lunes, 26 de julio de 2010

Medication

Si Edgard contara en público su historia sería un relato bastante adusto y serio, pues si era necesario ocultar la verdad así como las emociones entonces él era el hombre indicado –De cualquier modo, las emociones se esfuman, lo sentimientos son lo que verdaderamente cuentan- había escrito una vez cuando tenía quince años dentro de su perfil en una página de internet gay para buscar pareja dentro de cualquier cuestión que se pusiera frente a sus ojos: una pareja estable o sexo casual. Desde los doce años tenía muy en claro que las mujeres no le atraían sexualmente, eran una perfecta compañía para la cháchara, ¿por qué negarlo? Era un poco misógino, quizá porque sus primero flechazos amorosos fueron con hombres heterosexuales torpemente enamorados de torpes mujeres igualmente heterosexuales, no le quedó más que optar por las salidas con extraños y fue un año después cuando conoció al hombre que le cambió toda la existencia.

-No gracias, no fumo- dijo el jovencísimo de Edgard a su acompañante.
-Tienes cara de estar en esto desde hace mucho tiempo- el hombre con el que se veía aquella tarde cuando aún lustraba los inicios de sus dieciséis años, era maduro, posiblemente rozaba los cincuenta años de edad, un sujeto lo suficientemente persuasivo en Internet para lograr que un chico tan joven accediera a verlo.
-No tanto como tú. Viste mi perfil, decía que tenía quince años.
-Verdaderamente me extrañó que alguien tan joven se paseara por esa página.
-No creo que sea el más joven, el otro día charlé con alguien de doce años, quedamos en vernos y pues pasó lo que debía pasar.
-Con que le quitaste la virginidad a un chico de doce
-¡Oh!- fingió escandalizarse Edgard- seguro le he quitado la virginidad a alguien, pero a ese sujeto no, créeme, sabía lo que hacía.
-¿Y tú?
-¿Qué si sé lo que hago o si sólo estoy dispuesto?
-Pues verdaderamente no lo sé, jamás he estado con alguien tan joven.
En ese momento Edgard deseaba desconfiar de aquel hombre, huir por la puerta principal de aquella fuente de sodas pues podría ser un típico acosador de la web, ya tenía experiencia con un par y quitárselos de encima representaba una extenuante tarea, pero existía algo en la esencia de aquel sujeto que le inclinaba a confiar en él.
-Y yo honestamente tampoco he estado con alguien tan maduro- fue lo que dijo Edgard.
-Eres muy atractivo Edgard y me gustaría poder intentar algo serio contigo

Las palabras aún le retumbaban en la cabeza a Edgard en la actualidad. Estaba en su departamento rentado en la capital, se arreglaba para su primer día de trabajo en la galería. Ya le había presentado el mismo padre de Jenny y confiado una larga lista de labores para el día de hoy, pero por alguna razón John había regresado a su cabeza, tenía un presentimiento –Cuando me lo pidió tan seguro de sí mismo con toda esa pomposidad en la fuente de sodas, en esa absurda fuente de sodas porque yo no era ni mayor de edad- se cepillaba el cabello, después cepilló sus zapatos de gamuza, le querían presentable pero no ostentoso –y yo accedí a ir a su casa para después compenetrarme más y más con él. Ahora me pregunto si el primer amor es el que te define para el resto de las relaciones- a Edgard no le agradaba pensar que su vida se encontraba predeterminada por el hombre que le había dado una educación adecuada dentro de las artes, por hospedarlo cuando sus padres se enteraron de su homosexualidad y le corrieron de casa, por regalarle su primer cámara fotográfica a los diecisiete años pues habían cumplido un año juntos.

-¿Te gusta?- le preguntó John
-¿Pero qué pregunta?, es una tontería preguntarme, ¡es de las mejores!, mira el lente, es perfecta, tanto como tú- Edgard sentía en su momento que estaba dándole al hombre indicado su juventud, esa donde se llega a la mayoría de edad con tantas sonrisas y llantos regalados a una sola persona, cuando no tenía ya ni padres, hermanos, tíos, primos o abuelos, tenía pocos amigos que le vieran con buenos ojos por tener una relación con un hombre de cincuenta años. Se decía a sí mismo que todo eso tenía algo enfermizo, John era el perfecto amante y a la vez una especie de padre, con él efectuó un par de viajes, aprendió no sólo de fotografía sino también de pintura, redacción, literatura, historia del arte en general, pero sobre todo pensaba que le estaba enseñando a amar.

