lunes, 7 de junio de 2010

Toy Boy

Existían límites bien marcados dentro del despertar después del acto sexual, así prefería llamarlo Leonard, nada de hacer el amor o cuestiones somnolientas llenas de ensoñaciones idílicas. El sexo era sexo, y el amor para él, como bien le había dicho Edgard en algún momento, estaba bien muerto. Aún así podía presentir cuando su cuerpo estaba cómodo en compañía de otro. Tres poses; primero, cuando dormía con sus amigos no tenían ningún problema, el acostarse y tener sexo con Murat, Trish o Eliee podía ser un afable pasatiempo en correspondencia a las necesidades corporales de todos ellos, era parte de la mecánica que se venía trabajando en el nuevo Bloomsbury, también lo había hecho con Dorian, dentro de los pocos hombres que les faltaba por probar era siempre aquellos que admiraba, deseaba o en su momento había adorado. Ni Edgard, Orlando o Petter le habían pertenecido… ¿sencillamente no se habían correspondido? Cualquiera que fuera al caso, cuando lo hacía con un amigo su cuerpo se sentía cómodo, despertaba al lado del otro hombre sin el menor problema. Era distinto con un cliente, incluso con gente joven como Ferdinand el asunto no funcionaba. Al momento de prostituirse pasaba gran parte de la noche en vela, vigilando las acciones así como la respiración profunda del hombre que le había contratado. Pero a pesar de hacerlo por placer, necesidad o recurrencia adquirida a su perversión, su cuerpo terminaba por repudiar al del cliente. Odiaba que se quedaran durmiendo sobre su pecho, su espalda después de haber llegado al éxtasis, que se desplomaran y le usaran cual artefacto de masturbación –Se masturban con mi cuerpo- solía pensar Leonard cuando no tenía ni pizca de placer en el acto.

Detestaba el sudor del hombre calvo pasado de peso, el bigote mal cortado que le recorría el cuerpo o los torsos velludos hediondos después de un día de trabajo. Él siempre se presentaba cual Belle de Jour; perfumado, bien vestido, peinado, gafas de sol, oportuna boina, sombrero opcional, sólo para descubrir que algunos sencillamente le citaban para una eyaculación oportuna en el sofá. Se estaba agotando, era cierto, también se preguntaba la razón de su afán frente a la prostitución –Porque pagan bien-se decía- me agrada la vida cara y el sentir que al fin estoy tomando una especie de riesgo.

Todos esos hombres closeteros que le desnudaban sin pensarlo dos veces, aquellos que le obligaban a fingir algún papel para una fantasía erótica (y eso que Leonard siempre pensó que era un pésimo actor, ahora resultaba que la excitación ajena le ayudaba a enmascarar sus deficiencias histriónicas) a los que les daba sexo oral, los que le daban sexo oral, los que sólo querían verle y más allá, aquellos que ansiaban su compañía para pasar el tiempo hablando sobre cualquier nimiedad. En ese momento en específico Leonard se sentía como lo que siempre había ansiado ser: un hombre ligero que flota sobre las durezas de la humanidad y que gracias a un estigma otorgado a aquellos que carecen de ética o moral, había tenido que forjarse un concepto personal de moral, separarse de la humanidad. Curiosamente la prostitución le ayudaba a desarrollar su misantropía. En ese momento sentía que existía, el mundo tomaba el curso de su elección, se alejaba del entorno, no era exactamente aquello que el entorno le demandaba, un asunto paradójico, pues una puta siempre hace lo que el cliente desea. El único problema era que se presentaba el repudio que sentía su cuerpo ante la amenaza del cliente.

Lo especial después de tener sexo era cuando amanecía acurrucado en los brazos de su acompañante, eso sólo le había pasado con Trish, hasta esa mañana que despertó plácidamente en los brazos de su constante acosador de al menos veinte años más que él pero de un cuerpo quizá no del todo indeseable. Le había cedido un fin de semana entero, y ahora, después de los muchos cuerpos de sus clientes, su cuerpo, el Leonard de carne y hueso estaba cómodo con aquel que se encontraba obsesionado por él. Por aquel que le había chantajeado e insistido por más de una semana que le acompañara a su casa de descanso.
Él era el Señor D. médico, sin hijos, casado pero como muchos otros al bode del divorcio, ¿víctima de una sociedad y un sistema dedicado a la salud que condena a la homosexualidad? El Señor D no era inculto, tenía miedo como muchos otros, pero se alejaba del estándar de viejo calvo necesitado y enclosetado. Era un hombre letrado dentro de su campo dedicado a la salud, un snob en cuanto a las artes y quizá de pensamiento algo cuadrado, no obstante sucumbía ante sus tentaciones, perdía los estribos y Leonard era una tentación innegable ante su pupila, pues desde su primer encuentro se percató que aquel chico de veintiún años no era estúpido, se expresaba con decoro y encanto, entendía de medicina, literatura y arte. Que de cualquier manera no era muy difícil seguirle el ritmo a un esnobista intelectual como lo era aquel hombre, sus temas eran por ende mil veces tratados en los primeros semestres de escuelas dedicadas al arte, las letras y la filosofía, en ese aspecto el Señor D se quedaba corto, pero Leonard no daba indicio de creerse o sentirse superior en algunas áreas, lo prefería así, no deseaba dar pista alguna de aquello que estudiaba, era como proteger una identidad secreta. Eso le daba mucha gracia a Leonard.

