miércoles, 30 de septiembre de 2009

Nadie es culpable, según el señor Maugham

Después de las fiestas patrias, donde Leonard comía todo lo que no estaba dispuesto a comer y que además introducía grasa a su organismo en vez de alcohol, se despertó en su cama, su verdadera cama de su verdadera casa (al menos hasta que sus padres lo corrieran de ella) con náuseas y mareos, una vez más sintió que se estaba tensionando por nada.
Desde que había empezado el semestre la cosa de Nick, Cecelia y todos aquellos dramas existenciales le estaban hartando pero no podía desprenderse de ellos, comprendió que de alguna forma estaba entrando a una tortuosa etapa de su vida en donde lo inmaterial tenía más poder sobre él que todo aquello material que pudiera obtener. Las presiones y el ahogamiento que sentía en ese momento no era un vil producto de todo lo que había comido la noche anterior, sino de todas las cosas mentales que le faltaban por digerir; ni la escuela, ni los trabajos, ni las presiones de aprenderse toda la escultura del mundo (porque tenía historia de la escultura) eran ya un verdadero problema, desde su educación secundaria había aprendido a someterse a un sinfín de presiones y salir con una sonrisa campante, claro que con ferviente anterioridad lloraba por los rincones y se cacheteaba la cara con su propia mano muy al estilo de Annette Bening en “Belleza americana”, aquella escena donde ella se golpeaba y decía: “¡NO LLORES COMO UNA BEBÉ!”. La diferencia era que Leonard se golpeaba y de igual forma lloraba con un bebé.
¿Pero qué sucedía con aquel semestre?, en el verano se percató de su insustancial uso del tiempo, cuando no se encontraba presionado se deprimía, y cuando se deprimía pues no avanzaba en nada. Sin embargo se deducía que ahora sí estaba avanzando porque estaba presionado, cual tabla de equivalencias calóricas su nivel de estrés era directamente proporcional a su felicidad –Pero qué nefasto- se dijo Leonard al pararse de la cama, era más allá de medio día y su cabello se parecía al de María Antonieta: altísimo, voluminoso pero sin caché. De hecho cuando Carlota lo vio le dijo exactamente lo que el hermano de María Antonieta le comentó cuando la vio por primera vez en muchos años: “¿Llevas el cabello lo suficientemente alto hoy?”
Sin peinarse y con un día lluvioso por delante recapituló que todo estaba donde debía estar, tenía los trabajos resueltos para finalizar la semana sin ningún problema, también tenía ropa limpia, adelantos de otros trabajos, estaba por terminar el libro que desde hacía tiempo deseaba leer, había ganado un poco de dinero por un trabajillo mal pagado y ahora podía ir a comprarse su primer libro de Mishima, tenía planeada su próxima salida de compras y nada le hacía más feliz que ir de compras, pero algo faltaba -¡JO!- musitó Leonard –y entonces la Señora Dalloway se dio cuenta que no le faltaba ni riqueza ni belleza, sino algo que lo impregnara todo… pero hoy no me siento como la Dalloway, más bien- volteó a ver su ventana fielmente cubierta por unas cortinas rojas muy oscuras que le ayudaban a que la luz del sol no entrara y poder ver sus películas en la completa oscuridad que él deseara- hoy me siento como un personaje de William Somerset Maugham, cualquiera que sea.
Se trasladó a Hong Kong, con toda esa lluvia, aprisionado en su habitación, con frío, mucho frío mezclado con la humedad y ninguna obligación específica qué cumplir, lo tenía, era Kitty Fame de “El velo pintado”… ¡¿por qué no podía ser Walter?! –Porque si fuera Walter tendría que estar allá afuera haciendo algo productivo para la humanidad en lugar de estar en mi habitación conmiserándome de mi pobre existencia ególatra, aunque Walter no era un santo, se lleva Kitty, su esposa, a la localidad donde hay cólera para ver si ella muere comiendo algo que no se encuentre desinfectado- Leonard se quedó pensativo- pero ella tampoco es inocente… no del todo, sólo era alegre, tonta y vulgar, todo según la educaron sus padres… pero mis padres no me educaron para ser sólo alegre tonto y vulgar- el chico bufó y se vistió como si fuera verano, una playera muy delgada y con bermudas- según el señor Maugham nadie es culpable porque vivimos en el contexto social que nos tocó, y aunque seamos detestables somos gran parte de lo que el entorno demanda… ¡al diablo!, que esté encerrado sin poder hacer nada en un país que nada aporta, con un entorno que me mata, con unas sandalias baratas, el cabello de María Antonieta y la lluvia afuera, sólo falta que den alerta de influenza para sustituir el asunto del cólera, no quiere decir que soy Kitty Fame, ¡MALDICIÓN!, soy Julia Lambert, protagonista de una obra teatral de Maugham.
Entonces Leonard empezó a recitar de memoria uno de sus diálogos favoritos de aquella mujer que era actriz, tenía cuarenta años y se encontraba en la crisis de su vida, la cosa iba así: “¡No estoy actuando! ¡Estoy al borde del colapso! Siento que mi vida llegó a su fin. En este momento estoy en un estado extraño. Es como si la cortina callera en el primer acto, pero no tuviera idea de lo que pasa en el segundo. Estoy en una especie de limbo esperando que algo suceda, pero ¿qué?, ¡¿QUÉ?!”
Al terminar Leonard echó a reír, recordó que al final del filme Julia aprende que no hay mejor cosa que ser uno mismo –Así que ni soy Walter, Kitty o Julia, pero estoy seguro que si Somerset Maugham me hubiera conocido estaría encantado de retratarme en una novela –volvió a reír- tan ególatra el sentimiento de mi parte
Leonard decidió que debía terminal aquel libro que hablaba sobre conjuras y necios para posteriormente dedicarse a otros asuntos, aunque no supiera realmente cuales eran.

