miércoles, 1 de julio de 2009

El fin del trayecto y el espíritu Woolfiano

La Woolf escribió novelas que se daban en un solo día, ahí estaba “La señora Dalloway” y “Entre actos” en el librero de Leonard, también “Las olas” (obra que no contenía ni un solo diálogo, sólo pensamientos) que englobaba la vida de seis personas según sus experiencias vividas: primero el amanecer, el atardecer, el ocaso, la penumbra.
Leonard se sentía en una novela de la Woolf… bueno, en una imitación bastante mala, donde el personaje pasaba por muchísimas actividades el mismo día antes de llegar a su casa y desplomarse entre las almohadas, y después: “La señora Dalloway pensó que no le hacía falta ni grandeza , ni belleza, sino algo que lo impregnara todo”. –Algo que lo impregne, sumerja y cambie el contexto de la vida misma- pensaba el chico una vez encaminado a esa tonta exposición de desnudos.
Él, porque el artista era un hombre, retrataba a sus amantes desnudas en el lienzo. Era de los filósofos que no estudiaban ni arte ni filosofía, estudiaban psicología, así que desde Freud, Foucault, Fromm, Marx, Hegel, Heidegger e infinidad de hombres ilustres, nada de mujeres, eran sus íntimos amigos de cabecera, de aquellos (como alguna vez había leído Leonard en el texto de un chico algo perturbado) que hablaban de Marx como si fuera su tío, de Hegel como vecino y Freud un compañero de habitación, así era Manu.
Manu, amigo (ex novio) de la amiga de la hermana de Leonard, era un poco egocéntrico y poco comunicativo de la forma “verbal adecuada”, con ello se refiere a que le gustaba ser rimbombante en cada palabra que profería de sus labios, para nada podía ser una hombre banal.
En la entrada de la galería se encontraba Carlota, la hermana de Leonard, quién había estudiado psicología, trabajado con ancianos, niños, jóvenes y no tan jóvenes, era una mujer que mantenía una amplia variedad de pacientes nada pacientes que seguía especializándose en su carrera no por placer, sino por supuesta necesidad.

-Llegas tarde-dijo Carlota no en son de regaño, ni de aprensión, sólo como reafirmación de una verdad innegable.
-Lo sé, lo sé, soy un fraude, ni qué hacerle.
-Nada qué ver. Estoy muriéndome de ganas por ver las pinturas, Manu también es mi amigo.
-Ah, sí, el sobrino de Marx, el vecino de Hegel y el compañero de habitación de Freud.
-Te faltó lo más importante. El hijo de Nietzsche.
-Uf, mejor aún- dijo Leonard con sarcasmo.

Entraron a la galería, la exposición era un mal montaje de obras paridas sin pies ni cabeza, no existía una lectura afortunada, nada más allá de un par de traseros y senos, la cuestión se revelaba abusivamente ofensiva –Un asunto medio misógino- pensó Leonard.
Las primeras pinturas eran copias de algunos cuadros clásicos de fulano de tal y menganito de tal, nadie demasiado famoso como para exponer alguna dificultad al momento de ser copiado, pero claro, los traseros y las medias lunas delineadas por los mismos seguían presentes.

-Es ella- dijo Carlota señalando el cuadro de una chica algo voluptuosa de cara abultada y mirada perdida. La mujer se encontraba postrada en la cama boca abajo, con el trasero al descubierto y el seno derecho muy bien delineado, pero de ahí en fuera su rostro carecía de fuerza.
-¿Es Minerva?, el retrato no le favorece.

Minerva era una de las amigas más íntimas de Carlota. Tenían algo de dicotomía, mientras Carlota era un poco más hogareña y ensimismada en sus labores de lectura, escritura, dibujo y sesiones frente al televisor para ver tanto programas favoritos y películas de amores imposibles; Minerva salía como voluntaria de todo lo que se pudiera ser voluntario, tenía un modesto restaurante que ella y su actual novio (Ernesto) habían levantado desde la nada, aparte de eso cuidaba de sus dos hermanos y ahorraba todo lo posible para así poder salir de casa. A Leonard le recordaba un poco a su amiga Samantha, quién vivía por la zona de Minerva, en aquel lugar las mujeres tenían como cinco hijos, del cual le encargaban al hermano mayor la responsabilidad para que así ellas pudieran seguir con su vida laboral; Samantha tenía tres hermanos menores (considerablemente menores) que ella misma había cuidado durante tardes eternas, al más pequeño prácticamente lo había criado, así que a su escasa edad de veinte años ya había sido un intento poco certero de madre, lo mismo que pasaba con Minerva.

