miércoles, 14 de julio de 2010

When I grow up

Armand se encontraba tirado en su cama con los ojos abiertos de par en par, ya tenía dos días estando sobrio pero no podía entender cómo lo había logrado. Las horas de escuela terminaron y con ello el curioso recato de la mojigatería. Se desatrampó desde el primer día de vacaciones, ya dos semanas, los primeros días ebrio, vomitó al tercero, no recordaba el haberlo hecho con tanto ahínco y felicidad, cuando los restos representan el recuerdo de una vida pasajera, así fue y procuraba que se mantuviera la actividad caótica; la última vez se drogó con un chico de semestre “superior”, el muchacho no dejaba de decir “¿Y si somos las palabras Armand?, ¡¿Y si somos las palabras?!” le descubrió en una exposición besándose en el balcón con lo que él creía era su amigo, pero ahora suponía eran novios.
Armand le había llevado a su casa para fumar un poco de marihuana, pero el chico se notaba algo renuente, después demostró tener cierta facilidad en el acto de drogarse “¡Somos las palabras!” decía una y otra vez mientras colocaba su iPod con esa horrible música de “Garbage”, la vocalista decía que creía estar paranoica e iniciaban la charla.

-Eres un chico muy atractivo Armand.
-Gracias, pero trato a los hombres como mierda
-Lo sé, me lo dijo Alina
-Alina trata a las mujeres como mierda también
-Lo sé, eso siempre lo he notado- Leonard empezó a reír como estúpido mientras Armand le veía bajo una sonrisa encantadora. No pasaría nada, Armand lo tenía previsto, aún estando ambos muy drogados no dejaría que Leonard le tocara, tampoco le diría algo sustancial pues ya le habían comentado que Leonard escribía mierda de todos y sobre todos.
-Te vi besándote con tu novio- Armand tenía una cerveza en mano, no entendía como a pesar de toda la cebada que introducía a su organismo seguía siendo un joven delgadísimo. Mientras veía a Leonard tomar de su vodka una y otra vez, parecía tener todo bien controlado, se bamboleaba por la habitación con el vaso pero no derramaba ni una gota mientras se reía histéricamente de su afirmación.
-¿Trish?- preguntaba Leonard entre risitas- ¿Trish? Ese hombre es una fechoría, me gusta y mucho, pero no lo nota, procuro que no lo note. Dentro de mí odio a los hombres en los que me fijo, puedo decirte cordialmente que no existe ni uno con el que me haya besado o cojido que valga la pena, Trish es diferente, pero pues ya se va, no tiene dinero- el chico se quedó un poco pensativo- no debí decirte eso, bueno, la verdad es que yo me interno dentro de dos días.
-¿Cómo que te internas?, ¿en tu casa?
-Sí, en mi casa- Leonard alzó el vaso torpemente y ahí derramó casi todo el contenido del recipiente- perdón, lo limpiaría justo ahora pero no me siento bien, tengo que ir a vomitar, ¿el baño?
-Por allá- le indicó el músico mientras apreciaba cómo el escritor se tropezaba con su agraciado departamento. Lo había arreglado bien con base en su trabajo como ayudante de editorial, no se ganaba mucho pero aún dependía de sus padres, lo que de daba un ingreso extra. Lo único que le reclamaban sus amantes ocasionales era la falta de un televisor, pero sencillamente a él no le interesaban los programas televisivos, el cine muy poco, más bien se consideraba nefasto dentro del séptimo arte, además ¿para qué deseaban un televisor cuando lo único para lo que asistían a su departamento era para tener sexo? –También drogarnos un rato- pensaba Armand cuando prefirió seguir a su amiguito que catalogó como “delgado” pero no lo suficiente para superarlo.
-Leo ¿quieres agua?
-Sí, por favor, eres muy amable.

