sábado, 25 de abril de 2009

Sobre Hanna, PJ, Shoy y otras chicas que tampoco son del montón

Leonard podía reconocer a una persona que había vivido toda su vida (o gran parte de ella) en la ciudad donde se encontraba su universidad, y aunque el disfraz del arte bien sustentado por la época bohemia del postmodernismo se ataba a los sesos de cada estudiante como los cordones de una buena sandalia a un pie algo deforme, Leonard entendía que la gente en aquel lugar era distinta.
Dicha intuición, porque después de todo no era más que la conjunción de hormonas y visión, venía a parar más allá del cabello rizado de la mayoría de sus colegas, así como los tintes de color sobrepuestos unos tras otros, el decolorado, las ojeras infundadas bajo los ojos con un ámbito espiritual en pos a la adoración de la marihuana y otros productos tan “finos”, lo suficientemente finos como para pasar por cualquier orificio corporal. Así era su compañera de trabajo, amiga y colaboradora intelectual: Shoy… pero se pronunciaba Sho, la “y” era muda.
-Leonard, hueles a mota, lo juro que hueles a mota- decía Shoy cuando a él se le ocurría una buena idea.
-No Sho, tú eres la que huele a mota, es más, creo que aún puedo sentir su esencia.
-Me caga, me caga la mota, no bromes con eso Leonard, nunca has probado la mota… creo que hasta ahora no habías dicho mota en variooooosssss meses- Shoy se esforzó en subrayar la falta de experiencia en su querido acompañante.
-Sí Sho, tienes razón, hacía tiempo que no pronunciaba la palabra mota, pero mira, ahora puedo, mota, mota, mota, no pasa nada, desde la secundaria que no decía mota, ni chota.
-Deja de decirlo, te engolosinaste con la palabra. Pero bueno, ¿qué espero? ¿Desde la secundaria? ¿Eras monja?
-No Sho, sería monje, pero eso de tener una túnica color café no me va, me pondría una negra, el negro adelgaza- Leonard se estaba cansando un poco de la actitud de su ahora compañera de plática, pues no existía mucha comunicación intelectual entre ambos.
-Hombre, mujer- dijo Hanna en forma de saludo; era una chica adoradora del azul y el Japón, siempre en busca de una ávida revelación intelectual.
-Hanna la mujer de PJ- dijo Shoy en alusión a la mejor amiga de Hanna, quien se hacía llamar “PJ”, nombrada por muchos la diosa de la edición en video, todos la querían en su equipo.
-Leo, Sho. PJ me dijo que les puede ayudar en su proyecto de video, me comentó que la hormiga no es lo más adecuado para tu proyecto de televisión en video casero. Pero yo creo que el video es malo, apesta, no sirve, pero es mi opinión.
Leonard no podía culpar a Hanna, ella era sumamente honesta, al contrario de PJ, quién era sutil y considerada, una chica que se daba a querer, ambas lo hacían pero de formas distintas.
-¿De qué vá el proyecto de la tv? Para saber la razón de la hormiga.
-Es una televisión alternativa- habló Shoy- tenemos que hacer varios videos para subirlos a la web y así crear la programación televisiva, Leonard habla sobre la muerte desapercibida, yo grabo los sitios mundanos como oportunidad para salvar al mundo.
-Pues la idea igual apesta- dijo Hanna- pero no me hagan mucho caso, ya saben que las cámaras me matan, porquerías de octava. Hoy, la señora Lugosi, la gran profesora de fotografía me puso nerviosa y se me velaron los rollos, yo le dije: Se velan en la clase de Lugosi, es Vela Lugosi… pero no le hizo gracia, creo que no ha visto la película de “Drácula” en toda su vida.
-Lo dudo, Lugosi es buena, que digo buena, buenísima, ¿han visto sus ojos? Tienen un no sé qué, que me hace pensar en la mota.
-Sho, deja de lado la mota.
-Ahí viene PJ- vociferó Shoy.
-Hola zorras- dijo PJ, quién en su idioma quería decir: buena gente… o eso suponía Leonard- vi el video de la hormiga, ¿Qué sucede con la hormiga? Hay tanta belleza en el mundo y terminas por grabar una hormiga, no mames, no sirve mi querido Leo.
-Ejem- se aclaró la garganta Leonard, al parecer la hormiga había creado más conmoción de la esperada- era una salida fácil, nada que se deba tomar en serio, además, ahora mismo estoy haciendo un texto sobre el maíz, ¿sabían que puede ser dañino?
-Querido, que se pierda el maíz, a nadie le interesa el maíz, todos sabemos que es transgénico, que es malo, que nos embrutece, que todo está químicamente alterado, aún así lo comemos y somos felices, al demonio el maíz- PJ sacó su espejo para polvearse la nariz. Era una mujer muy bella que sabía cómo verse aún más bella- has algo constructivo, mejor aún, algo destructivo.

