lunes, 11 de octubre de 2010

Lo añejo del suicidio

El suicidio, le dio a entender el filósofo Slavoj Zizek a Leonard, debe ser permitido sólo si es propiamente metafísico – Aunque al final creo el suicidio metafísico es imposible –pensó Leonard- Zizek es un utopista, por lo mismo muy idealista, creo que con eso sólo dice expresamente que no es permitido matarse por bobadas, nada de sentiste triste o tener un mal día, nada anímico, nada orgánico. Ser metafísico es razonar, y una persona así no se suicida con facilidad; ni el mismo Zizek lo haría, aún cuando encontrara la razón puntual y metafísica para hacerlo- sorbió un poco de su té de hierbabuena, ya no tenía permitido tomar tanto café; su doctor le dijo que dentro de poco tiempo desarrollaría una catastrófica gastritis, así que mejor se cuidara un poco más- el suicidio por el café –sonrió lúcidamente- Mishima se mató por cuestión de idealismo, la falla frente al debate es la muerte. Como bien nos dio a entender Teresa Margolles, el suicidio es la nota final de lo irreversible, después de ello ¿Qué se puede hacer? No hay nada, y para finalizar la acción el suicida deja una nota dedicada a un par de personas específicas- dejó la taza de té sobre la mesita del café. Se encontraba en un establecimiento sumamente caro para sus ingresos, pero aquel lugar le gustaba, daban el mejor té natural dentro de la ciudad y él tenía la tarde libre.

Acababa de ver a Orlando por asunto de su guión. Le hizo un par de correcciones nada sustanciales que muy bien podía tomar o ignorar. Orlando se había mostrado tranquilo pero algo distante, al parecer aún no le perdonaba el haberle dejado en la exposición para después irse con un extraño. Le reclamó en su momento.
-¿Y con quién te fuiste?
-Con un conocido, nadie especial.
-¿Quién es?, ¿cómo se llama?
-Se llama Sid, le conozco de una de las tantas exposiciones.
-No es tu tipo, no se nota que sea muy letrado- dijo Orlando alzando ligeramente una ceja.
-Jamás dije que fuera mi tipo… aunque sería prudente definieras el término “tu tipo”, y dentro de qué términos alguien puede ser “mí tipo”, ¿mi tipo de amistad, coqueteo, romance? - la voz de Leonard era cálida dentro de la cortesía mutua, pero por lo mismo se tornaba demasiado distante e impersonal. Como quién dice “salud” a la persona que estornuda, o “gracias” cuando le ceden el paso. Leonard era propio y encantador, cosa que Orlando sabía identificar muy bien, pocas personas se resistían al poder de su sonrisa así como a su tono de voz edulcorado pero certero al momento de querer conseguir lo que deseaba.
-Tu tipo de persona, cualquier tipo que frecuentes y ya.
-Por supuesto- en ese momento Leonard tenía el guión de Orlando entre manos y no pudo más que desviar la mirada al escrito para revisar una vez más las correcciones que había hecho.
-Es en serio Leo, no me ignores. No es tu tipo de persona, se le ve que es un chico reventado y muy liberal, tú eres… más recatado.
-¿Recatado como alguien snob o como una monja sin piedad?- sonrió Leonard al alzar la vista del guión –deja ya de una vez por todas de decir que no es mi tipo de persona, yo sé muy bien con quién me relaciono. Sid es sólo un chico que me acompañó a la terminal de autobuses.
-Pudiste habérmelo pedido a mí- Orlando no usaba un tono de reproche, más bien de desilusión, como aquel que se ha dado cuenta es prescindible en la vida de aquel a quién estima.
- Te vi muy ansioso en la exposición, creí querías escuchar a la banda- Leonard había regresado al escrito y hablaba sin despegar la mirada a las hojas.
-¿Qué tanto revisas?, ¡mírame por favor!- Orlando estaba ligeramente exasperado, y cuando Leonard le vio a la cara no pudo más que sentir un poco de gracia ante la aparente alteración de su compañero de mesa. Le recordó a Berger, aquel chico de la facultad que deseaba estudiar actuación; sólo lo había visto en un par de cortometrajes, pero era usual en él terminar llorando en alguna escena. El procedimiento siempre era el mismo: La toma era muy cercana a la cara de Berger, quién se ponía muy rojo y empezaba como a hincharse para que después le brotaran las lágrimas. Sin ese procedimiento meticuloso parecía que las gotas del aparente sufrimiento no surgían. En muchas ocasiones, después de ver su actuación, Leonard se preguntaba en qué pensaba Berger cuando lloraba frente a la cámara, ¿era que pensaba en algo o sólo por el efecto de enrojecerse e hincharse salían las lágrimas? Inclasificable, al menos Leonard sabía para sí mismo que no era bueno actuando, ya que para él la actuación dependía exclusivamente de la atracción del sentimiento primario. Si quería representar la felicidad, entonces debía pensar en cosas felices; si deseaba llorar, entonces se concretaba a recordar cosas tristes, depresivas e incluso terriblemente traumáticas. Por ello la actuación no se le daba, era una eterna rememoración de lo que había sido su vida hasta el momento. Pero en el caso de Berger, un chico tan alegre y encantador, ¿qué le incitaría al llanto? Pero sobre todo, frente a él, Orlando, ese chico con una facilidad para la actuación social, ¿en qué estaría pensando justo en ese momento para representar el papel del ex amante ofendido?, ¿estaba haciendo una representación dramática, o sólo una presentación innata y libre de sus sentimientos?
-Que llore si lo que quiere es llorar- pensó Leonard mientras volvía sus ojos hacia el guión y continuó hablando:
-Creo que no podemos decir que es una adaptación de “Las amistades peligrosas”, bien podríamos utilizar eso para atraer al público, pero sondee a nuestro público más letrado y puedo decirte que Laclos no es de sus autores más conocidos.
-Como si Virginia Woolf lo fuera- bufó Orlando.
-Claro que lo es. Yo la puse de moda en la facultad- sonrió Leonard aún leyendo el guión.
-Está bien. Mándame el guión con tus correcciones y nos vemos en la semana. Tengo clase dentro de una hora.
-Pensé que tenías la tarde libre- suspiró Leonard sin dirigirle la mirada- es una pena, creí la pasaríamos juntos- sólo lo estaba tentando. Justo en ese momento que no sentía ni la menor estima por su ex novio, únicamente un ligero agradecimiento por ayudarle a encontrarse consigo mismo. Leonard gustaba de ver las reacciones de aquel muchacho que no sabía ni siquiera qué sentir.
-Lo mismo creía yo, pero estás muy ocupado con el guión.
-Está bien. No pagues, yo lo haré por los dos. Nos vemos luego- seguía ignorando a Orlando, así lo prefería, así lo deseaba, y aunque no tenía dinero, sabía sonaría petulante decirle que la cuenta iba por su parte, que sólo era un gasto fácil de consumar y nada más.
-Adiós- se despidió de modo cortante Orlando.

