viernes, 17 de diciembre de 2010

Sofismos

Cuando se vieron Edgard no hizo más que abrazar a Leonard, quién a modo de aceptación le devolvió el abrazo, se quedaron prendados el uno del otro por un par segundos.
-Nada viene a mi… cabeza- balbuceó Leonard aún cuando estaban abrazados.
-Gracias por venir- le dijo al oído Edgard, después se separaron. Otra cita sabatina, otro momento de café, caminata y más planes por efectuar.
-Me extrañó muchísimo el recibir tu llamada.
-Tengo que admitirlo… me tardé en hacerla- dijo Edgard no sin mostrar una cara algo apenada.
Leonard conocía a Edgard desde tres años atrás, habían sido amigos íntimos hasta que Orlando, el ex novio y hasta ahora única ex pareja de Leonard, se acostó con Edgard. Después rompieron con su amistad. Leonard continuó estudiando en la universidad mientras Edgard probaba suerte como asistente en una galería de la capital. Sin saber nada sobre Edgard, Leonard se preguntaba si su amigo había conseguido el ascenso deseado, pero la verdad es que sólo había pasado un año que no se hablaban bien, y siendo más precisos, sólo unos cuatro meses que Edgard estaba de asistente en la capital, una corta cantidad de tiempo pero a él le parecía toda una vida.
-No es tu culpa, yo tampoco te llamé- Leonard no quería admitirlo, pero pensó que jamás se volverían a relacionar de alguna manera- ¿Cómo te ha ido? ¿Lograste todo lo que querías? Te ves… igual, sólo que un poco más delgado.
-Y tú subiste de peso… también sigues con lo glamuroso.
-Bajé de peso y volví a subir. Tengo un aspecto rollizo pero rozagante ¿no te parece? Y el glamur lo aprendí de ti, recuerda que yo no tenía sentido del buen vestir.
-Mejoraste- Edgard sonrió tenuemente- no me ha ido muy bien, el mundo del arte es una tontería, una mierda, más desde el punto de visa burocrático, económico y de sentido netamente subjetivo. Se da lo vendible, los que tienen conexiones o los que se saben mover. Aquellos que convencen con sus discursos aparentemente honestos, humildes y hasta supuestamente espirituales, pero la verdad es que no hay sustancia en sus propuestas, nada más allá de una pose bien elaborada. ¡Ay Leo! Si supieras el número de obra que llega hecha por pseudoartistas que no mide el alcance de sus piezas. Muchas son aceptables, el galerista debe mistificarlas si acaso quiere venderlas.
-No suena muy justo el asunto.
-La universidad es una hermosa burbuja.
-¿No pretendes regresar para terminar la carrera?
-Sólo me falta un año, claro que quiero regresar. A ti te falta un semestre, si no me equivoco.
-El semestre que sigue- suspiró- y termino los estudios, pero no estoy muy entusiasmado con nada en particular. Ni en continuar ni en terminar. Supongo que el ambiente de la escuela de arte no se compara a las galerías, pero digamos que allá tampoco hay mucha justicia. Cualquiera entrega una basura como trabajo final y el profesor le da un significado garrafal. Todo puede tener trascendencia, se mistifica a la obra de una manera inaudita.
-No te creas Leo. Todo inicia en las estúpidas escuelas de arte y su pensamiento conductista.
-¿A qué te refieres?
-De algún modo se inclina al público y alumno al pensamiento social. Eh asistido a otras escuelas como asistente de galería para buscar a algunos artistas que también son profesores. En ocasiones los espero hasta que terminen sus clases y no dista mucho de nuestra facultad. Incitan a sus alumnos a seguir un cauce de ayuda más bien social, pública, cultura y nacional. Los que trabajan a la introspección son mal vistos por clavarse en sus gustos personales, los profesores gritan, rezan y susurran porque sus alumnos sigan sus pasos, provoquen, inciten, hagan rupturas, hagan acto de presencia. Después, si algo sale mal, el profesor no sabe dónde meter la cabeza, el alumno tomó un camino inducido que crea frustración en él… es… bueno, hasta diría que es lo políticamente correcto en el arte.
