miércoles, 13 de enero de 2010

El tercer sexo

Bajó las escaleras con el mayor decoro que su atuendo le podía prestar, a la mitad de la escalinata de una lujosa madera barnizada supo al instante que no encajaría en la supuesta “fiesta” que ni era un baile estirado y mucho menos una junta amistosa, era el campo de guerra.

Le parecía pomposa la afirmación, pero él sabía reconocer el ambiente en el cual se estaba sumergiendo de forma repentina, no por mera casualidad había sobrevivido a todos sus eventos con Nick o las fiestas de coctel al lado de algunos de sus amigos más snobs así como entramados sociales bohemios junto con sus colegas de la facultad; temió por su integridad no sólo al involucrarse nuevamente en aquel ecosistema de hombres con traje y alguna que otra personalidad contestataria que pretendía escandalizar a alguien con el simple hecho de usar un par de sandalias, una playera negra y su melena negra al descubierto, nada de eso le daba miedo, lo que realmente le atemorizaba era que podía discernir e identificar la conducta de cada cual ¿era que a tantos eventos había asistido que ya todo parecía una copia mundana? –Todas las fiestas son iguales, todas la inauguraciones de arte, las presentaciones del libros, los eventos culturales, los eventos sociales, las parrandas nocturnas- se descubrió pensando Leonard al darse cuenta que era una barbarie aquello que se presumía tan obvio. No todos los eventos eran iguales ya que la variantes de los elementos eran muy claras, y aunque estereotipadas, no podía dejar de asegurarse que no conocía todos los tipos de juntas posibles, ni a toda la gente que existiera –Aunque crea que la sociedad es como un molde- repitió mientras verificaba su cabellera en el espejo que se encontraba en el descanso de la escalera –entras a una fiesta como esta y se conoce a una persona muy agradable que comenta sobre el cine Hollywoodense y la importancia de la rentabilidad en el cine, también se puede hallar a un descarado ególatra sin sentido que adora el cine de culto, después asistes a una reunión de los chicos más ilustres de la facultad y te topas a una ególatra del cine Hollywoodense ignorante de toda su autoalabanza y a la vez estrechas la mano de la persona más espontánea, grácil y agradable del lugar que se aficiona al cine de culto y tiene sus propios cortometrajes- terminó de bajar la escalera- sí, sí Leonard, las personas parecen ser iguales aquí y allá, producto de la globalización, supongo, me pregunto cuál será mi doble justo ahora allá en la ciudad donde se encuentre mi familia, será como “La doble vida de Verónica”, aquí “La doble vida de Leonard” y veré a mi contraparte y moriré después de verla ¿será más arrogante?, ¿humilde tan siquiera?, lo que sí es que será una persona segura de sí misma, dispuesta a obtener lo que quiera y enteramente heterosexual, claro, si hablamos que tenemos un ser contrario en nuestra vida.

Se deslizó por el salón hasta llegar a la barra de bebidas. No debería tomar alcohol, las píldoras y el alcohol no se mezclan –Bueno, sí se mezclan, es la única forma con la cual muchas personas adquieren un poco de diversión, absorben todo aquello que lejos de energizar a su cuerpo, sólo lo sacan de su estado natural, pues lo natural aburre, lo natural agobia, nadie quiere ser una santa persona que no toma, bebe o ingiere pastillas por amor a su felicidad, en fin, los humanos estamos aquí para la autorrealización- terminó de sermonearse queriendo sentirse un poco mal por todo lo que había pensado. Él pertenecía a una familia muy conservadora y conocía infinidad de personas que ni fumaban, ni bebían, ni ingerían ningún tipo de droga, que llevaban su vida con una naturalidad envidiable. Pidió un ruso blanco sintió como el cinismo se apoderaba de su ser. Cuán patético se sentía por no haber superado lo de Orlando a ya casi un mes de su ruptura, la mayoría de los homosexuales que conocía eran infieles y fáciles de congratular, conseguían un tipo al cual llevarse a la cama y asunto solucionado, a la mañana siguiente tiraban a sus parejas nocturnas como pañuelos desechables y seguían con su vida. Era cierto, no podía tener garantía en un mundo como lo era “el mundo gay” (si es que existía alguno y si acaso se llamaba así) siendo un niño inocentón, romántico empedernido. Para sobrevivir debía ser una persona más seca, menos emocional, más intuitiva, menos fiel a los demás y más a sí mismo. Terminó su trago, pidió otro y se dispuso a socializar, sólo que no sabía con qué cliché estaba dispuesto a intercambiar palabra.

