jueves, 11 de febrero de 2010

Volviendo a la raíces, al menos a las de alguien

Con una mano cerró de un solo movimiento el libro de tragedias de Shakespeare y con la otra apagó su cigarro, acababa de terminar “Romeo y Julieta”, una tragedia que el mismo Leonard consideraba “de las raíces”, sin embargo no de las suyas. Eran las cuatro de la madrugada y seguramente la forma más cordial de referirse al momento es que había regresado a las andadas, donde se surcan los espacios liminales que ni son demasiado tiernos pero tampoco lo suficientemente maduros para una buena idea.

Con insomnio y muchas lecturas que efectuar, volvió a los escritos de Vidarte y para cuando se dio cuenta ya había amanecido, la jotería aún en la literatura lo estaba llevando a la extenuante verdad de que no había vuelta atrás. Como si existiera cosa alguna, cual si hubiera una vuelta en “U” a mitad de la carretera, pero como suele ser, las vueltas en “U” están prohibidas. Eso ya no le preocupaba mucho, después de leer tantas tragedias teatrales y que Shakespeare le dijera que “"El mundo es un gran teatro, y los hombres y mujeres son actores. Todos hacen sus entradas y sus mutis y diversos papeles en su vida”, no distaba mucho de su filosofía made in Julia Lambert. Entonces recordó que hacía más de cinco años había escrito algo sobre la representación del teatro en el cine y el papel de Annette Bening como la diva del teatro, su texto iniciaba así: “La vida es una actuación multifacética que se desarrolla en el lugar indicado y el momento preciso, ya sea la ocasión de ser la madre amorosa, la amante lujuriosa, la esposa complaciente, la actriz relumbrante, todas y cada una de las actuaciones interpretadas con magnificencia; sin embargo si el actuar es una costumbre, si es normal fingir distintas actitudes, ¿entonces no perdemos nuestra propia esencia?, ¿o será que nunca la tuvimos?”

Cuando releyó su texto en aquella mañana no pudo dejar de preguntarse si acaso no se estaba proyectando, había escrito eso a los dieciséis años preguntándose si la vida como mero teatro no terminaba por comerse la identidad de las personas. Después Vigotsky le había dicho que el ser humano era contextual, lo mismo le comentaba el psicoanálisis de Freud donde argumentaba que todo era producto del placer, la contención y satisfacción, si Jesús había dicho “todo es amor” y Einstein enunció que “todo era relativo”, entonces Freud le había dicho, querido “todo es sexo”. Pero la verdad, tristísima realidad, es que Leonard había estado mejor dentro de su ignorancia, cuando amaba escribir por mero acto de catarsis y no como cuestión dogmática, porque cuando él se apropiaba de algo, entonces ese “algo” debía ser perfeccionado, cosa que en el acto perdía su esencia primordial, ¿era acaso que creía que todo acto por placer era vano?, ¿podía la escritura postrarse como una válvula de escape tan inocua como superficial al servicio exclusivo de la psiquis del escritor?, ¿a dónde le llevaban todos esos absurdos pensamientos? “El pensar por el pensar no es bueno”, le dijo alguna vez su gloriosa instructora de escultura, aquella mujer que siempre le incitaba a ser mediático y equilibrado, que buscara lo bueno sin ostentar a la perfección. Leonard suponía que su instructora manejaba tan bien los tipos de “representación” que conocía hábilmente las distintas formas de representar la felicidad; incluso se antojaba ambigua, escondida en algún espacio del intersticio existencial, sin embargo para Leonard todo tenía que ser perfecto, juntar el inicio con el fin. Lo triste no era lo imposible de la tarea, sino que Leonard tenía conciencia sobre ello.

Por eso deseaba regresar a las raíces. Ser un bebé, como Meryl Streep le decía en el filme “Adaptation”, “Quisiera volver a ser un bebé, volver a nacer”. Sí, regresar a la matriz estando seguros dentro de nuestra propia dependencia, donde todo nos afecta pero no somos conscientes de ello. Quería volver a ser un bebé de la escritura, un bebé del arte, un bebé de la literatura, escribir con total soltura una vez más, cual divagaciones sobre Alfred Kinsey, ahí olvidado estaba otro de sus escritos sobre el investigador estadounidense: “La duda es un concepto que acecha constantemente a la mente humana, basta con decir que la duda puede ser prejuiciosa, pues el problema se desarrolla no precisamente en la pregunta sino en la respuesta”.

