Ahí estaba parado con sus pantalones negros ajustados por la gracia de los carbohidratos, pues Leonard sin ser gordo, ya no era tan delgado como para entrar en su propia ropa… y esta vanidad respecto a los objetos le tranquilizaba, podía concentrarse en algo superficial algo más allá de si la existencia, de si la vida era absurda y la humanidad no tenía razón de existir y mejor les valdría morir, cositas que resaltaba su reciente incursión en la literatura de Sartre y el cine de Lars Von Trier –Malditos europeos- sentenció Leonard.
-¿Qué haces ahí parado Leo?, ¿por qué no estás contoneándote por la sala saludando a todos como la princesa de rancho que eres?- le dijo Edgard con felicidad- es horrible esa pieza… además, bueno, eso ya lo sabes.
-¿Cómo es que logró exponer? No es que sea una gran expo, pero el chico que la organiza es muy…
-Finolis, lo entiendo Leo, pero es el tipín que se folla nuestro querido organizador y ya sabes cómo se mueven las piezas por aquí.
-Es…
-Horrible- sentenció Edgard frente al conjunto de tres cuadros que mostraban respectivamente a tres penes de modo “expresionista”, según las palabras del pintor, los tres con pincelada distinta representaban lo que le habían hecho sentir cuando lo penetraron.
-Jamás pensé que dirías algo así de un pene… y menos de tres, en conjunto, frente a ti- dijo Leonard y después sonrió.
-¡Oh!, no, no, no guapo, siempre he dicho NO a algunos penes, al tuyo no, claro- Edgard le guiñó el ojo y se fue.
Debía de pensar seriamente en dejar de acostarse con Edgard, ya que con el número de hombres, bocas, penes, culos y cuerpos en general que se restregaban sobre, con y en él, bueno, mejor prevenir alguna enfermedad lamentable, por más colectivización del ano por la que abogara, la incertidumbre venérea en Edgard estaba ahí.
Pero no era momento ni lugar ¿o sí lo era? La exposición, enteramente de temática gay, tenía un par de piezas que se inclinaban por movilizar y concientizar a la sociedad dentro del buen manejo del preservativo. Penes, condones, penes, más condones, una vagina, quizá dos. Si algo le decepcionaba de esa expo era la mínima participación de lesbianas, siglo XXI y aún así las jotas seguían en lo hipersexual pero las lenchas preferían esperar su momento. Como el mismo placer femenino, la culminación y obtención del orgasmo no era tan fácil como subir y bajar la mano sobre un órgano bien duro y parado, o meter y sacar, meter y sacar, ¿O era sólo un cliché suyo frente a la complejidad de la anatomía femenina? Decidió caminar por la galería.
Se decía que tenían suerte dentro de un México tan conservador, al menos eso decían los mexicanos conservadores como si de alguna amenaza se tratara. La verdad se remetía a que sin importar que el hombre hubiera pisado la luna, que el internet abriera puertas al espacio crítico dentro de las nuevas elecciones en el país, que la mujer tuviera el voto en México desde el año de 1947 o que el arte siempre estuviera como catarsis social, siempre existía el punto que los avances tecnológicos sorprendían poco en esta sociedad postmoderna, mientras que lo que sí sorprendía era la censura de la misma tecnología, las nuevas leyes de supuesta defensa de contenidos intelectuales, que además la gente no usara el internet como medio de información y difusión, que pasaran desapercibidos muchos eventos socioculturales, además que la mujer poco se interesara por sus derechos y las que sí lo hacían fueran las conservadoras, quienes se inclinaban por la candidata de ultraderecha que se hace pasar por “liberal” y así llegar a la presidencia del país, o que se demostrara la incompetencia del candidato del PRI para la presidencia y que la gente siguiera creyendo en él (y su guapura). La gente no cambia a pesar de que su entorno sí lo haga, aún cuando el arte aconsejara mirar más allá de la superficie. Aún dentro de aquel medio y en medio de aquella exposición, sólo había pitos, chichis, putos y putas.
El arte intentaba, por todos los medios, un espacio de transición, ¿no era eso lo que deseaba la teoría queer? En al exposición donde se encontraba Leonard, y que por cierto también mostraba su trabajo, giraba en torno a la homosexualidad. Algunos lo llamaron una especie de autodiscriminación, el gobierno no les ayudó en nada (a pesar de convenirles hacer un poco de publicidad por las nuevas elecciones tanto locales como nacionales), es más, se había corrido la noticia de que en otro estado de la República habían censurado la exposición de un joven artista por el simple hecho de hacer “arte gay”. Etiquetas, etiquetas…
Leonard se acercó a la ventana más cercana, moría por un cigarro pero tenía mucho tiempo sin fumar, se decía a sí mismo que “lo estaba dejando”, como a los hombres, el sexo y la inconsciencia homosexual-homosocial...
Entonces lo vio, habría preferido que no fuera de esa manera, que le llegara por la espalda como solían hacer los hombres en su vida… se ruborizó, que los hombres le llegaran por atrás, y sin saberlo ya estaba ahí, sonriendo.
-Hola Leo.
-Hola…- habría dicho “Hola extraño” muy a lo Natalie Portman en “Closer”, pero entonces el chico en cuestión creería que le estaba coqueteando, cuando la única verdad ahí presente es que Leonard no tenía ni por asomo la leve noción de quién era ese chico.
-¿Qué tal?- el chico le tendió la mano con un poco de inseguridad, casi temblando.
-Muy bien- Leonard, haciendo caso omiso de la mano, lo besó en la mejilla. Por alguna razón aquel sujeto se encontraba bastante aturdido frente a él.
-No me recuerdas ¿verdad?
-Pues…
-Leo, Leo, ¡Leo!, ¡la puta madre que me parió!- llegó gritando Edgard, con su delicada forma de mover las caderas- Ya sé, ya sé, me vas a decir que mi forma de expresarme es misógina y paternal, porque voy diciendo mamadas como “no seas nena “ o “no te comportes como marica” y ahora, ahora… ¡la puta madre que me parió!
-¿Qué pasó?- Leo, que sin saber realmente si estar agradecido o enfadado por la interrupción de Edgard, fingió estar preocupado, logrando evitar la bochornosa presentación con el chico desconocido.
-Pues que ya sabes que me gusta conocer chicos por internet.
Leonard se remitió a asentir con la cabeza.
-Bueno, pues tengo un correo específico para todos los chicos con los que salgo y follo- Edgard contuvo por un momento el aire poniendo cara de fina indignación, como a una diva que no le traen la marca de leche predilecta- bueno, puse un anuncio que tenía una expo hoy y al menos he visto a seis de esas jotas.
-Es una expo gay, el punto es que sea para gays…
-Sí, claro, ¿aún si son jotas de cuarenta años enclosetadas?- Edgard volteó sobre su hombro- ahí está otra.
-No sé de qué te complicas las cosas, así es nuestro estilo de vida… por ahora- no supo bien si el comentario era para Edgard o para él.
Edgard, sobreponiéndose como era tan usual en él, recuperando toda la elegancia que tanto le conquistó en su momento a Leonard, dijo: “Tienes razón”. Una completa transformación, siempre le intrigaría el camaleón que guardaba dentro de sí, sutil, sublime, debía haber sido actor.
Cuando volteó el chico desconocido ya no estaba a su lado, se había escabullido. Pensó que probablemente era alguna de las citas del mismo Edgard, en ciudades tan pequeñas no sabía qué esperar, probablemente todos eran hermanos de secreciones, ligeras pasiones y esas cosas tan propias de la juventud, cosas que a esa edad se desean dar a cambio por un poco de placer.
Siguió caminando por la pequeña galería, había un pene hecho con resina cristal sobre un cúmulo de fotocopias de teoría queer, se podían llevar a casa los papeles, siempre y cuando tomaras el pene con la mano, que estaba grasiento, baboso y sólo las diosas sabrían lleno de qué –Y si están aquí los señores enclosetados de cuarenta años, ¿estará mi señor de cuarenta años?- también vio un video de un chico que pasaba a ser una chica frente a la cámara, una eyaculación sobre un Cristo crucificado -¿Estaría el señor D en la sala?- dibujos de Cristos con erecciones, Cristos besando a sus apóstoles de forma apasionada –No lo creo, esa clase de hombres se escandalizan por cualquier cosa, sobre todo ahora que el país está en momentos de candidaturas, elecciones, decisiones, la gente como él, gente mediocre, no tiene los huevos de pararse en una galería cutre como esta, aunque sea para conseguir más sexo, porque eso significa erguirse, mostrarse, tomar partido - un par de vaginas talladas en madera, una Barbie abortando –Siempre tiendo a caer con hombres mediocres, odio hacer una revisión mental, pero ahí están, uno tras otro son cada vez más ajenos al ámbito donde me muevo, realmente deseo una relación estable y establecida en los mismos intereses, no es que se refiera a una cuestión netamente sexual, o propiamente homosexual, sólo se trata de compartir proyectos y visión, pero por el momento sólo me he topado con hombres mediocres- piezas y más piezas pasaban por sus ojos, si bien no todas eran buenas al menos las creyó auténticas, llenas de brío, sintió estar en un espacio autónomo lleno de jotería, no por la obra, sino por el público, lo único que le faltaba era creer que los juicios y prejuicios del mismo no cayera sobre ellos con espíritu avasallador, las jotas debían estar unidas… en todos los sentidos.
No saldría con sus amigos esa noche, cuestión monetaria, todo su presupuesto quincenal se había ido en la pieza, una serie de grabados con frases de teoría queer. Conseguir un buen papel, comprar las tintas y la madera para grabar sobre ella fue un poco más caro de lo que tenía planeado. Y ahora tenía que caminar hacia la estación de autobuses con la humedad cual mentora del camino, esperar en la terminal a que su transporte saliera, ir acompañado de gente que al igual que él, deseaban un viernes un poco más gratificante, ansiando no estar tan cansado o en quiebra, tener que soportar la horrible película en el autobús, sumergirse en la noche lluviosa, bajarse y cruzar los dedos para que las putas de su localidad no le salieran al encuentro (por la hora) para acosarlo e insultarlo (¿por qué las putas estaban en contra de los putos?), llegar a casa, saludar a los padres, sonreír, subir a la habitación, dejar las cosas, ducharse, estar un poco más tranquilo y sentarse al fin a leer su el nuevo libro de Michael Cunningham que había comprado en España, los mejores euros invertidos en literatura, según su percepción, hasta el momento.
domingo, 12 de febrero de 2012
domingo, 29 de enero de 2012
La náusea
Parafrasea, parafrasea, se decía en su mente el atolondrado de Leonard sentado en un amuermado sillón negro tapizado de rosas rojas, el único aparente refugio en el cual podía asentar su efímera humanidad -¡Ojalá este momento fuera más efímero!- se gritaba para sus adentros y así consolarse ante la certidumbre de encontrarse atrapado, una vez más, en el sillón de rosas.
No es que no creyera en Dios, bueno, la verdad es que le causaba pereza el pensar en Dios, así, con la D en mayúsculas, estaba harto de Él (sí, con la E mayúscula), aborrecía a Dios. A pesar de intentar mantenerse en un rango de “tolerancia”, que odiaba esa palabra aplicada casi en cualquier ámbito, no podía seguir soportando el discurso autoritario y totalitario de su cristianísimo tío, fanático cuya única lectura diaria dependía enteramente de la Biblia (otra palabra, así de huevos, que debía escribirse con la primera letra en mayúsculas) ¿por qué creer en un Dios que evita la autonomía, es intolerante y además misógino? En su momento Leonard fue un cristiano educado, fiel creyente no por aceptación social sino por convicción espiritual, claro que se había leído la Biblia, recibido clases, transcrito versículos y pegado por su habitación para recordarse lo que podía o no hacer; no siempre estaba seguro de sus métodos, pero creía en Dios de manera desmedida, ponía todo a su disposición, oraba todos los días e incluso asistió a varios grupos de jóvenes para compartir sus inquietudes del momento, sin embargo poco a poco sus inquietudes comenzaron a carecer de respuesta divina, y no es que Dios no le contestara, sino que las resoluciones divinas comenzaron a ser un lastre que evoca a la culpabilidad.
Ser gay significaba ser contra-natura, preocuparse por los problemas políticos, económicos y sociales eran cosa del mundo, asunto terrenal, siendo la salvación de su alma y la relación con Dios aquello que debía interesarle sobre todas las cosas; la liberación femenina había sido tachada por sus profesoras de la escuela bíblica como “puras pamplinas”; y el que le interesara leer toda clase de libros sólo lo inducían a tener pensamientos peligrosos, llegando al pecado… y bueno, del sexo y la masturbación mejor ni mencionarla. Sus problemas comenzaron a ser los problemas de cualquier joven de su edad con un poco de sentido común, sin embargo el enclaustramiento aniñado de sus compañeros cristianos le impedían avanzar.
