miércoles, 9 de septiembre de 2009

Cerf volant Dalí

Fue difícil para Leonard decirle adiós, de hecho no le había podido decir adiós con total dignidad, había sido más de medio año que no lo veía, los doctores y el mismo profesor no lo permitían, la última vez su rostro estaba deformado, producto de la enfermedad que le aquejaba.
Cuando se enteró Leonard no tuvo más que encender un cigarro y fumarlo rápidamente, no lo degustó, ni paladeó, ni siquiera creyó estar fumando uno así que tuvo que fumar dos o tres, un par de cigarrillos no lo matarían, no como lo hicieron con su amigo; amistad muy superficial y en otras ocasiones algo profunda, pero ahora estaba muerto y Leonard no había podido decir adiós, era parte de su cinismo y las vueltas del destino.
Aquella mañana, antes de enterarse de la defunción de su amigo, se encontró con una de sus instructoras.

-Leonard, hoy no me voy a presentar ¿puedes decirle al resto del grupo? Voy de salida- dijo ella con su tono habitual de voz.
-Claro, no hay problema.
-Es que tuve un deceso personal, alguien muy cercano- dijo ella cambiando el tono de su voz por uno más serio.
-¿En verdad?, qué horror- dijo Leonard en pro de la mentira. La verdad era que el asunto no le conmovía en lo más mínimo, el punto era que sentía la obligación de mostrar alguna reacción, y como él estaba acostumbrado a las poses sociales, buscó dentro de su repertorio de lo digno e indigno, aceptable e inaceptable, y ahí se encontraba la reacción más “adecuada”: se había llevado la mano a la boca y dicho: “Qué horror”, con un hilo de voz.
A lo cual la mujer prosiguió:
-En verdad fueron… ¿dos?, no, fueron tres- su voz seguía teniendo un tono solmene.
Leonard pensó que debía reafirmar el asunto con otro: -Pero qué horror- como si la muerte realmente le asustara o interesara. Después de pensar en su propia muerte todo el verano la defunción ajena le parecía algo inevitable pero fría, quizá liberadora, pero aquí no era el caso, las muertes que se presentaban en boca de su instructora, fueran dos, tres o cinco, no le interesaban ¿era que se estaba convirtiendo en una persona insensible?
-Qué horror- repitió Leonard al escuchar lo de las tres defunciones, tenía tan practicada la pose que su rostro mostró conmoción.
-Bueno querido- dijo la mujer cambiando su rostro de afligido a lo habitual, una sonrisa inmensa traspasó su rostro- le avisas al resto, nos vemos, bye.
Así Leonard y su instructora se besuquearon de modo muy europeo, un beso de esta mejilla y uno de la otra. El asunto no dejaba de parecerle un poco falso a Leonard cuando la muerte vino de una boca más certera.

-¿Qué pasó mamá?- contestó Leonard su teléfono móvil aquella misma mañana.
Fue cuando se enteró de la muerte de uno de los intelectuales que, por mucho que Leonard lo negara, le habían influido en la escritura. Leonard se llevó la mano a la boca y dijo: “Qué horror”, pero en ese instante el sentimiento era verídico y la frase expresaba aquello que debía expresar: horror.

El profesor que había fallecido nunca le había dado clase, Leonard lo frecuentaba porque tenían algunas ideas en común y porque su madre era amiga suya, y al igual que su hijo ella también negaba que aquel hombre le hubiera influido de alguna manera, aún así ambos estaban en el velorio.
Los funerales no eran muy comunes para Leonard, a pocos había asistido y hasta el momento gozaba del ferviente optimismo de morir antes que sus allegados; él deseaba morir joven y prefería verse muerto antes que soportar la muerte de los demás, pero aquel hombre se le había adelantado, se lo suponía, tenía mucho con aquella enfermedad y la última vez que lo vio le había dicho: “De algo me he de morir”.
Dalí, así le decía la gente pues el profesor adoraba al pintor español y porque de hecho él mismo se llamaba Salvador pero no permitía que las personas le dijeran “Chava”, era una persona muy cínica y sarcástica, ácida hasta la médula que gustaba de hacer retobar a otros profesores de su misma rama: La ética.
Dalí enseñaba ética y gustaba decirle: “Torpe narizona” a la profesora que le daba ética a Leonard, y aunque en efecto la mujer era narizona, el calificativo de “torpe” se quedaba corto, aún así el asunto no era muy ético. Eso había sido cuando se conocieron poco menos de una década atrás, y aunque Leonard era un mocoso Dalí no tenía el menor problema en sentarse a conversar con él por un par de horas, largas horas que discurrían de modo apacible.