¿Por qué le preocupaba tanto el ser o no ser homosexual? -¿Será que no se nace sino que se deviene gay?- pensó y empezó a reír. Aquella tarde había regresado de pasear con los pies mojados y completamente adoloridos, tanto que le recordaron a la primera vez que patinó en hielo, subió a su habitación, ordenó algo caliente para comer (aunque no comió nada) y después se puso a leer “El segundo sexo”. Aunque la gente le tachaba de feminista, él no se consideraba así. Que le agradara Virginia Woolf, que leyera en su mayoría obras escritas por mujeres y así como considerar al sexo femenino más hábil en muchas cosas, como pensar, donde los hombres hacen la guerra y las mujeres algo más edificante, eso no quería decir ni por asomo que fuera feminista. Pero le inquietaba la visión de Simone de Beauvoir cuando hablaba sobre el devenir de la mujer, el tener que decir “nostras” sin estar sujetas el hombre, sin ser la hija o la esposa, sin ser “lo Otro”, como ella misma enunciaba en su primer tomo. Quizá todo se refería a que él era hombre y había nacido en aquella mayoría sexual dada por los genitales, fácilmente viviría menos pero con mayor salud (según Simone, pero seguro que si la mujer lo hubiera conocido tendría que hacer mínimo una observación sobre lo enfermizo que era) no obstante él era hombre, así sin más MACHO, no un peyorativo HEMBRA, no debía ni recitar, reclamar, recobrar o retobar sobre su esencia, la cultura, la ciencia y la teología le decía que su sexo predominaba y que disfrutara del éxito, pero Leonard no creía en la superioridad del sexo masculino ni mucho menos en el orgullo sexual atribuido a su propio sexo, lo habían educado con el pensamiento de la igualdad sexual, pero más allá de su educación familiar, mientras leía el libro de Beauvoir pensó que su situación conformista sobre la aparente igualdad de sexos provenía de su sexo, en efecto, hombre era y no mujer.
Jamás, por más libros sobre mujeres y de mujeres, para mujeres y por mujeres, que leyera, entenderá ni vería el mundo como una mujer, era sólo una alucinación, un juez y parte de ello, dudosos eran los monólogos interiores que les había dado a sus personajes femeninos en su novela.
Entonces entendió a la filósofa e intelectual francesa, porque de la ignorancia había nacido la comunión, tuvo que hacer un símil. Ahora como intento de homosexual fallido debía pensar si era o no era gay, si quería o no continuar en ello, era un devenir de la homosexualidad, pues aunque lo más probable es que hubiera nacido gay, era necesario coronarse como tal. No pertenecía a una mayoría ya que se remitía a su naturaleza de chico de clóset y eso le incomodaba e inquietaba –Porque no sólo se nace, sino que también se deviene gay- pensó para sus adentros. Por lo mismo Simone de Beauvoir se encontraba tan inmersa en la feminidad y el feminismo, por ello tenía que aseverar la existencia de LA MUJER como tal y no como LO OTRO, nacer y reafirmarse, congratularse o aceptarse, dejarse llevar por aquello que yace en el interior o exteriorizar lo que estaba enclaustrado. Comprendió que a ella le preocupaba su posición sexual, el lugar que se le había dado ¿qué de malo tenía con ser mujer?... ¿qué de malo tenía en su caso con ser gay?, ¿por qué entonces debía vivir en una sociedad homofóbica que lo condenaba y discriminaba sin temor alguno? Y lo que era peor ¿por qué no conocía ni un solo homosexual que fuera enteramente fiel, agradable y hasta cierto punto recatado?, ¿tenía que ver que homosexual era sinónimo de transgresión?, ¿era él el único que deseaba seguir siendo una persona como cualquier otra , UNA PERSONA (como diría Simone, no mejor, no peor, ni mayor o menor, no hombre o mujer, sólo persona) que le gustaran los hombres? Porque él, la persona llamada Leonard, no era lo que le gustaba, no le definía el ser gay, ¿pero por qué la sociedad lo tomaba así?, ¿por qué incluso sus mismos conocidos homosexuales lo tomaban así? Alguna vez había entablado una conversación con un chico muy estrafalario que gozaba de romper las reglas, a tal grado que pensó sólo prefería a los hombres porque iba en contra del régimen social.

