lunes, 28 de febrero de 2011

Bolena en las entrañas

-¿Me quieres?- preguntó entre las sombras tranquilamente.

-No sé- contestó el otro con mucha más calma.

-¿Me quieres o no? Tienes que decírmelo- insistió Leonard bastante ebrio en la oscuridad. En la oscuridad porque el francés no besaba en público, en la oscuridad porque aunque el francés tenía novio en su país natal, sus padres lo sabían y se decía protector de los derechos homosexuales… el francés, no besaba en público.

-Me tengo que ir- dijo Jean-Paul algo mareado y cansado de tanta palabrearía insensata por parte del estúpido mexicano.

-¡Necesito saberlo!, ¡sólo dime si me quieres!- gritoneó Leonard. Estaba ahí, el drama estaba nuevamente en su vida como catalizador de la existencia.

-No sé, ya te dije que no sé- el francés se veía bastante irritado.

-¡Sí o no!- vociferó Leonard. Estaban en su departamento. La fiesta sonaba en el exterior, ellos se encontraban en la habitación de Leonard, se habían escondido porque el francés lo evitaba en público.

El tiempo se presentía lento pero no tranquilo, asfixiante sería la palabra que le venía a la mente a Leonard, su pseudo relación de un mes con el francés era eso, asfixiante, una relación sustentada en el sexo y la infidelidad. Jean-Paul tenía novio, un novio que no lo quería (pues este amaba a su ex novio), aún así el francés amaba a su novio pero le era infiel (sospechaba Leonard) en un frenesí de venganza. Se follaba el mexicano como sinónimo de aparente libertad, era como decirle a su novio en Francia “Mira, tú amas a tu ex novio, yo me follo al mexicano”. Después Leonard se enteró que todo lo publicaba en su facebook, como él en algún momento lo hacía en los blogs. Todo eso le parecía una mala serie norteamericana, y se preguntó si acaso la vida dictaba lo que pasaba en la televisión, o era la televisión la que se incrustaba en el inconsciente colectivo.

-No- dijo Jean-Paul y rompió la lentitud del tiempo, el sopor, el ardor, la ambigüedad emocional. “NO” dijo Jean-Paul, no lo quería, ya ni hablemos de amar, sencillamente no lo quería. ¿No era eso lo que quería Leonard?, ¿una respuesta? Karen, su amiga en México, le había dicho que cualquiera que pregunta debe someterse a la respuesta. Entonces ahí estaba la contestación, un “NO”. Pero eso no fue todo, también hubo una plusvalía- Sólo quiero jugar contigo- remató el francés con una sonrisa burlona… al menos le pareció ver una sonrisa porque estaban en la oscuridad.

La reacción de Leonard fue como la de Ana Bolena al ser acusada de perder al primogénito de la nación. Ardió en llamas por el interior y lo cacheteó, golpeó fuertemente su rostro con la mano abierta. De un momento a otro Leonard había pensado en hacerlo, pero sin mayor preámbulo, cuando recuperó la conciencia, ya lo había hecho. Lo golpeó, con mano abierta, como una jotona de la más baja ralea, como una princesa estúpida, todo un gay indignado sin dignidad.

-¡LÁRGATE!- gritó como nunca en su vida- ¡LÁRGATE!- y vio como el francés se ofendía hasta la médula y salía al salón principal como todo un Enrique VIII herido en el orgullo, ¿o sería mejor decir un Luis XIV?, sí, un Luis XIV, porque Enrique VIII habría devuelto la cachetada, Enrique VIII habría besado en público, Enrique VIII hizo a Ana Bolena pagar, cualquier cosa o aspecto, pero no sería la orgullosa indiferencia.

Leonard se quedó cual Bolena, con la imposibilidad en las entrañas. Le era insuficiente, todo su conocimiento, toda su cultura, el que cruzara “el charco” (como llamaban los mexicanos al atlántico), que expusiera en lugares algo reputados, que terminara cuentos, novelas, críticas, que fuera un alumno perfecto o un buen amigo, un hijo modelo, que supiera ocultar toda su vanidad, que supiera engañar, nada le servía con un hombre como Jean-Paul al que el orgullo le era sinónimo de vida. Jean-Paul no le quería, como nadie le había querido cual pareja.

No debió golpear a Jean-Paul, debió golpearse a sí mismo, explotar. Pero como una Ana Bolena abortista, ella no podía hacer nada para no perder al hijo, ella no podía hacer nada para quedar embarazada si no la penetraban… Leonard no podía hacer nada ante el desinterés y la falta de afecto por parte de Jean-Paul, nada más que controlar sus emociones, y eso no lo logró.

A la mañana siguiente le envió un mensaje pidiéndole disculpas por haberle gritado y abofeteado, también le solicitaba el verlo en persona para aclarar la situación, pero Jean-Paul no contestó. Ese día no salió de su departamento, tomó un libro y lo devoró sin mayor interés que el vaivén de las páginas; escuchó “Koop Islands Blues” y no fumó ni un cigarrillo. Volvió a pasar, perdió otro hombre ¿y qué? La vida, su vida, en todos lados era igual, porque sin importar donde se encontrara los patrones psicológicos no se perderían. Cerró el libro, era media noche y salió a bailar. La vida seguía con o sin Francia a su lado.

viernes, 25 de febrero de 2011

Erasmus

Según la wikipedia, santa madre de toda la información falsa, ERASMUS es el acrónimo del nombre oficial en idioma inglés: European Region Action Scheme for the Mobility of University Students, "Plan de Acción de la Comunidad Europea para la Movilidad de Estudiantes Universitarios”. Lo que lleva a que un alumno Erasmus es un chico o chica, europeo que se encuentra de intercambio en un país de Europa que no es el suyo.

Los Erasmus eran muy comunes en la nueva escuela de Leonard (que ya ni tan nueva, un mes se había pasando volando), estos chicos se la pasaban haciendo fiestas, estudiando poco, saliendo cada noche, bebiendo vino barato, teniendo sexo con otros Erasmus y sobre todo, engañando a sus parejas. La mayoría de estos jóvenes tenían novios en sus países natales, pero, conociendo la mala fama de los alumnos Erasmus, muchos terminaban con sus novios o hacían una pausa durante su estancia. Jean-Paul era un Erasmus. Jean-Paul tenía novio en Francia.

Lo irónico de la ecuación es que ahora Leonard era una total Du Barry, amante de un chico francés, amante de un Erasmus que sólo deseaba ¿divertirse?... la verdad era que Leonard se estaba involucrando cada vez más con su chico francés, ya lo llamaba así “SU CHICO FRANCÉS”. El chico a veces delicado, en otras tantas arrogante, amoroso, tierno o vehemente, Leonard no podía dejar de pensar que si la distancia entre él y Jean-Paul no fuera tan grande, entonces quizá sería el hombre perfecto. Pero claro, la perfección no existía.