-Claro que siempre se tiene sus divergencias- Edgard bajaba por el elevador principal de su edificio. Con Jenny se franqueó al mecenas indicado, su padre le estaba pagando todo, ahora debía sobrevivir sin John, ya hacía más de un año que no lo veía –él me enseñó todo lo que debía aprender incluso antes de su debido tiempo, no necesito realmente que me enseñen, igual me llamaba codependiente y de algún modo ponía la culpa sobre mí, le molestaba que me irritara cuando él salía algunas noches para probar sexo libre con otros chicos quizá más vigorosos, jóvenes o mayores, de mejor cuerpo, pero jamás más inteligentes, siempre me decía que eso es lo que le gustaba de mí: mi inteligencia, audacia y facilidad para resolver o crear problemas, “eres todo un hallazgo”, me decía, “pero no soy tú hijo, ¡no estoy para que me trates como a un crío y sientas que cometes incesto!, ¡soy tu amante, me cojes y yo te amo!” yo le decía, él sólo contestaba que quizá había ido demasiado lejos conmigo… después le dio por darme un cuarto propio “como en la literatura inglesa donde los escritores necesitan su propia habitación, como Virginia Woolf” a mí ni me interesaba, yo pensé que cambiaba la cuestión a camas individuales porque no me deseaba más, me preguntaba si acaso mi cuerpo de diecinueve años le parecía obtuso o absurdo, teníamos ya tres años juntos y ahora me hacía esto de separar camas con fines intelectuales, para mi creación “me importa un pito la literatura inglesa y esa vieja escritora, además, yo soy fotógrafo, me la mama la literatura”, él siempre decía “no te pongas en ese plan” y ya, no había más. Sentía la necesidad de ser rescatado dentro del olvido de aquel hombre por el cual lo había dejado todo a los dieciséis años, creía estarme desgarrando a mí mismo. Tuve que medicarme para poder dormir, somníferos ligeros, nada serio, pero por las mañanas necesitaba estimulantes, lo pude sobrellevar, pero sabía que algo me estaba ocultando.

-Tenemos más de un mes y medio sin tener sexo- le planteó una mañana ya muy agotado Edgard de su aparente relación en declive.
-Tengo entendido que estamos en una relación libre.
-Tengo entendido lo mismo, y por mi edad me puedo ufanar que me he acostado con más hombres en una semana de los que tú te puedes granjear en un mes.
-Eso te hace más puta de lo que yo a tu edad era, eres un puto muy puta- le decía John aún en pijama preparándose su desayuno. Veía a Edgard arreglado y dispuesto a irse a la universidad, tenían todos esos años juntos, evidentemente escogió la facultad de artes de la localidad y él no tenía más que apoyarlo… más como benefactor que como pareja.
-No me salgas con sandeces. Sabes son cuestiones fisiológicas, pero al que amo es a ti y tú ya ni me ves o me tocas, me siento peor que una mujer olvidada del siglo pasado. ¡Carajo John! ¿Tan poco deseable te soy?, ¿es porque ya no me amas?- soltó el par de preguntas con gran irritación, ni una lágrima, había aprendido a controlar ciertas emociones o al menos a transfigurarlas en algo más.
-Entonces dices que me amas, ¿cuánto me amas?
-Lo suficiente podría decirte, como que he pasado desde los dieciséis a tu lado, dentro de poco cumpliré veinte.
-Eres muy joven para condenarte a una relación como ésta. Creo que te tengo más cariño que amor, y me parece que tú también, no sientes todo lo que profesas.
-No puedes saber lo que siento, ponme a prueba.
-No te he tocado a ti ni a nadie más porque es posible que tenga sida. Me hice unas pruebas hace tres semanas que resultaron negativas, después las volví a hacer pero fueron positivas, me dijeron que quizá estaba en periodo de ventana, temía decírtelo, pero quizá tú también tengas el virus. Ha sido irresponsable de mi parte porque si lo tienes ya has de haber infectado a todas tus aventuras semanales, lo siento.

