viernes, 17 de diciembre de 2010

Sofismos

Cuando se vieron Edgard no hizo más que abrazar a Leonard, quién a modo de aceptación le devolvió el abrazo, se quedaron prendados el uno del otro por un par segundos.
-Nada viene a mi… cabeza- balbuceó Leonard aún cuando estaban abrazados.
-Gracias por venir- le dijo al oído Edgard, después se separaron. Otra cita sabatina, otro momento de café, caminata y más planes por efectuar.
-Me extrañó muchísimo el recibir tu llamada.
-Tengo que admitirlo… me tardé en hacerla- dijo Edgard no sin mostrar una cara algo apenada.
Leonard conocía a Edgard desde tres años atrás, habían sido amigos íntimos hasta que Orlando, el ex novio y hasta ahora única ex pareja de Leonard, se acostó con Edgard. Después rompieron con su amistad. Leonard continuó estudiando en la universidad mientras Edgard probaba suerte como asistente en una galería de la capital. Sin saber nada sobre Edgard, Leonard se preguntaba si su amigo había conseguido el ascenso deseado, pero la verdad es que sólo había pasado un año que no se hablaban bien, y siendo más precisos, sólo unos cuatro meses que Edgard estaba de asistente en la capital, una corta cantidad de tiempo pero a él le parecía toda una vida.
-No es tu culpa, yo tampoco te llamé- Leonard no quería admitirlo, pero pensó que jamás se volverían a relacionar de alguna manera- ¿Cómo te ha ido? ¿Lograste todo lo que querías? Te ves… igual, sólo que un poco más delgado.
-Y tú subiste de peso… también sigues con lo glamuroso.
-Bajé de peso y volví a subir. Tengo un aspecto rollizo pero rozagante ¿no te parece? Y el glamur lo aprendí de ti, recuerda que yo no tenía sentido del buen vestir.
-Mejoraste- Edgard sonrió tenuemente- no me ha ido muy bien, el mundo del arte es una tontería, una mierda, más desde el punto de visa burocrático, económico y de sentido netamente subjetivo. Se da lo vendible, los que tienen conexiones o los que se saben mover. Aquellos que convencen con sus discursos aparentemente honestos, humildes y hasta supuestamente espirituales, pero la verdad es que no hay sustancia en sus propuestas, nada más allá de una pose bien elaborada. ¡Ay Leo! Si supieras el número de obra que llega hecha por pseudoartistas que no mide el alcance de sus piezas. Muchas son aceptables, el galerista debe mistificarlas si acaso quiere venderlas.
-No suena muy justo el asunto.
-La universidad es una hermosa burbuja.
-¿No pretendes regresar para terminar la carrera?
-Sólo me falta un año, claro que quiero regresar. A ti te falta un semestre, si no me equivoco.
-El semestre que sigue- suspiró- y termino los estudios, pero no estoy muy entusiasmado con nada en particular. Ni en continuar ni en terminar. Supongo que el ambiente de la escuela de arte no se compara a las galerías, pero digamos que allá tampoco hay mucha justicia. Cualquiera entrega una basura como trabajo final y el profesor le da un significado garrafal. Todo puede tener trascendencia, se mistifica a la obra de una manera inaudita.
-No te creas Leo. Todo inicia en las estúpidas escuelas de arte y su pensamiento conductista.
-¿A qué te refieres?
-De algún modo se inclina al público y alumno al pensamiento social. Eh asistido a otras escuelas como asistente de galería para buscar a algunos artistas que también son profesores. En ocasiones los espero hasta que terminen sus clases y no dista mucho de nuestra facultad. Incitan a sus alumnos a seguir un cauce de ayuda más bien social, pública, cultura y nacional. Los que trabajan a la introspección son mal vistos por clavarse en sus gustos personales, los profesores gritan, rezan y susurran porque sus alumnos sigan sus pasos, provoquen, inciten, hagan rupturas, hagan acto de presencia. Después, si algo sale mal, el profesor no sabe dónde meter la cabeza, el alumno tomó un camino inducido que crea frustración en él… es… bueno, hasta diría que es lo políticamente correcto en el arte.
-Te entiendo. Políticamente correcto pensar en los temas sociales y la transgresión. Involucrarse con los temas que se consideran “serios” de alguna manera- Leonard parecía muy seguro de sí mismo. Le agradaba que Edgard y él se entendieran tan bien.
-Encontrar una voz propia no es difícil, el mantenerla, ahí se encuentra la verdadera dificultad.
-No tanto por la calificación en la escuela de arte, sino por la visión que se tiene de uno mismo- Leonard se quedó en silencio por un momento- Edgard, este semestre me cuestioné de alguna manera el ser egoísta. De un modo en que en mis trabajos y piezas no hablé de nada más que gustos personales, que curiosamente- apuntó con sarcasmo- no conllevan a un referente social de fácil accesibilidad…
-No te entiendo- Edgard se detuvo en seco y lo volteó a ver.
-Que mi obra no tiene fondo social o cultural, es sólo una fantasía superficial de mis ideas egocéntricas.
-¿Quién te dijo eso?- a Edgard parecía que la idea le daba mucha gracia. Acercó una de sus manos al rostro de Leonard, le acomodó uno de sus tantos rulos para poderle ver bien a los ojos y esperó una respuesta.
-La mitad de los docentes y la otra mitad de los alumnos, ellos creen que soy un posador- la voz de Leonard se asemejaba a la de un niño acusando a su hermano ante la madre que puede efectuar alguna clase de castigo. Ante eso Edgard empezó a reír.