martes, 22 de septiembre de 2009

Frustración, frustración por el guión

“Hoy es uno de esos días de la cama infinita y el café oxidado de ayer… restos de una cena, una botella vacía y una nota en el mantel… ¡como siempreeeeeee, inolvidableeeeee, otra noche tan bonita como túuuuuuuu!” –Cantaba Leonard mientras se colocaba frente a su monitor, una hoja en blanco, de un blanco tan inmenso que ni la nieve de Polonia (nunca había estado ahí pero se la imaginaba… como mal escritor que era) podía comparársele, pues la hoja en el computador era digital y a eso se refería Kristof Kieslowski en su película “Blanco”: “Todos sufrimos” –Sólo que aquí TODOS los escritores sufrimos por el blanco de la página, lo que nos da una tremenda igualdad ¿no era eso lo que querías Kieslowski?- vociferó Leonard en dirección al techo de su pequeño y desaseado departamento- que todos somos iguales, que todos sufrimos igual y que todos, todos, todos los escritores deben enfrentarse a su bloqueo del escritor, JODETE Kieslowski, te AMO pero jódete- seguía gritando como un maniático, sentía que no debía haber tomado aquel expreso vespertino.
-Eh chico- escuchó Leonard desde la puerta. Era su vecina, una mujer con más de sesenta años y cuyos familiares, sospechaba Leonard, le habían abandonado- podrías dejar de gritar.
A lo cual Leonard contestó con un tono muy a la Julia Lambert (diva del teatro):
-¡Ah, váyase al infierno vieja quejica!- sí que estaba enfadado, pero la vecina no tenía la culpa.
-¡Pelado!- le gritó la mujer.
-Eso no le quita lo quejica.
-No, pero con comprueba que eres un grosero.
Leonard se paró de un salto y llegó con otro salto a la puerta y la abrió.
-No me siento bien, no estoy bien.
-Nadie está bien, no te sientas tan especial jovencito- la vecina estaba severamente enfadada, pero por desgracia para ella no sabía hasta qué punto Leonard podía estallar. Él siempre tan sarcástico y cínico intentaba sonreír de modo malicioso o amable, pero cuando se enfadaba no existía mayor remedio que sacarlo, como una especie de vómito visceral.
-No es que me sienta especial… ¿sabe cómo me siento?, me siento como si el primer acto se hubiera terminado, el telón está por subir porque va a iniciar el segundo acto ¡y yo no tengo ni puta idea de lo que viene a continuación! ¡Se me olvidaron los diálogos! ¡Se me olvidó cómo ser brillante!
-Tu madre debe estar muy avergonzada de ti.
-¡CLARO! Estaría avergonzada si supiera que su hijo, por quién aún no se ha jubilado, está perdiendo el tiempo en ideas infructíferas para un guión infructífero.
-Mira muchachito, tu madre puede estar avergonzada porque parece que has perdido todos los modales.
-¡Eh perdido todo!, por estar en cama todas las vacaciones y deprimiéndome como un estúpido ahora no puedo ni escribir un e-mail.
-¡Ah ya! Deja de quejarte niñito mimado, te pagan el departamento, no veo que hagas más que ir a la escuela y a tus eventitos sociales, así que deja de lacerarte tú mismo.
-¡Deje de espiarme!
-Deja de gritar.
-¡PUEDO GRITAR TODO LO QUE MI CAJA TORÁCICA ME PERMITA!
-Eso o hasta que llame a la policía.
-¡Oh!, vamos, llámele y así pondré mi canción de “Momentum” a todo volumen para sentirme Melora Walters de “Magnolia” ¡pero sin la droga!
-¿Estás drogado muchacho? Pobre de tu madre.
-¡NO!, pobre de usted- Leonard le cerró la puerta en la cara a la mujer “sesentona” (como la clasificó en su cabeza)