¡Qué sofista!, ¡qué adulador! Le pareció aquel inicio de texto. Eso ya no lo podía lograr ni con cinco horas frente al computador, su última incursión seria dentro de la crítica de cine había iniciado así (sobre el filme “Elizabeth I”): “Aceptable adaptación del personaje histórico Elizabeth I, “La reina virgen”, hija de la segunda esposa de Enrique VIII (Ana Bolena) mujer por la cual el monarca dejó a Catalina de Aragón y a su hija, María Tudor, desligándose del poder papal…” después se quedó pensativo preguntándose dónde se hallaba la chispeante prerrogativa del intelecto mundano, eso no hablaba sobre él como escritor, no exponía una idea propia, más bien era el compilado de algo histórico, no era un ensayo… el texto sobre “Elizabeth I” iniciaba como una crónica que distaba mucho de la opinión personal. El texto no contenía nada de su amor por la escritura, del amor que tuvo alguna vez hacía cinco años atrás. Volver a la raíces sería entonces para él como borrarse la memoria, siguió pensando en su texto sobre la reina Virgen y escribió: “Enrique VIII murió dejando un heredero varón al trono de Inglaterra: Eduardo VI, sin embargo el joven murió a la edad de quince años, fue así como María Tudor (católica por herencia materna) toma el poder. Conocida como “Blood Mary” por llevar a la hoguera a cientos de protestantes, fallece sin dejar descendiente alguno, así asciende al poder Elizabeth…” ahí otra vez el relato histórico, nada fresco, nada auténtico.

Zarandeó las neuronas, supuso que ese era el precio que debía pagar por haber leído dos biografías de la Reina Virgen, una sobre María Tudor, dos sobre Enrique VIII, otras dos sobre Ana Bolena y a la par, una de cada una de las esposas del mismo Enrique VIII (o sea, Catalina de Aragón, Jane Seymour, Ana de Cleves, Catalina Howard y Catalina de Parr), sin agregar las biografías sobre los reyes católicos, así como las novelas históricas en la época Tudor; en pocas palabras el exceso de información le estaba secando el intelecto. Intentó seguir con su texto: “Como cualquier película que intenta adaptar las cuitas cortesanas, políticas y religiosas de un monarca, se atiene a la dificultad de condensar una gran cantidad de eventos relevantes cuya importancia en la historia es notable…” hasta ahí llego y hasta ahí sabía que llegaría. No podía ni quería lograr algo más serio, estaba hiper-dogmatizando uno de sus placeres más sagrados.
Se preguntó hasta qué punto las mayorías tenían injerencia sobre la información… o quizá, las minorías que se concentran en los círculos de poder y terminan por disgregar la información y el inconsciente colectivo. Por ello también se le complicaba escribir sobre Shakespeare diciéndose a sí mismo que no sabía nada sobre el teatro isabelino, por ello tenía ya en su buró una guía sobre la psicología de los personajes del dramaturgo inglés ¿pero acaso no era eso un tipo de manipulación al intelecto? Hombres sofisticados, intelectuales renombrados diciéndole cómo pensar, qué pensar, cómo dudar, de qué dudar; en años anteriores se habría lanzado a escribir sobre Shakespeare desde el fondo del corazón, ignorando la razón, diciendo, sí, sí, Porcia de “El mercader de Venecia” es una mujer impresionante por su poder de decisión que yace no únicamente en el matrimonio, sino de su deseo de ser feliz no sólo mediante la conciencia de los actos de su esposo, en quién inevitablemente confía pero tiene la necesidad de ponerle a prueba, ella quiere no a un hombre perfecto, desea a un hombre sincero…

Hoy en día escribiría algo así como que Porcia es excelente por su naturaleza de mujer renacentista, donde sabemos que su rol en la vida humanista cambia con el tiempo, ella es como es por el mismo hecho de vivir cerca de la cuna cultural, porque su padre al morir le ha dado las semillas de la creación y la elección. Porcia no es una Penélope esperando a su Ulises, no, no, ella va por Ulises para que le termine el tejido…

¿Con cuál versión se quedaría?, ¿con la del corazón o la razón?, ¿por qué habría todo de ser tan dual? Ahora que había recobrado el aparente control sobre sus sentidos volvía cuestionarse si era adecuado tener todas esas sensaciones tan “aparentemente controladas”, ¿no era acaso que la falta de todos sus desequilibrios le llevaban a pensar mejor? Y si era así, al pensar mejor no dejaba de cuestionarse a sí mismo, lo que le conllevaba a otro desequilibrio, uno más brutal, porque si el primero era netamente orgánico y biológico, el segundo se inmiscuía en las sienes, entre las redes neuronales, en la mente de Leonard, y de ahí no podía salir pues ahora era nuevamente víctima de sus propias inseguridades.

