No se pudo desprender del libro en el automóvil, sí que estaba desvelado pero tenía que terminarlo, era muy sencillo, muy vulgar y excitante, como quién se come un hot-dog, algodones de azúcar y después se sube a una montaña rusa para poderlo vomitar al bajar de ella; sabes que la experiencia podrá ser mala, tienes en mente que no terminará bien pero aún así lo haces.
Bajó del coche y ya había terminado con la novela, dentro de las subidas, bajadas, golpes y rasgaduras en el cerro, un lugar hermoso, realmente precioso nadie lo podía negar, no pudo dejar de pensar en Golo y su amante quienes se metían supositorios de opio en el trasero(Leonard jamás había escuchado tal menester hasta antes de la lectura) ¿era que el escritor hacía una burla a los sistemas del arte, la carnicería del medio, así como la “opulenta” vida sus protagonistas, o sólo estaba haciendo una oda?
–Una oda a los supositorios de opio- le decía a su primo, con el que mejor se llevaba y cuya novia odiaba.
-No sabía que existían ¿no serán dolorosos?, digo… es que los supositorios dejaron de usarse hace mucho y ahora que lo pienso, el último supositorio que me pusieron fue a los seis ¿cinco años?
-¿Y aún lo recuerdas?
-¿Te das cuenta de lo doloroso que fue? Además, creo que te hace daño leer tanto.
-Ah, no me vengas con eso, al rato me dirás que pensar lo es también.
-No lo es si te sirve para distraerte o desembocar lo que piensas en algo… útil, pero sí, pensar demasiado puede matarte, además, estamos en la cima de un cerro, solo tú piensas en el opio metido por el trasero en la cima de un cerro.
-Me pone a pensar el tipo…
-Creo que lo que menos importa es si él está o no de acuerdo con ese tipo de vida, el punto es si tú lo estás.
-Antes no…
-Y ahora- su primo no pudo dejar de mostrar una cara algo consternada.
-Creo que es otro tipo de subsistencia al cual quiero ingresar, claro, sin los supositorios de opio.
-Entonces quieres llevar una vida “alocada”.
-No es que quiera una vida alocada, por favor, es que tengo veinte años y siento que la vida se va, se va, se fue.
-Escribiste una antología de cuentos a los dieciséis, lograste que te publicaran en una revista a los dieciocho, también un pequeño articulo por aquí y por allá, también alguna reseña.
-Este semestre me hice amigo de un chico sólo para tener espacio en una Bienal.
-¿Y qué piensas exponer? ¿La hoja de sala? No pintas, ni fotografías, ni esculpes, ni nada, tú escribes, es lo que haces.
-Bueno… ahora que lo dices, no sé qué pensaba exponer, pensaba porque creo que no entraré a la mentada Bienal.
-Mejor así, cuando te facilitan demasiado las cosas no las aprecias, ya sabes, el proverbio de las abuelas, las madres y demás.
-Me tiemblas las piernas.
-Es el azúcar, come esto- le dio una paleta de uva, Leonard odiaba la uva en las paletas, igual se la comió, eso y una barra de fruta, unos chicles pasados y otros más empaques de golosinas, ¿comida de deportistas? Seguro es mejor que un supositorio de azúcar.
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