lunes, 20 de septiembre de 2010

El editor, el guionista, su director y Sid el punketo (Parte I)

En búsqueda del texto perdido sobre el barroco, especialmente en los países bajos. Leonard desempolvaba sus libros sobre aquel siglo que tanto le gustaba: el de la ilustración. Amaba el barroco italiano, el rococó y el neoclásico francés, ya había escrito sobre todo ello, específicamente de arquitectura y escultura, pero ahora lo haría acerca de la fotografía.
Ante el aparente éxito de su ponencia sobre la fotógrafa Diane Arbus, ahora debía ir preparando el ensayo final para su materia teórica/genérica/fotográfica.
Leído “Por una filosofía de la fotografía” de Vilem Flusser, se dignó a efectuar su cometido: la comparación entre el cine (fotografía en movimiento), fotografía fija, literatura y el barroco. Era un ensayo algo ambicioso, trataba de la comparación entre la novela de Tracy Chevalier, “La joven con el arete de peral”, con la adaptación del texto por el director Peter Webber, específicamente con la fotografía de Eduardo Serra, quién se inspiraba en los cuadros del pintor holandés Vermeer. Y aunque carecía de información técnica, como lo era la modulación de la luz, técnicas de iluminación y el uso teórico de la caja negra, Leonard tenía entendido que su tarea era sencilla: leer.
Por ello subió al estad de su biblioteca personal para revisar los pequeños fascículos que le habían regalado sobre el barroco, recordaba tener un específicamente sobre Vermeer, con él ya tendría tres libros entorno al pintor. Pero a pesar de todo su interés, no dejó de sentirse raro. Cuando terminó de fabricar su ponencia sobre Diane Arbus para presentarla al próximo día, lo único que pensó era que no valía la pena –La valía de una ponencia se remite exclusivamente al interés de quién la escucha. Por mi parte ya tengo bien clara la visión de Arbus, pero a esos fotógrafos poco les importa- pensaba, pues evidentemente Leonard creía que la mayoría de los fotógrafos en la facultad era estúpidos, pocos iban más allá de la imagen bonita para brindar algo poderosamente conceptual –Todos se respaldan en la gestión de la postmodernidad mediante la imagen, que sin darse cuenta, no llega a ser una buena imagen. En términos críticos, no debería llamarse ni fotografía- rumiaba algo malhumorado. Efectivamente al exponer sobre Arbus, fueron pocos de los fotógrafos que le pusieron atención, y al compartir opinión con ellos, algunos le preguntaron: ¿Pero qué es un freak?
-¡Al demonio con los fotógrafos!- sacó un libro y tosió, ahí estaba Vermeer así como su teléfono celular sonando. Bajó del estad con el libro en mano. Contestó el teléfono, era Orlando.
-¿Diga?- dijo Leonard como si no supiera quién le llamaba.
-Leo, dime que estás disponible. ¡Ah!, soy Orlando.
-¿Cómo estás? Pues sí, tengo el día libre, entre comillas realmente- era su día perteneciente a la larga suspensión proveniente de las fiestas patrias nacionales. Con las manecillas del reloj marcando las diez de la mañana, tenía tanto tiempo como deseara para leer sobre el barroco, pero Orlando exigía atención. Seguro se referiría a la grabación de su cortometraje.
-¿Cómo entrecomillas?- inquirió Orlando
-Pues sí, no tengo nada que hacer más allá de lo que yo he planeado, y eso es leer.
-Tú siempre leyendo. Mira, te necesito aquí en la ciudad para que te presente al equipo de grabación. Conocerás al director de fotografía y podrás charlar con él.
-¿Tiene que ser hoy mismo? Estoy fatigado. Quedamos en que calendarizarías todo.
-Sí, lo recuerdo. Pero también quiero que vengas a una exposición de fotografía en la galería principal del centro. Tenemos la posibilidad de encontrar a un patrocinador.
-Es absurdo, no quiero molestar a los supuestos grandes empresarios con nuestra propuesta.
-No seas necio. No llevaré capeta de trabajo ni nada. Sólo nos mezclaremos, charlaremos sobre fotografía, que últimamente bien se te da y después comentaremos sobre nuestro proyecto.
-Quieres que lo venda a los tipos esos ¿verdad?
-De todo el equipo, eres el que tiene más encanto.
-¿A qué hora es la exposición?
-A las siete, pero prefiero que vengas a las cinco para que hables con el equipo.
-Está bien.
-Gracias Leo. Puedes traer tus cosas para que te quedes en mi departamento.
-No creo salir tan tarde de la exposición. Regreso a mi casa.
-Como gustes- refunfuñó Orlando y acto seguido, colgó.