Ahora sí que la había hecho en grande, le había gritado a una mujer que en efecto era “una pobre mujer” sin culpa alguna por su falta de creatividad al momento de escribir. Su instructora del taller de guión le había dicho que tenía bien pensados a los personajes pero penosamente no tenía un conflicto. Cuando eso surgió de su boca sintió que el mundo se venía abajo. No sólo era un comentario muy acertado de aquella mujer, sino que Leonard se había dado cuenta que no tenía una historia que contar –En verdad que voy a terminar como la tal Gigi Levangie, escribiendo de mí, para mí y sobre mí- la cosa se complicaba porque había escrito una serie de cuentos y con eso en mente él creía poder escribir un guión –No es que los cuentos y los guiones sean lo mismo, pero la creación literaria está ahí ¿no?, se deduce que no te abandona… ¡A MENOS QUE NUNCA LA HAYA TENIDO!, ¡JODER, JODER, JODER!,!NO TENGO TALENTO!- justo después de vociferar la palabra “talento”, su computador empezó a cantar “Money, Money, Money” en voz de Meryl Streep.
-¡Sí MERYL, seguro es divertido el mundo de los RICOS!- la canción era del musical cinematográfico “Mamma Mía!” basado en el musical de Broadway del grupo ABBA, pero eso a él no le ayudaba, es más, lo ponía histérico cuando Meryl decía: “Todo lo que podría hacer si tuviera un poco de dinero…”. Entonces Leonard pateó un par de libros que tenía en el suelo (algo que estando cuerdo no se hubiera permitido) y con ello se dio cuenta que su departamento estaba hecho una porquería. La cama no se había tendido en semanas, desde que había iniciado el curso lo único que hacía era restirar las sábanas y meterse en ella, no la sacudía ni nada que pudiera ayudar a la higiene personal de cualquier ser humano. Una enorme capa de polvo cubría su despertador de noche y que tenía un sinfín de bolsas de “Gandhi” y “Mixup” tiradas por todo el suelo, también unos libros de arte, los capítulos impresos que estaba corrigiendo de su primer intento de escribir una novela, ropa por todos los rincones, abrigos sobre todo, no sabía por qué se había empeñado en comprar chamarras, abrigos y suéteres, también estaban los zapatos fuera de sus cajas, la guillotina para papel que había traído desde su casa, así como una docena de hojas con anotaciones sobre una pequeña animación que estaba por hacer. La escena lo puso fúrico.
-¡CON UN DEMONIO!, ¡CON UN DEMONIO LEONARDO! ¿EN DÓNDE HAS ESTADO? – inmediatamente corrió hacia la puerta, sacó un cigarro y empezó a fumar, inhalo, exhaló, hizo lo que siempre hacía pero la cosa no le bastaba, tenía que resolver el asunto en ese mismo instante, así que volvió a entrar, tomó una de las playeras que se ponía cuando “pintaba” y la rasgó e hizo un trapo con ella, después la enjuagó frenéticamente en el baño hasta comprobar que la pintura estaba seca e impregnada a la tela y lo único que salía era un poco de mugre. Con su playera rota como arma -¿Quién diría que la moda podía ser tan agresiva?- empezó por limpiar el despertador, después apiló los libros, recogió los abrigos, guardó los zapatos, juntó los primeros diez capítulos de su novela y los esquemas de la animación, destendió la cama, la golpeo con las sábanas con el fin de sacudir el colchón y después metió las sábanas de una bolsa negra de basura. Arrojó los papeles al lado de su cama, pescó todas y cada una de las bolsitas de las tiendas de sus ex - frenéticas compras y las echó a la basura. Limpió su escritorio al percatarse que estaba repleto de ceniza de cigarro y se tumbó boca abajo en busca de cada una de las colillas de cigarro, encontró ocho. Y fueron seis los bolígrafos que encontró entre toda esa maraña, también recogió tres vasos desechables con agua en su interior y dos tazas de café, una vacía y otra con un asiento acaramelado con miles de millones de hormigas intentando obtener el alimento preciado para el invierno.
Leonard tomó la taza con hormigas y la echó al lavabo con el fin de ahogar a las hormigas –Mueran malditas, mueran- decía mientras sentía como al menos una quinta parte de las hormigas le subían por el brazo. Así con la otra mano se sacudió el hormigueo y terminó por mutilarlas.
Mientras tanto en el computador cantaba el grupo australiano Faker la canción “Huricane” y después Mylene Farmer “Je te rends ton amour”, al pasar el tiempo Vanessa Mae tocó “The storm”, Yann Tiersen “La Noyée”, Edit Piaf “Padam, padam”, Gotan Project “Una música brutal”, Muse “The time is running out”, Philip Glass “Runway Horses”, Katy Perry “One on the boys”, John Williams “Chiyo´s Prayer”, Madona “Vogue”, The Strokers “What Ever Happened”, Charles Trenet “Boum!”, The Cranberries “Promises”, Bethoven la “Obertura de Egmont”, Nora Jones “The story”, Alexandre Desplat “Cholera”, Queen “The show must go on”, A-Ha “Take on me”, Gang of four “Natural´s not in it”, bond “Homecoming”, The Beatles “Because” , Siouxie and the Banshees “Face to face”, Vivaldi “Concerto in G”, The ting tings “Great DJ”, A.R. Rahman “Liquid Dance” y La oreja de Van Gogh “La primera versió” (entre otras cosas más que Leonard no captó).
Y cuando la nueva vocalista del grupo español decía: “Ya hace un año que no estás, hace un año que yo pienso en ti, cada segundo en ti, cada suspiro en ti es un latido en mí, si no te tengo a ti para poder vivir, sólo en el silencioooo de los siglos dormiré feliz..”. Leonard se sintió muy cansado y le vino a la mente la disociación, que al parecer se había ocultado a sí mismo esa parte desquiciante de su personalidad, la que enloquecía cada cuanto no tenía nada más “creativo” en qué ocupar el tiempo. Así vino un nombre a sus labios: Petter. El nuevo chico de intercambio se llamaba Petter, el chico que había conocido en sus vacaciones se llamaba Petter ¿eran acaso el mismo Petter? Todo parecía terriblemente conveniente, ya sabría algo si el tal Petter estaba ahí, Edgard ya se lo habría dicho… pero últimamente Edgard no le dirigía la palabra muy a menudo, de hecho nadie lo hacía, el atisbo de ser el supuesto amante de Nick había manchado su reputación, ahora era lo que siempre había temido: El arribista descubierto y desdeñado por utilizar a sus coetáneos. Todo mundo lo hacía, sin embargo aún en el mundo del arte dicho conocimiento se maquillaba en pro de la hipocresía, y lo peor a un hipócrita era un hipócrita desenmascarado.
Leonard se sintió muy cansado, y mientras The Cranberries cantaban “Animal Instinct” profesando que los instintos animales nunca los habían hecho llorar, Leonard cayó en el llanto, ya no sabía si era aquella vida la que deseaba o requería para “ser feliz”, si era acaso un trecho, una mala recha de inspiración, exceso de trabajo y falta de energías para subsanarlo, la muerte de Dalí y las ganas que tenía el hombre de seguir viviendo mientras él había querido morirse cuando el profesor agonizaba, o quizá había sido Cecelia que le había llamado la semana pasada para pedirle disculpas por su reacción en el funeral, ahora deseaba ir a tomar un café con él ¿y qué le diría?, ¿de qué hablarían?, ¿por qué siempre deseaba decodificar cada acción humana?, Edgard lo evitaba y sus dos amigas estaban fuera de la ciudad, se sentía sólo y se estremeció ante la idea de que la situación posiblemente no cambiaría.
Se arrastró hasta el colchó y se tiró sobre él con su playera desgarrada en la mano. Al instante quedó dormido.

miércoles, 16 de septiembre de 2009

“La sociedad de las escritoras vivas” por la cual todas mueren por entrar.