-Te entiendo. Políticamente correcto pensar en los temas sociales y la transgresión. Involucrarse con los temas que se consideran “serios” de alguna manera- Leonard parecía muy seguro de sí mismo. Le agradaba que Edgard y él se entendieran tan bien.
-Encontrar una voz propia no es difícil, el mantenerla, ahí se encuentra la verdadera dificultad.
-No tanto por la calificación en la escuela de arte, sino por la visión que se tiene de uno mismo- Leonard se quedó en silencio por un momento- Edgard, este semestre me cuestioné de alguna manera el ser egoísta. De un modo en que en mis trabajos y piezas no hablé de nada más que gustos personales, que curiosamente- apuntó con sarcasmo- no conllevan a un referente social de fácil accesibilidad…
-No te entiendo- Edgard se detuvo en seco y lo volteó a ver.
-Que mi obra no tiene fondo social o cultural, es sólo una fantasía superficial de mis ideas egocéntricas.
-¿Quién te dijo eso?- a Edgard parecía que la idea le daba mucha gracia. Acercó una de sus manos al rostro de Leonard, le acomodó uno de sus tantos rulos para poderle ver bien a los ojos y esperó una respuesta.
-La mitad de los docentes y la otra mitad de los alumnos, ellos creen que soy un posador- la voz de Leonard se asemejaba a la de un niño acusando a su hermano ante la madre que puede efectuar alguna clase de castigo. Ante eso Edgard empezó a reír.
-Pero Leo- siguió riendo y se sentó en uno de los pórticos perteneciente a la gran avenida que caminaban- todos en esa facultad son unos posadores, al menos la gran mayoría, aquellos que te dicen posador es porque ellos también lo son. Los que te ven con naturalidad, esos te puedo asegurar que no son así- Edgard le besó una mejilla. No se lo esperaba- Y los profesores, ¿sabes cuántos de ellos deben fingir ser rudos, prudentes o tan siquiera pensantes porque creen tener la misión de hacer pensar a sus alumnos? El problema es que tú ya piensas, tienes una opinión y aún así te gusta ser banal. No me lo tomes a mal, tu banalidad es algo que disfrutas pero también piensas. Los últimos meses que te vi dentro de toda esta aparente superficialidad, fue cuando me di cuenta que estabas cansado de tomarte todo tan en serio, incluso a ti mismo. Eres un depresivo Leonard- volvió a reír- y siendo banal es la única manera en que no te deprimes en tu aire existencialista. Dime la verdad ¿prefieres ser una especie de Virginia Woolf dispuesta a tirarse al río, o una María Antonieta en sus mejores años de derroche?- Edgard le sonreía con una pureza casi insana en él. Leonard no lo había visto, hasta ahora, con un auge tan limpio y rozagante, incluso algo añejo pero orgulloso de su experiencia.- No tienes que contestarme Leonard. Es más, no tienes que ser nadie más que tú. Tus gustos son tuyos y nada más. Lo que ha de consternar a algunos de tus profesores es que tengas tanto conocimiento y sensibilidad, pero que lo reduzcas a una labor meramente entrópica y fantasiosa. Pero así eres tú. Estudias lo que te gusta, repeles lo que se te impone.
-Parece que me conoces de hace años.
-Tres, para ser preciso- Edgard guardó silencio, agachó la cabeza y al levantarla prosiguió- quería disculparme por todo lo que te hice…
-Ed, no sólo tú hiciste cosas malas. Ya lo olvidé y no quiero hablar de ello. Me incomoda un poco.
-Entonces no lo has olvidado.
-¿Qué importa ahora? ¿En verdad crees que somos culpables de algo? El otro día hablé con Trish. Te alegrará saber que está bien. Gana dinero, no mucho, pero lo suficiente para regresar el próximo año a la facultad. Me dijo ‘¿Quién puede juzgar a la gente si es buena o mala? ¿Bajo qué régimen se dice lo que está bien o mal?’. Después recordé de todo esto del contexto, la educación, los códigos sociales, el inconsciente colectivo, lo contaminados que estamos, todo parece una trampa dialéctica. Es verdad, ¿quiénes somos para juzgar los gustos y acciones de los demás? Incluso cuando se mate, engañe y exista la venganza todo parece tener una justificación que se absuelve según el entorno. Nadie parece ser el culpable. Sólo se hacen las cosas y el mundo sigue girando. Pensar en todo, eso me frustra.