Resultaba que no sólo tenía que dar ponencias frente a fotógrafos que poco les importaba la obra de Arbus, sino también convencer a uno de que patrocinara el cortometraje. En la exposición su blanco a perseguir era un hombre bonachón, fotógrafo que tomaba imágenes de casi cualquier cosa. Lo que no le había dicho Orlando era que el mismo exponente de ese día, era aquel al que pretendía pedirle el patrocinio.
-Es prácticamente una adaptación de “Las amistades peligrosas”, bueno podría decir que de ahí se inspira- hablaba Leonard con el fotógrafo bonachón, posible patrocinador.
-Suena prometedor, ¿será de época?
-No, para nada. Es una adaptación muy libre, una donde el personaje de Madame Tourvel es quién toma la delantera para la venganza, enloqueciendo y privando de su libertad sexual a sus acompañantes- Leonard volteó a ver a su acompañante de charla, quién al parecer no entendía nada- es básicamente un drama pasional.
-Eso me gusta. ¿Ya tienen… a la jovencita que hará a Madame de Tourvel?
-Es…- maldijo mil veces a Orlando. No le había dicho al fotógrafo bonachón que el cortometraje era sobre homosexuales. Si era un homofóbico cualquiera, el patrocinio sería imposible. Además, después de todo ¿para qué quería el dinero de éste hombre en específico?, ¿Qué acaso el mecenazgo con una persona en particular no era algo añejo? Para eso estaban las instituciones y los programas de becas y… Leonard estaba en una encrucijada.
-¿No la tienen? No hay problema. Mándame la carpeta del proyecto el próximo lunes y ya veremos si les puedo ayudar con cosas o dinero.
-Gracias- fue lo único que pudo decir Leonard antes de deslizarse a la barra de bocadillos. Se sentía abochornado. Alguna vez en su clase de “Postproducción” le dijeron que ciertos productores y patrocinadores se creían con potestad sobre sus trabajadores, específicamente con las de sexo femenino. Así que el fotógrafo bonachón querría follarse a la inexistente actriz principal.
-¿Cómo te fue?- llegó Orlando en compañía de Michael, el director de fotografía. Un joven no mayor de los veinticinco años que estudiaba el grado de maestría en “Arte” como producción, dentro de su facultad. Era heterosexual, hasta donde sabía.
-No muy bien. Me dijo que le mandáramos la carpeta de trabajo, pero honestamente no le veo pinta de ser progay, es más, creo que quiere tirarse a nuestra supuesta actriz principal.
-¿No le dijiste que era un drama gay?- Orlando se notaba algo sorprendido.
-Mira, tu plan tiene muchos hoyos negros. Primero, no me dijiste que el supuesto patrocinador era el mismo que exponía hoy. Bien podría haber investigado sobre él y así tener en claro si está a favor de la homosexualidad o mínimo del cine. Tu segundo error fue no decirle nada previamente, me mandaste sin que antes supiera sobre nuestra existencia y tercero, no creo que necesitemos el patrocinio de éste hombre, me haces sentir ridículo… -para la última parte del diálogo Leonard había alzado un poco la voz.
-Leo, tranquilo. Le mandamos la carpeta y si resulta bien, sino también. Ven vamos a pasear por la galería.
-Su obra es malísima. No gracias, voy afuera a fumar. Ni se te ocurra acompañarme- adelantó a decir Leonard. No podía creer que aceptara la tarea de ser director del estúpido guión de Orlando, y además ser intermediario monetario.

Evitó los balcones. Le traían malos recuerdos. También las entradas. Los primeros le trajeron a Orlando, las segundas a Nick. Salió a sentarse en una banca del parque más cercano, a dos cuadras de ahí. Estaba oscuro y sólo veía a un par de novios besarse sobre el frio césped, así como un hombre de entre veinticinco y treinta años de edad tomando fotografías.
-Pero ¡qué absurdo!- bufó succionado la nicotina de su cigarro –tomar fotografías a éstas horas, venir a una exposición de fotografía. Podría estar estudiando sobre el barroco.
Apreció cómo el hombre se iba acercando poco a poco con su cámara en mano. O eso parecía, bien podía ser un arma, viéndolo un poco más de cerca no estaba seguro de lo que tenía en mano aquella silueta antropomórfica. Quizá debió quedarse en las entradas y los balcones, posiblemente le asaltarían, en el mejor de los casos.
-Hola- dijo el hombre ya estando a una distancia pertinente, y que sí llevaba una cámara fotográfica en mano- ¿te puedo tomar una foto?- más de cerca, el hombre le pareció algo conocido.
-Mejor no- contestó Leonard ya con el miedo disuelto y su espíritu corrosivo made in Karenina activado.
-¿Por qué no? Mira, me gusta tu silueta con el cigarro en mano en pleno parque.
-No estoy de humor para nada que tenga que ver con la fotografía, además, ni te conozco.
-Soy Ludwig, puedes decirme Lud- el hombre le tendió la mano- además, no soy fotógrafo, lo hago por mero pasatiempo, soy algo malo en todo esto. La verdad es que las cosas están ahí y yo sólo puedo manipular la cámara para que me salga una imagen agradable.
-Si no eres fotógrafo ¿por qué tanta insistencia? Además, la reducción de una fotografía al término “agradable”, es muy obtuso.
-Bueno, soy editor, no me critiques tan severamente.
-Te me haces vagamente conocido.
-Estudio la maestría de Literatura en la facultad de Arte, quizá me hallas visto ahí- dijo Ludwig y se sentó a su lado.
Ahí estaba, claro que lo conocía. Era ese hombre atractivo que veía por los pasillos fumando en contrapposto recargado en algún pilar. Leonard no le prestó mucha atención en su momento, ya que por un lado, con su corta experiencia, comprobó que los alumnos de primeros semestres no eran muy brillantes y que poco les interesaba tener una charla amena sobre arte contemporáneo; por otro lado no quería saber nada sobre los alumnos de postgrado, con Nick ya había tenido suficiente. Así que seguramente una cara nueva era o de primer semestre, o de postgrado.
-¿Sí es de ahí?, ¿estudias arte?- insistió levemente.
-Sí, estudio arte en la misma facultad donde tú haces el postgrado sobre Literatura. ¿Y qué tal?, ¿es bueno?
-Es una mierda- lo volteó a ver. Como estaban sentados uno al lado del otro su cara le quedó muy cerca a Leonard, quién no tuvo más opción que permanecer ahí, muy cerca- ¿Tienes un cigarro que me regales?
-Claro- sacó el cigarro y le prestó su encendedor.
-Ese postgrado es una mierda, muy ligero, debí hacer otra cosa.
-Como tomar fotografías, quizá…
-Puedes burlarte- empezó a reír Ludwig- pero me gusta. No me gradué de una universidad de arte así que tengo muchas deficiencias. Estudié historia y éste es mi segundo postgrado.
No podía negarlo, a Leonard los hombres letrados le atraían bastante, sin embargo no se encontraba de humor para ir idealizando a los de su propio sexo y mucho menos sin saber si éstos eran homosexuales.
-Suena interesante, pero debo regresar a la galería que está aquí a un par de cuadras, se supone debería estar socializando a la antigua.
-¿Quieres que te acompañe? Está algo oscuro.
-Como desees, la exposición es de fotografía, quizá te interese.
-Lo sé. También fui a la inauguración, la obra es muy mala.
-Lud, ya me caes bien- sonrió Leonard y se dejó conducir en la oscuridad por aquel hombre letrado.

