lunes, 28 de febrero de 2011

Bolena en las entrañas

-¿Me quieres?- preguntó entre las sombras tranquilamente.

-No sé- contestó el otro con mucha más calma.

-¿Me quieres o no? Tienes que decírmelo- insistió Leonard bastante ebrio en la oscuridad. En la oscuridad porque el francés no besaba en público, en la oscuridad porque aunque el francés tenía novio en su país natal, sus padres lo sabían y se decía protector de los derechos homosexuales… el francés, no besaba en público.

-Me tengo que ir- dijo Jean-Paul algo mareado y cansado de tanta palabrearía insensata por parte del estúpido mexicano.

-¡Necesito saberlo!, ¡sólo dime si me quieres!- gritoneó Leonard. Estaba ahí, el drama estaba nuevamente en su vida como catalizador de la existencia.

-No sé, ya te dije que no sé- el francés se veía bastante irritado.

-¡Sí o no!- vociferó Leonard. Estaban en su departamento. La fiesta sonaba en el exterior, ellos se encontraban en la habitación de Leonard, se habían escondido porque el francés lo evitaba en público.

El tiempo se presentía lento pero no tranquilo, asfixiante sería la palabra que le venía a la mente a Leonard, su pseudo relación de un mes con el francés era eso, asfixiante, una relación sustentada en el sexo y la infidelidad. Jean-Paul tenía novio, un novio que no lo quería (pues este amaba a su ex novio), aún así el francés amaba a su novio pero le era infiel (sospechaba Leonard) en un frenesí de venganza. Se follaba el mexicano como sinónimo de aparente libertad, era como decirle a su novio en Francia “Mira, tú amas a tu ex novio, yo me follo al mexicano”. Después Leonard se enteró que todo lo publicaba en su facebook, como él en algún momento lo hacía en los blogs. Todo eso le parecía una mala serie norteamericana, y se preguntó si acaso la vida dictaba lo que pasaba en la televisión, o era la televisión la que se incrustaba en el inconsciente colectivo.

-No- dijo Jean-Paul y rompió la lentitud del tiempo, el sopor, el ardor, la ambigüedad emocional. “NO” dijo Jean-Paul, no lo quería, ya ni hablemos de amar, sencillamente no lo quería. ¿No era eso lo que quería Leonard?, ¿una respuesta? Karen, su amiga en México, le había dicho que cualquiera que pregunta debe someterse a la respuesta. Entonces ahí estaba la contestación, un “NO”. Pero eso no fue todo, también hubo una plusvalía- Sólo quiero jugar contigo- remató el francés con una sonrisa burlona… al menos le pareció ver una sonrisa porque estaban en la oscuridad.

La reacción de Leonard fue como la de Ana Bolena al ser acusada de perder al primogénito de la nación. Ardió en llamas por el interior y lo cacheteó, golpeó fuertemente su rostro con la mano abierta. De un momento a otro Leonard había pensado en hacerlo, pero sin mayor preámbulo, cuando recuperó la conciencia, ya lo había hecho. Lo golpeó, con mano abierta, como una jotona de la más baja ralea, como una princesa estúpida, todo un gay indignado sin dignidad.

-¡LÁRGATE!- gritó como nunca en su vida- ¡LÁRGATE!- y vio como el francés se ofendía hasta la médula y salía al salón principal como todo un Enrique VIII herido en el orgullo, ¿o sería mejor decir un Luis XIV?, sí, un Luis XIV, porque Enrique VIII habría devuelto la cachetada, Enrique VIII habría besado en público, Enrique VIII hizo a Ana Bolena pagar, cualquier cosa o aspecto, pero no sería la orgullosa indiferencia.

Leonard se quedó cual Bolena, con la imposibilidad en las entrañas. Le era insuficiente, todo su conocimiento, toda su cultura, el que cruzara “el charco” (como llamaban los mexicanos al atlántico), que expusiera en lugares algo reputados, que terminara cuentos, novelas, críticas, que fuera un alumno perfecto o un buen amigo, un hijo modelo, que supiera ocultar toda su vanidad, que supiera engañar, nada le servía con un hombre como Jean-Paul al que el orgullo le era sinónimo de vida. Jean-Paul no le quería, como nadie le había querido cual pareja.

