miércoles, 3 de junio de 2009

La diferencia entre la mierda y el estiércol (parte I)

-Esto es tan técnico…- dijo Leonard postrándose una vez más frente al infinito monitor de la computadora. En tiempos anteriores se habría sentido orgulloso, aquí una cuartilla que se llena con quinientas palabras de pura verdad visceral, expulsada desde las entrañas con sabor salado, con calado a sangre, porque así lo sentía, en aquel entonces (como cuatro años atrás) la escritura le costaba muchísimo trabajo, y no es que a la fecha le costara menos, pero simplemente en la actualidad una cuartilla podía obtener las quinientas palabras sin intención de remover nada, la hoja de papel, el libro (según el concepto de Leonard) debía llevarte a un mundo alterno, una realidad paralela, como alguna vez nos mostró Diane Arbus, “Hay un mundo dentro de este mundo”, así de sencillo, sin problemas, no querría citar a grandes escritores franceses que se soterraron en su habitación escribiendo sobre el tiempo perdido y sus miles de protagonistas sólo porque al parece la sodomía les había afectado un poco la cabeza. No, no se podía efectuar de tal modo, aquí era el siglo postmodernista que clamaba una renovación de conceptos e ideas, un emplazamiento, un rizoma, una zona autónoma de satisfacción mental que explosionara en mil pedazos, y si la sangre no quería fluir de modo normal tendría que ser a la par con el pellejo, caer sobre el cráneo del compañero y decirle: “¡Ahí están mis ideas, ahí está mi intelecto, tómalo pues es lo que ahora estoy produciendo!”
Quinientas palabras no eran nada, quinientas palabras eran la representación del índice de mortandad del intelecto. Mil palabras en una cuartilla, cinco mil, novecientas mil en una cuartilla, eso era la representación del embarazo mental, meter más palabras dentro de un texto porque gracias a la sabiduría que en él se proyecta se puede leer entre líneas… las cosas entre líneas… los textos, la supuesta desjerarquización del concepto… una porquería.

-Esta exposición es una mierda- había dicho Edgard mientras terminaba de acomodar sus fotografías en un amplio y supuestamente blanco muro –Una mierda, y bien sabes que detesto la palabra mierda.
Leonard recordaba la exposición del día anterior. Hoy estaba frente al monitor preguntándose hasta dónde llegaría como escritor, mientras ayer Edgard usaba la palabra con “M” cada vez que podía. A la par era lo mismo, Edgard se preguntaba su futuro como fotógrafo.
-Pero mira esta mierda, es que la curaduría es una mierda.
-Ya estuvo bien con esa palabra, di estiércol, desecho, copro, no lo sé- Leonard no quería asistir a la exposición, al menos no a la inauguración, las inauguraciones lo enfermaban. Era irónica la cosa, cuando estuvo becado para escribir una breve recopilación de cuentos, su tutora le había invitado a varias inauguraciones, pero la cosa a él le seguía enfermando… el problema es que ahora asistía a dos o tres inauguraciones por semana con Nick, y eso era lo irónico. Desperdició su oportunidad de ir con una mujer poderosa a lugares “supuestamente importantes”, mientras que ahora corría al lado de un chico rubio viéndose como si fuera un bolso de mano.
-Bien, estiércol, la exposición huele estiércol. Pero eso es aparte, huele así porque la tonta de Sho metió su instalación con paja y pasto, y dentro de toda esa maleza se vino un poco de estiércol de perro- dijo Edgar un poco enojado.
Era verdad, Leonard podía olerlo todo. Al menos en esta exposición no tendría que negarse a tomar vino, porque no habría, no se quedaría al pequeño espectáculo.
-Pero es una mierda- recalcó Edgard- porque no la realizamos en el tiempo adecuado, porque no he dormido, porque mis fotografías no están donde deberían estar y porque gasté mucho dinero en los marcos. Bien sabes que pude haber expuesto en un lugar mejor, pero ¡NO!, al diablo, me meto con novatos.
-No es que seas la gran aureola del saber y el exponer.
-Pero al menos tengo más exposiciones en mi historial.
-Pero no más que Jalil.
-Jalil es otra mierda, otro asunto.
-Ya, será mejor que te calles…

-La mesan, la mesa, ¡la mesa!- dijo un hombre más bien gordo, algo calvo, el poco cabello que tenía era cano, se veía ajustado en una camisa a cuadros y un pantalón de mezclilla, era el dueño de la galería, conocido en algunos mundos como el “Embutido” –La mesa, la necesito, debo firmar unos papeles- seguía vociferando dentro de la minúscula galería.
En el mundo del arte se tenían dos opciones, o se ignoraba o se amaba al embutido, odiarlo era fácil, sencillamente lo ignorabas; pero amarlo consistía en lamerle las botas… o los zapatos.
-¡Mis zapatos!, ¡¿quién metió toda esa mierda?!- dijo el embutido.

-Ahí lo tienes, alguien más que piensa que las obras son una mierda- Edgard caminó hacia el embutido, quién después de firmar sus papeles se dirigió a Edgard y Leonard, que venía atrás de él
-Me vinieron a traer unos papeles, ¿sabían que tengo una editorial?, desde España madre mía (dijo con acento español) será cuestión de ver si podemos hacer algo entre su universidad y mi editorial.
-Sí, claro- dijo Leonard con poco interés. Parte de él quería vociferar, ¡Soy escritor!, pero no quería lamerle los zapatos, ya sabía de qué estaban llenos.

Se tranquilizó e hizo calmar a Edgard, quién estaba a punto de comerse a Shoy de un solo bocado. Después Jalil se les acercó, al parecer no estaba de acuerdo con la presencia de Leonard antes de la inauguración.
-Ya le dije a Yark que busque el martillo- dijo Jalil y después empezó a reír- ¡hey Yark!, por qué no escribes sobre tu cuadro “¿alguien vio el martillo?”- Jalil volvió a reír.
La verdad es que Leonard estaba consciente de la paciencia que albergaba Yark, primero había recibido una crítica mal intencionada de un alumno de octavo semestre sobre si su obra valía o no la pena ser expuesta. Yark decía que no quería vivir de su obra, que sería mejor hacer cualquier otra cosa pues del arte no se vive… al menos no del modo monetario. Pero el chico de octavo no dejaba de insistir, y ahora con Jalil encima no dejaba espacio para respirar, Leonard le ayudó a colgar algunos cuadros, nadie estaba dispuesto a ceder un poco de tiempo a pesar de ser un colectivo. La curaduría se había hecho en dos días, las obras se hallaban apenas en su lugar desde hace dos horas y las fichas técnicas no existían… quizá el asunto sí era una mierda.
Leonard huyó, estaba mareado, el estómago le dolía. Se despidió de sus compañeros de ambiente, incluido Jalil, y pensó en asistir a la otra exposición que estaba a dos cuadras, la de un artista “intento de reconocimiento” en una galería de mayor talante, pero no sabía si sobreviviría, ya había olido demasiado estiércol y hablado con demasiada mierda…

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