Entre todas las mujeres llorosas y las no tan sufridas, de esas que evitan derramar un par de lágrimas por temor a lucir desalineadas, Leonard no podía llorar, aunque la muerte de Dalí le dolía a la par no podía dejar de sentir un poco de furia en su contra, se había muerto y ni siquiera le había permitido irlo a visitar.

-Es mejor que lo recuerdes como era, no como murió, deteriorado- le había dicho su madre de camino al funeral.
-Nada le costaba recibirme por última vez en su casa.
-Estaba inconsciente, el último mes lo pasó muy mal.
-Ya nada se puede hacer.

No tardó mucho cuando Leonard se dio cuenta que los funerales no distaban mucho de otros eventos sociales con sus protocolos y encuentros inesperados. Se encontró con Cecelia, quién sí había sido alumna ejemplar de Dalí, por la cual Dalí se inclinaba por su astucia aunque siempre señalaba que por pertenecer a una familia acomodada su intelecto se rendía ante su condición fantaseada de aristócrata, donde el “ser” valía más que el “hacer”, en otras palabras: para Cecelia las cosas eran más fáciles.

-No sabía que Salvador te había dado clase Leonard.
-Hola Cecelia- Leonard no podía evitar un poco de mordacidad en sus voz.
-Siempre se juntaba con gente culta- Cecelia sonrió y tomó un sorbo de su taza con café.
-No era muy culto cuando nos conocimos pero creo que eso le agradó de mí.
-Ser un alma para moldear, tan típico de Salvador, un utópico de corazón, dime Leonard ¿lo logró?
-Sería muy injusto decir que él logró que yo fuera una persona ligeramente más culta.
-Te has convertido en un egocéntrico algo pedante, decir que eres más culto es una afirmación muy arriesgada. Cuando te conocí sólo leías libros de fantasía made in Harry Potter, ¿lo sigues haciendo? En aquel entonces no habías leído ni una sola obra de Shakespeare.
-Sigo sin leer a Shakespeare, si él fuera mujer quizá ya me habría leído todas sus obras- él sonrió amablemente- la gente bromea diciendo que sólo leo obras escritas por mujeres, sea lo que sea.
-Oh- exclamó Cecelia tenuemente- así que lees a Simone de Beauvoir y te sientes feminista- Cecelia entornó los ojos- supongo que te apasiona la frase de “No se nace sino que se deviene mujer”, eso te hace pensar que un día serás mujer, ¿qué despertarás como el “Orlando” de Virginia Woolf usando vestidos, encajes y miriñaques? Siempre fuiste un poco afeminado pero esto es el límite.
-¿Te sucede algo Cecelia? Estás siendo muy descortés en el funeral de una persona que ambos admiramos.
-Mira Leonard, cuando terminamos nuestra relación no pensé que tiraras para el otro lado, jamás creí que tuvieras esas costumbres, pero ¿qué sucedió? ¿Te dejé de atraer y entonces te convertiste en un maricón?
-¿De qué hablas Cee?
-Nada de “Cee”- dijo ella entre dientes- supe de la Bienal de Nick Hollinghurst, es pintor ¿no?
-Sí, es pintor, fue alumno de intercambio en mi escuela pero no sé cuál es el punto.
-¿No has visto su obra? Presentó en la Bienal una serie de cuadros, una oda a su sufrimiento y sus relaciones amorosas del pasado, todos cuadros muy bellos pero aburridos, bonitos como ellos solos, algo grotescos, prácticamente hiperrealistas, claro a excepción del tuyo.
Leonard seguía sin entender el asunto.
-Por Dios Leonard, ¿en verdad que no sabes nada?
-No, no fui invitado a la Bienal, si quieres saber la verdad me hice amigo de él para poder entrar pero nada más, después me dije que era algo innadecuado.
-Pues el muy maricón europeo metió un último cuadro de su última pareja, el cuadro se llama “Lenny” y tiene toda tu cara, sólo que con un par de kilos menos, sin acné y sin tu horrible brillo facial.
-Gracias Cee, eso quiere decir que no soy yo- la cosa le estaba indignando un poco a Leonard.
-Ofreció una entrevista y dijo que era el cuadro más importante de toda la colección, la crítica se lo aplaudió, lo llamaron “El más visceral”. Lo que me molesta Lenny es que no me dijeras que eras puto.
-Mira Cee, no es el momento ni el lugar para explicarte mis muchos rodeos sociales, pero entre Nick y yo no pasó nada.
-Pues lo sé, en la entrevista dice que lo tentabas sexualmente y él siempre se iba con la propuesta de un mañana porque tú no te acostabas con él, piensa que lo engañabas con tu mejor amigo.
-Cee, eso es difamación, no me he acostado con nadie de la universidad…
-¡AH!- gritó ella- resulta que ahora eres tan virgen con la Bolena, como la puta Bolena.
Las personas en la habitación guardaron silencio, la madre de Leonard se acercó para preguntarle si todo estaba bien.
-Sí mamá, Cecelia ¿la recuerdas? Está un poco conmocionada, ahora mismo vamos al jardín.