Leonard dejó de ser cristiano desde el momento en que se folló a su primer hombre… ¿o fue cuando lo follaron? Porque no era un asunto de teoría. En teoría era gay, en la práctica había tenido su primer novio y tuvieron un buen faje por aquí, por allá, besos envidiables, en teoría ya se aceptaba y tenía el devenir gay, ahí con la conciencia de sí mismo en el umbral de la razón, pero el sexo es otra cosa, y más allá de “tener prácticas homosexuales” en la cama, en los baños, los vestidores… la homosexualidad es algo que se vive día con día, es un asunto político y no tenía por qué ir creyendo en dioses (con o sin la D mayúscula) que vinieran a decirles qué podía o no hacer en público con su homosexualidad, así era, de ese modo existía.
-Lo que pasa es que no lo ha puesto en oración- decía su cristianísimo tío a otro invitado de la enésima comida familiar, ¡y eso que apenas estaban en enero!
-La verdad entiendo que Dios quiere lo mejor para mí, pero también le pido fe y paciencia para esperar su disposición de las cosas…
Estaba atrapado. Leonard y su taza de café, ¿por qué demonios lo hacía?, ¿tomar café ahí? Mejor sería dejarse llevar por el sopor que anteriormente le azoraba, pero al contrario se encontraba escuchando con total lucidez los argumentos cristianos de todos los ahí presentes. No era nada novedoso para él que existieran esos grupos, su familia era uno esos, y aunque supieran de forma sobreentendida que era gay, preferían evitar al elefante blanco en la habitación –Pero si esa idea se encuentra tan usada, tanto como la de un Dios y la denuncia de los grupos cristianos- se levantó por un momento, casi por inercia, para servirse más café. Volvió a pensar en el parafraseado, en parafrasear a Beatriz Preciado cuando dijo que la idea de un Dios ya estaba superada, se enfadó con la filósofa, aunque esta ni idea de la existencia de él, una jotita mexicana, presuntuosa de provincia.
No podía pensar la supuesta emancipación de la idea de un Dios, no existía tal emancipación o superación, o como quisiera llamarla, seguramente estaba sobreactuando y tendría que regresar a la literatura para ver la cita de manera textual, pero ¡no! Estaba ahí, atrapado en una especie de híbrido entre el Medioevo y la época victoriana con sus manchones de colonialismo… bueno, va que sus referentes pertenecían a varios países y un par de continentes, pero el olor a añejo estaba ahí en el sillón de rosas, un decorado tan kitsch perteneciente a la cultura mexicana. Sintió náuseas.
-Hola- se acercó una chica que le sonrió y se sentó a su lado, era amiga de sóloDiosysusprimos sabían quién.
-Hola- regresó la sonrisa Leonard no sin mucho ánimo.
-Te gusta mucho el café, ¿verdad? Es la tercera vez que rellenas la taza.
-Bueno, es lo más fuerte que consumimos en estas comidas- contestó con sarcasmo.
-Te entiendo, en ocasiones desearía algo más consistente.
¿Podía ser que Leo no fuera el único agnóstico de la reunión?
-Una vez, en una noche invernal tomamos ponche y fue de lo más divertido- continuó diciendo la chica- estaba tan caliente, hirviendo, con fruta…
La chica seguía hablando de cuando unos amigos cristianos suyos decidieron bañarse en el río al amanecer. No es que el relato careciera de cierto interés más allá de bañarse en el agua helada, pero se remitía al hecho, no más. No sexo en el lago, no bromas pesadas, nada de cotilleos, nada de mala leche. Quizá estaba siendo no sólo muy crítico, sino también demasiado cínico. Era evidente el desinterés de los cristianos por el mundo exterior, su falta de acción siempre lo exasperaba, se les iba la vida en orar, sin embargo, tenía algo de envidiable bañarse en un río y ver el amanecer, y aunque el relato fuera propenso a cualquier tipo de manipulación mental, como por ejemplo imaginarse a él y a Víctor (al chico que más había amado hasta el momento), los dos desnudos, besándose con los primeros rayos de sol, y lo previo con la madrugada, el frío, después acariciarse hasta retozar de placer; si se exentaba de esas fantasías ¿no eran afortunados estos cristianos por su falta de proyección, de imaginación y perversión?
No sólo se sintió como una puta (que en su momento Leonard lo fue, historia vieja donde se acostaba con hombres mayores por dinero) pues veía la oportunidad de tener sexo en cualquier lado, pero no con cualquiera, Víctor seguía latiendo en su corazón aún en el recuerdo. Sin embargo, más allá tenía una percepción turbia de los hechos, si no pasaba “algo más”, si no estaba de por medio una charla decente con temas sobre arte, lo homosexual o sencillamente sobre lo social, lo privado y lo público, o como consuelo algo que le turbara su percepción, ya fuera drogas o alcohol, entonces ¿qué haría él en un río antes del amanecer además de morirse de frío? Sin la gente adecuada el lugar no valía la pena, y la gente adecuada atrae la situación deseada, pero para aquellos jóvenes religiosos bastaba con tener la experiencia, compartir un par de sonrisas y oraciones, se encontraban celestialmente alienados. Sintió un poco de envidia seguida por más náuseas.
No es que no creyera en Dios, bueno, la verdad es que le causaba pereza el pensar en Dios, así, con la D en mayúsculas, estaba harto de Él (sí, con la E mayúscula), aborrecía a Dios. A pesar de intentar mantenerse en un rango de “tolerancia”, que odiaba esa palabra aplicada casi en cualquier ámbito, no podía seguir soportando el discurso autoritario y totalitario de su cristianísimo tío, fanático cuya única lectura diaria dependía enteramente de la Biblia (otra palabra, así de huevos, que debía escribirse con la primera letra en mayúsculas) ¿por qué creer en un Dios que evita la autonomía, es intolerante y además misógino? En su momento Leonard fue un cristiano educado, fiel creyente no por aceptación social sino por convicción espiritual, claro que se había leído la Biblia, recibido clases, transcrito versículos y pegado por su habitación para recordarse lo que podía o no hacer; no siempre estaba seguro de sus métodos, pero creía en Dios de manera desmedida, ponía todo a su disposición, oraba todos los días e incluso asistió a varios grupos de jóvenes para compartir sus inquietudes del momento, sin embargo poco a poco sus inquietudes comenzaron a carecer de respuesta divina, y no es que Dios no le contestara, sino que las resoluciones divinas comenzaron a ser un lastre que evoca a la culpabilidad.
Ser gay significaba ser contra-natura, preocuparse por los problemas políticos, económicos y sociales eran cosa del mundo, asunto terrenal, siendo la salvación de su alma y la relación con Dios aquello que debía interesarle sobre todas las cosas; la liberación femenina había sido tachada por sus profesoras de la escuela bíblica como “puras pamplinas”; y el que le interesara leer toda clase de libros sólo lo inducían a tener pensamientos peligrosos, llegando al pecado… y bueno, del sexo y la masturbación mejor ni mencionarla. Sus problemas comenzaron a ser los problemas de cualquier joven de su edad con un poco de sentido común, sin embargo el enclaustramiento aniñado de sus compañeros cristianos le impedían avanzar.
Leonard dejó de ser cristiano desde el momento en que se folló a su primer hombre… ¿o fue cuando lo follaron? Porque no era un asunto de teoría. En teoría era gay, en la práctica había tenido su primer novio y tuvieron un buen faje por aquí, por allá, besos envidiables, en teoría ya se aceptaba y tenía el devenir gay, ahí con la conciencia de sí mismo en el umbral de la razón, pero el sexo es otra cosa, y más allá de “tener prácticas homosexuales” en la cama, en los baños, los vestidores… la homosexualidad es algo que se vive día con día, es un asunto político y no tenía por qué ir creyendo en dioses (con o sin la D mayúscula) que vinieran a decirles qué podía o no hacer en público con su homosexualidad, así era, de ese modo existía.
-Lo que pasa es que no lo ha puesto en oración- decía su cristianísimo tío a otro invitado de la enésima comida familiar, ¡y eso que apenas estaban en enero!
-La verdad entiendo que Dios quiere lo mejor para mí, pero también le pido fe y paciencia para esperar su disposición de las cosas…
Estaba atrapado. Leonard y su taza de café, ¿por qué demonios lo hacía?, ¿tomar café ahí? Mejor sería dejarse llevar por el sopor que anteriormente le azoraba, pero al contrario se encontraba escuchando con total lucidez los argumentos cristianos de todos los ahí presentes. No era nada novedoso para él que existieran esos grupos, su familia era uno esos, y aunque supieran de forma sobreentendida que era gay, preferían evitar al elefante blanco en la habitación –Pero si esa idea se encuentra tan usada, tanto como la de un Dios y la denuncia de los grupos cristianos- se levantó por un momento, casi por inercia, para servirse más café. Volvió a pensar en el parafraseado, en parafrasear a Beatriz Preciado cuando dijo que la idea de un Dios ya estaba superada, se enfadó con la filósofa, aunque esta ni idea de la existencia de él, una jotita mexicana, presuntuosa de provincia.
No podía pensar la supuesta emancipación de la idea de un Dios, no existía tal emancipación o superación, o como quisiera llamarla, seguramente estaba sobreactuando y tendría que regresar a la literatura para ver la cita de manera textual, pero ¡no! Estaba ahí, atrapado en una especie de híbrido entre el Medioevo y la época victoriana con sus manchones de colonialismo… bueno, va que sus referentes pertenecían a varios países y un par de continentes, pero el olor a añejo estaba ahí en el sillón de rosas, un decorado tan kitsch perteneciente a la cultura mexicana. Sintió náuseas.
-Hola- se acercó una chica que le sonrió y se sentó a su lado, era amiga de sóloDiosysusprimos sabían quién.
-Hola- regresó la sonrisa Leonard no sin mucho ánimo.
-Te gusta mucho el café, ¿verdad? Es la tercera vez que rellenas la taza.
-Bueno, es lo más fuerte que consumimos en estas comidas- contestó con sarcasmo.
-Te entiendo, en ocasiones desearía algo más consistente.
¿Podía ser que Leo no fuera el único agnóstico de la reunión?
-Una vez, en una noche invernal tomamos ponche y fue de lo más divertido- continuó diciendo la chica- estaba tan caliente, hirviendo, con fruta…
La chica seguía hablando de cuando unos amigos cristianos suyos decidieron bañarse en el río al amanecer. No es que el relato careciera de cierto interés más allá de bañarse en el agua helada, pero se remitía al hecho, no más. No sexo en el lago, no bromas pesadas, nada de cotilleos, nada de mala leche. Quizá estaba siendo no sólo muy crítico, sino también demasiado cínico. Era evidente el desinterés de los cristianos por el mundo exterior, su falta de acción siempre lo exasperaba, se les iba la vida en orar, sin embargo, tenía algo de envidiable bañarse en un río y ver el amanecer, y aunque el relato fuera propenso a cualquier tipo de manipulación mental, como por ejemplo imaginarse a él y a Víctor (al chico que más había amado hasta el momento), los dos desnudos, besándose con los primeros rayos de sol, y lo previo con la madrugada, el frío, después acariciarse hasta retozar de placer; si se exentaba de esas fantasías ¿no eran afortunados estos cristianos por su falta de proyección, de imaginación y perversión?
No sólo se sintió como una puta (que en su momento Leonard lo fue, historia vieja donde se acostaba con hombres mayores por dinero) pues veía la oportunidad de tener sexo en cualquier lado, pero no con cualquiera, Víctor seguía latiendo en su corazón aún en el recuerdo. Sin embargo, más allá tenía una percepción turbia de los hechos, si no pasaba “algo más”, si no estaba de por medio una charla decente con temas sobre arte, lo homosexual o sencillamente sobre lo social, lo privado y lo público, o como consuelo algo que le turbara su percepción, ya fuera drogas o alcohol, entonces ¿qué haría él en un río antes del amanecer además de morirse de frío? Sin la gente adecuada el lugar no valía la pena, y la gente adecuada atrae la situación deseada, pero para aquellos jóvenes religiosos bastaba con tener la experiencia, compartir un par de sonrisas y oraciones, se encontraban celestialmente alienados. Sintió un poco de envidia seguida por más náuseas.
miércoles, 11 de enero de 2012
Fake queer
Si John Cameron Mitchell había dicho recientemente en una entrevista que “Ser gay ya no es suficiente”, entonces a Leonard le gustaría agregar que ser un buen follador tampoco lo era. Al despertar en las poco cálidas sábanas de aquel artista auto-considerado y socialmente consagrado “neo-queer”, Leo sintió estar en el departamento de un joven de diecisiete aún cuando el hombre propietario de la habitación tenía más de treinta. El ataque de los hombres que, o no maduran, o deciden invertir el dinero en otra cosa. Hasta antes de abrir los ojos y unos minutos después, nuestro protagonista creía (o así lo deseaba) pensar que aquel hombre reputado invertía todo en sus videos que divulgaba en su mayoría en fiestas urbanas, algunas de gran talante pero la mayoría ilegales. No podía negarlo, lo que más le atrajo a Leonard de Paco, porque ese era su nombre, se refería a sus piezas, lo veía cual ser luminoso del pensamiento queer. Pero por desgracia, todo sueño previo a una gran fiesta termina en resaca.
