viernes, 8 de enero de 2010

Casi, casi… Cassie Karenina

Desde Tristán e Isolda hasta Ana Karenina la historia de la novela en el occidente hablaba del adulterio e infidelidad, pero por lo mismo de evocar a la dificultosa ficción Leonard se encontraba en la tentativa de que eso no siempre sucedía en la realidad con tanta gallardía y al estar aquí en la tierra y no allá en el papel empastado lo ponía en un lugar seguro, sólo que con Orlando había salido de dicha zona de confort con la decepción como mentora de la experiencia. Él no era María Antonieta esperando la salvación de un Axel Von Fersen, ya que los caballeros polacos estaban en extinción y allí en pleno campo auspiciaba su perdición emocional y no paraba de preguntarse una y otra vez ¿cómo era que Jane Austen no se había sentido tan sola en medio del campo? Seguramente era porque tenía a su hermana a su lado, por la noches cuchicheaban por horas, o quizá tenían tanto que hacer que ella y Casandra no debían (ni podían) quedarse la noche en vela.

Después recordó la razón por la cual estaba en aquella situación, el campo, la muchedumbre, rememoró los últimos días de clase donde sólo dormía dos horas al día, su relación con Orlando había terminado y aún así sonreía, ¿qué más le quedaba? El semestre en aquel entonces llegaba a su fin, los trabajos maduraban y la exposición sobre la escultura en el neoclásico al fin estaba resuelta. Ahí en su mente estaba su profesora que hacía dos años atrás le había dado “Renacimiento y Neoclásico”, la que repasó al mismo Neoclásico en menos de media hora enunciando “Todo lo que parece viejo pero es nuevo, eso es el Neoclásico”. El espíritu del neoclasicismo estaba en él. El viejo sentimiento estaba en la época actual: la nostalgia y la melancolía. Se recriminaba por haber amado tanto a Orlando.

En el último día de clases eran las cuatro de la madrugada y tenía que arreglarse para salir a las siete de la mañana, dormiría unas dos horas… pero aún debía bañarse y el agua le quitaba el sueño. De cualquier modo no tenía sopor alguno, tres tazas de café habían hecho lo suyo, eso y que no comía, tenía tres días sin comer. Era miércoles y todo había iniciado el domingo cuando prendió la televisión y vio la repetición de aquel programa británico sobre adolescentes delineados cual arquetipos que en más de una ocasión caían en el estereotipo. Alfi se la había recomendado el programa, Emily también, Petter se lo había sugerido, el maldito Orlando comentó algo sobre él, incluso Susana (que poco le gustaban ese tipo de series) le incitó a verlo. Pero Leonard no quería, cuando mucha gente le decía lo que tenía que ver entonces no lo hacía, así de simple. Morgause era de la misma opinión.

-Una vez vi el programa, bueno, el final de un capítulo donde un tipo muy guapito ese decía “¿quieres tener sexo?” a otro tipo algo lindo. Y ya, acabó- le comentó alguna vez Morgause cuando el tema había salido a la mesa.
-Sí, yo también vi una escena donde un tipo no tan guapito con lentes, tocaba la puerta de una casa y le decían “¿vienes por lo del trío?” Y puff, se fueron a comerciales y con ello también mi presencia.
-Ay el sexo- le comentaba Morgause con desinterés.

Pero la escena que había visto aquel inicio de semana no era sobre el sexo, era sobre la comida. De una niña que no comía y fingía que lo hacía mientras hablaba mucho distrayendo a las personas que le acompañaban en la mesa. Entonces la tipa empezaba a tener alucinaciones que le decían desde el más allá del universo culinario: “COME”.
Leonard apagó el televisor y pensó que era estúpido. Aquella mozuela pretendía estar siempre feliz a pesar de estarse muriendo por dentro… ¿no era muy distante de lo que le había pasado a él en el verano pasado?... y un poco en el presente
-No- se dijo- yo no podía fingir estar bien porque realmente me sentía mal- entonces lo volvió a pensar y tuvo miedo. Las vacaciones solían afectarle porque se quedaba sin actividades. No es que careciera de vida social, “casi” siempre tenía algún lugar a donde ir, con quién salir, sin embargo era ese “casi” lo que le mataba. Para alguien como él, que todos los días tenía actividades frenéticas, charlas al por mayor y muy poco tiempo para ocuparse de sus pensamientos (a fondo), tener tiempo libre era como un gusano que se introduce por la oreja y no se le puede sacar porque ya ha ingresado al cerebro. Seguro, si acaso no se cuidaba, se deprimiría, pero ésta vez no estaba dispuesto… o eso creía él.

