domingo, 27 de marzo de 2011

Lo otro


Pensar ya en México como el país de la otredad le preocupaba un poco a Leonard. Esa noche antes de dormir llamó a sus padres y en la conversación no pudo dejar de describir a México como su país de origen pero al cual ya no pertenecía, la verdad se escondía bajo la irremediable verdad de que Leonard se había quedado sin patria.


Acusado constantemente de un esnobismo bastante recalcitrante, por colocar a Europa sobre América, y creer que el primer mundo era mejor (“primer mundo” en términos muy áridos, ya que toda nación tiene su primer y tercer mundo integrado), Leonard tuvo que cruzar un océano para darse cuenta que el nivel educativo no era mejor, que los chicos europeos tampoco lo eran, que los franceses no sabían lo que querían y que los españoles no bailaban en las discotecas para homosexuales; la fantasía se destruyó, el idilio, Europa no era mejor, sin embargo no moría por regresar a México, en todo momento repetía “No quiero volver a México”, pero otra parte de él se enfurruñaba al pensar que allí tampoco tenía muchas posibilidades. Estaba cansado de las ligeras discriminaciones a su persona, de tener siempre que anteponer su intelecto para ser respetado, ser ufano respecto a su nivel cultural, odiaba estar a la defensiva, aunque existían momentos donde se preguntaba la razón de hacerlo todo el tiempo.


Para la gente europea existían problemas que debían ser tratados con urgencia, como explotación al continente africano, el gobierno no democrático de algunos líderes en la Unión Europea y la creciente aglomeración turística, un arma de doble filo. Cuando estas preocupaciones surcaban los oídos de Leonard, no dejaba de pensar que en México las cosas estaban peor, mucho peor que en cualquier país de la Unión Europea, y que en efecto, la mayoría de los europeos que conocía no habían sufrido ni una piza de lo que la gente en México sufría, no para los jóvenes que se quedaban sin educación, o que si se educaban, no tenían muchas oportunidades laborales, no es que fuera muy distinto en España, donde sabía de jóvenes que tenían dos carreras y aún así no lograban colocarse en algún empleo, pero sencillamente ahí las cosas eran distintas, los pepenadores en ocasiones hasta vestían mejor que él.


Regresar a México se refería a que tendría que estudiar una especialidad que aún no tenía ni la más remota idea de cuál sería, pensaba que probablemente iría a esa máxima casa de estudios para probar suerte en Historia del Arte, pero ahora que estaba en España y paladeaba la visión de los historiadores respecto al arte la única reacción que podía tener era el llanto. Conocía chicos que desde su bachillerato estudiaban historia del arte, “Desde los quince años estoy estudiando arte” le dijo su compañera francesa, “Es mi tercer año en la carrera”, dijo su compañero español, y aún así ninguno de los dos conocía bien la obra de Duchamp, leído sobre Kosuth o escuchado sobre Beuys, sin embargo tenían un amplio conocimiento frente al renacimiento y el barroco.


No sabía si en México la educación respecto a la historia del arte sería igual que en Europa, era completamente improbable, pero al estar ahí en sus clases teóricas de escultura para dummies, le remitía a sus tiempos en el bachillerato cuando debía teñir las bacterias para verlas al microscopio… así de excitante, pero para eso estaban los gustos de las personas.


