lunes, 6 de julio de 2009

La nueva enfermedad y el nuevo mito.

Para nadie le es fácil enfermarse, pero para Leonard era un deporte, cada tercer mes y fin de semestre le aquejaba alguna enfermedad, y ahora sin necesidad de ser el tercer mes era fin de semestre. El semestre anterior había tenido dengue (nada hemorrágico) pero le había quitado una semana y media de vitalidad. Antes del dengue tuvo gripa, después del dengue le dio gripa. Poco después se alivió y ahora era una infección estomacal, pero lo que más le perturbaba era su sentimiento made in: Sylvia Plath
-No puedo comer, no puedo dormir, no puedo leer, no puedo escribir- había dicho el personaje principal de la única novela de la Plath, titulada “La campana de cristal”. Hacía unos meses que Leonard había leído el libro, pero era hasta ahora que entendía con todas sus letras las palabras de aquella mujer.
-Pero es que estoy igual- pensaba Leonard aún con náuseas y con los labios partidos. Todos los días como reloj se despertaba, vomitaba jugo gástrico y después se metía en la cama con las esperanza de no saber nada de sí mismo hasta muy entrada la tarde, momento en el que Carlota le decía que era tiempo de comer. Pero Leonard no comía, ya había pasado una semana sin comer mucho más que pollo con verduras, más bien, tres bocados de pollo y una verdura. Nada funcionaba dentro de sí. Por las noches le entraba una insaciable ansiedad que le hacía imaginar cosas e incluso le incitaba a tirarse por la ventana.
-Cuando quieras sacarte todas esas imágenes de la cabeza con un desarmador o un taladro me llamas por favor- le había dicho su hermana, la sacrosanta Carlota, quien soportaba todos sus ataques de histeria.
En efecto Leonard no podía leer. Tomaba su ejemplar de “Días memorables” escrito por el genial Michael Cunningham pero no pasaba de leer dos líneas. –Seguro fue el libro, seguro este maldito libro me puso mal- se decía el enfermo.
Los “Días memorables” era un libro bastante deprimente y Leonard era un depresivo en potencia, así que por ello creía que la novela le estaba sacando la cordura con cada palabra que leía, quizá Leonard tenía demasiada empatía. El libro hablaba a las minorías (y Leonard se sentía parte de las minorías) que explotaban en la calle por alguna locura supuestamente bien fundamentada. La culpa de todo eso la tenía Walt Whitman, poeta estadounidense en el cual se había inspirado el Cunningham para escribir su libro. Whitman decía: “Todos volvemos a la hierba”, Leonard sentía: “Mis entrañas vuelven al drenaje”… estaba cansado de vomitar.

El semestre aún no terminaba y debía entregar un ensayo sobre un libro que ya había leído. El libro era sobre distintas ciudades y Leonard no pasó de escribir: “El autor es rizomático, empalma la ciudades de modo verbal, literal y metafórico, aquí están en la imaginación y después se postran sobre el papel…” después de escribir la palabra p-a-p-e-l, Leonard salió corriendo al baño para sacar el poco pollo que tenía en el estómago.
No creía que fuera a morir, la verdad es que ya había pasado por más enfermedades de las que cualquier chico de su edad pudiera citar, quizá si la lepra siguiera vigente ya le hubiera dado y carecería de una ojera o no tendría alguna ceja, la verdad es que estaba agotándose y temía no tener la fuerza suficiente para terminar el semestre, y fue ahí cuando sucedió.

Leonard se molestó, aún con sus ataques de pánico, el vómito y sus ocasionales ganas de llorar a pulmón abierto, Leonard se molestó, ya estaba lo suficientemente agotado como para soportar otra enfermedad y aparte tener que asistir a las últimas clases donde “todo se definía”, en las cuales había que entregar trabajos finales aún con ganas de volver el estómago frente al profesor. Escribir y leer, releer y anotar, contestar, justificar y sonreír; de repente le pareció una pesadilla extravagante, un maldito sueño difícil de solventar, ¿Qué acaso no estudiaba arte porque… amaba al arte?, ¿Qué no estaba sufriendo demasiado? Bien decía la Biblia con eso de que el amor es sufrido… aunque se deducía que también era benigno. La verdad es que más allá del Evangelio Leonard se estaba quemando la cabeza, no valía la pena tanto sufrimiento.

-Pero hombre, que soy un sufrido- le decía a Edgard por teléfono, la voz de Leonard era débil y estaba a punto de quebrarse, de hecho no podía ni sostener el teléfono, su mano le temblaba, tenía otro ataque de ansiedad. Los doctores (esa bola de victorianos bien pagados) le habían dicho que no podían darle nada para los nervios, que más valía se calmase.
-No lo creo. El problema es que te sometes a demasiada presión, una presión que no existe- Edgard del otro lado sonaba tranquilo y parte de él fingía no reconocer que su amigo estaba a punto de tirarse por la ventana, era cuestión de comprensión. Edgard sentía que a Leonard no le faltaban más preocupaciones como para agregarle el hecho de que tu amigo sabe que estás a punto de cometer suicidio.
-Pues no lo sé, no quiero saber nada de mí.
-Eso será difícil porque vives contigo mismo.
-Es verdad, ya ni quiero verme al espejo, estoy demacrado, mal parido, esbelto, parezco una momia salida de alguna catacumba austriaca pre a la revolución francesa.
-¿Existían catacumbas en Austria?
-¡Sabes a lo que me refiero!
-Sí, sí, ser llamado “Austriaco” antes de la revolución francesa era como ser llamado Nazi en la actualidad.
-Y ahora soy una momia.
-Nick no para de buscarte, quiere saber dónde vives y quiere llevarte flores.
-Dile que las guarde para el día de mi muerte.
-¡Cálmate Sylvia Plath!, creo que te ha hecho daño leer “Lady Lazarus”
-Lo logré otra vez, especie de fantasmal milagro…
-Sí, menudo fantasmal milagro volverte a enfermar. Ya en serio Leonard, la vida no es tan mala, son sólo los parásitos que traes en el estómago lo que te hace pensar que la vida es algo vacía.
-Yo no dije que la vida fuera “algo vacía”, sólo dije que LA VIDA ERA VACÍA. En serio, no encuentro razón para levantarme todos los días, nada más allá de ir a vomitar al baño.
-Es porque estás enfermo, no necesitas tener otra razón de vida más que sobrevivir.
-Me doy asco, quiero morirme.
-Deja de decir bobadas, ¿con quién recortaré gente sino estás tú?
-Con el chico nuevo…
-Es un mito, un mito como lo fue el Nick.
-¿No sabes nada del chico nuevo?
-Sí, que viene de intercambio de otra escuela dentro del país, que sabe inglés, francés, italiano y escribió un poemario en nuestra lengua madre que es el español. A parte de eso vi una foto suya con una playera de Kitty, era una playera rosa, lo que lo hace o un fan muy arraigado de Kitty o una loca cualquiera.
-Lo dices porque parte de ti desea ser el único gay a la redonda que sepa moverse con clase.
-¿Quién dice que “el nuevo” sabe moverse con “clase”?
-¡Sabe francés!, yo lo llevaría a Francia si me sirviera de intérprete.
-Tu problema Leonard es que no tienes escrúpulos, sigues engañando al Nick como si fuera a pasar algo, y tú, yo, Emily, Lady Di y Ana Bolena saben que no va a pasar nada.
-Edgard… te dejo, voy a vomitar.

Leonard colgó.

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