poco pensativo- no debí decirte eso, bueno, la verdad es que yo me interno dentro de dos días.
-¿Cómo que te internas?, ¿en tu casa?
-Sí, en mi casa- Leonard alzó el vaso torpemente y ahí derramó casi todo el contenido del recipiente- perdón, lo limpiaría justo ahora pero no me siento bien, tengo que ir a vomitar, ¿el baño?
-Por allá- le indicó el músico mientras apreciaba cómo el escritor se tropezaba con su agraciado departamento. Lo había arreglado bien con base en su trabajo como ayudante de editorial, no se ganaba mucho pero aún dependía de sus padres, lo que de daba un ingreso extra. Lo único que le reclamaban sus amantes ocasionales era la falta de un televisor, pero sencillamente a él no le interesaban los programas televisivos, el cine muy poco, más bien se consideraba nefasto dentro del séptimo arte, además ¿para qué deseaban un televisor cuando lo único para lo que asistían a su departamento era para tener sexo? –También drogarnos un rato- pensaba Armand cuando prefirió seguir a su amiguito que catalogó como “delgado” pero no lo suficiente para superarlo.
-Leo ¿quieres agua?
-Sí, por favor, eres muy amable.

Le sorprendía que un tipo fuera tan adicto a la pose, aún ensuciando sus rizos en el inodoro, decía “eres muy amable”. Le vino a la mente cuando asistió a su primera boda gay, esos dos chicos bien torneados se casaban el uno con el otro, se llamaban Jorge y Jorge, y dentro de la mesa de homosexuales treintañeros con los que le había tocado comer, uno muy guapo dijo “Oh, qué rico, es camarón relleno” a lo que otro no tan atractivo pero efectivamente más glamuroso contestó “Como tú cuando tienes suerte”; después dentro del cotilleo y el divertimento salieron preguntas como “¿A quién se le cae el cabello en la bañera?” o “¿En verdad quién contesta eso? Es como preguntar ¿quién se rasura el culo en el baño?” Armand se sintió agotado, ¿así sería la vejez dentro de la homosexualidad?, ¡pero si sólo tenían treinta y tantos años!
Evidentemente crecería, ¿tendría que cortarse la lengua para no decir tales cosas?, ¿sería como estar atrapado, como un gigante de fuerza destructiva?, podrían acabarse las horas felices y las lluvias doradas, olvidar el festejar esforzándose para acostumbrarse a dejar de flotar sobre las tierras maravillosas del planeta, cuando creciera… ¡Cuando creciera!... ¿cuándo crecería?, ¿se ofendería consigo mismo por permitirse tal sandez?, ¿arreglaría las cosas o mejor volvería todo en cenizas y lo dejaría ir?
Estuvo a punto de deprimirse, pero se ligó a un mesero con el que bailó toda la noche hasta que el show terminó, y por ahí de las cinco de la madrugada se encontraban teniendo sexo en aquel mismo departamento donde Leonard volvía el estómago de forma tan patética. Había tenido tres orgasmos, era natural, el mesero se movía bien y tenía su misma edad, veintitrés, el problema es que el hombre no era muy amigo de las drogas, así que salió corriendo de la casa un par de horas después cuando vio que tomaba una jeringa y se inyectaba su dosis acostumbrada de cada mes.

-Pero no lo hago muy seguido
-No me gustan las drogas sintéticas

Fue la respuesta del muchachote quién se largó. De cualquier modo Armand salió a bailar esa misma noche después de una tarde bastante alucinante entre las drogas “naturales” y las sintéticas. El hombre con el cual se topó en el antro era una epifanía pues le conocía de otro antro pero de la capital, era amigo de Jenny, la pianista que parecía extraída de una novela de Alan Holllinghurst. Quedaron en verse para ir a visitar a Jenny, pero como muchos otros hombres, después de llevarlo a su departamento para tener sexo se esfumó a la mañana siguiente porque tenía “muchas cosas que hacer”.

-¿Te vas tan temprano?- le preguntó Armand aún con la cruda encima
-Asuntos importantes que tengo que atender, pero después nos vemos en casa de Jenny, ya va a ser su cumpleaños y me encantaría verte ahí.
-Yo creo que ahí voy a estar, es más mi amiga que tuya.
-Pues sí
-Te habló mal de mí ¿verdad?
-Estaba muy drogada, ya sabes cómo se pone después de que su profesor la regaña por fallar una pieza de Chopin.
-¿Qué te dijo?- Armand, aún en su estado de postebriedad quería saber aquello que se divulgaba sobre él dentro de los círculos sociales a los que pertenecía.
-Pues que tratas a los hombres como mierda, y que a tu primer novio lo enviaste hasta al psiquiátrico.
-Fue al psicólogo, y no creo fuera mi culpa.
-Como sea, lo haces bien y eso es lo que importa.
-Gracias… creo

Así vio aquella noche a Leonard contonearse por la galería y no se resistió el invitarle a salir, sin embargo parecía el muchachito ese creía ser mucha pieza pues salió corriendo al momento de ser invitado, aún cuando la única verdad era que poco le interesaba; no obstante al momento en que lo dejó su novio o amigo, el tal Trish, creyó adecuado invitarle una cena y un porro. Lo primero lo estaba vomitando y como de costumbre, a la mañana siguiente el chico había desaparecido. Igual Leonard no valía mucho la pena.
Su juicio no se refería a un análisis punzante de la persona, más bien se apegaba a la situación, al menos el chico escritor se había tomado la molestia de dejar una nota tras de él: “Gracias Armand por la noche, tenía que desfogarme y fue divertido, nos vemos después de las vacaciones. Espero no haberte manchado nada, recuerdo que vomité. Saludos y Besos. Leo.”
-Fino hasta el final- murmuró Armand mientras arrugaba el papel y lo aventaba con total desinterés –Bien Leo, ahora sí ensuciaste mi departamento- empezó a reír pero se obligó a detenerse pues era un acto muy doloroso, entre tanto alcohol y con todas esas drogas no recordaba muy bien ni cómo había terminado la noche… ¿y si lo habían hecho?