martes, 3 de enero de 2012

Rehabilitación

No, no, no, decía Leonard en su cabeza mientras bajaba de aquel lujoso automóvil, del que si volviera a ver en la calle, ni siquiera podría recordar… era azul, sin mayor característica, claro, tenía cuatro neumáticos, ¿algo más? Un volante que tras de sí conllevaba una horrible realidad: las citas. Una vez más Leonard salía con hombres para probar suerte a la que todos los homosexuales más o menos cuerdos, pero bastante adictos, se entregan: la búsqueda del sexo.

Sexo con extraños, sexo después de la primera cita o la tercera, sexo por el sexo, la soltería le pega bien a cualquiera que tenga el tiempo suficiente no sólo para buscar sino también para encontrar, así como tener el sitio adecuado para salir en una ciudad tan pequeña sin tener la noción de un deja-vu o lo que es peor, encontrarte con tu cita anterior. Aún cuando sólo se busque sexo, si no se tiene un departamento propio y se vive con los padres, la tarea se convierte en una labor titánica de conquista situacional, porque ante todo las cosas debían planearse. La obtención de un territorio primero se daba en la mente y después, con mucha suerte, se decantaba en una cama… que en su mayoría se quedaban algo cortas según las expectativas, como la del muchacho del automóvil azul. Su cama ni siquiera era individual, pues al mozo, quién era un total snob proclive a las nuevas tendencias minimalistas, terminó por decorar su habitación con la noción de “menos es más”, pero cuando Leonard entró aquel cuarto amueblado casi en su totalidad con tonos entre blanco y azul, pensó que menos era menos. Menos estantes para colocar libros, menos espacio para sentarse, cama mínimal de menor tamaño, muy mona claro, pero proclive a la inutilidad o a la fuerza de gravedad, sí, porque mientras tenían sexo en más de una ocasión Leonard casi se cae de la cama.

¿Dónde habían quedado esas kingsize que solía acaparar? Siempre tendría en mente al hombre de casi cuarenta años que en un bar de Valencia le dijo “Y tengo cama kinsize”, y eso que ni siquiera habían charlado durante quince minutos, por supuesto, la cama una delicia y la compañía bastante especializada. Pero al volver a México en su pequeña ciudad de provincia donde apenas llegaban a los ciento setenta y cinco habitantes, comparada con Valencia, no era ni siquiera una golosina, era más bien un dulce caduco. Por ello había dicho sí al chico de nariz prominente, automóvil azul y cama pequeña, aunque seguía sin entender su economía del espacio, puesto que su casa era de dos pisos, pero ¡claro! él también vivía con sus padres, al menos por el momento.