Si algo existía en aquella ciudad en la cual Leonard rentaba un departamento era que nadie que fuera competencia era invitado a un evento para el que fuera muy competente, por eso mismo Leonard era invitado a exposiciones de pintura, clases de danza y uno que otro curso de fotografía, pero jamás en la vida le consideraban a los grupos de lectura y redacción.

-Te tienen miedo- decía Steve mientras terminaba uno de sus grabados. Él y Leonard estaban en su estudio.
-No lo creo, a ti te invitan a cursos de grabado y todo eso, eres el rey del medio, nadie te omite y eso que tu trabajo es muy bueno, es de temer.
-Lo hacen porque esperan que los invite a mi taller y así tomemos la tacita de café o té, compartamos ideas, les ayude a vender su obra y al final los corone con mi bendición- Steve era uno de los alumnos más grandes de la facultad, estaba a punto de terminar la carrera, pero aparte de eso era un poco mayor a los de su generación.
-Pues que se mueran de envidia, yo estoy aquí, ¡yuju!
Steve, quién era una persona muy alegre, empezó a reír a carcajadas.
-En parte estás aquí porque lo tuyo no es el grabado.
-Steve, me ofendes, quiere decir que por ser escritor y no grabador puedo entrar a tu taller.
-No es eso, quiero decir que si fueras grabador tu interés por mi obra sería distinto… un poco fingido.
-¿Qué te hace sentir que no estoy fingiendo?- Leonard rió –creo que juzgas mal a tus contemporáneos.
-Confiaba mucho en ellos, tanto que uno terminó por robarme una estupenda idea, la propuso como suya, se llevó la beca, se fue de viaje y ahora no sé nada de él porque vive una vida eurocentrista.
-Es malo juzgar a todo el mundo por una sola persona.
-No juzgo a todo el mundo, sólo a los artistas que hacen grabado y buscan robarse las ideas de los demás.
-Ya veo porque no me invitan a sus círculos de escritores y lectores, sienten que les quito las ideas.
-No, sienten que haces menos sus ideas.
-¿Soy tan arrogante?
-Un poco, pero más que arrogante eres un juzgón- Steve volvió a reír por lo alto –seguro sienten que vas a criticar tu trabajo.
-Pero ellos pueden criticar mi trabajo también.
-Leo, no necesitas esos talleres, ahí les enseñan técnica, tú lo que tienes es talento. Por mejor que sepan poner las comas, los puntos, la metáfora no funciona si “el espíritu creador” no toca sus cabezas. Ganaste un par de premios, eso intimida a la gente.
-Yo creo que exageras, ni soy tan bueno y mucho menos intimido a alguien, sencillamente no les agrado.
-Pues no les agradas y ya- Steve se quedó pensativo- ¿me ayudas? Necesito tu opinión.

Cual fuera la razón de no ser invitado a los eventos que deseaba ser invitado, Leonard no podía dejar de lado que Pepa Lee seguía dando sus lecturas con los lentes de botella y su nariz tapada: “El amor, siempre el amor como algo que lo descifra todoooo”, lo imaginaba, recordaba sus textos trillados sobre el amor con su tono nasal, con la nariz constipada y la voz mormada; si al menos la cosa no era muy interesante al menos debía ser divertida.

Estaba de paseo por la ciudad, como si no tuviera una carga extra de trabajo por terminar, cuando entró a una librería del centro, una muy pequeña pero interesante, más concurrida por el hecho de estar ligada a una cafetería, cuando vio a una de las guionistas más prestigiadas de la facultad. “Flavia”, porque realmente su nombre no contaba mucho a pesar de ser una gran escritora, era conocida por su relación con Flavio, uno de los chicos más influyentes/acomedidos de la facultad, que producía infinidad de cortometrajes, unos muy buenos, otros malos, algunos caros y otros sencillos y baratos. Aunque Flavio era buen director y productor, además de ser un excelente novio según los comentarios más usuales en los pasillos, Leonard no podía dejar de sentir un poco de desdén por él, pues no le interesaba que conocieran a su novia como Flavia, y que dicha confirmación fuera la exhibición de un acto machista donde contaba más el trabajo de él que el de ella. Pero intentaba no pensar en eso, a Flavia no parecía importarle.

-Leonard- dijo ella con total sequedad.
-Hola- Leonard no sabía si decirle FLAVIA.
-Perdón que no pueda hablar contigo, estoy en un curso, nos vemos.
Así sin permitirle decir adiós pudo percatarse que Flavia se alejaba para poder sentarse en una amplia mesa con otras cinco mujeres de distintas edades, pero ella era la más joven, entonces una empezó a leer:
“Lo que me deslumbró cuando llegué a París en 1929 fue primeramente mi libertad…”
Leonard conocía esa frase, era la primera oración del libro “La plenitud de la vida” de Simone de Beauvoir, lo sabía porque le encantaba el libro, sentía que parte de lo que él solía vivir era similar a lo que le había ocurrido a la autora, y por más utópico que fuera el sentimiento, sabía que a ella también le había causado problemas sus aspiraciones de entrar a ciertos círculos intelectuales.
Entonces la cosa se tornó risible, ahí estaba él viendo media docena de mujeres que leían sobre la discriminación intelectual, sobre el feminismo y él no estaba incluido por ambas razones. Así que decidió acercarse a la mesa, pero cuando Flavia notó sus intenciones se levantó y lo interceptó en su andanza.

