miércoles, 27 de octubre de 2010

Partir...

Algunas personas para desaparecer de un departamento ajeno dicen: "Hazme un té bastardo" y luego salen corriendo, otras, como lo es el caso de Leonard, sólo dicen "Tengo un desayuno". Acto seguido se recogía el cabello en una coleta y salía por la puerta.
Finalmente había pasado. Se acostó con Ludwig después de un tranquilo coqueteo, sin embargo eso no ponía en perspectiva nada dentro de la aparente relación, pues de cierto modo, la relación no existía. Es más, sólo se refería a un desliz, sobre todo por parte de Leonard quien no quería al editor, sin embargo como en el pasado, el sexo y el amor no tienen porque servirse dentro de un mismo plato. Sobre todo porque apenas se conocían y era demasiado prematuro hablar de amor.
Todo surgió porque Ludwig le llamó al teléfono celular para invitarlo a una cena. El problema se refería a que Leonard seguía encerrado y se negaba a salir de su autoexilio.
-Lo amarás- dijo Ludwig por teléfono.
-Estoy muy ocupado.
-Has tenido el celular apagado por unos días, no es la primera vez que te llamo- se hizo un silencio bastante incómodo- mira, irán los editores de una revista y quiero los conozcas, ya les hablé de tu trabajo.
-¿Cuál trabajo? Sólo tienes un ensayo mío.
-Es bueno, pero desgraciadamente no les hablé de ese trabajo, sino de las ficciones sobre tu vida.
-Esas no valen la pena.
-Me gustaría tenerte pasado mañana en la cena, es casual, no te preocupes, se tú mismo.
-No tengo dinero y llevo fácil una semana sin bañarme.
-Lo segundo se soluciona con un buen baño, lo primero no te preocupes, yo te pago el viaje y te puedes quedar en mi casa.
“¿Dónde he escuchado eso antes?” fue lo único que pudo pensar en su momento Leonard. De cualquier modo no tenía solución la pieza, ya estaba terminada.
-Bien, ¿en dónde te veo?