Eso le llevaba a buscar una especie de consuelo o excitación en los rincones más banales de España, el alcohol, un poco de drogas (porque ya no le sentaban bien ¿se hacía viejo?), los hombres, sobre todas las cosas los hombres y el sexo. El buen sexo, el mal sexo, el sexo con desconocidos, el sexo con conocidos, el no-sexo con los conocidos porque las cosas terminaron mal, como con Jean-Paul a quién seguía viendo pero sólo le dedicaba una fría mirada, siempre se decía “Los franceses no saben lo que quieren”, ¿pero la homosexualidad en aquella ciudad española sabía lo que querían? Todos en la discoteca vestían similar, con sus playeras de cuellos muy grandes y mostraban la palidez de sus pectorales, otros usaban bronceados irreales, casi todos tenían el mismo peinado donde el cabello de los lados y el de atrás estaba muy corto, mientras la melena superior se encontraba peinada hacia atrás con laca, crema para moldear o sólo mucho lubricante… eso Leonard no lo averiguó porque no se acostó, beso y sobre todo, tocó el cabello de alguno de ellos. Esos lugares le ponían nervioso, no encajaba, no era guapo, no era europeo (más que en el pensamiento, lo que ahora le avergonzaba ínfimamente y hasta no podía tomar un libro de Jane Austen sin sentir un poco de remordimiento intelectual), no era alto, delgado, su tez demasiado latina, su cabello sólo parecía gustar a las mujeres de ahí, aún así se divirtió demasiado, ¿la razón?, esa discoteca, salvo que nadie bailaba, era igual que en México, los chicos eran muy similares, en México las jotonas querían ser muy europeas, mientras en España las jotonas sencillamente eran muy europeas. Se dio cuenta que él era igual, al menos en el pensamiento. Que al igual que los europeos de ahí, sabía muy bien lo que quería, pero el deseo de la vanidad (ya fuera vanidad por verse bien o sencillamente frente a la cultura y el intelecto) lo llevaba a una frustración inherente. ¿A quién engañaba? Debía ser lo que era, un chico latino, un chico de México, y lo era, su naturaleza salía por inercia, pero jamás en su vida había deseado tanto hablar de forma coloquial y tener el sentido de sobrevivencia del buen mexicano. Justo en ese momento se sentía sin patria, no se creía un verdadero mexicano y cuando su compañera de piso francesa le dijo “Eres europeo de corazón”, no pudo más que estremecerse con un poco de terror, la chica francesa lo dijo de la mejor manera, pero Leonard lo tomó como una estocada, él no quería ser europeo, pero tampoco mexicano… ¿latinoamericano le quedaba mejor?, ¿le serviría mejor viajar a otro continente? De cualquier forma existían tres más.


La cuestión no era seguir huyendo, eso lo llevaba haciendo desde que tuvo su relación con Nick, el chico inglés, la gran muestra de su esnobismo, y huyó de él, ahí cuando quería huir de su homosexualidad, pero aún así no se podía escapar de lo que se llevaba en la sangre. Era igual con todo lo demás, aunque quisiera huir de los problemas en México siempre encontraría dificultades en otros países, aunque creyera que los homosexuales en aquella ciudad de España tenían una vida más liberal, lo único de lo que podía percatarse es que las cosas estaban peor ahí, pues sólo encontraba hombres que seguían el patrón imperialista de la homosexualidad, sin conciencia propia, sin identidad; aunque pensara que estaban mejor en la educación sobre el arte, la verdad es que los alumnos ahí eran unos autómatas sin opinión sobre el arte contemporáneo. Europa no era un mundo mejor, no era el primer mundo que sus arduas lecturas y sus grandes estudios le habían vendido, Europa era un cúmulo de gente orgullosa que le podía discriminar a la menor provocación, Europa era un viento irreversible de indiferencia que se levantaba frente a la homosexualidad y la mentalidad queer, Europa era un continente donde no podía conseguir un zumo (jugo) de frutas fresco o un poco de piña en su comida. Pero, Dios, ¡cuánto amaba Europa! No quería regresar a México, porque al final no quería volver a casa. Al estar ahí en su mini departamento compartido y de gran ventanal, lo mejor que sentía era la libertad solventada, dinero, departamento, libertad para salir cuando quisiera y acostarse con quien quisiera; muy similar cuando tenía su departamento en la ciudad donde estudiaba, la diferencia ahora es que tenía otra mentalidad, antes sólo le interesaban los círculos culturales e intelectuales, ahora que todo eso le había decepcionado prefería la feria de las vanidades, al menos esa se compraba y se vendía bajo la misma imagen, no como el mundo del arte que se decía muy intelectual y al final sólo era una reverenda mierda.


A la única conclusión que podía llegar era que al regresar a México tendría que independizarse al por mayor, tener su propio espacio, y que ese momento en España no se volvería a repetir, no a sus veintidós años, no con esa mentalidad, más le valía dejar de pensar que su viaje a Europa era una experiencia improductiva, al menos ahora no podía envidiar a nada ni a nadie, Europa no era envidiable, México tampoco, nada le era envidiable dentro de las culturas establecidas o el pensamiento contemporáneo de dichas culturas, era un extranjero en el mundo, Utopía no existía, al menos en los dos países donde había estado no eran su Utopía artístico homosexual. Debía buscar otra cosa, la otredad, “lo otro”, al menos en su mentalidad.


