martes, 5 de octubre de 2010

Los problemas con una idea preconcebida

En el país donde había nacido Leonard y en el cual vivía actualmente, el matrimonio entre personas del mismo sexo sólo estaba permitido en un estado, que era a la vez, la capital. Apenas conocía un par de parejas gay casadas, y la mayoría lo habían hecho después de haber estado juntos casi una década; al parecer dentro de dichas asociaciones maricas, el matrimonio era sólo la confirmación social del amor y el compromiso, pues ahí el primer hervor no tenía nada que ver.
El matrimonio, para Leonard, era una cuestión dicotómica. Se casa uno por razón social (que envuelve la imagen social, los intereses económicos, los bienes mancomunados, la asociación entre dos personas como tal); o por amor, así de sencillo. No existían puntos medios, mixturas, matices o lo liminal, el intersticio se encontraba caduco, por primera vez la función fática del momento importaba más que el contexto, pues al final, ante la propuesta del matrimonio sólo existen dos respuestas: “sí” o “no”.
Leonard no pensaba en atarse a una persona por cuestiones sociales, arribismo o pura imagen gregaria, al igual que a Carrie Bradshaw, a él le faltaba el gen nupcial. No pudo dejar de preguntarse ¿para qué casarse? Era evidente que nadie desea quedarse sólo, la compañía en su actualidad se definían por ser amigos, hermana y padres, no obstante los amigos se disgregan y no se puede vivir a su costado; la vida junto a los hermanos y hermanas son dignas de una era gótica más no postmoderna; y los padres evidentemente no viven para siempre (y aunque suene cruel, Leonard estaba feliz con eso). Se estaba preparando para una vida dentro de la soledad, uno de los miedos más usuales dentro de la sociedad occidental.
El problema no era tanto el matrimonio, sino su reacción ante él. Cuando supo que una de sus primas iba a casarse no tuvo más que una reacción: horror. Después supo que una de sus compañeras de generación dentro de la facultad se iba a casar, a lo que se dijo: quizá sea para ella eso del matrimonio. Pero en suma todas esas reacciones podían bien ser una falacia.
No solía pensar mucho en la supuesta santa unión desde que se deslindó por completo de su heterosexualidad así como a los lineamientos moralistas de su familia. Tenía en claro que la gente podía o no casarse, era cuestión de elegir, algo curioso, pues cuando pequeño pensaba que todos, sin excepción alguna, debían casarse. Después al encontrarse frente a su homosexualidad no pudo más que concretar que el matrimonio ya no era una opción, no hasta que lo legalizaran en su país.
Así, cuando estaba viendo las noticias y apareció la nota periodística de que el estado donde él vivía y estudiaba podía convertirse en el segundo estado dentro de su país que permitiera el matrimonio entre dos personas del mismo sexo, sólo pudo pensar “Y yo sin novio”, después se sintió el hombre más ridículo del universo.
Él que no creía en el matrimonio, y actualmente tampoco en el amor, se descubrió pensando que si acaso legalizaban el matrimonio de homosexuales en su estado, él no tenía novio -¡¿Pero para qué carajos lo quiero?!- se recriminó al apagar el televisor- el matrimonio, sea entre personas del mismo sexo o de sexos opuestos, no es una asociación que se deba tomar a la ligera. No es que deba ser en la actualidad algo que dure toda la vida, pero se debe tomar en serio si es acaso que te vas a lanzar a profesarlo y vivirlo, de todas formas, el divorcio no es algo muy viable que digamos- Leonard refunfuñaba para sus adentros cuando subía las escaleras hacia su habitación. Se volvería a encerrar en ella. La gente a su alrededor le preguntaba porque ahora se inclinaba más por el exilio voluntario. La razón era simple: la falta de dinero, su economía no iba muy bien, y era algo usual en él que su humor estuviera acorde a su economía. La culpa la tenían todos esos libros y su imposibilidad para no comprarlos. Haciendo cuentas se pudo percatar que fácilmente una tercera parte de su presupuesto mensual lo gastaba en libros.
-Da igual, ¿de qué sirven tantos libros si no puedo concretar una idea fija sobre el matrimonio? Es una idea tan preestablecida, tanto que cuando era niño pensaba que los aún los padres te escogían la pareja para casarte. Después me di cuenta que la cosa era mucho más complicada pues uno era quién la escogía… ¿para qué casarnos? La homosexualidad ha roto tantos cánones que me es imposible pensar que ahora nos instalemos felizmente en uno de ellos. ¿Han existido tantas feministas en la historia para que al final, los feministas de ahora esperemos un “Y ahora los declaro marido y marido… mujer y mujer”? Parece ser que sólo estamos derruyendo los principios iconoclastas de nuestra ética marica.
Cuando tomó su clase de “Cine queer”, su instructora dijo “Ya vimos muchos documentales sobre la vida homosexual en distintas culturas, les pregunto si quieren que sigamos en esta línea o prefieren que veamos un poco de películas cursis que hablen sobre amor. Porque no hemos tocado el punto del amor y al final es por eso que hacemos todo esto… por amor”.