La sexualidad le estaba dada. Los heterosexuales no tenían que gritar “SOY HETERO” para poder conseguir pareja, los homosexuales debían dar señales de humo y juntarse en grupos aparentemente selectos para poder conocer gente. Fue ahí donde comprendió la verdadera razón por la cual despreciaba aunque fuera un poco a Orlando, después de todo lo seguía amando, no de la misma manera pero si con gran anhelo. Lo despreciaba porque lo asociaba con toda esa confusión, Orlando le había dicho que estaría a su lado, con sus problemas o sin ellos, reprimido o sin reprimir, pero al final le había dejado solo. Entendía que Orlando superara las relaciones sin problemas, que pasara de un falo a otro, que no lloriqueara ni se sintiera culpable o creyera que su antigua pareja se había quedado en un bucle existencial, sabía que Orlando ya lo había superado, que no le hablaba y que le enviaba todos sus buenos deseos de donde quiera que estuviera, porque Leonard le daba importancia a todo y Orlando no, pues ya tenía más tiempo en el medio.

Despreciaba que no tenía mucha oportunidad de encontrar justo lo que estaba buscando. Sí, él debía ahora gritar sus preferencias sexuales para ser escuchado así como Simone tuvo que escribir un enorme ensayo sobre la importancia de ser mujer, de ser igual sin nada más que añadir. El problema es que Leonard no sabía dónde buscar a su nueva pareja, ¿en bares, antros, juntillas de la socialité justo como esas? Pero si estaba harto de todo lo que representaban esos lugares, le hostigaban, le abrumaba la idea de ir a un antro gay y toparse con la desilusión de saber que todos eran en gran medida como Edgard o Gil, u Orlando o incluso Murat, que podían ser una breve epifanía disuelta en una ardiente besuqueo y luego ¿qué?, ¡¿QUÉ?!, cuando la pasión entre dos hombre se acaba pues sencillamente… se acaba, como en toda historia se tiene un final y saber que sus historias nocturnas en bares con personas que tenían su misma preferencia sexual no llegarían a nada era algo terriblemente deprimente -Se requiere ser más cínico, menos caritativo, amar más de otra manera… ¿pero no es amor el mismo amor que se da entre un sexo y el otro?, ¿entonces por qué debo envilecer mi persona para buscar pareja?

Como era su costumbre estaba arruinando la aparente fiesta con pensamientos de más, así que dio un paso desprevenido vertiendo toda su bebida en el vestido de una muchachilla quizá un año o dos menor que él, quién se sonrió en lugar de enfadarse.

