lunes, 11 de enero de 2010

Belle de jour

No tendré al final de enero una pepita de oro que pueda envolver con celosa jovialidad entre los paños de la experiencia para así poderla trasladar a casa, al cuarto propio- Leonard apagó su cigarro, el último de la cajetilla, al menos las pastillas seguían a su disposición así como el desinterés de sus compañeros de hotel; eso creía hasta que le llegó a la habitación una invitación con membrete y sello entregada en mano por uno de los botones del lugar.
-Se requiere su contestación- dijo el joven que incluso podría ser mayor que el mismo Leonard.
-¿Se me permite leer la carta?- expresó Leonard con petulante ironía.
-Así suele funcionar- chisporroteó el botones.
Leonard se sonrojó, las cosas de “etiqueta” le fallaban, se pasaba más tiempo leyendo sobre cortes europeas que moviéndose en ellas, así que al llegar una invitación que exigía inmediata contestación no dejó de creer que Elizabeth Tudor entraría por el balcón exclamando “Dudley querido, asistirás ¿verdad?, debemos bailar una volta”, volviéndose a sonrojar por la ridícula naturaleza de su pensamiento leyó el contenido del sobre, el cual era una atenta invitación (que seguramente se había hecho a todos los hospedados en el hotel) para una cena ofrecida por el político en turno del condado –bien- pensó Leonard- será como una especie de baile muy estirado- estuvo tentado a declinar la invitación, sin embargo recordó que no deseaba abrir un nuevo libro, la última novela de Thomas Mann le había dado náuseas, una sobre un mago con guiños a Mussolini y una familia que pasaba unas malas vacaciones en una Italia hiperpatriótica, si acaso “La muerte en Venecia” le había parecido “tóxica” (de forma literal y literaria, como diría la Woolf) por aquellos anhelos de perfección, donde lo perfecto es mediocre según su instructora de escultura, entonces el mago, hipnotizador, farsante, bebedor de coñac que se veía retratado en la segunda novela que había leído de Mann era tan imperfecto como poco atractivo. Las nauseas le invadieron y tomó asiento en su cama.
El botones carraspeó con la garganta, no sólo esperaba la contestación, sino también su propina.
-No es necesario que escriba una contestación ¿verdad?, será suficiente con que bajes a recepción y digas que asistiré- Leonard se puso en pié y dio un billete al botones, el último que tenía, oficialmente estaba quebrado, más le valía dejar de gastar tanto en libros y escribir un poco más, su último pago lo venía esperando desde hacía dos semanas, no iba a llegar antes del término vacacional, se estaba haciendo a la idea, pero no toleraba pedir dinero a sus padres. -Terminaré prostituyéndome- pensó con descaro -pero ¿cómo aguantar el tiempo determinado?
Cerró la puerta y empezó a reír, era verdad, conocía un par de chicos y chicas que se prostituían, pero no eran sus íntimos amigos e incluso les había censurado, aunque siendo honesto consigo mismo después de haber visto la película de Buñuel “Belle de jour” había sentido una extenuante necesidad de prostituirse –El problema es que ya no existen esas casa de citas tan elegantes y recatadas… y que yo no soy Sévérine, tan elegante y recatado.
Volvió la mirada a su ropero. No tenía nada que ponerse para la ocasión y por suerte o desdicha, tampoco existía alguna tienda cerca. Se reprendió al no haberle preguntado al botones sobre el atuendo que debía usar. Después pensó que como el botones le odiaba (a pesar de haberse llevado lo último de su recurso en efectivo) seguro le habría dicho que la fiesta era de disfraces. Suspiró, no tenía por qué preocuparse. Salió a pasear con su abrigo color verde olivo que estaba dispuesto a encarnarse con su cuello alto que le cubría de perfil la mitad de la cara, también escondía su cabello, aquellos rizos que con tanto ahínco pretendía conservar hasta que la situación lo demandase. Solía cambiar de imagen, hacía dos años realizó un performance con cabello largo atándose a una silla en plena plaza de su ciudad con un texto Luterano en las manos frente a la máxima iglesia católica del lugar; una amiga le ayudó a atarlo dejándole las tijeras al lado por si requería evacuar el lugar, ella documentaría la escena. Poca cosa surgió, las personas le miraban sin entender mientras otros tantos curiosos le tomaban fotografías, después de desatarse fue cuando la gente se le acercó para preguntarle sobre aquel acto, y explicando la analogía sobre lo protestante contra lo católico una mujer (algo anciana) lo golpeó con su paraguas. Los golpes no habían sido muy fuertes pero sí representativos, nunca en la vida había recibido una agresión física por una mujer de esa edad, pero la cosa no paró ahí, pues cada vez que Leonard pasaba frente a la máxima iglesia, si la mujer le veía (quien aparentemente se la vivía por ahí, al menos en la fachada) lo insultaba y gritaba, o golpeaba con su bastón (fuera turno del bastón o el paraguas) así decidió cortarse el cabello y resultó que la mujer no le había reconocido con el cabello a ras.