-Sentí que me moría en ese momento, ahí mismo estaba siendo desgarrado desde adentro. Mi hombre predilecto y perfecto se había metido con sabría cuál hombre que le contagió el sida, y posiblemente yo lo tenía, pero aún así no le mostré el terror que yacía en mi interior, sólo le dije “Bien, habrá que ir al laboratorio en la tarde, cuando termine mis clases”. Salí del departamento con la cabeza en alto cual Elizabeth I en la corte de María Tudor, pero al estar en el exterior y lo suficientemente lejos me puse a llorar, berré, golpeé los muros, pateé todos los objetos que estuvieron cerca de mí, no sabía si estaba realmente frustrado por la traición de John al no cuidarse, de que posiblemente lo perdería, que nuestra relación ya no sería lo que en ese momento era, él se deterioraría, eso estaba seguro, tenía sida… pero ¿yo? Ese día no fui a la escuela, pedí una prueba rápida de casete la cual salió negativa, pero igual solicité una prueba serológica para estar seguro, pedí fuera urgente, me la entregaron al día siguiente- Edgard tenía mucho frío mientras caminaba por la avenida que le llevaba al trabajo. No paraba de tener en aquella tarde lluviosa un mal presentimiento –algo va a pasar, algo pasará, lo tengo presente.

-¿Te hiciste la prueba?- preguntó John cuando Edgard llegó a casa ese día.
-Me tomaron la muestra, pedí una serológica urgente, mañana me dicen.
-¿No optaste por una prueba rápida, al menos por el momento?
-No deseo ilusionarme.
-Entiendo que estés molesto
-Verdaderamente John no sé a qué te refieres, no tengo derecho a estar molesto, desde hace tiempo debería haberme dicho que eras un promiscuo, no tanto como yo, pero al menos a tal grado como para alejarte de mí en el plano afectivo. Si alguien sale contagiado tendré que decir que ha sido por mí, no tienes la culpa de nada, además, esto es una relación abierta, ¿no es así?
-Precisamente.
-Entonces no tenemos porqué pelear, no es necesario, quizá sólo me empujaste a esto, pero ya estaba parado en el borde, es más, te debo toda mi educación.
-Lo has hecho muy bien. Honestamente yo te amaba mucho, pero llegó un momento en que me di cuenta que ya lo había dejado de hacer, nunca tuve una relación tan larga hasta estar contigo.
-Lo entiendo. Pero ahora tengo trabajo que hacer.
-¿Mañana a qué hora te dan los resultados?
-Desde las siete de la mañana puedo pasar por ellos.
-¿Quieres que te lleve?, ¿Qué te acompañe al menos?
-Está bien, puedo ir solo.

-Negativo fue el resultado, otro negativo. Ahora tenía que definirme, podía pasar el resto de la vida de John atendiéndolo, siendo el enfermero de un hombre que ya no me amaba, claro que me estimaba y me tenía “cariño”, jamás esa palabra me ha dolido tanto como cuando él la dijo. Pero fue ahí cuando ennegrecí mi conciencia. Decidí dejar de amarlo pero lo necesitaba, requería su dinero, ¿me seguiría manteniendo aún cuando le dijera que ya no deseaba vivir con él? No tenía ningún vínculo, no era mi padre, ni mi hermano, justo en ese momento pasó de ser mi amante al hombre con el cual tenía sexo, el que me dio el cuarto propio. Pasé seis meses con él, los peores meses de mi vida, él se deterioró mucho y al final lo dejé.