También quería salir de sus inseguridades, ser libre, ser pleno, pero no lo lograba, estaba sujeto. Pensó en Alcmeon de Crotona y sus pensamientos de unir el principio con el final, de ser perfectos como los cuerpos celestes que están en constante movimiento, inmortales porque donde se encuentra el inicio ahí mismo está el final y así nunca se muere, así se es perfecto. Pero cuando estaba pensando en eso a Leonard le vino un escalofrío. Él que siempre deseaba ser perfecto, que quería completar el círculo… ¿no era eso lo que estaba haciendo? ¿Volviendo una y otra vez al inicio? Era un ser cíclico que se auto flagelaba, que al igual que los cuerpos celestes se mantenían en movimiento, él seguía con sus emociones y sentimientos de forma cinética por la vida con un alto nivel de hipersensibilidad, se regeneraba como la autopoiesis, sólo que aquí era más viejo, dentro de un mes sería más viejo. Estaba seguro que terminaría como Simone de Beauvoir, viéndose al espejo y diciendo “Ese de ahí no soy yo”

–Pero ¿éste de aquí soy yo?- murmuraba con su cigarro en la mano. Era quién sabe qué numero de cigarro del día, oficialmente podría ser el segundo o el tercero, quizá el primero, con eso de que acababa de amanecer. Golpeó la parte del filtro con su dedo pulgar e índice, después lo prendió. Volvió a pasearse con el cigarro por toda su habitación (que no era muy grande)-Si tan sólo pudiera vivir por inercia- decía una y otra vez. En una segunda carta que la había enviado a Alfi le comentaba sobre sus deseos de haber nacido más atractivo, más jovial, menos inteligente: “Si me dieran a escoger entre ser atractivo o inteligente” decía Leonard en la carta “escogería ser atractivo, ¿para qué el intelecto?, sería un bello estúpido, pero tan estúpido que sería ignorante de mi propia ignorancia. No es que ahora sea muy inteligente, pero soy lo suficientemente consiente como para apreciar mi fealdad”

Se sentó en su cama y esparció accidentalmente un poco de cenizas sobre el colchón. Pasaba tanto tiempo pensando en cosas absurdas que ni tiempo le daba para tender la cama. “Me siento como una anciana”, había dicho Elizabeth Bennet en “Orgullo y prejuicio”, ella que tenía veinte años, ¡VEINTE! Igual que Leonard, igual él se sentía como un anciano. Entonces apagó su cigarro, porque descubrió que al llegar Jane Austen a su pensamiento había cerrado el círculo, pues no había nadie más apegado a sus raíces que la mismísima escritora inglesa. Sí, estaba en los inicios, sí era un anciano, pero daba igual, Jane le decía que valía la pena seguir, que la vida no era una novela y por lo tanto no esperara finales esperados, se puede decir que le quitó el orgullo, el prejuicio y lo persuadió a continuar con la laboriosa tarea de vivir.

Se recostó en su cama, durmió un poco y tuvo uno de esos sueños que le quitan el aliento a cualquiera por su propia naturaleza recalcitrante…

(Continua en la siguiente entrada)

2 comentarios:

  1. me has dejado un comentario precioso en mi blog de poemas, gracias
    Ya había pasado por aquí, me parece, aunque no se si dejé comentario.
    Esto es una novela, lo sabes verdad?
    Y si eres tan joven como dices, resulta también un prodigio de madurez y valentía.

    ResponderEliminar
  2. Sí Dante, ya habías pasado por aquí, pero yo tardé en volver a pasar por allá. Me encanta tu blog de poesía. Gracias por animarme, se requiere ánimo últimamente, pero sobre todo como bien dices: madurez y valentía. Saludos.

    ResponderEliminar

Lalalea aquí