miércoles, 6 de mayo de 2009

Modelos, sí, son mortales (parte II)

En el desfile, en la sexta línea (qué era la penúltima) porque no se podía esperar mayor gratificación para los chicos de provincia y sus muy arreglados accesorios, en el caso de Leonard era el acaudalado Edgard y el incitado Alfred.
Las luces se apagaron y se iluminó la pasarela, la música inició con un tormentoso sonsonete seguido por el primer modelo. Él, porque era hombre, llevaba unas sandalias raídas, cuya prensilla rodeaba al dedo “gordo” del pié –Válgame, algo de gordura en un modelo- pensó Leonard mientras se daba cuenta de que aquellas costosísimas sandalias eran color café, pero seguramente en aquel mundillo nadie diría “es café”, porque para ellos no lo era. Podía ser color chocolate, marrón claro, marrón oscuro, café deslavado más no desgastado. Sentía que estaba pasando demasiado tiempo con Edgard.
-¿No se deduce que debe ser innovador?- le susurró Leonard a su compañero de al lado.
-Se deduce que no debes de hablar- sentencio Edgard con un poco de disgusto.
El hombre, por obviedad, no sólo llevaba sandalias, también tenía una bermuda blanca que se presumía demasiado ligera para un cuerpo sumamente tonificado, era una prenda prácticamente transparente por lo cual se podía ver la ropa interior del modelo, la cual era igual de blanca más no transparente (para alivio de Leonard), su playera era color amarillo mostaza y tenía cuello polo, el peinado del modelo era electrizante, con miles de picos por todos lados, picos y más picos.
-Lo que nos faltaba, más picos- dijo Leonard dirigiéndose ahora a su otro compañero de al lado, Alfred.
-Menuda tontería, únicamente me quedé porque veré a una chica, una modelo, al terminar el desfile.
-Eso es si al terminar de verlo te siguen gustando las modelos y no los modelos- el tono de sarcasmo en Leonard se había convertido en algo usual. Realmente ¿qué hacía en aquel lugar? No pretendía tener ningún contacto con alguna modelo. Sí, era una conducta sexista y absurda, algunos le podrían decir misógino si se difamaba su idea de ir a “ver traseros”, pues al parecer esa era la respuesta, su asistencia venía a ser plena carnalidad.
Así pasó el segundo, el tercero, por el cuarto modelo empezaron a salir los trajes de baño y las minucias textiles, pues al parecer lo que se exhibía era el cuerpo. Torneados, enaceitados, brillosos y encuadrados. Eso no era un desfile de modas, era un seminario de autoestima y autosuficiencia; lo primero se refería a la aceptación del cuerpo propio, pues las carnes de Leonard solían salirse del pantalón con poco apogeo, era preferible no enseñar nada de lo que no se estuviera dispuesto a enseñar, por ello lo más que llegaba a mostrar era la cabeza –Y aún así corro el riesgo de que ruede- meditó – pero no importa, tengo un cuello muy riguroso, por aquello de querer decapitarme.
El quinto, el sexto, el séptimo; recordó que debía mantenerse firme, ser autosuficiente, pues alguien debía cargar con todos sus kilos hasta el auto rentado “color azul de Edgard”.
Octavo, noveno, décimo, salió uno con una camisita y una pelota de playa, la aventó ligeramente hacia los camarógrafos –Sí, podría tener oportunidad en la pasarela… podría ser la pelota- décimo, undécimo, duodécimo, más y más bronceados ¿artificiales?, eso quería pensar, ya se sentía fatal por tener unos kilos de más como para darse cuenta de que su metro setenta era sinónimo de liliputiense.
Así salió el último, o al menos eso presagió Edgard, quien aplaudió frenéticamente pero con demasiada clase, era una especie de entusiasmo dosificado, un tipo de representación del ánimo tan común en él; podría llamarse contención, pero su gusto por el objeto aplaudido era demasiado evidente, así que Leonard decidió etiquetarlo como excitación amanerada, donde sabía la clase de “acción” que debía poner sobre un modelo, en qué momento y en qué lugar… por lo tanto el aplauso era la antesala de algo mayor, de otro tipo de representación.
El hombre había salido con un traje de baño color azul cerúleo y una franja púrpura en el costado izquierdo del trasero, lycra por supuesto, pegadísimo al cuerpo y con una verdad sobrehumana. Ahí estaba el último punto a destacar, cuestiones mayores, ¿cómo hacían casting para algo tan privado? ¿Cómo seleccionaban al modelo que llevaría el encantador y entallado bañador?
-Debe ser tela, dime que es tela- dijo Leonard a Alfred.
-Es lycra, lycra- corrigió Edgard.
-¿Lo que lleva adentro? Sí, es tela, por el bien de todos los mortales que salen con las modelos más despampanantes, espero que sea tela- Alfred forjó una imagen desinteresada bastante blanda.
-No te preocupes, ellos no están con modelos, sólo con modelos- Edgard seguía aplaudiendo mientras salía toda la colección y el rechoncho diseñador, que como de costumbre tenía un sombrero muy retro que decía: “Son in por usar algo tan poco in, pero en fin, yo hago las reglas”.
-¿Qué quiere decir con modelos y modelos?
-Creo que le faltó añadir el artículo para decir que LOS modelos no salen con LAS modelos, sólo con LOS otrOs modelos, es cuestión de tecnicismos… y de tela en la entrepierna o bien de hinchazón, pobre tipo, está teniendo una reacción alérgica a la lycra- apuntó Leonard.