-Pero tú conoces muy bien todo eso. La manipulación, el engaño, la traición, el ascenso y el empoderamiento de alguien que parece saber qué es lo mejor para los demás. Por eso te entusiasman tanto las cortes. Piensa en Enrique VIII.
-Lo sé, lo sé… pero matar a tantos, incluso a las mujeres que amaba.
-Que amaba. En el pasado. Enrique VIII es el sueño de cualquier déspota. Mató a sus esposas porque lo traicionaron de algún modo dentro de su retorcida cabeza, ¿y quién, en algún momento, no desearía poder matar al que le decepciona o da problemas?
-Yo jamás podría hacerlo.
-Quizá nadie dentro de la posición de un súbdito, pero cuando se tiene poder, entonces te das cuenta que todo está a tu disposición, salvo la confianza de quienes te rodean. Todos querrán manipularte.
-De algún modo ellos también lo crearon, sus súbditos crearon a Enrique VIII. Siempre creamos a nuestros déspotas, les alimentamos y empoderamos. Son como los comentarios y las emociones que permites te lleguen o afecten.
-Ay Leo, pero si tienes el espíritu postmoderno por dentro, para decir con delicadeza que careces de algún déficit al momento de relacionar las cosas. Mira que pasar de lo despótico a las emociones…
-No bromeo Ed. Yo le di valía a los comentarios externos de profesores y compañeros, también permití que me afectaran emocionalmente. Tendría que hacerme cargo de mis emociones, yo les di acceso.
-Eso no les permite el ser descorteses.
-Pero sí a ser honestos consigo mismos respecto a lo que piensan y dicen.
-No te engañes Leonard, mucha de esa gente cree que su vida, la gran mentira que llaman vida, es una verdad. Se encuentran inconscientes de su propia falsedad, así que el ser “honestos consigo mismos” no es más que otra manera de prolongar su disociación.
-¿Y quiénes somos nosotros para juzgarlos si vemos todo desde afuera? Es otra interpretación. Es otra mentira sobre su realidad.
-Y tenemos problemas de percepción ¿no?- Edgard se puso de pie- ¿ves? Por eso es mejor ser banal.
-Sofismos- dijo Leonard con gran coquetería. Estaba feliz de reencontrarse con un buen amigo, alguien que, si no compartía su misma visión, al menos estaba de acuerdo con los problemas que tenían todos sobre la disociación, sobre todo ellos dos. Sus diferencias los acercaban un poco más.

sábado, 11 de diciembre de 2010

El techo blanco

Una combinación extraña se daba cuando Leonard leía a Virginia Woolf en compañía de la musicalidad de la cantante Dido. Una melancolía particularmente insana, no obstante no existía pretexto alguno, así eran los fines de semestre: particularmente insanos.
Los altibajos educativos se discernían claramente entre: tener una ligera preocupación (al inicio de fin de semestre), una tensión por la planeación (según avanzaba en la recta final), estrés total al momento de entregar las piezas, ensayos, exposiciones y todos los trabajos en cuestión; casi al final Leonard se quedaba con un par de entregas pendientes, entregas que solían ser meramente superfluas y sin interés, por lo cual la tarea se hacía tediosa por no decir obtusa. Cuando todo estaba listo se acercaba al inicio del fin.