La mañana en que despertó en los brazos del Señor D, se sentía muy cómodo. Abrió los ojos y ahí estaban los de aquel hombre viéndole con ansias de posesión. Leonard pestañó un par de veces ¿lo había hecho?, ¿quedarse dormido en el regazo de alguien que no fuera su amigo Trish?
-Tienes unos ojos muy bonitos, ¿te lo han dicho?- el hombre le besó la frente
-Un par de veces- dijo Leonard de forma tajante. Que su cuerpo se sintiera cómodo sólo atraía a la incomodidad del raciocinio y aquel hombre lo entendía, se dio cuenta que su cuerpo le correspondía mientras su cabeza se resistía.
-Pensé que despertabas de buen humor y después era cuando te enfurruñabas.
-¿Qué te hace pensar que estoy molesto?
-Nunca dije eso, pero ahora que lo dices, parece que lo estás.
-Un poco. Perdón por quedarme dormido, estoy muy cansado, nunca me había pasado esto.
El hombre le miró con una sonrisa benevolente -Has cumplido en muchos aspectos mis fantasías.
-Claro- ¿qué le incomodaba de aquel sujeto? Había tenido muchas charlas de ese estilo con otros clientes, la diferencia es que a ellos no los tomaba en serio, pero al Señor D, con él todo era distinto.
-¿Qué quieres desayunar? Recuerda, estarás aquí todo el fin de semana.
-¿Eso que tiene que ver con el desayuno?
-Tienes pinta de ser un chico que no desayuna. Soy médico.
-Lo sé.
-¿Qué más sabes de mí?
-Poco- la verdad es que sabía mucho, pero no deseaba decirle nada a su cliente, si le enunciaba que lo había investigado entonces se sentiría amenazado y sería ahí donde perdería la confianza en él. Era mejor que el Señor D se creyera seguro.
-Pues me conocerás mucho en estos días.
-¿Estás consiente que me estás pagando? Soy artificial, una compañía comprada no una conquista que debes efectuar, no me voy a enamorar de ti.
-Como siempre dices, lo sé.

El asunto se presumía poco criticable, parecía que la puta era el Señor D más allá del mismo Leonard. Le sirvió el desayuno en la cama, vieron un par de películas en blanco y negro en su respectiva pantalla plasma, le dejó bañarse solo (típico de esos hombres cuasi conservadores que pretenden dar privacidad… aún a la puta), cocinó una exquisita carne asada (en eso se parecía a los hombres heterosexuales de su edad) y después le llevó a un lago que se encontraba cerca de la casa para poder remar por un rato y después -¿Leer poemas?- pensó Leonard con un aire algo aturdido y socarrón.
Se alejaban de la lujosa casa mientras Leonard suponía que el hombre tenía demasiado dinero que gastar en él, sobre todo ahora que su esposa no le pedía más que distancia. Dentro de su ardua investigación por Internet había encontrado el nombre de su esposa y la hora de los juicios que habían tenido y de los que tendrían, el siguiente era dentro de dos semanas; realmente no sabía los términos del divorcio, y aunque pudiera averiguarlos (que seguro sólo era cuestión de involucrarse más) no lo entendería, esos asuntos no correspondían a su masa gris con facilidad, siempre necesitaba asesoría legal, pero por el momento no tenía amigos abogados.

-¿En qué piensas?- le soltó el Señor D. Leonard no pudo más que reír con un encanto tan jovial como elegante, no deseaba verse como alguien vulgar. Estaban en medio de un hermoso lago, el Señor D remaba acompasado con el viento, todo era tan romántico, lo único que podía hacer él como muchachillo que no creía en el amor, era al menos mostrar un poco de decoro, sin embargo su risa intrigó más a su acompañante -¿De qué te ríes?- preguntó el hombre un poco molesto pues Leonard no dejaba de reír- ¿pretendes contestar?
Leonard pestañeó, se sintió una vez más como Kitty Fane, tontamente se trasladó a alguna parte remota de la vieja China infestada por el cólera. Pensó en su último texto que había nacido
de su pluma gracias a Satie, Maugham y Kitty.