sábado, 11 de septiembre de 2010

Souviens-Toi Du Jour

Era extraño para el mismo Leonard que en el mes actual todo se condujera con una gran sencillez. El ambiente era afable y no creía estar asfixiándose dentro de su monotonía. Todo era distinto al año pasado, que por las mismas fechas, no hacía más que cuestionar su trabajo creativo así como su sexualidad, incluso osó enamorarse y escuchar las canciones de Mylene Farmer, aquellas como “Innamoramento”, una conjunción de nostalgia, incomprensión, amor y enamoramiento.
Pero si hace un año escuchaba “Innamoramento” y “Je M'ennuie“, ahora su espíritu se remitía a tonadas como “Souviens-Toi Du Jour...” y “Je Te Rends Ton Amour”. Casi todas pertenecientes al quinto álbum de Mylene llamado como la canción, “Innamoramento”, era el favorito de Leonard por su gran profundidad literaria, casi todas las canciones se inspiraban en algún autor francés o en las experiencias personales de la cantante. Mezclaba su romanticismo tempestuoso con la independencia del ser.
Sólo le quedaba recordar y de ahí nacía la pertenencia. Aunque el recuerdo traiciona, normalmente es a favor de la histeria personal, lo cual solapa la esencia del individuo, la posible disociación.
Se encontraba en la casa de sus padres, específicamente el cuarto que ellos le dieron como propio. Al paso del tiempo era lo único que le quedaba: nuevamente una pertenecía del espacio prestado o que quizá por potestad de sangre le era otorgado. Dejó su libro de “Las amistades peligrosas”, le estaba dando otra revisión cuando encontró la frase “Conocer a los hombres para influir en ellos”, una manía a la que pocos habían sobrevivido.
Ya no deseaba influir en la gente (aunque siguiera en su torpe intento de escribir crítica de música) ergo tampoco deseaba conocer a los hombres. El conocimiento de los mismos le había traído en un pasado muy cercano una tortura poco satisfactoria que ni a él, como fiel masoquista, le interesaba en un presente. Esa develación de la esencia humana (o de hombres homosexuales que se hacían pasar por humanos) le cayó como mierda cuando recibió en la mañana de aquel día el guión de Orlando. Se llamaba “Así de fácil” y describía su relación sin gran omisión más que la reducción formal de las cosas. Los pasos del guión eran los siguientes:

-Introducción: Dos chicos se conocen en una fiesta. Uno se llama Ted (el alter-ego de Orlando) y el otro Luciano (la representación de Leonard)
-Noción: Luciano hace una apuesta con su amigo Edivaldo (representación de Edgard) para ver quién conquista a Ted con mayor facilidad.
-Transcurso: Ted es conquistado por Luciano. El segundo se empieza a enamorar del primero, dejando de lado la apuesta.
-Giro sorpresivo: Cuando Luciano está muy enamorado, se entera que durante casi toda la relación Ted le ha sido infiel con Edivaldo.
-Conclusión: Luciano enloquece, desapareciendo en las entrañas de un psiquiátrico, mientras Ted deja a Edivaldo, ya que sólo estaba jugando con él.