Sentado en el sillón de su departamento, con cigarro en mano (lo estaba intentando dejar) tomaba la obligada taza de café vespertina. Un hombre acababa de salir de su departamento, un hombre español no muy joven pero tampoco viejo, algo feo pero de cuerpo atlético… sin embargo a Leonard no le importó. Quedaron de verse para tener sexo pero después él se sintió desinteresado, veía al español como un paño húmedo y arrugado, viejo, triste, blasfemo… ¡era una blasfemia!, le gustaban las cosas vulgares de México, -Le gustan los grupos musicales para chicas y pensó me seduciría con sólo decir que era mitad español y mitad mexicano- Leonard estaba molesto, pero ¿por qué?, ¿qué le hacía hervir la sangre?- además- vociferó, en ese momento estaba sólo en su departamento, las chicas con las que compartía el sitio habían salido- dijo que era joven… ¡joven! Joven se es aún a los treinta años, dijo tener treinta años, pero él tenía casi cuarenta… ¡y cinco!, a la mierda con ese hombre…- se quedó callado. Jamás en su vida se había sentido tan inferior, superfluo, se había dejado tocar por ese vejestorio ignorante lleno de frustraciones homosexuales, lo quería de “amigo sexual”- pero si ya tengo un amigo sexual, ese es Jean-Paul… pero… pero… ¡carajo!- se había prometido no comprometerse con nadie, ni de manera social, ni mucho menos de forma emocional. Sin embargo ahí estaba Jean-Paul, él con toda su conducta francesa, su gusto por lo kitsch pero su gran nivel cultural ante las leyes, la historia de su país, un intelectual sin duda, algo prepotente pero inteligente… no del todo, en algunos puntos era cerrado y conservador. Se batía en duelo si era necesario por el simple hecho de proteger una idea, una idea errada, aunque supiera que estaba errada la defendía por mero orgullo. “Los opuestos se atraen”, pensó Leonard.

¿A quién pretendía engañar? Sí, el vejete español tenía un par de canas, pero no era feo, tenía muy buen cuerpo, un excelente color de piel, pero parecía faltarle personalidad y alma. No se podía interesar en él, aunque había estado en tiempo pasado con otros hombres viejos, calvos, gordos, hombres que le pagaban por sexo. Pero este que era por placer, pues sencillamente no le daba ninguna clase de bienestar. Estaba a tres centímetros de amar a Jean-Paul, porque sólo pensaba en él, por eso todos los demás le parecían o muy viejos, o muy feos, o muy ignorantes, muy torpes, obtusos, blancos, calvos, muy gordos, muy delgados, muy amanerados, muy masculinos, muy musculosos, muy altos, muy bajos, muy distantes de lo que no era Jean-Paul y sus hermosos ojos color marrón claro.

-Pero él tiene novio, un hermoso novio francés con el cual se la pasa teniendo sexo en lugar de entrar a sus clases- se decía Leonard a sí mismo al recordar que Jean-Paul había alardeado de su poder para pasar sus materias con mucha facilidad “Prefiero ir a tener sexo con mi novio y hacer fiestas”, le dijo Jean-Paul – ¡Y ya!, pues ama a su novio, ¡que vaya a Francia para follarlo! Yo no estoy aquí para ser su juguete sexual, maldito Erasmus de mierda.

No es que Leonard quisiera un novio definitivo en España (lugar donde estudiaba), sobre todo porque no podía tener una relación estable después de sus seis meses (ahora cinco… ¡cinco meses!, moría de miedo, el tiempo se acababa) pero lo que sí quería era alguien especial para pasar esos meses… y Jean-Paul lo era en muchos sentidos, pero no en otros tantos.

Sólo estaba seguro porque se odiaba. Primero por involucrarse con un francés; después por intentar hacerse el indiferente y llevar a un vejete español a su departamento; al final por dejar de ser objetivo sólo porque ya nadie le importaba más allá de su chico francés.

jueves, 17 de febrero de 2011

Desayuno francés

Leonard despertó a las siete de la noche en su cama. Estaba sólo y se sintió ligeramente triste porque él no estaba ahí. Hacía cinco horas que lo había dejado en su departamento después de haber pasado la noche juntos y casi toda la mañana abrazados. Jean-Paul era su nombre. Un chico francés de su edad que quizá no se asemejaba mucho a los estándares estéticos del eurocentrismo, sin embargo, el punto aquí se refería a que Jean-Paul era diferente.
Mitad francés y mitad español, más orgulloso de su parte francesa, el chico estudiaba derecho, era ávido en la manipulación de la ley, los libros y los hombres. No podía negarse, la primera vez que Leonard lo vio pensó que era un francés poco agraciado, sin embargo cuando empezó a hablar con él se dio cuenta que era muy culto y bastante inteligente. No le importó que estuviera ligeramente pasado de peso o que su estilo no fuera el más indicado para vestir, lo único que le intrigaba se refería a si Jean-Paul era gay.


Leonard compartía su departamento con un par de chicas, una de ellas era francesa de nombre Chloe, su amigo era Jean-Paul. Desde la primera noche en que fueron presentados Leonard se percató que a Jean-Paul no le agrada, sencillamente porque era latino, un chico de tercer mundo y seguramente una persona bastante ignorante. Al platicar juntos ambos chicos se quitaron un par de prejuicios, aunque eso no significaba mucho. Todo se relajó cuando Leonard asistió a una fiesta en el departamento de Jean-Paul, y después, algo ebrios los dos, se acostaron.
Fue una noche bastante activa, y de alguna manera, la mañana fue aún mejor.
-¿Te molesta si fumo?- dijo Jean-Paul con un español poco elaborado pero entendible.
-No hay problema- contestó Leonard. La verdad es que sí lo había, pero estaba demasiado encantado con la compañía del chico francés que poco le importó.
-¿Te gustaría desayunar? Quiero café… necesito café- el chico francés no sólo era algo adicto a la nicotina, sino también a la cafeína, igual que Leonard.
-Me conformo con desayunarte a ti- Leonard se sonrió y después no pararon de besarse. Disfrutaba mucho el estar entrelazado con Jean-Paul. Le daba una calma que no había experimentado en meses.
Esa mañana, abrazados los dos, hablaron de Simone de Beauvoir, Moliere, Napoleón, Luis XIV, madame de Pompadour, de que los franceses no querían mucho a María Antonieta porque igual no era francesa, de Voltaire, de Goethe, Enrique II de Francia, de la dinastía Tudor, de muchos temas de forma somera, de los poetas que conocían y les agradaban, de la música, de Mylene Farmer y que de alguna manera bastante bizarra Jean-Paul amaba a Madona y Lady Gaga. Empezaron a construir el día los dos juntos.
-He vivido mucho tiempo en París, no soy de ahí pero tengo muchos amigos en París… te gustaría ir, bueno, más porque estudias arte.
-¿Te gustaría ir conmigo?
-Sí, podemos ir los dos juntos a París, conozco la ciudad muy bien. Cuando conoces París ya nada es igual, todas las demás ciudades son malas. Esta ciudad es mala.
-A mí me gusta mucho esta ciudad- si supiera, pensó Leonard, cómo son las ciudades de donde yo vengo.
-Ya verás París- Jean-Paul lo rodeó y lo besó hasta la saciedad.
Desde hacía tanto tiempo que Leonard no se sentía tan tranquilo y feliz al lado de un hombre. No quería soltarlo, temía que si lo dejaba en ese momento, entonces el chico francés se iría y desaparecería como todas sus anteriores conquistas sexuales. Pero él lo sabía, Leonard lo sentía, esta no era una típica conquista sexual. Sí, el sexo había sido estupendo, quizá esperaba mayor experiencia en el chico, pero la culpa la tenía Leonard por haber compartido la cama con tantos hombres mayores.

