lunes, 15 de marzo de 2010

Madame Du Barry, mi reino por un poco de educación

Presenciando la obra de Jane Plaidy (esa escritora que tenía los mil y un seudónimos) Leonard entendió que la mujer no perdía el tiempo en lalaleos insufribles, ella iba al punto, delineaba sus personajes con formas un poco esquemáticas pero plausibles. Justo ahora estaba con una de sus cortesanas favoritas, de las amantes de punta y prostitutas de corazón: Madame Du Barry.

Ocasionalmente así se sentía Leonard, como una vil puta que ha conseguido una posición “respetable” por mera prostitución. No era como otros alumnos de la facultad cuyo intelecto era innato, que eran brillantes o guardaban silencio porque el conocimiento era suyo, se les veía en los ojos, se pavoneaban por los pasillos engalanados con un gusto exquisito al vestir; cuando hablaban (si es que lo hacían) pronunciaban las palabras correctas al momento indicado, posteriormente continuaban con sus actividades diarias, ya fuera escribir, leer, pintar, dibujar, esculpir, tocar algún instrumento o quedarse a contemplar el vacío, ellos eran como Madame de Pompadour: toda elegancia remitida en un estuche corporal bien acompasado; mecenas del arte, patrocinadores de grandes emociones así como cuidadosos de sus expresiones, en una palabra eran sublimes, mientras Leonard caía en el abismo de la puta, una bonita puta ornamentada, la diferencia entre una Pompadour y una Du Barry era el mundo.

¿Pero por qué Luis XV tenía tanto placer en una mujer como Du Barry? –La respuesta es sencilla- pensaba Leonard, quién se pavoneaba de su salón de clases al prado para poder leer un poco- Pompadour era elegante y tenía toda la teoría, conocía mundo, claro que sí, pero por otro lado no salía de lo burgués y aristócrata, su sistema social era muy reducido, el esquema mental también podía serlo y… el sexual aún más. Todas las mujeres con las que se acostaba Luis XV eran pobres gatas cortesanas, mosquitas muertas o mujeres de gran talante, tan grande el talante como su inexperiencia, por otro lado la querida Jeanne du Barry había sido educada desde muy joven para ser una prostituta, sabía el arte de la seducción y satisfacción, ese arte tan griego que proviene del “bien hacer”, lo “bien hecho”, y algo tan bien bordado no puede ser despechado aún por la realeza. En efecto Jeanne daba placer a Luis en cantidades que otras mujeres jamás podían siquiera haber imaginado- Leonard se detuvo, empezó a reír un poco y después se recostó en el pasto.

-La idea de ser como ella me llena tanto de alegría como decepción. Aunque siempre tachada de pérfida, impía y malvada, ella sólo pensaba en sobrevivir, y al final todo se reducía al amor que le tenía a Luis. No por mero azar le cuidó aún sabiendo que él moriría, no por mero compromiso profirió “¿Por qué no todos podemos ser amigos?” y con el decoro apropiado logró doblegar a la gran delfina de Francia, María Antonieta, cuando la muchachilla le dijo: “Hoy tenemos mucha gente en Versalles”. No cabe duda que tenía poder... pero ¿educación? – al unísono del pensamiento escuchó unos metros atrás a un joven con un violín, francamente ataviado con buen “gusto”, dedicado pero no con ferviente entusiasmo, su música denotaba alguna fuerza entrópica, desajustaba al entorno para posteriormente reacomodarlo a su disposición. Leonard se sintió atrapado ante tal encanto. Le pareció curiosa la fuerza paradójicamente implosiva que se veía reflejada en los ojos del chico, pues aunque la música moldeaba la disposición del espacio, era la cara de aquel muchacho la imagen de una expresión controlada, sabía lo que hacía, el mundo danzaba si así lo deseaba, después inclinó la cabeza y Leonard perdió los ojos del joven, tenía sombrero y lo perdió –Ahí una Montespan, ahí una Maintenon, ahí una Pompadour, aquí una Du Barry, lejos, muy lejos del intelecto y la verdadera habilidad, aquí una puta sin saber, allá la belleza con habilidad e intelecto. Si todo es contextual no me queda más que envidiar su posición, su vida, su formación, yo aquí debo luchar con argucia para obtener un poco de reconocimiento, mientras allá es inherente, allá el genio les pertenece, aquí ni la dedicación me favorece, puedo seguir engañándome con tantas lecturas, con tantos sermones, puedo creer que llegaré lejos, pero nada queda, nada más que el mismo final. Mientras María Antonieta alzaba el cuello alto, muy en alto para ser decapitada, Jeanne berreaba y chillaba por su vida, se negaba a morir sin el mayor decoro; la vida puede ser poco agraciada y al momento de su partida debe darse con cadencia y algo de orgullo, no como una acción de defensa inicua sustentada en el temor. Yo soy Jeanne du Barry que no sabe nada más allá de una breve observación mundana sobre el entorno, él que bien toca y se controla es el ápice de la realeza, la educación y lo inalcanzable, eso le fue dado por ¿el destino?

