miércoles, 16 de septiembre de 2009

“La sociedad de las escritoras vivas” por la cual todas mueren por entrar.

Si algo existía en aquella ciudad en la cual Leonard rentaba un departamento era que nadie que fuera competencia era invitado a un evento para el que fuera muy competente, por eso mismo Leonard era invitado a exposiciones de pintura, clases de danza y uno que otro curso de fotografía, pero jamás en la vida le consideraban a los grupos de lectura y redacción.

-Te tienen miedo- decía Steve mientras terminaba uno de sus grabados. Él y Leonard estaban en su estudio.
-No lo creo, a ti te invitan a cursos de grabado y todo eso, eres el rey del medio, nadie te omite y eso que tu trabajo es muy bueno, es de temer.
-Lo hacen porque esperan que los invite a mi taller y así tomemos la tacita de café o té, compartamos ideas, les ayude a vender su obra y al final los corone con mi bendición- Steve era uno de los alumnos más grandes de la facultad, estaba a punto de terminar la carrera, pero aparte de eso era un poco mayor a los de su generación.
-Pues que se mueran de envidia, yo estoy aquí, ¡yuju!
Steve, quién era una persona muy alegre, empezó a reír a carcajadas.
-En parte estás aquí porque lo tuyo no es el grabado.
-Steve, me ofendes, quiere decir que por ser escritor y no grabador puedo entrar a tu taller.
-No es eso, quiero decir que si fueras grabador tu interés por mi obra sería distinto… un poco fingido.
-¿Qué te hace sentir que no estoy fingiendo?- Leonard rió –creo que juzgas mal a tus contemporáneos.
-Confiaba mucho en ellos, tanto que uno terminó por robarme una estupenda idea, la propuso como suya, se llevó la beca, se fue de viaje y ahora no sé nada de él porque vive una vida eurocentrista.
-Es malo juzgar a todo el mundo por una sola persona.
-No juzgo a todo el mundo, sólo a los artistas que hacen grabado y buscan robarse las ideas de los demás.
-Ya veo porque no me invitan a sus círculos de escritores y lectores, sienten que les quito las ideas.
-No, sienten que haces menos sus ideas.
-¿Soy tan arrogante?
-Un poco, pero más que arrogante eres un juzgón- Steve volvió a reír por lo alto –seguro sienten que vas a criticar tu trabajo.
-Pero ellos pueden criticar mi trabajo también.
-Leo, no necesitas esos talleres, ahí les enseñan técnica, tú lo que tienes es talento. Por mejor que sepan poner las comas, los puntos, la metáfora no funciona si “el espíritu creador” no toca sus cabezas. Ganaste un par de premios, eso intimida a la gente.
-Yo creo que exageras, ni soy tan bueno y mucho menos intimido a alguien, sencillamente no les agrado.
-Pues no les agradas y ya- Steve se quedó pensativo- ¿me ayudas? Necesito tu opinión.

Cual fuera la razón de no ser invitado a los eventos que deseaba ser invitado, Leonard no podía dejar de lado que Pepa Lee seguía dando sus lecturas con los lentes de botella y su nariz tapada: “El amor, siempre el amor como algo que lo descifra todoooo”, lo imaginaba, recordaba sus textos trillados sobre el amor con su tono nasal, con la nariz constipada y la voz mormada; si al menos la cosa no era muy interesante al menos debía ser divertida.

Estaba de paseo por la ciudad, como si no tuviera una carga extra de trabajo por terminar, cuando entró a una librería del centro, una muy pequeña pero interesante, más concurrida por el hecho de estar ligada a una cafetería, cuando vio a una de las guionistas más prestigiadas de la facultad. “Flavia”, porque realmente su nombre no contaba mucho a pesar de ser una gran escritora, era conocida por su relación con Flavio, uno de los chicos más influyentes/acomedidos de la facultad, que producía infinidad de cortometrajes, unos muy buenos, otros malos, algunos caros y otros sencillos y baratos. Aunque Flavio era buen director y productor, además de ser un excelente novio según los comentarios más usuales en los pasillos, Leonard no podía dejar de sentir un poco de desdén por él, pues no le interesaba que conocieran a su novia como Flavia, y que dicha confirmación fuera la exhibición de un acto machista donde contaba más el trabajo de él que el de ella. Pero intentaba no pensar en eso, a Flavia no parecía importarle.

-Leonard- dijo ella con total sequedad.
-Hola- Leonard no sabía si decirle FLAVIA.
-Perdón que no pueda hablar contigo, estoy en un curso, nos vemos.
Así sin permitirle decir adiós pudo percatarse que Flavia se alejaba para poder sentarse en una amplia mesa con otras cinco mujeres de distintas edades, pero ella era la más joven, entonces una empezó a leer:
“Lo que me deslumbró cuando llegué a París en 1929 fue primeramente mi libertad…”
Leonard conocía esa frase, era la primera oración del libro “La plenitud de la vida” de Simone de Beauvoir, lo sabía porque le encantaba el libro, sentía que parte de lo que él solía vivir era similar a lo que le había ocurrido a la autora, y por más utópico que fuera el sentimiento, sabía que a ella también le había causado problemas sus aspiraciones de entrar a ciertos círculos intelectuales.
Entonces la cosa se tornó risible, ahí estaba él viendo media docena de mujeres que leían sobre la discriminación intelectual, sobre el feminismo y él no estaba incluido por ambas razones. Así que decidió acercarse a la mesa, pero cuando Flavia notó sus intenciones se levantó y lo interceptó en su andanza.