lunes, 11 de enero de 2010

Belle de jour

No tendré al final de enero una pepita de oro que pueda envolver con celosa jovialidad entre los paños de la experiencia para así poderla trasladar a casa, al cuarto propio- Leonard apagó su cigarro, el último de la cajetilla, al menos las pastillas seguían a su disposición así como el desinterés de sus compañeros de hotel; eso creía hasta que le llegó a la habitación una invitación con membrete y sello entregada en mano por uno de los botones del lugar.
-Se requiere su contestación- dijo el joven que incluso podría ser mayor que el mismo Leonard.
-¿Se me permite leer la carta?- expresó Leonard con petulante ironía.
-Así suele funcionar- chisporroteó el botones.
Leonard se sonrojó, las cosas de “etiqueta” le fallaban, se pasaba más tiempo leyendo sobre cortes europeas que moviéndose en ellas, así que al llegar una invitación que exigía inmediata contestación no dejó de creer que Elizabeth Tudor entraría por el balcón exclamando “Dudley querido, asistirás ¿verdad?, debemos bailar una volta”, volviéndose a sonrojar por la ridícula naturaleza de su pensamiento leyó el contenido del sobre, el cual era una atenta invitación (que seguramente se había hecho a todos los hospedados en el hotel) para una cena ofrecida por el político en turno del condado –bien- pensó Leonard- será como una especie de baile muy estirado- estuvo tentado a declinar la invitación, sin embargo recordó que no deseaba abrir un nuevo libro, la última novela de Thomas Mann le había dado náuseas, una sobre un mago con guiños a Mussolini y una familia que pasaba unas malas vacaciones en una Italia hiperpatriótica, si acaso “La muerte en Venecia” le había parecido “tóxica” (de forma literal y literaria, como diría la Woolf) por aquellos anhelos de perfección, donde lo perfecto es mediocre según su instructora de escultura, entonces el mago, hipnotizador, farsante, bebedor de coñac que se veía retratado en la segunda novela que había leído de Mann era tan imperfecto como poco atractivo. Las nauseas le invadieron y tomó asiento en su cama.
El botones carraspeó con la garganta, no sólo esperaba la contestación, sino también su propina.
-No es necesario que escriba una contestación ¿verdad?, será suficiente con que bajes a recepción y digas que asistiré- Leonard se puso en pié y dio un billete al botones, el último que tenía, oficialmente estaba quebrado, más le valía dejar de gastar tanto en libros y escribir un poco más, su último pago lo venía esperando desde hacía dos semanas, no iba a llegar antes del término vacacional, se estaba haciendo a la idea, pero no toleraba pedir dinero a sus padres. -Terminaré prostituyéndome- pensó con descaro -pero ¿cómo aguantar el tiempo determinado?
Cerró la puerta y empezó a reír, era verdad, conocía un par de chicos y chicas que se prostituían, pero no eran sus íntimos amigos e incluso les había censurado, aunque siendo honesto consigo mismo después de haber visto la película de Buñuel “Belle de jour” había sentido una extenuante necesidad de prostituirse –El problema es que ya no existen esas casa de citas tan elegantes y recatadas… y que yo no soy Sévérine, tan elegante y recatado.
Volvió la mirada a su ropero. No tenía nada que ponerse para la ocasión y por suerte o desdicha, tampoco existía alguna tienda cerca. Se reprendió al no haberle preguntado al botones sobre el atuendo que debía usar. Después pensó que como el botones le odiaba (a pesar de haberse llevado lo último de su recurso en efectivo) seguro le habría dicho que la fiesta era de disfraces. Suspiró, no tenía por qué preocuparse. Salió a pasear con su abrigo color verde olivo que estaba dispuesto a encarnarse con su cuello alto que le cubría de perfil la mitad de la cara, también escondía su cabello, aquellos rizos que con tanto ahínco pretendía conservar hasta que la situación lo demandase. Solía cambiar de imagen, hacía dos años realizó un performance con cabello largo atándose a una silla en plena plaza de su ciudad con un texto Luterano en las manos frente a la máxima iglesia católica del lugar; una amiga le ayudó a atarlo dejándole las tijeras al lado por si requería evacuar el lugar, ella documentaría la escena. Poca cosa surgió, las personas le miraban sin entender mientras otros tantos curiosos le tomaban fotografías, después de desatarse fue cuando la gente se le acercó para preguntarle sobre aquel acto, y explicando la analogía sobre lo protestante contra lo católico una mujer (algo anciana) lo golpeó con su paraguas. Los golpes no habían sido muy fuertes pero sí representativos, nunca en la vida había recibido una agresión física por una mujer de esa edad, pero la cosa no paró ahí, pues cada vez que Leonard pasaba frente a la máxima iglesia, si la mujer le veía (quien aparentemente se la vivía por ahí, al menos en la fachada) lo insultaba y gritaba, o golpeaba con su bastón (fuera turno del bastón o el paraguas) así decidió cortarse el cabello y resultó que la mujer no le había reconocido con el cabello a ras.