Estando en la cena, fiesta, un coctel, trago o lo que fuera (como alguna vez dijo Carrie Bradshaw) Leonard se sentía terriblemente incómodo. Ahuyentando su misantropía intentó hablar con un par de individuos bien vestidos bastante elegantes pero poco inteligentes. Uno de ellos era extremadamente atractivo, pero él ya no se hacía ilusiones, ciertamente desde hacía unas semanas atrás se creía sobradamente feo, quizá sus problemas de baja autoestima provenientes del colegio le estaban afectando. No pudo más que reír ante la fría tentativa. Él volviendo al colegio de la escuela secundaria, el pobre niño nerd regordete ofendido por cualquier comentario. Después la amarga experiencia de distintos rechazos amorosos, ahora, la ya nada novedosa experiencia de sentirse poco atractivo. Ahí de pie, ese momento donde no vestía nada hermoso o que le hiciera lucir interesante, con su cabello agarrado, portando un nuevo peinado que él mismo tituló “La matrona rusa”. Estaba algo cansado. No solía pasar tanto tiempo rememorando, eso sólo le traía malas reacciones, sólo que antes, en los primeros semestres, él era distinto por cada poro, pesaba un poco más, vestía muy mal, pensaba de forma distinta, era poco letrado y lo único bueno que tenía eran sus ganas de aprender… ahora, sus ganas de olvidar.
-¿Y qué piensas sobre eso Leonard?- preguntó uno de los hombres elegantes con los que se encontraba Leonard de pie a un costado del salón de eventos.
-¿Perdón?- no podía creer le estuviera pasando eso. Perderse en plena conversación sólo por estar prestando más atención a sus monólogos interiores.
-Sobre los documentales ¿qué opinas de los nuevos temas? Creo que son bastante cotidianos. Dentro de esa aparente monotonía lo único que logran es el desinterés y no la empatía. ¿Qué piensas tú?
-¿Honestamente?- Leonard guardó silencio por un momento- bueno, soy muy malo comentando documentales y cortometrajes. Me parece es muy fácil criticar un documental o una producción sin antes efectuar alguna en la técnica. Suele ser que la teoría es más fácil que la práctica.
-El chico cree que eres un criticón- dijo otro de los hombres ahí presentes.
-No, claro que no- Leonard llevó la mano derecha a su pecho y movió la cabeza en signo de negación- creo, sí… creo que la cotidianidad puede ser obsoleta si se lleva a un grado hiperrealista dentro del documental, a tal grado que sólo importa a los allegados al tema, sea la misma persona retratada en el documental, familiares, amigos o el mismo realizador, que muchas ocasiones es cualquiera de lo anterior. Por lo mismo pierden objetividad y creen que el tema de su documental es importante. Al final sólo las personas dentro de nuestra propia cotidianidad sabemos el grado de importancia que tienen las cosas, pero eso no significa que todas tengamos el talento para comunicar esa importancia e interés.
-Pero todo es cotidiano, todo es común de alguna forma. Sólo temas aparentemente exóticos son netamente desconocidos, y eso sólo bajo la visión de un esnob- dijo el hombre elegante.
-Claro… pero ¿y qué pasa con aquello que realmente nos es desconocido o puesto con una nueva visión? Todo documental es una visión subjetiva del acontecimiento vista desde la lente del documentalista y su equipo de producción. La vida es tan basta como el saber… y las vivencias, y todo. Es inagotable.
-Mucha fiereza para estar en la era postmoderna- concluyó el hombre elegante antes de echar una risotada.
Leonard prefirió separarse del grupo e ir a la mesa de los bocadillos. Odiaba rondar dicha mesa, le hacía parecer un necesitado o interesado, pero en ese momento estaba necesitado e interesado de la separación de cierto grupo social.
-Suis pathétique- susurró para sí mismo.
-Pour rien- contestó un hombre a sus espaldas. Siempre a sus espaldas los hombres que intentaba olvidar aparecían de la nada. Era el Señor D, aquel con el cual se había acostado infinidad de ocasiones. El Señor D era un doctor ligeramente acaudalado que había tomado a Leonard como prostituto predilecto, pero la relación terminó cuando Leonard se internó y el Señor D empezó a divorciarse, por lo tanto requería espacio.
-Hola…- Leonard se quedó callado, no esperaba ver a ese hombre dentro de la reunión.
-Casi no te reconocí cuando te vi desde el otro lado del salón, pero entonces parpadeaste y supe que eran tus ojos. Tus tristes pero hermosos ojos.
-Mientes con todas las palabras que salen de tu boca. No has perdido el toque adulador.
-No es del todo un halago, he dicho que son tristes más no por ello dejan de ser hermosos, es más, creo el que seas una persona tan triste te hace hermoso dentro de lo que cabe, porque debo decirte que no te ves muy bien.
-Gracias… creo o quiero creer.
-No me agradezcas nada, no fue muy cortés de mi parte lo que te acabo de decir. ¿Qué ha sido de ti? Cambiaste de número teléfono ¿verdad? No te pude contactar.
-Lo cambié, ya no me prostituyo. Estoy intentando terminar mi carrera…
-Me divorcie. Hace más de un mes que estoy libre. La mayoría de la gente aquí presente sabe que soy gay, después de todo eso ayudó en el juicio.
-Me alegro tanto por ti…
-Leonard. Está bien que te des a desear, supongo que tanta literatura francesa se te ha metido en la cabeza, pero quiero que entiendas soy un hombre libre con todas las palabras que salen de mi boca. Me gustaría volver a salir contigo sin escondernos, sin evadirnos, sin pagarte- El Señor D terminó de hablar con tono calmo. Siempre había sido esa su forma de proceder en persona, pero Leonard estaba seguro que si esa conversación se hubiera dado por teléfono, entonces, el hombre habría gritado con gran enfado.
-No estoy buscando una relación. No quiero problemas, no quiero compromisos.
-¿Te era mejor el dinero?- preguntó tranquilamente el Señor D
-Me caía mejor el dinero- dijo Leonard en tono desafiante.
-Leonard- dijo Ludwig metiéndose en la conversación- veo que ya conoces a uno de nuestros lectores más acérrimos de la editorial, él es el Señor…
-Ya nos conocemos- le interrumpió el Señor D.
-¿De dónde se conocen? Si se puede saber.
-¿Por qué no se lo dices tú Leonard?
Leonard entornó los ojos. No caería en el estúpido remordimiento de la escena del cliché. Nada de sospechas, nada de arrepentimientos, no sería poca cosa, estaría feo pero no inseguro, no con su peinado de matrona rusa.
-Trabajé para él por un tiempo, le ayudé con los documentos de su divorcio.
-¿Qué?- Ludwig no tuvo más que una cara de extrañeza ante tal respuesta.
-Sí, tenía un desastre en su estudio, le ayudé a clasificar sus documentos del divorcio, de pacientes, de contratos, cosas así, es que soy muy ordenado.
- Me ayudó a hacer limpieza, tanto que me encontré con lo que realmente necesitaba. Le debo mucho es este muchachillo.
-Me alegra. Acaban de decirme los documentalistas que los insultaste de una forma desmedida pero honesta. No sé realmente si les agradaste- dijo Ludwig- pero bueno, es momento de marcharnos. Tengo que regresarlo a casa a tiempo porque sino sus padres se molestarán.
-Claro- sonrió el Señor D.
-Adiós- Leonard estaba algo molesto con eso de “regresar a casa”. Ni siquiera había conocido a los editores por los cuales estaba ahí. Igual siguió a Ludwig quien le llevó a su departamento.