Se odió un poco. No realmente por carecer de una buena posición social, sino por carecer de esa chispa que tenía el entorno de aquella facultad de artes. Todas esas personas tan similares al chico violinista que parecían tenerlo todo bien controlado, meciéndose pacíficamente al compás del instrumento, trotando en el aire con notas armoniosas… ¿y él? ¡Pero ni sabía escribir bien!, ¡ni una publicación seria!, nada más allá de un producto post prostitución de mamelucos intelectuales. Él era Madame du Barry, esa mujer con el mono y el mal gusto, carente de educación pero con mucho carisma, pidiendo ser amigos pero sin ser respetado por su intelecto, carente de todo lo inherente, torpe por dentro, aceptable por fuera, apenas sustentable entre tanta “educación”, dentro de una cultura, era un mundano por conocer ciertos tipos de mundos, desde lo alto hasta lo bajo, podía tener más experiencias que la Pompadour, la Maintenon y la Montespan juntas, pero eso no se refería a ser experiencias agradables o de las cuales tendría que enorgullecerse, recordó a los hombres que conocía, hombres de su edad (o ligeramente más grandes), los que sus abuelos eran fundadores del teatro en el país, de los que habían tenido una relación con tal o cual director de cine, los que escribían guiones con la mano en la cintura, los que viajaban sin problema, dirigían museos, tocaban en conciertos, organizaban fiestas, escribían libros, poemas, ensayistas de pluma punzante, programadores de web dedicados e intelectuales, todo eso que él deseaba y no podía, que quería y no alcanzaría.

-Eh Leo. Otra vez tan pensativo, por eso no avanzas en tu lectura- dijo Trish sentándose a su lado- ¿estás bien?
-Sí, gracias por preguntar. Lo cual es ligeramente milagroso.
-Ya wey, uno intenta ser educado y me bateas.
-No pido que seas educado, pero gracias por serlo delante de mí.
-Que te conste que sólo por ti. Tengo que tenerte paciencia con tus charlas letárgicas.
Leonard rió un poco –Eso fue poco educado, pero no importa.
-Y dale, no lo logro ¿verdad?, ¿ya escuchaste al tipo de allá atrás? Lo hace bien.
-Creo que sí, no puedo opinar más allá de mi oído amateur, neófito y todo eso.
-Yo estudié música pero después lo dejé.
-¿Qué tocabas?
-El piano- dijo Trish con desinterés.
-¿Por qué lo dejaste?- Leonard no pudo evitar el alterarse un poco.
-No me llenaba, tuve que dejarlo.
- Qué penoso.
-Un drama para recordar, dirías tú, no importa, mejor dime ¿en qué pensabas?
-En Madame du Barry.
-¿Por el libro?- Trish le quitó el libro de las manos a Leonard- pensé que habías dicho adiós a los dramas sobre cortes francesas, inglesas, burguesas, españolas y de señoronas- abrió el libro para leer algunos diálogos- Pero ve qué diálogos tan más sosos, la Jeanne diciendo “Eso significa que vamos a ser buenas amigas, nosotras dos”, ¡bla! –cerró el libro y se lo devolvió a su amigo.
-Pensaba que quizá soy un poco como ella, un poco soso, un poco carismático, algo puta.
-Deliciosamente cochinón, eso quiere decir que puedes dar mamadas como ninguna otra.
-No lo había visto de ese modo.
-Es que ves las cosas sanas, así que no eres tan puta, pero eso de dar mamadas nadie debe quitártelo, como dice esa escritora tuya “Una cosa es la teoría y otra más la práctica”.
Leonard sólo sonrió, le brindó a Trish esa sonrisa que sus amigos reconocían, la cual decía: “Gracias por intentarlo, pero no lo creo del todo”.
-Ya pues wey, vamos a la clase sobre lo queer, no querrás perderte las visitas inesperadas.
Leonard se sonrojó- Supongo que no.
-Aún te sonrojas por nada, lo que significa que no eres una verdadera puta, así que tranquilícese señor.
-Me gustaría tener más decoro, más clase y elegancia.
-¡Ser más snob!- Trish sacó una carcajada- no te vendría bien, por el momento vamos por buen camino, guarda tu libro, sacaremos la puta que llevas dentro.

Trish se levantó y ayudó a Leonard en el acto, después los amigos caminaron hacia su salón.

2 comentarios:

  1. La gran diferencia a la hora de morir entre María Antonieta y la Dubarry es que, María fue divina porque sabía que su muerte no merecía clemencia pues era culpable de muchas cosas; en cambio la Dubarry, aparte de ser una prostituta con cierto poder, no había hecho nada malo. La Pomadour era muy elegante pero bastante tonta. Leonard sigue siendo adorable!!

    BESOTES!!!

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  2. Stanley, ¡qué hermoso comentario! No lo había visto así, me gusta tu análisis. No creo que la Pompadour fuera tonta, quizá muy segura de sí misma y por ello comete algunos errores. Pero lo más dulce es que creas que Leonard es adorable jajajajajaja. BESOS!!!

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