-¿Tienes algo qué decirme?
-¿Puedo unirme a su lectura?- dijo Leonard en tono cauto.
-Es sobre mujeres, para mujeres y por mujeres- dijo ella de tajo.
-¿Entonces si soy hombre no puedo entrar?
-Eso mismo, además, si fueras mujer tendrías que presentar una solicitud, no sólo presentarte de la nada a una de nuestras reuniones.
-No sabía nada de sus reuniones ¿entonces debo ponerme falda o algo así?
-Por eso no aceptamos hombres, son unos infantiles y cínicos en cuanto a cierta literatura.
-No todos los hombres.
-Lo sé, no todos los hombres lo son, pero tú sí lo eres.
-No me conoces, no puedes decir eso de mí.
-Leí el guió que escribiste para un cortometraje, donde las mujeres eran maltratadas y una de ellas se imponía, el argumento era un cliché, algo totalmente oportunista si me lo permites mencionar.
-¿Pero qué importa lo que permita? Ya lo dijiste, y es una opinión válida.
-Entonces apelo a tu razonamiento para que te marches de una vez. Vamos a leer textos de cada una de nosotras y es privado.
-¿En una cafetería pública?
-Leonard, no lo hagas más obvio, si te quedas sabremos que es para espiarnos, a ellas no les importaría pero a mí sí. No te quiero cerca.
-Muy bien Flavia.
-Me llamo Sofía.
-No lo sabía, de hecho nadie lo sabe, te llaman Flavia por tu novio Flavio, porque su identidad sobrepasa a la tuya.
-Eres un lerdo- Flavia Sofía le dio la espalda, fue a sentarse y así la lectura continuó no sin que antes las mujeres de la mesa lo voltearan a ver con interés.
Leonard les dedicó una reverencia y se sintió por primera vez discriminado por el único grupo social del cual no estaba dispuesto a ser desdeñado: las feministas.

-Que se pudran, que se pudran las muy malditas- decía Edgard en una hora libre.
-Pues no sé si juzgarlas ¿no acaso van conforme a su pensamiento?
-No Leonard, si lo ves así entonces el ser feminista se queda en algo muy sesgado: el desprecio a los hombres. Y eso no se queda ahí. Pero no te creas, las muy malditas también despreciaron mi solicitud.
-¿Metiste solicitud para el grupo de mujeres escritoras?
-Sí, y me dijeron que el hecho de ser gay no me hacía mujer y mucho menos me hacía pensar como ellas o vivir como ellas, el punto del taller era el compartir vivencias, lecturas, anhelos, si entraba un hombre entonces el círculo de intimidad se rompería. Como si pudieran ser íntimas las muy traidoras, como si Cukor no las hubiera retratado bien en “Las mujeres”, todas ellas usurpadoras de poder, maridos y posesiones.
-Creo que ya sé porqué no aceptan a los hombres, sea cual sea el caso nadie puede verlas de modo imparcial… de la forma como ellas se ven.
-Lo dices como si no fueran humanas.
-Es que antes no creía en la fiera distinción de los sexos, pero ahora ya no sé qué pensar.
-Mi Lenny, me vienes con eso de que los hombres y las mujeres son iguales.
-No me digas Lenny.
-Yo no fui, fue Nick.
-Así que ya viste el reportaje del chico mórbido que lo tentó, entusiasmó y terminó con el por correo electrónico.
-No puedo creer que terminaras con él por correo electrónico.
-No terminé con él porque no éramos nada, sólo amigos.
-Pues por eso, amigos y le dijiste por la Web, “Ya no quiero tu amistad”, fuiste una perra.
-Lo mismo pensé, pero la verdad no me sentía bien.
-Sin importar la relación que tienes con las personas es mejor hablarlo de frente, sino hacen un retrato tuyo que exponen a nivel mundial diciendo: “Aquí está el promiscuo adulador, tengan cuidado con él”.
-¿Crees que alguien más lo sepa… o lo note?
-Pues no lo sé, el chico del retrato es muy apuesto para ser tú. Si así te veía él ya sé porqué se entusiasmaba tanto contigo.
-Búrlate todo lo que quieras.
-Lo haré mi querido Lenny.

Edgard se encontraba un poco más mordaz de lo usual, Leonard se percató que ni las feministas ni los homosexuales querían tener algo con él, así pues ¿qué le quedaba? Los sujetos de su mismo sexo y sus preferencias sexuales -¿Es que todo en este siglo se refiere al sexo y la sexualidad?- se preguntaba Leonard –Aquí está la distinción de sexos que es para mí siempre algo oscura, creo que la culpa es mía, primero por inspeccionar campos de la literatura que para muchos no me corresponde según mi sexo, y otra por usurpar las posibles parejas de los demás y en las cuales yo no estoy interesando de forma sexual.
-Sexo, sexo, sexo- dijo Leonard en voz baja mientras salía de sus clases.
-Sólo existen dos sexos, que no se te olvide, el hombre y la mujer- dijo Emily quién le había escuchado decir tres veces sexo.
- Ya no lo sé Em, si Simone de Beauvoir escribió “El segundo sexo”, creo que yo estoy por inventar el tercer sexo.
-¿Y cuál es ese?
-El asexual.

miércoles, 9 de septiembre de 2009

Cerf volant Dalí

Fue difícil para Leonard decirle adiós, de hecho no le había podido decir adiós con total dignidad, había sido más de medio año que no lo veía, los doctores y el mismo profesor no lo permitían, la última vez su rostro estaba deformado, producto de la enfermedad que le aquejaba.
Cuando se enteró Leonard no tuvo más que encender un cigarro y fumarlo rápidamente, no lo degustó, ni paladeó, ni siquiera creyó estar fumando uno así que tuvo que fumar dos o tres, un par de cigarrillos no lo matarían, no como lo hicieron con su amigo; amistad muy superficial y en otras ocasiones algo profunda, pero ahora estaba muerto y Leonard no había podido decir adiós, era parte de su cinismo y las vueltas del destino.
Aquella mañana, antes de enterarse de la defunción de su amigo, se encontró con una de sus instructoras.