No debió golpear a Jean-Paul, debió golpearse a sí mismo, explotar. Pero como una Ana Bolena abortista, ella no podía hacer nada para no perder al hijo, ella no podía hacer nada para quedar embarazada si no la penetraban… Leonard no podía hacer nada ante el desinterés y la falta de afecto por parte de Jean-Paul, nada más que controlar sus emociones, y eso no lo logró.

A la mañana siguiente le envió un mensaje pidiéndole disculpas por haberle gritado y abofeteado, también le solicitaba el verlo en persona para aclarar la situación, pero Jean-Paul no contestó. Ese día no salió de su departamento, tomó un libro y lo devoró sin mayor interés que el vaivén de las páginas; escuchó “Koop Islands Blues” y no fumó ni un cigarrillo. Volvió a pasar, perdió otro hombre ¿y qué? La vida, su vida, en todos lados era igual, porque sin importar donde se encontrara los patrones psicológicos no se perderían. Cerró el libro, era media noche y salió a bailar. La vida seguía con o sin Francia a su lado.

viernes, 25 de febrero de 2011

Erasmus

Según la wikipedia, santa madre de toda la información falsa, ERASMUS es el acrónimo del nombre oficial en idioma inglés: European Region Action Scheme for the Mobility of University Students, "Plan de Acción de la Comunidad Europea para la Movilidad de Estudiantes Universitarios”. Lo que lleva a que un alumno Erasmus es un chico o chica, europeo que se encuentra de intercambio en un país de Europa que no es el suyo.

Los Erasmus eran muy comunes en la nueva escuela de Leonard (que ya ni tan nueva, un mes se había pasando volando), estos chicos se la pasaban haciendo fiestas, estudiando poco, saliendo cada noche, bebiendo vino barato, teniendo sexo con otros Erasmus y sobre todo, engañando a sus parejas. La mayoría de estos jóvenes tenían novios en sus países natales, pero, conociendo la mala fama de los alumnos Erasmus, muchos terminaban con sus novios o hacían una pausa durante su estancia. Jean-Paul era un Erasmus. Jean-Paul tenía novio en Francia.

Lo irónico de la ecuación es que ahora Leonard era una total Du Barry, amante de un chico francés, amante de un Erasmus que sólo deseaba ¿divertirse?... la verdad era que Leonard se estaba involucrando cada vez más con su chico francés, ya lo llamaba así “SU CHICO FRANCÉS”. El chico a veces delicado, en otras tantas arrogante, amoroso, tierno o vehemente, Leonard no podía dejar de pensar que si la distancia entre él y Jean-Paul no fuera tan grande, entonces quizá sería el hombre perfecto. Pero claro, la perfección no existía.

Sentado en el sillón de su departamento, con cigarro en mano (lo estaba intentando dejar) tomaba la obligada taza de café vespertina. Un hombre acababa de salir de su departamento, un hombre español no muy joven pero tampoco viejo, algo feo pero de cuerpo atlético… sin embargo a Leonard no le importó. Quedaron de verse para tener sexo pero después él se sintió desinteresado, veía al español como un paño húmedo y arrugado, viejo, triste, blasfemo… ¡era una blasfemia!, le gustaban las cosas vulgares de México, -Le gustan los grupos musicales para chicas y pensó me seduciría con sólo decir que era mitad español y mitad mexicano- Leonard estaba molesto, pero ¿por qué?, ¿qué le hacía hervir la sangre?- además- vociferó, en ese momento estaba sólo en su departamento, las chicas con las que compartía el sitio habían salido- dijo que era joven… ¡joven! Joven se es aún a los treinta años, dijo tener treinta años, pero él tenía casi cuarenta… ¡y cinco!, a la mierda con ese hombre…- se quedó callado. Jamás en su vida se había sentido tan inferior, superfluo, se había dejado tocar por ese vejestorio ignorante lleno de frustraciones homosexuales, lo quería de “amigo sexual”- pero si ya tengo un amigo sexual, ese es Jean-Paul… pero… pero… ¡carajo!- se había prometido no comprometerse con nadie, ni de manera social, ni mucho menos de forma emocional. Sin embargo ahí estaba Jean-Paul, él con toda su conducta francesa, su gusto por lo kitsch pero su gran nivel cultural ante las leyes, la historia de su país, un intelectual sin duda, algo prepotente pero inteligente… no del todo, en algunos puntos era cerrado y conservador. Se batía en duelo si era necesario por el simple hecho de proteger una idea, una idea errada, aunque supiera que estaba errada la defendía por mero orgullo. “Los opuestos se atraen”, pensó Leonard.