Había iniciado la noche anterior, donde metido en uno de los pocos pantalones en los que ahora entraba, producto de su reciente incremento de peso, Leonard fue a una fiesta “ilegal”, aunque en México casi cualquiera lo es, pero con las medidas adecuadas, el alcohol necesario y el dinero previsto, todos los problemas se encuentran resueltos. El consumo de droga seguía a tope, aunque algunos preferían no arriesgarse con la fingida guerra contra las drogas que se desarrollaba en el país, se sabía de antemano que los primeros en pagar son los más inofensivos, tradúzcase como los consumidores o repartidores en menor escala, chivos expiatorios, incluso en alguna ocasión llegó el rumor de que la policía irrumpió en una fiesta que se encontraba limpia de droga; los comandantes de la ley intentaron sacar provecho de la fiesta al extorsionar a los bebedores en turno, sin embargo al no obtener suerte, los mismos policías, quienes traían droga consigo, arrestaron a unos cuantos y les acusaron con la droga como evidencia. Así estaban las cosas.
Bamboleándose de un lado a otro con su nuevo corte que excluía sus míticos rulos, Leonard apenas sabía controlar el alcohol, ni Europa ni su mejor amiga alemana cambiaría eso… quizá sólo el aumento de su masa corporal le hiciera más resistente a la intoxicación etílica… quizá, quizá.
Estaba ahí con Edgard, hacía más de un año sin salir de fiesta con su siempre buen amigo, jota incondicional, compañero de dramas, se habían peleado por situaciones que no caben enunciar (algo respecto a un novio y acostones con el mismo), pero ni los hombres y mucho menos una buena verga ahora podrían separarlos, ¿el secreto? Que desde hacía un mes eran folla-amigos, se acostaban ocasionalmente cuando se sentían en periodo de sequía, lo que consentía a Edgard cada tercer día. Leonard no tenía miedo a una relación por Edgard ya que esto era imposible, sabía que no era el único en la cama de su amigo y eso no le incomodaba, por otro lado, le causaba un gran alivio.
-Vamos a colocarnos, quiero un churro, anda- dijo Edgard con su usual alegría que desbordaba por todos los poros.
-No tengo ganas de drogarme, ya estoy algo ebrio, y sabes bien lo que pasa cuando fumo y bebo.
-Te pones pachipedo y besas a quién no deberías. Pero ahora no estás tan desesperado, ya te has follado a suficientes y sobre todo, besado con más de los que podrías contar.
-Pues… no estaba desesperado, lo hice porque quería hacerlo y ya.
-Como quieras, voy a conseguir droga y te vas a colocar.
Como fue, Edgard no prometía al tanteo y ambos se pusieron pachecos, podría ser esa la razón por la que al toparse con Paco, el gran artista queer, Leonard lo viera con una aureola iluminándole. De ahí en adelante todo era una película mal editada en la memoria del escritor. Paco saludándolos, ¿no estaba demasiado viejo para esas fiestas?, ¿no se veía muy joven de cerca?, ¿cuántos de los diálogos en su mente había proferido su boca?, ¿cuántos ahora eran íntimos? Eso es lo que detestaba de la droga en él, un par de fumadas lo colocaban y terminaba por hablar de cosas en las que debía mantener un poco de discreción, pero de algo estaba seguro, el sexo con Paco fue celestial, le domaba desde todos los ángulos que la satisfacción podía prestarle, al fin había encontrado a un teórico y práctico de lo queer.
Así llegó a la habitación poco aseada de Paco.
-Hola- le dijo Paco tendiéndole una taza de té de hierbas relajantes. Leonard lo miró algo desconcertado –Es de hierbas- dijo Paco- aunque al parecer no de las que te gustan.
-Ya, gracias- sorbió un poco, estaba en su punto, un hombre que sabe hacer té, probablemente volvía a la idealización del objeto… ya corría un riesgo al ver a las personas como objetos, pero no era momento de darse a las disertaciones humanistas cuando la noche anterior el mismo Paco le había utilizado como objeto masturbatorio… pero ¿entonces cómo lo había disfrutado tanto? ¿Paco estaba consciente del placer ajeno…?
-¿Estás bien?- preguntó Paco, quién al estar más cerca se le notaban ya las arrugas cercanas a los cuarenta, el mito de que se quitaba la edad podía ser cierto, aunque era sólo un chisme arrojado por la comunidad gay celosa de sus éxitos, nadie que se yergue como icono queer teme a la transformación del cuerpo, la mutación del mismo y el concepto género… -¿Lo estás?- insistió Paco. Leonard debía dejar de pensar en tanta estupidez.
-Claro, claro- pero Paco no era atractivo, tenía los dientes chuecos, empezaba a tener entradas bastante sobresalientes en la cabeza, donde la palabra “entrada”, por causa de la alopecia, debía ser secundada por la de “salidas”. Además tenía su pancita digna de alguien que bebe todos los fines de semana, pero eso no le desagradaba, su ex novio, el escritor-filósofo, lo que fuera, tenía una pancita similar y Leonard sostenía que era aquello que le hacía humano, alguien con el intelecto de Pedro, su ex novio, no podía ser más que una deidad casi bajada del cielo, ¿lo mismo ocurría con Paco, estaba repitiendo patrones…?
-¿Y si somos las palabras?- dijo Paco en tono burlón levantando la ceja izquierda.
-¿Perdona?- Leonard se había perdido, una vez más, en sus pensamientos.
-Es lo que repetías ayer una y otra vez en el taxi cuando veníamos camino a casa, “¿Y si somos las palabras?”
-Oh… si dije eso es que ya estaba mal. Es una frase de Virginia Woolf, la digo cuando me pongo ebrio…
-Claro, esa mujer loca que se ahogó en el rio porque escuchaba voces.
-Bueno, no creo que estuviera loca, creo que parte de su convicción por las letras, incluso la vida misma, le llevaron a tomar esa decisión.
-Niño, pero sí que estás crudo, estaba loca y ya. ¿Quieres algo para desayunar, o eres de los de coge y corre?
Leonard suspiró –Pues suelo ser de los de folla y no te veo más, la verdad, y por cierto ¿qué edad crees que tengo?
-No sé, unos veinte o menos… ¿por?
-¿Y tú?
-No te voy a decir mi edad.
-Ya sé que es algo con lo que se bromea acerca de tu vida y todo, pero igual me gustaría saberlo.
-Pues no creas que voy por ahí mezclando mi vida diaria con mi trabajo, son dos cosas diferentes mis piezas y escritos de lo que soy yo.
-Pues por tu postura política pensaría que tu obra es parte esencial de ti.
-Lo es, pero lo político se queda en lo público, yo no soy mi obra.
-Pero las piezas de tus performance, los textos de arte y vida tan sustentados en…
-Mira que te veía como de dieciocho, pero te di veinte porque parecías inteligente, ahora creo que debes ser menor de edad.
Leonard no pudo dejar de sonrojarse ante el comentario, mira que le quitaran cuatro años no era poca cosa, pero todo se aplicaba al aspecto banal de la idea, no parecía de diecisiete por fuera, más bien por su idolatría a los falsos iconos pseudo-queer. Ser gay, buen follador y “hacer” obra queer no bastaba, era necesario llevarlo a un estado latente de vida.
-Te da pena, eh. Tranquilo, aquí tienes las de ganar, si eres menor de edad pero te gusta el sexo es normal, mientras no me demandes- Paco sacó una risotada algo fingida, o así le pareció a Leonard, a quién todo él le parecía algo falso.
-No es eso, es solo que hacer dentro de un museo no es suficiente para mí, debes llevarlo más allá.
-¿Qué más sugieres? Por el momento tenemos parte de la batalla perdida pero seguimos en pie. Salimos del clóset, no nos linchan, hablamos sobre ello, hacemos obra entorno a ello, algunos se travisten como acto político, crean un personaje y al final dejan la peluca en casa porque eso no son ellos.
-Hablas de un travestismo sin núcleo, falso, la mayoría lo hace por convicción, espectáculo, sobrevivencia, notoriedad, lujo, gusto, acto contestatario, pero siempre tienen en mente que bajo la peluca son ellos los que se encuentran y nadie más, en esas cabezas está la noción de usar tacones, no es idea de nadie más, tú más que nadie debería saberlo.
-¿Por qué? Si nunca me he travestido.
-Pero en tu último ensayo parecía como… -ahí estaba el punto de algunas jotas. Son como… parecen a… huelen según… se visten con… van a fiestas ilegales, consumen drogas, alcohol, arman jueguitos visuales en el acto y después se dicen en privado que esa peluca no es la suya.
-Lees demasiado, ¿no te han dicho que dejes los libros y empieces a vivir un poco?
-¿Lo dices tú quién escribe una cosa y hace otra? – Leo, quién hasta el momento seguía desnudo, tendido en la cama con el té de hierbas en las manos, puso la taza en el buró, buscó sus calzoncillos, el pantalón y la playera con la que había llegado.
-¿Entonces no tomas el desayuno?
-Pues no, sí soy un poco de los que cogen, se corren y después corren fuera de la habitación.
Al salir del lugar, no pudo dejar de cuestionarse si era él un clavado con llevar una “actitud” no sólo gay sino queer al mundo exterior, más allá de lo sexual y la salida del clóset. Ir en contra de todas esas actitudes heteronormativas de la sociedad en la que vivía, donde incluso los homosexuales se veían involucrados en el sistema en que fueron educados, no por ello se consideraba activista o anarquista, era sencillamente su tipo de vida, se vive en un mundo misógino y homofóbico, pero más allá ¿era necesario tener que toparse con todas esas actitudes retrógradas por el simple hecho de tener una buena follada? Tiempo de abstinencia sexual, queer no significa sexo.
Había iniciado la noche anterior, donde metido en uno de los pocos pantalones en los que ahora entraba, producto de su reciente incremento de peso, Leonard fue a una fiesta “ilegal”, aunque en México casi cualquiera lo es, pero con las medidas adecuadas, el alcohol necesario y el dinero previsto, todos los problemas se encuentran resueltos. El consumo de droga seguía a tope, aunque algunos preferían no arriesgarse con la fingida guerra contra las drogas que se desarrollaba en el país, se sabía de antemano que los primeros en pagar son los más inofensivos, tradúzcase como los consumidores o repartidores en menor escala, chivos expiatorios, incluso en alguna ocasión llegó el rumor de que la policía irrumpió en una fiesta que se encontraba limpia de droga; los comandantes de la ley intentaron sacar provecho de la fiesta al extorsionar a los bebedores en turno, sin embargo al no obtener suerte, los mismos policías, quienes traían droga consigo, arrestaron a unos cuantos y les acusaron con la droga como evidencia. Así estaban las cosas.
Bamboleándose de un lado a otro con su nuevo corte que excluía sus míticos rulos, Leonard apenas sabía controlar el alcohol, ni Europa ni su mejor amiga alemana cambiaría eso… quizá sólo el aumento de su masa corporal le hiciera más resistente a la intoxicación etílica… quizá, quizá.
Estaba ahí con Edgard, hacía más de un año sin salir de fiesta con su siempre buen amigo, jota incondicional, compañero de dramas, se habían peleado por situaciones que no caben enunciar (algo respecto a un novio y acostones con el mismo), pero ni los hombres y mucho menos una buena verga ahora podrían separarlos, ¿el secreto? Que desde hacía un mes eran folla-amigos, se acostaban ocasionalmente cuando se sentían en periodo de sequía, lo que consentía a Edgard cada tercer día. Leonard no tenía miedo a una relación por Edgard ya que esto era imposible, sabía que no era el único en la cama de su amigo y eso no le incomodaba, por otro lado, le causaba un gran alivio.
-Vamos a colocarnos, quiero un churro, anda- dijo Edgard con su usual alegría que desbordaba por todos los poros.
-No tengo ganas de drogarme, ya estoy algo ebrio, y sabes bien lo que pasa cuando fumo y bebo.
-Te pones pachipedo y besas a quién no deberías. Pero ahora no estás tan desesperado, ya te has follado a suficientes y sobre todo, besado con más de los que podrías contar.
-Pues… no estaba desesperado, lo hice porque quería hacerlo y ya.
-Como quieras, voy a conseguir droga y te vas a colocar.
Como fue, Edgard no prometía al tanteo y ambos se pusieron pachecos, podría ser esa la razón por la que al toparse con Paco, el gran artista queer, Leonard lo viera con una aureola iluminándole. De ahí en adelante todo era una película mal editada en la memoria del escritor. Paco saludándolos, ¿no estaba demasiado viejo para esas fiestas?, ¿no se veía muy joven de cerca?, ¿cuántos de los diálogos en su mente había proferido su boca?, ¿cuántos ahora eran íntimos? Eso es lo que detestaba de la droga en él, un par de fumadas lo colocaban y terminaba por hablar de cosas en las que debía mantener un poco de discreción, pero de algo estaba seguro, el sexo con Paco fue celestial, le domaba desde todos los ángulos que la satisfacción podía prestarle, al fin había encontrado a un teórico y práctico de lo queer.
Así llegó a la habitación poco aseada de Paco.
-Hola- le dijo Paco tendiéndole una taza de té de hierbas relajantes. Leonard lo miró algo desconcertado –Es de hierbas- dijo Paco- aunque al parecer no de las que te gustan.
-Ya, gracias- sorbió un poco, estaba en su punto, un hombre que sabe hacer té, probablemente volvía a la idealización del objeto… ya corría un riesgo al ver a las personas como objetos, pero no era momento de darse a las disertaciones humanistas cuando la noche anterior el mismo Paco le había utilizado como objeto masturbatorio… pero ¿entonces cómo lo había disfrutado tanto? ¿Paco estaba consciente del placer ajeno…?