Le sorprendía que un tipo fuera tan adicto a la pose, aún ensuciando sus rizos en el inodoro, decía “eres muy amable”. Le vino a la mente cuando asistió a su primera boda gay, esos dos chicos bien torneados se casaban el uno con el otro, se llamaban Jorge y Jorge, y dentro de la mesa de homosexuales treintañeros con los que le había tocado comer, uno muy guapo dijo “Oh, qué rico, es camarón relleno” a lo que otro no tan atractivo pero efectivamente más glamuroso contestó “Como tú cuando tienes suerte”; después dentro del cotilleo y el divertimento salieron preguntas como “¿A quién se le cae el cabello en la bañera?” o “¿En verdad quién contesta eso? Es como preguntar ¿quién se rasura el culo en el baño?” Armand se sintió agotado, ¿así sería la vejez dentro de la homosexualidad?, ¡pero si sólo tenían treinta y tantos años!
Evidentemente crecería, ¿tendría que cortarse la lengua para no decir tales cosas?, ¿sería como estar atrapado, como un gigante de fuerza destructiva?, podrían acabarse las horas felices y las lluvias doradas, olvidar el festejar esforzándose para acostumbrarse a dejar de flotar sobre las tierras maravillosas del planeta, cuando creciera… ¡Cuando creciera!... ¿cuándo crecería?, ¿se ofendería consigo mismo por permitirse tal sandez?, ¿arreglaría las cosas o mejor volvería todo en cenizas y lo dejaría ir?
Estuvo a punto de deprimirse, pero se ligó a un mesero con el que bailó toda la noche hasta que el show terminó, y por ahí de las cinco de la madrugada se encontraban teniendo sexo en aquel mismo departamento donde Leonard volvía el estómago de forma tan patética. Había tenido tres orgasmos, era natural, el mesero se movía bien y tenía su misma edad, veintitrés, el problema es que el hombre no era muy amigo de las drogas, así que salió corriendo de la casa un par de horas después cuando vio que tomaba una jeringa y se inyectaba su dosis acostumbrada de cada mes.

-Pero no lo hago muy seguido
-No me gustan las drogas sintéticas

Fue la respuesta del muchachote quién se largó. De cualquier modo Armand salió a bailar esa misma noche después de una tarde bastante alucinante entre las drogas “naturales” y las sintéticas. El hombre con el cual se topó en el antro era una epifanía pues le conocía de otro antro pero de la capital, era amigo de Jenny, la pianista que parecía extraída de una novela de Alan Holllinghurst. Quedaron en verse para ir a visitar a Jenny, pero como muchos otros hombres, después de llevarlo a su departamento para tener sexo se esfumó a la mañana siguiente porque tenía “muchas cosas que hacer”.

-¿Te vas tan temprano?- le preguntó Armand aún con la cruda encima
-Asuntos importantes que tengo que atender, pero después nos vemos en casa de Jenny, ya va a ser su cumpleaños y me encantaría verte ahí.
-Yo creo que ahí voy a estar, es más mi amiga que tuya.
-Pues sí
-Te habló mal de mí ¿verdad?
-Estaba muy drogada, ya sabes cómo se pone después de que su profesor la regaña por fallar una pieza de Chopin.
-¿Qué te dijo?- Armand, aún en su estado de postebriedad quería saber aquello que se divulgaba sobre él dentro de los círculos sociales a los que pertenecía.
-Pues que tratas a los hombres como mierda, y que a tu primer novio lo enviaste hasta al psiquiátrico.
-Fue al psicólogo, y no creo fuera mi culpa.
-Como sea, lo haces bien y eso es lo que importa.
-Gracias… creo

Así vio aquella noche a Leonard contonearse por la galería y no se resistió el invitarle a salir, sin embargo parecía el muchachito ese creía ser mucha pieza pues salió corriendo al momento de ser invitado, aún cuando la única verdad era que poco le interesaba; no obstante al momento en que lo dejó su novio o amigo, el tal Trish, creyó adecuado invitarle una cena y un porro. Lo primero lo estaba vomitando y como de costumbre, a la mañana siguiente el chico había desaparecido. Igual Leonard no valía mucho la pena.
Su juicio no se refería a un análisis punzante de la persona, más bien se apegaba a la situación, al menos el chico escritor se había tomado la molestia de dejar una nota tras de él: “Gracias Armand por la noche, tenía que desfogarme y fue divertido, nos vemos después de las vacaciones. Espero no haberte manchado nada, recuerdo que vomité. Saludos y Besos. Leo.”
-Fino hasta el final- murmuró Armand mientras arrugaba el papel y lo aventaba con total desinterés –Bien Leo, ahora sí ensuciaste mi departamento- empezó a reír pero se obligó a detenerse pues era un acto muy doloroso, entre tanto alcohol y con todas esas drogas no recordaba muy bien ni cómo había terminado la noche… ¿y si lo habían hecho?

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