Desde entonces Leonard llevaba un tiempo sólo en aquel café con su libro de Wittgenstein sobre la mesa y su ensayo de Diane Arbus. Apenas la instructora le había regresado su escrito con un par de correcciones, nada garrafal, al parecer se estaba puliendo.
-Mi tocayo- apuntó un hombre algo alto y bastante elegante a su lado, casi detrás de él. Leonard no pudo más que voltear y alzar la cabeza. Era Ludwig.
-Ah…- divagó, los hombres intelectuales, o los de “su tipo”, como diría Orlando, le ponían algo nervioso –Lud… hola, ¿cómo estás? Ya no te pude ver ese día en la exposición- le sorprendió con cuánta impropiedad le hablaba a un extraño con el cual apenas había caminado un par de cuadras en la oscuridad, y al que además le había negado un par de fotografías.
-Bien- contestó Ludwig al rodear la pequeña mesa- ¿me puedo sentar?
-Adelante, claro…
-Gracias. Sólo vengo por un café expreso para llevar. Tuve una semana horrible y cansada en la editorial. Necesito un café para terminar la revisión de un escrito. Sólo te acompaño en lo que me lo dan, ya lo encargué.
-Debe ser devastador tu trabajo- fue lo único que pudo concretar Leonard cual colegiala absurda.
-Un poco- Ludwig desvió su mirada hacia el libro de Wittgenstein que se encontraba sobre la mesa- ¿te gusta?- acto seguido tomó el ejemplar en sus manos- a mí siempre me ha parecido un poco confuso.
-A mí me parecer muy lúcido… claro, no digo que lo entienda en su totalidad, tiene muchas cosas que se me escapan.
-Seguro- Ludwig revisó el libro, la contraportada y el índice, o eso parecía que hacía- me gustaría editar cosas así de poderosas. Suena absurdo, lo sé, pero últimamente los escritores de éste estado se preocupan demasiado por la poesía ¿no crees?
-Ya me gustaría poder escribir poesía.
-Pero Leo, tú escribes, algo así me dijiste.
-Escribía… bueno escribo…- entonces dirigió su mirada a su ensayo sobre Diane Arbus que se encontraba ahora descubierto por la ausencia del libro de Wittgenstein. Lo miró rápidamente como un niño que ve de reojo su travesura frente a la madre.
-¿Es tuyo?- entonces Ludwig dejó el libro y tomó su ensayo- ¡sí!, es tuyo.
-No es nada, sólo una tontería para una clase- se excusó algo apenado ante sí mismo por degradar su propio trabajo.
-¿Me lo prestas? Me gustaría leerlo. Bueno, por lo que recuerdo, me dijiste que tu única novela conclusa no las ha publicado y no tienes interés en hacerlo.
-Claro que tengo interés en hacerlo… sólo que es muy mala, le falta pulirse para que al menos sea medianamente mala.
-Entonces me prestas tu ensayo… oh… ya veo, es sobre Arbus. Nunca me ha gustado su obra, quizá cambies mi visión sobre ella. No me gustan las mujeres que se suicidan, son muy… pasionales.
-Eso suena algo misógino.
-No me malinterpretes, nada más creo que la mayoría de las mujeres suicidas parece que no se matan por ellas, por algo ontológico, sino por cosas circunstanciales.
-¿Pero qué es la vida sino un conjunto de circunstancias?
-Bueno, sí, circunstancias un poco ajenas a ellas. Como Arbus, aunque no me gusta, acepto que era buena fotógrafa y quizá tenía varias cosas resueltas en su vida…
-Creo evidentemente necesitas llevarte mi ensayo- bromeó Leonard con una sonrisa en la cara –pero ¿sabes? El suicidio siempre ha sido algo muy presente en mi cabeza. Antes que llegaras estaba pensando en Zizek y su visión del suicidio.
-Pero Zizek es un amargado. Un chico tan inteligente y atractivo no debería desperdiciar tanto tiempo pensando en esas cosas del suicidio y leyendo a gente vieja- fue en ese momento cuando llegó la mesera y le entregó su café- bueno, te dejo. Busca autores más frescos. Cuídate, ¡ah!, ya pagué tu cuenta- Ludwig desapareció por la salida principal dejando a Leonard con las mil y un palabras en la boca, algo que poca gente lograba.

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