-¿Estás bien?- preguntó Paco, quién al estar más cerca se le notaban ya las arrugas cercanas a los cuarenta, el mito de que se quitaba la edad podía ser cierto, aunque era sólo un chisme arrojado por la comunidad gay celosa de sus éxitos, nadie que se yergue como icono queer teme a la transformación del cuerpo, la mutación del mismo y el concepto género… -¿Lo estás?- insistió Paco. Leonard debía dejar de pensar en tanta estupidez.
-Claro, claro- pero Paco no era atractivo, tenía los dientes chuecos, empezaba a tener entradas bastante sobresalientes en la cabeza, donde la palabra “entrada”, por causa de la alopecia, debía ser secundada por la de “salidas”. Además tenía su pancita digna de alguien que bebe todos los fines de semana, pero eso no le desagradaba, su ex novio, el escritor-filósofo, lo que fuera, tenía una pancita similar y Leonard sostenía que era aquello que le hacía humano, alguien con el intelecto de Pedro, su ex novio, no podía ser más que una deidad casi bajada del cielo, ¿lo mismo ocurría con Paco, estaba repitiendo patrones…?
-¿Y si somos las palabras?- dijo Paco en tono burlón levantando la ceja izquierda.
-¿Perdona?- Leonard se había perdido, una vez más, en sus pensamientos.
-Es lo que repetías ayer una y otra vez en el taxi cuando veníamos camino a casa, “¿Y si somos las palabras?”
-Oh… si dije eso es que ya estaba mal. Es una frase de Virginia Woolf, la digo cuando me pongo ebrio…
-Claro, esa mujer loca que se ahogó en el rio porque escuchaba voces.
-Bueno, no creo que estuviera loca, creo que parte de su convicción por las letras, incluso la vida misma, le llevaron a tomar esa decisión.
-Niño, pero sí que estás crudo, estaba loca y ya. ¿Quieres algo para desayunar, o eres de los de coge y corre?
Leonard suspiró –Pues suelo ser de los de folla y no te veo más, la verdad, y por cierto ¿qué edad crees que tengo?
-No sé, unos veinte o menos… ¿por?
-¿Y tú?
-No te voy a decir mi edad.
-Ya sé que es algo con lo que se bromea acerca de tu vida y todo, pero igual me gustaría saberlo.
-Pues no creas que voy por ahí mezclando mi vida diaria con mi trabajo, son dos cosas diferentes mis piezas y escritos de lo que soy yo.
-Pues por tu postura política pensaría que tu obra es parte esencial de ti.
-Lo es, pero lo político se queda en lo público, yo no soy mi obra.
-Pero las piezas de tus performance, los textos de arte y vida tan sustentados en…
-Mira que te veía como de dieciocho, pero te di veinte porque parecías inteligente, ahora creo que debes ser menor de edad.
Leonard no pudo dejar de sonrojarse ante el comentario, mira que le quitaran cuatro años no era poca cosa, pero todo se aplicaba al aspecto banal de la idea, no parecía de diecisiete por fuera, más bien por su idolatría a los falsos iconos pseudo-queer. Ser gay, buen follador y “hacer” obra queer no bastaba, era necesario llevarlo a un estado latente de vida.
-Te da pena, eh. Tranquilo, aquí tienes las de ganar, si eres menor de edad pero te gusta el sexo es normal, mientras no me demandes- Paco sacó una risotada algo fingida, o así le pareció a Leonard, a quién todo él le parecía algo falso.
-No es eso, es solo que hacer dentro de un museo no es suficiente para mí, debes llevarlo más allá.
-¿Qué más sugieres? Por el momento tenemos parte de la batalla perdida pero seguimos en pie. Salimos del clóset, no nos linchan, hablamos sobre ello, hacemos obra entorno a ello, algunos se travisten como acto político, crean un personaje y al final dejan la peluca en casa porque eso no son ellos.
-Hablas de un travestismo sin núcleo, falso, la mayoría lo hace por convicción, espectáculo, sobrevivencia, notoriedad, lujo, gusto, acto contestatario, pero siempre tienen en mente que bajo la peluca son ellos los que se encuentran y nadie más, en esas cabezas está la noción de usar tacones, no es idea de nadie más, tú más que nadie debería saberlo.
-¿Por qué? Si nunca me he travestido.
-Pero en tu último ensayo parecía como… -ahí estaba el punto de algunas jotas. Son como… parecen a… huelen según… se visten con… van a fiestas ilegales, consumen drogas, alcohol, arman jueguitos visuales en el acto y después se dicen en privado que esa peluca no es la suya.
-Lees demasiado, ¿no te han dicho que dejes los libros y empieces a vivir un poco?
-¿Lo dices tú quién escribe una cosa y hace otra? – Leo, quién hasta el momento seguía desnudo, tendido en la cama con el té de hierbas en las manos, puso la taza en el buró, buscó sus calzoncillos, el pantalón y la playera con la que había llegado.
-¿Entonces no tomas el desayuno?
-Pues no, sí soy un poco de los que cogen, se corren y después corren fuera de la habitación.
Al salir del lugar, no pudo dejar de cuestionarse si era él un clavado con llevar una “actitud” no sólo gay sino queer al mundo exterior, más allá de lo sexual y la salida del clóset. Ir en contra de todas esas actitudes heteronormativas de la sociedad en la que vivía, donde incluso los homosexuales se veían involucrados en el sistema en que fueron educados, no por ello se consideraba activista o anarquista, era sencillamente su tipo de vida, se vive en un mundo misógino y homofóbico, pero más allá ¿era necesario tener que toparse con todas esas actitudes retrógradas por el simple hecho de tener una buena follada? Tiempo de abstinencia sexual, queer no significa sexo.
martes, 3 de enero de 2012
Rehabilitación
No, no, no, decía Leonard en su cabeza mientras bajaba de aquel lujoso automóvil, del que si volviera a ver en la calle, ni siquiera podría recordar… era azul, sin mayor característica, claro, tenía cuatro neumáticos, ¿algo más? Un volante que tras de sí conllevaba una horrible realidad: las citas. Una vez más Leonard salía con hombres para probar suerte a la que todos los homosexuales más o menos cuerdos, pero bastante adictos, se entregan: la búsqueda del sexo.
Sexo con extraños, sexo después de la primera cita o la tercera, sexo por el sexo, la soltería le pega bien a cualquiera que tenga el tiempo suficiente no sólo para buscar sino también para encontrar, así como tener el sitio adecuado para salir en una ciudad tan pequeña sin tener la noción de un deja-vu o lo que es peor, encontrarte con tu cita anterior. Aún cuando sólo se busque sexo, si no se tiene un departamento propio y se vive con los padres, la tarea se convierte en una labor titánica de conquista situacional, porque ante todo las cosas debían planearse. La obtención de un territorio primero se daba en la mente y después, con mucha suerte, se decantaba en una cama… que en su mayoría se quedaban algo cortas según las expectativas, como la del muchacho del automóvil azul. Su cama ni siquiera era individual, pues al mozo, quién era un total snob proclive a las nuevas tendencias minimalistas, terminó por decorar su habitación con la noción de “menos es más”, pero cuando Leonard entró aquel cuarto amueblado casi en su totalidad con tonos entre blanco y azul, pensó que menos era menos. Menos estantes para colocar libros, menos espacio para sentarse, cama mínimal de menor tamaño, muy mona claro, pero proclive a la inutilidad o a la fuerza de gravedad, sí, porque mientras tenían sexo en más de una ocasión Leonard casi se cae de la cama.
¿Dónde habían quedado esas kingsize que solía acaparar? Siempre tendría en mente al hombre de casi cuarenta años que en un bar de Valencia le dijo “Y tengo cama kinsize”, y eso que ni siquiera habían charlado durante quince minutos, por supuesto, la cama una delicia y la compañía bastante especializada. Pero al volver a México en su pequeña ciudad de provincia donde apenas llegaban a los ciento setenta y cinco habitantes, comparada con Valencia, no era ni siquiera una golosina, era más bien un dulce caduco. Por ello había dicho sí al chico de nariz prominente, automóvil azul y cama pequeña, aunque seguía sin entender su economía del espacio, puesto que su casa era de dos pisos, pero ¡claro! él también vivía con sus padres, al menos por el momento.
-Tengo un departamento en CV- dijo el chico de la nariz grande, CV era la ciudad donde había estudiado Leonard- pero ahora tenemos tiempo, después me voy al antro.
-Ya, entiendo, pues ¿qué es lo que te gusta hacer?- Leonard se sentía en forma una vez más, desde que había llegado a México apenas había tenido tiempo en reparar que tenía una fuerza palpitante en la entrepierna. Entre los malos trabajos de medio tiempo, las prácticas sociales en la editorial en la que ahora laboraba, así como concluir un par de créditos para la universidad, no veía el sentido de gastar tiempo y espacio en buscar algo que no encontraría: el tonto y cursi amor, porque si lo había tenido en Valencia sería justo reencontrarlo de regreso, en este lado del hemisferio. Pero no, no, no, con todas las dificultades que el sexo imponía (como la persona, el sitio, la hora y toda la planeación) el acto sexual se presentaba como una acción infinitamente más sencilla que tener una cita decente, el tiempo, siempre el tiempo.
-Pues lo que tú quieras- le dijo el chico narizón. Leonard no podía negar su encanto, tenía cierta altanería que cubría sus facciones poco agraciadas, su piel más bien descuidada pero impávidamente reparada por los mil productos químicos (que sin saber dañaban más su piel), así como su ropa y el acto de quitársela, le daban al chico un aire bastante apetecible.
-Mira, a mí me gusta que me dominen- Leo se acercó seductoramente hacia el muchacho, como una curiosa mezcla de femme fatale transexual, ni hombre ni mujer, era un chico afeminado, eso jamás se lo quitaría de encima, pero por su reciente incremento de masa corporal carecía de sus facciones del afamado toy boy que alguna vez fue, ahora tenía veintidós años, casi los veintitrés, y como alguna vez enmarcó el famoso escritor Yukio Mishima, los jóvenes comienzan a perder su frescura al pasar los veintidós, su mejor momento sea quizá de los diecisiete a los veinte, después comienzan a decaer paulatinamente. Leonard bien lo sabía cuando se veía al espejo, ya no pertenecía al mercado de los hombres de cuarenta años o más, al menos no de la forma en que alguna vez lo llevó por medio de la prostitución. Al contrario ahora, al sobrepasar esa primera primavera, podía gozar con los de su misma especie, los jóvenes de veinte y treinta años.
La variedad siempre había estado en él, pero quería dejar de parecerse el personaje principal de la película “Sleeping Beauty” de Julia Leigh, una puta que ni siente placer porque se droga todas las noches para quedarse dormida mientras la penetran. Nada, la dominación debía ser consciente, o sino quién domina llegaría a la violación, el dominado siempre tiene el control de la situación, al menos en el sexo.
-Si cariñito, pero no beso, es que… soy sincerotengonovio- la última frase la había dicho tan rápido que parecía una sola palabra.
-No me importa, sólo estamos aquí para follar.
-Pues sí, es la primera vez que le hago esto de ponerle los cuernos.
-Pero no…
-Y le acabo de decir que estoy contigo y no me deja de molestar por la blackberry, que cómo me choca pero no puedo vivir sin este aparatito- y era verdad, desde el momento en que el chico narizón le dijo “hola”, no soltaba su teléfono celular, o mecanismo de comunicación, anejanación, plataforma hipertextual, aparato que provoca artritis. Leonard daba gracias a las diosas que nada de eso le interesara.
-Lo hace adrede- Leonard se cerró la bragueta- Mira, si tienes tiempo y si quieres lo podemos dejar aquí, pero sería una pena, la verdad me pareces lindo- Mentiras, se dijo por dentro Leo, le sorprendía lo fácil que salían las falacias de su boca con tal de tener un buen acostón, ¿al menos un acostón en meses?, ¡diablos! Odiaba tener tantas ocupaciones y que ninguna le llevara a nada o le diera tanta satisfacción como tener sexo con hombres. Lo aceptaba, era un ninfómano.
-No cariñín… ¿cómo se llama esa canción?- en la habitación, que contenía pocas cosas, se podía apreciar un enorme televisor con algún video de Jennifer Lopez meneando sus seguramente nuevos implantes de glúteo.
-Ni idea.
-¿Cómo, no sabes nada de música? Muy mal niño.
-¿Entonces?- Leonard sonrío poco convencido de su propia actuación.
-También me pareces lindo.
Se acostaron y el chico narizón logró en Leonard una culminación, nada más, un breve orgasmo contenido. Había pasado lo que tanto le auspició Karen, una de sus más experimentadas amigas, “Algún día ya no tendrás orgasmos con todos los que te acuestes, sólo empezarás a tener… culminaciones, seguro termina y ya, eyacularás pero no sentirás nada… naaaaadaaaa”, ¿cómo podía no equivocarse alguien que no tenía pene? El final el chico tuvo su orgasmo y dijo “Que rico”. Tardó más de media hora en decidir qué se pondría para salir de antro y Leo sólo deseaba salir de aquella casa. Cuando lo logró fue gracias a que su acompañante se apiadó de él y le sacó a la carretera más cercana, después de todo la situación no dejaba de tener un aire de puta.
