jueves, 4 de noviembre de 2010

Chéri, juventud sin dinero

Lo bueno de la juventud puede remitirse fríamente a las ventajas visuales de la misma. Cuando se es joven se puede tener un buen cuerpo (al menos uno delgado), cabello radiante, gran fuerza, mucha energía, una mente perspicaz, cutis limpio y sin arrugas, pestañas muy rizadas, estómago firme, cabida para el alcohol necesario, vomitar lo más que se pueda en una noche y al día siguiente despertar cansado pero firme como una roca. La vida parece que no alcanza, la fiesta puede nunca terminar.
El problema de la juventud, o los jóvenes en su mayoría, es que no se tiene el dinero requerido para explotar todas las capacidades que desbordan la lozanía de los veintiún años, salvo se tenga un empleo adecuado, unos padres muy solventes o te prostituyas por un tiempo, el dinero siempre escasea cuando se es joven. El conseguirse un amante rico e influyente también es una opción para ganar dinero, ya lo había dicho Ana Bolena “El amor no es nada sin poder y una posición”, pero cuando se inserta al amante inadecuado lo único que se puede obtener es la completa disposición hacia la persona, pues se condena a la juventud.
Normalmente los amantes son viejos o algo grandes, Leonard lo sabía muy bien cuando estuvo un tiempo con el Señor D, quién le pagana no sólo para estar a su lado sino también le llenaba de infinidad de regalos. El problema de ser el amante grande es que no se pueden hacer cosas de jóvenes y ahí entra la paradoja de la vida.
Cuando se es joven, se tiene toda la energía pero no el dinero; cuando se tiene el dinero, puede pasar que se sea demasiado grande para gastarlo en cosa de jóvenes, siempre existirán otras exquisiteces en las cuales dedicar la ganancia monetaria, pero la juventud nunca regresa y la pérdida se encuentra latente.
Leonard había accedido a una comida en un restaurante modesto en el centro de la ciudad con el Señor D. nada que le comprometiera, nada de sexo, nada de coqueteos… pero ¿entonces por qué estaba ahí?
Sentado en una mesa y con poca audiencia en su entorno, Leonard tomaba de su segundo vaso con limonada. Se había arreglado para exaltar todas sus virtudes visuales dentro de la juventud. Estaba leyendo “Mephisto” de Klaus Mann, la película de István Szabó le había encantado, el director húngaro era uno de sus favoritos en la historia del cine. La semana pasada terminó por prestar la película al único chico de la facultad que le atraía, pero éste sin interés no la había visto. Leonard estaba renunciando a los amores jóvenes, renunciando a que chicos de su edad se interesaran en él pues podían tener algo mejor, pero con hombres como el Señor D. ahí parecía un campo distinto. –El amor no vale nada sin poder o posición- se quedó pensando en una de sus reinas predilectas de la historia –Ana Bolena y sin cabeza- últimamente no se podía concentrar en sus lecturas, tenía tantas cosas en la cabeza que si las analizaba detalladamente se remitían a nimiedades. Ese “todo” mental que surcaba sus neuronas, era un “todo” sustentado en la nada… ergo, sencillamente lo que le preocupaba era una nadería.
Se sentía cual tautología con patas. El chico escritor arribista, sentado leyendo una historia sobre un actor arribista. No había más. La juventud dentro del arte, sin dinero, no es nada. Los métodos que cada persona se asegura para la subsistencia son personales tanto como privados, aunque existan maravillosas asociaciones cuasi punkis para hacer proyectos colectivos, aún bajo todo ese altruismo de supuesta ruptura social, altanería juvenil y dislocación al sistema, al final todos ellos sobrevivían gracias al sistema absolutista del arte.
-Llegué tarde- dijo el Señor D, sacando a Leonard de sus pensamientos monetarios.