Cuando realizó otro performance sobre el cierre de un museo en la ciudad donde estudiaba, donde sus compañeros le ayudaron a representar un muro, todos vestidos de blanco y con una obra personal sobre el pecho, tenía el cabello corto. Recordaban el evento, pero no al organizador, quién ahora tenía cabello largo y era, al menos, diez kilos más delgado. Eso era lo que le agradaba de lo colectivo, que lo olvidaran pero recordaran la obra, mínimo la experiencia.
Se puso una boina del mismo color que el abrigo, tenía mucho frío y la hierba mojada le recordaba que era friolento, no obstante disfrutaba ese instante con extrema felicidad, se estaba recobrando de todo lo malo, eso o que al fin tanta pastilla estaba cobrando efecto en su organismo. Aunque le preocupaba su falta de recursos económicos así como la precaria comunicación que tenía con su familia o amigos, le agradaba la aparente independencia que había adquirido en el refugio campirano entre la hierba y el agua. Alzó la vista y vio una vereda, le pareció la mar del mismo idilio cual si hubiese sido pintada por Corot, ahora pertenecía a un cuadro, era el personaje del cuadro, la mínima importancia del contenido humano entre tantos árboles y verduzco esplendor, temía por lo bello, temía por lo sublime, se sentía mareado y débil, algo nervioso pero aparentemente normal en aquellos días. No se resistió y recitó a plena voz su poema favorito de Walt Whitman: “En adelante no esperaré la suerte; yo mismo seré la suerte. En adelante, no lloriquearé más, no tendré más necesidad de nada. Estoy harto de las dolencias que huelen a cuartos cerrados, de bibliotecas y críticas fastidiosas. Alegre y fuerte recorro la vía pública. La tierra y basta. No deseo que las constelaciones estén más próximas. Sé que están muy bien allá donde están. Sé que ellas bastan a aquellos a quienes pertenecen”.
Se volvió y vomitó poca cosa porque seguía sin comer mucho –Bueno, tenía que arruinar el momento- sonrió pensativo mientras se incorporaba entre la hierba- ¿qué diría Whitman del vómito sobre las hojas de hierba?... diría “Aquí hay sitio para la manifestación de una gran personalidad… aquí se pone a prueba la sabiduría”- recogió su boina del suelo pero no se la volvió a poner, se había arruinado con el lodo, sus zapatos también ¿y así pretendía asistir a la pomposa cena? Sería mejor que no asistiera más no tenía remedio, dijo que iría y eso haría, aunque ¿de qué y con quién hablaría? Las personas del hotel podían ser mezquinas así como extremadamente aburguesadas, él no ingresaba a ninguno de sus clubes campiranos ya que no pagaba ninguna mensualidad y desdeñaba todas y cada una de las cortesías. Ni el golf, ni el tenis, ni la absurda piscina y todas esas cosas que podían darle urticaria eran permisibles en su pensamiento. Estaba ahí para tener paz, pero no lo lograba, cuando obtenía el buen momento entonces vomitaba, y ni toda la literatura, la escritura o los ansiolíticos que podría ingerir le quitaban el deseo de encontrar otro lugar “Aquí se pone a prueba la sabiduría. La sabiduría no se pone a prueba en las escuelas. La sabiduría no puede ser transmitida por el que la posee al que no la posee. La sabiduría es el resorte del alma, no es susceptible de prueba, ella misma es su propia prueba. Se aplica a todos los grados, objetos, cualidades y permanece satisfecha. Es la certidumbre de la realidad y de la inmortalidad de las cosas, es la excelencia de las cosas. Hay algo en el móvil espectáculo del mundo que le hace emerger del alma” –Diablos- dijo mientras su mundo le daba un par de vueltas, una sensación parecida a los días sin dormir y con muchas tazas de café encima- no lloriquearás más- decía mientras se tallaba los ojos con las manos- ya cuando empiezas a escuchar a Whitman es que tienes problemas- de pronto el paisaje dejó de moverse.


