jueves, 4 de febrero de 2010

La caída del héroe

-¿Te sientes mal? ¿Comiste algo?- preguntó su padre algo tajante pero sin intención de ofender a su hijo.
-¿Me veo mal?-preguntó Leonard con aparente ingenuidad.
-Traes esa cara como cuando te sientes morir- comentó Carlota, quién también se encontraba en el estudio de su padre.
-Ah…- dijo Leonard con un hilo de voz- no, no, estoy bien- profirió y se sintió al instante como la loca de Virginia que baja por la estantería al estudio de Leonard Woolf quién le pregunta “¿Dormiste bien? ¿Tienes dolor de cabeza?”, “Estoy bien” contesta ella igualmente con un hilo de voz, “¿Comiste algo ya?”, “No, pero seguro lo haré más tarde”, “Nada de eso, le diré a Nelly que te suba algo para el desayuno”…. decía Leonard con una pipa en la mano ¿o quizá era un puro o un cigarro? Su padre estaba fumando un cigarro, “No es necesario, estoy bien”, “Entonces será un desayuno como debe ser, sopa, pudín y todo. Si es necesario a la fuerza” ¿Cómo salir de la autoridad de quién te da de comer? ¡Ah, Virginia lo sabía!, por el corazón, “Creo que al fin tengo una primera frase” profiere ella con extrema tranquilidad y estoicismo

En verdad se está muriendo por dentro, pues aunque durmió casi cinco o seis horas, ¿quién las cuenta?, la mayor parte de ellas tuvo una gama de terribles sueños de un modo particular, de aquellos que solamente torturan a la persona en específico ya que nacen de su inconsciente, y sin embargo al despertar nada cambia pues las voces están ahí, las voces que le dicen valer nada, ni ella ni su vida, porque cuando se despierta a pesar de haberse extinto el dolor de cabeza se manifiesta instintivamente dentro de la misma conciencia ¿para qué salir al mundo? ¿Por qué no quedarse aquí en la habitación propia? Dormir, dormir hasta no despertar jamás. Su esposo lo sabía, le leía la mente tan fácilmente, por ello le obligaba a comer, pero con su escritura no se metía, con su espíritu creativo ni tocarlo, si tenía la primera frase para su nueva novela la intención era intocable, que fuera ella misma y la escribiera, sí, como la señora Dalloway comprando las flores con su propia autonomía, viendo a la reina pasar en su gran carro, presintiendo los pensamientos de aquellos que le rodean envueltos en la estela de las avionetas que surcan el cielo, es ahora una “U”, o una “L”, o una “C”, o lo que les mande el entendimiento…

-Tienes que comer algo- dijo su padre sin mirarlo a los ojos, siguió en lo suyo, cual Leonard Woolf acomodando los papeles para Hogarth Press. En ese momento Leonard esperaba que su padre levantara su cabeza y le dijera “Ni un escritor nuevo, mira lo que escriben, tres errores de ortografía y cinco de estilo… y eso que voy en la página número tres, escucha: el caballero que no puede sentir jamás volver… ¿no es sublime dentro de lo grotesco? “Sí, sí Leonard, contestaría Virginia”.
-No tengo hambre, estoy bien…
-Te llamó Susana, pero le dije que estabas durmiendo- apuntó Carlota igual en lo suyo con la mirada puesta en los papeles.
-No quiero contestar las llamadas de nadie.
-¡Oh!, por supuesto señorito- bufó su hermana- estamos aquí para atender sus necesidades.
-No tiene importancia, después de la lluvia el teléfono se volvió a averiar, la última llamada que entró fue la de Susana- su padre sacó el humo por la nariz y después con dos ligeros toques sacudió la ceniza en su pequeño cenicero de cristal.
- Es verdad, no tiene importancia- igual creía que era absurdo lo del teléfono, ya que en pleno siglo XXI no era la única forma de contactar a las personas, pero lo absurdo era aquello que tenía importancia para él, no quería ver a ninguno de sus amigos más antiguos, hablarían de sus “depresiones exprés” de cuatro meses… “muy exprés”, y la única forma con la cual se contactaba con aquellas amistades era mediante el teléfono. Él realmente adoraba las llamadas por teléfono.
-Deberías hablarle, se oía un poco preocupada.
¿Por quién se sentirá preocupada?- examinó en su interior Leonard- importa poco y al demonio, se acabó la amistad incondicional, si quieren algo tendrán que buscarlo en otra parte, no estoy para nada, hoy no, para nada serio, es oficial que no sostendré la mano de nadie, tantas manos he sostenido como ojos llorado mi hombro y aún así nadie hace eso cuando es mi turno, bien, que la naturaleza sea mi aliada en estos días nublados.
-Ya me llamará al celular si es tan urgente- dijo él y se retiró.
-Come algo- le insistió su padre ya a lo lejos. La verdad es que no podía obligarlo, hacía tiempo que no lo obligaba a nada porque Leonard hacía todo lo que se podía hacer bien delante de sus ojos.
-Más tarde, cuando deje de llover- canturreó Leonard con un sublime eco en el pasillo.

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