Era un guión que se solucionaba fácilmente con un par de escenas clave. El título, “Así de fácil”, hablaba de la supremacía por parte de Ted para jugar con las emociones de los dos chicos que apostaban en su nombre. El único problema que veía Leonard (desde un punto de vista severamente objetivo) era que los personajes aparentemente secundarios, Luciano y Edivaldo, estaban mejor delineados que el mismo protagonista. Ted era el pretexto para crear grandes emociones romanticonas en Luciano así como un tórrido deseo sexual en Edivaldo.
-Es como si Madame de Tourvel de “Las amistades peligrosas”, se enterara que la Marquesa de Merteuil y el Vizconde de Valmont están jugando con ella, apostando por placer- le dijo Orlando a Leonard en un paseo que tuvieron- así que ella decide tomar venganza.
-Me parece razonable- fue lo único que pudo contestar Leonard, intentando obviar que él era la Marquesa de Merteuil y Edgard representaba al Vizconde de Valmont, mientras Orlando se respaldaba en la carismática y angelical figura de Madame de Tourvel.

Lo curioso de Orlando era que frente a Leonard no era aquella fiera desafiante que en su momento conocieron muchos de sus anteriores novios. Con Leonard de por medio, Orlando era dulce, casi enfermizo y muy frágil; llevaba a cabo una actuación digna de ser reconocida, en su interior lo único que deseaba Orlando era que Leonard le llamara “Mi ángel mortecino”, como en los viejos tiempos, como en el recuerdo.

Leonard estaba un poco confundido por el guión, ¿no había notado un mórbido interés por parte de Orlando? Le pareció que le coqueteaba, sin embargo él se remitió a disuadirlo de sus intenciones, no deseaba nada con él. Pero ahora con el guión en sus manos, uno donde él era un tal Luciano, el loco de la historia, ¿no era una forma muy torpe de querer reconquistarlo? Además, el pintar a Edgard como el tal Edivaldo, un hombre cuyos deseos sexuales le llevan a la frustración al no poder tener al objeto deseado, convirtiéndolo en un promiscuo algo mecanizado, pues al final de la historia Edivaldo se va a tener sexo con cuanto hombre se le ponga enfrente ya que queda frustrado ante el abandono de Ted.
-Los personajes secundarios dicen más sobre las características del principal, eso es bueno- se quedó pensando Leonard frente a su ejemplar del guión, apenas duraba poco más de veinte minutos. Estaba bien cohesionada la acción- Orlando logró algo que yo jamás pude con mi guión. Es tan bueno que me da algo de envidia- prendió un cigarro y se acercó a la ventana. Vio el guión, abrió la novela de “Las amistades peligrosas”, recordó aquel día mientras paseaba con Orlando:
-¿Pero entonces por qué quieres que dirija el cortometraje?- inquirió Leonard.
-Porque ya te dije cuál es mi inspiración, la novela de Pierre Choderlos de Laclos es sublime y no conozco a nadie que la haya estudiado tanto y tan bien como tú- fue la respuesta muy calma pero risueña por parte de Orlando.
-La leí hace tres años, y mi estudio sobre ella fue de hace tres años.
-Entonces tendrás que releerla. Lees muy rápido, no tendrás problema en tenerla terminada así como hacer otras investigaciones antes de la grabación. Es inicio de semestre, aún no hay mucho trabajo.
-Supongo.

Aceptó esa proposición de ser director sin antes preguntarse: ¿Y cómo será la visión de Orlando ante nuestra antigua relación? Leonard tenía muy en claro que él no hizo bien en apostar en su nombre ni pelearse con Edgard por un hombre; también concluía que su actitud hacia Orlando fue despectiva y hostil, por lo mismo buscó algún tipo de redención, aunque por ello se sintió un obtuso moralino. En efecto esas eran las razones por las que decidió aceptar el trabajo con Orlando, pero el peso emocional tenía una recalcitrante angustia, ¿y si volvía a pasar algo con Orlando? Pero si él ni lo amaba, ¿volvería a cometer los mismos errores?, ¿estaría malinterpretando a Orlando? Probablemente sólo deseaba, igual que él, hacer las paces con su ex para seguir adelante. Cuestionamientos, recuerdos…
Si con Neil Jordan y su película “The End of the Affair”, comprendió que cada relación tiene una doble versión (o quizá hasta más), le parecía justo que Orlando expresara su versión de los hechos, pues él ya la había escrito y hasta publicado en la Web, un lugar donde todo mundo podía leerla. Era el turno de Orlando para producir su corto “Así de fácil” -¿Y después?- se preguntó Leonard- seguro lo sube al You Tube- se sonrió.
Terminó su cigarro, después se separó de la ventana para volver a su libro dentro de las comparaciones con el guión.