“Kitty Fane corre por Mei-Tan-Fu, quiere dejar de ser una torpe esnobista más, desea dejar su existencia atrás. Corre bajo la lluvia, sobre los rosales -¿por qué existen rosales en Hong Kong?- se preguntaba mientras casi trotaba con sus zapatos de tacón bajo. Su sobrero se bambolea sobre su cabeza, seguramente volaría con el viento, era probable que lo arruinara con el lodo junto a sus zapatos –El atuendo, ¡todo el atuendo!- quería pensar que el agua del cielo sería un baño simbólico, despojándose de su estúpida forma frívola de ser; pero lo único que lograba era enturbiar su vida cotidiana, era un estorbo, un contratiempo dentro de sus costumbres constrictivas, ¡un engaño!, una estúpida banal, lo único que estaba logrando era ensuciar su ropa y después tendría que lavarla, lavar para lucir bien, para posteriormente ser juzgada y oprimida, estaba siendo una reiteración de su propia falta de libertad, se estaba condenando”

-¿Me vas a decir en qué piensas?- el hombre había dejado de remar, Leonard no sabría a ciencia cierta cuánto tiempo se había fugado. Le parecía interesante como la mayoría de los hombres con los que estaba solían preguntarle un poco sobre su pensamiento, pero sólo dentro de un minúsculo instante. Empezó a enunciarlos en su cabeza, ahí estaba Edgard, Nick, Alfred, Petter, Orlando, Murat, el chico Travis, Richard... ¿cuán larga podía ser la lista de los hombres que creían existía algo más allá de la periferia?, él era así sin nada por esconder ¿tan difícil les era aceptarlo? Que él, Leonard, como tal, ser sin mucho seso no tuviera nada más que decir u ocultar sobre su imagen superficial, pues lo que pensaba era lo que decía y lo que decía era aquello que pensaba. El señor D tosió levemente para sacarlo de sus pensamientos, a lo que Leonard contestó con otra risotada ¿en verdad la gente tosía para llamar la atención?
-Perdón- se excusó el chico- me fugué, siempre pasa, me suelen preguntar en aquello que pienso, pero ¿sabes?, una vez que les digo aquello que se encuentra en mi cabeza entonces no lo encuentran muy atractivo, o en su defecto carece de interés para ellos.
-Yo no soy un neonato como tus demás clientes o amigos- el Señor D sacaba una canasta con una gama de bocadillos interesantes, el asunto no podía darle más gracia al Leonard, ese hombre era un remedo fílmico.
-Perdóname nuevamente, es que esto es demasiado, la canoa, los remos, el lago, la canasta, los bocadillos, no parece real, es más una ficción.
-Todo puede ser una ficción, ¿qué es en realidad la verdad? Cada cual la crea según su potestad.
-Muy inteligente de tu parte, entonces lo único que puedo deducir es que tu realidad es ficticia dentro de los parámetros de la mía.
-¿Por qué siempre es LO tuyo, LO mío?, ¿Por qué no puede ser LO nuestro?
-Porque soy un prostituto- dijo el chico son una amplia pero cansada sonrisa. Se sintió como Michelle Pfeiffer en la película “Chéri”, y aún con el miedo de evocar a la ficción efectista, presintió que estaba envejeciendo de forma prematura.
-¿No me vas a decir en lo que piensas?
-Pensaba en Kitty Fane
-¿Y ella quién es?, ¿una amiga?
Por supuesto- pensó Leonard- ¡claro! - ¡¿qué seguía esperando?! ¿Al hombre perfecto que encajara con todos sus gustos?, Uno que le dijera “oh claro, Kitty Fane de “El velo pintado”, leí la novela, es una joya, me encanta la literatura de Somerset Maugham” Eso no iba a suceder, no encontraría un hombre en la faz de la tierra que supliera sus necesidades o que estuviera a su nivel cognoscitivo, ¿en verdad existía alguien que estuviera al nivel cognoscitivo de otro alguien? En ese instante comprendió que con Orlando todo había sido un terrible error, no eran el uno para el otro, ni ahora, ni antes, ni nunca, sólo se remitían a ser un par de niños ilusionados con emociones absurdas queriéndolas llamar amor.
Ahí en la canoa, al lado del Señor D, Leonard pensó con total severidad –El amor no existe- recordó a Simone de Beauvoir cuando una mañana a los doce años de edad se levantó y dijo “Dios no existe”, después lloró.
Así mientras el sol se ocultaba en el horizonte reflejándose oníricamente en las aguas de un hermoso lago, junto a un hombre que al parecer daría todo por estar con él semanas enteras cocinándole y mimándole, Leonard se reiteró –EL AMOR NO EXISTE, no el de pareja, al menos no para mí.
-¿Quién es esa tal Kitty?- le interrumpió el Señor D

Y así en un suspiro, con veintiún años de edad se resigno a no seguir buscando al amor, estaría como la misma Kitty Fane, solo por el resto de su vida.

-Nadie especial- contestó Leonard a la pregunta de su acompañante quién siguió remando sin sospechar que la frase pertenecía a la misma Kitty.

2 comentarios:

  1. Las tribulaciones sexuales de Leonard no tienen desperdicio! Muy bien escrito!

    BESOTES Y BUENA SEMANA!

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  2. Gracias querido Stan por pasar. Leonard desea ser más libre, pero me presiento sólo se vuelve en alguien más calculador, el problema quizá es que cuando algo le salga mal, entonces todo el teatro caerá con él... jum, su problema principal es que cree que todo es un teatro, una actuación que le puede salir bien en todo momento, lo mismo con las tribulaciones sexuales.

    Saludos y besos! Buena semana. Espero seguirle a esta ficción, una ficción que desea volver a ser descocada y feliz.

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