-¿En verdad se acepta uno gay por amor?- se preguntó Leonard en aquel instante y ahora lo volvía a hacer- amor no es lo que busco, incluso sólo quiero satisfacción física, lujuria, sexo y nada más, pero…- la gran interrogante se hacía evidente. Sí. La respuesta era un rotundo “SÍ”, la gente acepta su homosexualidad por amor. Él mismo la había aceptado frente a Orlando, porque en aquel entonces le amaba demasiado. Aunque anteriormente había sentido lujuria por otros hombres, no se atrevió a lanzarse ante el pozo de la aceptación y la existencia bajo la tutela de la homosexualidad; fue hasta que conoció a Orlando cuando se dijo a sí mismo que valía la pena toda la contrariedad, el abuso social, la lucha contra el miedo, que valía la pena dejarse amar y tocar por un hombre que a la vez pudiera ser amado y tocado. Efectivamente se había enamorado –entonces vengo a decirme a mí mismo que estoy frustrado por un amor frustrado, ¿no?- pensó de forma risible –Orlando ya no me importa, pero cuando me enamoré de él y rompimos fue como si el mundo careciera de interés. Actualmente es distinto, actualmente no creo en el amor.
Ni en el amor, ni en la paternidad. No quería ser esposo de nadie, ni padre de nadie. Como una especie de reina virgen, de Elizabeth I, requería erguirse para ser su propio dueño, ser independiente con el tiempo, “No existirá ningún señor aquí –dijo Elizabeth I- sólo habrá una señora”, el problema es que Leonard era hombre y quizá se estaba aferrando demasiado a los sistemas de las feministas retro. Sin matrimonio o maternidad, sin el falo dentro o fuera del organismo, ¿se podía ser una mujer completa? Al final, si Leonard no fuera ni por asomo inteligente (como muchos de los homosexuales letrados y algo viejos que conocía) como para dedicarle su vida al estudio, si no podría llegar al grado de los eruditos o quizá lo hacía pero terminaba como Paco Vidarte o Michael Foucault, ambos bien muertos por causa del sida (aunque siempre pensaba que era una blasfemia compararse con tales teóricos del arte) ¿qué le queda al homosexual que no se selecciona como esposo, amante, compañero, pareja de alguien? Y ahora, gracias al aparente avance dentro de su país, hasta podría ser padre. Cuestiones que muchos de los homosexuales del pasado no podían más que soñar –Ellos no se podían casar- pensó- ellos no podían adoptar o fijar cualquier otro procedimiento para tener hijos… ellos tenían menos opciones para elegir, yo al contrario tengo más para desdeñar. ¿Estoy despreciando los avances de mis antecesores? Al parecer el homosexual pasa por etapas tan definidas como escalofriantes, tanto que seguimos sin hacer conciencia. Sólo queremos tener sexo, ir de fiesta, drogarnos y alcoholizarnos… eso es perfecto, pero ¿después? Creo que mis escasos veintiún años me encuentro en el “después”, después de drogarme, alcoholizarme, prostituirme, pasarla bien, pasarla mal, flagelarme, ¿qué sigue? Nada, un hombre gay no es nada sin su apología de la homosexualidad que se traduce en el sexo: gozar el sexo, tener sexo, presumir del sexo, untar el sexo; después, si se antoja, comprometer al sexo, regalar el sexo, casarse con el sexo de alguien más y que ese sexo te pertenezca. La unión por amor ¿o por aburrimiento?... ¿resignación?
“El matrimonio depende enteramente de la suerte”, le había dicho Jane Austen. Pero al parecer Leonard era un tipo sin suerte. Ya hacía un año que no se enamoraba, y si el matrimonio depende, según Austen, tanto de la suerte como del amor, entonces según la escritora británica (una de las favoritas de Leonard) él estaba jodido con todas sus letras. Estaba en el más allá. Allá del alcohol, allá de las drogas, allá de la fiesta, allá de la suerte, del amor, más allá del compromiso con cualquiera porque no tenía con quién estar comprometido. Ya tenía más de un año que se aceptaba como gay, que gozaba como tal y que sin ningún afán, también tenía un año estando soltero.

3 comentarios:

  1. Este es sin duda uno de los escritos más lúcidos y sinceros que he leído sobre la "ética marica", para usar tus palabras, y sobre la complejidad del individuo, cualquiera sea su tendencia sexual. Sin duda hay mucha confusión en las nociones de matrimonio, sexo y amor que entorpece el camino hacia el conocimiento de uno mismo y, por consiguiente, de la felicidad. Un abrazo

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  2. sabes quienes se van a casar, amoooorsh? chismeee chismeeee

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  3. Antonio, muchas gracias por pasar y por tu comentario, es realmente alentador. El término de "ética marica" lo he sacado del libro homónimo de Paco Vidarte, un gran teórico que ya falleció. Últimamente he estado pensando mucho sobre el matrimonio entre homosexuales, que no sé ya bien de dónde se deriva. Saludos y un abrazo.

    Anónimo que gusta del lalaleo. No sé quiénes se van a casar, si acaso tú lo sabes tendrás que decírmelo por aquí o en vivo y a todo color. Me has dejado picado. Saludos!

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