Y ahí en el pasillo pareciera que empezaba a escucharse una canción arreglada para la gala de las diosas y divas, porque al instante aparecieron tres de ellas de semestres avanzados. Los nombres poco importaban, más bien habían sido renombradas, eran las protagonistas de alguna película de gobierno femenil (y carencias neuronales) por ello los alumnos de semestres inferiores renombraron a las “divas”: July, Lily y Foxy. Las diosas se acercaron.
-El profesor de video no va a venir hoy- dijo la chica cuyo nombre terminaba en “y”- nos encargó que viéramos sus trabajos y les diéramos el visto bueno… por cierto, ya vimos algunos, como el de las aulas y la hormiga, nos parecen nefastos.
-Bien- pensó Leonard-alguien más a la lista de la deconstrucción intelectual.
-¿Entramos?- dijo la otra chica cuyo nombre terminaba en “y”.
-Entramos- dijo Leonard, no sin antes pensar que el problema sería salir de allí con vida, ya que July, Lily y Foxy querrían poner las reglas, y ni Hanna era tan sutil, ni Shoy solvente y mucho menos le podías decir a PJ cómo editar un video, todas ellas citadinas, todas ellas seguras de su visión, pues al parecer Leonard sería la única persona flexible, por ello no se pudo dejar de preguntar ¿soy una puta?... por aquello de la flexibilidad.

Él sólo quería que lo dejaran trabajar, pero en fin, debía fingir que todo estaba bien, condenadamente bien.

