martes, 6 de octubre de 2009

Tú eres importante, yo soy importante, ellos son importantes, pero no todos podemos ser importantes

Al fin, una aureola de aceptación llegó a su correo electrónico- Patético- la oportunidad de acceder a algo nuevo y bueno, a Leonard le había llegado la invitación a una presentación del libro cuya autora conocía –patético- el libro hablaba sobre la seguridad interna del estudiante promedio –patético- en un medio tan aguerrido como lo era el arte –patético- la persona que escribía todo era su antigua tutora que al parecer había tomado gran parte de las charlas con su tutorando –el patético de Leonard- para escribir un nuevo relato corto –patético- con tintes “enteramente” reales.
-Es patético- seguía pensando Leonard en su cabeza, alguien se le estaba adelantando… ¿o era que ya estaba severamente adelantada para su edad? Porque su tutora era joven, tenía al menos unos quince años más que él pero muchísimo más ingenio, producto de todos esos años de trabajo como editora, sin embargo no era justo que lograra obtener su tema, SU TEMA, el tema de Leonard ¿tan quejica había sido con su tutora que ahora tenía el material suficiente para crear una historia? –Bueno, bueno, es escritora, dale crédito- se reprendió Leonard- se puede decir que por toda su trayectoria puede inventar lo que le venga en gana, relatar lo que sea a la hora que sea… a diferencia de mí.
Llegó al evento después de un largo día de trabajo, ahora estaba avanzando en su guión al tomar un poco de la vida de todos aquellos que la habían trastornado la existencia, decidió omitir a Nick, ya le había dado demasiada importancia, también a Cecelia a quién decidiría erradicar de su vida, había hecho una cita con ella para la siguiente semana, la tenía esperando desde hacía un par de días, el punto sería decirle: “Púdrete, sigue con tu vida y yo con la mía”. Claro que no se podría hacer tal acotación, pero disfrutaba paladear el pensamiento.

Y con todo eso, después de pasar todo un día de ocho de la mañana a las ocho de la noche en la escuela, emprendió hacia la presentación del libro que iniciaba a las ocho y media, y estando ahí descubrió que no conocía a nadie, que nadie le hablaba, que era insignificante dentro del bla, bla, bla…
-Leo, bien que viniste- dijo su ex tutora que se apropiaba de la vida de su ex tutorado.
-Pensé que llegaría tarde.
-Ya es tarde pero estamos por iniciar, voy a la mesa de allá, voy al centro.
-Qué bien- Leonard no sabía qué decir, estaba perdiendo la poca elocuencia que tenía; si no se cuidaba terminaría como el pútrido personaje de Stephanie Meyer, autora del churro crepusculiano, cual adulto/¿adolescente? Subdesarrollado, tímido y sin una gota de seguridad en sí mismo.

La mujer quince años mayor que él subió a la mesilla encontrada ante el público, el salón era relativamente pequeño para tanta audiencia, sin embargo lo importante era el fastuoso jardín de las afueras donde se encontraba el vino, bocadillos y los libros a vender, pues todos debían tomar uno. Con la autora se encontraban tres hombres y una mujer, quién inauguró el asunto, presentando a las altísimas serenísimas representaciones de la mesilla: uno era especialista en sociología, el otro un político de la localidad, el tercero un escritor, autor de varios dramas políticos, también pedagogo.
Uno por uno fueron dando su opinión sobre el libro, que más allá de opinión eran halagos prefabricados y muy elocuentes a favor de la compra del libro; a Leonard no le incomodaba el asunto, la cosa era vender ¿pero acaso no podían hacerlo de forma más dinámica? Toda esa palabrería insulsa sólo para culminar en: La generación de ahora ¿la generación del vacío?