jueves, 9 de septiembre de 2010

Los protagonistas de su propia película

Carrie Bradshaw dijo alguna vez, citando a Lennon, que la vida es aquello que sucede mientras estás demasiado ocupado haciendo planes, por eso cuando Leonard recibió una llamada de Orlando para tomar un café, no pudo negarse, era la vida que regresaba, y aunque tenía montes enteros de tarea, prefería ignorarla para platicar al fin con aquel único chico de quién se había enamorado. Tiempo pasado, en la actualidad no tenía entendido ni qué sentía, lo único que deseaba era salir.
Estaba a un par de calles del establecimiento donde había quedado de verse con Orlando. Corrió un poco desesperado, iba tarde y detestaba dejar a las personas esperando. Tenía su cabello extremadamente esponjado con el viento azuzándole la existencia. Entallado en el único pantalón Astral Freaks en el que cabía (subió tres kilos en el internado) así como su más holgada playera blanca de cuello en V de la misma marca, escuchaba en su iPod “Mr. Brightside” de The Killers. Recordó el texto de su crítico favorito sobre aquella canción: “Al pobre de Flowers le han venido a meter una voz de corneta. Es una canción muy bailable, lo cual no es del todo algo malo”. Ese mismo hombre comentó en alguno de sus tantos ensayos que la juventud actual usaba sus reproductores de música para crear un aura digna del soundtrack, donde los muchachillos se sienten protagonistas de su propia película ambientándola con su música favorita.
No fallaba en el veredicto aquel probable cincuentón. Leonard corría con la canción en los oídos pisando torpemente el asfalto con sus gastados Converse; en ésta ocasión realmente creía poder enmendar sus errores del pasado, no quería volver a drogarse tanto, incluso la gente drogada le hastiaba. Decidió retirarse de la prostitución, dejaba dinero pero poca sustancia emocional, después de su estancia en el internado las cosas habían cambiado, aunque como decía el crítico de música: Lo cual no es del todo algo malo.
Entró en el café, se quitó los lentes de sol y también los audífonos. Orlando le esperaba desde hace tiempo, al menos así lo atestiguaba su té helado a medias.
-¿Qué escuchabas?- fue lo primero que dijo Orlando, incluso antes de saludar. Su voz era firme pero afable.
-Nada importante, realmente algo sin importancia- Leonard se sentó y acomodó su cabello instantáneamente. Le faltaba un corte nuevo, pero en el internado siempre lo tenía agarrado con una liga, no le permitían el tenerlo al aire libre.
-Nada, dime qué escuchabas. Supe que te has vuelto una especie de melómano citadino.
-¿Citadino?
-Que llevas tu reproductor a todos lados y empezaste a escribir crítica de música.
-¿Quién te dijo todo eso? Espera, lo supongo. Eliee-. La mesera se acercó a tomarle la orden. Pidió un té Chai.
-Es algo comunicativo- Orlando sonrió de un modo poco detectado por Leonard. Será que cuando se estima o socializa tanto con una persona se tienen bien registrados sus ticks tanto corporales como faciales, sobre todo para Leonard quién era una especie de detector semiológico adicto al lenguaje corporal. Pero con Orlando los signos estaban algo empolvados, poco recordaba sus gestos. Efectivamente le idealizó en algún momento de la relación y después, cuando rompieron, pretendía recordar sus gestos de forma romántica, por eso le pareció tan distante aquella sonrisa. No significaba lo que él creía debía representar.
-¿Puedo fumar?- sin importar la respuesta Leonard sacó su cajetilla de cigarros y prendió uno –lo siento, igual ya lo estoy haciendo, ¿quieres uno?
-No, estoy bien, pero gracias.
Leonard se preguntaba qué diablos sucedía entre ellos dos, no recordaba tanta amabilidad dentro de su relación… aún cuando se separaron jamás hablaron y él prefería la hostilidad, le daba más espacio para le inmersión en los propios pensamientos. Tanto tiempo intentó decodificar a Orlando cual si jeroglífico se tratara para después mandar todo al vacío.
-Bueno, pues quería saber cómo estabas- habló Orlando al percatarse del tan recurrente desvarío mental de Leonard. Si algo le conocía, era la facilidad con la cual se enredaba en sus monólogos internos.
-Pues, justo ahora bien. Estuve en una especie de retiro, nada espiritual, no me malinterpretes, sencillamente fue para poner las cosas en orden, fue frustrante porque no me dejaban escuchar música, ni leer o escribir.
-Tú sin escribir, eso es difícil.
-¿Recuerdas la película “Quills” sobre el Marqués de Sade con Geoffrey Rush y Kate Winslet? Era algo así, me daban papel de contrabando y garabateaba sobre él con mucho más entusiasmo. Odiosamente creo que mi escritura ha decaído mucho. Es mala ¿sabes? Antes de internarme escribí mi primera opinión sobre un disco de música, la envié a un grupo de crítica y fue rechazada con las mil y un correcciones. No me importó mucho en el momento porque me iba a internar, pero ahora que lo intento no sale, ni sobre música, ni cine, literatura, no he podido escribir ni una sola ficción.
-Estás bloqueado, eso es todo.