-Pero Leo- siguió riendo y se sentó en uno de los pórticos perteneciente a la gran avenida que caminaban- todos en esa facultad son unos posadores, al menos la gran mayoría, aquellos que te dicen posador es porque ellos también lo son. Los que te ven con naturalidad, esos te puedo asegurar que no son así- Edgard le besó una mejilla. No se lo esperaba- Y los profesores, ¿sabes cuántos de ellos deben fingir ser rudos, prudentes o tan siquiera pensantes porque creen tener la misión de hacer pensar a sus alumnos? El problema es que tú ya piensas, tienes una opinión y aún así te gusta ser banal. No me lo tomes a mal, tu banalidad es algo que disfrutas pero también piensas. Los últimos meses que te vi dentro de toda esta aparente superficialidad, fue cuando me di cuenta que estabas cansado de tomarte todo tan en serio, incluso a ti mismo. Eres un depresivo Leonard- volvió a reír- y siendo banal es la única manera en que no te deprimes en tu aire existencialista. Dime la verdad ¿prefieres ser una especie de Virginia Woolf dispuesta a tirarse al río, o una María Antonieta en sus mejores años de derroche?- Edgard le sonreía con una pureza casi insana en él. Leonard no lo había visto, hasta ahora, con un auge tan limpio y rozagante, incluso algo añejo pero orgulloso de su experiencia.- No tienes que contestarme Leonard. Es más, no tienes que ser nadie más que tú. Tus gustos son tuyos y nada más. Lo que ha de consternar a algunos de tus profesores es que tengas tanto conocimiento y sensibilidad, pero que lo reduzcas a una labor meramente entrópica y fantasiosa. Pero así eres tú. Estudias lo que te gusta, repeles lo que se te impone.
-Parece que me conoces de hace años.
-Tres, para ser preciso- Edgard guardó silencio, agachó la cabeza y al levantarla prosiguió- quería disculparme por todo lo que te hice…
-Ed, no sólo tú hiciste cosas malas. Ya lo olvidé y no quiero hablar de ello. Me incomoda un poco.
-Entonces no lo has olvidado.
-¿Qué importa ahora? ¿En verdad crees que somos culpables de algo? El otro día hablé con Trish. Te alegrará saber que está bien. Gana dinero, no mucho, pero lo suficiente para regresar el próximo año a la facultad. Me dijo ‘¿Quién puede juzgar a la gente si es buena o mala? ¿Bajo qué régimen se dice lo que está bien o mal?’. Después recordé de todo esto del contexto, la educación, los códigos sociales, el inconsciente colectivo, lo contaminados que estamos, todo parece una trampa dialéctica. Es verdad, ¿quiénes somos para juzgar los gustos y acciones de los demás? Incluso cuando se mate, engañe y exista la venganza todo parece tener una justificación que se absuelve según el entorno. Nadie parece ser el culpable. Sólo se hacen las cosas y el mundo sigue girando. Pensar en todo, eso me frustra.
-Pero tú conoces muy bien todo eso. La manipulación, el engaño, la traición, el ascenso y el empoderamiento de alguien que parece saber qué es lo mejor para los demás. Por eso te entusiasman tanto las cortes. Piensa en Enrique VIII.
-Lo sé, lo sé… pero matar a tantos, incluso a las mujeres que amaba.
-Que amaba. En el pasado. Enrique VIII es el sueño de cualquier déspota. Mató a sus esposas porque lo traicionaron de algún modo dentro de su retorcida cabeza, ¿y quién, en algún momento, no desearía poder matar al que le decepciona o da problemas?
-Yo jamás podría hacerlo.
-Quizá nadie dentro de la posición de un súbdito, pero cuando se tiene poder, entonces te das cuenta que todo está a tu disposición, salvo la confianza de quienes te rodean. Todos querrán manipularte.
-De algún modo ellos también lo crearon, sus súbditos crearon a Enrique VIII. Siempre creamos a nuestros déspotas, les alimentamos y empoderamos. Son como los comentarios y las emociones que permites te lleguen o afecten.
-Ay Leo, pero si tienes el espíritu postmoderno por dentro, para decir con delicadeza que careces de algún déficit al momento de relacionar las cosas. Mira que pasar de lo despótico a las emociones…
-No bromeo Ed. Yo le di valía a los comentarios externos de profesores y compañeros, también permití que me afectaran emocionalmente. Tendría que hacerme cargo de mis emociones, yo les di acceso.
-Eso no les permite el ser descorteses.
-Pero sí a ser honestos consigo mismos respecto a lo que piensan y dicen.
-No te engañes Leonard, mucha de esa gente cree que su vida, la gran mentira que llaman vida, es una verdad. Se encuentran inconscientes de su propia falsedad, así que el ser “honestos consigo mismos” no es más que otra manera de prolongar su disociación.
-¿Y quiénes somos nosotros para juzgarlos si vemos todo desde afuera? Es otra interpretación. Es otra mentira sobre su realidad.
-Y tenemos problemas de percepción ¿no?- Edgard se puso de pie- ¿ves? Por eso es mejor ser banal.
-Sofismos- dijo Leonard con gran coquetería. Estaba feliz de reencontrarse con un buen amigo, alguien que, si no compartía su misma visión, al menos estaba de acuerdo con los problemas que tenían todos sobre la disociación, sobre todo ellos dos. Sus diferencias los acercaban un poco más.

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