viernes, 25 de marzo de 2011

Sexo por el sexo

Una vela encendida en el buró para eliminar los malos olores, la escoba fuera de la habitación, el pensamiento de un nuevo peinado… Leonard se sentía fabuloso y no sabía la razón. Acababa de asear su habitación, tenía una fiesta en un par de horas y aún no estaba arreglado. Estaba ligeramente insoportable aún para sí mismo; todos sus cambios de humor y los picos emocionales, ¿por qué estaba feliz?, quizá fuera el té que acababa de tomar, la infusión de hierbas le hacía bien, quizá porque en ese día en particular no había llovido, y aunque no fue un gran día soleado, al menos no estaban inundándose las calles; posiblemente era su disco de Los Bunkers que sonaba de fondo, la canción “Miéntele”, la veladora, el dulce aroma y el séquito de hombres que pasaban por su ventana y la habitación.

Ese día recibió la llamada de José, un hombre terriblemente atractivo de treinta años, no había estado con un hombre más sexy, más ardoroso y más… casado. Le tuvo que decir “No”, al teléfono le dijo “Hoy no puedo, tengo mucho trabajo”, mentira, la verdad es que deseaba no volver a verlo, temía involucrarse, había sido agradable la semana, pero que se quedara en LA semana, ¿cómo respondían sus principios ante ello?, él se decía feminista y gay salido del clóset, decía tantas cosas y hacía otras tantas. Esa mañana se levantó con una idea en la cabeza “La mujer que es engañada”, la esposa de José que seguro ya sabía las manías homosexuales de su esposo pero prefería no hacerlas evidentes, una mujer enclaustrada, olvidada ¿tenían hijos?
Esa mañana, cuando todos esos pensamientos llegaron a su cabeza, Leonard supo que era momento de terminar los encuentros. José era agradable, apasionado, pero con él no se podía más que entender el concepto de lo efímero, sí, como todas las relaciones, pero aquí no podía engañarse, por más que José le dijera “Chico guapo, chico rico”, eso sólo significaba que quería más sexo, más libertad y placer, y dentro de los estándares de un gay en el clóset, casado de treinta años, sólo significaba que los chicos latinos de veintidós años eran para pasar un buen rato, no más.


La sorprendió darse cuenta que ahora sí le importaban todas las mujeres engañadas por sus maridos homosexuales, que las había en todo el mundo, tanto México como España. Ahí, mujeres viendo el televisor en la noche o sentadas en la salita leyendo un mal libro romanticón, eso o quizá (siento muy optimistas) mujeres que también tenían un amante para pasarla bien… fuera el caso, ahora a Leonard le importaba, ¿por qué, si cuando se prostituía, las cosas eran muy similares? Hombres con los que quedaba para tener sexo, hombres que le pagaban, hombres de treinta, cuarenta, ocasionalmente de cincuenta años que seguramente eran casados, él no preguntaba pues necesitaba el dinero, distinto a la actualidad donde estaba con un hombre casado por gusto, tenía sexo sin dinero, sexo sin emociones, sexo sin compromisos, era sexo por el sexo.

-Qué vacío- pensó Leonard al prepararse para la fiesta, sin embargo se sentía muy optimista, ¿el negarse a un hombre así era la señal de estar avanzando, o el haber estado con él sólo significaba que estaba aún más en decadencia?

lunes, 7 de marzo de 2011

Insuficiencia y saciedad

Insuficiencia y saciedad. Dos palabras que cruzaban la cabeza de Leonard. Una persona, dos, tres, cuatro extranjeros, gente distinta todos los días por el primer mes; después el vació, nada quedaba más allá de la repetición. Se repetía, una y otra vez, la repetición del vació, ¿cómo era eso posible?... No más drogas, se decía, no más alcohol, no más ¿qué?, ¿para qué estás aquí?, canturreaba una voz, ¿para qué, para qué?, ¿para reafirmar el cliché?, ¿rememorar qué?, ¿vivir qué?, no más, pensó Leonard, no más pensamientos por favor. Pero su cabeza ya no era suya, su mente estaba perdida, y entonces analizó los conceptos: cabeza, mente, alma, sentimientos… empezó a reírse porque recordó cuando salió de fiesta en México al lado de Alina y no dejaba de meterse hierba toda la noche. En ese momento le decía “Mira que tengo algo serio que decirte Alina… pero… es que vienes con todo tu atuendo navideño y me desenfocas por completo”. Ese día Alina tenía un sombrero rojo, ropa negra y pelusa blanca sobre su atuendo. Ambos se encontraban en el sofá de Latika fumando un par de porros después de haberse comido más de un pastel con hierba. Era la banalidad, era lo superfluo y aún así Leonard intentaba encontrar un pensamiento lo suficientemente coherente e interesante para charlar con Alina, pero ella, ¡la insensata de Alina! Usaba un gorro rojo y tenía pelusa blanca en su ropa negra… ¡le recordaba tanto a la navidad!