-Lo noto- cerró su libro y lo colocó al lado suyo, se puso de pié, estrechó la mano del hombre y le dio un beso en la mejilla. El Señor D. se quedó estupefacto. Leonard se volvió a sentar.
-¿Cambiaste tu frase de “lo sé” a “lo noto”?- preguntó el hombre mientras se sentaba tranquilamente- veo que ya ordenaste.
-Sólo un par de limonadas, nada importante.
-Está bien- mientras el Señor D. sonreía apaciblemente un mesero se acercó para tomarles la orden y después de un breve titubeo por parte de los dos, ordenaron algo sencillo –me alegra aceptaras mi invitación a comer. Por cierto, te ves muy bien.
-Gracias, primero por invitarme y después por el cumplido. Preferí vestir bien para que no tuvieras complicaciones en cuanto a tus comentarios sobre mis ojos, mi ropa, mi cabello y todas esas banalidades.
-No quería ofenderte el otro día en la cena de la editorial. Lo que me recuerda ¿estás con el editor ese?
-¿Ludwig?- Leonard se empeñó en mostrar cierta extrañeza frente al comentario, aún cuando sabía que sería de los primeros temas que saldrían a flote.
-Ese hombre. Te habrá contado cosas horribles sobre mí.
-Nada que no supiera de antemano.
-¿En tan mal concepto me tienes?
-No realmente- Leonard sonrió tranquilamente. Le estaba coqueteando con cada conducta. La facilidad dentro de él para seducir a un hombre dependía exclusivamente del interés. Si el hombre en cuestión no le gustaba o atraía, entonces la seducción era sencilla, fingir le era fácil; pero si el hombre le atraía en gran manera, entonces Leonard se quedaba callado y reía tontamente, con la verdad no podía confrontarse descaradamente –Ludwig me está ayudando con unos textos, nada importante.
-Tu escritura es importante, no te degrades.
-Jamás has leído algo mío así que no intentes pulirte con los comentarios.
-Es verdad, pero alguien como tú debe escribir bien.
-No quiero incurrir en los errores especulativos que conlleva esa oración D…- era la primera vez que tuteaba al Señor D.
-Nunca me habías hablado por mi nombre.
-No te emociones- Leonard volvió a sonreír.
-No me emociono ni me ilusiono. Leonard, no te entiendo. Ya no te prostituyes y lo entiendo, ya no estoy casado, mi ofrecimiento principal sigue siendo el mismo.
-Me sorprende que llegues con total descaro y me propongas ser tu amante por manutención…
-No- le interrumpió tajantemente el Señor D. viva y tajantemente, no había nada insultante en dicha irrupción, sólo parecía concreto a la aclaración- no quiero que seas mi amante, quiero que seas mi pareja.
En ese instante el mesero se acercó y le puso su comida a cada uno enfrente de ellos. Leonard estaba ligeramente impresionado. Ser el amante de alguien era una facilidad eminente. Se amante representaba un contacto físico y sexual, una relación no estable y sin compromisos, ser amante de un hombre mayor era ser joven y con dinero. Pero al referirse a él como su pareja, entonces ahí yacía el problema medular de la relación; la pareja es compromiso, y Leonard no quería tener ninguna clase de compromiso con un hombre mayor.
-No puedo ser tu pareja, soy demasiado joven- dijo Leonard una vez que se encontraba lejos el mesero.
-Se es joven para muchas cosas. Me gustas Leonard. Creo eres un chico muy inteligente. Te puedo dar muchas cosas y creo lo tienes presente, pero sobre todo te puedo querer y mucho.
-No lo sé D… apenas te conozco- Leonard atacó fría pero calculadoramente su ensalada- aceptaría salir contigo, pero eso no te da ninguna clase de seguridad. Quiero salir con otros hombres.
-¿Estás enamorado de alguien más?, ¿te gusta Ludwig?, ¿te gusta alguien más?
-No seas tonto D… no estoy enamorado de nadie, eso es para los de corazón débil- Leonard volvió a sonreír- yo, por el momento no creo en el amor.