¿A quién pretendía engañar? Sí, el vejete español tenía un par de canas, pero no era feo, tenía muy buen cuerpo, un excelente color de piel, pero parecía faltarle personalidad y alma. No se podía interesar en él, aunque había estado en tiempo pasado con otros hombres viejos, calvos, gordos, hombres que le pagaban por sexo. Pero este que era por placer, pues sencillamente no le daba ninguna clase de bienestar. Estaba a tres centímetros de amar a Jean-Paul, porque sólo pensaba en él, por eso todos los demás le parecían o muy viejos, o muy feos, o muy ignorantes, muy torpes, obtusos, blancos, calvos, muy gordos, muy delgados, muy amanerados, muy masculinos, muy musculosos, muy altos, muy bajos, muy distantes de lo que no era Jean-Paul y sus hermosos ojos color marrón claro.

-Pero él tiene novio, un hermoso novio francés con el cual se la pasa teniendo sexo en lugar de entrar a sus clases- se decía Leonard a sí mismo al recordar que Jean-Paul había alardeado de su poder para pasar sus materias con mucha facilidad “Prefiero ir a tener sexo con mi novio y hacer fiestas”, le dijo Jean-Paul – ¡Y ya!, pues ama a su novio, ¡que vaya a Francia para follarlo! Yo no estoy aquí para ser su juguete sexual, maldito Erasmus de mierda.

No es que Leonard quisiera un novio definitivo en España (lugar donde estudiaba), sobre todo porque no podía tener una relación estable después de sus seis meses (ahora cinco… ¡cinco meses!, moría de miedo, el tiempo se acababa) pero lo que sí quería era alguien especial para pasar esos meses… y Jean-Paul lo era en muchos sentidos, pero no en otros tantos.

Sólo estaba seguro porque se odiaba. Primero por involucrarse con un francés; después por intentar hacerse el indiferente y llevar a un vejete español a su departamento; al final por dejar de ser objetivo sólo porque ya nadie le importaba más allá de su chico francés.

jueves, 17 de febrero de 2011

Desayuno francés

Leonard despertó a las siete de la noche en su cama. Estaba sólo y se sintió ligeramente triste porque él no estaba ahí. Hacía cinco horas que lo había dejado en su departamento después de haber pasado la noche juntos y casi toda la mañana abrazados. Jean-Paul era su nombre. Un chico francés de su edad que quizá no se asemejaba mucho a los estándares estéticos del eurocentrismo, sin embargo, el punto aquí se refería a que Jean-Paul era diferente.
Mitad francés y mitad español, más orgulloso de su parte francesa, el chico estudiaba derecho, era ávido en la manipulación de la ley, los libros y los hombres. No podía negarse, la primera vez que Leonard lo vio pensó que era un francés poco agraciado, sin embargo cuando empezó a hablar con él se dio cuenta que era muy culto y bastante inteligente. No le importó que estuviera ligeramente pasado de peso o que su estilo no fuera el más indicado para vestir, lo único que le intrigaba se refería a si Jean-Paul era gay.