¿Pero por qué estaba en ello?, se volvía Leonard hacia el chico con rastas que se encontraba a su lado, ¿quién era?, era un italiano que conoció en una junta marxista y resultó que los dos eran un par de gays que no encajaban ahí. Cervezas y porros, le prometió el italiano. Pero nada de sexo, apuntaló Leonard. Ya todo le parecía barato, frugal; las clases, los alumnos españoles, los del intercambio, el alcohol a un euro, los hombres en su cama, el francés que golpeó y después le llamó sólo para decirle “Leonard, a ti te gusta la violencia gratuita. Yo no hice nada malo”. Nada malo. La maldad y la bondad estaban erradicadas en ese momento, pero ¿le gustaba la violencia gratuita?... recapacitó, que, la afección por el drama no era más que una muestra de ajetreo irracional, el abandono ante las emociones, sí, le gustaba la violencia, le encantaba violentarse a sí mismo y detestaba la felicidad, por eso estaba ahí, tirado en el sofá de un completo desconocido, quizá el italiano menos atractivo que haya visto en su vida, ¿o era la droga lo que le hacía verlo feo?, era su reflejo, la violencia, el tormento, otra vez… la infelicidad.

¿Pensó que al cambiar de continente cambiaría la situación?, l-a-s-i-t-u-a-c-i-ó-n, no me levanté para esto, estuvo a punto de gritarle al sustituto de su amada profesora de cine. ¡No me levanté para que me quiera explicar Hitchcock una vez más!, ¡no viaje para hacerme adicto al sexo sin escrúpulos con un francés que se encuentra totalmente negado!, ¡no me cultivé para esto, para desintegrar mis neuronas en honor a Italia y sus perfectos y masculinos habitantes!(porque sí, el italiano ahora le parecía muy atractivo), ¿le interesaría eso al profesor suplente?, ¿le interesaría la vida de Leonard a alguien que no fuera Leonard?, empezó a reír, era una pregunta demasiado autoindulgente. No había cambiado en nada, él no había cambiado en nada, seguía siendo igual de severo consigo mismo y al mismo tiempo patético. Estaba saciado, lo tenía todo, toda esa levedad, estaba cansado, ya había sido en su momento la misma perfección, ¿qué quedaba?, ¿vivir?, ahí se sentía insuficiente... el italiano empezó a tocarlo.

Basta, quería decirle, basta que no quiero que me toque un hombre como tú. Eres guapo, le diría, eres la promesa del buen sexo, el buen cuerpo, los porros y la cerveza, pero por más vulgar que se entienda… ¡YA NO ME ENTRA MÁS!, ni el sexo, ni los porros, ni la cerveza, ni los italianos, ahora me quedan tan justos que me evitan el respirar… ¿lo entiendes?

El italiano no parecía haberle escuchado y seguía tocándolo. Es más, empezó a creer que no lo escuchó porque él no había proferido palabra alguna. Era como una especie de Iris Murdoch afectado por su propio alzhéimer sintético. Las palabras lo abandonaban, sólo le quedaba la comunicación del cuerpo, ¿negarse?, ¿al placer?, ¡pero ni que fuera frígido! Sin embargo era como comer de un plato delicioso, llenarse la boca de dicho platillo aún cuando no queda espacio en el estómago. Eso era el sexo con el italiano.

De la vida no tenía ni la remota idea. La existencia se le había olvidado. Se sentía insuficiente, no encontraba artistas en aquel continente, no hacía ni una sola amistad con la que pudiera hablar sobre el arte, no había expuesto nada, ni publicado… tienes mucha sensibilidad, sientes demasiado, le había dicho su amiga de República Checa. Pero no era verdad. Leonard no sentía nada, estaba vacío dentro de su propia saciedad. Lleno de basura. Insensible como toda la sociedad “globalizada” y ya era momento de soltarse, dejarse llevar a nuevos estrados que no fuera la dicotomía. Ni la perfección, ni el caos (aunque el caos bien pertenece a la perfección). Ni insuficiencia, ni saciedad, sólo todo lo contrario.