domingo, 19 de abril de 2009

El club de las ruedas

Leonard no sabía manejar, era un pesar que le perseguía desde hacía un par de meses, porque sin dicha “habilidad” no podía ingresar a ciertos grupos sociales; y no es que muriera por entrometerse en vidas ajenas con sus galantes problemas existenciales, así como sus reglas tan rígidas como el corsé de una dama del siglo victoriano, de hecho a Leonard se le hacían más amigables los corsés que seguramente usaron las hermanas Brontë, ya que seguramente ellas no sufrieron por no saber manejar, un detallito que le evitaba ir a ponencias, reuniones de oratoria, clubs nocturnos de lectura, ahí la ciudad (que no era su ciudad, cabe recordarse que él era de provincia) los asaltos estaban a la orden del día. Por aquí asomaba la cabeza la señora gorda con un par de pendientes muy finos y al instante o le cortaban los oídos o la cabeza para poderle robar sus pertenencias. Por aquí salía Leonard a la calle y le tomaba más de veinte minutos conseguir un taxi que le llevara a su departamento rentado.
El problema era que la ciudad (aquella supuesta gran ciudad en la cual se encontraba su escuela) dormía, la ciudad dormía y la gente también, con ello el entorno se desentendía de las cargas diarias y contundentes, que si aquí el joven de diecisiete años duerme porque le han mandado a la cama, por allá el chico de veinte muere apuñalado por llevar un reloj muy llamativo.
De cualquier modo nada era seguro, aún el carro era inseguro, bien podían robárselo en el estacionamiento o quizá sacarlo a puntapiés del asiento del conductor. La diferencia era que a Leonard le gustaba engañarse, creer que podía obtener alguna clase de seguro con una carrocería blindada.
Pero ni tenía el dinero para un coche (y sus padres no le prestarían el suyo), ni sabía manejar, lo que le hacía un incomunicado social. Lo sabía, lo excluían de los torpes eventos a los que él deseaba ir, aquellos que se daban en el “submundillo” del arte; un lugar intrigante no por el peligro, sino por lo exclusivo.
Ya le había dicho Alfred (el chico cibernauta de la generación):
-El viernes apenas llegué derrapando a la lectura de Pepa Lee, esa chica sí que sabe obtener becas con un tipo de escritura muy insulsa, verás que se pone lentes de fondo de botella, se aclara la garganta, hace evidente sus frenillos y pone cara de flemática, después inicia su texto… “El día llegó con la promesa de un atardecer que la mayoría de las personas no llegarían a ver, porque el mundo gira y girará sin ti, sin mí, sin ellos mirando al ocaso”. Absurdo, ella es absurda, pero va, es necesario escucharla para destrozarla.
Leonard no había escuchado nada sobre la lectura de Pepa Lee (una de las mejores escritoras, según los profesores, de la facultad). Alfred lo notó y no supo qué decir más que la verdad.
-Lo siento Leonard, seguramente creyeron que era demasiado tarde para un chico de provincia- Alfred se encogió de hombros.
-¿Ser de provincia me hace un incivilizado?
-No, te hace un chico poco conocedor de la ciudad, algo puritano y desconocedor de los placeres nocturnos, siempre quiere llegar a tu departamento temprano y encerrare, la verdad no lo entiendo, se que te duermes has altas horas de la noche.
-Lo hago porque tengo mucho trabajo que hacer, sabes muy bien que estoy intentando ingresar en algún periódico… al menos de poca monta.
-¿Y? eso te hace un ser menos social, créeme.
-Dime la verdad, tú sabías lo del evento, ¿por qué no me invitaste?
-Porque fui invitado, la reunión quedaba a una hora de mi casa, fue algo tarde y me llevaron con otros chicos en su automóvil, no cabía ni un alma más, mucho menos la tuya… lo siento.
Leonard se enfureció, no era cuestión de ser de provincia, o ser un puritano, sino que no tenía coche y aparte era gordo, tanto como para no entrar en la parte trasera de una alguna carcacha mal parida.
-Mira Alfred, no me invitaron porque no me querían ahí y su pretexto fue que no tenía manera de llegar.
-Siento haberte dicho gordo- dijo Alfred con sinceridad- eso no lo puedes remediar de la noche a la mañana, pero lo que si puedes es aprender a manejar... o rentar un coche para que te lleve Edgard, pero réntale uno que convine con su ropa… uno azul- Alfred rió estrepitosamente.
-Oh, cállate ya… homofóbico- dijo Leonard un poco enfadado pero más bien resignado.
-Se que no eres gay, pero sino dejas de juntarte con uno todo mundo creerá que lo eres.
-Sí, sí.
Leonard pensó que el punto no era ser gay o convencer a uno para que lo llevara a los eventos más cotizados de la facultad, ni ser gordo o usar corsé para dejar de serlo, el punto era que le veían como un pueblerino que no montaba caballos, sino mulas y que por todos los poros necesitaba modernizarse.

sábado, 11 de abril de 2009

¿Mal planteamiento?

-Sí- repetía Leonanrd en su interior -Sí, existen millones de profesores mal pagados y aún peor, mal preparados, pero la verdad es que este hombre me esta matando.

Leonard había tomado su cámara de video para poder grabar cualquier cosa, porque eso era lo que quería el profesor autista de video, lo que sea.

Para Leonard las cosas no habían sido muy sencillas; no sabía editar, ni crear efectos por medio del computador, tampoco era bueno tomando fotografía fija, pero sí podía escribir guiones, encuadrar (con cámara de video) y comprendía de un modo excelso el lenguaje cinematográfico. Pero ahí, en la clase de video, ni le servía el lenguaje del cine y mucho menos saber escribir guiones, porque el querido profesor “autista de trasero hinchado y ojos hundidos” (como le habían nombrado en la clase, aunque muchas chicas que tomaban el curso le consideraban atractivo) no le gustaba la narrativa, él decía: “Si acaso pueden ir al cine, ver una película y pasarla bien por dos horas”, eso era para él un tipo de narrativa “convencional”, porque el videoarte tiene su propia codificación.

-Piensa estúpido-, se golpeaba Leonard las sienes con el fin de conseguir alguna respuesta, recordaba que en la película de Sam Mendes “Belleza Americana” el chico raro grababa… ¿una hora?, ¿dos?, de una bolsa de plástico volando, sí, era magnífico, poético ¿por qué no podía él hacer algo por el estilo?

