martes, 27 de octubre de 2009

Je m’ennuie

¿Y cuanto desprecio más estaría dispuesto a soportar?, ¿cuántas frustraciones? Después de todo plasmar sus fobias y filias sobre el papel no le estaba funcionando, Leonard se estaba secando, se recordaba al escritor ebrio de “Barton Fink”: Cuando no escribo bebo, decía él, mientras Leonard pensaba que cuando no podía escribir se deprimía, pero si se deprimía mucho entonces podía escribir, era como un bucle existencial al cual estaba atado de por vida, ¿era la edad? Todo se presumía demasiado circunstancial, excesivamente rutinario y a la vez arbitrario, no tenía una razón estable de ser, como si fuera la insoportable levedad del ser, estaba en un vaivén y eso le estaba cansando, pero ¿cuándo no estaba cansado? “Siempre tienes flojera”, le decía Carlota, y Carlota no mentía.
Leonard sí, él mentía todo el tiempo aunque no fuera del todo consciente de su propia falsedad, se había propuesto ser honesto y transparente, pero al parecer cuando lo hizo no hubo más que destrucción en cuanto a su experiencia, le quedaba volverlo a intentar una y otra vez hasta que muriera, le quedaba hacerlo por el resto de su vida para poderlo sobrellevar. Estaba en una etapa estúpida de su vida, todo el mundo luchaba por sobrevivir en una recesión mundial mientras él tomaba la historia de la Revolución Francesa en sus manos y la leía con entero asombro, pero hasta ahí, no había nada más, ¿no era suficiente? Cada libro que leía le dejaba algo en particular, pero él gastaba mucho en libros cuando apenas tenía para el almuerzo, gastaba mucho tiempo pensando en su habitación que si somos las palabras de nuestra propia historia y si acaso existía muchos puntos y comas a favor, después se disolvía en un suspiro para pensar en las fiestas, los eventos y saltar de corte en corte social para satisfacer sus fascinaciones por sus coetáneos. Era basura, él se percataba de que su vida se asemejaba a una complaciente basura.
Allá en su ciudad provinciana sus padres hacían todo lo posible para que él viviera bien, tuviera su departamento y todo lo necesario para la subsistencia, él también hacía unos trabajillos aquí y allá, pero hasta el momento no tenía autosuficiencia, la mayor autonomía a la que podía aspirar era la que se encontraba en su cerebro, por eso se remitía a ella, por ello se encerraba largas horas fumando y bebiendo café como vil enajenado, pero aún así, dentro de todos esos placeres que suprimen a los vicios (o que bien los alimentan) él no tenía el completo control de su mente, del cerebro ¿quién lo tenía realmente? Por un momento leía sobre los estados generales en la Francia a finales del 1700 y después su mente volaba hacia sus seres queridos, a las personas que no veía desde hacía un par de semanas, de Susana, Samantha o Elizabeth, de sus traumas, se aferraba mucho a sus traumas, y ahí en plena discusión sobre quienes tienen o no para comprar pan en la revolución, él se iba por quienes tiene afecto en la actualidad. No, no podía controlar su mente, era patética la demostración de su falta de control.
Después, cuando lograba enfocarse no podía concluir la idea, cerrar el círculo, ¡existía un bache!, ¡había un surco que le evitaba llegar al clímax de la reflexión!, y el surco era su ignorancia. ¿Tenía que ser más culto?, el ambiente se lo pedía, las circunstancias lo ameritaban, pero él no quería arriesgar más el pellejo existencial. La masa gris se arremolinaba fugazmente intentando crear una forma concreta, decir: ¡Aquí está la razón del ser, del estudiar, la plenitud de la vida, tómala y hazla tuya, ponle las manos encima!
Ni los nombres de Foubert, Rousseau y Montesquieu le decían algo, ahí estaban todos ellos en el libro sobre la Revolución Francesa, sus frases e ideas, pero de Leonard no salía nada, apenas había leído frases sobre ellos, pero ningún libro, adoraba a Rousseau, pero no era especialmente docto en su vida, quizá por ello el círculo seguía sin completarse, quizá él mismo estaba aburguesado y debía salir de su habitación, de sus tontas fiestas y enfrentarse al mundo de verdad, pero una vez más ¿cuál era ese?
Una nota se deslizó por debajo de su puerta. Leonard notó el pequeño sonido que lo sacó de su trance involuntario. Tardó en pararse de su silla e ir en busca de aquel papelito absurdo y doblado. Desdobló el papel, la nota decía: “T.Q.M!”. ¿Qué significaba aquello?... ¿tenía alguno? Abrió la puerta pero no vio a nadie. Entró en su departamento, arrugó la nota y la tiró en el cesto de la basura, sólo eran letras vanas que evidentemente significaban algo (te quiero mucho ¿podría ser?) pero el emisor no tenía el coraje para expresarlo abiertamente. Alguien más no podía llegar al clímax existencial. En otro momento le hubiera parecido interesante, intrigante o romántico, pero en ese momento le pareció sin sentido y muy cobarde el asunto. Si era una declaración de amor, era una declaración muy mezquina.
Y de la misma forma en que María Antonieta había arrugado y quemado la nota enviada por el cardenal de Rohan (aclarando el caso de un carísimo collar para la reina), Leonard olvidó de inmediato la existencia de aquella nota y volvió a su libro.

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