– ¿Quiénes se creen Gilles Lipovetsky?- pensaba él.
El sociólogo dijo que era real y palpable los retratos de jóvenes que van más allá de los supuestos placeres carnales, que ahora la lucha es interna ya que no existe nada papable de lo cual se puedan sostener esta nueva generación de artistas irónicos pero nada punzantes, sólo les quedaba reírse de la sociedad pues no existía esperanza alguna para ellos.
-Menos mal que somos pocos los de mi generación- seguía pensando Leonard- no sea que propicie algún suicidio.
El político leyó un texto que se presentía redactado por alguien más, pero por desgracia tampoco era un gran pensador. Laraleó y laraleó sílaba por sílaba sin llegar más allá de una breve conclusión sobre el deber de ayudar a la nueva generación que va en picada.
El escritor recomendó enteramente el libro que deja los sermones y el aleccionamiento de todo por el todo para darnos una visión hiriente, mas no por ello menos verídica, de ciertos puntos de la juventud actual que llora por dentro y finge por fuera.

Antes de que cualquiera de ellos hablara fue presentado con su extenso currículum de dónde trabajaron, en qué habían participado, con quién colaborado, sólo faltaba enunciar con quién tuvieron un acercamiento amoroso.
Entonces la moderadora dijo: “Oh, bueno, pero al señor (aquí el nombre del reputado escritor) lo conocí en París, cuando tomé mi seminario de (aquí el nombre de algo pomposo).
-Ah sí, claro- dijo el escritor- el seminario (pomposo) también lo impartí en Berlín y Kiev, pero no vuelvo a dar algo así, es muy cansado.
-También estuvo en Milán, ¿no es así?- dijo el sociólogo.
-Claro, pero no por el seminario (pomposo) sino por la presentación de mi último libro.
-Estuve ahí, Milán es hermosa pero no tanto como Venecia, unos estudios me llevaron por esos rumbos.
-Claro, claro- dijo la moderadora- yo estuve con usted en Venecia…
-¿Cómo olvidarlo?- contestó el sociólogo – hizo excelentes apuntes sobre las máscaras del festival Veneciano.
-Son hermosas- dijo la autora del libro, ya algo incómoda por la desviación del tema.
-No lo dudo, pero ahora el vino- dijo el politiquillo.
-Pero qué cliché- pensó Leonard.

Ya afuera en la sala del vino y los bocadillos, Leonard sentía que no encajaba, no tenía ningún pretexto para estar ahí, porque para todos él era la representación de la generación del vacío.
Mientras caminaba entre tan reputadas personalidades de la escritura, el arte, la sociología y la política, no dejaba de escuchar comentarios tales como: “Fantástico”, “Interesante ¿no te parece?”, “Algo previsible pero así puede ser en verdad”, “¿En quién se habrá basado el personaje principal?”, “¿Será verdadero?”. Leonard tomó uno de los libros que estaba en exhibición y leyó para sí:

“La historia de Luka, un joven que se traslada de su pequeño condado a una ciudad ligeramente más preponderante donde pululará entre los menesteres hasta ahora prohibidos en su anterior círculo social. La estructura vivencial de Luka se viene abajo cuando conoce a gente que considera interesante y peligrosa, comienza a perder sus valores hasta llegar a un clímax existencial en el cual se convierte en un snob citadino…”

Leonard detuvo su prematura lectura sobre aquel prematuro libro, era obvio que Luka no era él, pero también había algo de él en Luka. Compró el libro, ni qué hacerle, la antología de Sylvia Plath y el mismísimo Mishima tendrían que esperar, y con ellos todas sus tendencias suicidas. Leería el libro y después juzgaría a su ex tutora.
Se escondió en una esquina del jardín para poder fumar, algo bueno tenía que sacar después de tanto ajetreo, aún estaba apesadumbrado, así se quedó en la esquina, sólo con su cigarro en una mano y el posible plagio de su vida en la otra.

2 comentarios:

  1. Hola: Muchas gracias por pasar por mi blog. Espero no sea la última visita. Agregué tu blog en mi lista de enlaces amigos (espero no te moleste) y estaré leyendo seguido lo que subas.
    Saludos.

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  2. Uy Davo, ¿por qué habría de molestarme el que me agregaras?, mil gracias por considerar mis escritos. Saludos

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