La cosa se adelantó. El lunes de aquella semana había asistido a su clase sobre programación en la web, donde él era una bestia descomunal, nunca hacía nada preponderante más allá de discutir sobre los Marxistas de clóset, las postmodernidad y la geopolítica del cine, eso a él se le daba bien, pero lo que era dar entrada y salida a un código, mejor ni pensarlo.
Podía vivir con ello, con su alegre farsa, pues siempre aprendía algo nuevo, por muy vano, frívolo o aparentemente insignificante, siempre existía la novedad. Eso le agradaba, pero creía no estar dando el ancho, cada lunes recapacitaba sobre su incapacidad para cumplir alguna tarea al 100%. No era animador, ni fotógrafo, ni escultor, ni pintor, ni artista conceptual, ni un buen teórico, ni un escritor en ciernes, o desarrollado, o culminado; era bueno hablando y discutiendo sobre cualquier cosa… era bueno distrayendo a la gente, fue lo que pensó.
Entonces tuvo una epifanía algo tortuosa. Se vio frente a su instructora del taller de programación, se percató de que tenían grandes y amenas charlas. Él con el estómago vacío y ella con un refresco bajo en calorías en la mano, eran las cuatro de la tarde y el trabajo no salía, pero Leonard no podía juzgar, ya que retrasaba a las personas más que ayudarles, las mantenía contentas y en forma, las personas eran fáciles, pero por favor, nada de computadoras.

Ahí, a punto de dar las cinco de la tarde, él pidió permiso para ir a comer algo. Estaba cansado de “distraer” en pro de convencer de que estaba haciendo algo. Se sintió como la tipa esa que no comía y sólo pretendía hacerlo, eso y ser feliz, también pretendía que era feliz.

Comió algo ligero en plena soledad. En los fines de semestre prefería estar solo, sentía que las personas le quitaban el tiempo. Fue mucho lo que engulló, estaba a punto de retirarse de la cafetería cuando llegó Emily.

-¿Aún aquí Leo? Es algo tarde.
-Por la web, las cosas no salen ¿sabes? No debí tomar la materia, no sé qué calificación tendré al final del semestre.
-Una buena nota. Dicen que hablas mucho.
-Las buenas notas no se dan por parlotear como cacatúa.
-No me malinterpretes, lo decía por tus opiniones…
-Sí, hablo por hablar y nada más, no hay mucha sustancia…
-Nadie lo creería- le interrumpió Emily.
Leonard quería explicarle que se sentía insuficiente, que acababa de comer una sopa, una ensalada, un filete y un refresco en menos de diez minutos, que había dormido sólo dos horas desde el jueves de la semana pasada, y que justo en ese momento sentía náuseas. Pero no pudo, lo dejó así, se despidió con premura y corrió al baño.

Vomitó

-Tenía que pasar ¿no?- murmuró mientras sacaba un pañuelo desechable - todo iba muy bien, debía pasar- sintió el ardiente impulso en la boca del estómago, se contrajo, lo sintió por el esófago, la garganta, la boca, la lengua, los dientes-… descascara la envoltura- recitó en su cabeza el poema de Sylvia Plath- … oh mi enemigo ¿aterro acaso?- el líquido fluía, el proceso era como la resurrección de la misma comida, el quimo que antes había sido el bolo alimenticio, que antes era la sopa, todo en el retrete- … sí, sí, Herr profesor, lo hago.
Eso era la reducción formal del poema “Lady lazarus”. Estaba pasando, así había sido apenas un par de meses atrás, vomitando, sintiéndose mal, y luego la ventana, la tentadora ventana como única salida.