-Leonard, hoy no me voy a presentar ¿puedes decirle al resto del grupo? Voy de salida- dijo ella con su tono habitual de voz.
-Claro, no hay problema.
-Es que tuve un deceso personal, alguien muy cercano- dijo ella cambiando el tono de su voz por uno más serio.
-¿En verdad?, qué horror- dijo Leonard en pro de la mentira. La verdad era que el asunto no le conmovía en lo más mínimo, el punto era que sentía la obligación de mostrar alguna reacción, y como él estaba acostumbrado a las poses sociales, buscó dentro de su repertorio de lo digno e indigno, aceptable e inaceptable, y ahí se encontraba la reacción más “adecuada”: se había llevado la mano a la boca y dicho: “Qué horror”, con un hilo de voz.
A lo cual la mujer prosiguió:
-En verdad fueron… ¿dos?, no, fueron tres- su voz seguía teniendo un tono solmene.
Leonard pensó que debía reafirmar el asunto con otro: -Pero qué horror- como si la muerte realmente le asustara o interesara. Después de pensar en su propia muerte todo el verano la defunción ajena le parecía algo inevitable pero fría, quizá liberadora, pero aquí no era el caso, las muertes que se presentaban en boca de su instructora, fueran dos, tres o cinco, no le interesaban ¿era que se estaba convirtiendo en una persona insensible?
-Qué horror- repitió Leonard al escuchar lo de las tres defunciones, tenía tan practicada la pose que su rostro mostró conmoción.
-Bueno querido- dijo la mujer cambiando su rostro de afligido a lo habitual, una sonrisa inmensa traspasó su rostro- le avisas al resto, nos vemos, bye.
Así Leonard y su instructora se besuquearon de modo muy europeo, un beso de esta mejilla y uno de la otra. El asunto no dejaba de parecerle un poco falso a Leonard cuando la muerte vino de una boca más certera.

-¿Qué pasó mamá?- contestó Leonard su teléfono móvil aquella misma mañana.
Fue cuando se enteró de la muerte de uno de los intelectuales que, por mucho que Leonard lo negara, le habían influido en la escritura. Leonard se llevó la mano a la boca y dijo: “Qué horror”, pero en ese instante el sentimiento era verídico y la frase expresaba aquello que debía expresar: horror.

El profesor que había fallecido nunca le había dado clase, Leonard lo frecuentaba porque tenían algunas ideas en común y porque su madre era amiga suya, y al igual que su hijo ella también negaba que aquel hombre le hubiera influido de alguna manera, aún así ambos estaban en el velorio.
Los funerales no eran muy comunes para Leonard, a pocos había asistido y hasta el momento gozaba del ferviente optimismo de morir antes que sus allegados; él deseaba morir joven y prefería verse muerto antes que soportar la muerte de los demás, pero aquel hombre se le había adelantado, se lo suponía, tenía mucho con aquella enfermedad y la última vez que lo vio le había dicho: “De algo me he de morir”.
Dalí, así le decía la gente pues el profesor adoraba al pintor español y porque de hecho él mismo se llamaba Salvador pero no permitía que las personas le dijeran “Chava”, era una persona muy cínica y sarcástica, ácida hasta la médula que gustaba de hacer retobar a otros profesores de su misma rama: La ética.
Dalí enseñaba ética y gustaba decirle: “Torpe narizona” a la profesora que le daba ética a Leonard, y aunque en efecto la mujer era narizona, el calificativo de “torpe” se quedaba corto, aún así el asunto no era muy ético. Eso había sido cuando se conocieron poco menos de una década atrás, y aunque Leonard era un mocoso Dalí no tenía el menor problema en sentarse a conversar con él por un par de horas, largas horas que discurrían de modo apacible.

Entre todas las mujeres llorosas y las no tan sufridas, de esas que evitan derramar un par de lágrimas por temor a lucir desalineadas, Leonard no podía llorar, aunque la muerte de Dalí le dolía a la par no podía dejar de sentir un poco de furia en su contra, se había muerto y ni siquiera le había permitido irlo a visitar.

-Es mejor que lo recuerdes como era, no como murió, deteriorado- le había dicho su madre de camino al funeral.
-Nada le costaba recibirme por última vez en su casa.
-Estaba inconsciente, el último mes lo pasó muy mal.
-Ya nada se puede hacer.

No tardó mucho cuando Leonard se dio cuenta que los funerales no distaban mucho de otros eventos sociales con sus protocolos y encuentros inesperados. Se encontró con Cecelia, quién sí había sido alumna ejemplar de Dalí, por la cual Dalí se inclinaba por su astucia aunque siempre señalaba que por pertenecer a una familia acomodada su intelecto se rendía ante su condición fantaseada de aristócrata, donde el “ser” valía más que el “hacer”, en otras palabras: para Cecelia las cosas eran más fáciles.