Se presentaría con un pantalón negro que había llevado, su camisa roja favorita y sus zapatos recién entintados, era todo lo que tenía, esperaba que bastara, eso y su cabello bien acomodado.

viernes, 8 de enero de 2010

Casi, casi… Cassie Karenina

Desde Tristán e Isolda hasta Ana Karenina la historia de la novela en el occidente hablaba del adulterio e infidelidad, pero por lo mismo de evocar a la dificultosa ficción Leonard se encontraba en la tentativa de que eso no siempre sucedía en la realidad con tanta gallardía y al estar aquí en la tierra y no allá en el papel empastado lo ponía en un lugar seguro, sólo que con Orlando había salido de dicha zona de confort con la decepción como mentora de la experiencia. Él no era María Antonieta esperando la salvación de un Axel Von Fersen, ya que los caballeros polacos estaban en extinción y allí en pleno campo auspiciaba su perdición emocional y no paraba de preguntarse una y otra vez ¿cómo era que Jane Austen no se había sentido tan sola en medio del campo? Seguramente era porque tenía a su hermana a su lado, por la noches cuchicheaban por horas, o quizá tenían tanto que hacer que ella y Casandra no debían (ni podían) quedarse la noche en vela.

Después recordó la razón por la cual estaba en aquella situación, el campo, la muchedumbre, rememoró los últimos días de clase donde sólo dormía dos horas al día, su relación con Orlando había terminado y aún así sonreía, ¿qué más le quedaba? El semestre en aquel entonces llegaba a su fin, los trabajos maduraban y la exposición sobre la escultura en el neoclásico al fin estaba resuelta. Ahí en su mente estaba su profesora que hacía dos años atrás le había dado “Renacimiento y Neoclásico”, la que repasó al mismo Neoclásico en menos de media hora enunciando “Todo lo que parece viejo pero es nuevo, eso es el Neoclásico”. El espíritu del neoclasicismo estaba en él. El viejo sentimiento estaba en la época actual: la nostalgia y la melancolía. Se recriminaba por haber amado tanto a Orlando.

En el último día de clases eran las cuatro de la madrugada y tenía que arreglarse para salir a las siete de la mañana, dormiría unas dos horas… pero aún debía bañarse y el agua le quitaba el sueño. De cualquier modo no tenía sopor alguno, tres tazas de café habían hecho lo suyo, eso y que no comía, tenía tres días sin comer. Era miércoles y todo había iniciado el domingo cuando prendió la televisión y vio la repetición de aquel programa británico sobre adolescentes delineados cual arquetipos que en más de una ocasión caían en el estereotipo. Alfi se la había recomendado el programa, Emily también, Petter se lo había sugerido, el maldito Orlando comentó algo sobre él, incluso Susana (que poco le gustaban ese tipo de series) le incitó a verlo. Pero Leonard no quería, cuando mucha gente le decía lo que tenía que ver entonces no lo hacía, así de simple. Morgause era de la misma opinión.

-Una vez vi el programa, bueno, el final de un capítulo donde un tipo muy guapito ese decía “¿quieres tener sexo?” a otro tipo algo lindo. Y ya, acabó- le comentó alguna vez Morgause cuando el tema había salido a la mesa.
-Sí, yo también vi una escena donde un tipo no tan guapito con lentes, tocaba la puerta de una casa y le decían “¿vienes por lo del trío?” Y puff, se fueron a comerciales y con ello también mi presencia.
-Ay el sexo- le comentaba Morgause con desinterés.

Pero la escena que había visto aquel inicio de semana no era sobre el sexo, era sobre la comida. De una niña que no comía y fingía que lo hacía mientras hablaba mucho distrayendo a las personas que le acompañaban en la mesa. Entonces la tipa empezaba a tener alucinaciones que le decían desde el más allá del universo culinario: “COME”.
Leonard apagó el televisor y pensó que era estúpido. Aquella mozuela pretendía estar siempre feliz a pesar de estarse muriendo por dentro… ¿no era muy distante de lo que le había pasado a él en el verano pasado?... y un poco en el presente
-No- se dijo- yo no podía fingir estar bien porque realmente me sentía mal- entonces lo volvió a pensar y tuvo miedo. Las vacaciones solían afectarle porque se quedaba sin actividades. No es que careciera de vida social, “casi” siempre tenía algún lugar a donde ir, con quién salir, sin embargo era ese “casi” lo que le mataba. Para alguien como él, que todos los días tenía actividades frenéticas, charlas al por mayor y muy poco tiempo para ocuparse de sus pensamientos (a fondo), tener tiempo libre era como un gusano que se introduce por la oreja y no se le puede sacar porque ya ha ingresado al cerebro. Seguro, si acaso no se cuidaba, se deprimiría, pero ésta vez no estaba dispuesto… o eso creía él.

La cosa se adelantó. El lunes de aquella semana había asistido a su clase sobre programación en la web, donde él era una bestia descomunal, nunca hacía nada preponderante más allá de discutir sobre los Marxistas de clóset, las postmodernidad y la geopolítica del cine, eso a él se le daba bien, pero lo que era dar entrada y salida a un código, mejor ni pensarlo.
Podía vivir con ello, con su alegre farsa, pues siempre aprendía algo nuevo, por muy vano, frívolo o aparentemente insignificante, siempre existía la novedad. Eso le agradaba, pero creía no estar dando el ancho, cada lunes recapacitaba sobre su incapacidad para cumplir alguna tarea al 100%. No era animador, ni fotógrafo, ni escultor, ni pintor, ni artista conceptual, ni un buen teórico, ni un escritor en ciernes, o desarrollado, o culminado; era bueno hablando y discutiendo sobre cualquier cosa… era bueno distrayendo a la gente, fue lo que pensó.
Entonces tuvo una epifanía algo tortuosa. Se vio frente a su instructora del taller de programación, se percató de que tenían grandes y amenas charlas. Él con el estómago vacío y ella con un refresco bajo en calorías en la mano, eran las cuatro de la tarde y el trabajo no salía, pero Leonard no podía juzgar, ya que retrasaba a las personas más que ayudarles, las mantenía contentas y en forma, las personas eran fáciles, pero por favor, nada de computadoras.

