domingo, 13 de febrero de 2011

El viejo pensamiento en el viejo mundo

No se podía competir… aunque el asunto en el viejo mundo no se tratara de competencia, sencillamente no se podía competir. Los americanos tenían una noción distinta del mundo, y los latinoamericanos aún más distinta que los americanos, por lo tanto, estando del otro lado del mundo, Leonard no lograba una completa adaptación con los europeos. Eso no significaba que su vida en aquella nueva ciudad fuera mala, es más, sentía cada emoción con una nueva autenticidad, recién nacido, recién sacado el ovillo intelectual, ahí, Leonard, el chico snob y cuasi citadino, el mismo que había tenido época de esplendor y después de derrota, ese Leonard no existía. Leonard era nada, un vacío, no contundente, más bien un vacío que evocaba levedad y pureza, un vacío decidido a llenarse con un nuevo contenido, de eso se había dado cuenta en las primeras semanas cuando intentó tontamente seguir su ritmo de vida anterior.

Parecía ser que los alumnos de intercambio escolar no estudiaban. La mayoría del tiempo permanecía al lado de otros jóvenes de intercambio dentro de Europa, el viejo mundo, todos encantadores aunque no siempre pensantes. Quizá el prejuicio de que todos los europeos eran pensantes debía ser el mayor lastre en la cabeza de Leonard (que eso le sirviera para respetar más a sus contemporáneos latinos), su panorama no se abría hacia el mundo, sino a la introspectiva, sobre sus raíces, estaba empezando a valorar más sus orígenes y eso, aunque irónico, le daba un toque de satisfacción a su vida.
Con un par de materias (no había tomado muchas asignaturas) se sentía un poco relajado para completar el curso sin mayor problema, estaba finalizando la carrera, el último suspiro, la cúspide de la montaña… ¿o sólo el principio de la escalada? Seguramente podría ponerse a divagar por horas sobre la importancia de terminar etapas en la vida y que sin mayor problema se inicia otra etapa, por la simple razón de que una cosa sucede a la otra, nada más, no existe estatismo sino es hasta la muerte, y Leonard no estaba ni remotamente muerto.

Intentando regresar al estilo de vida de cuando se encontraba solo y tenía su propio departamento (hacía un par de años en la ciudad que estudiaba), salió las primeras semanas de bar en bar, un par de discotecas y un par de hombres también, ahí la oportunidad de tener sexo internacional era bastante accesible, sin embargo eso no le satisfacía, ¿había un problema ahora con el concepto de eurocentrismo?, ¿Que los chicos, y no tan chicos, de tez blanca, ojo claro, pelo rubio y uno que otro con pectorales marcados, perforaciones corporales y acento para él extraño, ya no le satisfacían? Eso pertenecía al pasado, el pasado en el presente. Le escandalizó, primero, que el haber cambiado de ambiente sólo le trajera una adicción por el pasado, lo seguro en algunos aspectos y peligroso en otros tantos (el VIH siempre estaba ahí como una escalofriante amenaza); después le pareció chistoso que “el viejo mundo” le trajera viejas experiencias. No obstante era momento de cambiar, ¿de qué manera? No lo sabía, pero estaba seguro, que aunque no dejaría el sexo continuo, preferiría ser menos impulsivo cuando conociera a un chico; también se relajaría dentro de los estudios, su último semestre debía ser tranquilo, era el paso previo a la realidad laboral, después de su estancia en el extranjero regresaría a su país para buscar trabajo, intentar hacer una maestría y quizá al fin consagrarse como el homosexual que deseaba ser, una propuesta estable para una relación amorosa, madurar un poco más a sus próximos veintidós años, ingresar al mundo real y… se sentía como una nena de quince años haciendo esa lista mental.
Volvía a la no-existencia, sin embargo esta no le frustraba, parte de él estaba como recién ingresado al instituto, era absurdo, pero así se sentía, con quince años otra vez… sí, estaba como una pequeña nena de quince años, o peor aún, como un niño de doce años que acaba de descubrir la sexualidad, pues no podía dejar de ver a los extranjeros y desearlos.
-Aquí todos son atractivos- pensaba Leonard- estoy algo cansado de que hasta el hombre que entrega el periódico sea sexy –se quedó pensativo por un momento, tontamente pensativo- no… creo que no me cansa que todos sean guapos y de cuerpo ardiente. Todos son apetecibles, ¿cómo contenerme ante eso?