Cuando Leonard se levantó el encantó se rompió. Jean-Paul siguió fumando y le ignoró fríamente, después de terminar su cigarro le dijo:
-Tengo que ir a comprar más cigarros.
-Claro… quiero bañarme, después creo que me voy.
-Como quieras- dijo Jean-Paul sin mayor sentimiento, no con indiferencia o desagrado, tampoco con ganas de retener a Leonard, sencillamente era un amplio “como quieras” en todo el sentido de la expresión.

-Como quieras- bufó Leonard en su habitación algo cabizbajo porque se había dicho que no estaba dispuesto a querer o interesarse en nadie una vez que estuviera en Europa, pero ahí estaba Jean-Paul y no veía la hora de volver a estar con él.

domingo, 13 de febrero de 2011

El viejo pensamiento en el viejo mundo

No se podía competir… aunque el asunto en el viejo mundo no se tratara de competencia, sencillamente no se podía competir. Los americanos tenían una noción distinta del mundo, y los latinoamericanos aún más distinta que los americanos, por lo tanto, estando del otro lado del mundo, Leonard no lograba una completa adaptación con los europeos. Eso no significaba que su vida en aquella nueva ciudad fuera mala, es más, sentía cada emoción con una nueva autenticidad, recién nacido, recién sacado el ovillo intelectual, ahí, Leonard, el chico snob y cuasi citadino, el mismo que había tenido época de esplendor y después de derrota, ese Leonard no existía. Leonard era nada, un vacío, no contundente, más bien un vacío que evocaba levedad y pureza, un vacío decidido a llenarse con un nuevo contenido, de eso se había dado cuenta en las primeras semanas cuando intentó tontamente seguir su ritmo de vida anterior.

Parecía ser que los alumnos de intercambio escolar no estudiaban. La mayoría del tiempo permanecía al lado de otros jóvenes de intercambio dentro de Europa, el viejo mundo, todos encantadores aunque no siempre pensantes. Quizá el prejuicio de que todos los europeos eran pensantes debía ser el mayor lastre en la cabeza de Leonard (que eso le sirviera para respetar más a sus contemporáneos latinos), su panorama no se abría hacia el mundo, sino a la introspectiva, sobre sus raíces, estaba empezando a valorar más sus orígenes y eso, aunque irónico, le daba un toque de satisfacción a su vida.
Con un par de materias (no había tomado muchas asignaturas) se sentía un poco relajado para completar el curso sin mayor problema, estaba finalizando la carrera, el último suspiro, la cúspide de la montaña… ¿o sólo el principio de la escalada? Seguramente podría ponerse a divagar por horas sobre la importancia de terminar etapas en la vida y que sin mayor problema se inicia otra etapa, por la simple razón de que una cosa sucede a la otra, nada más, no existe estatismo sino es hasta la muerte, y Leonard no estaba ni remotamente muerto.

Intentando regresar al estilo de vida de cuando se encontraba solo y tenía su propio departamento (hacía un par de años en la ciudad que estudiaba), salió las primeras semanas de bar en bar, un par de discotecas y un par de hombres también, ahí la oportunidad de tener sexo internacional era bastante accesible, sin embargo eso no le satisfacía, ¿había un problema ahora con el concepto de eurocentrismo?, ¿Que los chicos, y no tan chicos, de tez blanca, ojo claro, pelo rubio y uno que otro con pectorales marcados, perforaciones corporales y acento para él extraño, ya no le satisfacían? Eso pertenecía al pasado, el pasado en el presente. Le escandalizó, primero, que el haber cambiado de ambiente sólo le trajera una adicción por el pasado, lo seguro en algunos aspectos y peligroso en otros tantos (el VIH siempre estaba ahí como una escalofriante amenaza); después le pareció chistoso que “el viejo mundo” le trajera viejas experiencias. No obstante era momento de cambiar, ¿de qué manera? No lo sabía, pero estaba seguro, que aunque no dejaría el sexo continuo, preferiría ser menos impulsivo cuando conociera a un chico; también se relajaría dentro de los estudios, su último semestre debía ser tranquilo, era el paso previo a la realidad laboral, después de su estancia en el extranjero regresaría a su país para buscar trabajo, intentar hacer una maestría y quizá al fin consagrarse como el homosexual que deseaba ser, una propuesta estable para una relación amorosa, madurar un poco más a sus próximos veintidós años, ingresar al mundo real y… se sentía como una nena de quince años haciendo esa lista mental.
Volvía a la no-existencia, sin embargo esta no le frustraba, parte de él estaba como recién ingresado al instituto, era absurdo, pero así se sentía, con quince años otra vez… sí, estaba como una pequeña nena de quince años, o peor aún, como un niño de doce años que acaba de descubrir la sexualidad, pues no podía dejar de ver a los extranjeros y desearlos.
-Aquí todos son atractivos- pensaba Leonard- estoy algo cansado de que hasta el hombre que entrega el periódico sea sexy –se quedó pensativo por un momento, tontamente pensativo- no… creo que no me cansa que todos sean guapos y de cuerpo ardiente. Todos son apetecibles, ¿cómo contenerme ante eso?

Se le estaba haciendo una costumbre sentarse en la terraza de su departamento a tomar café y fumar durante un par de minutos los fines de semana, cuando los chicos europeos entraban, unos, al gimnasio que se encontraba al lado derecho de su departamento, y otros, a la piscina que se encontraba al lado izquierdo. Era una pena que a lo único que fuera adicto (además de los hombres) fuera la cafeína y la nicotina (estaba dejando de lado la escritura y la lectura, se estaba relajando demasiado), aún así ahora conocía a franceses mucho más adictos y no sabía a ciencia cierta si eso le satisfacía o irritaba, pero algo era verdad, no le era indiferente. La inteligencia de Leonard, al igual que sus adicciones, se diluía entre sus presentes compañeros de aula. Todos ahí eran muy inteligentes y cultos, no rozaban la creación, pero de una u otra manera la alta cultura se encontraba en sus cerebros, eso no implicaba el total razonamiento de dicha cultura, solía ser que algunos de sus compañeros pensaban que el único fin del arte era la comercialización. Le sorprendía el alto conocimiento que tenían sobre el arte europeo de siglos anteriores, desde la prehistoria hasta el neoclásico; sin embargo les fallaban las vanguardias, pero su gran deficiencia se encontraba en el arte contemporáneo, la mayoría no conocía ni siquiera a Santiago Sierra.
-El problema es del sistema educativo- les dijo frente al grupo uno de sus profesores de arte vanguardista- claro, también es suyo, pero sobre todo a la educación que han recibido.
El profesor tenía más de los cincuenta años, quizá casi sesenta. Él mismo decía dar clase por mero pasatiempo, aunque era una “Verdadera pavada que ustedes no se interesen en el arte contemporáneo”, decía él.
Leonard lo amó desde el momento en que citó a la educación contextual, puesto que él pensaba igual que el profesor “Todo depende de la educación”. Se dijo a sí mismo, después de salir de su primera clase con aquel hombre, que estaba enamorado una vez más de un vejete.
Un chico francés que conoció con anterioridad (la primera semana de su estancia en Europa), llamado Jean-Paul, le había dicho “Por lo que veo te dejas sorprender por los hombres grandes y más cultos, supongo que debes tener cuidado con eso”. Jean-Paul tenía, al igual que Leonard, veintiún años, era mitad francés y mitad español, pero vivía en Francia, un chico muy altivo pero con un aire indescriptiblemente seductor. Para Leonard era una tautología, pues con ese comentario que había hecho Jean-Paul sobre los hombres “más cultos”, el chico francés demostraba cierta experiencia como intento de seducción. El seductor joven con adulta dentro de la subversión. Leonard se preguntaba si acaso era gay.

