martes, 8 de diciembre de 2009

Mi vida sin ti

Habían pasado la noche juntos, no de la forma carnal de pertenencia mutua, sino que habían dormido uno al lado del otro, o mejor dicho Leonard acurrucado en Orlando. Sin ser nada sexual Leonard disfrutaba de poner su cabeza en el pecho de Orlando, se apetecía demasiado cómodo y seguro, apacible como el sonido del oleaje matutino en pleno verano (aunque fuera invierno), temía tener vacaciones porque entonces pasaría más tiempo en casa y menos con Orlando, no tendría pretexto para escaparse a la ciudad contigua, dejaría el departamento y lo único que le quedaría sería la ventana vía Internet, un medio muy frío comparado con el cuerpo de Orlando.
Se negaba a dejar el éxtasis que le provocaba su presencia, pero no podía estar siempre a su lado, la compenetración “humana” sólo venía a demostrar sus dependencias. La adicción a las personas era difícil de erradicar, y aunque poco deseaba Leonard el deshacerse de Orlando o el sentimiento que tenía por él, se preguntaba cuánto pensaba su pareja en él, si acaso realmente le quería y la razón por la cual no le exigía otro tipo de compenetración más allá del tacto, el beso, la mirada, el sonido y el silencio.
Para alguien como Leonard eso era más que suficiente (por el momento) no necesitaba ni quería más, podía con la vorágine de sentimientos que le provocaba la cara de Orlando tan cerca y tan apetecible, el rutilante pestañeo y su figura delgada a contraluz. Todos los sentimientos que le habían sido negados eran ahora develados con apremiante sagacidad, si bebía mucho del cáliz de la verdad entonces quedaría ciego y a la par el sentido del gusto se colmaría negándose a paladear más, querer más, podría morir, de cualquier modo moriría.
-Me he enamorado a tal grado que espero el sentimiento no me mate- pesaba- ya sea por el deseo, el éxtasis, la ilusión o porque al final él me podría dejar- se estremeció aún con los brazos de Orlando rodeándole- mi vida sin él. Justo ahora no visualizo mi vida sin ti- lo volteó a ver; su amante aún dormía y le parecía tan natural, siempre tenía en mente que los escritores demasiado enamorados describían a sus parejas en la cama con un terrible idilio, quizá la onírica ilusión había traspasado el sueño afectándole los ojos, sin embargo ya lo veía bajo su propia pupila. Orlando era precioso, aún dormido, aún despeinado y sin arreglar bajo la luz matinal tenía un encanto indescriptible donde las palabras no le hacían justicia a la imagen, ninguna definición que evocara a más palabras ceñidas de vacuos conceptos cernían lo que Leonard tenía frente a sus ojos, “un ángel caído del cielo” parecía el pastiche más usado del milenio, pero ¡cómo le quedaba bien!, un ángel mortecino, demasiado tímido, “Eres muy voraz”, le dijo alguna vez a Leonard, “Puedes llegar a intimidar”. Leonard se rió cínicamente de los diálogos de Orlando, ¿él como alguien voraz que intimida?, ¿en qué vida? Jamás se vería a sí mismo de esa forma, era un poco competitivo pero lo normal para no quedar en el fondo de la botella intelectual.

Orlando se movió, suspiró y entonces Leonard salió de su sueño lúcido para ponerse en pié y preparar café. Que Orlando se viera bien en la cama todo desarreglado no quería decir que él no estuviera hecho una mierda, pues él no era un ángel caído del cielo, él era mortal, tenía demasiadas emociones, muchos sentimientos, más de mil pensamientos a la vez y un par de ojeras que esconder, así que más le valía dejar sus pensamientos made in Wim Wenders en el aparador, que ese día tenía una entrega final y un examen, después un largo fin de semana al lado de Orlando para después pasar la última semana de “presencia” en sus clases, el semestre había terminado y todo sereno. Un mes de relación.

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