-¿Tienes algo qué decirme?
-¿Puedo unirme a su lectura?- dijo Leonard en tono cauto.
-Es sobre mujeres, para mujeres y por mujeres- dijo ella de tajo.
-¿Entonces si soy hombre no puedo entrar?
-Eso mismo, además, si fueras mujer tendrías que presentar una solicitud, no sólo presentarte de la nada a una de nuestras reuniones.
-No sabía nada de sus reuniones ¿entonces debo ponerme falda o algo así?
-Por eso no aceptamos hombres, son unos infantiles y cínicos en cuanto a cierta literatura.
-No todos los hombres.
-Lo sé, no todos los hombres lo son, pero tú sí lo eres.
-No me conoces, no puedes decir eso de mí.
-Leí el guió que escribiste para un cortometraje, donde las mujeres eran maltratadas y una de ellas se imponía, el argumento era un cliché, algo totalmente oportunista si me lo permites mencionar.
-¿Pero qué importa lo que permita? Ya lo dijiste, y es una opinión válida.
-Entonces apelo a tu razonamiento para que te marches de una vez. Vamos a leer textos de cada una de nosotras y es privado.
-¿En una cafetería pública?
-Leonard, no lo hagas más obvio, si te quedas sabremos que es para espiarnos, a ellas no les importaría pero a mí sí. No te quiero cerca.
-Muy bien Flavia.
-Me llamo Sofía.
-No lo sabía, de hecho nadie lo sabe, te llaman Flavia por tu novio Flavio, porque su identidad sobrepasa a la tuya.
-Eres un lerdo- Flavia Sofía le dio la espalda, fue a sentarse y así la lectura continuó no sin que antes las mujeres de la mesa lo voltearan a ver con interés.
Leonard les dedicó una reverencia y se sintió por primera vez discriminado por el único grupo social del cual no estaba dispuesto a ser desdeñado: las feministas.

-Que se pudran, que se pudran las muy malditas- decía Edgard en una hora libre.
-Pues no sé si juzgarlas ¿no acaso van conforme a su pensamiento?
-No Leonard, si lo ves así entonces el ser feminista se queda en algo muy sesgado: el desprecio a los hombres. Y eso no se queda ahí. Pero no te creas, las muy malditas también despreciaron mi solicitud.
-¿Metiste solicitud para el grupo de mujeres escritoras?
-Sí, y me dijeron que el hecho de ser gay no me hacía mujer y mucho menos me hacía pensar como ellas o vivir como ellas, el punto del taller era el compartir vivencias, lecturas, anhelos, si entraba un hombre entonces el círculo de intimidad se rompería. Como si pudieran ser íntimas las muy traidoras, como si Cukor no las hubiera retratado bien en “Las mujeres”, todas ellas usurpadoras de poder, maridos y posesiones.
-Creo que ya sé porqué no aceptan a los hombres, sea cual sea el caso nadie puede verlas de modo imparcial… de la forma como ellas se ven.
-Lo dices como si no fueran humanas.
-Es que antes no creía en la fiera distinción de los sexos, pero ahora ya no sé qué pensar.
-Mi Lenny, me vienes con eso de que los hombres y las mujeres son iguales.
-No me digas Lenny.
-Yo no fui, fue Nick.
-Así que ya viste el reportaje del chico mórbido que lo tentó, entusiasmó y terminó con el por correo electrónico.
-No puedo creer que terminaras con él por correo electrónico.
-No terminé con él porque no éramos nada, sólo amigos.
-Pues por eso, amigos y le dijiste por la Web, “Ya no quiero tu amistad”, fuiste una perra.
-Lo mismo pensé, pero la verdad no me sentía bien.
-Sin importar la relación que tienes con las personas es mejor hablarlo de frente, sino hacen un retrato tuyo que exponen a nivel mundial diciendo: “Aquí está el promiscuo adulador, tengan cuidado con él”.
-¿Crees que alguien más lo sepa… o lo note?
-Pues no lo sé, el chico del retrato es muy apuesto para ser tú. Si así te veía él ya sé porqué se entusiasmaba tanto contigo.
-Búrlate todo lo que quieras.
-Lo haré mi querido Lenny.

Edgard se encontraba un poco más mordaz de lo usual, Leonard se percató que ni las feministas ni los homosexuales querían tener algo con él, así pues ¿qué le quedaba? Los sujetos de su mismo sexo y sus preferencias sexuales -¿Es que todo en este siglo se refiere al sexo y la sexualidad?- se preguntaba Leonard –Aquí está la distinción de sexos que es para mí siempre algo oscura, creo que la culpa es mía, primero por inspeccionar campos de la literatura que para muchos no me corresponde según mi sexo, y otra por usurpar las posibles parejas de los demás y en las cuales yo no estoy interesando de forma sexual.
-Sexo, sexo, sexo- dijo Leonard en voz baja mientras salía de sus clases.
-Sólo existen dos sexos, que no se te olvide, el hombre y la mujer- dijo Emily quién le había escuchado decir tres veces sexo.
- Ya no lo sé Em, si Simone de Beauvoir escribió “El segundo sexo”, creo que yo estoy por inventar el tercer sexo.
-¿Y cuál es ese?
-El asexual.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Lalalea aquí