Estaba ligeramente frustrado, se preguntaba si todo este asunto de que sus compañeros no supieran de arte contemporáneo no era más que la muestra de una mala elección de universidad. Como siempre quizá Leonard se equivocaba de rumbo, ¿y por qué? Por mera cobardía. Había escuchado por boca de otros estudiantes de intercambio, que la escuela de Bellas Artes (muy cercana a su escuela de Historia de Arte) tenía un nivel práctico muy por encima de otras escuelas europeas. Leonard optó la teoría antes de la práctica porque no se sentía a un buen nivel creador… pero ¿cómo llegar a un mejor nivel si no se propone tener un nuevo reto, uno verdaderamente difícil? Era el viejo sentimiento: el de inferioridad, y eso no debía apocarlo. Se alzaría como Juana de Arco pidiendo por más, mostraría su obra con seguridad y después intentaría exponer, aunque fuera, en una galería cercana. Era el reto dentro de su viaje. Exponer. Un chico del nuevo mundo mostrando nuevo arte. Sí, ser pomposo con eso de “les daré una muestra de arte contemporáneo”, egocéntrico, pero por el bien común prefería pensar en Hal Foster con el artista como etnógrafo. No impondría nada, ni diría cuál era su verdad. Sólo daría muestra de lo que sabía hacer. Todo con humildad. Pedía a Dios, a la vida misma o quién rigiera al mundo más humildad... después se reprimió al pensar que Simone de Beauvoir diría que eso no era muy existencialista.
Pero ¡qué absurdo!- rió Leonard- igual, el pensar en Simone de Beauvoir como regidora de mi pensamiento existencialista tiene poca concordancia, es sólo el apego a una ideología... es seguir a otra cosa, un pensamiento ajeno y no independiente, es regresar a lo viejo- se sonrió. Ahí, donde se encontraba, esos tontos pensamientos no le afectaban, sólo le daban gracia. Debía llevar su vida sin dramas. Eso sí que sería una novedad.

miércoles, 2 de febrero de 2011

El cisne blanco

Sentado en la terraza de su nuevo departamento en el extranjero, Leonard tomaba su café en espera de su próxima clase. El departamento quedaba a veinte minutos caminando de la escuela. Sentía un ferviente terror en las venas. Eran aproximadamente las tres de la tarde y ese era su mejor día según el cambio climático, pues estaba la temperatura a 14 °C, era perfecto, tomando en cuenta que él, como joven latino estaba acostumbrado a los 24 °C. Ahora los 14 °C eran el apóstrofe de la magnificencia. -¡Qué sublime!- pensó –Mejor que cualquier clase, mejor que cualquier compañero del aula…- Leonard se encontraba algo deprimido. La universidad que había seleccionado dependía exclusivamente de la teoría del arte y no sobre la creación. Ahí la gente hablaba de textos, conocimiento, pero no de una construcción de juicio.

El conocimiento, en aquella universidad a la que asistía, era obligado, sin embargo el uso de dicho conocimiento era más bien ignorado. A los estudiantes de su presente universidad les faltaba una conciencia de la creación tanto como la discusión y el debate del arte contemporáneo, ¿significaba que ahora Leonard sentía una abolición del arte clásico?, ¿Qué era bueno estudiarlo pero no tanto, que mejor sería crear, hacer, meterse de lleno y devorarse las materias desde una visión creativa?. Se volvía a sentir como pez fuera del agua. En algún momento, cuando entró a la universidad de su país, se sintió inadaptado, él venía de una escuela cuadrada sobre medicina; ahora en el extranjero su escuela era de teoría del arte, el problema era que él venía de una escuela de creación, aún cuando su especialidad fuera la teoría, no podía dejar de sentirse incómodo. ¿Por qué no había pensado en una escuela de Bellas Artes?, ¿cuál había sido la razón para huir?

Antes de partir de la casa de su abuelo, se había acostado con Sebastián un par de veces. El jardinero, aunque discreto, había resultado un gay bastante fogoso, incluso Leonard pensó que se enamoraría no de él, sino de su manera de tener sexo con él. Al final tuvieron que separarse, ninguno de los dos pretendía poner en peligro su situación frente al abuelo de Leonard; primero porque Sebastián era su alumno predilecto, así como su tutorado, por lo tanto dependía enteramente de Don Leonard; en segundo lugar, porque Leonard necesitaba el dinero para su viaje, dinero que consiguió. Así que la solución fue tener sexo un par de veces y después separarse el uno del otro sin mayor interés. Pero claramente eso no significaba que Sebastián estuviera de acuerdo. “Parece que siempre estás huyendo”, le había dicho a Leonard, “Siempre estás corriendo de un lugar a otro”, y era verdad. Estaba justo ahí, en la terraza, huyendo de todo. De su hipocresía frente a su familia, de Orlando y los proyectos que tenía con él, de su deficiencia de escritor… en pocas palabras: de lo mismo de siempre.