-¡Ay Orlando!, tu comentario es tan tajante como mi bloqueo, incluso diría que es tautológico- Leonard rió un poco tapándose la boca con la mano, como si aquel comentario fuera una blasfemia- claro que estoy bloqueado, desde hace una semana mi vida adquirió una estabilidad muy escandalosa. Creo que soy algo masoquista, y como diría Susan Sontag: El masoquista busca el dolor por las ganas de tener nuevas y más grandes emociones. Pero yo, para ser sincero, ya no quiero tantas emociones-. La mesera le puso su bebida en la mesa.
-¿Volviste a tu etapa Kristof Kieslowski made in Bleu?, ¿quieres sentir la ausencia de las emociones?
-No es eso exactamente. Más bien deseo olvidar las pasadas, quizá un poco como el personaje de Juliette Binoche pero sin el drama a flor de piel, con ella era más bien la reducción de la vida, todo…
-Le era dado- interrumpió Orlando para completar la frase- ¿no es así?
-¿Leíste mi ensayo sobre la película? Tardé semanas en concretarlo, es de las pocas cosas de las que estoy orgulloso. ¿Dónde lo conseguiste?
-Encontré algunos de tus textos en la Web, eso y tus ficciones sobre las sociedades del arte, ¿tanto daño te hice? Pones nuestra relación como algo mortífero.
-Fue algo mortífero en su momento, espero no te moleste, efectivamente nadie sabe que eres tú.
-¿Nadie?- Orlando alzó una ceja.
-Bueno, un par… quizá una docena- Leonard volvió a reír- te aseguro que no pasa de cinco personas.
-Y cada una de esas cinco se lo contó a otras cinco y así sucesivamente.
-No lo creo, esas cinco personas no están muy interesadas en mi trabajo determinado con las personalidades en las que me baso para mis personajes.
-No me importa, en verdad que no me molesta. Es más, creo que me pintas más atractivo de lo que soy.
-Nunca has sido muy egocéntrico como para aceptar tu belleza, eso me agrada de ti.
-Pude entenderte mucho mejor después de leer todos esos textos. Me di cuenta de por qué te sentías tan ofendido después del engaño con Edgard aún cuando todo fue una apuesta. Tampoco es que te justifique.
-No quiero que me justifiques. La apuesta fue algo un poco ruin, pero a ésta edad ¿qué no lo es?
-No sabía que yo era tan importante para ti. Bueno así lo haces ver. No tenía ni idea.
-Eso está en el pasado. Mejor cuéntame un poco de ti…
-Salí con Tony por dos meses, casi tres, pero preferí dejarlo, Silvio se estaba entrometiendo en la relación, y también el concepto de su ex amante llamado Berger pesa demasiado en la historia amorosa del mismo Tony. Ahí tienes otra historia que contar.
-No estaría mal- Leonard reía con mesura. Poco le interesaban las relaciones de Orlando, prefería no saber nada de eso- aunque yo me refería más bien a tu trabajo como creador, me quedé en tu intento por hacer fotografía.
-Lo dejé, no soy muy bueno pero escribí un guión… ¿en verdad no quieres saber nada sobre amoríos? Ahora me vas a decir que no has salido con nadie.
-Pues honestamente, salir con alguien de un modo serio, después de ti, nadie, sólo sexo oportuno, citas poco estimables, ¿nadie te lo dijo? El amor ya no existe- Leonard profirió sus palabras con una sonrisa en el rostro y sus ojos bien abiertos, moviendo su cabeza de un lado a otro –mejor dime de qué trata tu guión.
-Pues de nuestra relación… todo incluido, hasta cuando me regresaste las flores con la nota de “Guárdalas para mi funeral”
-No puedo creerlo- Leonard reía- pero fue un horrible ataque. Perdóname por tanto drama. ¿Y ya está listo?
-Sí, un chico de la facultad quiere producirlo, pero desea que lo dirija porque quiere una visión “gay”.
-Espero alguien lindo me interprete. Es más, hasta podría interpretarme yo mismo.
-Me gustaría más que me ayudaras dirigiendo- le soltó de repente Orlando –sé que tienes buen ojo para el cine.
-Pero Orlando, soy muy mal director, apenas pasé con buenas notas la clase de Actuación, fue difícil pasar el ejercicio sobre la dirección de actores, eso y que no puedo planear las tomas.
-De las tomas no tendrías que preocuparte, eso se lo dejas al director de fotografía, es un alumno de postgrado.
-Tendría que pensarlo. No quiero ningún compromiso más allá de la escuela, es mi último año y éste semestre es muy corto.
-Estoy preparando la calendarización. Serían cuatro días de grabación y claro, una eternidad en la edición, dentro de la cual estarías incluido. Pero podemos hacerlo en mi departamento después de clases.
-Orlando, querido ¿qué pretendes?
-No te quiero seducir- la oración sonó poco convincente, efectivamente Orlando no sólo buscaba un director para su cortometraje, sino también recuperar a su ex pareja.
-Debo pensarlo.
-¿Qué tienes que pensar?
-Más que nada mis tiempos. No estoy rentando aquí en la ciudad, no conseguí departamento, mi economía va en picada, las cosas han cambiado desde que estuvimos juntos.
-Pues por eso te quedas en mi departamento si es necesario.
-Vamos a dejar algo en claro. Si acepto será para ayudarte con tu corto después de clases pero con un horario adecuado para poder regresar a mi casa.
-¿Y si no tienes tiempo para regresar?
-Tengo amigos para solicitar asilo.
-No tendrías por qué hacerlo si decides quedarte en mi casa- señaló Orlando algo cansado de discutir el asunto.
-No tendría que quedarme en tu casa si no te ayudo con tu proyecto. Es mi única condicionante, lo tomas o lo dejas.
-Lo tomo- Orlando no lo dudó, ya tendría tiempo para estar con Leonard y convencerle de estar juntos, si ya lo había logrado una vez, nada le detendría con una segunda ocasión… o al menos eso pensó.
-Bien- sorbió lo poco que quedaba de su té- ¿paseamos?