Leonard compartía su departamento con un par de chicas, una de ellas era francesa de nombre Chloe, su amigo era Jean-Paul. Desde la primera noche en que fueron presentados Leonard se percató que a Jean-Paul no le agrada, sencillamente porque era latino, un chico de tercer mundo y seguramente una persona bastante ignorante. Al platicar juntos ambos chicos se quitaron un par de prejuicios, aunque eso no significaba mucho. Todo se relajó cuando Leonard asistió a una fiesta en el departamento de Jean-Paul, y después, algo ebrios los dos, se acostaron.
Fue una noche bastante activa, y de alguna manera, la mañana fue aún mejor.
-¿Te molesta si fumo?- dijo Jean-Paul con un español poco elaborado pero entendible.
-No hay problema- contestó Leonard. La verdad es que sí lo había, pero estaba demasiado encantado con la compañía del chico francés que poco le importó.
-¿Te gustaría desayunar? Quiero café… necesito café- el chico francés no sólo era algo adicto a la nicotina, sino también a la cafeína, igual que Leonard.
-Me conformo con desayunarte a ti- Leonard se sonrió y después no pararon de besarse. Disfrutaba mucho el estar entrelazado con Jean-Paul. Le daba una calma que no había experimentado en meses.
Esa mañana, abrazados los dos, hablaron de Simone de Beauvoir, Moliere, Napoleón, Luis XIV, madame de Pompadour, de que los franceses no querían mucho a María Antonieta porque igual no era francesa, de Voltaire, de Goethe, Enrique II de Francia, de la dinastía Tudor, de muchos temas de forma somera, de los poetas que conocían y les agradaban, de la música, de Mylene Farmer y que de alguna manera bastante bizarra Jean-Paul amaba a Madona y Lady Gaga. Empezaron a construir el día los dos juntos.
-He vivido mucho tiempo en París, no soy de ahí pero tengo muchos amigos en París… te gustaría ir, bueno, más porque estudias arte.
-¿Te gustaría ir conmigo?
-Sí, podemos ir los dos juntos a París, conozco la ciudad muy bien. Cuando conoces París ya nada es igual, todas las demás ciudades son malas. Esta ciudad es mala.
-A mí me gusta mucho esta ciudad- si supiera, pensó Leonard, cómo son las ciudades de donde yo vengo.
-Ya verás París- Jean-Paul lo rodeó y lo besó hasta la saciedad.
Desde hacía tanto tiempo que Leonard no se sentía tan tranquilo y feliz al lado de un hombre. No quería soltarlo, temía que si lo dejaba en ese momento, entonces el chico francés se iría y desaparecería como todas sus anteriores conquistas sexuales. Pero él lo sabía, Leonard lo sentía, esta no era una típica conquista sexual. Sí, el sexo había sido estupendo, quizá esperaba mayor experiencia en el chico, pero la culpa la tenía Leonard por haber compartido la cama con tantos hombres mayores.

Cuando Leonard se levantó el encantó se rompió. Jean-Paul siguió fumando y le ignoró fríamente, después de terminar su cigarro le dijo:
-Tengo que ir a comprar más cigarros.
-Claro… quiero bañarme, después creo que me voy.
-Como quieras- dijo Jean-Paul sin mayor sentimiento, no con indiferencia o desagrado, tampoco con ganas de retener a Leonard, sencillamente era un amplio “como quieras” en todo el sentido de la expresión.

-Como quieras- bufó Leonard en su habitación algo cabizbajo porque se había dicho que no estaba dispuesto a querer o interesarse en nadie una vez que estuviera en Europa, pero ahí estaba Jean-Paul y no veía la hora de volver a estar con él.

domingo, 13 de febrero de 2011

El viejo pensamiento en el viejo mundo

No se podía competir… aunque el asunto en el viejo mundo no se tratara de competencia, sencillamente no se podía competir. Los americanos tenían una noción distinta del mundo, y los latinoamericanos aún más distinta que los americanos, por lo tanto, estando del otro lado del mundo, Leonard no lograba una completa adaptación con los europeos. Eso no significaba que su vida en aquella nueva ciudad fuera mala, es más, sentía cada emoción con una nueva autenticidad, recién nacido, recién sacado el ovillo intelectual, ahí, Leonard, el chico snob y cuasi citadino, el mismo que había tenido época de esplendor y después de derrota, ese Leonard no existía. Leonard era nada, un vacío, no contundente, más bien un vacío que evocaba levedad y pureza, un vacío decidido a llenarse con un nuevo contenido, de eso se había dado cuenta en las primeras semanas cuando intentó tontamente seguir su ritmo de vida anterior.