-Fue un placer conoce…
-Claro, claro- dijo Leonard sin ponerle atención y se bajó del automóvil azul.
¿Existían dos opciones en esa ciudad? Chicos con los que se puede ligar, salir de fiesta, cena o algo de atrevimiento sin llegar a más, incluso un par de besos desganados; o los muchachos que se usan como pañuelos de papel desechables, “úsese y tírese” –Córrase sobre ellos y después póngalos en el bote de basura- pensó Leonard. A su parecer se esquematizaban en gran medida las relaciones. Los chicos esperaban algo serio o en su defecto una experiencia sexual complaciente pero ligera en todos los aspectos, en resumidas cuentas, un pene, un culo, pero sin darle nombre o personalidad al sexo, ¿por qué a la gente se le complicaba tener sexo y después de eso seguir siendo amigos?, ¿tan difícil era conseguir un folla-amigo?
Era momento de rehabilitarse, ¿pero rehabilitación?, ¿de qué manera y en qué sentido? Si se refería a que dejaría todo lo que ya era por el simple hecho de haber realizado un viaje, pues no, no, no, algunas cosas se reafirmaban y como Amy Winehouse había cantado alguna vez, no tenía tiempo qué desperdiciar, si eso iba a ser una rehabilitación significaba que volvería a ser una persona que entra nuevamente al ruedo.
Sexo con extraños, sexo después de la primera cita o la tercera, sexo por el sexo, la soltería le pega bien a cualquiera que tenga el tiempo suficiente no sólo para buscar sino también para encontrar, así como tener el sitio adecuado para salir en una ciudad tan pequeña sin tener la noción de un deja-vu o lo que es peor, encontrarte con tu cita anterior. Aún cuando sólo se busque sexo, si no se tiene un departamento propio y se vive con los padres, la tarea se convierte en una labor titánica de conquista situacional, porque ante todo las cosas debían planearse. La obtención de un territorio primero se daba en la mente y después, con mucha suerte, se decantaba en una cama… que en su mayoría se quedaban algo cortas según las expectativas, como la del muchacho del automóvil azul. Su cama ni siquiera era individual, pues al mozo, quién era un total snob proclive a las nuevas tendencias minimalistas, terminó por decorar su habitación con la noción de “menos es más”, pero cuando Leonard entró aquel cuarto amueblado casi en su totalidad con tonos entre blanco y azul, pensó que menos era menos. Menos estantes para colocar libros, menos espacio para sentarse, cama mínimal de menor tamaño, muy mona claro, pero proclive a la inutilidad o a la fuerza de gravedad, sí, porque mientras tenían sexo en más de una ocasión Leonard casi se cae de la cama.
¿Dónde habían quedado esas kingsize que solía acaparar? Siempre tendría en mente al hombre de casi cuarenta años que en un bar de Valencia le dijo “Y tengo cama kinsize”, y eso que ni siquiera habían charlado durante quince minutos, por supuesto, la cama una delicia y la compañía bastante especializada. Pero al volver a México en su pequeña ciudad de provincia donde apenas llegaban a los ciento setenta y cinco habitantes, comparada con Valencia, no era ni siquiera una golosina, era más bien un dulce caduco. Por ello había dicho sí al chico de nariz prominente, automóvil azul y cama pequeña, aunque seguía sin entender su economía del espacio, puesto que su casa era de dos pisos, pero ¡claro! él también vivía con sus padres, al menos por el momento.
-Tengo un departamento en CV- dijo el chico de la nariz grande, CV era la ciudad donde había estudiado Leonard- pero ahora tenemos tiempo, después me voy al antro.
-Ya, entiendo, pues ¿qué es lo que te gusta hacer?- Leonard se sentía en forma una vez más, desde que había llegado a México apenas había tenido tiempo en reparar que tenía una fuerza palpitante en la entrepierna. Entre los malos trabajos de medio tiempo, las prácticas sociales en la editorial en la que ahora laboraba, así como concluir un par de créditos para la universidad, no veía el sentido de gastar tiempo y espacio en buscar algo que no encontraría: el tonto y cursi amor, porque si lo había tenido en Valencia sería justo reencontrarlo de regreso, en este lado del hemisferio. Pero no, no, no, con todas las dificultades que el sexo imponía (como la persona, el sitio, la hora y toda la planeación) el acto sexual se presentaba como una acción infinitamente más sencilla que tener una cita decente, el tiempo, siempre el tiempo.
-Pues lo que tú quieras- le dijo el chico narizón. Leonard no podía negar su encanto, tenía cierta altanería que cubría sus facciones poco agraciadas, su piel más bien descuidada pero impávidamente reparada por los mil productos químicos (que sin saber dañaban más su piel), así como su ropa y el acto de quitársela, le daban al chico un aire bastante apetecible.
-Mira, a mí me gusta que me dominen- Leo se acercó seductoramente hacia el muchacho, como una curiosa mezcla de femme fatale transexual, ni hombre ni mujer, era un chico afeminado, eso jamás se lo quitaría de encima, pero por su reciente incremento de masa corporal carecía de sus facciones del afamado toy boy que alguna vez fue, ahora tenía veintidós años, casi los veintitrés, y como alguna vez enmarcó el famoso escritor Yukio Mishima, los jóvenes comienzan a perder su frescura al pasar los veintidós, su mejor momento sea quizá de los diecisiete a los veinte, después comienzan a decaer paulatinamente. Leonard bien lo sabía cuando se veía al espejo, ya no pertenecía al mercado de los hombres de cuarenta años o más, al menos no de la forma en que alguna vez lo llevó por medio de la prostitución. Al contrario ahora, al sobrepasar esa primera primavera, podía gozar con los de su misma especie, los jóvenes de veinte y treinta años.
La variedad siempre había estado en él, pero quería dejar de parecerse el personaje principal de la película “Sleeping Beauty” de Julia Leigh, una puta que ni siente placer porque se droga todas las noches para quedarse dormida mientras la penetran. Nada, la dominación debía ser consciente, o sino quién domina llegaría a la violación, el dominado siempre tiene el control de la situación, al menos en el sexo.
-Si cariñito, pero no beso, es que… soy sincerotengonovio- la última frase la había dicho tan rápido que parecía una sola palabra.
-No me importa, sólo estamos aquí para follar.
-Pues sí, es la primera vez que le hago esto de ponerle los cuernos.
-Pero no…
-Y le acabo de decir que estoy contigo y no me deja de molestar por la blackberry, que cómo me choca pero no puedo vivir sin este aparatito- y era verdad, desde el momento en que el chico narizón le dijo “hola”, no soltaba su teléfono celular, o mecanismo de comunicación, anejanación, plataforma hipertextual, aparato que provoca artritis. Leonard daba gracias a las diosas que nada de eso le interesara.
-Lo hace adrede- Leonard se cerró la bragueta- Mira, si tienes tiempo y si quieres lo podemos dejar aquí, pero sería una pena, la verdad me pareces lindo- Mentiras, se dijo por dentro Leo, le sorprendía lo fácil que salían las falacias de su boca con tal de tener un buen acostón, ¿al menos un acostón en meses?, ¡diablos! Odiaba tener tantas ocupaciones y que ninguna le llevara a nada o le diera tanta satisfacción como tener sexo con hombres. Lo aceptaba, era un ninfómano.
-No cariñín… ¿cómo se llama esa canción?- en la habitación, que contenía pocas cosas, se podía apreciar un enorme televisor con algún video de Jennifer Lopez meneando sus seguramente nuevos implantes de glúteo.
-Ni idea.
-¿Cómo, no sabes nada de música? Muy mal niño.
-¿Entonces?- Leonard sonrío poco convencido de su propia actuación.
-También me pareces lindo.
Se acostaron y el chico narizón logró en Leonard una culminación, nada más, un breve orgasmo contenido. Había pasado lo que tanto le auspició Karen, una de sus más experimentadas amigas, “Algún día ya no tendrás orgasmos con todos los que te acuestes, sólo empezarás a tener… culminaciones, seguro termina y ya, eyacularás pero no sentirás nada… naaaaadaaaa”, ¿cómo podía no equivocarse alguien que no tenía pene? El final el chico tuvo su orgasmo y dijo “Que rico”. Tardó más de media hora en decidir qué se pondría para salir de antro y Leo sólo deseaba salir de aquella casa. Cuando lo logró fue gracias a que su acompañante se apiadó de él y le sacó a la carretera más cercana, después de todo la situación no dejaba de tener un aire de puta.
-Fue un placer conoce…
-Claro, claro- dijo Leonard sin ponerle atención y se bajó del automóvil azul.
¿Existían dos opciones en esa ciudad? Chicos con los que se puede ligar, salir de fiesta, cena o algo de atrevimiento sin llegar a más, incluso un par de besos desganados; o los muchachos que se usan como pañuelos de papel desechables, “úsese y tírese” –Córrase sobre ellos y después póngalos en el bote de basura- pensó Leonard. A su parecer se esquematizaban en gran medida las relaciones. Los chicos esperaban algo serio o en su defecto una experiencia sexual complaciente pero ligera en todos los aspectos, en resumidas cuentas, un pene, un culo, pero sin darle nombre o personalidad al sexo, ¿por qué a la gente se le complicaba tener sexo y después de eso seguir siendo amigos?, ¿tan difícil era conseguir un folla-amigo?
Era momento de rehabilitarse, ¿pero rehabilitación?, ¿de qué manera y en qué sentido? Si se refería a que dejaría todo lo que ya era por el simple hecho de haber realizado un viaje, pues no, no, no, algunas cosas se reafirmaban y como Amy Winehouse había cantado alguna vez, no tenía tiempo qué desperdiciar, si eso iba a ser una rehabilitación significaba que volvería a ser una persona que entra nuevamente al ruedo.
lunes, 8 de agosto de 2011
El tiempo pasa
Tan caprichosas eran las horas en aquel parque valenciano que Leonard no las sentía pasar, sin embargo tenía la ferviente idea de que en cualquier instante todas caerían enjutas y algo decadentes, caerían sobre él y marcarían el momento de su partida. Se suspendían, se alargaban… al final las olvidaría, quedando el breve aroma de la nostalgia y la sensación de algo… de que algo ahí sucedió. Que los días se sustituyeron mutuamente cambiando sus nombres como quién intercambia una moneda por otras dos que juntas valen lo mismo que la anterior. Seis meses en la llamada “madre patria” y las experiencias habían sido sencillamente maravillosas. No es que lo maravilloso fuera sencillo, sino que no existía otra palabra para enunciar aquellas horas.
Su estancia en España había culminado. Los últimos dos meses corrieron cual caballos desbocados. El tiempo pasó tan rápido con el simple hecho de que las últimas horas ahí, sentado, transcurrieran más lento. –Lo vale- se dijo Leonard mientras suspiraba con aire de autosuficiencia. Le parecía curiosa la sucesión de los eventos, cual argumento succionado por la tinta de algún autor amateur a quien al final todo le salía bien o medianamente aceptable.
Recordó los viajes, las malas clases, las buenas clases, los artistas inexistentes, se recordó a sí mismo cuando pisó tierra europea, ¿era distinta a la otra tierra? No, ahora lo sabía, no sabía si realmente la gente era del todo distinta o si quizá los escritores más amargados (de aquellos que tanto le gustaban) tenían la razón sobre la naturaleza humana y su triste similitud en los bordes de la maldad y la bondad. Esos bordes dicotómicos –Pero eso no pertenecen a mis autoras, ni de esos escritores amargados, eso es mío- era suyo y lo atesoraba. Creía en la carencia de los bordes dicotómicos y se daba cuenta, que aunque humano el mismo, jamás entendería a su propia raza porque apenas reconocía su dedo pulgar de la mano derecha, ¿era ese el mismo dedo que le había acompañado durante toda su vida?, ¿había mutado? Había crecido.
Como los dedos pulgares (fueran de la mano o los pies) realmente no notaba cuando crecían. Como él… ¿era el mismo o había crecido? Tenía unas fervientes ganas de sacudir Víctor y preguntarle si notaba alguna diferencia en él, ¿pero cómo podría decírselo? Apenas se conocían un par de semanas atrás y el chico de tez clara y ojos azules poco podía saber sobre Leonard, cualquier Leonard (si es que todos los que había sido él eran uno y ese uno eran todos), no deseaba recapitular mentalmente todas las tonterías en las que había incurrido antes de llegar a Valencia y mucho menos las que cometió en los últimos meses.
No tenía otra concepción de la vida (y el mundo) que él extrañando a Víctor y el tiempo que pasaron juntos. Se sentía tan egoísta y al mismo tiempo ofendido por el mundo (y la vida) por haberlo creado de esa manera, que el contexto influyera tanto en su persona.