miércoles, 1 de septiembre de 2010

Wicked Ways

Y se movía. El mundo al fin de cuentas se movía sin él. Eso molestaba en gran manera al joven y carismático de Eliee. Un chico bastante enfático con respecto a sus actos cotidianos que desembocaban en la monotonía. Ahora estaba solo. Cohibido por la partida de sus amigos, rememoró el destino de cada uno de ellos. Primero estaba Leonard, el cual se internó en alguna especie de psiquiátrico durante las vacaciones de verano, para después no presentarse a la primera semana del semestre. Después se encontraba Trish, quien por razones económicas no regresaría a la facultad, además, ahora tenía un nuevo novio llamado Armand, el músico que tanto tiempo obsesionó al mismo Leonard. Por otro lado ni Edgard regresaría, pues dado de baja temporal, se atrevió a prestar sus servicios en una galería de renombre dentro de la capital y para colmo de los mil males ¡fue aceptado!
Se enteró también por los chismes de pasillo que el nuevo amante de Antonio (profesor de actuación, mejor conocido como Tony) era Orlando (ex amante de Leonard) pero que al parecer la relación se tambaleaba por la intromisión de Silvio, un homosexual bastante vulgar que un par de años atrás tuvo un tórrido romance con el profesor.
Eliee conocía bien la vida de todos en la facultad, incluso mucho mejor que Leonard. Tenía entendido que el profesor de actuación y Silvio tuvieron un amante en común, y ese fue Berger, el chico dulce que varios codiciaban pero que al parecer ahora pertenecía a un bailarín de la capital llamado Armando.
Armando era un ente competitivo hasta la médula dentro de su medio, y fue dentro de la “Academia de danza y artes histriónicas" de la capital, donde conoció a Berger. Pero como en todo y con apenas un par de semanas de relación, Berger se quejaba un poco de la obsesión “artística” que yacía en Armando, pues se la pasaba entrenando para obtener una beca. Su competencia era una tal Florence, lesbiana enclosetada dentro de un medio que le demandaba mesura.
Florence parecía estar todo el tiempo bajo la lupa. Una bailaría que pasó de suplente a protagónica en menos de un año, al igual que Armando, su carrera apenas había empezado a despuntar y ambos tenían veinte años, una edad muy avanzada dentro de una actividad que demandaba flexibilidad, jovialidad y precisión. Lo más probable era que sin importar el esfuerzo de ambos, quien ganara la beca no tendría gran oportunidad contra los chicos de quince y dieciséis años, que serían su competencia en el extranjero.
Si Armando no conseguía la beca, podía refugiarse en Berger. Su relación estaba creciendo ágilmente a pesar del fehaciente interés del primero por bailar hasta la muerte. Berger siempre le respaldaba con una sonrisa o un comentario edulcorado… en verdad parecía que el chico no tenía maldad dentro de sí mismo.
No obstante la situación de Florence era distinta. Ella no encontraría un seno sexual después del fracaso. Si llegaba a ser derrotada por Armando o cualquier otro bailarín, el resultado sería el cambio inmediato de carrera, conseguir un trabajo y pensar en relegar la danza a un pasatiempo alejado de cualquier culminación artística. No sería una artista, fracasaría como feminista, no se permitiría el regresar como bailarina de remplazo, ¡eso jamás! Su orgullo era inmenso y por lo mismo terminaría con su novia Jenny; sentiría no estar a su nivel de identidad. Jenny sería esa brillante pianista que toca a Chopin, mientras ella sólo una lunática que zapateó sobre un tapanco frente a un espejo replegado al muro escolar.
La verdad era que pocas cosas debían importarle a Florence. Ella era una excelente bailarina y su profesora (“La rusa”) estaba viendo la forma de que recibiera la beca antes que Armando, el cual tendría una segunda oportunidad el año entrante. En cuanto a Jenny… pues la pianista no le amaba tanto, es más, suspiraba por un tal Richard egresado de la facultad de artes donde estudiaba Eliee. Pero Richard ya pertenece a otra historia.

