miércoles, 30 de septiembre de 2009

Nadie es culpable, según el señor Maugham

Después de las fiestas patrias, donde Leonard comía todo lo que no estaba dispuesto a comer y que además introducía grasa a su organismo en vez de alcohol, se despertó en su cama, su verdadera cama de su verdadera casa (al menos hasta que sus padres lo corrieran de ella) con náuseas y mareos, una vez más sintió que se estaba tensionando por nada.
Desde que había empezado el semestre la cosa de Nick, Cecelia y todos aquellos dramas existenciales le estaban hartando pero no podía desprenderse de ellos, comprendió que de alguna forma estaba entrando a una tortuosa etapa de su vida en donde lo inmaterial tenía más poder sobre él que todo aquello material que pudiera obtener. Las presiones y el ahogamiento que sentía en ese momento no era un vil producto de todo lo que había comido la noche anterior, sino de todas las cosas mentales que le faltaban por digerir; ni la escuela, ni los trabajos, ni las presiones de aprenderse toda la escultura del mundo (porque tenía historia de la escultura) eran ya un verdadero problema, desde su educación secundaria había aprendido a someterse a un sinfín de presiones y salir con una sonrisa campante, claro que con ferviente anterioridad lloraba por los rincones y se cacheteaba la cara con su propia mano muy al estilo de Annette Bening en “Belleza americana”, aquella escena donde ella se golpeaba y decía: “¡NO LLORES COMO UNA BEBÉ!”. La diferencia era que Leonard se golpeaba y de igual forma lloraba con un bebé.
¿Pero qué sucedía con aquel semestre?, en el verano se percató de su insustancial uso del tiempo, cuando no se encontraba presionado se deprimía, y cuando se deprimía pues no avanzaba en nada. Sin embargo se deducía que ahora sí estaba avanzando porque estaba presionado, cual tabla de equivalencias calóricas su nivel de estrés era directamente proporcional a su felicidad –Pero qué nefasto- se dijo Leonard al pararse de la cama, era más allá de medio día y su cabello se parecía al de María Antonieta: altísimo, voluminoso pero sin caché. De hecho cuando Carlota lo vio le dijo exactamente lo que el hermano de María Antonieta le comentó cuando la vio por primera vez en muchos años: “¿Llevas el cabello lo suficientemente alto hoy?”
Sin peinarse y con un día lluvioso por delante recapituló que todo estaba donde debía estar, tenía los trabajos resueltos para finalizar la semana sin ningún problema, también tenía ropa limpia, adelantos de otros trabajos, estaba por terminar el libro que desde hacía tiempo deseaba leer, había ganado un poco de dinero por un trabajillo mal pagado y ahora podía ir a comprarse su primer libro de Mishima, tenía planeada su próxima salida de compras y nada le hacía más feliz que ir de compras, pero algo faltaba -¡JO!- musitó Leonard –y entonces la Señora Dalloway se dio cuenta que no le faltaba ni riqueza ni belleza, sino algo que lo impregnara todo… pero hoy no me siento como la Dalloway, más bien- volteó a ver su ventana fielmente cubierta por unas cortinas rojas muy oscuras que le ayudaban a que la luz del sol no entrara y poder ver sus películas en la completa oscuridad que él deseara- hoy me siento como un personaje de William Somerset Maugham, cualquiera que sea.
Se trasladó a Hong Kong, con toda esa lluvia, aprisionado en su habitación, con frío, mucho frío mezclado con la humedad y ninguna obligación específica qué cumplir, lo tenía, era Kitty Fame de “El velo pintado”… ¡¿por qué no podía ser Walter?! –Porque si fuera Walter tendría que estar allá afuera haciendo algo productivo para la humanidad en lugar de estar en mi habitación conmiserándome de mi pobre existencia ególatra, aunque Walter no era un santo, se lleva Kitty, su esposa, a la localidad donde hay cólera para ver si ella muere comiendo algo que no se encuentre desinfectado- Leonard se quedó pensativo- pero ella tampoco es inocente… no del todo, sólo era alegre, tonta y vulgar, todo según la educaron sus padres… pero mis padres no me educaron para ser sólo alegre tonto y vulgar- el chico bufó y se vistió como si fuera verano, una playera muy delgada y con bermudas- según el señor Maugham nadie es culpable porque vivimos en el contexto social que nos tocó, y aunque seamos detestables somos gran parte de lo que el entorno demanda… ¡al diablo!, que esté encerrado sin poder hacer nada en un país que nada aporta, con un entorno que me mata, con unas sandalias baratas, el cabello de María Antonieta y la lluvia afuera, sólo falta que den alerta de influenza para sustituir el asunto del cólera, no quiere decir que soy Kitty Fame, ¡MALDICIÓN!, soy Julia Lambert, protagonista de una obra teatral de Maugham.
Entonces Leonard empezó a recitar de memoria uno de sus diálogos favoritos de aquella mujer que era actriz, tenía cuarenta años y se encontraba en la crisis de su vida, la cosa iba así: “¡No estoy actuando! ¡Estoy al borde del colapso! Siento que mi vida llegó a su fin. En este momento estoy en un estado extraño. Es como si la cortina callera en el primer acto, pero no tuviera idea de lo que pasa en el segundo. Estoy en una especie de limbo esperando que algo suceda, pero ¿qué?, ¡¿QUÉ?!”
Al terminar Leonard echó a reír, recordó que al final del filme Julia aprende que no hay mejor cosa que ser uno mismo –Así que ni soy Walter, Kitty o Julia, pero estoy seguro que si Somerset Maugham me hubiera conocido estaría encantado de retratarme en una novela –volvió a reír- tan ególatra el sentimiento de mi parte
Leonard decidió que debía terminal aquel libro que hablaba sobre conjuras y necios para posteriormente dedicarse a otros asuntos, aunque no supiera realmente cuales eran.

1 comentario:

  1. Ey, Leonard, ¿podrías publicar algo sobre Las Horas? Me encantaría comentarla con alguien.

    ResponderEliminar

Lalalea aquí