Se le estaba haciendo una costumbre sentarse en la terraza de su departamento a tomar café y fumar durante un par de minutos los fines de semana, cuando los chicos europeos entraban, unos, al gimnasio que se encontraba al lado derecho de su departamento, y otros, a la piscina que se encontraba al lado izquierdo. Era una pena que a lo único que fuera adicto (además de los hombres) fuera la cafeína y la nicotina (estaba dejando de lado la escritura y la lectura, se estaba relajando demasiado), aún así ahora conocía a franceses mucho más adictos y no sabía a ciencia cierta si eso le satisfacía o irritaba, pero algo era verdad, no le era indiferente. La inteligencia de Leonard, al igual que sus adicciones, se diluía entre sus presentes compañeros de aula. Todos ahí eran muy inteligentes y cultos, no rozaban la creación, pero de una u otra manera la alta cultura se encontraba en sus cerebros, eso no implicaba el total razonamiento de dicha cultura, solía ser que algunos de sus compañeros pensaban que el único fin del arte era la comercialización. Le sorprendía el alto conocimiento que tenían sobre el arte europeo de siglos anteriores, desde la prehistoria hasta el neoclásico; sin embargo les fallaban las vanguardias, pero su gran deficiencia se encontraba en el arte contemporáneo, la mayoría no conocía ni siquiera a Santiago Sierra.
-El problema es del sistema educativo- les dijo frente al grupo uno de sus profesores de arte vanguardista- claro, también es suyo, pero sobre todo a la educación que han recibido.
El profesor tenía más de los cincuenta años, quizá casi sesenta. Él mismo decía dar clase por mero pasatiempo, aunque era una “Verdadera pavada que ustedes no se interesen en el arte contemporáneo”, decía él.
Leonard lo amó desde el momento en que citó a la educación contextual, puesto que él pensaba igual que el profesor “Todo depende de la educación”. Se dijo a sí mismo, después de salir de su primera clase con aquel hombre, que estaba enamorado una vez más de un vejete.
Un chico francés que conoció con anterioridad (la primera semana de su estancia en Europa), llamado Jean-Paul, le había dicho “Por lo que veo te dejas sorprender por los hombres grandes y más cultos, supongo que debes tener cuidado con eso”. Jean-Paul tenía, al igual que Leonard, veintiún años, era mitad francés y mitad español, pero vivía en Francia, un chico muy altivo pero con un aire indescriptiblemente seductor. Para Leonard era una tautología, pues con ese comentario que había hecho Jean-Paul sobre los hombres “más cultos”, el chico francés demostraba cierta experiencia como intento de seducción. El seductor joven con adulta dentro de la subversión. Leonard se preguntaba si acaso era gay.

Estaba ligeramente frustrado, se preguntaba si todo este asunto de que sus compañeros no supieran de arte contemporáneo no era más que la muestra de una mala elección de universidad. Como siempre quizá Leonard se equivocaba de rumbo, ¿y por qué? Por mera cobardía. Había escuchado por boca de otros estudiantes de intercambio, que la escuela de Bellas Artes (muy cercana a su escuela de Historia de Arte) tenía un nivel práctico muy por encima de otras escuelas europeas. Leonard optó la teoría antes de la práctica porque no se sentía a un buen nivel creador… pero ¿cómo llegar a un mejor nivel si no se propone tener un nuevo reto, uno verdaderamente difícil? Era el viejo sentimiento: el de inferioridad, y eso no debía apocarlo. Se alzaría como Juana de Arco pidiendo por más, mostraría su obra con seguridad y después intentaría exponer, aunque fuera, en una galería cercana. Era el reto dentro de su viaje. Exponer. Un chico del nuevo mundo mostrando nuevo arte. Sí, ser pomposo con eso de “les daré una muestra de arte contemporáneo”, egocéntrico, pero por el bien común prefería pensar en Hal Foster con el artista como etnógrafo. No impondría nada, ni diría cuál era su verdad. Sólo daría muestra de lo que sabía hacer. Todo con humildad. Pedía a Dios, a la vida misma o quién rigiera al mundo más humildad... después se reprimió al pensar que Simone de Beauvoir diría que eso no era muy existencialista.
Pero ¡qué absurdo!- rió Leonard- igual, el pensar en Simone de Beauvoir como regidora de mi pensamiento existencialista tiene poca concordancia, es sólo el apego a una ideología... es seguir a otra cosa, un pensamiento ajeno y no independiente, es regresar a lo viejo- se sonrió. Ahí, donde se encontraba, esos tontos pensamientos no le afectaban, sólo le daban gracia. Debía llevar su vida sin dramas. Eso sí que sería una novedad.

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