Ahí, a punto de dar las cinco de la tarde, él pidió permiso para ir a comer algo. Estaba cansado de “distraer” en pro de convencer de que estaba haciendo algo. Se sintió como la tipa esa que no comía y sólo pretendía hacerlo, eso y ser feliz, también pretendía que era feliz.

Comió algo ligero en plena soledad. En los fines de semestre prefería estar solo, sentía que las personas le quitaban el tiempo. Fue mucho lo que engulló, estaba a punto de retirarse de la cafetería cuando llegó Emily.

-¿Aún aquí Leo? Es algo tarde.
-Por la web, las cosas no salen ¿sabes? No debí tomar la materia, no sé qué calificación tendré al final del semestre.
-Una buena nota. Dicen que hablas mucho.
-Las buenas notas no se dan por parlotear como cacatúa.
-No me malinterpretes, lo decía por tus opiniones…
-Sí, hablo por hablar y nada más, no hay mucha sustancia…
-Nadie lo creería- le interrumpió Emily.
Leonard quería explicarle que se sentía insuficiente, que acababa de comer una sopa, una ensalada, un filete y un refresco en menos de diez minutos, que había dormido sólo dos horas desde el jueves de la semana pasada, y que justo en ese momento sentía náuseas. Pero no pudo, lo dejó así, se despidió con premura y corrió al baño.

Vomitó

-Tenía que pasar ¿no?- murmuró mientras sacaba un pañuelo desechable - todo iba muy bien, debía pasar- sintió el ardiente impulso en la boca del estómago, se contrajo, lo sintió por el esófago, la garganta, la boca, la lengua, los dientes-… descascara la envoltura- recitó en su cabeza el poema de Sylvia Plath- … oh mi enemigo ¿aterro acaso?- el líquido fluía, el proceso era como la resurrección de la misma comida, el quimo que antes había sido el bolo alimenticio, que antes era la sopa, todo en el retrete- … sí, sí, Herr profesor, lo hago.
Eso era la reducción formal del poema “Lady lazarus”. Estaba pasando, así había sido apenas un par de meses atrás, vomitando, sintiéndose mal, y luego la ventana, la tentadora ventana como única salida.

Se limpió los indeseables restos de los labios. Se enjuagó la boca en el lavabo, sacó un chicle sabor a menta, rió un poco, recordó la película de “Nick y Norah, una noche de música y amor”, donde el chicle y el vómito tenían un gran protagonismo, pero se diferenciaba en que aquello era comedia y eso lejos de ser un drama, era la pura realidad.
Tomó aire, era momento de pedir ayuda a algún especialista... recordó el capítulo de la serie británica donde la tipa hacía lo mismo, le llamaba a la doctora fulana de tal para que la volviera a tratar.
Leonard se preparó, arregló el cabello y salió del baño con total soltura, “No pasa nada”, se decía, “No pasa nada, la vida es adorable”. Entonces volvió a entrar en el aula de trabajo y siguió como si en efecto nada hubiese pasado. La diferencia es que desde el lunes no comía ni dormía bien.

La cosa, lo que fuera, había regresado y fue así, como en el verano, había huido de la ciudad buscando la paz que tanto ansiaba; la navidad y el año nuevo estuvo con su familia en la misma casa, pero cuando el resto de sus familiares tuvieron que marcharse se quedó solo con un par de extraños tan cotizados como sus problemas, la supuesta casa de veraneo era ahora una cárcel provisional –Al menos aquí estoy a salvo- se dijo mientras dejaba su teléfono celular en el buró de noche, no había recepción.