Ese día en particular se refería a uno de aquellos sin gran significado o sustancia intelectual. La escuela le llenaba de muchas maneras, y aunque recientemente no estaba satisfecho con la desenvoltura de sus docentes, ya empezaba a extrañar el semestre. Era jueves, la materia de ese día estaba saldada, no tenía razón alguna para asistir a la universidad. Tirado en la cama con su nuevo libro de Virginia Woolf (uno de cuentos que hasta la fecha había ido recopilando de manera particular, pero ahora, al fin había encontrado el ansiado volumen) veía a momentos el blanco techo de su cuarto propio. –Así será en adelante- sentenció no sin un aire masoquista- las mañanas, las noches, en especial las tardes, estaré aquí con un libro en mano, el techo en el mismo lugar, la mirada de forma ecuánime pasará las letras, los renglones, las páginas y al final los libros. Uno y otro, y otro- en cada periodo vacacional leía un aproximado de siete o diez libros, todo dependiendo del grosor e interés del texto. En esta ocasión pretendía dedicarle el tiempo a dos libros de la Woolf (incluyendo el que tenía en ese momento en las manos), alguno a las Brontë (el que se le antojara de cualquiera de las tres… aunque ya había leído todos los de Anne y Emily… lo que le daba a entender que obviamente sería Charlotte la seleccionada, pues no tenía mucho de la última vez que leyó los de las otras hermanas y era muy pronto para releerlos), quizá tomaría a Austen del librero porque ya la había dejado empolvarse prácticamente dos años desde su última fiebre Austeniana; seguro leería el libro de Luis Spota que le prestó su amigo Paris, ese chico inteligentísimo cuyas charlas en los café eran deliciosas. Estimaba mucho a Paris, tanto que cuando estaba con él no tenía ojos u oídos para nadie más, era esa especie de hermano que nunca había tenido. Siguió pensando, se levantó de su cama.
-Podría tomar a Ken Follet, me regalaron sus libros y son muy pesados para estarlos cargando por toda la universidad- revisó su librero, ahí estaban los relatos de Marion Zimmer Bradley. Se le estrujó el corazón. Cada libro tenía su historia, los de Zimmer Bradley se los había recomendado su amiga Virginia… tanto tiempo atrás cuando entraron a la facultad. Ella era inteligente de una forma en que intimidaba a cualquiera, incluido Leonard.
Le intrigaba cada libro con su relato personal, más allá del que contenía, de cómo se había hecho de ellos, la forma en que tuvo que emprender largas caminatas, numerosas visitas a librerías, infinidad de planes, de dinero (por supuesto) y tiempo invertido. Se sintió triste por no vislumbrar nada nuevo dentro de esas vacaciones. No era sólo porque en sí la navidad no le despertara el más mínimo interés, sino que el año anterior se deprimió muchísimo cuando terminó con Orlando meses antes de navidad. Él pensó que al fin tendría pareja para esos días, la publicidad le estaba afectando los sentidos. Desde mucho tiempo atrás los días festivos dedicados a las parejas le eran insignificantes, pero gracias a su primera pareja todo cobró sentido, uno que ahora estaba intentando erradicar.
La verdad es que no podía ni llorar. Estaba seco. Agradecía que sus trabajos finales, en general, fueran fríos y sin emociones. Comparados con el semestre anterior, donde se desnudaba emocionalmente dentro de cada pieza, ahora prefería la frigidez, agradecía haberse acostado con Ludwig desde una zona meramente ocasional, también se contentaba el no regresarle más las llamadas al punketo Sid, dejar ir al Señor D y dejar de lado las relaciones, aunque fuera fácil enunciarlo sin dejar de pensar en ello. Pero dentro de todo pensamiento existía tal racionalización, lo que provocaba en cada sentimiento una tremenda frialdad.
Se volvió a sentar en su cama mientras Dido cantaba “Let's Do the Things We Normally Do”. Siempre se decía que si estaba triste mejor le sería escuchar pop, pero ese día deseaba ser un masoquista. Volteó la mirada al techo blanco. No había igualdad en él, sólo una sincronía de amonestación emocional. Como si le dijera “Deja de mirarme y ponte a vivir”. Cerró su libro. Vivir no era lo mismo que leer. Su libro de Virginia Woolf tenía una inscripción en las primeras páginas. Perteneció, a juzgar por la letra manuscrita, a una mujer llamada Melisa quién compró el libro en el año de 1981… ocho años antes de que naciera Leonard. Le causó gracia el libro tuviera una vida más longeva e interesante que la suya. Abierto y cerrado en sincronía por quién sabe cuántas manos, perteneciente a un sinfín de casas, llevado a muchos lugares (porque lucía desgastado) o también podía ser que fuese un libro de biblioteca personal no tan preciado, leído una sola vez, olvidado en el estante, abandonándolo al inclemente entorno que terminaría por hacer amarillas sus hojas, derruyendo la portada y que al final en una crisis de espacio o económica, la dueña terminó por venderlo pues le era dispensable. También pudieron venderlo a la muerte de la dueña original, probablemente nunca tuvo un dueño original. Estaba subrayando y una de las frases delineadas que más le llamó la atención fue aquella que decía: La vida es lo que se ve en los ojos de la gente; la vida es lo que la gente aprende y, después de haberlo aprendido, jamás, pese a que procure ocultarlo, deja tener conciencia de… ¿qué? Que la vida es así, parece.