-No puedo sacrificar mi juventud a tu lado, ya tengo veinte. Me gustan otros chicos, uno en especial.
-Leonard no te hará caso, no está declarado.
-No me interesa si me hace caso o no. Tú estás confinado a estar en cama o sentado la mayor parte del tiempo, se me va la vitalidad por la ventana y lo sabes. He decidido dejarte.
-Está bien- John ya no era muy atractivo. En su cara se figuraban surcos nunca antes imaginados por la vejez. El pecho se encontraba muy deteriorado, su piel era pálida y cetrina, sus piernas delgadas, la enfermedad le había carcomido en tan poco tiempo. Ya no comía y vomitaba lo poco que entraba a su organismo –no sé qué puedo hacer para impedirlo si ya tomaste tu decisión. Pero no creas que te dejaré de pagar los estudios, sabes que puedo solventar esos gastos con gran facilidad.
-No me interesa que me mantengas. Regreso con mis padres, ya hablé con ellos, ha sido muy extraño pero decidieron acogerme, al menos hasta que encuentre un empleo y un departamento.
John rió tranquilamente –Pero si tú no sabes hacer nada- era el primer insulto concreto que le dirigía con total malicia en todos esos años.
-Te engañas John, me ensañaste bien. Soy un maldito arribista como tú a mi edad, sé moverme en la sociedad de artistas y manipular a las personas. Lo aprendí de ti, de tus libros, tus viajes.
-También aprendiste a dejar a los amigos y los amantes… eso no te lo enseñé.
-No puedes sujetarme a ti, porque sino empezaré a desear que mueras y ese es un sentimiento que pretendo evitarme.
-Siempre has sido tan egocéntrico.
-Eso no es verdad. Te amaba tanto hace tan poco tiempo, fuiste tú el que dejó de amarme mucho antes, quién sabe cuándo fue eso.
-Un día cuando me di cuenta que eras tan joven y muy brillante para estar a mi lado sujetando mi mano por la vejez, no precisamente por la enfermedad. Después te espabilaste, te quise de otro modo, te quiero ahora de una forma distinta, pero en verdad no te amo, pero te pido que te quedes a mi lado al menos hasta mi deceso.
-Lo siento, me temo que eso no va a suceder, eso sólo me haría infeliz y después empezaría a hacer de tu vida una tortura, siempre incómodo, testarudo, sintiéndome un torpe mártir y no lo vale. No gastes dinero en mí, contrata un enfermero.
-Llámame cuando tengas el empleo.

Había pasado más de un año cuando habló por última vez con John, y ahora tenía el empleo de asistente de galerista en un lugar de gran renombre. Ameritaba una visita, mínimo una llamada pero ¿cómo reaccionaría?, ¿estaría siquiera consciente o quizá se encontraba internado? Su celular sonó antes de entrar a la galería.
-¿Diga?- contestó Edgard con seriedad al no reconocer el número.
-¿Tengo el gusto con el joven Edgard Strachey?
-El mismo, ¿qué necesita?
-Su amigo John Carrington acaba expirar. Quería que usted fuera uno de los primeros en saberlo, tendrá que asistir a la lectura del testamento, es el día…
¿Qué sucedía?, ¿qué testamento? Pero si apenas le conocía a John una hermana maldita y un padre que le odiaba, ¿en verdad había muerto?, ¿qué sentía?
-Muchas gracias.
-De nada. Mi más sentido pésame.
-Claro, claro- dijo Edgard al hombre del otro lado del auricular. No había tenido tantas ganas de caer en llanto como en aquel momento, pero como él era un hombre desconfiado prefería no creer que John estaba muerto, podía ser una mala pasada de alguien, incluso del mismo John que le quería ver después de un año. No podía estar muerto, no debía.
Se quedó petrificado en la entrada de la galería. No supo cuánto tiempo quedó perplejo pero después retomó todo lo que había aprendido, ocultó sus sentimientos y siguió adelante, si John estaba realmente muerto no le gustaría que se perdiera dentro de sus emociones en su primer día de trabajo, le diría cosas como “la presentación y la actitud lo es todo”, “no te dejes llevar por tus emociones superficiales”, “que nada te afecte”, “sonríe y seduce”.
-John, no necesito que me enseñen, aprendí todo cuanto necesito de ti, ellos me han de poner bajo observación y medicación, mi punto de equilibrio estaba torcido, ello evita que suba mi temperatura, mi sangre bombea por mis venas. Sigo vivo, pero eso querido mío no es por ti, sino por mí.

Se introdujo en la galería.

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