Una vez afuera Cecelia parecía excitada por el café, si nunca la había visto ebria esto debía asimilarse aunque fuera un poco, pues estaba desinhibida y era algo poco común en ella, la señora de la discreción y el recato.
-Yo no corté contigo Cee, fuiste tú la que se fue con Akenatón.
-Eso no quita tu condición de marica.
-No soy marica.
-¿Entonces por qué no sales con alguna chica?
-¿Cómo sabes eso?
-¡Porque lo sé y ya!
-Porque no quiero estar con nadie por el momento, nadie me atrae, nadie me hace sentir bien ni seguro, no estoy bien, no estoy para una relación.
-Yo quería regresar contigo y tú nunca me buscaste.
-Cee, estás loca, te busqué y rebusqué, no sólo eso, esperé por mucho tiempo, es absurdo que vengas ahora después de tantos años a decirme esas cosas.
-No son tantos años. Eres un puto de porquería por no pelear por mí.
-¿Sabes? No estoy de humor, ni para pelear por ti ni contigo. Esto no es una reunión del bachillerato, es un funeral de alguien muy querido y respetado por los dos, así que toma tu pútrida taza de café, recobra la dignidad que hay en ti, entra y llora por un rato o lo que se te antoje hacer, pero déjame en paz, por eso terminamos, porque eras muy indecisa y yo lo era aún más, pero hoy no lo seré. Adiós.
Leonard volvió a entrar a la pequeña habitación donde estaban los amigos y familiares de Dalí, se acercó a su madre y le pidió que se fueran.
-No puedo, aún no hablo con la madre de Salvador, si quieres vete, no te preocupes, luego llego a la casa. Además, mañana tienes escuela.
-Está bien.

Leonard salió sin acercarse al ataúd de Dalí, no sentía resentimiento contra él por no querer ser visto en sus últimos días de vida, de cualquier modo era su vida y había terminado. Por un momento sintió que Salvador era muy afortunado, al fin había dejado de sentir lo que fuera. En ese momento Leonard quería dejar de sentir, dejar de sentirse como uno de los personajes de “La confusión de los sentimientos” de Stefan Zweig, porque después de todo la pregunta seguía dándole vueltas “¿Entonces por qué no salía con ninguna chica?” La cuestión no se refería al sexo de la persona, por al contrario, Leonard se enamoraba de las cualidades y virtudes de las personas, de su forma de pensar y actuar, de sentir y expresar lo sentido, pero por lo que podía apreciar después de Cecelia no había existido nadie más, y eso que ahora ni siquiera sabía porque se había fijado ella.
-Qué horror- pensó Leonard.

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