¿Y Eliee?, ¿qué pasaría con él? Normalmente era el más relumbrante de sus amigos. El semestre anterior, cuando desayunaba con Leonard, Trish y Murat, Eliee contaba la vida de todos ante todos sin menor mesura. Proporcionaba de datos a Leonard que incitaran su imaginación dentro de la escritura (logrando una torcida asimilación con Jenny Shecter, de “The L Word”); lograba indignar a Trish con su constante usurpación social y conseguir algunas opiniones muy certeras de Murat, quién reafirmaba o refutaba el chisme. Pero justo cuando todo se disolvía, ya no le quedaba ni Murat, pues se había graduado el semestre pasado.
Desposeído se guareció en el pequeño estudio que sus padres le brindaron años atrás cuando entró a la facultad. Considerándose a sí mismo como pintor, su obra siempre era criticada. Ácida y destructiva, la crítica de sus compañeros le habían dedicado comentarios tales como: “Tu estudio del color es tan básico como la primera capa que usaría un aprendiz barato de Vermeer, en un intento fallido de copiar su obra”, “El difuminar la forma no consigue ni remotamente una abstracción respetable”, o su favorito por ser tan mundano como insultante: “Lo que para Pollock fue una especie de espagueti, para ti viene a ser la concepción de la mierda… en forma y contenido”.
No podía negarlo, le daba gracia la opinión ajena, pero más que nada le dolía hasta el alma. Verdaderamente su obra, a pesar de los años, no lograba definirse. Por un lado tenía sus intentos de realismo ligeramente sobrecargado con rasgos barrocos, pero tenía un problema evidente con el color: no sabía manipularlo. Quizá le habría ido mejor intentar con la línea fovista. Por otro lado ostentaba a la abstracción, sin embargo le parecía que su obra se remitía meramente a lo retiniano sin generar gran placer superficial… por lo mismo decían que su obra era una mierda.
Eran todos esos ataques lo que le hacía seguir adelante, porque aún con toda la crítica posible, era de los pocos de la facultad que había desarrollando un “estilo”, una mínima conciencia dentro de su trabajo pictórico, un discurso que se crea con el ataque social y se reafirma dentro de la sinapsis neuronal del autor. Efectivamente, estaba a un par de años de la obra maestra, de la gran mierda, la gran cagada que la gente sencillamente amaría u odiaría.
Empezó un boceto de lo que sería su siguiente pintura. Ésta tendría que unir sus dos coqueteos visuales, lograría con ello el reconocimiento de sí mismo, saber que estaba haciendo las cosas bien y no quedarse con un vacío que cada vez le decía: “Terminado… ¿terminado? Jamás estará terminado, pero tengo que ponerle punto final”. El vacío de la insatisfacción.
Quizá por ello hurgaba en la vida de los demás, por lo mismo le encantaban los chismes, le parecían tan efímeros, ligeros, absurdos, sin importancia más allá de la cháchara, prefería veinte chismes antes de ponerse a discutir sobre sus dudas del amarillo sobre el lienzo, “¿Quedaría mejor un café? Pero no cualquier clase de café”, seguro le diría a Leonard, a lo que éste contestaría, “No lo sé, tendría que ver el cuadro”, ahí caería en pánico, la dureza del asunto. Mostrar el cuadro sin acabar, con tantas decisiones por tomar y viene un ojo ajeno en plena etapa de gestión a decirle “Sí, no, quizá, podría ser, funcionaría así, funcionaría asá”, dudas, ¡más dudas!
Tomó asiento, no podía con un simple bosquejo. La verdad es que no había logrado culminar ni un solo cuadro en todas las vacaciones a pesar de salir poco y enterarse de mucho.
Su mirada rodeó el estudio en búsqueda del consuelo pero sólo encontró la soledad. Un tonto pintor chismoso, a quien sus padres le dieron un estudio para mantenerlo aislado. Efectivamente era una pesadilla para sus padres, quienes eran muy conservadores y católicos. La homosexualidad de su hijo fue aceptaba bajo la disociación de ambos. El estudio era el lugar donde pintaba y se cogía a sus amantes ocasionales, muchos de ellos eran sus “modelos”, aunque él jamás había pintado la figura humana más allá de un breve ejercicio. Ese estudio era su cuarto propio, la estabilidad monótona de su homosexualidad. Tenía entrada alterna a la casa, así que los chicos bien podían entrar y salir sin que sus padres lo notaran, ponía música a todo volumen y a darle…
Pero eso ya no le satisfacía. En algún momento de su creciente pubertad intentó mantener sus malas maneras al margen, pero no pudo, no pudo dejar de ver a su madre como una apegada a las imágenes del Papa; a su padre como un viejo pscicotizante que veía en Dios un ser dador de guerra y paz. Sus padres, un par de adultos mayores (pues le tuvieron ya algo pasado el tiempo) aferrados a encerrar a toda clase de vírgenes tras el cerrojo de la mojigatería, mientras él encerrado tras el cerrojo de su estudio con una homosexualidad negada. Lo más inteligente era seguir de esa manera, terminar la carrera (le faltaba un año), pintar como desquiciado, esperar otra beca, tener más sexo con más hombres (aunque en aquella ciudad de provincia los jóvenes ya se le estaban agotando), coquetear con varios estilos visuales, ser un mantenido del conservadurismo paternal.
-Pero algo faltaba- Eliee seguía sentado frente al bastidor, al lado de su escritorio. Nada. Resumió que sin la compañía de la gente que conocía, el ruedo no valía mucho la pena. Todas esas personas que a inicio de semestre se cambiaban de casa, de ciudad, rentaban con amigos trabajaban por su cuenta, la identidad, la definición… la existencia. El paso a la madurez. Estuvo a dos segundos de ponerse en pie, tomar todo su dinero ahorrado, hacer las maletas y lanzarse a la aventura, pero eso pertenecía tanto a la modernidad y él era un chico postmoderno, así que telefoneó a Leonard.