Semanas atrás ansiaba una llamada o señal de vida por parte de Orlando, pero evidentemente ya le había olvidado por la misma razón de su falta de amor, entrega o fidelidad, cualquier cosa que le vinera a la mente. Lo esperó, pero nada sucedió, fue cuando Leonard en un ataque de total indiscreción (made in Ana Karenina) borró a su amado de todas sus redes sociales, incluso su número telefónico, no podía sucumbir ante la tentativa de llamarle ya que no recordaba el número, y aún en la noches más frías y llorosas en el campo, aún ubicando la única zona donde podría obtener recepción sabía que no podía llamar a Orlando porque el número ya estaba perdido, el correo electrónico también, cualquier forma de comunicación –Es mejor así, si no me ama que la cosa termine en un soplido, se sacudió de mí como una mota de polvo, no me buscó, lo único que yo amaba era el amor de Orlando y como él no me ama entonces todo está perdido- dejó su teléfono móvil y salió a pasear por el campo –Como si esto fuera Inglaterra y yo estuviera en la época georgiana ¿llegará el momento en que pueda verlo sólo como una simple amigo?

-¿Va de salida señorito?—le dijo una mujer de sesenta o setenta años de edad, que dentro de los diez años de diferencia era tan jovial como el mismo aire de campo podía proporcionarle.
-Leonard o Leo, no me digas señorito Betsy- dijo él con tono alegre y resuelto.
-Bien, bien señorito, ¿cómo amaneció hoy?
-Adorable, el día entero es adorable, sólo me pregunto si podré hacer algo bueno para variar.
-Sé que el día es adorable, como siempre dice usted, pero le pregunté cómo amaneció usted no el día.
-Me sorprende su atención sobre mi expresión acerca del día, sin embargo sigue ignorando mis acotaciones sobre ser llamado Leonard.
-Tranquilícese señorito, esto no es una cárcel, se puede ir cuando quiera.
-Aquí estoy bien, libre de toda tentación tecnológica.
-¡Bah!- exclamó la mujer- ustedes los jóvenes que viven más por una pantallita que en la misma carne, vaya pues señorito a disfrutar de su adorable día.
-Gracias Betsy.

Era verdad, ahí era libre de toda tentación. Orlando no llamaría y si lo hacía no existía recepción alguna; también carecía de cualquier medio de comunicación hipertextual, además, nadie le conocía, la mujer de la entrada se empeñaba en ignorar el nombre de sus inquilinos, para ella era señorito, señorita, señor, señora, perro, gato, volatilidad sensorial, si acaso le preguntaran a Betsy por él, la mujer contestaría: “¿Un joven muy delgado y demacrado?, siempre huele bien pero tiene unas enormes ojeras, toma sus pastillas para dormir”. La gente del lugar lo sabía, la mucama había descubierto sus ansiolíticos, era un adicto y no sólo al café, la nicotina y los ansiolíticos, sino también a ser amado. Porque a pesar de estar en un encierro al aire libre Leonard no podía dejar de pensar en Orlando y más allá, en todo aquello que el hombre le había bridado: felicidad.

“Son esas cosas a las cuales te haces adicto al no haber probado con anterioridad una caricia tan sincera, unos besos tan sublimes y una agradable compañía, más que todo se vuelve necesario, el amor es una cosa necesaria, amar y ser amado en correspondencia –escribía Leonard a su amigo Alfi- No logro olvidarlo a él, y cuando lo hago, aún en cama leyendo una buena novela vienen a mí sus jugueteos, su presencia, su contacto, pero alejo todo ello con la noción de su infidelidad así como su desinterés. Una nota me envió por correo electrónico antes de venir aquí, una muy corta, la cual decía si acaso no podía sobrellevar las cosas debía sobreponerme pues las relaciones con hombre son así, pero de igual manera esperaba que yo estuviera bien. Su correo me hizo sentir tan miserable que no tuve el valor de contestarle. Odio que las cosas se estén trivializando, estoy mejorando, pero cuando creo estar en óptimas condiciones entonces recaigo y algunas personas empiezan a notar que como poco y duermo menos que poco. Aún así es un año adorable, el inicio de todo lo bueno viene en camino, ahora me doy cuenta que tengo poca compañía y menos personas en las cuales confiar, son pocos mis amigos y menos aún aquellos que deseen escucharme. No contestes esta carta. Sé que no lo harás porque esto del servicio postal no es lo tuyo, aún no tengo ni la menor idea de cómo diablos voy a enviar la carta, creo que tienen estampillas en la recepción, deséame suerte, aquí tengo mucho sol, mucho pasto, mucho aire fresco, también traje muchos libros, justo ahora leo “La muerte en Venecia” y no podría ser más indicada…”

Terminó la carta y la cerró, iría a la recepción y rápido, estaba a punto de llover, eso puso de buen humor a Leonard.