Tiempo atrás había dejado a Pedro, como dejó a Jean-Paul, como dejó al otro y al otro antes de ellos dos, ¿existía otro? Siempre podría haber otro, de eso estaba consciente. No podía dramatizar más las relaciones. Todos se iban pero él permanecía con una visión más clara de sí mismo frente a la actitud con la que debía afrontar las relaciones. Él existía y no precisamente porque se hubiera elegido, como tanto le habría encantado difamar, sino porque existía con todo lo demás como conjunto. Existía con la conciencia propia, ni dudarlo, pero de la misma manera permanecía dicha conciencia gracias a la vida yacente en el mundo. Contaba los sucesos que le habían llevado hasta ahí. Las huídas desesperadas, las rupturas, las ansias de tener un poco de éxito, estudiar más, saberlo todo y descubrir la nada dentro del conocimiento. Y al finalizar la estancia (que si no dramatizaba las relaciones al menos estaba dramatizando un poco ese momento, las horas longevas) sólo le quedaba Víctor, y no porque fuera la última opción, el relleno dentro del tiempo… Víctor era todo lo contrario, era la única razón por la cual se quedaría en Valencia.
Deseaba sacudirlo una vez más con total pasión, devorarlo en un beso y llevárselo en las entrañas o abrazarlo y fundirse en su piel, perdiéndose para siempre dentro de él y al final ¿dónde estaría Leonard?, ¿sería igual que todos los hombres dentro del suelo mexicano o español?, ¿sería él algo distinto como para merecer a un chico tan estupendo?
Leonard sería una persona dentro de otra, sin importar que él fuera mexicano y Víctor español, las almas se fundirían y sin dar a luz un hijo, dos hombres podrían ser uno sin rozar la obviedad de sus nacionalidades, no existiría territorio geográfico, ni un océano entre ellos; no tendría que preocuparse porque le llamaran una vez más snob sólo porque amaba a su chico de ojos azules, europeo, de tez clara e intelectual; no habría de preocuparse por las normas derridianas de si se ama a lo “qué es la persona… y por qué la persona es así” antes de amar a “la persona con entereza”; en la fusión de los cuerpos no le interesaría nada de eso porque entonces él sería parte de Víctor y no sólo lo amaría a él, sino también a sí mismo. Uno solo caminaría como el ser sin patria, de costumbres híbridas y algo extrañas. Ni una cosa ni otra nada más que el ser humano buscando los límites, exactos de la conjugación con otros seres para hablar, comer, mirar… sin nacionalidad, sólo usos y costumbres, todo era cultural pero carente de institución como tal.
¿Por qué si sabía su corazón se encontraría con Víctor… al final el resto de su cuerpo terminaría por extrañarlo?, ¿por qué en la teoría, con toda esa plenitud emocional e igualdad como ser humano sin más, era tan difícil la práctica?, ¿por qué el espacio afectaba tanto aún cuando el tiempo parecía determinado a favorecerlos?
Pero lo recordó. -¡Ah las horas!- pensó- estas horas caprichosas que me dejan estar a su lado y sentir que son días, semanas, quizá meses. Pero una vez concluidas estas horas, todo equivaldrá a una muerte paulatinamente dolorosa. Con el fin de las horas vendrá la separación, mi muerte. Me iré yo. Por primera vez el que se va soy yo. Y otra vida empezará y como un gato he de tener que aprovechar las vidas restantes, ¿serán mis otras vidas tan fuertes como para poder soportar que Víctor esté tan lejos… y aún más allá de eso, saber que pasará mucho tiempo antes de que lo vuelva a ver?- El tiempo, se percató, no siempre estaría de su lado. Cuando supo eso instantáneamente abrazó a Víctor, sentados en la banca del parque lo abrazó y cerró los ojos como un niño pequeño quién cree que con su pequeña rabieta podrá frenar lo inevitable. –Le diré, le diré que lo amo, le diré lo que pienso, le diré que preferiría abandonar todo y estar a su lado. Pero no puedo- se contuvo, se detuvo, no sólo porque sabía que a su chico de ojos azules no le gustaban las lágrimas o los pensamientos dramáticos, sino porque parte de él le decía que en su otra vida, después de las horas, él tendría que madurar más rápido y utilizar toda la prudencia con la que ahora cargaba, utilizar la prudencia de las otras vidas.
Ser maduro o prudente nunca había sido la especialidad de Leonard, pero entendía que lo más sano era disfrutar ese momento y… ¿y después?... su prudencia no se lo permitía decírselo, pero después, ya el tiempo lo diría.
Su estancia en España había culminado. Los últimos dos meses corrieron cual caballos desbocados. El tiempo pasó tan rápido con el simple hecho de que las últimas horas ahí, sentado, transcurrieran más lento. –Lo vale- se dijo Leonard mientras suspiraba con aire de autosuficiencia. Le parecía curiosa la sucesión de los eventos, cual argumento succionado por la tinta de algún autor amateur a quien al final todo le salía bien o medianamente aceptable.
Recordó los viajes, las malas clases, las buenas clases, los artistas inexistentes, se recordó a sí mismo cuando pisó tierra europea, ¿era distinta a la otra tierra? No, ahora lo sabía, no sabía si realmente la gente era del todo distinta o si quizá los escritores más amargados (de aquellos que tanto le gustaban) tenían la razón sobre la naturaleza humana y su triste similitud en los bordes de la maldad y la bondad. Esos bordes dicotómicos –Pero eso no pertenecen a mis autoras, ni de esos escritores amargados, eso es mío- era suyo y lo atesoraba. Creía en la carencia de los bordes dicotómicos y se daba cuenta, que aunque humano el mismo, jamás entendería a su propia raza porque apenas reconocía su dedo pulgar de la mano derecha, ¿era ese el mismo dedo que le había acompañado durante toda su vida?, ¿había mutado? Había crecido.
Como los dedos pulgares (fueran de la mano o los pies) realmente no notaba cuando crecían. Como él… ¿era el mismo o había crecido? Tenía unas fervientes ganas de sacudir Víctor y preguntarle si notaba alguna diferencia en él, ¿pero cómo podría decírselo? Apenas se conocían un par de semanas atrás y el chico de tez clara y ojos azules poco podía saber sobre Leonard, cualquier Leonard (si es que todos los que había sido él eran uno y ese uno eran todos), no deseaba recapitular mentalmente todas las tonterías en las que había incurrido antes de llegar a Valencia y mucho menos las que cometió en los últimos meses.
No tenía otra concepción de la vida (y el mundo) que él extrañando a Víctor y el tiempo que pasaron juntos. Se sentía tan egoísta y al mismo tiempo ofendido por el mundo (y la vida) por haberlo creado de esa manera, que el contexto influyera tanto en su persona.
Tiempo atrás había dejado a Pedro, como dejó a Jean-Paul, como dejó al otro y al otro antes de ellos dos, ¿existía otro? Siempre podría haber otro, de eso estaba consciente. No podía dramatizar más las relaciones. Todos se iban pero él permanecía con una visión más clara de sí mismo frente a la actitud con la que debía afrontar las relaciones. Él existía y no precisamente porque se hubiera elegido, como tanto le habría encantado difamar, sino porque existía con todo lo demás como conjunto. Existía con la conciencia propia, ni dudarlo, pero de la misma manera permanecía dicha conciencia gracias a la vida yacente en el mundo. Contaba los sucesos que le habían llevado hasta ahí. Las huídas desesperadas, las rupturas, las ansias de tener un poco de éxito, estudiar más, saberlo todo y descubrir la nada dentro del conocimiento. Y al finalizar la estancia (que si no dramatizaba las relaciones al menos estaba dramatizando un poco ese momento, las horas longevas) sólo le quedaba Víctor, y no porque fuera la última opción, el relleno dentro del tiempo… Víctor era todo lo contrario, era la única razón por la cual se quedaría en Valencia.
Deseaba sacudirlo una vez más con total pasión, devorarlo en un beso y llevárselo en las entrañas o abrazarlo y fundirse en su piel, perdiéndose para siempre dentro de él y al final ¿dónde estaría Leonard?, ¿sería igual que todos los hombres dentro del suelo mexicano o español?, ¿sería él algo distinto como para merecer a un chico tan estupendo?
Leonard sería una persona dentro de otra, sin importar que él fuera mexicano y Víctor español, las almas se fundirían y sin dar a luz un hijo, dos hombres podrían ser uno sin rozar la obviedad de sus nacionalidades, no existiría territorio geográfico, ni un océano entre ellos; no tendría que preocuparse porque le llamaran una vez más snob sólo porque amaba a su chico de ojos azules, europeo, de tez clara e intelectual; no habría de preocuparse por las normas derridianas de si se ama a lo “qué es la persona… y por qué la persona es así” antes de amar a “la persona con entereza”; en la fusión de los cuerpos no le interesaría nada de eso porque entonces él sería parte de Víctor y no sólo lo amaría a él, sino también a sí mismo. Uno solo caminaría como el ser sin patria, de costumbres híbridas y algo extrañas. Ni una cosa ni otra nada más que el ser humano buscando los límites, exactos de la conjugación con otros seres para hablar, comer, mirar… sin nacionalidad, sólo usos y costumbres, todo era cultural pero carente de institución como tal.
¿Por qué si sabía su corazón se encontraría con Víctor… al final el resto de su cuerpo terminaría por extrañarlo?, ¿por qué en la teoría, con toda esa plenitud emocional e igualdad como ser humano sin más, era tan difícil la práctica?, ¿por qué el espacio afectaba tanto aún cuando el tiempo parecía determinado a favorecerlos?
Pero lo recordó. -¡Ah las horas!- pensó- estas horas caprichosas que me dejan estar a su lado y sentir que son días, semanas, quizá meses. Pero una vez concluidas estas horas, todo equivaldrá a una muerte paulatinamente dolorosa. Con el fin de las horas vendrá la separación, mi muerte. Me iré yo. Por primera vez el que se va soy yo. Y otra vida empezará y como un gato he de tener que aprovechar las vidas restantes, ¿serán mis otras vidas tan fuertes como para poder soportar que Víctor esté tan lejos… y aún más allá de eso, saber que pasará mucho tiempo antes de que lo vuelva a ver?- El tiempo, se percató, no siempre estaría de su lado. Cuando supo eso instantáneamente abrazó a Víctor, sentados en la banca del parque lo abrazó y cerró los ojos como un niño pequeño quién cree que con su pequeña rabieta podrá frenar lo inevitable. –Le diré, le diré que lo amo, le diré lo que pienso, le diré que preferiría abandonar todo y estar a su lado. Pero no puedo- se contuvo, se detuvo, no sólo porque sabía que a su chico de ojos azules no le gustaban las lágrimas o los pensamientos dramáticos, sino porque parte de él le decía que en su otra vida, después de las horas, él tendría que madurar más rápido y utilizar toda la prudencia con la que ahora cargaba, utilizar la prudencia de las otras vidas.
Ser maduro o prudente nunca había sido la especialidad de Leonard, pero entendía que lo más sano era disfrutar ese momento y… ¿y después?... su prudencia no se lo permitía decírselo, pero después, ya el tiempo lo diría.
miércoles, 1 de junio de 2011
Zero
Los estudiantes blandían sus mamparas de color rojo y negro, gritaban en la vía pública, se movían furtivamente entre las personas para pedirles su opinión. Los estudiantes estallaban en risas, gritos, algunos drogados, otros totalmente lúcidos. Los estudiantes existían sin existir. Estaban ahí el mismo día cuando se hacían las elecciones para el nuevo gobierno en España, mientras los ciudadanos decidían mediante el voto cuál podría ser el menor mal para su país, ¿apostarían nuevamente por la izquierda?, ¿estarían con la derecha?, ¿Qué acaso un país católico no tenía una doble derecha? Una doble mano derecha, lo diestro, ayudaba a escribir sus leyes parlamentarias. Los estudiantes estaban ahí para exigir una democracia mientras los reyes vivían de una pensión que los padres de aquellos chicos pagaban. España se decía estar en actividad. Era mayo… otra vez.
Leonard se sentía en una especie de vacua representación del filme “The dreamers” de Bertolucci. A él siempre le había parecido que la película era pobre en cuanto a la época social/revolucionaria donde se establecía la acción: El mayo del 68. Una representación de los hechos inocua. Estos mayos del 68, ¿qué pensar de ellos?, ¿qué podía saber de ellos? Sólo recientemente, de unos años a la fecha, se había dedicado a instruirse en los acontecimientos de aquel año en distintos países, sobre todo en México. La investigación no sólo le entristeció al enterarse de todas las atrocidades cometidas en su país frente al movimiento estudiantil, sino el fuerte oleaje de indiferencia que se desprendía frente a las nuevas generaciones. En su caso particular, al pertenecer a una familia que se consideraba “tranquila” y ajena a todas esas acciones contestatarias, había vivido en la total ignorancia. Ni sus padres, abuelos, escuelas, profesores de primaria, secundaria o bachillerato le habían enseñado nada sobre el tema, fue hasta la universidad, donde todos parecían saber del movimiento del 68, cuando Leonard se dispuso a investigar el asunto. ¿Cómo había podido vivir así? Sin lugar a dudas por ello, en ocasiones, el mundo le parecía aburrido o poco atrayente, pues ignoraba todo lo que sucedía en el exterior.