-Parece que la vida es así…- suspiró Leonard al decidir que era momento de dar punto final al semestre.

lunes, 6 de diciembre de 2010

Las parejas que nunca tuvo

Una vez que había culminado una de las peores presentaciones de ballet a las que hubiera asistido Leonard, se levantó de su asiento junto a su amiga Susana y su novio Alan, los dos estudiantes de medicina.
-¿No te pareció muy tosca la representación?- preguntó Susana.
-Creo que en su intento de modernizar las cosas sólo terminaron por hacer un intento tímido de su nueva versión- contestó Leonard.
-Pues a mí me gustó- comentó Alan con una afable sonrisa. El trío de amigos caminaba por la noche en una de las avenidas principales de la ciudad donde estudiaba Leonard.
El semestre estaba por terminar, la mayoría de los trabajos de Leonard estaban entregados y algunos calificados, dentro de dicha proporción numérica destinada al supuesto conocimiento de los estudiantes, Leonard estaba un poco dudoso sobre su desempeño semestral. Aunque no podía estar muy mal si le habían ofrecido una beca de estudio dentro del país.
-No me gustó, cuando fui a ver a la cámara nacional fue distinto ¿no Leo?, tú asististe el año pasado.
-Sí, la cámara del estado es enteramente distinta a la nacional, pero… no sé, no deberíamos juzgarlos así.
-¿Así?- conjeturó Susana- a eso se dedican, nada de conmiseración, todos dentro de la sociedad somos iguales, todos hacemos un papel importante. Tú mismo me dijiste que era lo mismo el artista que plomero, es más, hasta aseveraste que la sociedad está equivocada al pensar que el artista tiene más que aportar.
-Me refiero a que eran unos bailarines muy jóvenes, no sabemos si quiera cuánto tiempo llevan estudiando.
-Juventud es lo que todos tenemos justo ahora, y después de ver esto ¿no te parece que la juventud está algo sobrevalorada?- Susana caminaba tomada del brazo de Alan, quién sencillamente se dedicaba a dirigirle un par de miradas para tranquilizarla.
La última vez que había asistido Leonard al ballet fue con Elizabeth. En aquella época recién había terminado con Orlando, y el ballet fue el único momento en el que dejó de pensar en su ex pareja, lo único que le dio un poco de aliento.
-¿Sobrevalorada en qué aspecto?- Leonard no pretendía charlar sobre una de las ramas en las que poco estaba letrado, pero que sin embargo podía discernir entre una buena puesta en escena y otra algo decadente, como la que habían visto ese día.
-Todos ellos tenían nuestra edad o eran ligeramente más jóvenes. Ni uno de ellos puede con el peso de un solo, ¿te diste cuenta? Las partes más contundentes donde se requería la habilidad de un buen bailarín, todas ellas, todos esos solos, los hacían en conjunto con un sin número de cambios para cubrir sus deficiencias, ¿qué no se deduce deberían tener un mayor desempeño?
-No sabemos nada de ellos, no sabes si a eso realmente se dedican o sólo lo toman como cursos de verano, sabatinos, cosas así…
-Leo, nada de eso, como crítico siempre dices que se debe tomar en cuenta lo que se ve y se tiene a la mano, nada de meras consideraciones y conmiseraciones, que de cualquier modo casi nadie le pone atención a la crítica.
-Pero si te sabes todas mis viejas argumentaciones Sue, ¿hace cuánto que nos conocemos?