Se limpió los indeseables restos de los labios. Se enjuagó la boca en el lavabo, sacó un chicle sabor a menta, rió un poco, recordó la película de “Nick y Norah, una noche de música y amor”, donde el chicle y el vómito tenían un gran protagonismo, pero se diferenciaba en que aquello era comedia y eso lejos de ser un drama, era la pura realidad.
Tomó aire, era momento de pedir ayuda a algún especialista... recordó el capítulo de la serie británica donde la tipa hacía lo mismo, le llamaba a la doctora fulana de tal para que la volviera a tratar.
Leonard se preparó, arregló el cabello y salió del baño con total soltura, “No pasa nada”, se decía, “No pasa nada, la vida es adorable”. Entonces volvió a entrar en el aula de trabajo y siguió como si en efecto nada hubiese pasado. La diferencia es que desde el lunes no comía ni dormía bien.

La cosa, lo que fuera, había regresado y fue así, como en el verano, había huido de la ciudad buscando la paz que tanto ansiaba; la navidad y el año nuevo estuvo con su familia en la misma casa, pero cuando el resto de sus familiares tuvieron que marcharse se quedó solo con un par de extraños tan cotizados como sus problemas, la supuesta casa de veraneo era ahora una cárcel provisional –Al menos aquí estoy a salvo- se dijo mientras dejaba su teléfono celular en el buró de noche, no había recepción.

Semanas atrás ansiaba una llamada o señal de vida por parte de Orlando, pero evidentemente ya le había olvidado por la misma razón de su falta de amor, entrega o fidelidad, cualquier cosa que le vinera a la mente. Lo esperó, pero nada sucedió, fue cuando Leonard en un ataque de total indiscreción (made in Ana Karenina) borró a su amado de todas sus redes sociales, incluso su número telefónico, no podía sucumbir ante la tentativa de llamarle ya que no recordaba el número, y aún en la noches más frías y llorosas en el campo, aún ubicando la única zona donde podría obtener recepción sabía que no podía llamar a Orlando porque el número ya estaba perdido, el correo electrónico también, cualquier forma de comunicación –Es mejor así, si no me ama que la cosa termine en un soplido, se sacudió de mí como una mota de polvo, no me buscó, lo único que yo amaba era el amor de Orlando y como él no me ama entonces todo está perdido- dejó su teléfono móvil y salió a pasear por el campo –Como si esto fuera Inglaterra y yo estuviera en la época georgiana ¿llegará el momento en que pueda verlo sólo como una simple amigo?

-¿Va de salida señorito?—le dijo una mujer de sesenta o setenta años de edad, que dentro de los diez años de diferencia era tan jovial como el mismo aire de campo podía proporcionarle.
-Leonard o Leo, no me digas señorito Betsy- dijo él con tono alegre y resuelto.
-Bien, bien señorito, ¿cómo amaneció hoy?
-Adorable, el día entero es adorable, sólo me pregunto si podré hacer algo bueno para variar.
-Sé que el día es adorable, como siempre dice usted, pero le pregunté cómo amaneció usted no el día.
-Me sorprende su atención sobre mi expresión acerca del día, sin embargo sigue ignorando mis acotaciones sobre ser llamado Leonard.
-Tranquilícese señorito, esto no es una cárcel, se puede ir cuando quiera.
-Aquí estoy bien, libre de toda tentación tecnológica.
-¡Bah!- exclamó la mujer- ustedes los jóvenes que viven más por una pantallita que en la misma carne, vaya pues señorito a disfrutar de su adorable día.
-Gracias Betsy.