Estar en el extranjero debía ser una nueva experiencia, no un rencuentro con sus entidades anteriores. Se sentía débil, asustadizo, como el cisne blanco del “Lago de los cisnes”, un cisne que en varias ocasiones se ve derrotado por el cisne negro. Leonard deseaba ser el cisne negro, anhelaba con toda su alma poder convertirse en la deseada ave seductora, libre de todo pensamiento aparentemente intelectualoide, presto a las bajas pasiones y seguro de sí mismo, sin embargo parecía no obtener nada si no estaba en la zona segura, una llena de confort.

viernes, 7 de enero de 2011

Sebastián

La casa se encontraba finamente situada en un vecindario modesto pero de honrada reputación. Los habitantes de la región eran en su mayoría jubilados algo adinerados que cumplían la función de no dejarse morir. Con una aparente avenida principal repleta de árboles inusitadamente verdes así como pascuas sembradas de forma obligatoria en las parcelas, se podría decir que la localidad se definía a sí misma como región para gente anacrónicamente acomodada. La vida en aquel lugar era como una película antigua con el chico del periódico entregado el diario a primera hora, el lechero con embases de cristal, el cartero asistiendo dos veces a la semana entregando el correo.
El señor Leonard recibía mucha correspondencia de un sin número de amigos de distintos lugares del mundo, que curiosamente le escribían muy seguido, algo contradictorio a sus amistades y familiares cercanos, que ni le visitaban muy a menudo y mucho menos le escribían. La gente lo consideraba una persona inteligente pero de tajante opinión; no se podía intimidar con Don Leonard, porque entonces comenzaba la manipulación de ideas, las largas charlas de té y café en su casa, los métodos para crear nuevos sistemas de enseñanza, las pláticas por sus jardines y cuasi hortalizas, sobre la importancia de la agricultura, el repudio hacia lo transgénico, la creciente falta de agua, el eminente caos mundial frente a la guerra, el libre comercio, la presidencia nacional y extranjera, la decadente educación juvenil, que los nuevos chicos no leen ni escriben, las nuevas redes sociales que tanto le excitaban, sobre su sitio web donde se podía descargar y solicitar distintos tipos estrategias para la educación, sobre todo la redacción de textos críticos. También le preocupaba la triste realidad del gobierno nacional, los diputados, las escuelas… nadie le seguía el ritmo al anciano que, de anciano, apenas tenía la cabeza blanca.
Don Leonard, a sus setenta años, tenía una complexión ligeramente robusta, cabello blanco y unos dientes postizos, de ahí en fuera nada le distanciaba de un hombre de cuarenta años, pues tenía más fuerza y vitalidad que esos “hombres de oficina”, como solía decir él. Estaba a punto de dejar, para alivio de sus colegas, la presidencia dentro de uno de los tantos sectores dedicados a la educación nacional. Con más de cuarenta años de servicio, viudo y siete hijos “sacados adelante”, en sus propias palabras, estaba pensando en jubilarse y dedicarse al fin a una de sus grandes aficiones: la jardinería.
Sus vecinos le respetaban por su gran desempeño en el sector educativo, contrario a sus colegas que deseaban tenerlo lejos por su facilidad para complicar los trámites y querer cambiar “el sistema”. Como presidente de un importante sector, problematizar era su especialidad, y eso enfadaba a sus compañeros y subordinados de trabajo, aunque no por ello dejaban de respetarle, por un lado era prácticamente intocable. En su localidad de vivienda se le conocía por su pequeña escuela de jardinería, por la que prácticamente no cobraba pero sólo los más osados sobrevivían el nivel que imponía. Oportunamente los habitantes de aquella acomodada comunidad se preguntaron ¿Cuál es la necesidad de Don Leonard al poner una escuela de jardinería?, ¿cómo es que tiene tiempo después de su demandante trabajo?, ¿se requiere aprender jardinería?, ¿quiénes querrán hacerlo?
La verdad se remitía a que el Señor Leonard no quería quedarse sin actividades, por eso abrió la escuela; también la jardinería era de su gusto y el compartir siempre había sido un gusto aún mayor, por lo que abrió sus puertas a cualquiera que quisiera aprender todo lo que él ya sabía, cosas que constaban netamente a la jardinería de modo funcional, paisajismo ornamental o agricultura para tener un pequeño huerto en casa. Al inicio varios jóvenes obligados por sus madres (deseosas de deshacerse de sus hijos malcriados) asistían a las clases con Don Leonard, pero pocos sobrevivían a las arduas jornadas, sólo los más decididos persistían, Don Leonard no era complaciente y tenía un carácter práctico, lo que se define en: dar las indicaciones correctas y sin tacto, precisión en las instrucciones, la paciencia correcta sin más, si alguien cometía un error le instruía con mano firme y obligaba a sus estudiantes a ser resolutivos, igual fue con sus hijos, de la misma manera lo era con sus nietos.
De entre todos sus estudiantes resaltaba un joven bastante humilde, dedicado, respetuoso, quizá no muy docto pero solvente, sabía tomar las decisiones correctas y pensaba antes de hablar. Se llamaba Sebastián y asistía a una escuela de agronomía de poco calibre y él siempre decía que aprendía más con Don Leonard que en la escuela, la habría dejado de no ser porque el anciano le obligaba (y financiaba) los estudios, pues en el mundo actual “Un papel vale más que el conocimiento” decía el Señor Leonard con mucho sarcasmo. Era su pupilo y lo quería tanto como si fuera uno de sus nietos, quienes muy rara vez la visitaban salvo el nieto que llevaba su mismo nombre.

Lo primero que vio Leonard al llegar a casa de su abuelo fue a Sebastián en una escena que rozaba lo erótico, tanto que se sonrojó y luego avergonzó el sentir eso en la casa de su venerable abuelo. Al bajar del taxi su maleta y entrar por la reja principal vio a un muchacho de tez muy morena, cabello excesivamente negro y algo corto, complexión ligeramente delgada pero de marcada musculatura en los brazos, producto del trabajo excesivo. Sin camisa, el muchacho bañado en sudor paleaba la tierra para poder sembrar un pequeño árbol, y al descansar de su labor se secó el sudor de la frente y vio a Leonard que estaba embobado viéndole.
Leonard, como era normal en él, sintió una ráfaga de emociones: primero excitación, después vergüenza y al final gracia, pues la escena que había presenciado parecía extraída de una novela barata dedicada a mujeres urgidas. El muchacho se acercó.
-Hola. Tú debes ser Leonardo- el muchacho le tendió la mano a Leonard, quién le veía a la cara, tenía un poco de barba (descuido temporal), unos ojos negros bastante seductores y labios ni muy ligeros ni muy carnosos, sus facciones eran imponentes, nada de delicadezas ni barbillas afiladas, tenía una presencia bastante varonil.
-Sí, pero puedes decirme Leonard, igual que mi abuelo. ¿Y tú eres?- Leonard tomó la sudorosa mano de aquel joven.
-Sebastián. Estudio y trabajo con tu abuelo desde hace un par de años. Me ha contado mucho sobre ti.
-¿Sí?- se sorprendió Leonard, no pensaba que su abuelo, ese hombre siempre tan ocupado, pudiera dedicarle un poco de su tiempo aunque fuera en el pensamiento. Nadie le visitaba porque se sumergía demasiado en sus proyectos personales a tal grado que desplazaba a su familia y amigos más cercanos. Pero Leonard estaba ahí por razones personales.
-Me dijo que eres escritor y estudias arte, ¿Qué tal es eso?
-Bien, las dos cosas muy bien.
-Y que ahora te vas de viaje. Pero, perdón, no te entretengo más, tu abuelo muere por verte y le emociona mucho el que pases la navidad y el año nuevo con él.
-Seguro- musitó Leonard.
Y esa fue su primera impresión en casa de su abuelo. Nunca había visto a Sebastián antes, pero la verdad es que las visitas a su abuelo no eran muy constantes o largas, esta era su primera larga estancia después de la muerte de su abuela, y la razón era el dinero, eso sí le avergonzaba y no tenía remedio.