Podía decirse que la bolsa de plástico no funcionaba por sí sola, era más bien un injerto en la trama general, un pequeño pedazo que funcionaba cual metáfora…

-Lo estás haciendo otra vez- se repetía en su cabeza –lo haces para fastidiarme ¿verdad? pedazo de consiente bien parido- ahora Leonard alzaba la voz en su departamento –sí, claro, te pido un video de arte, cualquier cosa y no lo logras, pues verás mi querido cerebro, veamos si captas lo siguiente, primero debemos pasar la materia pues hemos sacrificado mucho por al instituto de arte, después tenemos que hacer un buen video para conservar nuestro pequeño ego, pero NO, lo único que me das es un análisis sobre la película de Mendes, sí claro… aquí funciona como metáfora, allá Annette Bening hace un excelente trabajo, pero ¿sabes? ¡ESO IMPORTA UN PEPINO!, lo que me interesa es una idea, una idea sobre algo, cualquier cosa.
Entonces, en alguna parte de su consiente bien parido, la respuesta surgió.

-La muerte, sí, la muerte, el tema más banalizado del momento después del erotismo, podemos hablar de muertes infundadas, no, no, no, de muertes olvidadas, de cosas objetos, miniaturas que tengan vida y que a nadie le interese si mueren o no, así de sencillo, sólo necesito matar algo que a nadie le interese y fingir que no ha sido planeado.

Leonard se detuvo por un momento, quizá estaba empezando a tener fiebre, no era muy sano querer matar “algo”, cualquier cosa, con el fin de promocionarlo en su clase de video y decir: “Yo aquí documento la vida de… “x” cosa con el fin de mostrar al mundo las muertes que todos pasamos por alto. A la vez, me siento un poco atraído por la muerte que es inevitable si me pongo a grabarla, el que toma la foto no interviene, el que interviene no toma la foto”

-Seguro funciona- Leonard volvía a sobarse las sienes- Susan Sontang tiene algo que ver con el discurso, que a la vez es la obra, pues en los tiempos modernos lo que interesa es el cuerpo de la obra, el texto y la justificación, la pieza importa poco- suspiró y después dijo en voz alta:

-Bien, prostituíamos al intelecto y grabemos la muerte de una hormiga… ¡yupieee!

lunes, 6 de abril de 2009

Artemissa y los recursos sustentables

Lo tenía que hacer, ¿qué remedio?, Leonard encendió un cigarrillo e inhaló, esperó a que la nicotina recorriera su cuerpo, después sólo le quedo una sensación de culpa, sabía que terminaría en la cama de algún hospital olvidado, tristemente olvidado, con una horrible enfermera (quizá lesbiana, porque así son en los hospitales de enfermos terminales) que le dijera: “Ya estás muerto”.

Sí, sí, decía él, ya estoy muerto, me estoy muriendo ahora mismo. Corrió a la entrada de su departamento, estaba harto (como de costumbre) de escribir pura tontería. –Estupideces- decía- Eso es lo que escribo, estupideces- así que cerró su computadora portátil y se sintió mal consigo mismo porque tenía una computadora de aquellas que se pueden llevar como bolsos a cualquier lado, pero él nunca la sacaba del departamento, sólo una vez la llevó a un mugriento café de octava, la abrió y todos lo vieron de modo inquisitivo.

“Sí, sí”, deseaba decir, “Es una computadora portátil”. La había comprado con un trabajo mal hecho para una revista peor hecha, pero ahí estaba el artilugio y él prefería una máquina de escribir, porque así podría tirarla por la ventana y decir: “Mañana compro otra, mañana será otro día. Uf, espero no la haya caído a alguien en la cabeza… mejor sí, mejor que haya matado a una persona, que la parta un mal rayo”.

Así cerró su PC (porque era PC y todos le decía que necesitaba urgentemente una Mac) y salió a fumar su cigarrillo, quería seducirlo, al menos seducir algo, era viernes por la noche y seguía atascado con un informe acerca de una mala película -¿De qué era?, ¡ya!, de vampiros-. Es que no soportaba estar lejos de la sociedad, pero a la vez, tampoco podía integrarse a ella.