Era verdad, ahí era libre de toda tentación. Orlando no llamaría y si lo hacía no existía recepción alguna; también carecía de cualquier medio de comunicación hipertextual, además, nadie le conocía, la mujer de la entrada se empeñaba en ignorar el nombre de sus inquilinos, para ella era señorito, señorita, señor, señora, perro, gato, volatilidad sensorial, si acaso le preguntaran a Betsy por él, la mujer contestaría: “¿Un joven muy delgado y demacrado?, siempre huele bien pero tiene unas enormes ojeras, toma sus pastillas para dormir”. La gente del lugar lo sabía, la mucama había descubierto sus ansiolíticos, era un adicto y no sólo al café, la nicotina y los ansiolíticos, sino también a ser amado. Porque a pesar de estar en un encierro al aire libre Leonard no podía dejar de pensar en Orlando y más allá, en todo aquello que el hombre le había bridado: felicidad.

“Son esas cosas a las cuales te haces adicto al no haber probado con anterioridad una caricia tan sincera, unos besos tan sublimes y una agradable compañía, más que todo se vuelve necesario, el amor es una cosa necesaria, amar y ser amado en correspondencia –escribía Leonard a su amigo Alfi- No logro olvidarlo a él, y cuando lo hago, aún en cama leyendo una buena novela vienen a mí sus jugueteos, su presencia, su contacto, pero alejo todo ello con la noción de su infidelidad así como su desinterés. Una nota me envió por correo electrónico antes de venir aquí, una muy corta, la cual decía si acaso no podía sobrellevar las cosas debía sobreponerme pues las relaciones con hombre son así, pero de igual manera esperaba que yo estuviera bien. Su correo me hizo sentir tan miserable que no tuve el valor de contestarle. Odio que las cosas se estén trivializando, estoy mejorando, pero cuando creo estar en óptimas condiciones entonces recaigo y algunas personas empiezan a notar que como poco y duermo menos que poco. Aún así es un año adorable, el inicio de todo lo bueno viene en camino, ahora me doy cuenta que tengo poca compañía y menos personas en las cuales confiar, son pocos mis amigos y menos aún aquellos que deseen escucharme. No contestes esta carta. Sé que no lo harás porque esto del servicio postal no es lo tuyo, aún no tengo ni la menor idea de cómo diablos voy a enviar la carta, creo que tienen estampillas en la recepción, deséame suerte, aquí tengo mucho sol, mucho pasto, mucho aire fresco, también traje muchos libros, justo ahora leo “La muerte en Venecia” y no podría ser más indicada…”

Terminó la carta y la cerró, iría a la recepción y rápido, estaba a punto de llover, eso puso de buen humor a Leonard.

3 comentarios:

  1. Me gusta mucho tu estilo. Además se nota que eres un lector voraz. Eso me agrada. Pronto estaremos organizando unas reuniones literarias, ojalá nos quieras acompañar.

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  2. ¡Wow!, a mi también me agrada tu estilo. Y también se ve que lees mucho. Me agrada :)
    Después me daré tiempo para leer tu Blog completo, o por lo menos algunas entradas más. Gracias por pasar por mi Blog. Una suerte que pasaras si no jamás habría pasado por aquí. Me gusta tu Blog, no puedo evitarlo… me agregaré a tus seguidores.
    Y pues sí, tienes bastante razón, es muy independiente lo que piense el lector y lo que quiera tomar y entender a lo que el escritor quiera comunicar o transmitir. Es cierto, mas también es cierto que dependiendo de lo que leen es como van a interpretarlo. Creo que el cómo es tan importante como el qué (rayos, yo y mis explicaciones todas feas).
    Bueno, saludos, espero verte más seguido por mi Blog. Es un placer. Yo pasaré también más seguido por aquí.
    Y pues sí, te hago la misma invitación de Davo, espero conocerte prono y contar con tu presencia alguna vez en esas reuniones.
    :D

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  3. Gracias chicos por pasar y leer el escrito. Me encantará ir a las reuniones, sólo espero estar a la altura. En efecto me agrada leer y escribir, el problema es cómo algunos teóricos dicen de Jane Austen: “Quería leer más de lo que podía escribir”, pero yo ni leo tanto como quisiera y escribo aún menos. Claro que ya soy todo un blasfemo por compararme con Jane Austen… JO, una de mis maestras de la literatura.

    Saludos, yo también paso a revisar sus blogs, siempre se encuentra algo bueno qué leer.

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