Todo empezó la última semana de clases en su facultad, cuando estaba dispuesto a salir de vacaciones, Roco, el respetadísimo crítico de arte, historiador de cine y profesor de su facultad, le citó en su oficina.
-Me parece ya nos conocemos joven- dijo Roco mientras encendía un cigarro e invitaba a Leonard a tomar asiento.
Leonard no sabía qué pensar, ¿por qué le había citado aquel hombre que nunca se involucraba con sus alumnos?
-Claro, fue en una ponencia y alguna vez me dio clase.
-Sí, sí, tu ensayo fue… ¿cómo decirlo? Intrincado, tienes una facilidad para encontrar referentes algo difíciles de conectar, Rulfo, Deleuze, Woolf, Freud, Beauvoir y algo de Brontë, me costó un poco de trabajo entender al primero y a la última, pero igual te fue bien ¿no?- Roco parecía poco interesado en ello.
-Bastante bien, saqué la mejor nota.
-Claro, claro- abaniqueo un poco con la mano para difuminar el humo – pues bien, soy Roberto Cortés, mejor conocido como Roco, me conocen con ese nombre porque así firmo mis textos.
-Leí varios, me agradó mucho el que escribió sobre el cine danés… aunque sobre sus escritos críticos no estoy de acuerdo con su texto acerca de la película “Las horas”.
-Lo supongo, adoras a Virginia Woolf y seguro comprarías lo que fuera que tuviera su nombre, lo entiendo, lo entiendo. Pero siendo directos Leonard, tú tampoco fuiste muy justo con algunas películas de Haneke.
-¿Ha leído alguno de mis textos?- eso sí era una sorpresa.
-Tienes talento, pero la verdad la palabra no me gusta, es como decir que tienes un don o algo así; no, no, la verdad es que eres un chico trabajador y ya, tienes habilidad para escribir y te has cultivado. Tienes una irrevocable inclinación por los textos de la burguesía y la aristocracia, pero eso no es un crimen, por lo mismo te gustan tanto las películas de época, supongo… y Virginia Woolf también. En fin, estás aquí porque la doctora Gi y yo creemos vale la pena mandarte de viaje a estudiar- Roco guardó silencio y le dio la espalda a Leonard.
-¿Perdón?- Leonard no creía lo que le decían.
-Lo que escuchaste- Roco dio una gran bocanada de humo y volteó a ver a Leonard a la cara- la Doctora Gi te tiene un gran aprecio, la verdad no lo entendía hasta que identifiqué tu ensayo y leí otras cosas tuyas, te falta pulirte mucho en tantos aspectos que me sería imposible enunciarlos justo ahora, pero la verdad vale la pena que la universidad invierta en alguien como tú. Te queremos mandar de movilidad estudiantil al extranjero, son muchos trámites de los cuales no estoy muy consciente, eso tendrás que hablarlo con la secretaria académica, pero el nexo con la universidad ya está hecho gracias a la Doctora y a mí, sólo tendrás que ver varias cosas y la visa, claro está.
-Pero… es… que… -Leonard no sabía si estar agradecido o algo ofendido por ni siquiera consultarle. Él no tenía mucho dinero para irse de viaje, además ¿a dónde sería el viaje?
-Es la Universidad de V… en el país de E... bajo la especialidad de Historia del Arte, cruzarás el atlántico, ¿no es lo que un señorito snob como tú desea?
-Pero…- Leonard seguía sin palabras.
-Dime si aceptas o no. Ya me dijeron que rechazaste otra oferta y se la diste a un chico llamado Orlando, que si no me equivoco es tu amigo, sólo porque te pareció truncaba tu último semestre, pues te digo que te ofrecemos un último semestre en el extranjero, pero también te advierto que ésta oportunidad no la puedes traspasar con total indiferencia y mucho menos recibirás otra.
-Encantado la acepto.
-Así me gusta- Roco sonrió- tienes esta semana antes de salir de clases y dos antes de que sea navidad para hacer todos tus trámites. Previo a salir de vacaciones quiero que me presentes una lista con las materias que deseas tomar allá, esas las dejamos a tu disposición, y claro se te dará una ayuda económica, no es mucho, lo demás correrá por tu cuenta, los trámites, el boleto de avión, etc. Leonard, quiero ver que aprendes allá y quiero presenciar resultados.

No quedaba más remedio que buscar los medios económicos para asistir, y él, cual personaje de William Makepeace Thackeray extraído de “La feria de las vanidades”, acudió a su padre para ver qué podía hacer, no como escalador, sino cual montañista social frente a su precaria situación económica.
-Sabes que te podemos pagar el viaje, la estancia y varios gastos. Pero también sabes que no tendrías mucho dinero para moverte- el padre de Leonard, quién también se llamaba Leonard, terminaba su cigarro mientras cerraba uno de sus tantos libros sobre administración de empresas y comercio- ir a otro continente no es sólo… por estudio, también podrías ir a distintos países estando del otro lado, viajar algo, no mucho, ¿por qué no le pides dinero a tu abuelo? Te quiere mucho.
-De una forma muy extraña, sabes jamás aceptó que estudiara arte y que me dedicara a la escritura.
-Sólo porque él también es escritor y sabe que las cosas no están muy bien en el medio. Podrías pasar la navidad y el año nuevo con él. No tiene mucha compañía, aunque dudo eso le afecte demasiado, se mantiene todo el tiempo ocupado y supongo que ahora en vacaciones seguirá laborando en su escuela de jardinería. Pídele ayuda, él jamás te la negaría, sobre todo si es por cuestiones de estudio, a mí nunca me la negó.
-Papá, eso es distinto, tú eres su adoración, siempre has sido lo que un hombre debe ser según sus estatutos, yo no soy ni mínimamente eso.
-Ve, habla, eres bueno en eso, aprende varias cosas de su modo de vida, trabaja con él si es necesario y también tómate un descanso, estuviste muy tenso el último semestre. La zona donde vive es muy aburguesada pero cerca de ahí existe una gran parte de campos de cultivo, quizá puedas acompañarlo en sus viajes y paseos, además, si alguien puede seguirle el ritmo sobre sus temas de conversación, ese eres tú.
-Lo haré, aunque me habría gustado pasar la navidad con ustedes… y el año nuevo y todo eso.
-Siempre lo haces, tanto que el año pasado estabas tan desanimado y te quedaste en ese hotel ¿recuerdas?, no parecías muy apegado. Te dará un aire fresco y nuevo.

