Leonard apagó su cigarro con el interés tan usual en él, estaba seguro de que moriría, algún día tenía que pasar, como a todos en la calle, como el auto que mató a un perro y el conductor dijo “tope, tope”. La vida así se va, sencilla, ¿o era que la muerte era aún más sencilla?
Estaba en medio de una entrega final, otro semestre infumable dentro de una facultad de Artes tan escueta como insufrible, quería jactarse de ser sarcástico, pero el informe no lo permitía, tenía que ser estricto con su “voz”, alguna clase de entonación que terminara por sincronizar sus pensamientos con el papel, en su mente repetía las notas musicales -Do, Re, Mi, Fa, Sol, La, Si- de nada servía, con entonar las cuerdas mentales no vendrían a él los pensamientos más brillantes del momento, solo tararear, o lalalear, como le había enseñado su amiga Samantha, ella si había sido una mujer brillante al esfumarse de su casa y dejar plantados a todos sus amigos ahí en la estúpida ciudad, tan pequeña como un paño frío, de tanta gente que hay la frescura termina por claudicar, no había nada nuevo y todo carecía de interés. ¡YA!, por eso se había ido a estudiar a otra ciudad, igual de absurda e inestable, sólo que aquella tenía grandes barrancas.
-Al informe, al informe- pensó Leonard, pero tenía un leve escozor en la mano izquierda. Estúpida mano, pensó, estúpido yo. Ahora su palabra favorita era “Estúpido, estúpida” y la frase selecta del mes se refería a “Que me parta un mal rayo”, como si hubiera buenos rayos. -Los que no te caen sobre la cabeza, esos son buenos rayos- siseó por lo bajo.
Simple, simple, simple, era la frase particular del viejito que le daba lectura y redacción, era un mal hombre, al menos para dar lectura y redacción era malo, al igual que su maestro el extranjero ¿era afroamericano… o sencillamente negro?, bueno, nunca había sido sencillo para ellos tener aquel color de piel, aunque Leonard había sufrido muchísimo por la piel, por el color de Edgard, el gay que no dejaba de quejarse por el sol ¿cómo se habían hecho amigos?, ¡claro!, él era buenísimo tomando fotografías y Leonard sólo sabía sostener la cámara, mientras no se lo intentara ligar todo estaría bien, mientras no lo quisiera besar todo saldría bien, a Leonard no se le daba eso de dar por detrás.
¿Por qué ciertas mujeres estúpidas e insensibles tienen alguna clase de poder?, hubiera querido preguntar Leonard al pobre viejo de lectura, semanas atrás había leído un librillo color rosa cuya frase favorita era “te jodo, te jodo”, no podía creer que dicha mujer se hiciera llamar feminista. El problema medular era que el viejito les había hecho leer aquel estúpido libro, la razón era de esperar: “Para conocer la visión de la mujer”. ¡Pero qué misógino!, las mujeres no escriben así, no las buenas escritoras, no sólo hablan de sexo, si no también de trabajo, triunfo, matrimonio, la falta de él, ya fuera por dolor o desinterés
Aunque al pensarlo mejor Leonard mandó al diablo al matrimonio, ya había sufrido con un ensayo para “Filosofía y arte”, el ensayo de esta semana era sobre el tiempo ¿existía o no?, la respuesta era clara, Leonard estaba ahí, sentado, frente al computador divagando con las notas musicales en su cabeza y ni una sola frase del informe para el viejito, conclusión, el tiempo existe, sigue y sigue sin importar cuantas notas musicales surquen el techo.
¿No debía ser un profesor conservador? Ya estaba algo mayorcito como para dejarles escribir sobre coger y lamer (no eran sus palabras, sino la de aquella insidiosa mujer), pero qué va, si era la facultad de artes y la dificultad de congeniar con alguien era prácticamente nula, fuera de Edgard, no tenía ningún amigo, el punto es que todos eran altamente competitivos.
Virginia era una de las personas más estimadas dentro de la facultad, ella y Leonard tenían muchas cualidades en común, leían los mismos libros, veían el mismo cine, odiaban a la misma escritora estúpida, aunque Virginia la llamaba “Una mujer poco docta”. Cuando eso pasaba Leonard contestaba: “Que la parta un mal rayo”.
Pero Virginia era sumamente escurridiza. Siempre estaba y no estaba en un mismo sitio, sólo desaparecía y después estaba en la siguiente clase con una paleta de dulce en los labios. Quizá la paleta le restaba credulidad a sus palabras, pero su belleza era arrolladora… tal vez eso también le quitaba credulidad a los pensamientos de Leonard, pero nada se le podía hacer, congeniaban en tantas cosas, el problema es que ella no le hacía caso.
-Es porque cree que estás liado conmigo- había dicho una tarde el insensato de Edgard.
-¿Liar? ¿De qué planeta vienes?, una, nadie se lía con nadie aquí en la tierra, mucho menos en este país; segundo, no tengo facha de ser gay, ni siquiera tú la tienes- le había contestado Leonard un poco molesto.
-¿Qué dices?- Edgard lo volteó a ver un poco desinteresado- ¿debería empezar a hablar como gay de octava, esos que dicen “amor”, “cariño”, “cielo” y “comadre”? Todo en una misma frase, quedaría algo así: “Amor, si gustas puedo dejar de llamarte cariño de vez en vez, para que Virginia cielo te dirija la palabra como una comadre” ¿algo así?
-Un poco sobre actuado, pero ya ves, así son los chicos gay - Leonard se había encogido de hombros.
-Ya se, deja que piense la palabra correcta: perra- Edgard se había dado media vuelta y dejado de hablar hasta el día siguiente.
-Pero el informe- se rascaba la cabeza cuando el teléfono sonó, era Edgard para disculparse de la discusión anterior, esa misma donde Virginia era el tema de conversación.
-Perdón por haberte llamado perra, esa palabra ni siquiera está en mi vocabulario, no hasta ayer, además, no se me da, diría que es el idioma de las gatas callejeras.
-No te aflijas, se me había olvidado, todo gracias a una perra aún más perra- entonces dijo el nombre de aquella escritora tan insidiosa.
-Ya terminé mi reporte, fue fácil, sólo leí el primer capítulo y hojee los demás, todos estaban escritos con la misma labia mundana ¿crees que alguna vez tenga hijos esa mujer?
-Ni lo quiera el destino, a esa estúpida mujer ni verle descendencia.
-No, a mi no me gustaría estar en la sala de parto.
-Que literal, bueno sólo llamaba para disculparme, aunque el teléfono es una forma muy cobarde de hacerlo, ya está, adiós- Edgard colgó el teléfono.
-Estúpido informe- sentenció Leonard.