-Como siete años- contestó Alan.
La primera gran amistad de Leonard fue Susana, en algún momento intentaron tener algún tipo de relación más allá de lo amistoso, pero los dos eran demasiado complicados (en aquel entonces) el uno para el otro. Cuando Alan empezó a salir con Susana, hacía tres años de ello, pensó que en cualquier momento lo dejaría por Leonard. Todos los que le conocían opinaban que entre Susana y Leonard existía una sinergia crucial para cualquier relación. Ellos podrían casarse y tener una “magnifica” vida, en opinión de los demás.
Alan siempre se había sentido amenazado por Leonard, hasta que recientemente se había enterado de su homosexualidad, lo que al fin le dejó tranquilo. Por eso podía contar los años. Siete años que Susana y Leonard se conocían, y aunque no eran muchos, eran un poco menos de la mitad de años que tenían. Lo que era evidente es que esos siete años irían creciendo, y con ello se iría la aclamada juventud.
-Tienes razón Sue, la juventud se encuentra sobrevalorada. Mira nada más, somos los mismos quejosos de hace siete años.
-Cuando te conocí no leías nada de nada, yo estuve ahí cuando tomaste tu primer libro de Virginia Woolf y de ahí… bueno, hasta escribiste una novela. ¿Escribirás otra?
-Estoy en eso. En aquel entonces…
-¿Hace cuánto que escribiste tu novela?- le interrumpió Alan.
-Fue a los dieciséis, la terminé a los diecinueve. Aunque mi compilación de cuentos fue por la que me pagaron… no sé por qué, eran muy malos, como la novela.
-Siempre dices eso- Susana entornó los ojos y se detuvo- sentémonos en esa banca- cambió de dirección hacia la placita central de aquella ciudad de provincia- seguro irás a ver el ballet de la cámara nacional ¿verdad Leo?
-Lo haré si Elizabeth tiene tiempo.

-¿Sabes qué pensaba yo? Que podrías estar con Elizabeth, son el uno para el otro. Claro, lo mismo decían de nosotros.
-Dicen- corrigió Alan.
-Bueno, no tienes por qué temer Alan, sabes que Susana no me interesa de ese modo- Leonard rió ligeramente y se cubrió la boca con su mano.
-¿Elizabeth tiene novio? ¿Sabe que eres gay?
-Sí Sue, Elizabeth tiene novio pero no sabe que soy gay. Es más, supongo se siente muy amenazado, ya ves que estudia en otro estado, su relación es a distancia y presiente que yo la tengo muy cerca.
-¿Y por qué no le dice nada Lizzy?- Susana se sentó en la banca que había destinado metros atrás. El centro de la ciudad traía muchos recuerdos a Leonard, algunos buenos, otros severamente malos.
-El novio de Lizzy es muy conservador y digamos que yo le agrado demasiado, si supiera que soy gay, bueno, las cosas se complicarían y no podría estar con ella.
-No podrías ir al ballet con ellos como lo haces con nosotros- aseveró Susana. Para ella Leonard era su amigo “culto”, el que leía mucho, se instruía demasiado, pero que a la par también sabía divertirse. El problema es que Leonard no le había contado de su asunto con las drogas y la prostitución, lo veía mejor así, que se quedara en el pasado con los recuerdos severamente malos, ese tipo de cosas se las contaba a Samantha, quién era más liberal.
-Es extraño que se sienta amenazado pero que le agrades el mismo tiempo- Alan prefería estar de pie. Era uno de esos chicos extremadamente maduros de gran porte que sabía exactamente lo que quería en su vida. Desde el instante en que pudo acercarse a Susana, no dudo en tenerla como novia, y hasta el momento su relación se hacía cada vez más íntima y longeva.
Ese mismo día en la tarde, antes de ir al ballet, Susana le dijo a Leonard con tono grandilocuente: “Lo tengo todo”, y era verdad; tenía al novio de buen ver, adinerado, dedicado, quizá no tan culto pero sí inteligente, sin embargo lo más importante era que la amaba con locura, y ella, aunque no estaba loca por él, le amaba también. Era un punto a su favor, lo racional dentro de la relación se encontraba en ella. Su carrera como estudiante iba bien, estaba por terminar su semestre, la relación con su familia corría de forma amena, no tenía problemas económicos, estaba dentro de una gran estabilidad, ¿era la plenitud de la vida? Se preguntaba Leonard.
