viernes, 6 de noviembre de 2009

La Marquesa de Merteuil vs Vizconde de Valmont

Leonard iba camino a su departamento, el fin de semana había llegado y acababa de asistir a una fiesta que como siempre le traían malas rachas de pensamientos compungidos y aprisionados, ya era tarde.
En el taxi y con Morgause durmiendo a su lado, él tenía sus ojos puestos en el cielo, pero qué bello le parecía el cielo estrellado y la claridad del mismo, con la ventanilla abajo, el viento soplándole con total rigor, ¡qué relajante, qué zambullida!, ojalá no hubiera hecho esa ¿apuesta? Mejor dicho: ojalá no le hubiera declarado la guerra a Edgard, ojalá no fueran un par de niños pequeños por querer obtener el pleno poder de la situación y las cosas, que se dejaran ver con naturalidad, sin pereza, ¿dónde había quedado su amistad?

Después de hablar con Petter, Leonard se bamboleó por el lugar con total desinterés, la cosa ya estaba hecha, ¿qué más podría sacarle al chico y a la fiesta?, ¿qué Mozart era aburrido y el alcohol divertido?, ¿qué Lady Catherine de Bourgh estaría muy decepcionado de él?, al diablo con de Bourgh, necesitaba aire, sería mejor que saliera a tomar el clásico aire nocturno en el cual se sumergen las ideas frustradas, y no por ser incompletas, sino por caer en las vanas expectativas ¿qué creía que pasaría si realmente no encajaba ahí o en cualquier otra parte?
-Estaba mejor entre lo clínico- se decía- entre lo estratificado y sin salida, o mejor dicho, sin conciencia de aquella escapatoria que se presiente necesaria.
Se encontraba en una especie de balcón donde ninguna luz llegaba a iluminar más de lo necesario. En la misma plataforma había un jardincito que emanaba humedad por cada estoma de cada planta. Sacó un cigarro, lo encendió. Sintió que alguien lo observaba así que volteó como quién quiere seducir a una sombra inexistente por la falta de luz, porque nada podría proyectarse ahí en plena oscuridad.
-¿Te asusté?- dijo una voz delicada, proveniente de la salida del balcón.
-No, pero me empezará a dar miedo si no sales de la espesura.
La voz rió tenuemente, algo avergonzada, algo trunca, al parecer no esperaba tener aquella respuesta.
-¿De qué te ríes?- Leonard preguntó con un poco de ironía- Ahora sí estoy asustado.
-“La espesura”- dijo la voz con un tono que intentaba ser seductor- estamos en la oscuridad, nada más, mejor sal tú de la oscuridad, estás en la espesura.
Leonard dio un par de pasos hacia la nada, veía la iluminación proveniente de la puerta, pero carecía de cualquier otra información visual, y entonces se lo topó, un pedazo de carne con forma humana.
-Llegaste- dijo la voz sin más- ¿recibiste mi mensaje?- el tono, aquel tono lo conocía, sabía que sus oídos ya lo habían escuchado con anterioridad. Era una mezcla de nerviosismo y seducción, especie de falsa seguridad.
-Sí, llegué- comentó decidido Leonard.
-Bien, ¿y mi mensaje?
-¿Cuál mensaje?
-¿No lo recibiste?
-¿Cómo voy saber cuál mensaje, sobre qué persona?, ni siquiera sé quién eres- a Leonard se le estaban desbocando las neuronas, ¿por qué no podía disfrutar del rato?, ¿tan incómodo era que un extraño fingiera ser una voz seductora? Y por eso salía su histeria.
-La que decía que te quería.
Leonard empezó a reír de forma brutal. Cínica y cruelmente contestó:
-No sé de qué me hablas.
-Una nota- dijo la voz algo consternada- una nota.
-Mira niño neonato, ya entendí lo de la nota, que según tú me mandaste una nota, seguro me estás confundiendo, soy Leonard- y tendió la mano hacia la oscuridad.
-Sé quién eres. Yo soy Orlando- y el tipo lo tocó con la mano suavemente.
-Muy bien Orlando, vamos por partes ¿vale?- Leonard le quitó la mano- según tú ¿quién soy yo?
-Leonard, amigo de Edgar, Emily, Steve y Tina, ex novio de Nick…
-¡Wo, wo, wo, wo!- exclamó Leonard algo aturdido- yo no soy la definición selectiva de aquellos con quién me relaciono…
-Pensé que las cosas en el arte así son.
-No, no lo son, los artistas… que igual no soy uno, pero en fin- suspiró- los artistas son mucho más que un conjunto de relaciones compenetradas, no son conectes existenciales.
-¿Entonces porqué pregonas que es necesario ir a fiestas y hacer el socialité?
-Yo nunca dije eso… no que lo recuerde.
La voz se quedó callada.
-¿Lo he dicho?- tragó saliva Leonard.
-Lo haces, siempre lo dices, lo dijiste cuando nos conocimos.
Leonard estaba aturdido, conocía a la voz, pero no recordaba a ningún Orlando, evidentemente recordaría si acaso conocía a algún Orlando.
-¿De dónde nos conocemos?
-Una ponencia, diste una ponencia.
Leonard rió de nerviosismo, ¡¿una ponencia?! Pero si él no daba ponencias, ¿quién creía que era él?, evidentemente lo estaba confundiendo.
-Yo no doy ponencias.
-La de inicio de cursos, nos diste una introducción a los de primer semestre, hablaste de la importancia del artista como…
-… una tilde en la humanidad, aquel que nos dice hacia dónde mirar- terminó la frase Leonard- igual no conocí a nadie ahí, igual no fue una ponencia, igual fue algo sin importancia.
-Igual ahí te conocí.
-Ya está, me conociste, yo no te conocí.
-¿Siempre intentas ser tan correcto?
-¿Qué tiene la gente en esa fiesta? Si no está ebria, entones desborda retórica como si fuera el nuevo siglo de las luces.
-¿El siglo de las luces?
-Salgamos de aquí, vamos a la luz.
-No, no…
Leonard tomó de la mano a Orlando y lo llevó a la luz. Entonces pudo verlo, Orlando era una visión, una muy rara. Era delgadísimo ¿cómo no lo había notado al tocar su mano? Su piel era pálida, no era un blanco transparente, sino un gris mortandad, más allá de lo cetrino que podría asemejarse a lo mórbido, Orlando parecía muerto, un lindo cadáver de facciones delicadas y bien acomodadas, tenía atractivo… para un necrófilo. Como siempre, Leonard estaba denigrando a las personas.
-No te reconozco.
-Yo a ti sí.
-Pero qué galante- Leonard empezó a reír, siempre reía cuando no tenía algo interesante que decir, siempre, siempre esa risa tonta, de cualquier modo nunca tenía algo realmente interesante que decir.
-No te rías, por favor- dijo Orlando algo avergonzado.
-Perdona, no era mi intención hacerte sentir mal- Leonard recupero su tono normal de voz- no debes dejarte llevar por risas absurdas de gente absurda.
-La nota decía que te quería, no eres absurdo para mí. Yo te quiero.
-¿Y en qué sustentas ese sentimiento?
-Leonard, los sentimientos no se sustentan, sólo se viven.
-Pues eres muy valiente al venir a decírmelo, yo no podría.
-¿Entonces como saliste con Nick?
Leonard volvió a reír -¿Qué nadie lo va a olvidar?
-No las personas que te quieren.
-Chico, vas muy rápido, yo no estoy para relaciones, no ahora- Leonard notó que la cara de aquel infante empezaba a emanar tristeza, si antes era un cadáver encantador, ahora era uno que daba algo de lástima- pero podemos bailar.
El infante sonrió bobamente y salieron a bailar un extraño mix que combinaba las canciones de “Hong Kong Garden” y “Killer queen”. Después se separó de él para ir por algo para tomar.

