sábado, 28 de noviembre de 2009

Bienvenue

Dejó a Nicole no sin antes pasar al baño de aquel lugar donde habían comido y charlado con encantador desenfado. Leonard había tenido muchas emociones fuertes en aquel día, ¿existirían más? Se arreglaba el cabello porque estaba hecho un fiasco, siempre lo traía hecho un fiasco, no podía hacer nada con ello, era pura genética.
Caminó un par de cuadras, curiosamente había dejado de llover y había salido el sol a favor de quemar espaldas y calentar cabezas. Tomó el trasporte público, sudó lo que debía sudar y entró a otro café/restaurant del centro de aquella ciudad, Orlando lo estaba esperando.

-Perdón por llegar tarde, casi nunca llego tarde- dijo Leonard mientras se sentaba al lado de Orlando.
-No te preocupes, ¿pedimos algo?
-Pero muy ligero, estoy que hoy si voy a hacer mis tres comidas.
-¿No las haces?- Orlando lo miró algo sorprendido.
-No es que no las haga por querer adelgazar, es por falta de tiempo y dinero-Leonard rió un poco, de aquellas risas fingidas que no estaba muy dispuesto a maquillar.
-Tienes que comer bien, por eso siempre estás cansado.
Leonard bostezó por inercia, sí que estaba cansado.
-No es verdad, no siempre estoy cansado. Terminarás diciéndome como mi madre, que tengo que tomar vitaminas y todo eso, además, tú no eres el ejemplo de sanidad a seguir.
-Las personas creen que estoy delgado porque no como, pero la verdad es que me alimento muy bien, la cosa es genética- Orlando deslizó su mano por la mesa y tomó la de Leonard, quién sintió una especie de consuelo en aquel contacto. Se remitió a que todo en el mundo podía valer la pena si Orlando le tocaba la mano, la existencia misma con todo su constante sufrimiento y efímera felicidad eran soportables por un simple toque de Venus.

Tenían una semana saliendo juntos, siete simples días, pero Orlando no lo perdía de vista, siempre le llamaba, le mandaba aquellos ansiados mensajes por celular y al menos lo había llevado una vez al cine. Leonard no entendía si aquello lo hacía por salvar a Orlando de Edgard, o por derrotar a Edgard, quizá más que nada por salvarse él mismo de su eterna soledad.

-Siempre tienes esa mirada triste- le dijo Orlando con tono tranquilo.
-No eres el primero que me lo dice- Leonard rió ligeramente, recordó ahí frente a su Orlando la escena de “Orlando”, la adaptación cinematográfica de la novela de Virginia Woolf, cuando Tilda Swinton dice: “Solterona, ¡SOLA!” y corre por un laberinto, pasan los días, años, décadas, Orlando no envejece, Orlando no encuentra el amor verdadero, Orlando escribe como desesperada (porque aquí ya es mujer) un poema muy largo, Orlando espera ser feliz, Orlando está siempre nostálgica, Orlando no deja de pensar en su amor pasado, Orlando no deja de sufrir en su interior, Orlando no deja de refugiarse en la literatura, la ropa, lo astuto, lo banal, lo social, las personas, Orlando no puede vivir siempre sola, Orlando vive trescientos años preguntándose ¿qué pasará?
-Leonard- le dice Orlando al mismo tiempo en que frota su mano - Te fuiste otra vez- Orlando sólo le sonríe.
-Ya lo estás empezando a notar ¿verdad? No puedo estar en un mismo lugar por mucho tiempo.
-Un poco, no exageres. ¿En qué pensabas? Te veías muy absorto.
-En nada, nada especial.
-Te tengo un regalo.
Orlando con total jovialidad saca de su mochila un objeto que tiene toda la pinta de ser un CD. El regalo se encuentra tan bien envuelto que Leonard siente un poco de pena el tener que destrozar el ornamento. “Su pastel es un fracaso, pero ella es amada igual. Ella es amada, piensa, en más o menos la manera que los regalos son apreciados: porque han sido dados con buenas intenciones, porque existen, porque son parte de un mundo en el que uno quiere lo que recibe". Leonard se sintió como Laura Brown de “Las horas”. Él era amado aún cuando fuera todo un desastre. No se merecía a Orlando.

-Yo no te tengo nada.
-No tienes por qué tener algo, vamos ábrelo.
Leonard rompió el ornamento, rompió con aquella dedicación que Orlando puso para encubrir el verdadero contenido. Y ahí bajo el papel se encontraba un disco de Van Den Budenmayer, el compositor holandés.
-¿Cómo supiste que me gustaba?, ¿cómo conseguiste un disco de Bundenmayer?
Orlando parecía muy satisfecho con la reacción de Leonard.
-Lo supe, espero te guste.
-Me encanta- Leonard movió la cabeza agitando su cabello.
-¿Pedimos algo?
-Claro- Leonard se acercó un poco más y tocó la mejilla de Orlando, lo hizo porque quería agradecerle con alguna especie de contacto y hasta el momento se había puesto en su papel del intocable. Pero si rozaba a Orlando no era por el regalo, sino porque realmente deseaba hacerlo desde hacía tiempo atrás.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Lalalea aquí