Había salido en la tarde y vio a un par de jóvenes (de su edad) besándose, pero no era nada romántico ni remotamente interesante, sólo se trataba de un beso mordaz, de aquellos que succionan saliva por el simple hecho de no estar solo el viernes por la tarde. Sólo, como Leonard y un cigarro en la mano, sólo porque así terminaría en una sala de hospital. Sin hijos ni esposa que le cuidaran, era un futuro tangible, ¿qué sentido tenía negarlo? No podía conquistar ninguna mujer, y como resultado tampoco podía tener sexo con ella, lo que daba como resultado: Adiós a cualquier contacto, adiós a cualquier hijo, incluso los no deseados.

Pero tenía que poner las ideas en claro, no estaba molesto por el cigarro, tampoco por el cáncer de pulmón, garganta o cualquier cosa que llegara a acosarlo, estaba molesto porque la estúpida de Artemissa había sacado otra beca, otro aporte económico y a sus escasos treinta años de edad.
-Qué se pudra y que la parta un mal rayo- pensó Leonard mientras succionaba y soplaba, volvía a succionar y volvía a soplar el humo. Ella tenía la edad suficiente para decir “Mundo soy tuya y tú eres mío, nos correspondemos”, pero no era eso lo que le molestaba a Leonard, lo que le indignaba era lo infumable que era la mujer. Artemissa tenía su ¿enésimo? aporte económico, mientras él había logrado uno a sus escasos veinte años. Sí, sí, él sabía que le faltaban diez para alcanzar a Artemissa, pero de seguro él moriría mucho antes y Artemissa seguiría viva hasta los cien años, parásitos como ella no se mueren fácilmente.

-Ojalá fuera un parásito- pensó de modo risible- así viviría mucho, mucho más de lo esperado y así no tendría que pensar que el cigarro mata, así podría pasar la mitad de mi vida escribiendo malos informes y la otra mitad esperando la oportunidad de mi vida.

Pero no tenía remedio, se había metido en el mundo del arte y ahora debía subsanarlo, ¿de qué viviría, cómo lo haría? ¿Qué acaso no tenía veinte años, tenía que dejar de preocuparse por nimiedades, seguro llegarían los treinta, después los cuarenta y él estaría detrás de un escritorio (fumando) y con una pila de papeles y muchos malos informes que escribir, malos porque el tema lo era, malos porque él así los consideraría y malos porque finalmente serían falacias bien maquilladas y expuestas a una bola de lectores que utilizan el periódico cual estropajo para limpiar los cristales. Ahí un informe, ahí otro, ahí un mal informe, ¡huy! otro más.

-Debí seguir mi vena de médico- pensó en un instante -Habría, podría… ¿debería?- Era demasiado tarde, su amiga Susana del Zuzu (cómo se había autonombrado, esa mujer sí que sabía lo que quería) esta apunto de terminar su carrera como médico, y eso era dentro de dos años… bueno, quizá no estaba TAN apunto de terminar, pero seguro lo lograría, pondría un consultorio y después iría de cuarto de cirugía en cirugía cobrando la millonada, así era Susana del Zuzu. Sí, sí, los pacientes dirían ¿del Zuzu? A mí no me mente un bisturí, pero después de caer medio muerto seguro que el paciente sólo piensa (como siempre) “¡Qué me quite el dolor! ¡QUITEME EL DOLOR, DOCTORA DEL ZUZU!”.

Ahí estaría Susana Zuzu, todo le saldría bien, ¿por qué no lo había pensado tan bien como ella? Ahora tendría que ser escritor, esperando el amor (cómo si los hombres lo hicieran) y después de todo terminaría en una cama en el hospital. Quizá la enfermera fuera sexy, con lesbianismo o sin el ¿qué más podría hacer con esa mujer, qué más que ver? Eso es lo que tenía que dejar de hacer, dejar de ver y empezar a actuar, sólo así derrocaría a Artemissa y su terrible autonomía sobre el arte, sobre todo, sobre sus estúpidas ideas.

Tenía que llamar a Edgard, seguro él tenía tiempo para vituperar al prójimo, -No, lo olvidaba- se detuvo Leonard ante la entrada de su casa -Hoy es viernes y él si tiene vida social, ¡maldición, qué se vaya al fondo del mar!-

Apagó su cigarro y entró a su departamento.