Las luces se prendieron y la gente saltó de un lado a otro, se saludaban, besuqueaban y abrazaban con ferviente glamour, con aquella acción de: “Te abrazo, pero no muy fuerte, temo arrugar mi ropa o mezclar mi carísimo perfume con el tuyo… que no te preocupes, seguro también es agradable… el menos en el precio”
Gente, gente y más gente, Leonard estaba en la puerta delantera del local fumando un cigarrillo.
-¿Tienes otro?- le dijo un hombre con un acento raro; era alto, de ojos azules, cabello rubio algo largo y ondulado.
-Claro- Leonard sacó su cajetilla, le dio un cigarro y le pasó el encendedor.
-¿Disgustado?- dijo el joven, que visualmente no pasaba de los veinticinco años.
-Algo. Digamos que me abandonaron, uno de mis amigos se fue con una despampanante modelo y el otro está liándose con un modelo, pero la verdad ¿por qué les dicen modelos?, son arquetipos, es cuestión de belleza, claro, de no ser así les llamaríamos clichés.
-Nadie se lía a nadie en este país.
-Oh sí, Edgard se lía y se mete en líos al mismo tiempo.
-Pero qué duro eres ¿clichés?, yo fui modelo por un par de años, hasta que envejecí.
Leonard lo miró impactado, un poco de desdén en la mirada.
-Estás bromeando.
-Claro- rió el chico- era modelo hasta que me aburrí de tanta banalidad… por cierto, soy Nick.
-Yo Leonard. ¿En verdad te llamas Nick, no es un nombre de la farándula o algo así?, no suena normal.
-Tampoco Leonard es algo normal.
-Mis padres fueron algo esnobs al momento de ponerme el nombre, y tú ¿cuál es el pretexto?
-Me gusta mi nombre, no tengo pretexto.
-Como sea, tengo que llamar a mi amigo, le renté un coche ¿sabes? Se enojó porque era azul, él quería uno rojo.

Sacó su móvil y le marcó a Edgard, cuyo buzón de voz decía: “Estoy haciendo algo importante, pero deja tu mensaje para que podamos planear algo importante”.
-¡Bien!- vociferó Leonard.
-¿Problemas?, te puedo llevar a tu casa.
-No… -Leonard se detuvo, ahí estaba el discurso de toda su vida, él diría que le gustaban las mujeres, el otro hombre no lo creería o diría “qué lastima”, seguiría insistiendo hasta que fuera necesario gritarle para que así quedara como un perro maldito que no desea la compañía de ningún ser humano, porque él siempre se quedaba solo ¿qué sentido tenía aclarar las cosas? Sólo le llevaría a casa –No hay problema.

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