Parecía ser que los alumnos de intercambio escolar no estudiaban. La mayoría del tiempo permanecía al lado de otros jóvenes de intercambio dentro de Europa, el viejo mundo, todos encantadores aunque no siempre pensantes. Quizá el prejuicio de que todos los europeos eran pensantes debía ser el mayor lastre en la cabeza de Leonard (que eso le sirviera para respetar más a sus contemporáneos latinos), su panorama no se abría hacia el mundo, sino a la introspectiva, sobre sus raíces, estaba empezando a valorar más sus orígenes y eso, aunque irónico, le daba un toque de satisfacción a su vida.
Con un par de materias (no había tomado muchas asignaturas) se sentía un poco relajado para completar el curso sin mayor problema, estaba finalizando la carrera, el último suspiro, la cúspide de la montaña… ¿o sólo el principio de la escalada? Seguramente podría ponerse a divagar por horas sobre la importancia de terminar etapas en la vida y que sin mayor problema se inicia otra etapa, por la simple razón de que una cosa sucede a la otra, nada más, no existe estatismo sino es hasta la muerte, y Leonard no estaba ni remotamente muerto.

Intentando regresar al estilo de vida de cuando se encontraba solo y tenía su propio departamento (hacía un par de años en la ciudad que estudiaba), salió las primeras semanas de bar en bar, un par de discotecas y un par de hombres también, ahí la oportunidad de tener sexo internacional era bastante accesible, sin embargo eso no le satisfacía, ¿había un problema ahora con el concepto de eurocentrismo?, ¿Que los chicos, y no tan chicos, de tez blanca, ojo claro, pelo rubio y uno que otro con pectorales marcados, perforaciones corporales y acento para él extraño, ya no le satisfacían? Eso pertenecía al pasado, el pasado en el presente. Le escandalizó, primero, que el haber cambiado de ambiente sólo le trajera una adicción por el pasado, lo seguro en algunos aspectos y peligroso en otros tantos (el VIH siempre estaba ahí como una escalofriante amenaza); después le pareció chistoso que “el viejo mundo” le trajera viejas experiencias. No obstante era momento de cambiar, ¿de qué manera? No lo sabía, pero estaba seguro, que aunque no dejaría el sexo continuo, preferiría ser menos impulsivo cuando conociera a un chico; también se relajaría dentro de los estudios, su último semestre debía ser tranquilo, era el paso previo a la realidad laboral, después de su estancia en el extranjero regresaría a su país para buscar trabajo, intentar hacer una maestría y quizá al fin consagrarse como el homosexual que deseaba ser, una propuesta estable para una relación amorosa, madurar un poco más a sus próximos veintidós años, ingresar al mundo real y… se sentía como una nena de quince años haciendo esa lista mental.
Volvía a la no-existencia, sin embargo esta no le frustraba, parte de él estaba como recién ingresado al instituto, era absurdo, pero así se sentía, con quince años otra vez… sí, estaba como una pequeña nena de quince años, o peor aún, como un niño de doce años que acaba de descubrir la sexualidad, pues no podía dejar de ver a los extranjeros y desearlos.
-Aquí todos son atractivos- pensaba Leonard- estoy algo cansado de que hasta el hombre que entrega el periódico sea sexy –se quedó pensativo por un momento, tontamente pensativo- no… creo que no me cansa que todos sean guapos y de cuerpo ardiente. Todos son apetecibles, ¿cómo contenerme ante eso?