-No sabía que Salvador te había dado clase Leonard.
-Hola Cecelia- Leonard no podía evitar un poco de mordacidad en sus voz.
-Siempre se juntaba con gente culta- Cecelia sonrió y tomó un sorbo de su taza con café.
-No era muy culto cuando nos conocimos pero creo que eso le agradó de mí.
-Ser un alma para moldear, tan típico de Salvador, un utópico de corazón, dime Leonard ¿lo logró?
-Sería muy injusto decir que él logró que yo fuera una persona ligeramente más culta.
-Te has convertido en un egocéntrico algo pedante, decir que eres más culto es una afirmación muy arriesgada. Cuando te conocí sólo leías libros de fantasía made in Harry Potter, ¿lo sigues haciendo? En aquel entonces no habías leído ni una sola obra de Shakespeare.
-Sigo sin leer a Shakespeare, si él fuera mujer quizá ya me habría leído todas sus obras- él sonrió amablemente- la gente bromea diciendo que sólo leo obras escritas por mujeres, sea lo que sea.
-Oh- exclamó Cecelia tenuemente- así que lees a Simone de Beauvoir y te sientes feminista- Cecelia entornó los ojos- supongo que te apasiona la frase de “No se nace sino que se deviene mujer”, eso te hace pensar que un día serás mujer, ¿qué despertarás como el “Orlando” de Virginia Woolf usando vestidos, encajes y miriñaques? Siempre fuiste un poco afeminado pero esto es el límite.
-¿Te sucede algo Cecelia? Estás siendo muy descortés en el funeral de una persona que ambos admiramos.
-Mira Leonard, cuando terminamos nuestra relación no pensé que tiraras para el otro lado, jamás creí que tuvieras esas costumbres, pero ¿qué sucedió? ¿Te dejé de atraer y entonces te convertiste en un maricón?
-¿De qué hablas Cee?
-Nada de “Cee”- dijo ella entre dientes- supe de la Bienal de Nick Hollinghurst, es pintor ¿no?
-Sí, es pintor, fue alumno de intercambio en mi escuela pero no sé cuál es el punto.
-¿No has visto su obra? Presentó en la Bienal una serie de cuadros, una oda a su sufrimiento y sus relaciones amorosas del pasado, todos cuadros muy bellos pero aburridos, bonitos como ellos solos, algo grotescos, prácticamente hiperrealistas, claro a excepción del tuyo.
Leonard seguía sin entender el asunto.
-Por Dios Leonard, ¿en verdad que no sabes nada?
-No, no fui invitado a la Bienal, si quieres saber la verdad me hice amigo de él para poder entrar pero nada más, después me dije que era algo innadecuado.
-Pues el muy maricón europeo metió un último cuadro de su última pareja, el cuadro se llama “Lenny” y tiene toda tu cara, sólo que con un par de kilos menos, sin acné y sin tu horrible brillo facial.
-Gracias Cee, eso quiere decir que no soy yo- la cosa le estaba indignando un poco a Leonard.
-Ofreció una entrevista y dijo que era el cuadro más importante de toda la colección, la crítica se lo aplaudió, lo llamaron “El más visceral”. Lo que me molesta Lenny es que no me dijeras que eras puto.
-Mira Cee, no es el momento ni el lugar para explicarte mis muchos rodeos sociales, pero entre Nick y yo no pasó nada.
-Pues lo sé, en la entrevista dice que lo tentabas sexualmente y él siempre se iba con la propuesta de un mañana porque tú no te acostabas con él, piensa que lo engañabas con tu mejor amigo.
-Cee, eso es difamación, no me he acostado con nadie de la universidad…
-¡AH!- gritó ella- resulta que ahora eres tan virgen con la Bolena, como la puta Bolena.
Las personas en la habitación guardaron silencio, la madre de Leonard se acercó para preguntarle si todo estaba bien.
-Sí mamá, Cecelia ¿la recuerdas? Está un poco conmocionada, ahora mismo vamos al jardín.

Una vez afuera Cecelia parecía excitada por el café, si nunca la había visto ebria esto debía asimilarse aunque fuera un poco, pues estaba desinhibida y era algo poco común en ella, la señora de la discreción y el recato.
-Yo no corté contigo Cee, fuiste tú la que se fue con Akenatón.
-Eso no quita tu condición de marica.
-No soy marica.
-¿Entonces por qué no sales con alguna chica?
-¿Cómo sabes eso?
-¡Porque lo sé y ya!
-Porque no quiero estar con nadie por el momento, nadie me atrae, nadie me hace sentir bien ni seguro, no estoy bien, no estoy para una relación.
-Yo quería regresar contigo y tú nunca me buscaste.
-Cee, estás loca, te busqué y rebusqué, no sólo eso, esperé por mucho tiempo, es absurdo que vengas ahora después de tantos años a decirme esas cosas.
-No son tantos años. Eres un puto de porquería por no pelear por mí.
-¿Sabes? No estoy de humor, ni para pelear por ti ni contigo. Esto no es una reunión del bachillerato, es un funeral de alguien muy querido y respetado por los dos, así que toma tu pútrida taza de café, recobra la dignidad que hay en ti, entra y llora por un rato o lo que se te antoje hacer, pero déjame en paz, por eso terminamos, porque eras muy indecisa y yo lo era aún más, pero hoy no lo seré. Adiós.
Leonard volvió a entrar a la pequeña habitación donde estaban los amigos y familiares de Dalí, se acercó a su madre y le pidió que se fueran.
-No puedo, aún no hablo con la madre de Salvador, si quieres vete, no te preocupes, luego llego a la casa. Además, mañana tienes escuela.
-Está bien.