-Por cierto, Samantha ya me dijo lo de su embarazo, supongo tú ya lo sabías.
-Algo así.
-Siempre te cuenta las cosas a ti primero, en mi no tiene tanta confianza. Ahí tienes otra mujer que te seguía para ser más que un amigo y tú la despechaste.
-Prefería la amistad… eso y que desde ahí debí darme cuenta que las mujeres no eran lo mío.
-¿Samantha fue la última que se te propuso?- preguntó Alan
-Samantha nunca se me propuso, más bien se me insinuó de una forma muy seductora, como lo es todo en ella. Pero no, después de ella estuvo- y entonces pronunció el nombre de aquella mujer que no le agradaba a nadie dentro de bachillerato. A nadie de los ahí presentes y otros tantos compartían dicho sentimiento.
-¡¿Ella se te propuso?!- gritó Susana -¿cómo no me lo dijiste? ¿Hace cuánto?
-Fue hace siglos. Antes de salir del bachillerato, pero vez que igual le tenía gran aprecio.
-Lo bueno es que se largó a otro estado.
-Emigrar, todos deberíamos emigrar- suspiró Leonard.
-No me has dicho nada de la beca que te ofrecieron gracias a tu prominente promedio
-Nada especial, tuve que rechazarla, el siguiente semestre es mi último en la facultad y no podía tomar esa beca para estudiar en otro estado sin que se me truncara todo el plan de estudio.
-¿Por qué? ¿Qué te ofrecían?
-Estancia parcial por tres meses en otro estado con una suma considerable de dinero.
-¡Pero qué tonto eres! Debiste aceptar.
-Susana- sentenció Alan con moderación. Sabía que su novia podía explotar en cualquier momento, pues ella había estado ansiando una especie de intercambio, pero en su carrera esas cosas eran difíciles.
-Me trunca todo el semestre y tendría que pasar otro más, no era muy conveniente.
-Igual te ves triste por no aceptarla. Debiste hacerlo, un semestre más ¿qué más da?- dijo Alan.
-No estoy triste por ello, sino que me dijeron se la ofrecerían a otro alumno. Yo dije que a Steve que es un gran grabador, pero ellos me dijeron que estaban buscando a alguien de semestres inferiores, así que me comentaron en ofrecérsela a Orlando o Berger.
-¡No puede ser!, ¿Y tuviste que escoger entre tu ex o el ese multidisciplinario de la todología?
-Realmente yo no podía escoger, pero claro que debía inclinar la balanza a un lado u otro, la mujer que me ofreció la beca confía demasiado en mi supuesto buen juicio.
-¿Y qué dijiste?
-Pues que por mí podrían dársela a Orlando, que Berger ya había tenido muchas oportunidades.
-Eres un perra- le dijo sonriente Susana- sólo lo hiciste para evitar que Berger tuviera otro éxito y a la vez mandar lejos a tu ex.
-Supongo- sonrió Leonard- pero también creo se lo merece Orlando, ha estado trabajando muy duro con su cortometraje. Ya tenemos todo, grabaremos dentro de poco y eso lo hacemos en dos días. Tiene todo bien planeado, me sorprende.
-Y vas a dirigirle el numerito, ¿es de los que confía en ti, aún cuando le han llamado a tus piezas frías y sin emociones?
-Creo que ahora confía en que sea frío y sin emociones respecto al cortometraje, sobre todo porque es sobre nuestra relación. Pero sigue insinuándoseme. Sólo quiere coquetear, le gusta tener a un séquito de admiradores. Pero no pretendo caer.
-¿Sigue sin gustarte ningún chico?
-Por el momento no. Estoy cansado de todos esos sentimentalismos.
Se retiraron de ahí, lo que fue una alivio para Leonard, ya que notó los malos recuerdos supeditaban a los buenos. Estaba tan deseoso de hacer nuevos buenos recuerdos.