Se le estaba haciendo una costumbre sentarse en la terraza de su departamento a tomar café y fumar durante un par de minutos los fines de semana, cuando los chicos europeos entraban, unos, al gimnasio que se encontraba al lado derecho de su departamento, y otros, a la piscina que se encontraba al lado izquierdo. Era una pena que a lo único que fuera adicto (además de los hombres) fuera la cafeína y la nicotina (estaba dejando de lado la escritura y la lectura, se estaba relajando demasiado), aún así ahora conocía a franceses mucho más adictos y no sabía a ciencia cierta si eso le satisfacía o irritaba, pero algo era verdad, no le era indiferente. La inteligencia de Leonard, al igual que sus adicciones, se diluía entre sus presentes compañeros de aula. Todos ahí eran muy inteligentes y cultos, no rozaban la creación, pero de una u otra manera la alta cultura se encontraba en sus cerebros, eso no implicaba el total razonamiento de dicha cultura, solía ser que algunos de sus compañeros pensaban que el único fin del arte era la comercialización. Le sorprendía el alto conocimiento que tenían sobre el arte europeo de siglos anteriores, desde la prehistoria hasta el neoclásico; sin embargo les fallaban las vanguardias, pero su gran deficiencia se encontraba en el arte contemporáneo, la mayoría no conocía ni siquiera a Santiago Sierra.
-El problema es del sistema educativo- les dijo frente al grupo uno de sus profesores de arte vanguardista- claro, también es suyo, pero sobre todo a la educación que han recibido.
El profesor tenía más de los cincuenta años, quizá casi sesenta. Él mismo decía dar clase por mero pasatiempo, aunque era una “Verdadera pavada que ustedes no se interesen en el arte contemporáneo”, decía él.
Leonard lo amó desde el momento en que citó a la educación contextual, puesto que él pensaba igual que el profesor “Todo depende de la educación”. Se dijo a sí mismo, después de salir de su primera clase con aquel hombre, que estaba enamorado una vez más de un vejete.
Un chico francés que conoció con anterioridad (la primera semana de su estancia en Europa), llamado Jean-Paul, le había dicho “Por lo que veo te dejas sorprender por los hombres grandes y más cultos, supongo que debes tener cuidado con eso”. Jean-Paul tenía, al igual que Leonard, veintiún años, era mitad francés y mitad español, pero vivía en Francia, un chico muy altivo pero con un aire indescriptiblemente seductor. Para Leonard era una tautología, pues con ese comentario que había hecho Jean-Paul sobre los hombres “más cultos”, el chico francés demostraba cierta experiencia como intento de seducción. El seductor joven con adulta dentro de la subversión. Leonard se preguntaba si acaso era gay.

Estaba ligeramente frustrado, se preguntaba si todo este asunto de que sus compañeros no supieran de arte contemporáneo no era más que la muestra de una mala elección de universidad. Como siempre quizá Leonard se equivocaba de rumbo, ¿y por qué? Por mera cobardía. Había escuchado por boca de otros estudiantes de intercambio, que la escuela de Bellas Artes (muy cercana a su escuela de Historia de Arte) tenía un nivel práctico muy por encima de otras escuelas europeas. Leonard optó la teoría antes de la práctica porque no se sentía a un buen nivel creador… pero ¿cómo llegar a un mejor nivel si no se propone tener un nuevo reto, uno verdaderamente difícil? Era el viejo sentimiento: el de inferioridad, y eso no debía apocarlo. Se alzaría como Juana de Arco pidiendo por más, mostraría su obra con seguridad y después intentaría exponer, aunque fuera, en una galería cercana. Era el reto dentro de su viaje. Exponer. Un chico del nuevo mundo mostrando nuevo arte. Sí, ser pomposo con eso de “les daré una muestra de arte contemporáneo”, egocéntrico, pero por el bien común prefería pensar en Hal Foster con el artista como etnógrafo. No impondría nada, ni diría cuál era su verdad. Sólo daría muestra de lo que sabía hacer. Todo con humildad. Pedía a Dios, a la vida misma o quién rigiera al mundo más humildad... después se reprimió al pensar que Simone de Beauvoir diría que eso no era muy existencialista.
Pero ¡qué absurdo!- rió Leonard- igual, el pensar en Simone de Beauvoir como regidora de mi pensamiento existencialista tiene poca concordancia, es sólo el apego a una ideología... es seguir a otra cosa, un pensamiento ajeno y no independiente, es regresar a lo viejo- se sonrió. Ahí, donde se encontraba, esos tontos pensamientos no le afectaban, sólo le daban gracia. Debía llevar su vida sin dramas. Eso sí que sería una novedad.