-Tengo un departamento en CV- dijo el chico de la nariz grande, CV era la ciudad donde había estudiado Leonard- pero ahora tenemos tiempo, después me voy al antro.
-Ya, entiendo, pues ¿qué es lo que te gusta hacer?- Leonard se sentía en forma una vez más, desde que había llegado a México apenas había tenido tiempo en reparar que tenía una fuerza palpitante en la entrepierna. Entre los malos trabajos de medio tiempo, las prácticas sociales en la editorial en la que ahora laboraba, así como concluir un par de créditos para la universidad, no veía el sentido de gastar tiempo y espacio en buscar algo que no encontraría: el tonto y cursi amor, porque si lo había tenido en Valencia sería justo reencontrarlo de regreso, en este lado del hemisferio. Pero no, no, no, con todas las dificultades que el sexo imponía (como la persona, el sitio, la hora y toda la planeación) el acto sexual se presentaba como una acción infinitamente más sencilla que tener una cita decente, el tiempo, siempre el tiempo.
-Pues lo que tú quieras- le dijo el chico narizón. Leonard no podía negar su encanto, tenía cierta altanería que cubría sus facciones poco agraciadas, su piel más bien descuidada pero impávidamente reparada por los mil productos químicos (que sin saber dañaban más su piel), así como su ropa y el acto de quitársela, le daban al chico un aire bastante apetecible.
-Mira, a mí me gusta que me dominen- Leo se acercó seductoramente hacia el muchacho, como una curiosa mezcla de femme fatale transexual, ni hombre ni mujer, era un chico afeminado, eso jamás se lo quitaría de encima, pero por su reciente incremento de masa corporal carecía de sus facciones del afamado toy boy que alguna vez fue, ahora tenía veintidós años, casi los veintitrés, y como alguna vez enmarcó el famoso escritor Yukio Mishima, los jóvenes comienzan a perder su frescura al pasar los veintidós, su mejor momento sea quizá de los diecisiete a los veinte, después comienzan a decaer paulatinamente. Leonard bien lo sabía cuando se veía al espejo, ya no pertenecía al mercado de los hombres de cuarenta años o más, al menos no de la forma en que alguna vez lo llevó por medio de la prostitución. Al contrario ahora, al sobrepasar esa primera primavera, podía gozar con los de su misma especie, los jóvenes de veinte y treinta años.
La variedad siempre había estado en él, pero quería dejar de parecerse el personaje principal de la película “Sleeping Beauty” de Julia Leigh, una puta que ni siente placer porque se droga todas las noches para quedarse dormida mientras la penetran. Nada, la dominación debía ser consciente, o sino quién domina llegaría a la violación, el dominado siempre tiene el control de la situación, al menos en el sexo.
-Si cariñito, pero no beso, es que… soy sincerotengonovio- la última frase la había dicho tan rápido que parecía una sola palabra.
-No me importa, sólo estamos aquí para follar.
-Pues sí, es la primera vez que le hago esto de ponerle los cuernos.
-Pero no…
-Y le acabo de decir que estoy contigo y no me deja de molestar por la blackberry, que cómo me choca pero no puedo vivir sin este aparatito- y era verdad, desde el momento en que el chico narizón le dijo “hola”, no soltaba su teléfono celular, o mecanismo de comunicación, anejanación, plataforma hipertextual, aparato que provoca artritis. Leonard daba gracias a las diosas que nada de eso le interesara.
-Lo hace adrede- Leonard se cerró la bragueta- Mira, si tienes tiempo y si quieres lo podemos dejar aquí, pero sería una pena, la verdad me pareces lindo- Mentiras, se dijo por dentro Leo, le sorprendía lo fácil que salían las falacias de su boca con tal de tener un buen acostón, ¿al menos un acostón en meses?, ¡diablos! Odiaba tener tantas ocupaciones y que ninguna le llevara a nada o le diera tanta satisfacción como tener sexo con hombres. Lo aceptaba, era un ninfómano.
-No cariñín… ¿cómo se llama esa canción?- en la habitación, que contenía pocas cosas, se podía apreciar un enorme televisor con algún video de Jennifer Lopez meneando sus seguramente nuevos implantes de glúteo.
-Ni idea.
-¿Cómo, no sabes nada de música? Muy mal niño.
-¿Entonces?- Leonard sonrío poco convencido de su propia actuación.
-También me pareces lindo.

Se acostaron y el chico narizón logró en Leonard una culminación, nada más, un breve orgasmo contenido. Había pasado lo que tanto le auspició Karen, una de sus más experimentadas amigas, “Algún día ya no tendrás orgasmos con todos los que te acuestes, sólo empezarás a tener… culminaciones, seguro termina y ya, eyacularás pero no sentirás nada… naaaaadaaaa”, ¿cómo podía no equivocarse alguien que no tenía pene? El final el chico tuvo su orgasmo y dijo “Que rico”. Tardó más de media hora en decidir qué se pondría para salir de antro y Leo sólo deseaba salir de aquella casa. Cuando lo logró fue gracias a que su acompañante se apiadó de él y le sacó a la carretera más cercana, después de todo la situación no dejaba de tener un aire de puta.
-Fue un placer conoce…
-Claro, claro- dijo Leonard sin ponerle atención y se bajó del automóvil azul.

¿Existían dos opciones en esa ciudad? Chicos con los que se puede ligar, salir de fiesta, cena o algo de atrevimiento sin llegar a más, incluso un par de besos desganados; o los muchachos que se usan como pañuelos de papel desechables, “úsese y tírese” –Córrase sobre ellos y después póngalos en el bote de basura- pensó Leonard. A su parecer se esquematizaban en gran medida las relaciones. Los chicos esperaban algo serio o en su defecto una experiencia sexual complaciente pero ligera en todos los aspectos, en resumidas cuentas, un pene, un culo, pero sin darle nombre o personalidad al sexo, ¿por qué a la gente se le complicaba tener sexo y después de eso seguir siendo amigos?, ¿tan difícil era conseguir un folla-amigo?
Era momento de rehabilitarse, ¿pero rehabilitación?, ¿de qué manera y en qué sentido? Si se refería a que dejaría todo lo que ya era por el simple hecho de haber realizado un viaje, pues no, no, no, algunas cosas se reafirmaban y como Amy Winehouse había cantado alguna vez, no tenía tiempo qué desperdiciar, si eso iba a ser una rehabilitación significaba que volvería a ser una persona que entra nuevamente al ruedo.

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