-Leo, Leo, Leo- dijo otra voz, que era irónica y mucho más cruel de lo común.
-Edard, Edgard, Edgard
-¿Bailando con cadáveres?, lo haces adrede ¿verdad?
-En verdad Edgard, que me gustaría que estuvieras ebrio para así poder compadecerme de ti, sería más sencillo.
-Ya sabes que no pierdo la pose.
-Para ser tú quién lo dice, esa frase es pura pose.
-Y ya tuya también. Y tu bailecito con Orlando también.
-¿Lo conoces?
-Intento hacerlo mío.
-¿Cómo un objeto sexual que se posee y se desecha?
-Y como un reto. Es tan débil, tan frágil físicamente, pero muy obstinado según sus sentimientos, dime ¿cuándo te propusiste conquistarlo Leonard?, ¿cuándo quisiste quitármelo?, ¿cómo te enteraste que yo lo deseaba?
- No eres el centro del universo mi estimado Edgard, pero no voy a dejar que traumes a un pobre chico como lo es Orlando.
-¿Pobre? Ya es mayorcito de edad, déjalo elegir.
-Ya eligió, y no fue a ti- Leonard sonrió sagazmente.
-Pero qué soez de tu parte, ¿me estás retando?...
-Para ti todo es un reto, una competencia, entiende Edgard que no puedes competir con todos y no puedes logar todo tú solo.
-Pero aquí es entre dos. Déjalo Leonard, tú no lo quieres, no más que como un perrito que puedes consentir.
-Y tú como un perro que puedes coger, ¡maldito zoofílico!- gritó Leonard.
Edgard rió como el cliché de la maldad más manido y aburrido del mundo.
-Tú también lo tratas como un objeto. Déjalo ya o prepárate para estar en guerra.
-Bien- dijo Leonard con tranquilidad- guerra.
Las facciones faciales de Edgard se endurecieron hasta la completa seriedad.
-Muy bien marquesa de Merteuil, aquí está su vizconde de Valmont, y ambos lucharemos por madame de Tourvel.
-No digas eso Edgard, ¿quieres terminar tan mal como ellos?
Edgard le sonrió cínicamente y se retiró, lo vio desplazarse hacia la puerta principal… era lo mismo que con Petter, ¿creía que ya había obtenido todo de una situación, de una charla, de una persona?, ¿qué no había porqué quedarse a la fiesta?

-Es sólo una fiesta, y en las fiestas la gente se divierte, ahora tengo a Orlando para pasar el rato- pensó Leonard y se lanzó otra vez a vorágine existencial, con personas interconectadas esperando tener algo más que un único baile.


-Morgause- le dijo Leonard ya una vez en su departamento- sólo recuéstate.
-¿Leo, con quién bailabas?
-Con nadie.
-Ah, me duele la cabeza.
-Y a mí el corazón- susurró él- por eso no me gustan las fiestas.

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