Cuando realizó otro performance sobre el cierre de un museo en la ciudad donde estudiaba, donde sus compañeros le ayudaron a representar un muro, todos vestidos de blanco y con una obra personal sobre el pecho, tenía el cabello corto. Recordaban el evento, pero no al organizador, quién ahora tenía cabello largo y era, al menos, diez kilos más delgado. Eso era lo que le agradaba de lo colectivo, que lo olvidaran pero recordaran la obra, mínimo la experiencia.
Se puso una boina del mismo color que el abrigo, tenía mucho frío y la hierba mojada le recordaba que era friolento, no obstante disfrutaba ese instante con extrema felicidad, se estaba recobrando de todo lo malo, eso o que al fin tanta pastilla estaba cobrando efecto en su organismo. Aunque le preocupaba su falta de recursos económicos así como la precaria comunicación que tenía con su familia o amigos, le agradaba la aparente independencia que había adquirido en el refugio campirano entre la hierba y el agua. Alzó la vista y vio una vereda, le pareció la mar del mismo idilio cual si hubiese sido pintada por Corot, ahora pertenecía a un cuadro, era el personaje del cuadro, la mínima importancia del contenido humano entre tantos árboles y verduzco esplendor, temía por lo bello, temía por lo sublime, se sentía mareado y débil, algo nervioso pero aparentemente normal en aquellos días. No se resistió y recitó a plena voz su poema favorito de Walt Whitman: “En adelante no esperaré la suerte; yo mismo seré la suerte. En adelante, no lloriquearé más, no tendré más necesidad de nada. Estoy harto de las dolencias que huelen a cuartos cerrados, de bibliotecas y críticas fastidiosas. Alegre y fuerte recorro la vía pública. La tierra y basta. No deseo que las constelaciones estén más próximas. Sé que están muy bien allá donde están. Sé que ellas bastan a aquellos a quienes pertenecen”.
Se volvió y vomitó poca cosa porque seguía sin comer mucho –Bueno, tenía que arruinar el momento- sonrió pensativo mientras se incorporaba entre la hierba- ¿qué diría Whitman del vómito sobre las hojas de hierba?... diría “Aquí hay sitio para la manifestación de una gran personalidad… aquí se pone a prueba la sabiduría”- recogió su boina del suelo pero no se la volvió a poner, se había arruinado con el lodo, sus zapatos también ¿y así pretendía asistir a la pomposa cena? Sería mejor que no asistiera más no tenía remedio, dijo que iría y eso haría, aunque ¿de qué y con quién hablaría? Las personas del hotel podían ser mezquinas así como extremadamente aburguesadas, él no ingresaba a ninguno de sus clubes campiranos ya que no pagaba ninguna mensualidad y desdeñaba todas y cada una de las cortesías. Ni el golf, ni el tenis, ni la absurda piscina y todas esas cosas que podían darle urticaria eran permisibles en su pensamiento. Estaba ahí para tener paz, pero no lo lograba, cuando obtenía el buen momento entonces vomitaba, y ni toda la literatura, la escritura o los ansiolíticos que podría ingerir le quitaban el deseo de encontrar otro lugar “Aquí se pone a prueba la sabiduría. La sabiduría no se pone a prueba en las escuelas. La sabiduría no puede ser transmitida por el que la posee al que no la posee. La sabiduría es el resorte del alma, no es susceptible de prueba, ella misma es su propia prueba. Se aplica a todos los grados, objetos, cualidades y permanece satisfecha. Es la certidumbre de la realidad y de la inmortalidad de las cosas, es la excelencia de las cosas. Hay algo en el móvil espectáculo del mundo que le hace emerger del alma” –Diablos- dijo mientras su mundo le daba un par de vueltas, una sensación parecida a los días sin dormir y con muchas tazas de café encima- no lloriquearás más- decía mientras se tallaba los ojos con las manos- ya cuando empiezas a escuchar a Whitman es que tienes problemas- de pronto el paisaje dejó de moverse.


Se presentaría con un pantalón negro que había llevado, su camisa roja favorita y sus zapatos recién entintados, era todo lo que tenía, esperaba que bastara, eso y su cabello bien acomodado.

2 comentarios:

  1. Pasaba para agradecer tu visita. No soy muy cinéfilo, queda pendiente ver la de Billy Elliot.
    Un saludo! :)

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  2. Gracias por pasar. Me agradó mucho tu blog... más que no soy muy bueno con eso de las letras y el inglés cantado, así que me apunté al tuyo. Saludos. Yo soy cinéfilo (o intento serlo) y pues claro, a ver Billy Elliot!!!!

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