-Parece que te lo repites mucho para poder creértelo.
-Puede ser, pero lo que es verdad, es que no me he enamorado de nadie en mucho tiempo.
-¿Y que alguien más te guste, bueno, te interese?
-¿Qué edad tienes, doce?- Leonard fue lo más mordaz que pudo con su pregunta.
-Soné a un muchacho de veinte preguntándole a otro si acaso puede tener esperanza alguna.
Leonard se sentía un poco incómodo. Estaba ahí para utilizar al Señor D. quizá económicamente, tal vez sexualmente. Como en la película de “Chéri”, el joven atractivo que se acuesta con la mujer atractiva pero un poco mayor. Ella es una prostituta retirada, él es el hijo de otra prostituta. Belleza e ingenio tiene Chéri, el hombre joven; ella aunque un poco mayor también es bella, pero sobre todo, tiene dinero. Su relación funciona hasta que se enamoran, parece que la tesis de la película es que a una relación entre dos personas de edad dispar, el sexo y el dinero les va bien, pero el amor, eso sólo es un problema.
-La verdad es que no quiero volverme a enamorar. No va conmigo, sólo me saca de mis casillas, me hace irracional, sólo pienso en la persona y mi trabajo decae. Mis piezas, mi escritura, mis lecturas, me vuelto un inútil, aunque un inútil muy feliz.
-Parece que prefieres ser infeliz con todas tus piezas, tu escritura y lecturas antes que ser feliz por un tiempo.
-Creo estoy más cómodo estando decepcionado con el amor.
-La comodidad no trae felicidad.
-Pero sí tranquilidad emocional.
-Entiendo que no quieras y no puedas amarme justo ahora, pero si me das la oportunidad de que salgamos por un tiempo, quizá pueda cambiar tu visión sobre el asunto.
-No soy una cortesana que puedes conquistar con tus promesas de amor inefable e indeleble.
-¿Entonces por qué estás aquí?, presiento que estás confundido.
La confusión siempre es fácil de percibir en un rostro joven, aún cuando la cara pertenezca a un farsante. Leonard se encontraba perdido. Sin gran talento sobre las artes, careciendo de virtud alguna para todo aquello a lo pretendía dedicarse, siendo poco atractivo (más allá de las migajas visuales que le prestaba la juventud), sintió hundirse en la simplicidad de sus pensamientos y la nulidad de sus emociones, ¿era ese hombre el único hombre posible dentro de su vida? Prefería no verlo así, el único hombre en su vida era él mismo.
-Tienes razón, estoy confundido, por lo mismo no sé qué hago aquí- deseó poder levantarse de la silla, dejar el tenedor y unos billetes para saldar su cuenta con el restaurante, pero eso pertenecía al estilo de un Leonard que dramatiza todo en cada instancia. Debía ser un poco más maduro, aunque dicha madurez viniera de la mano con la hipocresía, el cansancio y la diplomacia. Métodos alternativos de miles de artistas arribistas que se adjuntan al sistema para poder sobrevivir.
En ese momento encestó dentro de su propio entendimiento la manera en que triunfaban muchos artistas jóvenes y sin dinero; artistas que se conseguían como “amante viejo” a un tutor, profesor, contacto que les apadrinara, y el término “amante viejo” no incurría en la correspondencia sexual, sino dentro de la misma analogía que se puede practicar al caso de Cherí y mujer/amante/ricachona. Todos estaban destinados a la vendimia por placer o sin él, la cuestión indicaba que la juventud por sí sola no obtenía nada –Depende del talento natural- pensó – y yo no tengo ningún talento específico más allá de actuar todo el tiempo, y ni lo hago bien. Una lástima, qué pena, ¡qué frustración!- Leonard en su exterior seguía comiendo sin mayor alteración corporal que la mano subiendo y bajando, la cadencia de la alimentación, el tenedor a su boca, la lechuga en el tenedor, el plato que contenía la lechuga; frente a él, se encontraba el Señor D. y con él la afirmación de que podía engañar a un hombre, dos, tres o los que fueran necesarios, pero si el único hombre en su vida era él mismo, entonces, ¿podía engañar al único hombre que importaba?, ¿se podía engañar a sí mismo?