Leonard salió sin acercarse al ataúd de Dalí, no sentía resentimiento contra él por no querer ser visto en sus últimos días de vida, de cualquier modo era su vida y había terminado. Por un momento sintió que Salvador era muy afortunado, al fin había dejado de sentir lo que fuera. En ese momento Leonard quería dejar de sentir, dejar de sentirse como uno de los personajes de “La confusión de los sentimientos” de Stefan Zweig, porque después de todo la pregunta seguía dándole vueltas “¿Entonces por qué no salía con ninguna chica?” La cuestión no se refería al sexo de la persona, por al contrario, Leonard se enamoraba de las cualidades y virtudes de las personas, de su forma de pensar y actuar, de sentir y expresar lo sentido, pero por lo que podía apreciar después de Cecelia no había existido nadie más, y eso que ahora ni siquiera sabía porque se había fijado ella.
-Qué horror- pensó Leonard.

jueves, 3 de septiembre de 2009

De regreso a la deducción del arte

De regreso en su habitación Leonard no sabía qué pensar… sobre todo y cualquier cosa. Las vacaciones habían tenido un énfasis adulador, había tomado su tiempo para pensar al lado de la naturaleza pero ahora debía regresar a la escuela. Había tomado un par de materias algo masoquistas, entre ellas relucía un taller en televisión y la semiótica del arte. La mayoría de los días entraba muy temprano y salía tarde, muy tarde.
Estaba más confundido que de costumbre, tenía sólo dos verdades bajo el brazo (quizá una verdad bajo cada brazo) una era que el semestre sería duro, sudaría sangre (según la instructora de tv) y la otra era que ya no tenía más dinero, sus pocos ahorros se habían ido en el viaje y sus compras exhaustivas de libros que aún no había leído, lo peor es que apenas se había editado una antología de TODOS los poemas de Sylvia Plath –Bonito momento para no tener dinero- se refutó Leonard.
La cosa es que se sentía raro, sentía que había regresado ese espíritu de adolescente de secundaria que no quiere ir a la escuela ¿la razón? No lo entendía ¿era porque las clases le resultaban absurdas? Lo que había tomado (porque eligió lo que deseaba ver en dicho semestre) era un conjunto de teoría y práctica unificada por el hecho de querer ser escritor, pero recordaba que al momento de tomar materias le había llamado por teléfono a Samantha para decirle que no encontraba un taller en el cual acomodarse.

-¿Se trata de que no te interesan los talleres que se ofertan, o no se ajustan tus habilidades a los talleres?- dijo ella en su tono habitual, uno muy duro, directo pero sin intenciones de ofender.
-Pues las dos cosas, no me interesan los talleres y al mismo tiempo sería un inútil en cualquiera de ellos, y como no me llaman la atención pues no estoy dispuesto a sufrir.
-Leonard, siempre estás dispuesto a sufrir, es lo que mejor se te da- decía con sarcasmo- ya en serio, se deduce que te enseñan en los talleres ¿no?
-Claro, claro- canturreo él por el auricular- se deduce que así debería ser, se deduceeeee- remarcó la “e” con sentido risible- pero cuando llegas a los talleres lo único que te dicen es: “SE DEDUCE que deben tener un bagaje al respecto” ¿te das cuenta que ellos también deducen que nosotros sabemos?
-Pues sí que es una carrera muy deductiva eh.
-Es lo que me fastidia, al menos me fastidia un poco. Eso que entras y todos creen que eres un pequeño artista desde los cinco años de edad, que iniciaste tu carrera como pintorcito a los ocho y te consagraste a los diez, y que ahora sencillamente llegas a pulir tus habilidades.
-Leo, corazón, todos pintamos a los cinco, el punto es que lo dejamos de hacer a los ocho, nos consagramos en otras cosas, además, tu escribes desde los dieciséis.
-Sylvia Plath lo hacía desde los ocho.
-Y murió a los treinta- Samantha usó aquel tono que tintineaba en la oreja de Leonard significando: “¡Leonard es obvioooo!”
-Lo que digo es que no quiero tomar ningún taller, no soy bueno en nada… ¿qué tomaré, arte sonoro?- dijo él con ironía.
-Pues no se que hagan en ese taller, ¿por qué no entras en algo de redacción? Qué sé yo, algo para escribir historias, lo que es tuyo.
-Me siento como Debra Messing en “The starter wife”, solo e incomprendido, intentando luchar por un no-sé-qué y al final terminaré escribiendo sobre mí mismo.
-La serie no está basada en la novela de un tal Gigi Levangie, es medio ridículo el nombre. No te frustres, escribe, es tu modo catártico de vivir.
-Meteré el taller de guión, supongo. Dicen que no te enseña a escribir un guión pero te hace buenas críticas.
-Fuimos autodidactas en el bachillerato, algo debiste aprender y eso es que nadie te va a enseñar nada de forma voluntariosa, porque cuando lo hace todo se viene abajo.

Leonard tomó el taller de guión y el de televisión, pero ninguna de las dos clases le entusiasmaba demasiado ¿es que había dejado de sentir? Era imposible, un cosquilleo de ansiedad le recorrió el cuerpo cuando la instructora de tv les describió el estrés, la locura y adrenalina que tendrían en el foro de la televisora, “Desde ahora van a trabajar en la televisión, no van a recibir paga, su pago va a ser la calificación, y no se permite faltar”
Leonard firmó con su golosa voz que no tenía problema alguno con todas esas cosas, fue hasta que la instructora dijo “El taller dura un año”, fue cuando sintió que había hecho algún pacto con el diablo, “Somos la perrada, a dónde diga que vayamos vamos”, concluyó aquella mujer que adoraba la creación en televisión.

-¿La perrada? Suena muy orgánico- Susana rió sin tapujos.
-Sí, la perrada, ahora pertenezco a la perrada.
-Pues siempre te han gustado los perros, es buen momento para ser uno de ellos.
-No sé si voy a soportar la presión…
-Soportamos manejar pruebas de VIH a mil por hora y después decírselo a los pacientes con total encanto, si pudiste con un año de eso, pues claro que puedes con “la perrada”
-No te burles Sue, esto es serio- Leonard pestañó y después empezó a reír- bueno, la verdad es que me parece una estupidez, siento que la profesora exageró las cosas, supongo que será pesado pero no como para volverse loco, es un reto ¿qué más nos puede pasar?
-Tenemos veinte años, cualquier cosa puede pasar.