viernes, 7 de agosto de 2009

Golo

Leonard estaba desvalido, después de subir un sinfín de rocas austeras con el libro de “Opulencia” en su mochila (un libro muy grueso, por cierto) sus piernas le temblaban y la ropa que había seleccionado era más bien para ir a centros culturales en lugar de trotar en rocas “semi-paradisiacas”, se la estaba pasando bien, de bomba y no era sarcasmo… pero ¿por qué llevaba la biografía de María Antonieta en su mochila? ¿Era acaso un tipo de penitencia pro glamur que ni se saciaba con sus lentes de sol y sus jeans muy entallados? –Dónde coño se me vino a ocurrir traer pantalones tan apretados- bueno, quizá no se la estaba pasando tan bien.

-Y aquella ¿qué te parece aquella?
-Bonita, sí es bonita.
-No es cierto, no se te hace bonita.

Leonard estaba un poco cansado con eso de que sus primos vinieran a preguntarle si las mujeres eran o no bonitas. Las mujeres le obsesionaban, pero había renunciado a ellas por un largo rato, nada serio desde Cecelia, nada serio- ¿En verdad fue serio?- Leonard decía, sí, no, no, sí, a las mujeres en su haber.

En sus noches de hotel se dedicaba a leer. Su familia era recatada y realmente lo agradecía, ya suficiente tenía con tanta congoja y dolor en su mente y corazón como para que el resto de su entorno retozara libertad y pulsión, pero la verdad también indicaba otras cosas: Leonard quería salir de noche, quería ir a un bar o al menos a un centro donde la gente lee malos poemas y el público en lugar de aplaudir chasquea los dedos frenéticamente, él pertenecía el chasquido frenético de los dedos.
-Pero cuánta melancolía- suspiraba Leonard pasada las tres de la madrugada. Acaba de terminar la biografía sobre María Antonieta, la Toinette, la “Opulencia”, todo desde que entraba a Francia y moría en la guillotina –Bailad, bailad malditos- pensaba Leonard, él era un Toinette condenado por su mismo protocolo adusto, no se permitía mayor fervor que la nada pululante… una página, otra página y no podía dormir, ahora que ni la cabeza de la última reina de Francia se encontraba sobre su cuerpo ¿era que la de él tampoco se encontraba ahí? Sacó el libro de repuesto, uno muy ligero que hablaba sobre el arte, las cuestiones ligeras de las relaciones y la homosexualidad, se llamaba “Temporada de caza para el león negro” de Tryno Maldonado, lo abrió y olió las páginas. Anotó dos cosas, debía dejar de cargar infinidad de libros a los viajes (pues no sólo le hacían mucho bulto, sino también que ya había comprado otros tres que debía trasladar hasta su casa) y que siempre disfrutaría con oler las páginas de los libros nuevos, viejos, usados, cuasi usados y desusados.
El libro se presentía demasiado corto e iniciaba: “Una vez interrogué a Golo sobre sus tenis…” –Zapatos- bufó Leonard, le faltaba comprar zapatos nuevos.
Si realmente se lo hubiera propuesto habría acabado el libro aquella misma madrugada, pero tenía que dormir, además, el libro exudaba libertad por todos los poros, hablaba sobre tener sexo y coger, así como ser cogido, rozaba lo vulgar (para su tipo de lectura) aunque recordó a la insidiosa mujer, de quién ya había leído sus tres libros sobre mujeres exitosas, sexo impudente y hombres por montones, aquí la cosa era similar, sólo que los bolsos caros estaban exentos y los trajes aún más caros de tal o cual marca resonaban con intenso estupor.
-Manido Tryno- se dijo- me pregunto si tiene algo de autobiográfico- Leonard se puso a reír como frenético, al menos lo más alto que le permitía la penumbra de las cinco de la madrugada – ¿pero qué clase de enfermo se retrataría en sus escritos?

Cerró el libro y fue a dormir. Le esperaba un día interesante y ferviente (porque no podía negarlo, le intrigaba la idea del día siguiente, o la continuación del día en transcurso) pero también muy cansado, y él sólo dormía en el carro.

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