-En vacaciones podríamos salir de viaje-dijo el Señor D. e irrumpió en los pensamientos de Leonard –puedes arreglártelas con tus padres, por lo que veo siempre lo haces, ¿qué les dijiste para irte esa noche con Ludwig?
-No tiene la menor importancia lo que les diga o no a mis padres, ¿o será que intentarás chantajearme con decirles algo?
-Eso es para neonatos, además, si les dijera de lo tuyo con el mundo, porque seguro no saben que te prostituías y acostabas con infinidad de hombres… bueno, si les digo lo que sé de ti, entonces seguro te restringirán todo, no podríamos salir y no te tendría para mí.
-El amor en cuestión es una cosa meramente egocéntrica. Me quieres a mí para ti, no es que requieras de mi compañía o desees mi bienestar. No tienes ni una fibra de altruismo, sólo quieres vivir tu reciente aceptación frente a la homosexualidad.
-¿Y tu prostitución?, ¡¿qué me dices de eso?! No creo que seas diferente, seguro te acostaste con Ludwig.
-Eso es irrelevante. De todas formas, yo no voy pregonando por el mundo que amo a la gente. Soy realista.
-Tienes veinte años.
-Veintiún años- Leonard sonrió cínicamente.
-¿Qué me dices del viaje? Siempre decías que te gustaría escapar. Tengo bastante dinero después del divorcio. Fija un destino, ¿París, Barcelona, Venecia?
-Escuché que Venecia se está hundiendo- volvió a sonreír.
-Podría ser tu salvavidas.
¿Podría ser? La tentativa estaba ahí, huir en las odiosas e insoportables vacaciones invernales al lado de la familia, ir a otro continente por primera vez, cual protagonista de “An Education”, querer a un hombre mayor, facilitarle las cosas… facilitarse las cosas.
-No lo creo, puede ser que Venecia se esté hundiendo, pero yo no.
Terminaron de comer y al salir del restaurante el Señor D. ofreció llevarle a casa.
-No gracias, tengo que ver a un amigo.
-¿Quién es? Si se puede saber.
-Se puede. Es mi ex novio Orlando, le estoy ayudando con su cortometraje, hoy vamos a ver las tomar preliminares y afinar su guión técnico, nada especial, lo difícil para mí será escoger a los actores- Leonard no sabía la razón de la última oración. Quizá le molestaba un poco saber quién le interpretaría en la ficción. Seguro sería un tipo atractivo y bien parecido, o quizá alguien horrible y detestable. Con Orlando no se podía ser intermedio, más bien se remitía a ser dicotómico.
-¿Te puedo llamar?
-No durante éste mes. Tengo fin de semestre y me gustaría estar concentrado en mis trabajos.
-Me parece bien, no tienes que descuidar tus estudios.
Ansioso de que no fuera otro error, Leonard le dio su nuevo número telefónico. Se despidió del Señor D. y emprendió su camino hacia el departamento de Orlando que se encontraba muy cercano a la universidad pero muy lejano del centro de la ciudad. Por primera vez en esa ciudad caminó por casi tres
horas hasta llegar a su destino. Tenía tanto en qué pensar y el caminar era algo que le había ensañado su escritora favorita, Virginia Woolf, para aclarar las ideas. “¡Y tendrás que gritarlas!”, le habría dicho ella, “Perderte en tus murmullos y sólo fijarte en que un pie esté delante del otro”. Sin importarle que la gente le viera mal, Leonard caminó murmurando por todo ese tiempo hasta llegar con Orlando.

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