Y sí que había sido un aire fresco y nuevo. El primer día, al instalarse en la casa de su abuelo, quién curiosamente le recibió apresuradamente pues tenía que salir a realizar unas compras, conoció a Sebastián y charló un rato con él.
-Te dejo por unas horas hijito- dijo su abuelo. A Leonard siempre le desconcertaba que un hombre tan imponente le llamara hijito- me llevo a Clotilde- la ama de llaves- pero te quedas con Sebastián, él te puede ayudar a instalarte.
-Claro abuelo, yo veo.
-Nada de abuelo.
-Abuelito- Leonard sonrió ante la exigencia de su abuelo. No por vergüenza sino más bien por sorpresa, era su forma de decirle que los formalismos no tendrían que presentarse entre ellos.
-Bueno hijito, me voy, confía en Sebastián, es buen muchacho.
Una vez que su abuelo se había ido, Sebastián condujo a Leonard a la habitación que le habían asignado. La casa de su abuelo no era muy grande en comparación con su “aparente” ingreso económico, sin embargo era lo suficientemente amplia para una pequeña familia, y tomando en cuenta que sólo serían ellos dos, Leonard sintió que tendría la intimidad suficiente para leer o escribir, hasta cierto punto era todo un sueño burgués, muy usual en él.
-¿Te gusta la habitación?- le preguntó Sebastián, quién se había limpiado escuetamente el sudor, puesto una playera y cargado sus maletas.
-Me agrada- la habitación era espaciosa, sabía muy bien, porque conocía la casa de antemano, era una de las más grandes. Contaba con una cama matrimonial, un buró de un lado y del otro una mesita de noche, una pequeña vitrina bastante añeja, un amplio clóset, un escritorio de madera, un ropero rústico, una ventana más grande de lo usual y al lado de ella se encontraban dos sillones personales y una mesa de centro en medio de ambos sillones. La ventana daba al jardín trasero, de donde podía ver muy bien la habitación de su abuelo. Curiosamente el estudio y la habitación de su abuelo constaban de una construcción separada de la casa, estaba situada un poco más allá del jardín trasero –lo que siempre me sorprende de esta casa es que los jardines sean mucho más grandes y bonitos que la casa en sí.
-A Don Leonard le gustan las plantas.
-Lo sé. Me consterna que viva en un par de habitaciones en la parte trasera, deja la casa sola.
-Clotilde se la pasa todo el día por aquí, ya la conocías ¿verdad?
-Por supuesto, desde que era muy pequeño. Nos desconfío en lo más mínimo de ella, pero no me agrada que pase tanto tiempo solo.
-Bueno, tú familia podría venir más seguido.
-Quizá, gracias por la recomendación.
-No era para que te ofendieras.
-Lo sé, pero supongo tenemos que ser los malos de la historia frente a Clotilde y sus alumnos de jardinería ¿no?, la familia que nunca lo visita.
-Pues algunos lo entienden, saben que Don Leonard es muy exigente, pero por cómo te trató antes de irse, supongo te quiere mucho.
-Teme… teme de alguna manera quedarse solo. Aunque te tiene a ti, jamás había escuchado decir sobre uno de sus subordinados que es buena persona, en tu caso, buen muchacho.
-No soy su subordinado, soy su alumno.
-Aún peor, yo he visto como trata a sus compañeros de trabajo, es exigente si considera que no tienen el nivel; con sus alumnos no sólo es exigente, sino también cruel.
-Supe granjearme su respeto.
-Bravo- dijo Leonard no sin sarcasmo.
-Seguiré afuera trabajando- Sebastián se retiró con cara de incomprensión, de alguna manera no sabía qué pensar sobre la familia de su tutor, pero de cualquier manera, aquel nieto tenía un aire anacrónico bastante desubicado.
-Como gustes.
Cuando Sebastián se encontraba en el jardín delantero, Leonard buscó una ventana que pudiera darle una buena imagen del mozo trabajador, y pensó para sí que la navidad, el año nuevo y toda su estancia ahí, podía ser… increíble.