Ahora, bien informado gracias a sus amados libros, que si algo les agradecía a sus padres era esa falta de censura, admiraba como los estudiantes españoles, la mayoría de ellos blancos, hermosos y algo sucios (porque así debía ser su imagen contestataria) se manifestaban frente a las plazas principales de aquella ciudad. Era verdad, no se encontraba en la capital de España y los chicos no tenían la culpa de su gran herencia europea en los rostros, los cuerpos, los ojos, pero sí de una identidad caduca, una donde se interesaba más por la mistificación del evento sin realmente proponer algo nuevo y mirar a su entorno. Si hubieran visto a su alrededor se habría percatado de la joven latina que daba panfletos para el partido socialista, o de la chica con gafas y acné que entregaba la propaganda del partido de derecha, si se hubieran volteado a ver eso se darían cuenta de lo estereotipado que es el planeta, de lo prototípico que puede llegar a ser España. De lo “lindo” de una sociedad sujeta a acciones que ayudan a la sublimación de su indignación, porque así eran llamados, estos alumnos, grandes, mayores, burgueses que salían a la calle, no tan burgueses, gente bonita y no tan bonita, pero la mayoría sin ser realmente inmigrante (al menos en la ciudad donde estaba Leonard), porque los inmigrantes no tienen voto, muchos son ilegales y la mentalidad de algunos citadinos de ahí era que los inmigrantes sólo sirven para recoger la mierda de sus perros. Estos activistas eran llamados, “los indignados” -¿Honestamente de qué estaban indignados? Y dicha indignación ¿a qué se refería?, ¿en qué desembocaba?- se preguntaba Leonard -¿y su monarquía?...
“No creas que nuestra monarquía es rica y vive tan bien como la inglesa”, le habían dicho algunos españoles nativos de aquella ciudad, “el rey, en su momento evitó un golpe de estado”, el franquismo pesaba, la historia y la desunificación de España también, “los reyes viven de pensión”… y el toro negro pesa más como imagen unificadora que la bandera roja y amarilla. Lo único que tenía en mente Leonard es que él no entendía nada de eso. Le preguntó a Pedro, su novio, pero este tampoco se interesaba demasiado en la política, todo lo que no fuera filosofía no valía mucho la pena para él, aunque lo irónico de la ecuación es que se especializaba en filósofos griegos y por ende, también en la democracia. Leonard sabía que Pedro le mentía porque no quería que tuvieran diferencias, ambos eran de carácter fuerte, el artista siendo volátil, el filósofo tajante, existía el diálogo, pero como se sabían cortos de tiempo, aunque se amaban tenían muy presente la partida de Leonard en un par de meses, preferían no complicar su relación más allá de la falta de tiempo, el fin del cuatrimestre les complicaba mucho sus agendas, sobre todo la de Pedro. Sin embargo, en la mente de Leonard, toda esta falta de tiempo le parecía sólo un pretexto para no hablar claro sobre el tema, sobre cualquier tema, su relación merecía ser analizada desde varias perspectivas.
Las elecciones pasaron y el partido conservador ganó un auge temible, España había perdido la confianza en los partidos socialistas y de izquierda. En las escuelas los alumnos había sido reabsorbidos por sus tareas, exámenes, trabajos. Los alumnos habían dejado de existir como entes pensantes y creativos para al final pertenecer al sistema opresor que les hacía leer cuatro libros en un mes, memorizarlos sin analizar, hacer un control de lectura sobre el activismo en la red y al final se podían encontrar dentro del examen con preguntas totalmente ajenas al activismo, apegadas a datos superfluos como fechas, nombres, cuestiones circunstanciales. Los estudiantes estaban ahí, indignados de pertenecer a un sistema que los exprimía en tiempo y espacio, pero no en intelecto o activismo, ahí en el país del aparente eterno confort ¿qué podía esperar Leonard? No tenía futuro, ¿en México lo tendría? Seguramente tampoco.
Mayo había terminado.
Leonard se sentía en una especie de vacua representación del filme “The dreamers” de Bertolucci. A él siempre le había parecido que la película era pobre en cuanto a la época social/revolucionaria donde se establecía la acción: El mayo del 68. Una representación de los hechos inocua. Estos mayos del 68, ¿qué pensar de ellos?, ¿qué podía saber de ellos? Sólo recientemente, de unos años a la fecha, se había dedicado a instruirse en los acontecimientos de aquel año en distintos países, sobre todo en México. La investigación no sólo le entristeció al enterarse de todas las atrocidades cometidas en su país frente al movimiento estudiantil, sino el fuerte oleaje de indiferencia que se desprendía frente a las nuevas generaciones. En su caso particular, al pertenecer a una familia que se consideraba “tranquila” y ajena a todas esas acciones contestatarias, había vivido en la total ignorancia. Ni sus padres, abuelos, escuelas, profesores de primaria, secundaria o bachillerato le habían enseñado nada sobre el tema, fue hasta la universidad, donde todos parecían saber del movimiento del 68, cuando Leonard se dispuso a investigar el asunto. ¿Cómo había podido vivir así? Sin lugar a dudas por ello, en ocasiones, el mundo le parecía aburrido o poco atrayente, pues ignoraba todo lo que sucedía en el exterior.
Ahora, bien informado gracias a sus amados libros, que si algo les agradecía a sus padres era esa falta de censura, admiraba como los estudiantes españoles, la mayoría de ellos blancos, hermosos y algo sucios (porque así debía ser su imagen contestataria) se manifestaban frente a las plazas principales de aquella ciudad. Era verdad, no se encontraba en la capital de España y los chicos no tenían la culpa de su gran herencia europea en los rostros, los cuerpos, los ojos, pero sí de una identidad caduca, una donde se interesaba más por la mistificación del evento sin realmente proponer algo nuevo y mirar a su entorno. Si hubieran visto a su alrededor se habría percatado de la joven latina que daba panfletos para el partido socialista, o de la chica con gafas y acné que entregaba la propaganda del partido de derecha, si se hubieran volteado a ver eso se darían cuenta de lo estereotipado que es el planeta, de lo prototípico que puede llegar a ser España. De lo “lindo” de una sociedad sujeta a acciones que ayudan a la sublimación de su indignación, porque así eran llamados, estos alumnos, grandes, mayores, burgueses que salían a la calle, no tan burgueses, gente bonita y no tan bonita, pero la mayoría sin ser realmente inmigrante (al menos en la ciudad donde estaba Leonard), porque los inmigrantes no tienen voto, muchos son ilegales y la mentalidad de algunos citadinos de ahí era que los inmigrantes sólo sirven para recoger la mierda de sus perros. Estos activistas eran llamados, “los indignados” -¿Honestamente de qué estaban indignados? Y dicha indignación ¿a qué se refería?, ¿en qué desembocaba?- se preguntaba Leonard -¿y su monarquía?...
“No creas que nuestra monarquía es rica y vive tan bien como la inglesa”, le habían dicho algunos españoles nativos de aquella ciudad, “el rey, en su momento evitó un golpe de estado”, el franquismo pesaba, la historia y la desunificación de España también, “los reyes viven de pensión”… y el toro negro pesa más como imagen unificadora que la bandera roja y amarilla. Lo único que tenía en mente Leonard es que él no entendía nada de eso. Le preguntó a Pedro, su novio, pero este tampoco se interesaba demasiado en la política, todo lo que no fuera filosofía no valía mucho la pena para él, aunque lo irónico de la ecuación es que se especializaba en filósofos griegos y por ende, también en la democracia. Leonard sabía que Pedro le mentía porque no quería que tuvieran diferencias, ambos eran de carácter fuerte, el artista siendo volátil, el filósofo tajante, existía el diálogo, pero como se sabían cortos de tiempo, aunque se amaban tenían muy presente la partida de Leonard en un par de meses, preferían no complicar su relación más allá de la falta de tiempo, el fin del cuatrimestre les complicaba mucho sus agendas, sobre todo la de Pedro. Sin embargo, en la mente de Leonard, toda esta falta de tiempo le parecía sólo un pretexto para no hablar claro sobre el tema, sobre cualquier tema, su relación merecía ser analizada desde varias perspectivas.
Las elecciones pasaron y el partido conservador ganó un auge temible, España había perdido la confianza en los partidos socialistas y de izquierda. En las escuelas los alumnos había sido reabsorbidos por sus tareas, exámenes, trabajos. Los alumnos habían dejado de existir como entes pensantes y creativos para al final pertenecer al sistema opresor que les hacía leer cuatro libros en un mes, memorizarlos sin analizar, hacer un control de lectura sobre el activismo en la red y al final se podían encontrar dentro del examen con preguntas totalmente ajenas al activismo, apegadas a datos superfluos como fechas, nombres, cuestiones circunstanciales. Los estudiantes estaban ahí, indignados de pertenecer a un sistema que los exprimía en tiempo y espacio, pero no en intelecto o activismo, ahí en el país del aparente eterno confort ¿qué podía esperar Leonard? No tenía futuro, ¿en México lo tendría? Seguramente tampoco.
Mayo había terminado.
martes, 3 de mayo de 2011
No sueltes a los gatos
La vida es un sueño, el sueño se pierde dentro de su propia ontología, el sueño perdura, se pierde la vida, la vida se convierte en un sueño y entonces ya no existe la palabra sueño nunca más, no con la connotación onírica… ahora se le llama vida, así de simple.
-Psss, pssss- se escuchaba en el fondo de la habitación, lo escuchaba Leonard –psss, hey… ¡hey! Tú… tú… despierta- la voz resonaba nuevamente cada vez más cerca, pero él no despertaba, ¿realmente estaba durmiendo? Pero si analizaba justo antes que la vida era un sueño, entonces todo era vida, la única forma de despertar se vinculaba con la muerte y Leonard tenía tanto tiempo que no deseaba morir. Quería vivir –psss ya tío, por favor, ¿estás bien?- le insistía la voz. La habitación se hacía cada vez más grande, al menos así lo presentía de forma sonora, y los murmullos, existían los murmullos. Como si fuera el país de las hadas o un bello lago dentro del pantano, un lago a media noche… salió el cisne en su sueño, ¿o era la realidad?, bailaba como Natalie Portman en “Black Swan”, era Odile, era Odette, era Odile, era Odette, era su reproductor de música con el soundtrack de la película y Clint Mansell revoloteándole en la cabeza.
-¿Está bien?- se escuchó de manera más clara la voz de una mujer- ¿tío, estás bien?- dijo la muchacha al quitarle el auricular del oído. Leonard se levantó en un respingo y con sobresalto.
-Sí, sí, sí, ¡no sueltes a los gatos!- gritó muy angustiado.
-Bueno hombre, ¿de qué hablas?- dijo el chico.
Leonard se había quedado dormido en la biblioteca, sobre una pila de libros dedicados a Luis Buñuel. Su estudio sobre el director aragonés lo estaba matando.
-Era un sueño ¿he machote?- dijo la chica –exámenes finales, siempre son iguales, más para los extranjeros- dijo al dirigirse al otro chico- vale, te cuidas y no horrorices a los demás, que estamos estudiando.
-Sí, claro… emm, claro- pestañeó Leonard. “Los extranjeros”, pensó, “no nos quitamos la mala fama de ERASMUS”.
Apagó el reproductor de música. El ensayo ya casi estaba terminado después de casi comer, cagar, follar, mear y dormir con Buñuel, por más escatológica que se tornara la cuestión (en cualquier sentido, religioso o de mierda), ya nada tenía sentido en su cabeza, no bajo los lineamientos de la realidad, pero sí dentro de una extemporánea fantasía.
-¿Y que si fuera yo una fantasía?- pensó Leonard mientras recogía su ejemplar de la novela “Belle de Jour” escrita por Kessel- que se escribiera una historia sobre mí y que esa historia fuera mi vida, una especie de fascículos, capítulos bastante mórbidos de aventuras frívolas con hombres, sin hombres, sobre el arte y la teoría del arte. Sería muy interesante, ¿por qué no? Ser el alter ego de un escritor que desea exponer sus pensamientos por medio de la ficción, pues la realidad le pesa demasiado… ser… ser un remedo de la realidad con elipsis poco convenientes, una historia que sólo conozca mi pensamiento puesto que el mío es el del escritor, quién no conoce el de nadie más, apenas el suyo, y por ello lo pone en papel, externándolo todo como una fantasía, un sueño, lo onírico, y así no tendría que matarse o matar a nadie, no tendría que erradicar su vida o su sueño, pues podría hacerlo conmigo. Yo podría ser todo o nada en un segundo, yo podría ser la creación de un dios bajo su propio universo atemporal o el accidente del destino, la válvula de escape… podría no existir en realidad.
Su estudio le estaba atrofiando las ideas, aún cuando dormía más, mucho más que en México tenía regresiones a los antiguos amores, las antiguas amistades, lo que estaba dejando dentro de su identidad. La sociedad opresora que ahora le cambiaba… Leonard siempre se amoldaba a las nuevas circunstancias, era una puta de corazón, pero no una por placer, como Sévérine, la protagonista de “Belle de Jour”, sino una por necesitad, te adaptas o mueres.