-Sí, no le favorece, se ve rara… ella es más una… guerrera, y aquí parece más…
-Una vaca- Leonard creía estúpido sacar la vaca que yacía en el interior de la diosa de la sabiduría, la guerra… y el tejido, muy importante era el tejido, que no se olvide.
-Pero bueno, creo que a Minerva le gustó.
-¿Por qué salía con Manu? Él es un completo asno misógino y ella la voluntariosa demostración de que la mujer no ha nacido única y exclusivamente para parir hijos.
-Bueno pues, ya no salen juntos.
-Pero lo hicieron, por mucho, mucho tiempo, no sé qué le vio la Manu.
-Pues supongo que le parecía intelectual.
-Un asno muy intelectual… no dejará de ser un asno.

Al lado del retrato de Minerva se encontraba la ficha técnica, y tanto Leonard como su hermana se percataron que el cuadro decía “Colección particular”. Existían otros tantos que tenían precio, algunos más contenían la misma leyenda que anunciaban no estar a la venta, pero era curioso que casi todos los cuadros eran desnudos de mujeres en la cama, en una silla, con mucho busto, con mucho trasero, sin rostro, de espaldas ¿era acaso que el hijo de Nietzsche también creía que las mujeres eran del demonio?

-Te das cuenta, sólo las mujeres más importantes para él son de su colección personal, las que no pues tienen precio- ahora a Leonard no sólo se le hacía oscura y fría la homosexualidad, sino también la heterosexualidad era igualmente perversa.
-Es que en la vida de Manu así son las cosas- le apuntó Carlota.
-¿Paga por tenerlas?
-Algunas, otras no, muchas son aventuras de una noche, chicas fáciles que después el pinta y les pone precio. Otras fueron sus novias, y como Minerva, pues son de colección personal.
-Así que el tipo colecciona mujeres, y las que no, pues las vende.
-Lo pones de un modo muy frío.
-El asunto es frío, apenas me irrité porque quisieron tratarme como a un vibrador a domicilio, ¿cómo no voy a molestarme por esto?
-Bueno, tus conocidos son raros.
-Uy, Manu es el hombre más normal del mundo.
-Nadie es normal y nadie es lo suficientemente raro, tú que sabes.

A Leonard le irritó la idea como pocas ideas llegan a causarle escozor mental; que un intento de artista como lo era Manu, quién no había estudiado ni arte, ni filosofía y que lejos de eso, se tomaba demasiado en serio a Nietzsche como para llamarlo padre, pintara mujeres como bultos de carne. Después de que muchas de ellas, si bien vendidas, otras no, eran hermanas que debían mantener la casa a cuestas de una madre abusiva o un padre ausente. No se imaginaba a Samantha como un bulto de carne, ella que tanto luchó en el bachillerato y pateó traseros por obtener uno de los mejores lugares, y después entrar a su internado de mujeres selectas sólo para regirse por alguna clase de “ley selvática” donde las jovencitas deciden dónde dormir, con quién, a quién le ceden una manta y a quién podían destruir socialmente. Después de criar a su tercer hermano y cuidar a los tres como si fuera su madre, atender el negocio de su madre, aguantar la holgazanería de su padre y los malos tratos de los clientes de su padre (quién vendía fertilizantes para el campo). No era justo que un hombre como Manu viniera a decir que las mujeres no merecían ser retratadas de frente y con una expresión digna.

Leonard se pregunto, como algún día lo había hecho la Woolf, ¿por qué no darle la misma importancia a la mujer que hace pasteles y cuida a los niños como se le da a los hombres que hacen la guerra? Luego sintió nauseas, y ahí en pleno apogeo de la supuesta lucidez, tuvo un ataque de angustia. Él no había hecho mucho con su vida y mucho menos lo haría si se quedaba pensando en que Manu era un misógino. Las piernas le temblaron, le pidió a Carlota regresar a casa.

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