viernes, 17 de diciembre de 2010

Sofismos

Cuando se vieron Edgard no hizo más que abrazar a Leonard, quién a modo de aceptación le devolvió el abrazo, se quedaron prendados el uno del otro por un par segundos.
-Nada viene a mi… cabeza- balbuceó Leonard aún cuando estaban abrazados.
-Gracias por venir- le dijo al oído Edgard, después se separaron. Otra cita sabatina, otro momento de café, caminata y más planes por efectuar.
-Me extrañó muchísimo el recibir tu llamada.
-Tengo que admitirlo… me tardé en hacerla- dijo Edgard no sin mostrar una cara algo apenada.
Leonard conocía a Edgard desde tres años atrás, habían sido amigos íntimos hasta que Orlando, el ex novio y hasta ahora única ex pareja de Leonard, se acostó con Edgard. Después rompieron con su amistad. Leonard continuó estudiando en la universidad mientras Edgard probaba suerte como asistente en una galería de la capital. Sin saber nada sobre Edgard, Leonard se preguntaba si su amigo había conseguido el ascenso deseado, pero la verdad es que sólo había pasado un año que no se hablaban bien, y siendo más precisos, sólo unos cuatro meses que Edgard estaba de asistente en la capital, una corta cantidad de tiempo pero a él le parecía toda una vida.
-No es tu culpa, yo tampoco te llamé- Leonard no quería admitirlo, pero pensó que jamás se volverían a relacionar de alguna manera- ¿Cómo te ha ido? ¿Lograste todo lo que querías? Te ves… igual, sólo que un poco más delgado.
-Y tú subiste de peso… también sigues con lo glamuroso.
-Bajé de peso y volví a subir. Tengo un aspecto rollizo pero rozagante ¿no te parece? Y el glamur lo aprendí de ti, recuerda que yo no tenía sentido del buen vestir.
-Mejoraste- Edgard sonrió tenuemente- no me ha ido muy bien, el mundo del arte es una tontería, una mierda, más desde el punto de visa burocrático, económico y de sentido netamente subjetivo. Se da lo vendible, los que tienen conexiones o los que se saben mover. Aquellos que convencen con sus discursos aparentemente honestos, humildes y hasta supuestamente espirituales, pero la verdad es que no hay sustancia en sus propuestas, nada más allá de una pose bien elaborada. ¡Ay Leo! Si supieras el número de obra que llega hecha por pseudoartistas que no mide el alcance de sus piezas. Muchas son aceptables, el galerista debe mistificarlas si acaso quiere venderlas.
-No suena muy justo el asunto.
-La universidad es una hermosa burbuja.
-¿No pretendes regresar para terminar la carrera?
-Sólo me falta un año, claro que quiero regresar. A ti te falta un semestre, si no me equivoco.
-El semestre que sigue- suspiró- y termino los estudios, pero no estoy muy entusiasmado con nada en particular. Ni en continuar ni en terminar. Supongo que el ambiente de la escuela de arte no se compara a las galerías, pero digamos que allá tampoco hay mucha justicia. Cualquiera entrega una basura como trabajo final y el profesor le da un significado garrafal. Todo puede tener trascendencia, se mistifica a la obra de una manera inaudita.
-No te creas Leo. Todo inicia en las estúpidas escuelas de arte y su pensamiento conductista.
-¿A qué te refieres?
-De algún modo se inclina al público y alumno al pensamiento social. Eh asistido a otras escuelas como asistente de galería para buscar a algunos artistas que también son profesores. En ocasiones los espero hasta que terminen sus clases y no dista mucho de nuestra facultad. Incitan a sus alumnos a seguir un cauce de ayuda más bien social, pública, cultura y nacional. Los que trabajan a la introspección son mal vistos por clavarse en sus gustos personales, los profesores gritan, rezan y susurran porque sus alumnos sigan sus pasos, provoquen, inciten, hagan rupturas, hagan acto de presencia. Después, si algo sale mal, el profesor no sabe dónde meter la cabeza, el alumno tomó un camino inducido que crea frustración en él… es… bueno, hasta diría que es lo políticamente correcto en el arte.
-Te entiendo. Políticamente correcto pensar en los temas sociales y la transgresión. Involucrarse con los temas que se consideran “serios” de alguna manera- Leonard parecía muy seguro de sí mismo. Le agradaba que Edgard y él se entendieran tan bien.
-Encontrar una voz propia no es difícil, el mantenerla, ahí se encuentra la verdadera dificultad.
-No tanto por la calificación en la escuela de arte, sino por la visión que se tiene de uno mismo- Leonard se quedó en silencio por un momento- Edgard, este semestre me cuestioné de alguna manera el ser egoísta. De un modo en que en mis trabajos y piezas no hablé de nada más que gustos personales, que curiosamente- apuntó con sarcasmo- no conllevan a un referente social de fácil accesibilidad…
-No te entiendo- Edgard se detuvo en seco y lo volteó a ver.
-Que mi obra no tiene fondo social o cultural, es sólo una fantasía superficial de mis ideas egocéntricas.
-¿Quién te dijo eso?- a Edgard parecía que la idea le daba mucha gracia. Acercó una de sus manos al rostro de Leonard, le acomodó uno de sus tantos rulos para poderle ver bien a los ojos y esperó una respuesta.
-La mitad de los docentes y la otra mitad de los alumnos, ellos creen que soy un posador- la voz de Leonard se asemejaba a la de un niño acusando a su hermano ante la madre que puede efectuar alguna clase de castigo. Ante eso Edgard empezó a reír.
-Pero Leo- siguió riendo y se sentó en uno de los pórticos perteneciente a la gran avenida que caminaban- todos en esa facultad son unos posadores, al menos la gran mayoría, aquellos que te dicen posador es porque ellos también lo son. Los que te ven con naturalidad, esos te puedo asegurar que no son así- Edgard le besó una mejilla. No se lo esperaba- Y los profesores, ¿sabes cuántos de ellos deben fingir ser rudos, prudentes o tan siquiera pensantes porque creen tener la misión de hacer pensar a sus alumnos? El problema es que tú ya piensas, tienes una opinión y aún así te gusta ser banal. No me lo tomes a mal, tu banalidad es algo que disfrutas pero también piensas. Los últimos meses que te vi dentro de toda esta aparente superficialidad, fue cuando me di cuenta que estabas cansado de tomarte todo tan en serio, incluso a ti mismo. Eres un depresivo Leonard- volvió a reír- y siendo banal es la única manera en que no te deprimes en tu aire existencialista. Dime la verdad ¿prefieres ser una especie de Virginia Woolf dispuesta a tirarse al río, o una María Antonieta en sus mejores años de derroche?- Edgard le sonreía con una pureza casi insana en él. Leonard no lo había visto, hasta ahora, con un auge tan limpio y rozagante, incluso algo añejo pero orgulloso de su experiencia.- No tienes que contestarme Leonard. Es más, no tienes que ser nadie más que tú. Tus gustos son tuyos y nada más. Lo que ha de consternar a algunos de tus profesores es que tengas tanto conocimiento y sensibilidad, pero que lo reduzcas a una labor meramente entrópica y fantasiosa. Pero así eres tú. Estudias lo que te gusta, repeles lo que se te impone.
-Parece que me conoces de hace años.
-Tres, para ser preciso- Edgard guardó silencio, agachó la cabeza y al levantarla prosiguió- quería disculparme por todo lo que te hice…
-Ed, no sólo tú hiciste cosas malas. Ya lo olvidé y no quiero hablar de ello. Me incomoda un poco.
-Entonces no lo has olvidado.
-¿Qué importa ahora? ¿En verdad crees que somos culpables de algo? El otro día hablé con Trish. Te alegrará saber que está bien. Gana dinero, no mucho, pero lo suficiente para regresar el próximo año a la facultad. Me dijo ‘¿Quién puede juzgar a la gente si es buena o mala? ¿Bajo qué régimen se dice lo que está bien o mal?’. Después recordé de todo esto del contexto, la educación, los códigos sociales, el inconsciente colectivo, lo contaminados que estamos, todo parece una trampa dialéctica. Es verdad, ¿quiénes somos para juzgar los gustos y acciones de los demás? Incluso cuando se mate, engañe y exista la venganza todo parece tener una justificación que se absuelve según el entorno. Nadie parece ser el culpable. Sólo se hacen las cosas y el mundo sigue girando. Pensar en todo, eso me frustra.
-Pero tú conoces muy bien todo eso. La manipulación, el engaño, la traición, el ascenso y el empoderamiento de alguien que parece saber qué es lo mejor para los demás. Por eso te entusiasman tanto las cortes. Piensa en Enrique VIII.
-Lo sé, lo sé… pero matar a tantos, incluso a las mujeres que amaba.
-Que amaba. En el pasado. Enrique VIII es el sueño de cualquier déspota. Mató a sus esposas porque lo traicionaron de algún modo dentro de su retorcida cabeza, ¿y quién, en algún momento, no desearía poder matar al que le decepciona o da problemas?
-Yo jamás podría hacerlo.
-Quizá nadie dentro de la posición de un súbdito, pero cuando se tiene poder, entonces te das cuenta que todo está a tu disposición, salvo la confianza de quienes te rodean. Todos querrán manipularte.
-De algún modo ellos también lo crearon, sus súbditos crearon a Enrique VIII. Siempre creamos a nuestros déspotas, les alimentamos y empoderamos. Son como los comentarios y las emociones que permites te lleguen o afecten.
-Ay Leo, pero si tienes el espíritu postmoderno por dentro, para decir con delicadeza que careces de algún déficit al momento de relacionar las cosas. Mira que pasar de lo despótico a las emociones…
-No bromeo Ed. Yo le di valía a los comentarios externos de profesores y compañeros, también permití que me afectaran emocionalmente. Tendría que hacerme cargo de mis emociones, yo les di acceso.
-Eso no les permite el ser descorteses.
-Pero sí a ser honestos consigo mismos respecto a lo que piensan y dicen.
-No te engañes Leonard, mucha de esa gente cree que su vida, la gran mentira que llaman vida, es una verdad. Se encuentran inconscientes de su propia falsedad, así que el ser “honestos consigo mismos” no es más que otra manera de prolongar su disociación.
-¿Y quiénes somos nosotros para juzgarlos si vemos todo desde afuera? Es otra interpretación. Es otra mentira sobre su realidad.
-Y tenemos problemas de percepción ¿no?- Edgard se puso de pie- ¿ves? Por eso es mejor ser banal.
-Sofismos- dijo Leonard con gran coquetería. Estaba feliz de reencontrarse con un buen amigo, alguien que, si no compartía su misma visión, al menos estaba de acuerdo con los problemas que tenían todos sobre la disociación, sobre todo ellos dos. Sus diferencias los acercaban un poco más.