Recogió sus pertenencias y salió de la biblioteca aún un poco adormilado. Eran casi las nueve de la noche y allí, en aquella ciudad de España todo lucía tan tranquilo y conveniente, parecía un sueño, pero uno de esos rosáceos muy absurdos que se venden en las películas hollydoodenses, no un sueño provocativo, onírico como película de vanguardia creada por Buñuel. Normalmente su vida parecía un cúmulo de sueños tormentosos. Se sumergía en su vena más surrealista sin siquiera saberlo o intentarlo. Al repasar sus últimos dos años de vida podía decir que efectivamente su vida era una fantasía no democrática que le convenía sólo a él. No involucraba en ningún sentido a nadie más, incluso los que se creían retratados en su piel, en su escrito personal al que llamaba existencia, los que se habían ofendido, los que le hubieron insultado, todo eso quedaba atrás y lo recordaba con una sonrisa. Eran malos entendidos y parte de él se arrepentía por carecer de una facilidad de entendimiento. Para darse a entender, para entender mejor las cosas. La interpretación de los otros sobre su vida.
Leonard era demasiado abierto, hablaba con mucha gente y decía mucho más con acciones que con palabras. La escritura de su propia vida era el máximo ejemplo, esa fantasía que corría por sus venas y discurría entre los pixeles. Incluso alguna profesora utilizó el conocimiento personal que tenía para criticar su obra, pero él se lo buscó, quién se expone peligra por la simple razón de existir de una manera u otra. Leonard existía como personaje de su propia historia, eso le hacía feliz, pues aunque parecía sufrir más de lo que gozaba; cuando lograba la estabilidad emocional, analizaba que toda esa experiencia valía en gran manera… aunque fuera un sueño.
¿Qué tenían los espectadores contra el sueño, contra su sueño como Leonard? ¿Por qué les parecía fácil juzgarlo? “Porque estaba ahí”, pensó Leonard, quien no lo desea, lo quita, se calla, deja de soñar y muere, muere con toda su creación frente a la crítica oportuna. Morir también podía ser un arte, y como todo dentro de la ficción, podía hacerlo bien o muy mal.
Se contoneó por las calles españolas, llegó a su departamento e instaló los cinco libros que llevaba en la mochila. Buñuel a reventar, estaba enbuñuelado, el buen buñuelo, dulce y grasoso. Dentro de esa dulzura se encontraba su vida, de la mano de la grasa se hallaba la satisfacción. ¿Por qué se encontraba repentinamente feliz? El teléfono móvil sonó… era él, no pudo dejar de sonreír. Un mes se había pasado en un suspiro, el mes al lado del nuevo amante y siempre le llamaba, todos los días pues se encontraban en el primer ardor.
-Hola guapo- dijo Leonard al contestar.
-¿Cómo estás mi amor?- dijo una voz muy varonil al otro lado del auricular.
-He tenido un día de lo más extraño, pero también vivificante… claro, si a eso le atribuyo el hecho de que ahora creo que el sueño es la vida y el despertar la muerte.
-¿Quieres decir que estás soñando justo ahora? Porque, guapo, estamos hablando y yo estoy consciente de eso, o inconsciente, ¿sabes lo que significa? Que estamos soñando juntos- el hombre al otro lado empezó a reír.
-Siempre lo pillas ¿eh?, ¿cómo es que lograste seducirme tan pronto, tan rápido?
-Sólo es que congeniamos muy bien, eso es todo mi amor.
-Eso es todo. El congeniar…
-En el momento adecuado y en la instancia perfecta, nada más. Si sostienes que vives en un sueño… no, no, que la vida es un sueño, entonces cada instante es un episodio, un nuevo sueño, como las películas que tanto te gustan ver en el cine. Cada momento segmentado es una nueva escena que representa un nuevo sueño. Así que vivamos nuestro sueño dentro de la escena ¿vale? Siempre y cuando todo dure.
-Durará lo que tenga que durar, y después… quizá la muerte.
-Y después a seguir soñando mi amor. Bueno, te tengo que dejar, estaba en receso, debo regresar a dar clase.
-No tortures demasiado a tus alumnos, no todos mueren por ser filósofos.
-No- volvió a reír la voz- no mueren, porque viven en la filosofía y aquí nos la pasamos soñando, mi vida.
-Pues mientras no sueñes tanto con tus alumnos…
-No seas celoso. Soy muy estricto.
-Y yo sé que no debo envidiar a tus alumnos, tengo la mejor parte de ti.
-Tienes la mejor escena y el mejor sueño.
-Te quiero- dijo Leonard.
-Te amo- contestó la voz. Esa voz. Pero Leonard no podía contestarle que lo amaba, pues no era así- nos vemos esta noche, ¿te parece?
-Siempre estoy a tu disposición- cuando se escuchó decir aquella oración, Leonard se dio cuenta que nuevamente era una puta que se adapta, pero ahora sí, dentro de ese sueño era una puta por placer. Quería demasiado Pedro, su nuevo hombre.
-Psss, pssss- se escuchaba en el fondo de la habitación, lo escuchaba Leonard –psss, hey… ¡hey! Tú… tú… despierta- la voz resonaba nuevamente cada vez más cerca, pero él no despertaba, ¿realmente estaba durmiendo? Pero si analizaba justo antes que la vida era un sueño, entonces todo era vida, la única forma de despertar se vinculaba con la muerte y Leonard tenía tanto tiempo que no deseaba morir. Quería vivir –psss ya tío, por favor, ¿estás bien?- le insistía la voz. La habitación se hacía cada vez más grande, al menos así lo presentía de forma sonora, y los murmullos, existían los murmullos. Como si fuera el país de las hadas o un bello lago dentro del pantano, un lago a media noche… salió el cisne en su sueño, ¿o era la realidad?, bailaba como Natalie Portman en “Black Swan”, era Odile, era Odette, era Odile, era Odette, era su reproductor de música con el soundtrack de la película y Clint Mansell revoloteándole en la cabeza.
-¿Está bien?- se escuchó de manera más clara la voz de una mujer- ¿tío, estás bien?- dijo la muchacha al quitarle el auricular del oído. Leonard se levantó en un respingo y con sobresalto.
-Sí, sí, sí, ¡no sueltes a los gatos!- gritó muy angustiado.
-Bueno hombre, ¿de qué hablas?- dijo el chico.
Leonard se había quedado dormido en la biblioteca, sobre una pila de libros dedicados a Luis Buñuel. Su estudio sobre el director aragonés lo estaba matando.
-Era un sueño ¿he machote?- dijo la chica –exámenes finales, siempre son iguales, más para los extranjeros- dijo al dirigirse al otro chico- vale, te cuidas y no horrorices a los demás, que estamos estudiando.
-Sí, claro… emm, claro- pestañeó Leonard. “Los extranjeros”, pensó, “no nos quitamos la mala fama de ERASMUS”.
Apagó el reproductor de música. El ensayo ya casi estaba terminado después de casi comer, cagar, follar, mear y dormir con Buñuel, por más escatológica que se tornara la cuestión (en cualquier sentido, religioso o de mierda), ya nada tenía sentido en su cabeza, no bajo los lineamientos de la realidad, pero sí dentro de una extemporánea fantasía.
-¿Y que si fuera yo una fantasía?- pensó Leonard mientras recogía su ejemplar de la novela “Belle de Jour” escrita por Kessel- que se escribiera una historia sobre mí y que esa historia fuera mi vida, una especie de fascículos, capítulos bastante mórbidos de aventuras frívolas con hombres, sin hombres, sobre el arte y la teoría del arte. Sería muy interesante, ¿por qué no? Ser el alter ego de un escritor que desea exponer sus pensamientos por medio de la ficción, pues la realidad le pesa demasiado… ser… ser un remedo de la realidad con elipsis poco convenientes, una historia que sólo conozca mi pensamiento puesto que el mío es el del escritor, quién no conoce el de nadie más, apenas el suyo, y por ello lo pone en papel, externándolo todo como una fantasía, un sueño, lo onírico, y así no tendría que matarse o matar a nadie, no tendría que erradicar su vida o su sueño, pues podría hacerlo conmigo. Yo podría ser todo o nada en un segundo, yo podría ser la creación de un dios bajo su propio universo atemporal o el accidente del destino, la válvula de escape… podría no existir en realidad.
Su estudio le estaba atrofiando las ideas, aún cuando dormía más, mucho más que en México tenía regresiones a los antiguos amores, las antiguas amistades, lo que estaba dejando dentro de su identidad. La sociedad opresora que ahora le cambiaba… Leonard siempre se amoldaba a las nuevas circunstancias, era una puta de corazón, pero no una por placer, como Sévérine, la protagonista de “Belle de Jour”, sino una por necesitad, te adaptas o mueres.
Recogió sus pertenencias y salió de la biblioteca aún un poco adormilado. Eran casi las nueve de la noche y allí, en aquella ciudad de España todo lucía tan tranquilo y conveniente, parecía un sueño, pero uno de esos rosáceos muy absurdos que se venden en las películas hollydoodenses, no un sueño provocativo, onírico como película de vanguardia creada por Buñuel. Normalmente su vida parecía un cúmulo de sueños tormentosos. Se sumergía en su vena más surrealista sin siquiera saberlo o intentarlo. Al repasar sus últimos dos años de vida podía decir que efectivamente su vida era una fantasía no democrática que le convenía sólo a él. No involucraba en ningún sentido a nadie más, incluso los que se creían retratados en su piel, en su escrito personal al que llamaba existencia, los que se habían ofendido, los que le hubieron insultado, todo eso quedaba atrás y lo recordaba con una sonrisa. Eran malos entendidos y parte de él se arrepentía por carecer de una facilidad de entendimiento. Para darse a entender, para entender mejor las cosas. La interpretación de los otros sobre su vida.
Leonard era demasiado abierto, hablaba con mucha gente y decía mucho más con acciones que con palabras. La escritura de su propia vida era el máximo ejemplo, esa fantasía que corría por sus venas y discurría entre los pixeles. Incluso alguna profesora utilizó el conocimiento personal que tenía para criticar su obra, pero él se lo buscó, quién se expone peligra por la simple razón de existir de una manera u otra. Leonard existía como personaje de su propia historia, eso le hacía feliz, pues aunque parecía sufrir más de lo que gozaba; cuando lograba la estabilidad emocional, analizaba que toda esa experiencia valía en gran manera… aunque fuera un sueño.
¿Qué tenían los espectadores contra el sueño, contra su sueño como Leonard? ¿Por qué les parecía fácil juzgarlo? “Porque estaba ahí”, pensó Leonard, quien no lo desea, lo quita, se calla, deja de soñar y muere, muere con toda su creación frente a la crítica oportuna. Morir también podía ser un arte, y como todo dentro de la ficción, podía hacerlo bien o muy mal.
Se contoneó por las calles españolas, llegó a su departamento e instaló los cinco libros que llevaba en la mochila. Buñuel a reventar, estaba enbuñuelado, el buen buñuelo, dulce y grasoso. Dentro de esa dulzura se encontraba su vida, de la mano de la grasa se hallaba la satisfacción. ¿Por qué se encontraba repentinamente feliz? El teléfono móvil sonó… era él, no pudo dejar de sonreír. Un mes se había pasado en un suspiro, el mes al lado del nuevo amante y siempre le llamaba, todos los días pues se encontraban en el primer ardor.
-Hola guapo- dijo Leonard al contestar.
-¿Cómo estás mi amor?- dijo una voz muy varonil al otro lado del auricular.
-He tenido un día de lo más extraño, pero también vivificante… claro, si a eso le atribuyo el hecho de que ahora creo que el sueño es la vida y el despertar la muerte.
-¿Quieres decir que estás soñando justo ahora? Porque, guapo, estamos hablando y yo estoy consciente de eso, o inconsciente, ¿sabes lo que significa? Que estamos soñando juntos- el hombre al otro lado empezó a reír.
-Siempre lo pillas ¿eh?, ¿cómo es que lograste seducirme tan pronto, tan rápido?
-Sólo es que congeniamos muy bien, eso es todo mi amor.
-Eso es todo. El congeniar…
-En el momento adecuado y en la instancia perfecta, nada más. Si sostienes que vives en un sueño… no, no, que la vida es un sueño, entonces cada instante es un episodio, un nuevo sueño, como las películas que tanto te gustan ver en el cine. Cada momento segmentado es una nueva escena que representa un nuevo sueño. Así que vivamos nuestro sueño dentro de la escena ¿vale? Siempre y cuando todo dure.
-Durará lo que tenga que durar, y después… quizá la muerte.
-Y después a seguir soñando mi amor. Bueno, te tengo que dejar, estaba en receso, debo regresar a dar clase.
-No tortures demasiado a tus alumnos, no todos mueren por ser filósofos.
-No- volvió a reír la voz- no mueren, porque viven en la filosofía y aquí nos la pasamos soñando, mi vida.
-Pues mientras no sueñes tanto con tus alumnos…
-No seas celoso. Soy muy estricto.
-Y yo sé que no debo envidiar a tus alumnos, tengo la mejor parte de ti.
-Tienes la mejor escena y el mejor sueño.
-Te quiero- dijo Leonard.
-Te amo- contestó la voz. Esa voz. Pero Leonard no podía contestarle que lo amaba, pues no era así- nos vemos esta noche, ¿te parece?
-Siempre estoy a tu disposición- cuando se escuchó decir aquella oración, Leonard se dio cuenta que nuevamente era una puta que se adapta, pero ahora sí, dentro de ese sueño era una puta por placer. Quería demasiado Pedro, su nuevo hombre.
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