-No quiero que te involucres con ese hombre- decía Ludwig mientras conducía.
-¿Por qué? Siempre ha sido muy amable conmigo.
-Por eso. Apenas se divorció y se rumorea contrataba chicos para acostarse con ellos.
-¿Chicos como yo?- preguntó Leonard irónicamente.
-Sí, chicos de tu edad pero dedicados a la prostitución. No sé qué es lo que pasa por la cabeza de esos tipos, mira que acostarse con alguien por dinero, con alguien tan despreciable como lo es ese hombre. Es un gran doctor, pero se divorció precisamente de su esposa porque era un gay de clóset.
-¿Qué esperabas? No creo la vida le fuera fácil en su época de juventud. Nuestro país es muy conservador en esos aspectos.
-Mira que yo tengo quince años menos que él y todo mundo sabe que soy gay- un silencio abrumador inundó al vehículo en movimiento.
-Yo no lo sabía- rompió el silencio Leonard después de un lapso prolongado- y mira que no tienes quince años menos… tendrás veinticinco.
-Como sea, no quiero que lo vuelvas a ver.
-No tienes potestad sobre mí. Sólo yo puedo decidir a quién veo.
-Te ayudo a editar tu libro, pero no lo vuelvas a ver.
-Coerción o soborno, eres igual que ese hombre.
Ludwig paró el coche de un golpe. Se quitó el cinturón de seguridad y volteó a ver fijamente a Leonard.
-Mira chico, no quiero que te involucres con él, hazme caso- regresó el enorme silencio al vehículo, pero ahora el editor tomaba la mano del bobo escritor- se ve que eres un buen chico, estudioso e inteligente.
-Está bien. Gracias por el consejo- al decir esto Leonard soltó suavemente la mano de su acompañante. En todo el camino al departamento estuvieron en silencio.

El departamento de Ludwig no era como él se lo imaginaba. Esperaba algo pequeño pero de buen gusto. Al contrario, era grande pero con una nulidad en cuanto “al gusto”. Estaba prácticamente vacío, de amplias paredes blancas, cortinas blancas, un sofá, una televisor, una cama grande igualmente blanca, una bonita vista a una fea ciudad. Era mejor de lo que había esperado.
-Deja tus cosas donde gustes.
-No pude hablar con los editores- justo en el departamento y con la charla del automóvil, Leonard se sentía un joven estúpido, quizá bastante ingenuo. Era evidente que Ludwig estaba intentando tirárselo desde el primer momento en el que le preguntó si podía tomarle una fotografía, y ahora sentado en el sofá de aquel hombre, no había duda de ello ¿editores? ¡Qué editores sino una farsa!
-No asistieron. La verdad es que era una fiesta menor.
-¿Eso era una fiesta?- dijo Leonard con mucho sarcasmo.
-No- Ludwig llegó a espaldas del sofá y se sentó sigilosamente al lado de Leonard- era un pretexto para traerte aquí.
-Lud, mira, sí que eres atractivo y todo un profesional, un gran partido, inteligente, algo adinerado, pero no quiero una relación justo ahora…
-No te traje para tener específicamente una relación.
Leonard se sintió como en una absurda novela romántica escrita por esas torpes mujeres que quieren simular a Jane Austen, pero que en urgencia de sus calenturas corporales, olvidaban la elegancia del relato. Sólo que eso no era un relato, sino que lo estaba viviendo. Un prometedor editor. Nadie, desde el insufrible doctor, se había interesando en él.
Se besó con el editor y al final tuvieron sexo en su departamento mínimal. A la mañana siguiente tomó un baño de forma presurosa y dijo “Lo siento, debo irme, tengo un desayuno”. El problema fue que el editor no le creyó ni por un instante y no lo dejó partir…

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