miércoles, 2 de febrero de 2011

El cisne blanco

Sentado en la terraza de su nuevo departamento en el extranjero, Leonard tomaba su café en espera de su próxima clase. El departamento quedaba a veinte minutos caminando de la escuela. Sentía un ferviente terror en las venas. Eran aproximadamente las tres de la tarde y ese era su mejor día según el cambio climático, pues estaba la temperatura a 14 °C, era perfecto, tomando en cuenta que él, como joven latino estaba acostumbrado a los 24 °C. Ahora los 14 °C eran el apóstrofe de la magnificencia. -¡Qué sublime!- pensó –Mejor que cualquier clase, mejor que cualquier compañero del aula…- Leonard se encontraba algo deprimido. La universidad que había seleccionado dependía exclusivamente de la teoría del arte y no sobre la creación. Ahí la gente hablaba de textos, conocimiento, pero no de una construcción de juicio.

El conocimiento, en aquella universidad a la que asistía, era obligado, sin embargo el uso de dicho conocimiento era más bien ignorado. A los estudiantes de su presente universidad les faltaba una conciencia de la creación tanto como la discusión y el debate del arte contemporáneo, ¿significaba que ahora Leonard sentía una abolición del arte clásico?, ¿Qué era bueno estudiarlo pero no tanto, que mejor sería crear, hacer, meterse de lleno y devorarse las materias desde una visión creativa?. Se volvía a sentir como pez fuera del agua. En algún momento, cuando entró a la universidad de su país, se sintió inadaptado, él venía de una escuela cuadrada sobre medicina; ahora en el extranjero su escuela era de teoría del arte, el problema era que él venía de una escuela de creación, aún cuando su especialidad fuera la teoría, no podía dejar de sentirse incómodo. ¿Por qué no había pensado en una escuela de Bellas Artes?, ¿cuál había sido la razón para huir?

Antes de partir de la casa de su abuelo, se había acostado con Sebastián un par de veces. El jardinero, aunque discreto, había resultado un gay bastante fogoso, incluso Leonard pensó que se enamoraría no de él, sino de su manera de tener sexo con él. Al final tuvieron que separarse, ninguno de los dos pretendía poner en peligro su situación frente al abuelo de Leonard; primero porque Sebastián era su alumno predilecto, así como su tutorado, por lo tanto dependía enteramente de Don Leonard; en segundo lugar, porque Leonard necesitaba el dinero para su viaje, dinero que consiguió. Así que la solución fue tener sexo un par de veces y después separarse el uno del otro sin mayor interés. Pero claramente eso no significaba que Sebastián estuviera de acuerdo. “Parece que siempre estás huyendo”, le había dicho a Leonard, “Siempre estás corriendo de un lugar a otro”, y era verdad. Estaba justo ahí, en la terraza, huyendo de todo. De su hipocresía frente a su familia, de Orlando y los proyectos que tenía con él, de su deficiencia de escritor… en pocas palabras: de lo mismo de siempre.

Estar en el extranjero debía ser una nueva experiencia, no un rencuentro con sus entidades anteriores. Se sentía débil, asustadizo, como el cisne blanco del “Lago de los cisnes”, un cisne que en varias ocasiones se ve derrotado por el cisne negro. Leonard deseaba ser el cisne negro, anhelaba con toda su alma poder convertirse en la deseada ave seductora, libre de todo pensamiento aparentemente intelectualoide, presto a las bajas pasiones y seguro de sí mismo, sin embargo parecía no obtener nada si no estaba en la zona segura, una llena de confort.